Resumen la abolición del hombre - Resúmenes de Ciencias de la Educación | Docsity
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Resumen la abolición del hombre, Resúmenes de Ciencias de la Educación

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Asignatura: Biologia y su didactica, Profesor: Escuni Escuni, Carrera: Educación Primaria, Universidad: UCM
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Subido el 02/05/2015
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¡Descarga Resumen la abolición del hombre y más Resúmenes en PDF de Ciencias de la Educación solo en Docsity! LA ABOLICIÓN DEL HOMBRE C. S. LEWIS 1943 ii ((La abolición del hombre)) es uno de los mejores alegatos que se han escrito en favor de la educación y los valores tradicionales que debeŕıa preservar. Su actualidad proviene del intento de usarla para falsear estos valores o elimi- narlos completamente sustituyéndolos por propaganda e ideoloǵıa. De ah́ı la necesidad de contar con argumentaciones sólidas y claras que oponer. Este es un librito clásico que reproducimos aqúı parcialmente. Hemos omitido las notas a pie de página y un apéndice. Ofrecemos aśı lo esencial de un texto que se edita ocasionalmente y siempre es dif́ıcil de encontrar, al menos en es- pañol, y al mismo tiempo ((preservamos)) en lo posible los derechos legales de los editores del libro estimulando al lector para que se haga con un ejemplar impreso. 3 Ningún estudiante será capaz de resistirse a la influencia que puede ejercer sobre él esa palabra ((solamente)). Desde luego, no quiero decir que de esta lecturá hará una inferencia consciente a una teoŕıa filosófica general de que todos los valores son subjetivos y triviales. El poder mismo de Gayo y Tito depende de que están tratando con un niño; un niño que cree estar estudian- do su tarea de lenguaje y que ni siquiera sospecha que la ética, la teoloǵıa y la poĺıtica están en juego. No le están inculcando una teoŕıa, sino un su- puesto; un supuesto dentro de diez años -ya olvidado su origen e inconsciente su presencia- lo condicionará para adoptar una posición determinada en una controversia que nunca advirtió que fuera tal. Los mismos autores, sospecho, apenas saben lo que le están haciendo al niño, y éste tampoco puede saberlo. Antes de considerar las credenciales filosóficas de la posición que Gayo y Ti- to han adoptado acerca del valor, quisiera presentar los resultados prácticos que dicha posición tiene en los procedimientos educacionales de los mismos autores. En el caṕıtulo cuatro, citan un anuncio rid́ıculo de un crucero de placer y proceden a inocular a sus alumnos contra ese tipo de redacción. El anun- cio nos informa que los que compren pasajes para este crucero ((atravesarán el Mar Occidental donde navegó Drake de Devon)), ((aventurándose tras los tesoros de las Indias)), y que también regresarán a casa con un ((tesoro)) de ((momentos dorados)) y de ((fulgurantes colores)). Sin duda, es mala forma de escritura: una explotación trivial de las emociones de asombro y placer que se siente al visitar lugares vinculados a la historia o la leyenda. Si Gayo y Tito hubieran trabajado con seriedad y enseñaran a sus lectores (como lo prometieron) el arte de la composición literaria, deb́ıan haber compara- do este anuncio con pasajes de grandes escritores en los cuales esta misma emoción estuviera bien expresada, y luego tendŕıan que haber mostrado en qué consist́ıan las diferencias. Podŕıan haber usado el famoso fragmento de Johnson, en Western Islands, que concluye: ((Poco hay que envidiar en un hombre cuyo patriotismo no se fortaleciera en la planicie de Maratón o cuya piedad no aumentara entre las ruinas de Iona)). Podŕıan haber considerado el pasaje de The Prelude ((Fuerza y poder, poder que crećıa con la fuerza)) donde Wordsworth describe esa primera vez que vislumbró la total antigüedad de Londres. Una lección que presentara dicha literatura junto al anuncio publi- citario, y que realmente discriminara entre lo bueno y lo malo, habŕıa sido digna de enseñarse. Habŕıa tenido alguna sangre y savia -los árboles del cono- cimiento y de la vida creciendo juntos-. También habŕıa tenido el mérito de ser una lección de literatura: un tema sobre el que Gayo y Tito, a pesar del propósito manifestado, están sumamente ((verdes)). 4 1. Hombres sin corazón Lo que en realidad hacen es indicar que el lujoso barco no navegará verda- deramente por donde lo hizo Drake, que los turistas no tendrán aventuras, que los tesoros con los cuales regresen serán sólo de naturaleza metafórica, y que un viaje a Margate podŕıa proporcionar ((todo el placer y el descanso)) que necesitasen. Todo esto es muy cierto: talentos inferiores a los de Gayo y Tito habŕıan bastado para descubrirlo. Lo que no advirtieron, o no les inter- esó, es la posibilidad de aplicar un tratamiento muy similar a mucha buena literatura que se ocupa de la misma emoción. Después de todo, ¿qué puede añadir, en lógica pura, la historia del temprano cristianismo británico a los motivos de piedad tal como se dan en el siglo dieciocho? ¿Por qué la posada de Wordsworth tiene que ser más cómoda o el aire de Londres más saludable sólo porque Londres ha existido durante tan largo tiempo? O, si en efecto hay algún obstáculo que impida que un cŕıtico desacredite a Johnson y a Wordsworth (y a Lamb, y a Virgilio, y a Thomas Browne, y a Walter de la Mare) en la misma forma en que El libro verde desacredita el anuncio, tampoco Gayo y Tito dan a sus lectores estudiantes la más mı́nima ayuda para que lo descubran. De este pasaje, el estudiante no aprenderá absolutamente nada de litera- tura. Lo que śı aprenderá bastante rápido, y quizá de manera indeleble, es la creencia de que todas las emociones provocadas por asociaciones de ideas son de suyo contrarias a la razón y despreciables. No habrá aprendido que existen dos formas de ser inmunes a anuncios de este tipo; que no surten ningún efecto ni en los que están por encima de ellos, ni en los que están por debajo: ni en el hombre verdaderamente sensible, ni en el mero simio con pantalones que nunca ha podido concebir el Atlántico como algo mas que millones de toneladas de agua salada fŕıa. Pues hay dos tipos de hombre a los que ofrecemos en vano falsos discursos sobre el patriotismo y el honor: uno es el cobarde; el otro, el hombre honorable y patriota. Nada de esto se presenta al niño. Por el contrario, se lo alienta a que rechace la atracción del ((Mar Occidental)), y ello sobre la peligrosa base de que, al hacerlo, de- mostrará que es un tipo listo a quien no se puede estafar. Gayo y Tito, sin enseñarle nada de letras, han privado a su alma, mucho antes de que esté en edad de elegir, de la posibilidad de tener algunas experiencias que pensadores con más autoridad han estimado generosas, fruct́ıferas y humanas. Sin embargo, no se trata sólo de Gayo y Tito. En otro librito, a cuyo autor llamaré Orbilio, se realiza la misma operación y con el mismo anestésico