“No se puede amar lo que no se conoce”, es una de las frases de cabecera de Juana Viale y la que la motivó a emprender el viaje más ambicioso de su vida para conocer -bien vale la contradicción- aquello que ama desde siempre y con lo que siempre sintió que conectaba: la naturaleza. Hace tres días apenas que la conductora de Almorzando con Juana regresó de su travesía de cuatro semanas por el Atlántico en velero y mientras se reacomoda en su hogar y se habitúa a pisar tierra firme nuevamente, cuenta a LA NACIÓN detalles la experiencia en la que estuvo acompañada por su novio Yago Lange y tres amigos más.

En “Lola”, el velero de 14 metros de largo y cuatro de ancho, ella era por ejemplo la encargada de cocinar, también junto con su compañera Mery Sackmann recogían muestras para analizar micro plásticos mientras que otros colegas se ocupaban de registrar todo con sus cámaras. Un viaje de meses de planeamiento, pero sin rutina diaria en el que los tripulantes se turnaban para dormir y hacer guardias 24 x 7. Una aventura en la que la convivencia incluyó profundas charlas sin horarios, pero también silencios para contemplar la inmensidad del océano.

Tan impresionantes son las imágenes que quedarán para siempre en su retina, que a tres días de su regreso a Buenos Aires, para Viale es imposible responder qué fue lo más lindo o sorprendente que vio y entonces, enumera con entusiasmo: “Los amaneceres y atardeceres, los delfines, la noche y las lunas, la calma y el sonido, la profundidad. Los colores son impactantes”. El océano “fue benevolente” recuerda y asegura que a pesar de estar en aguas de tres mil metros de profundidad o de no divisar tierra al levantar la cabeza, no sintió miedo, sino que fue todo aprendizaje. “Siempre me conecté con la naturaleza, incluso siendo de una familia súper citadina”, dice y prueba de ello es este viaje y el colgante que lleva con forma de cola de delfín en su cuello.

Hoy, a las 13, hará una pausa, se pondrá como bien ella dice “los tacos aguja y el uniforme” y volverá -al menos por un rato- a ser “Juana Viale, la conductora de los clásicos almuerzos”, actriz y nieta de Mirtha Legrand. Espera el momento con entusiasmo, en esta primera mesaza desde su regreso, uno de los invitados será Jey Mammon. Sobre cómo se prepara para recibir al cómico y músico en su primera reaparición pública luego de meses, asegura que no tiene ninguna expectativa en particular y que armará esta mesa como todas.

Viale, que prefiere no dar detalles sobre su noviazgo, cuenta que extrañó a sus hijos durante los días que estuvo fuera del país y se refiere a la importancia de cuidar el medio ambiente y crear consciencia al respecto. Además, adelanta su nuevo y ambicioso proyecto teatral que estrenará en septiembre.

—¿Cómo fue el reencuentro con tus hijos?

—Muy bien, muy feliz. Contenta y pensando en el programa del domingo.

—¿Los extrañaste?

—Sí, no dejo de ser madre nunca.

—¿A tu abuela la viste ya?

—No aún. Estuve ocupándome más que nada de mi casa.

—Y volvés con una mesa intensa: Jey Mammon, Aníbal Pachano, Nacho Otero, Valeria Sampedro y la médica Mirta Averbuch, especialista en medicina del sueño.

—Arranco y es interesante volver. Me pongo el maquillaje, los tacos aguja y estoy.

—El paso de Mammon por tu mesa seguro genere polémica, ¿Tenés alguna expectativa?

—No tengo ninguna expectativa en particular. Me preparo como para cualquier otro programa. Me parece súper interesante vivir el presente, sea el momento que sea y en el trabajo también. Están Aníbal (Pachano), la nueva pareja del noticiero de la mañana de eltrece y la doctora del sueño está buena porque a veces es difícil conciliarlo.

—¿Cómo te fue en el viaje?

