El vuelo de la cigüeña
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Sobre este blog

Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

El vuelo de la cigüeña

Una pareja de cigüeñas

Juan José Fernández Palomo

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Como todo el mundo sabe, los niños vienen de París y los trae en una bolsa de tela una cigüeña que la sustenta con su pico.

Las cigüeñas son monógamas, como yo (aunque yo lo soy de forma, digamos, sucesiva) y son viajeras, de norte a sur y viceversa, según el clima. Ahora habrá que vigilarlas un poco en sus trayectos porque estarán, como tantos bichos, yo mismo, en fase de cierto despiste.

A las cigüeñas se les procuran “apartamentos”, “alojamientos” para descansar en sus migraciones. Ojalá tuvieran esa facilidad otros migrantes.

Puede ser sobre la espadaña de una ermita en mitad de la estepa o de una torre de energía eléctrica antes de que desaparezcan o da igual la empresa que la explote.

Jorge Guillén escribió sobre España y sus espadañas en su libro “Cántico”. Libro que le dio después nombre a una revista cordobesa de poesía donde, ya saben, se dieron a conocer otros poetas, otras cigüeñas varadas en su nido, en su torre o en su patio o en la casita heredada en la sierra cercana. 

La semana pasada, por un momento, estudiando la migración de una Ciconia ciconia, es decir, una cigüeña, un señor dijo que ese pajarraco había dejado en Córdoba a un bebé, envuelto en una talega, que, luego, escribiría cosas de importancia. Además, claro, de estar encarcelado, perder un cacho de una mano en un barco y cosas de esas que les pueden pasar a todo ser humano que ya viene volando colgado de un bicho.

Miguel se llamaba el interfecto en cuestión. De Cervantes, como apellido. Miki, para los niños como yo.

Pero esa noticia duró poco. Tuvo poco recorrido. Hubo alguna institución, o sus representantes, que babeó, que suspiró, que olio la vena, que intentó acercarse al pezón…

Pero no. La cigüeña continuó su vuelo, no paró, no se detuvo por aquí. Si se le cayó el paquete, lo recogió y siguió su viaje por Alcalá, Argel, Córdoba, Castro del Río, Sevilla, Estambul, Stradford upon Avon, Comala, Macondo, Celama…

Un viaje interminable. En el tiempo, quiero decir; en el espacio da igual.

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Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

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