gene- ral. Orbilio elige desacreditar un fragmento rid́ıculo acerca de caballos, en que se alaba a estos animales por ser ((los abnegados sirvientes)) de los primeros 5 colonos en Australia. Y cae en la misma trampa que Gayo y Tito. Nada dice de Ruksh y Sleipnir ni de los llorosos corceles de Aquiles, ni del caballo de guerra del Libro de Job -ni siquiera del Hermano Rabito ni de Pedro Conejo- ni de la piedad prehistórica del hombre por ((nuestro hermano el buey)); na- da, en fin, de todo lo que ha significado el trato semiantropomórfico de las bestias en la historia humana ni de la literatura en que halla expresión noble o aguda. Tampoco se refiere a los problemas de la psicoloǵıa animal tal como los considera la ciencia. Se conforma con explicar que los caballos no están, secundum litteram interesados en la expansión colonial. Esta información es, en realidad, la única que entrega a sus alumnos. No les explica por qué la composición es mala, cuando otras, pasibles de la misma cŕıtica, son buenas. Y mucho menos aprenden de los dos tipos de hombre que, respectivamente, son impermeables a este tipo de escritura o pueden ser afectados por ella: el que de verdad conoce y ama a los caballos, no con ilusiones antropomórficas, sino con amor común; y el irredimible imbécil urbano para quien un caballo es sólo un anticuado medio de transporte. Habrán perdido alguna posibili- dad de encontrar placer en sus propias jacas y perros; habrán recibido algún incentivo hacia la crueldad o la negligencia; y se les habrá introducido en la mente algo de la tendencia a solazarse en su propia astucia. Esa habrá sido su clase de Lenguaje del d́ıa, aunque de Lenguaje no han aprendido nada. Se los ha despojado silenciosamente de otra pequeña porción de la herencia humana antes de que tuvieran edad para entender. Hasta ahora, he supuesto que profesores como Gayo y Tito no comprenden del todo lo que están haciendo ni es su intención producir las consecuencias de largo alcance que de hecho producen. Hay, por cierto, otra posibilidad. Lo que he llamado (suponiéndolos part́ıcipes de un determinado sistema tra- dicional de valores) el ((simio con pantalones)) y el ((imbécil urbano)) pueden ser precisamente el tipo de hombre que de verdad desean producir. Las di- ferencias entre nosotros pueden ser completas. Es posible que Gayo y Tito realmente sostengan que los sentimientos humanos comunes acerca del pa- sado, de los animales o de las grandes cataratas son contrarios a la razón, despreciables, y que se los debeŕıa erradicar. Quizá su intención es borrar los valores tradicionales y comenzar con un conjunto nuevo. Esta posición se analizará más adelante. Si tal es la postura que sostienen Gayo y Tito, debo, por el momento, conformarme con señalar que es una posición filosófica, y no literaria. Al incluirla en su libro, han sido injustos con el padre o el director que compra y obtiene la obra de filósofos aficionados cuando esperaba la de gramáticos profesionales. Cualquiera se molestaŕıa si su hijo regresara del dentista con los dientes intactos y la cabeza atestada de los obiter dicta del 8 1. Hombres sin corazón corrección, el orden, la Rta, con la satya o la verdad, la correspondencia con la realidad. Tal como Platón dice que el bien está más allá de la existencia, y Wordsworth que por la virtud las estrellas permanecen firmes, los maestros hindúes dicen que los dioses mismos nacen de la Rta y la obedecen. También los chinos hablan de algo grande (lo más grande), que llaman el Tao. Es la realidad más allá de toda calificación, el abismo que era antes que el Creador mismo. Es la Naturaleza, el Camino, el Sendero. Es el Camino por donde avanza el universo, el Camino de donde todo eternamente surge, silencioso y tranquilo, al espacio y al tiempo. También es el Camino que todo hombre debe hollar imitando esa progresión cósmica y supercósmica, confor- mando todas las actividades con ese gran ejemplo. ((En el ritual -dicen las Analectas- se privilegia la armońıa con la Naturaleza)). De manera similar los antiguos jud́ıos alaban la Ley por ser ((verdadera)). En adelante, y por razo- nes de brevedad, llamaré a todas las formas de esta concepción -platónica, aristotélica, estoica, cristiana y oriental- simplemente ((el Tao)). A muchos, algunas de sus versiones quizá puedan parecerles extrañas o incluso mágicas. Pero todas tienen en común algo que no podemos olvidar: la doctrina del va- lor objetivo, la convicción en que ciertas actitudes son realmente verdaderas, y otras realmente falsas, respecto de lo que es el universo y somos nosotros. Los que conocen el Tao pueden sostener que llamar encantadores a los niños o venerables a los ancianos no es sólo registrar un hecho psicológico acerca de momentáneas emociones parentales o filiales, sino reconocer una cualidad que nos exige una determinada respuesta, respondamos o no de este modo. Yo no disfruto de la compañ́ıa de niños pequeños; pero, como hablo desde el Tao, reconozco esto como un defecto mı́o, de la misma forma en que otro hombre puede reconocer que carece de óıdo musical o es daltónico. En esta concepción, nuestras aprobaciones y desaprobaciones son entonces reconoci- mientos de valor objetivo o respuestas a un orden objetivo y, por lo tanto, los estados emocionales pueden estar en armońıa con la razón (cuando sentimos agrado por lo que se debe aprobar) o no (cuando advertimos que algo nos debeŕıa producir agrado, pero no lo podemos sentir). Ninguna emoción es, en śı, un juicio; en este sentido, todas las emociones y sentimientos son a-lógicos. Pero pueden ser razonables o irrazonables según estén o no estén de acuerdo con la Razón. El corazón nunca reemplaza a la cabeza; pero puede, y debe, obedecerla. A todo esto es contrario el mundo de El libro verde. En él, la posibilidad misma de que un sentimiento sea razonable -o no razonable- se ha excluido desde el principio. Pues algo sólo puede ser razonable o no razonable si se 9 conforma o no con otra cosa. Decir que la catarata es sublime implica decir que nuestra emoción de humildad es apropiada o se ordena según la realidad y, de este modo, implica hablar de algo además de la emoción (como decir que un zapato calza bien no es hablar sólo de los zapatos, sino también de los pies). Pero esta referencia a algo más allá de la emoción es lo que Gayo y Tito excluyen de cada frase que contiene un predicado de valor. Esas afirmaciones, según ellos, sólo se refieren a la emoción. Entonces la emoción, considerada por śı sola, no puede estar de acuerdo o en desacuerdo con la Razón. Es irracional; no como lo es un paralogismo, sino como lo es un hecho f́ısico: ni siquiera se eleva a la dignidad de error. Desde esta perspectiva, el mundo de los hechos, sin indicio alguno de valor, y el mundo de los sentimientos, sin indicio alguno de verdad o falsedad, justicia o injusticia, se enfrentan, y ningún encuentro es posible. Por lo tanto, el problema educacional es totalmente distinto según se esté dentro o fuera