Opinión: El fin de TikTok es una victoria propagandística para Pekín

Nick Frisch es investigador residente del Proyecto Sociedad de la Información de la Facultad de Derecho de la Universidad Yale. Dan Wang es profesor visitante en el Paul Tsai China Center de la Facultad de Derecho de Yale y analista tecnológico en Gavekal Dragonomics. (Material gráfico: Este artículo va acompañado de una ilustración de Akshita Chandra disponible sin costo para los clientes del servicio de Opinión de The New York Times).

UN NUEVO PROYECTO DE LEY SUPONDRÁ LA PROHIBICIÓN DE LA APLICACIÓN Y UNA VICTORIA PROPAGANDÍSTICA PARA PEKÍN.

Cuando el presidente Joe Biden firmó un proyecto de ley que exigía que TikTok se desvinculara de su propietario chino, ByteDance, los miembros del Congreso alabaron la ley como un golpe a Pekín. No deberían apresurarse a celebrarlo. En el mejor de los casos, la ley mitigaría parcialmente los peligros de la desinformación o los riesgos para la seguridad nacional que plantea China. El Partido Comunista, por su parte, espera obtener una ganancia inesperada en propaganda, pues Washington se quedará sin el manto de defensor de una internet libre y abierta.

La autoridad moral de Estados Unidos para mantener plataformas abiertas de internet será muy diferente si prohíbe TikTok. Tras años de sermones estadounidenses sobre la libertad de expresión y el comercio abierto, los autócratas podrán citar ahora el propio ejemplo de Washington cuando interfieran con plataformas de expresión que les desagradan.

Los promotores de la ley afirman que su objetivo —prohibir el acceso a TikTok si no se vende a una entidad estadounidense— es cortar los vínculos de la aplicación de videos cortos con el Partido Comunista de China. La realidad es que es probable que el gobierno estadounidense acabe prohibiendo TikTok, desactivándola para 170 millones de usuarios estadounidenses. La semana pasada, TikTok presentó una demanda en contra de la ley. No es solo que nueve meses sea un plazo ajustado para una venta corporativa de esta complejidad; es también que tan solo la revisión antimonopolio suele tardar otro tanto. Es improbable que una empresa tecnológica como Meta o Google supere las objeciones del gobierno a la adquisición de un competidor líder, y no hay garantías de que un grupo inversor o de capital privado sea capaz de sacar adelante esta operación políticamente tensa.

Más decisiva para el destino de TikTok en Estados Unidos es la voluntad del Partido Comunista. En 2020, el Ministerio de Comercio de China revisó sus reglas de exportación tecnológica para hacer valer el control sobre la exportación de algoritmos especializados. Ha dejado pocas dudas de que el cambio legal otorga al Estado discrecionalidad para rechazar la venta del algoritmo de TikTok a cualquier entidad extranjera. Los medios de comunicación estatales, con su típico tono oblicuo, presentaron los comentarios de un profesor diciendo exactamente eso. Sean cuales sean los deseos de los ejecutivos de ByteDance o de sus inversores, cualquier venta de TikTok requerirá la bendición de Pekín.

No se espera que otorgue ninguna. Desde 2020, y de nuevo en los últimos meses, voces oficiales chinas han arremetido contra una posible desinversión. Varios portavoces del gobierno han denunciado la “lógica del ladrón” del acuerdo. Los dirigentes chinos ganan poco al permitir la venta. No les preocupan especialmente los intereses de los inversores financieros de ByteDance (que son sobre todo inversores institucionales globales), ni a Pekín parece importarle la oportunidad de sacudir la correa de ByteDance, cuyo fundador emitió en su día una humillante adisculpa por no defender los “valores centrales socialistas”.

