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Lutero y la Carta a los Romanos

Como vimos la pasada semana, para Lutero el resumen de la predicación que realiza Pablo al inicio de la carta a los Romanos no podía ser más claro.

11 DE MARZO DE 2011 · 23:00

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La justicia de Dios no se recibía a través de las obras o de los méritos personales –desde luego, nos encontramos la menor mención a algo que se pareciera a buena parte de la existencia que Lutero vivía en el convento- sino por la fe y su consecuencia lógica es que el justo vivirá por la fe. En la carta a los Romanos, Pablo desarrollaba además de manera amplia las bases de su afirmación. En primer lugar, dejaba sentado el estado de culpabilidad universal del género humano, una realidad que Lutero conocía –y reconocía– sin paliativos. Primero, dictaba esa sentencia en relación con los gentiles, los paganos, los que no pertenecen al pueblo de Israel del que él mismo sí formaba parte, afirmando lo siguiente: “Porque es manifiesta la ira de Dios del cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que detienen la verdad con la injusticia:Porque lo que de Dios se conoce, a ellos es manifiesto; porque Dios se lo manifestó.Porque las cosas que de él son invisibles, su eterno poder y su deidad, se perciben desde la creación del mundo, pudiendo entenderse a partir de las cosas creadas; de manera que no tienen excusa:Porque a pesar de haber conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias; por el contrario, se enredaron en vanos discursos, y su corazón necio se entenebreció.Asegurando que eran sabios, se convirtieron en necios:cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen que representaba a un hombre corruptible, y aves, y animales de cuatro patas, y reptiles serpientes.Por eso, Dios los entregó a la inmundicia, a las ansias de sus corazones, de tal manera que contaminaron sus cuerpos entre sí mismos:ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y sirviendo a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el natural uso del cuerpo por el que es contrario a la naturaleza:Y de la misma manera, también los hombres, abandonando el uso natural de las mujeres, se encendieron en pasiones concupiscencias los unos con los otros, realizando cosas vergonzosas hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la paga adecuada a su extravío.Y como no se dignaron reconocer a Dios, Dios los entregó a una mente depravada, que los lleva a hacer indecencias,rebosando de toda iniquidad, de fornicación, de maldad, de avaricia, de perversidad; llenos de envidia, de homicidios, de contiendas, de engaños, de malignidades;murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de maldades, desobedientes a los padres,ignorantes, desleales, sin afecto natural, despiadados:éstos, aún sabiendo de sobra el juicio de Dios - que los que practican estas cosas merecen la muerte - no sólo las hacen, sino que además respaldan a los que las hacen”. Romanos 1, 18-31) La descripción del mundo pagano que Pablo llevaba a cabo en el texto previo coincidía, en líneas generales, con otros juicios expresados por autores judíos de la Antigüedad y, en menor medida, con filósofos gentiles.La línea argumental resultaba de especial nitidez, desde luego. De entrada, a juicio de Pablo, la raíz de la degeneración moral del mundo pagano arrancaba de su negativa a reconocer el papel de Dios en la vida de los seres humanos. Que Dios existe es algo que se desprende de la misma creación, que no ha podido surgir de la nada. Sin embargo, el ser humano ha preferido sustituirlo por el culto a las criaturas. Ha entrado así en un proceso de declive moral en el que, de manera bien significativa, las prácticas homosexuales constituyen un paradigma de perversión en la medida en que significan cometer actos contrarios a lo que la propia Naturaleza dispone. El volverse de espaldas a Dios tiene como consecuencia primera el rechazo de unas normas morales lo que deriva en prácticas pecaminosas que van de la fornicación a la deslealtad pasando por el homicidio, la mentira o la murmuración. Sin embargo, el proceso de deterioro moral no concluye ahí. Da un paso más allá cuando los que hacen el mal, no se limitan a quebrantar la ley de Dios sino que además se complacen en que otros sigan su camino perverso. Se