del Tao. Para los que estén dentro, la tarea consiste en ejercitar en el alumno aquellas respuestas que son de por śı apropiadas, sin importar si alguien las está o no las está dando; ejercitar precisamente aquellas respuestas en cuyo ejercicio consiste la naturaleza del hombre. Los que están fuera, si son lógicos, deben considerar que todos los sentimien- tos son igualmente no racionales, meras nieblas entre nosotros y los objetos reales. Como resultado, deben decidir eliminar cuanto sea posible los senti- mientos de la mente del alumno; o inculcar ciertos sentimientos por razones que no tienen relación alguna con su ((Justicia)) o ((pertinencia intŕınseca)). Este último camino los compromete en la dudosa tarea de crear en otros por ((sugerencia)) o por conjuro, un espejismo que su propia razón ya ha disipado. Quizá esto quede más claro si consideramos un caso concreto. Cuando un padre romano le dećıa a su hijo que era dulce y apropiado (dulce et decorum) morir por la patria, créıa en lo que dećıa. Le comunicaba a su hijo una emoción que él compart́ıa, y que créıa estaba de acuerdo con el valor que su juicio discerńıa en una muerte noble. Le daba a su hijo lo mejor que teńıa, dándole de su esṕıritu para humanizarlo como le hab́ıa dado de su cuerpo para engendrarlo. Pero Gayo y Tito no pueden creer que al llamar dulce y apropiada a esta muerte se esté diciendo ((algo importante acerca de algo)). Su propio método de cŕıtica se volveŕıa en su contra si lo intentaran. Pues la muerte no es algo que se come y, por lo tanto, no puede ser dulce en sentido literal, como también es muy improbable que las sensaciones reales que la preceden sean dulces, ni siquiera por analoǵıa. Y en cuanto al decorum - aquello que es apropiado-, es sólo una palabra que describe lo que otras 10 1. Hombres sin corazón personas sentirán acerca de nuestra muerte cuando piensen en ella, lo que no ocurrirá a menudo y, sin duda, no nos hará ningún bien. Sólo quedan dos caminos disponibles para Gayo y Tito: O bien deben llegar hasta el final y desacreditar este sentimiento como lo hacen con cualquier otro. O bien deben empeñarse en producir, desde fuera, un sentimiento que, careciendo de valor para el alumno, puede costarle la vida, y ello porque a nosotros (los sobrevivientes) nos es útil que los jóvenes lo sientan. Si toman este segundo camino, la diferencia entre la antigua y la nueva educación será importante. Donde la antigua educación iniciaba, la nueva solamente condiciona. La antigua trataba a los alumnos como los pájaros adultos tratan a sus polluelos cuando les enseñan a volar; la nueva, más bien como un avicultor trata a los polluelos, criándolos para tal o cual propósito del que los pájaros nada saben. En śıntesis, la antigua era una especie de propagación -hombres transmitiendo humanidad a otros hombres-; la nueva, sólo propaganda. Habla a favor de Gayo y Tito el que adopten la primera alternativa. Ellos abominan de la propaganda; no porque su propia filosof́ıa permita condenarla (o condenar cualquier otra cosa), sino porque son mejores que sus principios. Es probable que sospechen vagamente (lo examinaré en mi próxima conferencia) que, si llegara a ser necesario, podŕıan ponderar ante los alumnos el coraje y la buena fe y la justicia sobre la base de lo que llamaŕıan fundamentos ((racionales)), ((biológicos)) o ((modernos)). Mientras tanto, dejan pendiente el tema ... continúan desmitificando. No obstante, este camino, aunque no tan inhumano, no es menos desastro- so que la alternativa de la propaganda ćınica. Supongamos por un instante que las virtudes más arduas puedan en verdad justificarse teóricamente sin recurrir al valor objetivo. Sigue siendo verdadero que ninguna justificación de la virtud capacita a un hombre para ser virtuoso. Sin la ayuda del entre- namiento de las emociones, el intelecto carece de poder frente al organismo animal. Yo preferiŕıa jugar a las cartas con un hombre escéptico acerca de la ética, pero educado para creer que ((un caballero no hace trampas)), que con un filósofo moral intachable que ha crecido entre estafadores. En una batalla, los silogismos no son lo que mantiene firmes músculos y nervios du- rante la tercera hora de bombardeo: más útil resulta el sentimentalismo más crudo (del tipo que Gayo y Tito abominan) en relación con una bandera, un páıs o un regimiento. Platón nos lo dijo hace mucho tiempo. Aśı como el rey gobierna mediante su ejecutivo, la Razón en el hombre debe gober- nar los meros apetitos mediante el ((vigoroso elemento)). La cabeza domina el estómago a través del corazón -el asiento, como Alanus nos dice, de la Caṕıtulo 2 El camino Bajo una única perspectiva trabaja el gentilhombre Confucio, Anales I.2 El resultado práctico de la educación según el esṕıritu de El libro verde es la destrucción de la sociedad que acepta dicho esṕıritu. Pero esto no supone, necesariamente, la refutación de la teoŕıa del subjetivismo de los valores. La verdadera doctrina debe ser tal, que si la aceptamos, estamos dispuestos a morir por ella. Nadie que hable desde el Tao podŕıa rechazarla por tal motivo. Pero todav́ıa no hemos llegado a ese punto. Existen dificultades teóricas en la filosof́ıa de Gayo y Tito. A pesar de lo subjetivos que puedan ser al considerar algunos de los valo- res tradicionales, Gayo y Tito, por el simple hecho de escribir El libro verde, han explicitado que deben existir otros valores en absoluto subjetivos. Ellos escriben con el fin de provocar determinadas imágenes mentales en las nue- vas generaciones: y no porque piensen que dichos esquemas mentales sean intŕınsecamente justo o buenos, sino, ciertamente, porque consideran a di- chas generaciones como el medio hacia un estado de la sociedad que estiman deseable. No seŕıa dif́ıcil (aunque śı fatigoso) recoger en varios pasajes de El libro verde cuál es su ideal; pero no es necesario hacerlo. Lo importante no es precisar la naturaleza del fin que persiguen, sino el hecho de que tal fin exista o no. Y debe existir, pues en caso contrario, este libro (siguiendo un razonamiento estrictamente pragmático) habŕıa sido escrito sin propósito al- guno. Además, este fin debe tener un valor real ante sus ojos. Eludir llamarlo ((bueno)) y utilizar, en su lugar, calificativos como ((necesario)), ((progresista)) 13 14 2. El camino o ((eficaz)) seŕıa un subterfugio. A través de una argumentación, se les podŕıa conminar a responder a las pregunas: ¿necesario para qué? ¿progresando ha- cia dónde? ¿con qué eficacia?; como último recurso, tendŕıan que admitir que el estado de la cuestión es, en su opinión, bueno para sus propios intereses. Y esta vez no podŕıan mantener que ((bueno)) simplemente refleja sus emociones sobre el tema, dado que el objetivo último de su libro es el de condicionar al joven lector para que comparta sus aseveraciones; y esto seŕıa empresa o de un loco o de un mezquino, salvo que consideraran que dichas aseveraciones fueran, de algún modo, válidas o correctas. De