Este artículo tiene como objetivo abordar el conflicto entre el principado catalán y la Monarquía Hispánica y el intento de unión a la monarquía francesa de los primeros. Para ello se ha usado sobre todo la obra cumbre de John Elliot, pero se puede acceder a una bibliografía más descriptiva al final del artículo.

Los problemas historiográficos para abordar el estado de la cuestión.

Sin embargo, no puedo menos de decir que es triste, sumamente triste, que Castilla haya un día dejado de ser para nosotros una hermana convirtiéndose en una señora, que Castilla á la cual hemos llevado en  reinos y provincias y sobre todo una indisputable herencia de gloria reconocida por toda Europa, haya querido sujetarnos y avasallarnos como á un país conquistado, sentando sobre nosotros su férrea planta para tenernos siempre á sus pies y nunca, ó casi nunca, á su lado.[1]

Se ha tendido a pensar por parte de la historiografía catalana más primigenia que con la llegada del siglo XVI el Principado empieza a vivir un periodo de lenta decadencia[2]. Generalmente esto ha sucedido por considerar que su lustre había sido opacado por Castilla, que ahora era la potencia peninsular preponderante. Tanto el siglo XVI como el XVII tienen enormes vacíos historiográficos que aun hoy en día no han sido llenados por nadie.

Sin embargo, la revuelta de Cataluña ha generado siempre una bibliografía ingente, lo cual no quiere decir que eso sea positivo o que esté documentada de manera exquisita. Ya en la propia década de los 40 del siglo XVII generó una enorme producción escrita, debido a la necesidad propagandística de todos los agentes envueltos en el conflicto: Francia, la Monarquía Hispánica, y, desde luego, el Principado. Tanto galos como catalanes van a centrar su justificación del cambio de un reino a otro en que Cataluña estaba íntimamente ligada a Francia desde los tiempos del Reino franco de Carlomagno.

Así pues, desde Madrid se empezó a escribir sobre lo rebelde y desleal que estaba siendo Cataluña sin tener en cuenta por qué se había producido esta rebelión, mientras que, por su parte, los catalanes se dedicaban a pormenorizar los atropellos que estaban llevando a cabo los tercios asentados en sus territorios. Los franceses, por su parte, se vanagloriaban de su actitud salvadora y casi celestial que estaban llevando tras entrar en el territorio antepirenaico. Debido a esto, los hechos reales importan tan poco que se confunden nombres o ni se mencionan, y ni mucho menos se relaciona este conflicto con la Guerra de los Treinta Años. Así, encontramos que atenerse solo a estas fuentes es un craso error porque están tan sesgadas que realmente valen muy poco. En cambio, esta ha sido la fuente principal de toda la historiografía hasta bien entrado el año 1960.[3]

Sin duda, la obra fundamental va a ser “Historia de los movimientos de separación de Cataluña” de Francisco Manuel de Melo, un portugués al servicio del marqués de los Vélez. Su obra solo abarca hasta 1641, ya que fue el periodo en el que el estuvo sirviendo como maestre de campo para dicho noble. No obstante, tras un breve análisis uno se da cuenta de que su valor histórico es muy débil, ya que no recoge fechas de los acontecimientos ni nada por el estilo[4]. Pese a esta carencia, será una obra de referencia hasta la llegada de John H. Elliott.

Con la llegada del siglo XVIII se impondrá el racionalismo histórico típico del Siglo de las Luces[5]. No obstante, no hay nada digno de mencionar durante este periodo. El acontecimiento renueva su importancia con la irrupción del liberalismo en España, sobre todo con la generación nacida en 1820 y que recogerá una herencia claramente romántica que predominará durante todo el siglo. Estos autores, de corte liberal van a estar generalmente conducidos por Víctor Balaguer, que ha sido citado más arriba. Va a tener dos obras fundamentales, la primera de ellas “Bellezas de la Historia de Cataluña” y, sobre todo, “Historia de Cataluña y de la Corona de Aragón” con un subtítulo que es toda una declaración de intenciones “Escrita para darla a conocer al pueblo, recordándole los grandes hechos de sus ascendientes en virtud patriótica”. Este libro es una suerte de Historia Universal del Principado en el que recoge toda una serie de leyendas y que prescinde de toda capacidad crítica. Buen ejemplo de ello es su narración de Otger Cataló, considerado el “primer catalán”, una de las leyendas más importantes recogidas por Victor Balaguer[6]y que ha tenido proyección hasta el día, ya que en 2017 salía la película “Pàtria” de Joan Charansonnet, nefasta cinta (que ha recibido las peores calificaciones posibles del año 2017 en los dos portales más importantes de cine del mundo: FilmAffinity e IMBD) que se basa fundamentalmente en Victor Balaguer para crear una especie de cosmogonía nacionalista que se retrotrae ni más ni menos que al año 735 para dar fecha al origen de la nación catalana.

Balaguer era un convencido liberal, por lo que la figura fundamental para él va a ser la de Pau Claris. ¿Por qué? La historia liberal es una historia de personalidades, no de colectivos, ya que ensalza la individualidad extrema del ser humano como rasgo distintivo[7].

