José II, emperador ‘sexólogo’ en Versalles | Las 2500 noches sin sexo que calentaron la Revolución Francesa - XL Semanal
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José II, emperador ‘sexólogo’ en Versalles 230 años de la muerte de María Antonieta y Luis XVI Las 2500 noches sin sexo que calentaron la Revolución Francesa

Luis XVI y María Antonieta tardaron siete años en consumar el matrimonio. Y no fue por falta de intentos. El tema se convirtió en asunto de Estado, en problema internacional y en el chascarrillo de todo París. Un drama nada íntimo que acabó determinando la historia y convirtiendo a José II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, en improvisado y asertivo sexólogo de Versalles.

Por Fátima Uribarri

Miércoles, 05 de Abril 2023

Tiempo de lectura: 7 min

La nobleza inclinada forma un arco por el que camina la familia real. Llegan a la cámara nupcial. El rey de Francia en persona entrega el camisón al novio; la dama de mayor rango, la duquesa de Chartres, le entrega el suyo a la novia. El arzobispo de Reims bendice a la pareja y rocía el lecho con agua bendita. La corte se retira. Quedan los novios solos bajo el impresionante dosel. A continuación tiene lugar lo que Stefan Zweig llama ‘invisible tragedia’.

«Rien» ('nada') anota la mañana siguiente en su diario Luis, delfín de Francia. Efectivamente, nada pasó esa noche entre él, de 16 años, y María Antonieta, su esposa, de 15. Rien sucedió en las siguientes 2500 noches: transcurrieron siete años sin consumar el matrimonio.

En ese lecho virgen, según Zweig y muchos historiadores, se gestó el final de la monarquía francesa y el triunfo de la revolución. «Esos siete años de fracaso determinan espiritualmente el carácter del rey y de la reina y tienen consecuencias políticas […]. El destino de un matrimonio se une aquí al destino del mundo», dice Stefan Zweig en su biografía María Antonieta (Acantilado).

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Impotente y casquivana. Los problemas sexuales de Luis XVI de Francia y María Antonieta se difundieron por Europa. Los pastiches se burlaban de él por impotente y de ella por casquivana.

La impotencia de Luis, primero delfín y luego rey de Francia, inunda la corte de chismorreos y risitas; preocupa a la emperatriz de Austria (madre de María Antonieta); divierte a Federico de Prusia, rival de los Borbones y los Habsburgo; da trabajo a los embajadores extranjeros en Versalles; entretiene a los cortesanos; alimenta las conversaciones de camareras, damas, oficiales, criados y lavanderas... y hace tambalear la monarquía francesa.

La correspondencia entre María Antonieta y su madre, la emperatriz María Teresa de Austria, aborda el asunto con un lenguaje directo y a la vez disimulado. La joven habla de un marido indiferente; la madre (que dio a luz a 16 hijos) recomienda caricias, pero con cuidado porque «demasiado entusiasmo lo estropearía todo».

Pasan dos años de la boda. Y rien. María Teresa se inquieta. Sí hay visitas nocturnas de Luis a María Antonieta, pero hay algo «que frena la última y decisiva ternura», explica Zweig. La emperatriz de Austria envía a su médico de cámara a París. El diagnóstico del galeno austriaco es: «Si una muchacha de tal encanto no logra inflamar al delfín, cualquier remedio carece de efecto».

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Saña contra la reina. Los problemas del matrimonio se convierten en gasolina para el fuego revolucionario. Aquí, un dibujo en el que se satiriza un asalto a la cama de los reyes.

Interviene entonces Luis XV, abuelo de Luis, coleccionista de amantes, un hombre experimentado en esas lides. Llama a capítulo a su nieto. Y luego se informa a Lassone, médico de cámara francés, que examina al amante fallido. El diagnóstico es fimosis.

Imaginamos a los embajadores extranjeros, a cortesanos y sirvientes murmurando, riendo por lo bajini. Espiando en el caso de los diplomáticos. Cuenta Zweig que el más diligente fue el embajador español, el conde de Aranda, que sobornó a los criados para que examinaran las sábanas de la pareja en busca de signos de consumación matrimonial. Porque Luis visita a María Antonieta en la cama con frecuencia. Pero rien.

El informe que el conde de Aranda envía a España sobre las dificultades operativas del delfín es muy explícito: «El frenillo sujeta tanto el prepucio que no cede a la introducción y causa un dolor vivo en él, por el cual se retrae Su Majestad del impulso que conviniera».

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A por la reina. Los dibujos de la época se cebaban en particular con María Antonieta. En esta ilustración se la relacionaba con el conde de Artois.

Prosiguen los problemas sexuales de la pareja. Esto afecta a María Antonieta. Es una mujer joven, atractiva y receptiva a la pasión, pero «el destino quiere que precisamente ella, capaz y dispuesta para sentir, vaya a parar a manos de un no-marido», dice Zweig.

