El octavo largometraje de Alexander Payne (aquí un especial sobre el director) es tan simple y transparente en su estructura como conmovedor en sus resonancias. Una comedia graciosísima, a veces amarga y otras (muy) negra, pero siempre dueña de un humanismo innegociable y de una proverbial capacidad para, aun esquivando los lugares más comunes del subgénero navideño, encuadrarse con orgullo en esa larga tradición de películas de descubrimiento y revelaciones en vísperas a la llegada de Papá Noel iniciada por Frank Capra en ¡Qué bello es vivir!

No es casual que esa sea –en palabras de Payne ante la prensa internacional invitada a la vigésima edición del Festival Internacional de Cine de Marrakech, donde Los que se quedan tuvo una proyección en el marco de la sección Galas– una de las películas que revisita anualmente para estas épocas. Es, pues, un ritual de encuentro consigo mismo y, por qué no, con el cine que lo hizo ser quien es.

Ese deseo de vincular la película con sus gustos y educación audiovisual (Payne nació en 1961) es una de las razones que explican que la acción propuesta por el guion de David Hemingson, quien lo concibió originalmente como un piloto televisivo, transcurra a comienzos de la década de 1970. La otra es más simple: en ese entonces todavía era relativamente común que los colegios secundarios de alta alcurnia fuesen exclusivos para hombres.



En una de esas instituciones da clases de una materia sobre historia griega el profesor Paul Hunham (Paul Giamatti), un hombre solitario, cascarrabias, intransigente, explosivo, irascible y no muy adepto a la pedagogía a la hora de aproximarse a sus alumnos, a quienes en una de las primeras escenas les devuelve exámenes con calificaciones pésimas justo antes del parate navideño que llevará a todos ellos a sus casas. Mejor dicho, no a todos, puesto que a Angus (el debutante Dominic Sessa, en lo que debería ser el primer paso de una carrera enorme) la madre le cancela la escapada a un centro de esquí cuando ya tenía la valija armada, alegando que prefiere tomarse el receso junto a su flamante pareja (el padre de Angus murió hace no demasiado), un tipo adinerado al que el adolescente no quiere ver ni en figuritas.

Había un profesor asignado para quedarse en el colegio como tutor de quienes permanecieran allí, pero el invento de una excusa familiar obliga al director a recurrir a Paul para pasar diez días a cargo de ese chico rebelde, aunque frágil, y con la compañía de Mary Lamb (Da'Vine Joy Randolph), la amable y taciturna cocinera del lugar, una mujer afroamericana de vida dura que lidia como puede con la muerte de su hijo en la Guerra de Vietnam. Un más que improbable terceto como base para una película con ecos de El club de los cinco que demuestra que la soledad, el duelo y la disfuncionalidad pueden ser tópicos centrales de una comedia de notable factura humorística a la vez que hecha con una sensibilidad enorme.

Payne es, junto a Ira Sachs, probablemente el más europeo de los realizadores norteamericanos, uno de los que mejor entiende la sintonía y el universo íntimo (sus limitaciones y traumas, pero también el potencial) de sus personajes. O, si no lo entiende, se limita a descubrirlos junto al espectador. A lo largo de esas jornadas, entre cenas navideñas, actos de indisciplina de Angus, una camaradería forzada que va dando pie a otra más genuina y una inolvidable entrega de regalos por parte de Paul, Los que se quedan va sumando capas de emotividad cortesía de una creciente empatía hacia esas criaturas perfectamente imperfectas.

Son ellas quienes irán descubriendo –tal como ocurría en Entre copas, la hasta ahora mejor película de Payne y nada casualmente con la que más dialoga ésta– que la vida puede estar hecha de pequeños momentos tan plácidos como entrañables, que lo más cercano a la felicidad puede ser compartir un anodino programa de televisión sobre parejas. Ocurre especialmente con el profesor a cargo del brillante y ultra bizco –un motivo cómico que no por reiterado pierde su eficacia en más de horas de metraje– Giamatti, uno de esos actores infalibles, de prestancia y entrega absolutas que, sin embargo, nunca va a ganar premios importantes ni estar en boca de todos, pero que encuentra en la dirección actoral de Payne y el ajustado guion de Hemingson los mejores canalizadores de su talento. ¿Ha nacido un nuevo clásico navideño?



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