Victor Balaguer
Víctor Balaguer, una figura fundamental en la historiografía catalana. Fotografía de autor desconocido.

Esta etapa va a concluir a finales del siglo XIX, donde se va a volver a una historia centrada en los archivos. Si Víctor Balaguer era considerado uno de los padres de la Renaixença catalana, los sucesores de este van a tomar el testigo y van a seguir en una clara línea de férreo catalanismo. En este marco, no se puede obviar a figuras como Josep Coroleu y Josep Pella i Forgas, que van a llevar la varita en los estudios de la Revuelta de 1640. Siempre, claro, con un marcado carácter ideológico en el que este enfrentamiento se considera como el precedente de la lucha del pueblo catalán contra el despiadado centralismo castellano[8]. Otros autores más verán los hechos de una manera más castellanista, incluso dentro del catalanismo, como es el caso de Pujol i Camps[9].

Por su parte, el importantísimo estadista e historiador Cánovas del Castillo va a teorizar sobre el asunto teniendo en cuenta cuestiones tan cercanas como la rebelión del cantón de Cartagena durante la I República. Cánovas va a empezar en una postura en la que considera al culpable de todo a Olivares, que había sido considerado un tirano por los liberales de la época, para oscilar lentamente hacia una postura de comprensión de sus políticas.[10]

Hay que dar un salto al periodo de postguerra iniciado en los años 40 del siglo pasado para ver como cambia ideológicamente el sesgo. Hablamos de un momento en el que se genera y casi diviniza a la Monarquía Hispánica. Esto se debe a la enorme guerra ideológica que se libró en la Guerra Civil Española. Se va a engrandecer la figura de “España” y se va a considerar al “Imperio Español” como la máxima expresión posible de los ideales del momento. Así, con el régimen franquista proliferarán autores como José María Pemán, que va a considerar la revuelta como un atentado a la unión de la patria.

Algo que va a cambiar en los años 50 con la llegada de uno de los historiadores más importantes de Cataluña en este periodo: Jaume Vicens Vives. Éste va a dar paso a una nueva Historia social y económica recogida de la escuela de los “Annales”.

Cómo antes habíamos visto, nadie se había atrevido a enmarcar la Revuelta de Cataluña en su contexto europeo. Será este autor el primero en hablar de ello, comparándolo además con la Inglaterra de Cromwell o la Francia de la Fronda. Va a darle un enfoque más social fundamentado en los distintos estamentos y en su interacción en el periodo de la revuelta.[11]

Otro historiador muy destacado es Josep Sanabre, autor que llevará a cabo una documentación exquisita y que intentará dejar atrás la enorme subjetividad que había imperado hasta el momento[12]. Como se ha comentado, hasta este momento no se había creado ninguna obra que realmente sirviera rigurosamente para trabajar sobre ella. La mayoría eran parciales y muy sesgadas. Sin embargo, Sanabre va a llevar a cabo una muy buena actividad, intentando desmitificar personajes como el de Pau Claris, que había sido enarbolado anteriormente casi como un pater patriae.

No obstante, a quien debemos realmente una visión general del período es a John H. Elliott, autor anglosajón cuya obra “La rebelión de los catalanes” es la obra más completa existente sobre el tema. Como bien cuenta el propio autor en el prólogo de la primera edición, para él la Revuelta constituye la gran lucha entre las aspiraciones centralistas de los monarcas y los tradicionales derechos de los súbditos, de los cuales surgirá el Estado Moderno.

Sin duda, la aportación de Elliott, sobre la que se fundamenta buena parte de este estudio es impecable. Si, además, se actualiza con las últimas lecturas patrióticas de autores como Xavier Torres, se tiene un estupendo punto de partida para investigar sobre el tema. Esta corriente entiende el patriotismo como algo sin nación, de carácter puramente constitucional y pactista en el que la “defensa de la patria” consiste en la defensa de los fueros particulares para defender así las libertades colectivas. No obstante, no son las únicas fuentes que ayudan a cimentar la historiografía de hoy en día. Existen autoras como Eva Serra, que pese a su marcado talante nacionalista han ayudado a elaborar y explorar la evolución demográfica del Principado. A pesar de ello, este carácter nacionalista lo que hace realmente es mostrar una confrontación entre el absolutismo centralista castellano y el Estado Catalán que estaba según estos autores, en la vanguardia institucional europea[13].

Pero, fundamentalmente nos centraremos en los trabajos de Elliott y Torres. Así, como veremos a continuación, durante el siglo XVII se utilizaron una serie de términos que hacen referencia a la defensa de estas constituciones.

La rebelión de los catalanes
“Felipe IV a Caballo” Velázquez, 1635, Museo del Prado, Madrid.

Nación, terra y patria: la polisemia moderna

Hay una serie de rasgos propios de la época medieval y moderna de las que somos firmes herederos en la actualidad. Uno de ellos es la existencia de múltiples identidades colectivas. La identidad estamental se entrecruza con otras, como la comunidad a la que se pertenece o la cofradía religiosa siendo estas solo una pequeña muestra de las múltiples identidades con las que se convivía en la época[14]. Dicho esto, desde el siglo XIX se viene hablando del término de nación como algo preexistente a la existencia del nacionalismo. Esto en principio no es posible, ya que realmente la nación es una creación de los propios nacionalistas. No obstante, el historiador catalán Xavier Torres habla de naciones sin nacionalismo[15].