—Fue un viaje interesante, este fue el primer tramo de un proyecto a largo plazo que tenemos de recorrer distintos mares para exponer la situación de los océanos. Entendemos que hay un tema no menor que eligen no ver pero existe, que es el tema de la destrucción de los espacios naturales marinos, de las biodiversidades. Nuestro foco está en la importancia de la creación de áreas protegidas marinas en distintas costas, países e islas. A medida que avanzamos extraemos muestras de micro plásticos con un manta trawl, que es como una boca con red y en la cola de esa red arrastramos durante una hora muestras, tomando la ubicación y el tiempo y hacemos separación de lo que encontramos y rotulamos cada vez que lo hacemos. No sabés lo que te vas a encontrar, es un ambiente enorme el océano, es demasiado gigante y creo que conocemos muy poco. Conocemos el mar, la costa, la orilla, la sensación de surfear o jugar en la arena, pero las profundidades no, meterte con tres mil metros de profundidad sin tener tierra a la vista, tener encuentros maravillosos con animales, es algo que no deja de sorprenderte y parte de esta misión y este viaje es encontrar estas cosas bellas, lindas y coexisten en este mundo y retratarlas, vivirlas y experimentarlas. Es importante conocer porque es difícil amar lo que uno no conoce y eso es en parte el propósito de este viaje: conocer y luego mostrar, porque no todos tienen la posibilidad de estar navegando y queremos acercar estas imágenes y sensaciones a todo el mundo.

—¿Cómo fue el regreso a la ciudad?

—Y venís de un mes de estar con cinco personas en un ritmo y cambiás. Ahora de golpe me voy reintroduciendo.

—¿Cómo surgió este viaje?

—Es algo que se viene pensando hace un montón, la organización, el esquema, coordinar cinco agendas, poner a punto un barco y el tiempo para navegar y cruzar el océano porque no se puede hacer todo el año. Fueron muchos meses y horas de organización.

—¿Se conocían entre todos ya? (Además de ella y su novio, había otros tres integrantes en la tripulación: Marko Magister, María Sackmann y Sebastian Vereertbrugghen)

—Nos conocíamos casi todos. Nos conocimos por conexiones entrelazadas de este tipo de proyectos. Marko hace imágenes con Sebas, su socio, ya lo conocía y fui con él a Madryn con este carácter e ímpetu. Para mí, para Yago… para los cinco fue increíble estar juntos conectándonos y respetándonos.

—¿Se afianzaron como pareja con Yago a partir de esta experiencia?

—Prefiero no hablar de mi pareja.

—¿Y cómo fue la convivencia en el grupo?

—Fue como un trabajo. Todos tienen roles, cada uno se ocupa de algo: uno tiene que comandar y ser capitán, yo cocinaba. Marko y Sebas eran los encargados de todo lo que era filmar y sacar fotos y al mismo tiempo de las labores de lo que significa el barco, que medía 14 metros de largo por cuatro de ancho.

—Hay que llevarse bien entonces…

—Pasan muchas cosas, ahí estás rodeado de agua y el cuerpo es más agua que otra cosa, pasan muchas emociones, pensamientos, charlas y silencios también. Todo te afecta.

—¿Y cómo se organizaban?

—La vida del barco no es como el ciclo en la tierra porque navegás 24 x 7 y hay que hacer guardias y hay que ir turnándose. A veces se puede dormir y otras no. No es como la rutina acá que podés establecerla.

—¿Fue todo autogestión o los ayudó alguna empresa a financiarse?

—Hicimos un primer viaje a la Isla de los Estados y ahora este. Tuvimos un apoyo económico importante de la Fundación Ama Amoedo, un espacio enfocado en las artes visuales que se interesó en el proyecto, ya que el medio ambiente es un tema que los atraviesa y que tiene una residencia artística en Uruguay al lado del mar.

—¿Y también tenían que cuidar los recursos?

—Una cosa que nos pasaba en el barco es que nuestros recursos eran súper limitados porque estuvimos navegando con 500 litros de agua potable dulce que era nuestra capacidad y entonces vas teniendo consciencia y cautela con la utilización. La energía la sacábamos de paneles solares y con eso conectábamos las heladeras por ejemplo, todo era un recurso agotable y el cuidado y la consciencia que te genera es llamativa y linda.

—Algo que en tierra tal vez no te das cuenta porque el recurso es agotable, pero uno lo sigue teniendo.

