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60 pages, Paperback
First published January 11, 2017
La représentation de l’acte sexuel elle-même (la pornographie) pourrait appartenir au champ artistique, si elle pouvait se faire de manière objective, c’est-à-dire sans éveiller le désir (et pas davantage la répulsion). La distinction ici est à la fois réelle, facile à expérimenter (rien de plus observable qu’une érection) et très difficile à conceptualiser. (p. 25)
Qu’un crétin soit peu apte à goûter les beautés d’une symphonie ou d’un raisonnement subtil, on s’en persuade sans peine ; cela surprend davantage pour, mettons, une fellation ; l’expérience le confirme, pourtant. La richesse du plaisir, et même du plaisir sexuel, réside dans l’intellect, et elle est directement proportionnelle à sa puissance propre ; il en est malheureusement de même de la douleur. (p. 41)
A esas dos teorías conviene explicarles, en primer lugar, que objeto y representación son lo mismo; luego, que el ser de los objetos de la intuición es precisamente su obrar, que en eso consiste su realidad, y que buscar el objeto fuera de la representación del sujeto y el ser de las cosas fuera de su obrar es un empeño insensato y contradictorio; por esa razón, el conocimiento del modo de obrar de un objeto lo agota como tal objeto, es decir como representación, puesto que fuera de eso no queda nada en el objeto para el conocimiento. Así pues, el mundo percibido intuitivamente en el espacio y en el tiempo, que se nos revela bajo la límpida forma de la causalidad, es perfectamente real y perfectamente conforme a aquello para lo que se da, plenamente y sin reservas: una representación según la ley de causalidad. Esa es su realidad empírica. Pero por otra parte, toda causalidad existe solo en el entendimiento y para el entendimiento, así que el mundo real, es decir, activo, está siempre condicionado como tal por el entendimiento y sin él no es nada. Y no solo por esa razón sino también porque ningún objeto se puede concebir, sin contradicción, al margen del sujeto, debemos negar a los dogmáticos, que explican la realidad del mundo exterior por su independencia del sujeto, la posibilidad de una realidad de esa índole. El mundo de los objetos es y sigue siendo una representación, y por eso está condicionado eternamente por el sujeto; en otros términos, tiene una idealidad transcendental.Con este axioma de que el mundo es representación, no cabe que las cosas tengan trascendencia per se, y si la tienen son por subjetividad, no por inmanencia. De ahí la relación nihilismo-idealismo. Yo esto no lo sabía así que me pareció altamente interesante.
Esta descripción de la contemplación límpida —en el origen de cualquier arte— es a su vez tan cristalina que puede hacer olvidar su carácter profundamente innovador. Antes de Schopenhauer se veía al artista sobre todo como alguien que «fabricaba» cosas. Se trataba, por supuesto, de una fabricación difícil y de un orden especial: conciertos, esculturas, obras de teatro... pero, a fin de cuentas, no dejaba de ser una fabricación. Ese punto de vista es legítimo, por descontado, y Schopenhauer conoce mejor que nadie las dificultades de concepción y de ejecución de la obra; en la actualidad, a veces, se intenta volver a ello para minimizar las cosas y hacerlas más anodinas: los novelistas considerados como storytellers o los artistas contemporáneos que hablan de su trabajo. Sin embargo, el punto original, generador de toda creación es muy diferente; consiste en una disposición innata —y que, por ello, no se puede enseñar— a la contemplación pasiva y pasmada del mundo. El artista siempre es alguien que lo mismo podría no hacer nada, satisfaciéndose solo con la inmersión en el mundo y una vaga ensoñación asociada. Hoy, cuando el arte, ahora accesible a las masas, genera considerables flujos financieros, eso tiene consecuencias cómicas. Por ejemplo, el individuo ambicioso, activo y con don de gentes que desea «hacer carrera» en el arte por lo general no lo conseguirá; los laureles se los llevarán unos miserables amorfos que al principio parecían destinados a ser unos losers. Del mismo modo, el editor (o el productor, el galerista o cualquier otro intermediario indispensable) que se haya apegado a un artista, y sea vagamente consciente de las verdades precedentes, siempre sentirá, al pensar en él, cierta inquietud. ¿Cómo asegurarse de que seguirá produciendo? El artista, por supuesto, es sensible al dinero, a la gloria y a las mujeres; por ahí se le puede agarrar; pero lo que se halla en el origen de su arte, y lo hace posible, y le procura el éxito, es de una naturaleza muy diferente. Incómodo ante esta verdad que por sí sola arruinaba su filosofía, Nietzsche intentó eludirla profiriendo falsedades evidentes: el poeta siempre se ha movido, afirma, esencialmente por el deseo de lograr los laureles concedidos al mejor poeta. Chorradas. Ningún poeta digno de ese nombre ha rechazado nunca el homenaje de una recompensa honorífica, de una admiradora en estado de excitación sexual o de la cantidad de dinero que acompaña a una tirada muy alta; pero ninguno, tampoco, ha sido tan tonto como para creer que la fuerza de sus deseos podía estar ligada a la de su obra; eso sería confundir lo esencial y lo accesorio. Lo accesorio es que el poeta es como los otros hombres (y, si fuera verdaderamente original, su creación no obtendría grandes recompensas); lo esencial es que solo entre hombres hechos y derechos conserva una facultad de percepción pura que por lo general solo suele encontrarse en la infancia, la locura o la materia de los sueños.Una tercera idea que me gustó un montón son los tres tipos de tragedia según Sch.: la que procede de la extraordinaria maldad de un personaje, la que se produce por "el destino ciego, esto es, por el azar o el error", y en la que todo se produce por las circunstancias, ordinarias, anodinas. Sch. concuerda con Houellebecq que esta última es la más sublime y la más difícil de representar; a Sch. no se le ocurren ejemplos siquiera.