Ahora bien, los catalanes de la época aparte de vivir en el principado y de considerarse a sí mismos como miembros de un colectivo común, también estaban entroncados en la Monarquía Hispánica, o como algunos textos de la época denominan; la Monarquía de España[16]. Ahora bien, este término no explicaba la realidad de la situación. Partiendo de que el concepto de absolutismo no es tal y como se había estudiado durante décadas, hablar de centralización en el mundo moderno sería un grave error. Es por ello por lo que muchos autores van a empezar a acuñar otros términos, como el de las monarquías compuestas[17]o de dominium politicum et regale[18]. Estos territorios, aunados bajo un soberano común solían atender a la fórmula aeque principaliter que, según Juan de Solórzano Pereira:

se han de regir, y gobernar como si el rey que los tiene juntos, lo fuera solamente de cada uno de ellos.[19]

De esta manera, un monarca podía regir varios reinos y países en los cuales los distintos estratos sociales llevaban a cabo una ardua tarea de conservación y actualización de sus leyes e instituciones. Así, el monarca jamás podía intentar gobernar sus propios dominios sin que de ello participaran todas las élites políticas de sus distintos territorios. Para la supervivencia de estas monarquías, era contingente que los monarcas respetaran minuciosamente los privilegios o constituciones existentes[20]. En el caso de que estas fueran violadas. Había territorios más maleables que otros, que eran especialmente celosos de sus tradiciones políticas, como es el caso del Principado de Cataluña. Una herramienta fundamental que tenía el monarca a su disposición era la de la negociación entre las élites y la monarquía. En el caso inglés se utilizará generalmente la fórmula King-in-Parliament para hacer referencia a esto.

Como ya se ha dicho, hablar de nación en el sentido contemporáneo es algo fútil, pero si es cierto que este término se utilizó de forma más o menos residual durante los siglos XVI y XVII tanto en Cataluña como en otros lugares. Generalmente su uso suele referirse al origen de determinadas, así, ser catalán de nación, no significaba otra cosa que ser originario del Principado.

Origen Nación Terra Patria Provincia
Instituciones 46 346 86 1116
Juristas 21 142 11 43
Otros 34 328 55 107
Total 101 526 152 1266

Fuente: Torres i Sans, X. (2008). Naciones sin nacionalismo: Cataluña en la monarquía hispánica (siglos XVI – XVII). Valencia: Universidad de Valencia.

El término de nación es usado a modo de baúl en el que pueden caber muchos significados. De esta manera, encontramos como algunos habitantes del Rosellón hacían referencia a la nación rosellonesa[21]. Lo mismo ocurría en Castilla donde se hablaba de naciones como la toledana o la extremeña.

Aun así, y sobre todo con las corrientes historiográficas del siglo XIX que exacerbaban el catalanismo, nos encontramos con obras de autores como Víctor Balaguer el cual va a entender que los habitantes de Cataluña si que se identificaban a sí mismos como nación, ya no solo en el siglo XVII, sino en la Plena Edad Media y sobre todo a partir de la llegada de Jaime I el Conquistador. En consecuencia, veremos como se habla y justifica la existencia de esta nación en base a sus constituciones, humores y situación geográfica en un recorrido histórico que se considera único y totalmente propio del Principado. Además, señala que, en la Corona de Aragón, quienes llevaron siempre la voz cantante fueron los miembros de la nación catalana gracias a su temple y sus características propias. Es decir, habla de naciones, sí, pero con nacionalismo.

La nación catalana del siglo XVII no hace referencia a esto, como se ha dicho anteriormente es una síntesis de habitantes de un territorio, hablantes de una lengua, y, sobre todo, unas características propias en la personalidad, lo que se conoce como la teoría de los humores, muy pródiga en aquella época. Sin embargo, aun existiendo la nación, falta la mecha, la chispa que haga existir el nacionalismo y por ende el término nacionalista de nación. No tenías unos determinados derechos por ser catalán, sino que esos derechos eran los que moldeaban identitariamente a este colectivo. Es decir, no es la “patria” lo que genera todo esto, sino las constituciones[22].

Batalla de Montjuic. Barcelona des del cim de la muntanya. Gravat de finals del segle XVI
Batalla de Montjuic. Barcelona desde la cima de la montaña. Grabado de finales del siglo XVI

Pero esto se verá más claro con otro término que si que fue usado muy habitualmente en la época. La tierra o en catalán, terra.