—Escucho las publicidades en la radio que dicen “desenchufá el cargador”, pero en la realidad en la que vivimos, esos consejos son por una cuestión económica, no porque haya consciencia de proteger nuestra casa y cuando digo nuestra casa hablo de nuestro lugar, el planeta.

—¿Y tema salud? ¿Solo algunos mareos?

—Me mareé dos días y después ya pasó. El mar estuvo benevolente con nosotros, no hubo ninguna situación tremenda.

—¿Sentiste miedo en algún momento? Uno mira las fotos de un día soleado y es hermoso, pero tal vez atravesar una tormenta…

—Miedo no, todo es una gran enseñanza. Yo insisto en lo que la naturaleza te da y hay que interpretar, aprender a leer los vientos, las calmas, disfrutar de la vida que te rodea porque está lleno de vida y ahí hay momentos de mucha calma. En el Ecuador se generan doldrums (también llamados calmas ecuatoriales, se denomina así a la zona en torno al ecuador en la que los vientos soplan con muy baja intensidad o están en calma) y hay tranquilidad total y absoluta y te tirás al agua y abrís los ojos y hay tres mil metros de profundidad y es todo desconocido.

—¿Y lo más lindo que hayas visto? Debe haber postales a las que ninguna foto o video les hacen justicia.

—Lo más lindo… ¡todo! No puedo decir algo porque son un montón de cosas. Los amaneceres y atardeceres, los delfines, la noche y las lunas, la calma y el sonido, la profundidad. Los colores son impactantes, hay algo que te hace valorar lo que tenemos, que es muy bello y está ahí.

—¿Qué es este proyecto para vos?

—Yo digo que no se puede amar lo que no se conoce. Y esto me conecta con la naturaleza, todos estamos ahí y amamos la vida y esto sirve para aprender sobre ella y respetarla. Es una experiencia profunda.

—¿Todo esto puede tener que ver con ese deseo que tenías de chica de ser bióloga marina?

—Ser bióloga marina requiere mucho estudio y es una profesión. La pasión de estar en sintonía con la naturaleza es lo que a mí me conecta. El viaje fue estar en pleno hábitat con los animales, empezar a tener consciencia de que a cierta distancia no ves pájaros, la temperatura del agua se modifica, los vientos, las nubes y lluvias, las estrellas, la luna llena que genera movimiento en las aguas, las mareas, fue una experiencia linda y fuerte para poder documentar y transmitir.

— ¿Creés que mucha gente habrá aprendido a partir de ver los posteos que hiciste?

—Ojalá. El proyecto tiene además su propio Instagram (@blueocean.sailing) y un canal de YouTube en el que contamos el viaje.

—Se viene más…

—Sí. Habrá segunda parte. Arrancamos el cruce del Atlántico, de Islas Canarias pasamos por Cabo Verde, pasamos por Fernando de Noronha en Brasil que tiene áreas protegidas y Patagonia argentina. Es importante porque tememos pocas áreas marinas protegidas, tenemos mucho trabajo por hacer. El gobernador de Chubut está muy metido en ese proyecto y ojalá se unan otros gobernadores porque en el país tenemos una biodiversidad enorme y es un atractivo turístico muy grande también.

—¿Estiman cuándo?

—No, ¡recién llegamos!

—Tuvo mucha repercusión en los medios tu viaje, ¿te sorprendió? ¿Pudiste seguir lo que pasaba acá?

—Mucho no vi porque las veces que nos conectábamos lo hacíamos para las charlas o subir información o a veces no conectaba. Pero ojalá sea una buena ola para que nos sigan apoyando.

—Con las imágenes que grabaron van a hacer un documental, ¿ya sabés cuándo o por dónde saldría?

—Estamos teniendo un montón de charlas con opciones, pero no quisimos reservarnos el material, nos pareció importante ir compartiendo el día a día. Por eso hicimos también el canal de YouTube, para ir compartiendo videos y contar las etapas de a poco. Y así se genera un proyecto dentro de esto, pero con el mismo ímpetu y el mismo mensaje de mostrar esa belleza que hay, que se puede conservar y disfrutar.

—¿Qué le dirías a la Juana Viale que de niña quería ser bióloga marina?