trata del estadio en el que el adúltero, el ladrón, el desobediente a los padres o el que practica la homosexualidad no sólo deja de considerar que sus prácticas son malas sino que incluso invita a otros a imitarle y obtiene con ello un placer especial. En segundo lugar, en Romanos, Pablo indicaba cómo el veredicto de culpa no pesaba únicamente sobre los paganos. Por el contrario, estaba convencido de que, ante Dios, también los judíos, el pueblo que había recibido la ley de Dios, era culpable. Al respecto, sus palabras no pueden ser más claras: He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y descansas en la Ley y presumes de Dios,Y conoces su voluntad, y apruebas lo mejor, instruido por la Leyy confías que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas,maestro de los que no saben, educador de niños, que tienes en la Ley la formulación de la ciencia y de la verdad.Tú pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? ¿Tú, que predicas que no se ha de hurtar, hurtas?¿Tú, que dices que no se ha de cometer adulterio, cometes adulterio? ¿Tú, que abominas los ídolos, robas templos?¿Tú, que te jactas de la Ley, con infracción de la Ley deshonras a Dios?Porque el nombre de Dios es blasfemado por vuestra culpa entre los gentiles, tal y como está escrito.porque la circuncisión en realidad tiene utilidad si guardas la Ley, pero si la desobedeces tu circuncisión se convierte en incircuncisión”.(Romanos 2, 17-25) La conclusión a la que llegaba Pablo difícilmente podía ser refutada. Los gentiles podían no conocer la Ley dada por Dios a Moisés, pero eran culpables en la medida en que desobedecían la ley natural que conocíane incluso podían llegar a un proceso de descomposición moral en el que no sólo no se oponían al mal, sino que se complacían en él e incluso impulsaban a otros a entregarse a quebrantar la ley natural. Los gentiles, por lo tanto, eran culpables. En el caso de los judíos, su punto de partida era superior siquiera porque habían recibido la Ley, pero su culpa era, como mínimo, semejante.También los judíos quebrantaban la Ley. El veredicto, por lo tanto, era esperable y obvio: “... ya hemos acusado a judíos y a gentiles, de que todos están debajo de pecado. Como está escrito: No hay justo, ni siquiera uno.(Romanos 3, 9-10) El hecho de que, a fin de cuentas, todos los hombres son pecadores y, en mayor o menor medida, han quebrantado la ley natural o la Ley parece que admite poca discusión. De hecho, para Lutero esa realidad resultaba angustiosamente presente y punzante. Pero –y aquí se encuentra una de las preguntas correctas que deben formularse- ¿Qué vía ofrecía el apóstol Pablo para salir de esa terrible situación? De manera bien significativa, Pablo conocía las interpretaciones teológicas que afirman que la culpabilidad del pecador podía quedar equilibrada o compensada mediante el cumplimiento, aunque fuera parcial, de la ley de Dios. En otras palabras, no ignoraba afirmaciones como las de que es cierto que todos somos culpables, pero podríamos salvarnos mediante la obediencia, aunque no sea del todo completa y perfecta, a la ley divina. Sin embargo, esa tesis Pablo la refuta de manera contundente al afirmar que la ley no puede salvar: Porque sabemos que todo lo que la ley dice, se lo dice a los que están bajo la ley lo dice, para que toda boca se tape, y todo el mundo se reconozca culpable ante Dios:Porque por las obras de la ley ninguna carne se justificará delante de él; porque por la ley es el conocimiento del pecado. (Romanos 3, 19-20) Pablo contradecía con una lógica aplastante la posible objeción. La ley no puede salvar, porque, en realidad, lo único que deja de manifiesto es que todo el género humano es culpable. De alguna manera, la ley es como un termómetro que muestra la fiebre que tiene un paciente, pero que no puede hacer nada para curarlo. Cuando un ser humano es colocado sobre la vara de medir de la ley lo que se descubre es que es culpable ante Dios en mayor o menor medida. La ley incluso puede mostrarle hasta qué punto es pecador, pero nada más. Eso, por supuesto, lo sabía Lutero, pero, más allá de las obras propias, de la ley de Dios, de los méritos personales que en nada compensan los pecados propios, ¿existe algún camino de salvación? Próximo artículo: Lutero: «el justo por la fe vivirá»

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