Este término tiene origen medieval, época durante la cual hacía referencia directa al príncipe gobernante que era denominado como princeps terrae. Esto significa que inicialmente la terra era la terra del rey[23]. Después va a empezar a diferenciarse para tomar una designación de territorio propiamente dicho, ya sea para referirse a toda Cataluña o para hacer referencia solo al condado de Barcelona. Esto es algo muy propio de la época, e incluso de hoy en día, el sentimiento de pertenencia o inclusividad puede variar geográficamente de ámbitos mínimos a otros más grandes e incluso continentales. La tierra ya no se identificaba solamente con el monarca, lo que hizo que empezaran a surgir una vinculación entre la tierra y la Diputación catalana, lo que empieza a conformar lo que entenderemos a partir de este momento con la nación sin nacionalismo. La terra se vincula al aparato institucional catalán, que es el encargado de gestionar, actualizar y matizar las constituciones del Principado, convirtiendo el término en algo más allá de su significado geográfico.

Sin embargo, cuando llegue 1640 y se produzca la rebelión de los catalanes, el término que se enarbolará será la patria, y no la terra, pese a que esta simbolizaba perfectamente las libertades catalanas.[24]

La patria tiene su origen en el mundo clásico y el término empieza a ser recobrado en Cataluña en el año 1399.  Aparte de esto existe una patria celestial, que sería la cristiandad. Sea como fuere, el término patria suele aludir a las leyes y libertades de los catalanes, algo que se ve claramente en las cortes del año 1413[25]. De hecho, para Pau Claris, uno de los protagonistas de la rebelión, hizo de todas estas prerrogativas que formaban la patria, como una de las enseñas fundamentales de la diferencia con el resto de “España”[26].

Como se ha dicho, patria hace alusión a un origen clásico. Lo mismo que provincia, que se retrotrae a los tiempos del Imperio Romano. En el caso de Cataluña, y del tiempo moderno en general, el término provincia era un sinónimo del Principado.

Entendiendo mejor este breve repaso por la historiografía que ha tratado el tema, así como por una terminología que difiere mucho de la de hoy en día, podemos pasar pues a los hechos y sobre todo, a intentar abordar una radiografía de qué estamentos fueron los partícipes del conflicto.

La revuelta de Cataluña en 1640: un «divorcio» anunciado

Clarament apareix, doncs, que els motins i la revolta de l’any 1640 foren cercats i provocats per la cort i les autoritats reials a Catalunya.[27]

Ya se ha comentado anteriormente que el tema trabajado no es precisamente fácil de abordar debido a la enorme contaminación que sufre de manera bidireccional por la eclosión del nacionalismo en el siglo XIX y su deriva política en el XX. Debido a esto nunca se ha intentado contextualizar la Revuelta de Cataluña en el marco en el que se emplazaba. Este divorcio no es más que la catalización de una política de hechos consumados que llevaba sucediendo desde principios de siglo.

Generalmente se ha tendido a culpar desde Cataluña al Conde-Duque de Olivares por su política. Que era una suerte de villano diecisietesco cuyo plan era causar una revolución para así suprimir las libertades de los distintos estamentos del Principado. Quizás esta idea no sea tan descabellada, ya que Olivares era muy dado a los planes maquiavélicos y magnos – como la pretendida invasión de Francia por tres frentes[28]–. A pesar de ello, era lo suficientemente sagaz como para entender que el peor momento para encontrarse con una revuelta era en medio de la Guerra de los Treinta Años y su pugna contra Francia.

Por lo tanto, todo lleva a pensar que no fue algo fraguado en el seno del valimiento. Al contrario, la situación ya apuntaba a un lento deterioro de la Monarquía Hispánica en su conjunto, no solo en Cataluña. Fue fundamental el absentismo real, la penetración de las costumbres y el idioma de Castilla o una aristocracia frustrada por la falta de oportunidades. Con todo esto como caldo de cultivo, era bastante impensable que tarde o temprano no surgieran revueltas por todo el aparato de la Monarquía.

Pau Claris
Estatua de Pau Claris junto al Arco del Triunfo. Rafael Atché

De hecho, Castilla se encontraba en una situación casi exánime. La que se consideraba la cabeza del Imperio, llevaba más de un siglo aguantando las cargas de esto, pero no sus beneficios – más allá de que los estratos sociales más altos pudieran acceder a cargos – en parte por culpa de la debilidad de sus Cortes que no habían sido capaces de poner freno a la ambición real como si lo habían hecho otros territorios, como la Corona de Aragón. En este territorio, no se podían reclutar tropas si no era para hacer el servicio dentro de sus propias tierras. Esta descompensación hizo que Castilla se fuera convirtiendo en un vacío demográfico y sobre todo que la Monarquía Hispánica necesitara sacar tropas de sitios diferentes.[29]

Se empezó a hablar entonces de la castellanización en términos legales de la Península Ibérica. Algunos aristócratas defendían esta cuestión para conseguir el dinero y los hombres que los Austrias necesitaban en el siglo XVII. Así, se podría prosperar más uniformemente sin que una pesada losa cayera sobre el buey de carga castellano que tiraba de la carreta hispánica. De esto ya se hablaba durante el periodo final de gobierno de Felipe III, ya que fiscalmente la Monarquía Hispánica hacía aguas y parecía lógico que logrando la paridad fiscal se podría salvar a ésta de la debacle. Con la muerte de este monarca, las Cortes catalanas van a intentar presionar para la supresión de los quintos, un impuesto sobre Barcelona por el que la quinta parte de lo recaudado en la ciudad iba para el monarca[30].