—En realidad se lo diría a cualquier persona, que es un poco lo que decimos en las charlas en colegios: hay que seguir esa intuición que uno tiene adentro, no hay que abandonarla. A veces el camino no es recto, pero no hay que dejar esos deseos nunca.

—No todos pueden emprender una aventura como esta, pero sí hay pequeñas acciones para hacer desde casa, ¿qué se puede hacer para cuidar el planeta?

—Mucho con el plástico. Podemos ir al mercado local, lo que se llama kilómetro cero, con nuestra bolsa en vez de comprar una de plástico, no comprar industrializado que viene empaquetado. Se puede hacer la botella de amor (tirar plásticos de un solo uso en una botella para no tener que arrojarlos a la basura), estupideces que son hábitos. Se puede compostar, hay muchas compoteras comunitarias, cooperativas que rejuntan el aceite. Hay que salir de la zona de confort y hacerse una pregunta más, hay muchas soluciones alternativas. Por ejemplo, cuando se compra un regalo en vez de comprar juguetes de plástico a los chicos, comprar de madera. Es cambiar de hábitos. Aunque entiendo que hay generaciones a las que hay cosas que les cuesta porque vienen chipeadas de otra manera por sus padres, pero uno tiene que romper patrones, es como la familia de abogados en la que el hijo no quiere ser abogado y finalmente no lo es. Hay que tener otra perspectiva y cambiar el filtro del lente para ver distinto. Es algo que se logra de a poco, nada es imposición. Comer sano o hacer deporte por ejemplo, son cosas que además tienen que ver con la salud.

—¿Siempre tuviste esta forma de actuar o ser madre ayudó o pensar “qué mundo le quedará a mis hijos”?

—No sé si el ser madre porque soy madre hace tanto que es un tema antiguo, me parece que siempre tuve algo con la naturaleza y con las cosas simples de la vida, siempre me conecté por ese lado y siendo incluso de una familia súper citadina por así decirlo.

—¿Tus hijos conectan de la misma forma?

—Siempre fue así porque es lo que se vive en el hogar y la educación en la escuela también es súper importante para generar hábitos y consciencia. Pero es lo que yo les intento transmitir y ojalá puedan seguir con esto. Estas generaciones vienen chipeadas distinto y tienen otro acceso a la información. Hicimos varias charlas con colegios desde el barco, empezamos con colegios de la Argentina y la idea va a ser que cada vez que vayamos a distintos países, organicemos para hacer pequeñas salidas con el barco con chicos para que puedan tener contacto y hablar de esta problemática y de lo importante que es la conservación.

—¿Los chicos son más permeables a escuchar, aprender y cambiar hábitos en pos de cuidar el planeta?

—Los jóvenes y las generaciones venideras vienen con una consciencia y con una conexión… pero es importante lo que los adultos les mostremos porque el niño en la vida imita lo que hace el adulto, entonces esto que se ha puesto de moda como el reciclaje no es la solución, es eficaz, pero hay que dejar de tener hábitos malos como fumar y otras costumbres que se han incorporado para hacer la vida más fácil, más rápida, como la industrialización de los alimentos.

—Desde cualquier lugar se pueden hacer pequeñas cosas para hacer grandes cambios…

—Hay que ir pensando, sintiendo, entendiendo que es una forma de vida y uno va a aprender con el paso de los años, el mensaje para todos es el granito de arena que se puede aportar. Mucha gente me decía: “¡qué lindo lo que están haciendo, es un puñado de semillas que van tendiendo!” Hay que intentarlo, si bien desde un lugar egoísta son cosas que le hacen bien a uno, si lo pensás desde un punto más ambicioso es cambiar pensamientos establecidos por generaciones. Es un win win para todos.

—¿Cómo sigue tu año?

—El domingo me clavo los tacos aguja y vuelvo a ponerme el uniforme para la mesa. Hay un proyecto para el teatro Regio para hacer en septiembre una obra que se llama Las Juanas (inspirada en la vida de Juana Manso, Juana De Arco, Juana Azurduy e Juana Inés de la Cruz) y hay dando vueltas una película en Brasil y en Uruguay, pero nada cerrado todavía.

 

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