hecho Gayo y Tito se encontraŕıan sosteniendo, con un dogmatismo completamente acŕıtico, todo el sistema de valores que estuvo de moda entre los jóvenes de educación moderada de las clases profesionales en el periodo de entreguerras. Su escepticismo en relación a los valores es sólo superficial: es aplicable respecto a los valores de los demás, pero sobre su propio sistema de valores no son en absoluto escépticos. Y este fenómeno es muy habitual. La mayoŕıa de los que menoscaban los valores tradicionales o (como suelen llamarlos) ((sentimentales)), tienen sus propios valores que parece ser inmu- nes a tal proceso de descrédito. Proclaman estar cortando con el desarrollo ((parasitario)) del sentimiento, de la aquiescencia religiosa y de los tabúes heredados con el fin de que los valores ((reales)) o ((fundamentales)) puedan salir a flote. Intentaré a continuación descubrir qué sucede si se afronta este problema seriamente. Sigamos usando el ejemplo anterior -el de la muerte por una causa justa- pero no, por supuesto, porque la virtud sea el único valor o el martirio la única virtud, sino porque éste es el experimentum crucis que analiza diferentes sistemas de pensamiento del modo más clarificador. Supongamos que un ((innovador)) de valorres considera dulce et decorum y greater love hath no man como meros sentimientos irracionales que deben ser desterrados a fin de poder descender al terreno ((realista)) o ((fundamental)) de este valor. ¿Dónde encontraŕıa un terreno aśı? En primer lugar, podŕıa decir que el valor real se encuentra en la utili- dad que para la comunidad tiene un sacrifico de este tipo. ((Bueno)) -podŕıa decir- ((significa útil para la comunidad)). Pero, por supuesto, la muerte de la comunidad no es útil para la propia comunidad: únicamente podŕıa serlo la muerte de algunos de sus miembros. Lo que realmente se quiere decir es que la muerte de algunos hombres es útil para otros hombres. Eso es muy cierto: ¿pero cual es el fundamento por el que se les pide a algunos hombres que 15 mueran en el beneficio de otros? Cualquier apelación al orgullo, al honor, a la dignidad o al amor es excluida por hipótesis. Hacer uso de ello implicaŕıa reconsiderar el sentimiento, y la tarea del ((innovador)) es, una vez desligado de todo eso, explicar a los hombres, en términos de puro razonamiento, por qué se les pide que mueran para que otros puedan vivir. Podŕıa decir: ((A menos de que algunos corramos el riesgo de morir, todos nosotros moriremos con seguridad)). Pero eso será cierto tan sólo en un número muy limitado de casos; y aún siendo cierto, se podŕıa rebatir de modo muy razonable con- testando con la pregunta: ((¿Por qué he de ser yo uno de los que corran ese riesgo?)) LLegados a este punto, el ((innovador)) debeŕıa preguntarse por qué, des- pués de todo, el egoismo debeŕıa ser más ((racional)) o ((inteligente)) que el altruismo. Sea bienvenida la pregunta. Si por Razón entendemos el proce- so (es decir, el proceso de inducir por inferencia de proposiciones, derivadas en último extremo de datos sensoriales, proposiciones ulteriores) que siguen realmente Gayo y Tito cuando se ocupan de menoscabar los sentimientos, entonces la respuesta debe ser que rechazar sacrificarse uno mismo no es más racional que acceder a hacerlo. Ni tampoco es menos racional. Ningu- na elección es en absoluto racional o irracional. No se puede seguir ninguna conclusión práctica de las proposiciones referentes a hechos aislados. Esto preservará a la sociedad no puede llevar a haz esto salvo que medie el la sociedad debe ser protegida. Esto te costará la vida no puede llevar directa- mente a no hagas esto: sólo conducirá a ello si existe un deber consciente o un instinto de autoconservación. El ((innovador)) intenta obtener conclusiones en modo imperativo a partir de premisas formuladas en modo indicativo: y aunque lo intente eternamente no podrá tener éxito, porque tal cosa no es posible. Por consiguiente, deberemos ampliar la palabra Razón para incluir lo que nuestros antecesores llamaron Razón Práctica y confesar que juicios tales como la sociedad debe ser protegida (aunque éstos se puedan sostener sin la clase de Razón que Gayo y Tito exigen) no son simples sentimientos, sino que constituyen la racionalidad misma; o, en caso contrario, debemos eludir, de una vez por todas, el intento de encontrar un núcleo de valor ((racional)) más allá de los sentimientos que hemos menoscabado. El ((innovador)) no ele- girá la primera alternativa, puesto que los principios prácticos que todos los hombres conocen como Razón son, simplemente, el Tao que él pretende sus- tituir. Más bien decidirá evitar la búsqueda del núcleo ((racional)) e indagar en otros campos más ((realistas)) y ((fundamentales)). 18 2. El camino simplemente en lo indicativo. Finalmente, no tiene mucha utilidad preguntarse si existe algún instinto por el que preocuparse por la posteridad o por preservar la especie. Yo no lo descubro en mı́ mismo; además, soy un hombre poco propenso a pensar en el futuro lejano: prefiero leer con placer a Mr. Olaf Stapledon. Y me parece aún más dif́ıcil pensar que la mayoŕıa de la gente que se ha sentado en el asiento de enfrente en el autobús o que ha hecho cola a mi lado, sienta un impulso irreflexivo para hacer algo por la especie o por la posteridad. Sólo la gente educada de un modo particular ha podido tener en consideración la idea ((posteridad)). Es dif́ıcil atribuir al instinto nuestra actitud hacia un objeto que existe sólo para los hombres reflexivos. Lo que poseemos por naturaleza es un impulso para proteger a nuestros hijos o nietos: un impulso que se hace cada vez más débil conforme la imaginación se retrotrae hasta morir en los ((desiertos del abrumador futuro)). Ningún padre, guiado por este instinto, podŕıa soñar, por un instante siquiera, en anteponer las exigencias de sus hipotéticos descendientes a las del bebé que en ese momento chilla y patalea en la habitación. Los que aceptamos el Tao debeŕıamos, quizás, decir que tendŕıan que hacerlo: pero eso no está claro para los que consideran al instinto como la fuente de todo valor. En la medida en que pasamos del amor maternal a la planificación racional del futuro estamos pasando del terreno del instinto al de la elección y la reflexión: y si el instinto es el origen del valor, la planificación del futuro debeŕıa ser una cosa menos respetable y digna de menor consideración que el modo de hablarle a un bebé o los mimos de una madre cariñosa; o que las anécdotas de colegio más banales de un padre ya mayor. Si nos basamos en el instinto, estas cosas son lo sustancial, y la preocupación por el futuro la sombra; la enorme sombra danzante de la felicidad infantil proyectada sobre la pantalla de un futuro incierto. No digo que esta proyección sea algo malo: pero, en tal caso, no creo que el instinto sea la cimentación de los juicios de valor. Lo que es absurdo es exigir que la preocupación por el futuro encuentre su justificación