En este marco, con la llegada de Felipe IV a su lado aparecería siempre alguien de infinito poder: el Conde-Duque de Olivares. Muchos antes de él habían hablado de la unión de los distintos territorios para salvaguardar a la Monarquía, pero solo él había reunido el suficiente poder como para tantear la idea. Evidentemente la unión era una castellanización legal porque era precisamente en este territorio donde el poder del monarca era lo suficientemente amplio como para que se cumplieran sus exigencias y no estuviera limitado tanto por el marco legal. En este caso, Olivares defendió tres formas mediante un memorial secreto dirigido a Felipe IV en 1624, siendo una de ellas la que justifica que muchos historiadores catalanes se orienten por pensar que el Conde-Duque alentó la revuelta, ya que en esta vía defendía que se llevara un ejército a Cataluña y se causara un tumulto[31]para así poder destruir sus privilegios por el derecho de conquista.  Pese a todo, más adelante Olivares reconoce que la unión no se podía crear de la noche a la mañana, por lo que quizás esta idea no tuviera tanta fuerza en su argumentación como parece que se le ha dado.[32]

Sin embargo, parece que Olivares se muestra más enérgico en otro de los caminos. El de permitir que tengan cargos importantes los miembros de otros territorios y que el rey abandone su cómodo lugar en la corte y viaje a las distintas provincias que le pertenecen.[33]

Sea como fuere, de este proyecto al final lo que se va a surgir es la Unión de Armas de 1626. La idea de dicha Unión era básicamente que acorde a la riqueza y población de cada territorio aportaran un número proporcional de hombres al servicio del rey. Así, conseguiría tener 140.000 hombres[34]para defender los territorios de Felipe IV con mayor solvencia en un momento en el que la Guerra de los Ochenta Años se había reanudado con el estallido de la Guerra de los Treinta Años.

Sin embargo, no conseguiría llevar a cabo este plan si no se convocaban Cortes en los territorios en los que era necesario. Por ello a principios de año se convocaron en los distintos territorios de la Corona, encontrando una enconada resistencia al plan en todas ellas. Aparte de eternizarse, solo consiguió una serie de subsidios que distaban mucho de conseguir el dinero suficiente para reunir a las tropas que se habían pensado inicialmente.

  Expectativas Realidad
Cataluña 16.000
Aragón 10.000 ≈1.000
Valencia 6.000 ≈1.000
Castilla y las Indias 44.000
Portugal 16.000
Nápoles 16.000
Sicilia 6.000
Milán 8.000
Flandes 12.000
Islas del Mediterráneo y el Atlántico 6.000

Fuente: Elliott, 1977.

En el caso que nos ocupa, que es el de Cataluña, las Cortes catalanas estaban compuestas por tres estamentos, comúnmente denominados como braços:el eclesiástico, el militar y el real[35]. De cada uno de ellos se nombraba a un diputado.

Estas cortes tenían muchísima más importancia de la que tenían las de Castilla, ya que en el caso de las de la “meseta”, solo se sancionaban las leyes, mientras que en el lado catalán se creaban o actualizaban. De esta manera, se puede intuir que el príncipe tenía mucho menos poder en estos territorios que en cualquiera de los otros[36]. De hecho, según algunos autores esto hacía que las Cortes tuvieran un cariz distinto, mucho más autogestionado y por lo tanto cercano a una especie de protorrepublicanismo que luego desembocaría en la breve república de la que hablaremos más adelante[37]. Podría decirse que existe cierta similitud con el Parlamento inglés, aunque tenían fórmulas muy distintas y propias, como la de dissentimentmediante la cual, cualquier miembro de los braçospodía mostrar su disensión con una medida.  Si el braçoal que pertenecía aceptaba la disensión, se informaba a los otros estamentos y a partir de ese momento solo se podía discutir sobre ese asunto hasta que se aclarase el problema o se formulase la ley de otra manera[38]. Este mecanismo era muy interesante a la hora de abordar cuestiones cruciales, ya que favorecía a la creación de grupos de presión dentro de cada estamento. Evidentemente, cuando se trató la cuestión de la Unión de Armas, este mecanismo fue excepcionalmente útil para paralizar la reforma eternamente. De hecho, se generaron tantos dissentimentsdurante las discusiones generadas por este acontecimiento que en algunos momentos se llegó incluso a las manos entre los ministros del rey y el braço reial.[39]El caos era tal, que las disputas no eran solo entre el monarca y los braços, sino que también entraban en pugna las distintas villas que formaban el Principado. Así, nadie se ponía de acuerdo y el pacto monarca-Cortes era tan improbable como el de los distintos miembros de las propias Cortes.

Así, en 1626 el rey abandonó las Cortes sin clausurarlas, hasta que, en 1632, Olivares volvió a intentar negociar con los braços.Este último intento selló definitivamente el enfrentamiento y separación del Principado y de su príncipe[40]. La situación económica era nefasta a principios de la década de los 30, así que no era el mejor momento para intentar llevar a cabo este plan. La sequía había sido enorme, y una enorme plaga había acabado con los cultivos de Castilla y Cataluña en el año 1630. Para empeorar más la situación, la peste se extendió por todo el Principado proveniente de Francia. A partir de este momento habría réplicas en los brotes de peste, siendo el más importante el de Barcelona de 1651 hecho que empeoraría bastante por la propia guerra librada contra la Monarquía Hispánica en este marco[41].

“Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, a caballo” Velázquez, 1636, Museo del Prado, Madrid.

“Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, a caballo” Velázquez, 1636, Museo del Prado, Madrid.

La guerra contra Francia: la chispa que hizo estallar las tensiones

Llegada esta situación de divorcio de la monarquía compuesta con su territorio, un factor decisivo iba a marcar el curso del resto de la década: el estallido de la guerra entre Francia y la Monarquía Hispánica.

La guerra no interesaba ni a Olivares ni a Richelieu, los dos hombres fuertes en ambos territorios. No obstante, la intervención española en la Guerra de los Treinta Años estaba siendo demasiado beneficiosa para los hispanos, que habían vencido en Nordlingen al ejército sueco, lo que dejaba herido de muerte al bando contrario[42]. Además, esto sucedió a colación del paso del Cardenal-Infante por el conocido como “Camino Español” una serie de corredores por los que se enviaban tropas a Flandes desde Italia. De alguna manera, esta ruta hacía sentir muy amenazado a Richelieu, que veía como su frontera peligraba tanto por la parte norte como por los Pirineos. Además, una serie de revueltas que habían surgido en el seno de sus territorios le preocupaban[43], por lo que estaba muy interesado en no inmiscuirse en problemas exteriores para terminar de solucionar los que todavía se fraguaban en el interior. Pese a ello, la guerra tenía visos de llegar tarde o temprano.

Invariablemente a las victorias hispanas en territorio centroeuropeo, el ejército de la Monarquía Hispánica se encontraba literalmente seco, ya que su reserva de hombres se encontraba menguada tras casi veinte años de guerra, mientras que Francia planteaba la guerra con sus reservas llenas.

A esto hay que sumar otro problema. La primera línea de defensa frente a una agresión francesa era Cataluña, pero a partir de este momento podían surgir dos opciones. En primer lugar, que el Principado, ante la amenaza gala, decidiera empezar a participar más en confluencia con el resto de los territorios de la Monarquía Hispánica. Pero también existía la posibilidad de que se generase un descontento aun mayor, debido a que las relaciones entre el monarca, su valido, y Cataluña, se habían prácticamente cortado con las cortes de 1632. Ahora, desde nuestra perspectiva es muy fácil saber cual fue el curso de los acontecimientos, pero en ese momento la situación política de la Monarquía Hispánica era incierta.

La mejor opción era terminar la guerra lo más rápido posible, por lo que se llevó a cabo un plan para invadir Francia por tres frentes – Flandes, Italia y Cataluña –, algo que resultó ser claramente un fracaso en el que lo que más destacó fue la Jornada de Corbie, un intento del Cardenal-Infante de marchar sobre París.[44]Además, para que la guerra pudiera ser terminada con rapidez era necesaria la colaboración catalana, razón por la que el virrey, duque de Cardona negociaba en Barcelona la posibilidad de movilizar hombres contra Francia. Esto le fue negado y las relaciones se volvieron a tensar, por lo que Olivares planteó una nueva visita real, de hecho, Felipe IV quería ir al mando del ejército que fuera a Cataluña y posteriormente a Francia. Algo que no sucedió porque para convocar las Cortes no podía haber un ejército sobre el territorio, así que precisamente las oportunidades del Cardenal-Infante se desvanecieron porque se canceló el plan de ataque por el sur de Francia. Como era de esperar, todo acabó mal, hasta el punto de que dimitiría el virrey siendo sustituido por el Conde de Santa Coloma.

Llegado este momento, los ministros de Felipe IV eran conscientes de que el respeto a las constituciones catalanas era incompatible con la supervivencia de la Monarquía Hispánica. El plan de atacar Francia desde Cataluña volvió a llevarse a cabo con el ataque a la plaza francesa de Leucata que resultó un auténtico fracaso por la falta de coordinación y experiencia de las tropas hispánicas[45]. Este ataque no tenía mucho sentido si no se llevaban a cabo otros sincronizados desde Italia y Flandes, pero aun así decidió hacerse inexplicablemente.

Tras esto, la única opción que quedaba era pasar a la defensiva. Cosa que se hizo torpemente generando unos éxitos iniciales por parte de los franceses en la toma de Ópol, Taltavull y la más importante: Salses.

En ese momento no quedaba otra que Cataluña reclutara tropas, hecho que se consiguió, llegando a aportar inicialmente 7.500 hombres, de los cuales solo 2.500 se unirían al ejército enviado por el resto de los territorios para auxiliar la plaza fronteriza de Salses. Sin embargo, tardaron tanto que no llegaron al auxilio y tuvieron que unirse al asedio de esta. Seis meses tardó en caer de nuevo en manos de la Monarquía Hispánica en un asedio muy mal coordinado y con grandes deserciones. Las tropas catalanas, que durante el asedio ascendieron nominalmente a 12.000 hombres en realidad eran 6.654 para octubre, y en 3.100 para finales de la contienda. Los no-catalanes también desertaron ingentemente, ya que de 12.000 pasaron a 9.000[46]. Con semejante número de deserciones la plaza de Salses cayó de nuevo en manos de la Monarquía Hispánica básicamente porque el ejército francés no podía acudir al socorro.

