El pasado lunes 6 de mayo falleció a los 82 años el poeta villarriqueño y Premio Nacional de Literatura 2007, Jacobo Rauskin. De extensa trayectoria y prolífica producción poética, es recordado en esta edición especial por sus compañeros y compañeras de armas, los escritores, que lo evocan con prosas y versos que, además de rescatar la importancia de su obra, lo pintan en su profunda dimensión humana.

  • Fotos Archivo / Gentileza

El arte entrama en sí anhelos que asien­tan con frecuencia en la hilera del debe. Para el poeta la búsqueda de la pala­bra perdida o un diálogo entre el ritmo y el silencio son solo formas de marcar mojones para leer ese mapa incom­pleto que es el uno mismo.

En simultáneo, ese decir busca desesperadamente mostrarse, ser oído, encontrar un límite donde resonar y, así, con el otro como intérprete, hacer sentir para sentir con otro.

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Su compañero y amigo de los últimos tramos, Alberto Sisa; una alumna, María Eugenia Ayala, y sus pares Bernardo Neri Fariña, Susy Delgado y Moncho Azuaga escriben hoy para recordar y celebrar a Jacobo Rauskin y su fecunda producción poética.

LA PARTIDA DEL POETA, EL MAESTRO, EL AMIGO, EL HERMANO

Alberto Manuel Sisa

La triste y sensible partida del escritor Jacobo Rauskin enluta las letras paraguayas, en especial de todos aquellos que tuvimos la dicha, el privi­legio de conocerlo en un tiempo y espacio. Genio y figura, inolvidable, irrepetible, apasionado en todo, de carácter inquieto, volcánico, vivió por y para las letras. Hombre franco, de firmes convicciones y prolífica inspi­ración, fue una vida dedicada a la literatura, en especial la poesía, de la cual hizo una forma de vida.

Ejerció el magisterio de la literatura con una mirada lúcida y de vastas pro­yecciones humanísticas, pues abarcaban todas las corrientes del pensa­miento, en lo que hace a la exégesis de obras y su hermenéutica, así como las más diversas corrientes estilísticas literarias, que supo transmitirlas en maratónicas jornadas a través del taller de literatura de la Biblioteca Municipal Augusto Roa Bastos. Fue además director de esta institución dedicada a los libros, que dirigió durante mucho tiempo con proverbial sabiduría, capacidad y honda vocación magisterial.

En sus poesías de tonalidad coloquial supo translucir vivamente ese colorido y variopinto mundo de la vida cotidiana y los personajes que la pueblan. El poeta sentía y veía con ojos de ángeles, cantando y celebrando el trabajo de un hacendoso obrero en una casa o edificio, el dibujante callejero, la humilde vendedora de yuyos, la pintoresca chipera, admirando una puesta de sol, un agreste y cantarino arroyo, o bien siguiendo al caminante de la ciudad, que él mismo trajinaba a sol y sombra en su trasuntar de inquieto bardo. Trabajador incansable, metódico y disciplinado, publicaba un libro por año. Tal es así que tenía un nuevo poemario titulado “Pequeña magia de un jazmín”, que iba a presentar este año en la pasada Feria del Libro de la Capel, pero finalmente no pudo hacerlo.

Siempre dispuesto apoyar a las jóvenes figuras de la literatura nacional, orientando, guiando, afanosamente promoviendo el libro y la lectura. No faltaban sus analíticos prólogos y ensayos a libros publicados por las nuevas figuras de nuestro ámbito.

En tal sentido, Jacobo siempre manifestaba su inquietud y preocupación acerca de lo que se está escribiendo en la actualidad por parte de los nue­vos escritores y de lo que depara a nuestra literatura de aquí al futuro.

Rauskin decía que “la poesía es una forma de actuar sobre la realidad, intensificándola”. El maestro lo hacía con oficio de un sutil orfebre a través de la palabra distinta, exacta, transcendente, que se aprecia en su enjun­diosa obra con más de 60 títulos y, tal vez me quede corto, poesías que ya quedan para el diálogo con la posteridad.

UN POETA IMPRESCINDIBLE Y FUNDAMENTAL

María Eugenia Ayala

La pérdida de una figura literaria que ha sembrado un extenso legado en su vasta producción poética deja un espacio vacío, una notoria ausencia que nos duele. Rauskin era un poeta imprescindible y fundamental en nuestra literatura nacional. Como decimos siempre, la literatura hace al escritor pervivir en el tiempo, la poesía cobra vida y se eterniza en los largos corredores de la memoria.

Un poeta como Rauskin y una poesía como la suya es de las obras des­tinadas a resistir en los anaqueles del tiempo. Recordar a Jacobo Raus­kin me lleva siempre a mis inicios en este derrotero literario. Tuve la dicha de ser alumna suya en varias ocasiones y de reencontrarlo en la redonda mesa del San Roque, esa mesa tan llena de historia y de poesía.