en el instinto y después mofarse en cada momento del único instinto en el que se supone que se sustenta, apartando a los niños del regazo de la madre y llevándolos a la guardeŕıa o al parvulario en aras de progreso de la raza venidera. La verdad, aśı, se pone de manifiesto finalmente; ni a través de determina- das operaciones, manejando proposiciones de hecho, ni apelando al instinto puede el ((innovador)) encontrar fundamento para su sistema de valores. Nin- guno de los principios que le son necesarios los va a encontrar en tales posi- ciones: pero śı los debe encontrar en algún otro sitio. ((Todo cuanto alcanzan 19 a abarcar los cuatro mares lo siento como hermano mı́o)) (XII,5) dice Confu- cio del Chiintzu, el cuor gentil o gentilhombre. Humanum a me alienum puto dice el estoico. ((Haz tú como si lo hicieran contigo)) dice Jesus. ((La humani- dad debe ser preservada)) dice Locke. Todos los principios prácticos que hay detrás del problema que se le plantea al ((innovador)) acerca de la posteridad, o de la sociedad, o de la especie, están, desde tiempo inmemorial, en el Tao. Y en ningún otro sitio; salvo que uno acepte sin resquicio de duda que esto es al mundo de la acción lo que los axiomas son al mundo de la teoŕıa, no se puede encontrar ningún género de principios prácticos. Y además, no se puede llegar a ellos como conclusiones: son premisas. Se les puede considerar -puesto que no existe una ((razón)) para ellos de la clase de razón que exigen Gayo y Tito- sentimientos: pero, en tal caso, se deben dejar de comparar los valores ((reales)) o ((racionales)) con el valor sentimental. En tal supuesto, todo valor seŕıa sentimental; y se debe admitir (so pena de desestimar cualquier valor) que todo sentimiento no es algo ((simplemente)) subjetivo. Se les debe considerar, por otra parte, tan racionales -o, más bien, tan la racionalidad misma-, como las cosas más obvias y razonables, aquellas que ni exigen ni ad- miten verificación alguna. Pero entonces se debe admitir que la Razón pueda ser práctica, que un debeŕıa no se debe despachar tranquilamente porque no pueda generar un es que lo acredite. Si nada es evidente en śı mismo, nada se puede demostrar. Del mismo modo, si nada es obligatorio por śı mismo, nada es en absoluto obligatorio. A alguien le podŕıa parecer que he encubierto, simplemente, bajo otro nombre lo que siempre se entendió por instinto básico o fundamental. Pe- ro las implicaciones van mucho más allá del simple juego de palabras. El ((innovador)) ataca los valores tradicionales (el Tao) en defensa de lo que él, en principio, cree que son (bajo un punto de vista muy particular) valores ((racionales)) o ((biológicos)). Pero como hemos visto, todos los valores que utiliza para atacar el Tao, y que cree sustitutorios del mismo, se derivan del propio Tao. Si él realmente se ha remontado de nuevo a la ĺınea de parti- da, siendo ajeno a la tradición humana en el terreno de los valores, ningún subterfugio le puede haber ayudado a avanzar ni siquiera un metro en la concepción por la que un hombre debeŕıa morir por la comunidad o trabajar para la posteridad. Si falla el Tao, fallan con él las propias concepciones del ((innovador)) respecto a los valores. Ninguna de ellas puede exigir una auto- ridad distinta a la del Tao. Únicamente gracias a ciertos aspectos del Tao que él ha heredado está capacitado para atacarlo. La cuestión es, por tanto, qué autoridad tiene él para aceptar ciertos aspectos del Tao y rechazar otros. Puesto que los aspectos que rechaza no tienen autoridad alguna, tampoco la 20 2. El camino tienen los que acepta; y si lo que acepta es válido, también lo es lo que no acepta. El ((innovador)), por ejemplo, valora muy positivamente los anhelos de pos- teridad. No puede encotrar otra exigencia de posteridad válida que no sea el instinto o (en el sentido moderno) la razón. De hecho, está deduciendo nuestro deber hacia la posteridad a partir del Tao; nuestro deber de hacer el bien a todos los hombres es un axioma de la Razón Práctica, y nuestro deber de hacer el bien a nuestros descendientes se deduce claramente de ella. Pero, entonces, sea cual fuere la modalidad del Tao que haya llegado hasta nosotros, junto al deber frente a nuestros hijos y descendientes está el deber para con nuestros padres y nuestros ancestros. ¿En base a qué aceptamos lo uno y rechazamos lo otro? Nuevamente, el ((innovador)) puede anteponer un criterio económico: alimentar y vestir a la gente es el gran fin; en pos de él, se deben dejar de lado los escrúpulos respecto a la justicia y a la buena fe. El Tao, por supuesto, concuerda con él en la necesidad de alimentar y vestir a la gente; a menos de que el ((innovador)) se apoyara en el Tao, nunca podŕıa haber aprendido tal deber. Pero junto a éste, en el Tao se encuentran esas exigencias de justicia y buena fe que está dispuesto a desdeñar. ¿Cuál es su justificación? Él puede ser jingoista, racista, nacionalista radical; uno que sostiene que el progreso de su pueblo es el fin al que hay que supeditar todo lo demás. Pero ningún tipo de observación de los hechos, ninguna ape- lación al instinto podrá cimentar esta opinión. Una vez más, está, de hecho, deduciéndolo a partir del Tao: un deber contráıdo con nuestra gente, por el simple hecho de serlo; parte de la moral tradicional. Pero, junto a este de- ber -y limitándolo- , en el Tao subyacen los inalienables deseos de justicia y la norma por la que, en la Larga Carrera, todos los hombres son nuestros hermanos. ¿De dónde le viene al ((innovador)) la autoridad para seleccionar y decidir? Puesto que no encuentro respuestas para estas preguntas, extraigo las si- guientes conclusiones. Lo que he llamado por convenio Tao y que otros llaman Ley Natural o Moral Tradicional o Principios Básicos de la Razón Práctica o Fundamentos Últimos, no es uno cualquiera de entre los posibles sistemas de valores. Es la fuente única de todo juicio de valor. Si se rechaza, se rechaza todo valor. Si se salva algún valor, todo él se salva. El esfuerzo por refutar- lo y construir un nuevo sistema de valores en su lugar es contradictorio en śı mismo. Nunca ha habido, y nunca habrá, un juicio de valor radicalmente nuevo en la historia de la humanidad. Lo que pretenden ser nuevos sistemas o (como ahora se llaman) ((ideoloǵıas)), consisten en aspectos del propio Tao, 23 Con el fin de evitar malos entendidos, tengo que añadir que, a pesar de ser yo mismo téısta, e incluso cristiano, no estoy aqúı esbozando ningún argumento indirecto a favor del téısmo. Tan sólo estoy argumentando que si debemos tener ((de algún modo)) valores, debemos aceptar los principios últimos de la Razón Práctica como algo con validez absoluta; aśı, cualquier tentativa, siendo escépticos en este punto, de volver a introducir el valor más abajo, sobre una base supuestamente más ((realista)), está condenada al fracaso. Que esta posición implique un origen sobrenatural del Tao o no, no es una cuestión que me interese precisar