Para entonces ya era 6 de enero de 1640, y que el asedio se prolongara tanto fue uno de los motivos por los que estallaría la revuelta. Para empezar porque la moral catalana, que nunca estuvo alta, rozó límites críticos tras esta intervención, llegando a crear un clima en el que las tropas catalanas y castellanas se enfrentaban en los propios acuartelamientos[47]. Pero es que el ejército tendría que pasar el invierno en territorios catalanes, y esto creó un clima insostenible ya que las poblaciones se mostraron muy hostiles ante el ejército real, y por su parte, como era costumbre, el ejército también se dedicó a generar problemas[48]. Esta situación fue alentada por la diputació, pero es posible que los estratos sociales más bajos tampoco estuvieran por la labor de cooperar con el acuartelamiento de las tropas del resto de territorios de la Monarquía Hispánica.

“Valenciennes” Augusto Ferrer-Dalmau.
“Valenciennes” Augusto Ferrer-Dalmau.

Sea como fuere, el ejército empezó a descomponerse y había que hacer algo para solucionar esto, por su parte, el Conde-Duque se encontraba en una situación de enfado perpetuo, ya que no entendía la insolidaridad de los catalanes cuando toda la Península les estaba enviando trigo para auxiliarles en la guerra. Tomó la decisión entonces de hacer una última resolución por la cual los funcionarios reales de Cataluña quedaban libres para poder violar las constituciones del reino. Así, según John H. Elliott, Madrid había encontrado la solución perfecta para destruir lo poco que quedaba de la autoridad real en el Principado.[49]

Se empezaron a tomar cada vez medidas más duras, sobre todo contra aquellos que atacaran a las tropas del rey. Además, se detuvo a personalidades muy respetadas del braço militar, como el diputat Francesc Tamarit.

Para mayo de 1640 la situación era insostenible, ni las instituciones del Príncipe ni las entidades propias de Cataluña eran capaces de gestionar la situación. Las tropas procedentes de la península se encontraban en el nordeste, en la zona más complicada, donde desde hacía un siglo el bandolerismo había ganado un poder importante, por lo que había muchos puntos para esconderse y realizar emboscadas. Así, eran hostigadas constantemente causando cada vez más deserciones, los estratos más bajos, en connivencia con el braço militar, atacaban constantemente e incluso sitiaban los acuartelamientos de los tercios. La situación fue tal que para mayo de 1640 las fuerzas rebeldes, compuestas por campesinos de la región, eran capaces de movilizar hasta 4.000 hombres[50].

Los asesinatos a personalidades importantes del entorno del virrey causaron unas represalias atroces como la acción de Santa Coloma de Farners, donde la brutalidad fue grande y en cierta medida gratuita y desaconsejada por parte del Consejo de Aragón.[51]Estas situaciones, en vez de pacificar el país encendían más una llama de revuelta generalizada que hizo que para el 17 de mayo de 1640 los tercios dirigidos por el virrey se encontraran las puertas de Gerona cerradas, por lo que tuvieron que dirigirse a Barcelona, donde una rebelión hizo que se liberara al Tamarit[52]. A pesar de ello, esta rebelión pudo sofocarse gracias al esfuerzo del obispado barcelonés, por lo que Santa Coloma volvió a Barcelona, donde no se sentía seguro y veía traidores en cada esquina. Así, la mejor idea era la evacuación de la ciudad, ya que las galeras del marqués de Villafranca habían atracado en el puerto el día 5 de junio y se preparaba para llevar a cabo una evacuación ya que veía su vida amenazada en Barcelona.[53]

Al amanecer del día 7 de junio de 1640, coincidiendo con el día del Corpus, entraron quinientos hombres vestidos de segadorsa Barcelona. Muchos de ellos lo eran de verdad, pero había entre ellos insurgentes mezclados que empezaron a generar disturbios en la ciudad. Posteriormente intentaron incendiar el palacio del virrey, lo que fue evitado por la acción de los religiosos que evitaron este enfrentamiento. La llegada de los diputats y los obispos pareció enfriar la situación y devolver la situación a su curso, pero un pequeño grupo de segadorsignoró a éstos y empezaron a perseguir y asesinar a algunos magistrados al servicio del virrey. Ante esta situación, éste emprendió su marcha hacia el puerto, siendo interceptado teniendo que huir por la playa, donde su mala condición física y una caída causaron que fuera alcanzado por los amotinados y asesinado. Durante los tres días siguientes, la anarquía cundió en Barcelona, siendo las propias instituciones catalanas incapaces de controlarlo.