Luis lo intenta. No se rinde en esas 2500 noches de rien. Zweig imagina a María Antonieta excitada e insatisfecha. Cree su biógrafo que de ahí procede la exagerada y permanente búsqueda de placeres de la joven reina. Como no se ha visto «calmada en lo más hondo de su ser», vive en «una furia hedonista convulsiva, enfermiza, y percibida por toda la corte como escandalosa».

«Introduce el miembro, unos minutos sin moverse, y lo retira sin descargar», escribe José II de Austria

El honor de la reina alimenta la charlatanería, las burlas y las mentiras. Le adjudican amantes –hombres y mujeres–, la tachan de lasciva, la hacen protagonista de escandalosas orgías. Lo expanden panfletos y canciones y los franceses lo creen, lo absorben, lo convierten en un rechazo visceral hacia la reina. Aquello es gasolina para el fuego de la ira revolucionaria.

Un San Bernardo impotente e inepto

Tras el diagnóstico de fimosis se recomienda practicar una intervención al rey «para devolverle la voz»: los eufemismos alrededor de este asunto son de lo más ocurrentes. Pero Luis duda. Esa es la raíz de su tragedia: es dubitativo, débil, pusilánime... Es inepto, en la cama y en el trono. María Teresa regaña con dureza a su hija porque se refiere a él como 'pobre hombre'. No debe llamarlo así, abronca a su hija. Pero es lo que flota en Versalles: el rey es un pobre hombre que carece de majestad y de carácter. María Antonieta lo quiere, pero como a un san bernardo bonachón «al que de vez en cuando se acaricia y rasca porque jamás gruñe ni refunfuña», escribe Zweig.

No cumplir en la cama es asunto de Estado. De máxima gravedad. Y tiene otras consecuencias: encumbra a la reina sobre el rey. «Muchas secuelas históricas han tenido su inicio en alcobas y bajo los doseles de las camas reales, pero en casi ningún otro caso la cadena entre la más privada de las cosas y la repercusión político-histórica es tan inequívoca como en esta tragicomedia íntima», cuenta Zweig.

Luis XVI combate la humillación haciéndose el hombretón: caza jabalíes a caballo, suda dándole al mazo en la forja que ha instalado en palacio, pero es incapaz de censurar el comportamiento frívolo de su mujer y no le niega sus caros caprichos. Tiene complejo de inferioridad debido a su debilidad viril. A ella solo le interesan las fiestas, las fruslerías y banalidades.

Los consejos sexuales del emperador

De nuevo, María Teresa sermonea a María Antonieta por carta. Intenta que la reina de Francia se comporte como es debido y hace un vaticinio que da escalofríos: «Preveo por desgracia muchas cosas al saberte tan frívola, tan impetuosa y tan carente de reflexión. Tu suerte puede terminar muy pronto, y precipitarte por tu propia culpa en la mayor desgracia».

«Un día te darás cuenta, pero será demasiado tarde. Espero no tener que ver ese momento, y ruego a Dios que ponga fin a mis días lo antes posible, porque no podría soportar perder a mi niña». Dios fue indulgente con María Teresa: murió 13 años antes de que ejecutaran a su hija. Pero sí vivió la solución al problema sexual de los reyes de Francia y supo del nacimiento de su nieta María Teresa, la primera hija de Luis XVI y María Antonieta. Es más, la emperatriz austriaca intervino en la solución.

'Rien' ('nada') anota el rey cada mañana. El conde de Aranda escribe a España: «El frenillo le causa dolor vivo»

Decidió enviar a París a su hijo José II –que entonces codirigía con ella el imperio de los Habsburgo– a hablar con Luis: ya habían pasado siete años de la boda y la pareja continuaba virgen. María Teresa estaba furiosa. José habló de tú a tú con su cuñado. El káiser convenció al rey de Francia para que se operara de fimosis. Y luego se quedó atónito cuando este le contó lo que hacía con María Antonieta en la cama. Nadie les había explicado cómo se hacía el amor. No tenían ni idea. «Introduce el miembro, se queda ahí dos minutos sin moverse, lo retira sin descargar todavía erecto y da las buenas noches».

Así contó por carta José II de Austria a su hermano Leopoldo la vida sexual de los reyes de Francia. «Además, mi hermana es bastante tranquila y juntos son dos incompetentes», añadía José.

El káiser dio consejos a su cuñado. Y por fin. «José salvó la alianza y el matrimonio», concluye Simon Sebag Montefiore en su monumental libro El mundo. Una historia de familias (Crítica). Por fin Luis y María Antonieta fueron amantes. Y tuvieron cuatro hijos. Pero Luis siguió siendo un pelele para ella. «Porque no fue su marido a su debido tiempo», según Zweig.

Antes de regresar a Viena con la misión cumplida de encauzar las habilidades sexuales de su hermana y su cuñado, José II se quedó preocupado por «el remolino de disipación» que rodeaba la vida de su hermana. Y predijo: «La revolución será cruel». Acertó. Luis y María Antonieta fueron guillotinados en 1793 –hace ahora 230 años–, él en enero y ella en octubre.


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