aqúı. Entonces, ¿cómo se puede esperar que la mente moderna acepte la conclu- sión a la que hemos llegado? Este Tao al que parece que debemos atender como algo absoluto es, simplemente, un fenómeno como cualquier otro: el reflejo en las mentes de nuestros antepasados del ritmo que la agricultura impońıa a sus vidas o, incluso, de su fisioloǵıa. Hasta ahora sabemos cómo se producen, en teoŕıa, tales fenómenos: pronto lo sabremos con detalles; y, eventualmente seremos capaces de producirlos a voluntad. Por supuesto, cuando no sab́ıamos de qué modo se creó la mente, aceptamos este acceso- rio mental como un dato, incluso como un amo. Aun aśı, muchos objetos en la naturaleza que fueron nuestros amos se han convertido en nuestros es- clavos. ¿Por qué no también éste? ¿Por qué se debe quedar corta nuestra conquista de la naturaleza, en estúpida reverencia, ante este elemento último y resistente de la ((naturaleza)) que hasta ahora se ha llamado conciencia del hombre? Nos amenazan con oscuros desastres si nos apartamos de ella: pero nos han amenazado en ese sentido los oscurantistas a cada paso de nuestro caminar, y todas las veces se ha mostrado falsa tal amenaza. Dicen que nos quedaremos sin valores si nos apartamos del Tao. Muy bien: probablemente, descubriremos que podemos desenvolvernos con comodidad sin ellos. Consi- deremos todas las ideas sobre lo que tenemos que hacer únicamente como una interesante rémora psicológica: apartémonos de todo eso y empecemos a hacer lo que nos plazca. Decidamos por nosotros mismos lo que debe ser el hombre y hagamos que lo sea: pero no sobre la base de un valor imaginado, sino porque queremos que sea eso y no otra cosa. Una vez dominado nuestro entorno, dominémonos a nosotros mismos y elijamos nuestro propio destino. Esta es una posición muy plausible: y a los que la sostienen no se les puede acusar de contradictorios como a los escépticos sin corazón que aún esperan encontrar valores ((reales)) cuando han desechado los tradicionales. Esto último supone el rechazo total del concepto de valor. Necesitaré otra lección para considerarlo. 24 2. El camino Caṕıtulo 3 La abolición del hombre ((La conquista de la Naturaleza por parte del hombre)) es una expresión utilizada habitualmente para describir el progreso de las ciencias aplicadas. ((El Hombre ha derrotado a la Naturaleza)), le dijo alguien a un amigo mı́o hace poco tiempo. En su contexto, estas palabras teńıan una cierta trágica belleza, pues quien las pronunciaba se estaba muriendo de turberculosis. ((No importa)), siguió diciendo; ((Sé que soy una de las bajas. Está claro que hay bajas tanto en la parte ganadora como en la perdedora. Pero eso no altera el hecho de que sea ganadora)). He elegido esta historia como punto de par- tida con el fin de poner en claro que no deseo menospreciar todo lo que de verdaderamente beneficioso existe en el proceso descrito como ”La conquista humana”, y mucho menos toda la verdadera pasión y el sacrificio personal que lo han hecho posible. Pero una vez dicho esto, debo proceder a anali- zar esta concepción un poco más de cerca. ¿En qué sentido es el Hombre el poseedor de un poder creciente sobre la naturaleza? Consideremos tres ejemplos t́ıpicos: el avión, la radio y los anticonceptivos. En una comunidad civilizada y en tiempos de paz, cualquiera que se lo pueda permitir puede hacer uso de estas tres cosas. Pero no se puede decir estricta- mente que quien lo hace esté ejercitando su poder personal o individual sobre la Naturaleza. Si te pago para que me lleves no se puede decir que yo sea un hombre con podeŕıo. Todas y cada una de las tres cosas que he mencionado les pueden ser negadas a algunos hombres por parte de otros hombres: por los que las venden, o por los que permiten la venta, o por los que poseen los medios de producción o por quienes los producen. Lo que llamamos el poder del Hombre es, en realidad, un poder que poseen algunos hombres, que pueden permitir o no que el resto de los hombres se beneficien de él. De nuevo, en lo que se refiere al poder del avión o de la radio, el Hombre es tan- to el paciente u objeto como el poseedor de tal poder, puesto que es blanco 25 28 3. La abolición del hombre libres para hacer de nuestra especie aquello que deseemos. La batalla estará, ciertamente, ganada. ¿Pero quién, en concreto, la habrá ganado? El poder del Hombre para hacer de śı mismo lo que le plazca significa, como hemos visto, el poder de algunos hombres para hacer de otros lo que les place. No cabe duda de que siempre, a lo largo de la historia, la educación y la cultura, de algún modo, han pretendido ejercer dicho poder. Pero la situación que tenemos en ciernes es novedosa en dos aspectos. En primer lugar, el poder estará magnificado. Hasta ahora, los planes educativos han logrado poco de lo que pretend́ıan y de hecho, cuando los repasamos ( cómo Platón considera a cada niño ((un bastardo que se refugia tras un pupitre)), y cómo Elyot deseaŕıa que el niño no viese hombre alguno hasta los siete años y, cumplida esta edad, no viese a ninguna mujer, y cómo Locke quiere a los niños con zapatos rotos y sin aptitudes para la poeśıa) podemos agradecer la beneficiosa obstinación de las madres reales, de las niñeras reales, y, sobre todo, de los niños reales por mantener la raza humana en el grado de salud que todav́ıa tiene. Pero los que moldeen al hombre en esta nueva era estarán armados con los poderes de un estado omnicompetente y una irresistible tecnoloǵıa cient́ıfica: se obtendrá finalmente una raza de manipuladores que podrán, verdaderamente, moldear la posteridad a su antojo. La segunda diferencia es, si cabe, más importante aún. En los antiguos sistemas, tanto el tipo de hombre que los educadores han pretendido producir como sus motivos para hacerlo estaban prescritos por el Tao: una norma a la que estaban sujetos los propios maestros y frente a la que no pretend́ıan tener la libertad de desviarse. No aquilataban a los hombres según un esquema por ellos preestablecido. Manejaban lo que hab́ıan recibido: iniciaban al joven neófito en el misterio de la humanidad que a ambos concerńıa; es decir: los pájaros adultos enseñando a volar a los jóvenes. Pero esto se modificará. Los valores no son simplemente fenómenos naturales. Se pretende generar juicios de valor en el alumno como resultado de una manipulación. Sea cual fuere el Tao, será el resultado y no el motivo de la educación. Los Manipuladores se han emancipado de todo esto. Han conquistado una parcela más de la Naturaleza. El origen último de toda acción humana ya no es, para ellos, algo dado. Es algo que manejan, como se hace con la electricidad: es misión de los Manipuladores controlar dicho origen y no someterse a él. Saben cómo concienciar y qué tipo de conciencia suscitar. Ellos se sitúan aparte, por encima. Estamos considerando el último eslabón de la lucha del Hombre ante la Naturaleza. La última victoria se ha producido. La naturaleza humana ha sido conquistada y