Y lo que es más importante, es posible que Pekín vea la aprobación de la ley como una oportunidad para deleitarse con la hipocresía de Washington: la respuesta estadounidense al Gran Cortafuegos. La venta forzosa de TikTok hará que las protestas de los funcionarios del gobierno estadounidense contra los bloqueos de China a las plataformas de redes sociales occidentales y a sitios extranjeros (incluido The New York Times) suenen vacías, a pesar de que Pekín controla el internet de forma mucho más exhaustiva. Diversos nacionalistas económicos estadounidenses han argumentado que, dado que China no permite el funcionamiento de Facebook, Snap, X o Instagram dentro de sus fronteras, Estados Unidos debería hacer lo mismo. Pero, ¿en qué momento igualar a China en su propio juego se convierte en una traición a los valores estadounidenses?

Estas acusaciones de hipocresía resonarán más allá de las fronteras chinas. Después de que Twitter borrara un tuit del presidente nigeriano en 2021, que insinuaba violencia contra un grupo étnico, Nigeria prohibió la aplicación. El gobierno alegó preocupación por la desinformación y las noticias falsas. El Departamento de Estado de Estados Unidos reconoció que el gobierno nigeriano estaba reprimiendo la expresión y emitió una declaración, diciendo: “Restringir indebidamente la capacidad de los nigerianos para informar, recabar y difundir opiniones e información no tiene cabida en una democracia”. Siete meses después, Nigeria levantó la prohibición.

La ley para forzar la venta de TikTok no solucionará las fallas de los gigantes tecnológicos estadounidenses que siguen lucrando con contenidos polarizadores. La retirada de TikTok eliminará algunas publicaciones tóxicas, pero hará poco para reparar los daños causados a los menores por Snap e Instagram. Las controversias vehementes, desde las protestas en los campus universitarios hasta las elecciones de noviembre, se propagan ampliamente también por otras plataformas, en las que no faltan contenidos engañosos de posibles agentes estatales.

Tampoco son determinantes las preocupaciones sobre los datos. Las empresas estadounidenses, y de hecho el gobierno de Estados Unidos, han sido pésimos administradores de los datos de los estadounidenses, permitiendo que los hackers chinos tengan acceso a información tan perjudicial como cualquier otra obtenida de los perfiles de usuario de TikTok. Muchos de los pecados de la aplicación son comunes para otros transgresores de Silicon Valley.

Los críticos alegan que el Partido Comunista chino manipula directamente TikTok, inclinando la plataforma hacia narrativas que favorecen los intereses de Pekín. Cierto o no, de momento las pruebas públicas son sugestivas pero circunstanciales; Pekín aún tiene muchas otras formas de influir en las opiniones de los estadounidenses. En el periodo previo a las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, Facebook y otras plataformas permitieron involuntariamente la intromisión rusa para denigrar la candidatura de Hillary Clinton. Si China está decidida a inmiscuirse en las elecciones estadounidenses, tiene muchas otras herramientas que puede utilizar. Como cualquier otro actor, Pekín puede comprar influentes en YouTube o Instagram mientras cubre sus huellas. La prohibición de TikTok apenas limpia el ecosistema de la información, pero sí lo hará el establecimiento de prácticas comunes de privacidad y algoritmos para todos los gigantes tecnológicos.

La nueva ley se enfrenta a un aluvión de litigios: impugnaciones presentadas por los abogados de TikTok, que plantean acusaciones de pisotear la libertad de expresión constitucional y obstaculizar el comercio legítimo. Es muy posible que sea anulada en virtud de la Primera Enmienda. TikTok ya ha ganado en diversos tribunales federales, y sobrevivió a las prohibiciones de la administración de Trump en 2020. El litigio amenaza con prolongarse durante meses en el contexto de un ciclo electoral polémico. Y mientras TikTok sigue funcionando, el propio Biden apenas actúa como si la aplicación estuviera amenazando nuestra seguridad nacional. Su campaña de reelección persiste en usar TikTok para conectar con los votantes más jóvenes.

Estados Unidos ahora está comprometido con una larga lucha legal para prohibir TikTok. Una posible derrota no tendría buena pinta, pero la victoria también podría dar frutos amargos: el enturbiamiento de nuestros valores en casa y una victoria propagandística para los autócratas en el extranjero.

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Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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