Biografía de Bryan Singer (1965)

Bryan Singer se crió en Nueva Jersey en una casa de acogida judía. Desde joven mostró una sensibilidad por la imagen que lo llevó a estudiar Artes Visuales en la Universidad de Nueva York. Más tarde, cuando entendió que el cine era su verdadera vocación, se marcho a Los Ángeles para cursar Cine y Televisión. Tras graduarse hizo un corto llamado “Lion´s Den”, pero tardaría unos cuantos años en poder crear un largometraje. Estrenarse en la gran pantalla no fue, como suele pasar, un camino de rosas.

Bryan tuvo que acudir a una productora japonesa de bajo presupuesto para sacar a la luz su proyecto Public Access. Era una película hecha entre amigos: coescribió el guion con Christopher McQuarrie, un antiguo compañero de instituto, y la música corrió a cargo de su colega John Ottman, compositor habitual del director. Su estreno en 1993 fue modesto –no tuvo la difusión que se merecía– pero exitoso: la cinta recibió el Gran Premio del Jurado en Sundance. Era un film atrevido y original que contaba la historia de un pueblo idílico que se ve perturbado por la llegada de un extraño.

Ya en 1993 McQuarrie estaba rumiando una historia en la que cinco criminales se conocían en una rueda de identificación. Singer no tardó en sumarse al interesante proyecto. El resultado fue Sospechosos habituales, una cinta de intriga en la que la policía investiga el origen del incendio de un barco que causó la muerte de 27 personas. Su estreno en 1995 fue un éxito rotundo y hoy está considerada como una película de culto indispensable en las estanterías de los amantes del cine negro.

Su siguiente película fue Verano de corrupción, un thriller psicológico que adaptaba la novela homónima de Stephen King. Lo mejor de esta cinta fueron las actuaciones de su dúo protagonista formado Ian McKellen y Brad Renfro. Como sus dos predecesoras, la obra era original e impredecible. Esta vez Singer se atrevía a abordar el nazismo desde una nueva perspectiva, la de un niño que descubre que su vecino había estado en los campos de concentración. Volvería a retomar el tema nazi en el film conspiratorio para matar a Hitler Valkiria.

Cuando Bryan aceptó dirigir X-Men muchos no lo entendieron. Por su trayectoria, este cineasta parecía estar llamado a hacer cosas menos convencionales y más originales, pero lo que no sabían sus detractores es que tenía dos buenas razones para aceptar este trabajo. La primera era de índole personal: su condición de judío y homosexual hizo que el tema de los mutantes como minoría social le interesase mucho. La segunda tenía que ver con su concepción del cine. Él buscaba, siguiendo la estela de Tiburón, crear un entretenimiento que llegase al gran público sin renunciar a la calidad. Películas visualmente potentes, temáticamente sencillas. Historias para todos. Así, vio en el cine de superhéroes una forma de lograr este objetivo.

La saga de X-Men ha sido lo más reseñable que ha hecho después de Verano de Corrupción. Logró trasladar el universo del cómic al cine, contando con un gran reparto que repite entrega tras entrega. Sus mejores virtudes son la espectacularidad y la efectividad de los guiones. Con él se inició una regeneración del subgénero de cine de superhéroes que llegaría a su máxima expresión con la trilogía de Batman hecha por Christopher Nolan.

Es cierto que en su trayectoria hay tropiezos –Superman Returns, Jack el caza gigantes–, pero este director está teniendo una carrera más que digna en Hollywood. Ha hecho cine independiente de calidad y después ha conseguido crear una saga de blockbusters que no se agota. Espectacularidad y precisión en los guiones, interconexión entre películas separadas por varios años. El universo de los X-men es suyo y nadie puede quitarle este mérito. ¿Podía haber hecho cosas más interesantes? Puede que sí. ¿Podría hacerlo con más corazón? Difícilmente.