también, por consiguiente, ha conquistado, sea cual fuere 29 el sentido de dichas palabras. Los Manipuladores, en ese punto, estarán en condiciones de elegir el tipo de Tao artificial que quieran imponer, según sus propias razones adecuadas, sobre la raza humana. Son los motivadores, los creadores de motivos. ¿Pero a partir de dónde sacarán ellos esos motivos? En principio, quizás tengan reminiscencias en sus propias mentes del an- tiguo Tao natural. Por tanto, se considerarán a śı mismos como servidores y guardianes de la humanidad y creerán tener el ((deber)) de hacerlo ((bien)). Pero sólo la confusión les permitirá permanecer en esta situación. Consideran el concepto de deber como el resultado de ciertos procesos que ahora pue- den gobernar. Su victoria ha consistido, precisamente, en pasar del estado en que eran objetos de dichos procesos al estado en que los utilizan como herramientas. Una de las cosas que deben decidir ahora es si condionarnos al resto de tal modo que podamos seguir teniendo la vieja idea del deber y las antiguas reacciones ante él. ¿De qué manera les puede ayudar el deber a decidir una cosa aśı? Someten a juicio el propio deber: pero en dicho juicio el deber no puede ser al tiempo juez. Y, aśı, lo intŕınsecamente ((bueno)) se queda estancado, no mejora. Saben con precisión cómo producir en nosotros una docena de concepciones diferentes del bien. La cuestión es cuál de ellas se lleva a la práctica, en caso de que se lleve alguna. Ninguna de las distintas concepciones del bien les puede ayudar a decidir. Es absurdo centrarse en algo que se compara para hacerlo modelo de comparación. A alguien le podŕıa parecer que estoy imaginando dificultades ficticias para mis Manipuladores. Otros cŕıticos, más ingenuos, podŕıan preguntar: ((¿Por qué presupones que son tan malvados?)) Sin embargo, yo no presupongo que sean hombres malvados, pues ni siquiera son ya hombres -en el antiguo senti- do de la palabra-. Son, si se quiere, hombres que han sacrificado su parte de humanidad tradicional a fin de dedicarse a decidir lo que a partir de ahora ha de ser la ((Humanidad)). ((Bueno)) y ((malo)), aplicadas a ellos, son pala- bras vaćıas, puesto que el contenido de las mismas se deriva, en adelante, de ellos mismos. No es ficticia, por consiguiente, la dificultad. Podemos suponer que fue posible decir: ((Después de todo, la mayoŕıa queremos más o menos lo mismo: comida, bebida e intercambios sexuales, diversión, arte, ciencia, y una vida lo más larga posible para los individuos y para la especie. Digámos- les, simplemente: Esto es lo que nos gusta; y manipulemos a los hombres de modo que logremos el objetivo. ¿Cual es el problema?)) Pero no es ésta la respuesta. En primer lugar, es falso que a todos nos gusten las mismas cosas. 30 3. La abolición del hombre Pero aunque aśı fuera, ¿qué motivo impulsa a los Manipuladores a despreciar satisfacciones y vivir d́ıas laboriosos a fin de que, en el futuro, tengamos lo que nos gusta? ¿Su deber? Su deber no es otro que el Tao, que decidirán si imponernos o no, pero que no será válido para ellos. Si lo aceptan ya no seŕıan los que deciden sobre las conciencias, sino que aún estaŕıan sujetos al Tao y, en tal caso, no habŕıa acontecido la conquista definitiva de la Naturaleza. ¿La preservación de las especies? ¿Por qué han de ser protegidas las espe- cies? Uno de los problemas que dejaŕıan tras ellos seŕıa si a este sentimiento hacia la posteridad (que bien saben ellos cómo producir) se le debe dar o no continuidad. No importa cuanto se retrotraigan o cuanto profundicen, pues no encontrarán base alguna sobre la que fundamentarlo. Todo motivo que pretendan poner en juego se convertirá, de primeras, en petitio. No es que sean hombres malvados; es que no son hombres en absoluto. Apartándose del Tao han dado un paso hacia el vaćıo. Y no es que sean, necesariamente, gente infeliz. Es que no son hombres en absoluto: son artefactos. La conquista final del Hombre ha demostrado ser la abolición del Hombre. Pero no se detendrán aqúı los Manipuladores. Donde acabo de decir que todos los motivos les han fallado, debeŕıa haber dicho que les han fallado todos menos uno. Cualquier motivo cuya validez pretenda tener un peso más allá del sentimiento experimentado en un momento dado, les ha fallado. Se ha justificado todo salvo el sic volo, sic iubeo. Pero lo que nunca precisó de objetividad no lo puede destruir el subjetivismo. El impulso para rascarme cuando algo me pica o de desmontar un objeto cuando tengo curiosidad por él es indiferente frente al hecho de que estas acciones resulten ser fatales para mi justicia, mi honor o mi preocupación por la posteridad. Cuando todo el que dice ((Es bueno)) es menospreciado, prevalece el que dice ((Yo quiero)); y no se puede refutar ni esclareceer porque nunca se tuvo la pretensión de hacerlo. Los Manipuladores, por tanto, se motivan simplemente por su pro- pia apetencia. No estoy hablando aqúı de la corrupta influencia del poder, ni pretendo expresar el temor de que los manipuladores degeneren bajo la influencia del mismo. Las auténticas palabras corrupto y degenerado implican una doctrina de valores y, por tanto no tiene sentido en este contexto. Mi punto de vista es que quienes se mantienen al margen de todo juicio de valor no pueden tener fundamento alguno para preferir uno de sus impulsos a otro más allá de la fuerza sentimental de los mismos. Podemos, leǵıtimamente, esperar que de entre todos los impulsos que lle- gan a mentes aśı vaciadas de todo motivo ((racional)) o ((espiritual)), algunos de ellos sean bondadosos. Dudo mucho de que estos impulsos bondadosos, 33 que imaginamos, y que la antigua oposición a Galileo o a los que desenterra- ban cadáveres con fines investigadores es, simplemente, oscurantismo. Pero esto es sólo parte de la historia. De entre los cient́ıficos modernos, no es el más grande el que percibe con seguridad que el objeto, una vez eliminadas sus propiedades cualitativas y reducido a mera cantidad, es totalmente real. Los cient́ıficos pequeños, y los pequeños seguidores acient́ıficos de la ciencia, śı podŕıan pensar eso. Las grandes mentes saben muy bien que el objeto, si se manipula de este modo, es una abstracción artificial, porque se han omitido aspectos de su realidad. Bajo este punto de vista, la conquista de la Naturaleza se nos presenta ante una nueva luz. Reducimos las cosas a mera Naturaleza con el fin de poder ((conquistarlas)). Siempre estamos conquistando la Naturaleza, ya que ((Naturaleza)) es el nombre que damos a lo que hemos conquistado de algún modo. El precio que se paga por la conquista es el de tratar las cosas como mera Naturaleza. Toda conquista de la Naturaleza incrementa el poder de ésta. Las estrellas no son Naturaleza mientras no podemos pesarlas y medir- las; el alma no es Naturaleza mientras no podemos psicoanalizarla. Arrebatar potencia a la Naturaleza es también hacer capitular las cosas ante la Natura- leza. En la medida en que este