Puedo decir, a ciencia cierta, que a lo largo de todos estos años –más de 20– varias de sus premisas me acompañan. Tenía varias frases y palabras recurrentes cuando apelaba a los recursos literarios. La resis­tencia, una de ellas, fielmente vinculada a la poesía como esa incues­tionable arma que interpela y se rebela, capaz de poder expresar con poco una profundidad infinita.

La querencia, otra expresión sencilla pero sumamente profunda, lo era para él y, por ende, para quienes compartimos largas charlas en clase sobre el alcance de una expresión sencilla, simple, pero que podía decir mucho, en una sola palabra. Esa magia que tiene la poesía y que no es nada fácil: la economía de las palabras y la sencillez, que aún puede ser sumamente profunda, eso tiene la poesía de Rauskin y ha sido capaz de compartirnos el ejercicio de trabajar en ello. Más que un recuerdo, un aprendizaje que sé que tanto a mí como a muchos nos acompañará eternamente.

Estoy segura de que su tarde no muere y seguirá atreviéndose a espan­tar diablos cada vez que tomemos un libro suyo entre las manos.

HABLAR CON ÉL ERA TOMAR SUSTANCIOSAS LECCIONES DE VIDA

Bernardo Neri Farina

Jacobo Rauskin no solo fue un poeta de esta­tura literaria superlativa, sino un pensador de vasta cultura, de conocimientos muy profun­dos. Erudito en lo suyo, la poesía, Jacobo se internó también en otros saberes con cuyo dominio nutrió sus poemas de una gran vas­tedad de miras, de contenido humanista total.

Le dolía el estado de la sociedad paraguaya, cada vez más alejada de la aspiración intelec­tual, del razonamiento, del pensamiento lógico.

Tengo un recuerdo entrañable de Jacobo, de las largas conversaciones que teníamos cami­nando del brazo por el centro asunceno cuando yo trabajaba en una oficina cercana a la suya en la Biblioteca Municipal. Hablar con él era tomar sustanciosas lecciones de vida. No siempre coincidíamos, pero sus argumentaciones tenían la riqueza de su cultura abundante y sólida. Además, fue el primero que me habló de la posibilidad de que me incorporara a la Academia Paraguaya de la Len­gua Española.

La última vez que hablamos fue para invitarme con entusiasmo juvenil a la presentación de su nuevo poemario, “Pequeña magia de un jazmín”, que, infelizmente, ya no pudo ser.

TUS PASOS NO SE APAGAN, JACOBO…

Susy Delgado

El otoño ha llegado a nuestros patios, Jacobo. Cae una lluvia tímida por momentos y el viento arremolina las hojas. Por ahí dicen que te fuiste, pero se escuchan todavía tus pasos en la vereda, cumpliendo su infaltable ritual…

En el rumor de la llovizna se escuchan tus ver­sos: “El sauce es apenas un árbol, pero llora / como lloran las dríades, las náyades, / los elfos en el viento, en el río / y en los desmemoria­dos pasos de quien pasa / sin pensar que su amor es pasajero”.

Pero quien pasa, a pesar de lo que dicen, sos vos, Jacobo, y tu amor no será pasajero…

Caminante irreductible, seguirás caminando las calles de esta ciudad que conocía de memoria el ritmo, la cadencia de tus pasos. La lluvia, que parece llorar suavemente, repite el compás melancólico de tu paseo irrenunciable por tu vieja ciudad… Fuera invierno o verano, con sol pleno o con lluvia, como hoy… camina­bas y un día comentabas por ejemplo…

“Un día entre los muchos días grises, / volviendo de quién sabe dónde, / pasé por unas calles tristes, tristísimas…”.

Cae una lluvia tímida, Jacobo. La tarde de Asunción tiene hoy el color innega­ble del otoño, un color que dibuja tu imagen, tus pantalones holgados y tu campera liviana haciendo juego, caminando sin prisa y sin pausa, con este otoño que se pone un poco triste y revive tus pasos…

Como esa calle y su amiga otoñal, la llovizna, no te despediremos, Jacobo. Total… Cualquier calle, si no es muy mezquina, nos deja donde ayer es hoy en un recuerdo…

RAUSKIN, POETA

Moncho Azuaga

Camina Rauskin por las calles asuncenas, carga, como siempre, su alforja pletórica de eterna poesía Y musita quedo, conversa con la ciudad y sus íntimas mariposas encendidas A veces, le llueve, pero él no se apresura. Lluvia amorosa, piensa. Y recoge las palabras mojadas que arrastra el raudal para que no se pierdan sin sentido. Palabras para su amado río, su nostálgico puerto, su otrora encantada bahía. La ciudad se ha marchado a tiempo, escribe en el aire. Y camina, distraído, y su sombrero saluda

con su poesía de siempre. En el extremo de la calle, Rauskin, anó­nimo, se pierde.

Es apenas una sombra pictórica, una mancha poética en la llamarada caída de la tarde.

SIN TI

Jacobo Rauskin

No me bastan las estrellas ni tampoco la luna en estas horas vacías.

Y en tu calle, tan oscura, busco en vano una lámpara, una linterna viajera, En vano, sí, pero mía, una mirada encendida que te busca en tu ventana.

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