El lodo (2021), de Iñaki Sánchez Arrieta

A Ricardo, prestigioso biólogo que ha trabajado en Estados Unidos y Brasil, le contratan para trabajar en la zona en la que pasó su infancia, a orillas de la laguna de la Albufera valenciana, para proteger al chorlitejo, un ave en peligro de extinción, y otras especies naturales. Le acompañan su esposa y su hija, con las que se instala en un lujoso caserón, aislado en la naturaleza. Por desgracia, los lugareños no se toman muy bien su llegada, pues se ven amenazados porque pretende racionarles el regadío, y poner en marcha otras medidas que les impedirán seguir gestionando sus cultivos como toda la vida.

Segundo largometraje del valenciano Iñaki Sánchez Arrieta, tras la esforzada pero fallida Zerø. Ha contado con un presupuesto más holgado, lo que se traduce sobre todo en la presencia de actores más reconocidos en el reparto. De nuevo exhibe sus virtudes para una puesta en escena sólida y para supervisar aspectos técnicos como la cuidada fotografía, en privilegiados escenarios naturales. Logra tensión en algunas secuencias, que parecen haber tomado como punto de referencia Perros de paja, de Sam Peckinpah.

Se agradece que parta de un tema de interés, el choque entre la modernidad, con su obsesión por los valores ecológicos, y la tradición, representada por quienes viven en plena naturaleza, desempeñando labores como la agricultura, o como barqueros, sin que los burócratas tengan muy en cuenta que están condenando a pasar hambre a muchas personas, cuando toman medidas de cara a demostrar lo “solidarios” que son, de cara a la galería. Pero Sánchez Arrieta vuelve a fallar en el mismo punto que en su ópera prima, no ha partido de un guión sólido, escollo que no logra superar.

No acaban de estar bien explicadas las motivaciones de Ricardo, personaje que le corresponde a Raúl Arévalo, para quedarse en el lugar donde transcurre la acción contra viento y marea, por más que los lugareños le amenacen, y su esposa pierda poco a poco los nervios. No funciona la excusa de que nació allí, y la subtrama de un trauma familiar que recientemente ha vivido parece metida con calzador en el guión para ver si se solventa este problema principal. En una escena, el personaje de Paz Vega explica a otro lo ocurrido sin venir a cuento, lo que parece un injerto para tratar de que el film no caiga en el barro. Como consecuencia, se nota en todo momento que algo chirría, y pese a su buen oficio, Arévalo no consigue hacer creíble a su personaje. Una pena, porque tiene a su alrededor a primeras espadas como la citada Vega, esposa de Ricardo, Joaquín Climent (el guarda) o Juan Gea (el comisario).