proceso se detiene cerca de la escena final, bien se puede sostener que los beneficios superan a los inconvenientes. Pero tan pronto como afrontamos el peldaño final de reducir nuestra propia especie al nivel de mera Naturaleza, todo el proceso se viene abajo, pues esta vez el su- jeto que pretende obtener beneficios y el que resulta ser sacrificado coinciden. Este es uno de los muchos ejemplos en los que desarrollar un principio hacia lo que parece ser su conclusión lógica produce un evidente absurdo. Es como aquel irlandés que se dio cuenta de que un determinado tipo de estufa redućıa a la mitad la factura de combustible y llegó a la conclusión de que usando dos de esas estufas podŕıa calentar su casa sin utlizar combustible. Es la ganga que nos ofrece el mago: entrega tu alma, recibe poder a cambio. Pero una vez que hayamos entregado nuestras almas, es decir, que entregamos nuestras personas, el poder que se nos otorga no nos pertenecerá. Seremos, de hecho, esclavos y marionetas de aquello a lo que hayamos entregado nuestras almas: del poder del hombre para considerarse a śı mismo como mero ((objeto natu- ral)) y para considerar sus juicios de valor como materia prima sujeta a libre manipulación cient́ıfica. La objeción para proceder de tal modo no reside en el hecho de que este punto de vista sea desagradable o repulsivo (como la primera vez que se está en un quirófano) mientras nos acostumbramos a él: el desagrado y la impresión son como mucho una advertencia y un śıntoma. La verdadera objeción es que si el hombre elige tratarse a śı mismo como 34 3. La abolición del hombre materia prima, se convertirá en materia prima; no en materia prima a ma- nipular por śı mismo, como con condescendencia imagina, sino a manipular por la simple apetencia, es decir, por la mera Naturaleza, personalizada en sus deshumanizados Manipuladores. Hemos estado intentando, como el rey Lear, jugar en dos frentes: entregar nuestras prerrogativas humanas y, al tiempo, retenerlas. Y esto es imposible. O somos esṕıritus racionales obligados a obedecer por siempre los valores absolutos del Tao, o bien somos mera materia prima a amasar y moldear según las apetencias de los amos, quienes, por hipótesis, no tienen otro motivo que sus impulsos ((naturales)). Sólo el Tao proporciona una ley humana de actuación común a todos, ley que abarca a legisladores y a leyes a un tiempo. Una creencia dogmática en un valor objetivo es necesaria a la idea misma de una norma que no se convierta en tirańıa, y una obediencia que no se convierta en esclavitud. No estoy pensando aqúı exclusivamente, ni siquiera principalmente, en quienes son por el momento nuestros enemigos públicos. El proceso que, de no ser revisado, llevaŕıa a la abolición del Hombre se extiende deprisa tanto entre comunistas y demócratas, como entre fascistas. Los métodos pueden diferir (en un primer momento) en el grado de brutalidad. Muchos cient́ıficos con anteojos y mirada candorosa, muchos actores populares, muchos filósofos aficionados entre nosotros tienen la misma significación de cara a la Larga Carrera que nos legisladores nazis en Alemania. Los valores tradicionales deben ser menospreciados y la humanidad se debe adaptar a un molde fresco hecho a voluntad (voluntad que debe ser, por hipótesis, arbitraria) de algunos pocos afortunados de entre una generación afortunada que han aprendido cómo hacerlo. La creencia de que podemos inventar ((ideoloǵıas)) a placer, y el consiguiente trato que se le da a la humanidad como meros espećımenes, como amasijos, llega a afectar incluso a nuestro lenguaje. Ayer matamos a los hombres malvados: ahora acabamos con los elementos insociables. La virtud se ha convertido en integración, y la diligencia en dinamismo, y los chicos que parecen dignos de consideración son ((potenciales funcionarios)). Lo más digno de todo, las virtudes de la prudencia y la moderación, e incluso la inteligencia ordinaria, es resistencia al mercado. El verdadero significado de lo que hay en juego se ha ocultado con la utiliza- ción del Hombre abstracto. No es que la palabra Hombre sea necesariamente una abstracción. En el Tao mismo, en la medida en que permanecemos en él, nos damos cuenta de que la realidad concreta en la que participamos es la 35 de ser verdaderamente hombres: la voluntad real y común y la razón común de la humanidad, viva, creciendo como un árbol y buscando nuevas direc- ciones -según las circunstancias- de expresión de lo bello y aplicación de lo digno. Mientras hablamos desde dentro del Tao podemos hablar del Hombre con poder sobre śı mismo en un sentido verdaderamente análogo a un au- tocontrol individual. Pero en el momento en que nos apartamos del Tao y lo consideramos como mero producto subjetivo, tal posibilidad desaparece. Lo que tienen ahora en común los hombres es una abstracción universal, un máximo común divisor, y la Conquista de uno mismo por parte del Hombre significa simplemente el establecimiento de la norma de los Manipuladores sobre el material humano manipulado, el mundo de la post-humanidad que, unos consciente y otros inconscientemente, todos los hombres de todas las naciones en este momento trabajan por lograr. Nada de lo que pueda decir puede hacer desistir a algunos de calificar estas páginas como un ataque a la ciencia. Rechazo la acusación, por supuesto: y los verdaderos Filósofos de la Naturaleza (todav́ıa quedan algunos vivos) se darán cuenta que en la defensa de los valores estoy defendiendo inter alia el valor del conocimiento, que muere como cualquier otra cosa cuando se le cortan las ráıces que le unen al Tao. Pero aún puedo ir más lejos. Sugiero que desde la propia Ciencia puede venir el remedio. He calificado como la ((ganga de un mago)) el proceso por el que el hombre entrega objeto tras objeto, y en último término a śı mismo, a la Naturaleza, esperando adquirir poder en contrapartida. Y expliqué dicha afirmación. El hecho de que el cient́ıfico haya tenido éxito mientras que el mago ha fracasado, ha contrastado de tal modo ambas posiciones de cara al saber popular que la verdadera historia del nacimiento de la Ciencia ha sido mal interpretada. Es posible incluso encontrar a gente que escribe sobre el siglo XVI como si lo Mágico hubiera sido una herencia medieval y la Ciencia la cosa novedosa que surgió en un momento dado y elimin del mapa a lo Mágico. Los que han estudiado dicho periodo conocen mejor la historia. Hubo muy poco de mágico en el Medievo: son los siglos XVI y XVII la eclosión de lo mágico. El verdadero esfuerzo mágico y el verdadero esfuerzo cient́ıfico son hermanos gemelos: uno estaba enfermo y pereció, y el otro estaba sano y prosperó. Pero fueron hermanos gemelos. Nacieron a partir del mismo impulso. Admito que algunos de los primeros cient́ıficos (pero no ciertamente todos) pudieran surgir por puro amor al conocimiento. Pero si consideramos el temperamento de dicha época como un todo podemos discernir acerca del impulso del que estoy hablando.