El primer intento de perdón general

El asesinato conmocionó a Felipe IV, pero en la corte fue recibido también con cierta “alegría”, por parte de los detractores del Conde-Duque y del propio virrey, que se había granjeado unos cuantos enemigos entre la nobleza castellana. ¿Por qué algunos nobles de Castilla estaban contra la política de la Monarquía en Cataluña? Esto tiene su sentido si se analiza a las casas nobiliares en cuestión, como el duque de Híjar, ya que estos tenían posesiones y familia en Cataluña, así como relaciones matrimoniales con algunos miembros de la aristocracia catalana[54].

Con todo el complejo entramado de lealtades tejido, quedaba la duda de como iba a actuar Olivares. Éste decidió formar una junta especial de 15 ministros para ver como se iba a gestionar la situación. La opinión general de todos ellos fue la de actuar con cuidado, optando por una vía blanda y de emitir un perdón general ya que el ejército no estaba preparado para tomar Cataluña. Además, ya se preveía la llegada de los franceses al escenario. Obviamente este perdón no tendría en cuenta a los asesinos de Santa Coloma.[55]Aun así, la idea jamás llegaría a concretarse.

Retrato del Conde-Duque de Olivares (1625)
«El Conde-Duque de Olivares» Velázquez, (1625). Colección Luis Várez Fisa

Finalmente se decidió pacificar la provincia, siendo elegido como virrey de nuevo a Cardona, que por ese momento estaba gravemente enfermo de gota. Aun así, decidió llevar a cabo una serie de visitas junto al diputat Tamarit a distintos lugares, como, por ejemplo, Perpiñán, que había sido arrasada por unos famélicos soldados a los que se había negado su acceso.

Para este momento, la rebelión no tenía una cabeza clara, sino que era marcadamente contraria a cualquier tipo de gobierno. Los rebeldes cargaron primero contra los tercios, luego contra los funcionarios del poder central, y finalmente cargaron contra cualquier funcionario proviniera de donde proviniese. Los nobles, tanto los altos como los bajos se encontraban terriblemente asustados por la situación.

Ante esta situación, los estratos sociales gobernantes querían que el orden público volviera. Pero no podían prestar apoyo a Cardona si no querían ser tildados de traidores, por lo que las negociaciones iniciales fueron arduas y solo pudieron llevar a la quiebra de la situación cuando este murió el 22 de julio.

Ante semejante situación, los diputats quedaban como única figura de autoridad de Cataluña, así que no les quedaba otra que convertirse en las cabezas de la revolución que se estaba fraguando. Inicialmente no fue contra el monarca, al que todavía se seguía apoyando, sino que se consideraba como traidores a todos aquellos funcionarios que habían ultrajado las constituciones. Para Nuria Florensa i Soler si que era una guerra abierta con el monarca, una guerra dirigida por las élites que recogieron el malestar de la población y lo encauzaron con un objetivo político[56]. Es difícil saber hasta que punto esto es cierto, ya que una de las consignas habituales era la de lanzar vivas al rey[57].

No se sabe en qué momento empezaron a acercarse a Francia[58]. Hasta este momento solo hemos hablado en concreto de Tamarit, el diputat militar, pero es muy posible que quien decidiera las negociaciones con Francia fuera Pau Claris, el diputado del brazo eclesiástico – con connivencia de Tamarit, claro- y además president de la Generalitatdesde 1638 hasta su muerte en febrero de 1641[59]. ¿Las razones? Pau Claris veía claramente como sus constituciones habían sido violadas, iglesias quemadas, población en armas y como el rey no les escuchaba, en parte por una suerte de malos consejeros que no permitían que sus demandas llegaran al monarca. De hecho, se cree que es posible que iniciara las conversaciones con Francia manteniendo aun la intención de permanecer en la Monarquía Hispánica, pero con la idea de forzar una crisis de gobierno que expulsara a Olivares. Como se ha dicho, la causa catalana tenía bastantes aliados en Castilla, ya fuera por la raigambre de algunos miembros de la nobleza, o por la existencia del enemigo común en la figura de Olivares. También se cree que por parte de Claris existía cierto desencanto, ya que era canónigo de Urgel y la canongía se encontraba en serias disputas con el obispo. Sin embargo, no está claro si estos intereses podrían haber significado que su fidelidad oscilara a Francia. En general ninguno de estos datos está claro, ni se sabe que repercusión tuvieron los hechos, aunque si se sabe que en la cúpula que le rodeaba, en general triunfaba el descontento por la falta de cargos y de oportunidades que se tenían en la región. También habían sufrido la violencia central en sus carnes personalidades como el propio Tamarit, que se había visto en prisión. Estas cuestiones hacen que evidentemente su fidelidad fuera lentamente virando.[60]El encargado de llevar a cabo las negociaciones fue Francesc Vilaplana, sobrino de Pau Claris, una suerte de pendenciero que tenía buenas relaciones con la nobleza del Languedoc.

El primer paso de los rebeldes fue asegurar la situación de Barcelona, que estaba en un estado de anarquía absoluta. Para ello apoyaron en la Junta de Brazos, esto es, la unión de los brazos que se encuentren en la ciudad de Barcelona, pero sin la figura del rey. También usaron el Consejo de Ciento, el órgano que regía la ciudad y en el que tenían mayoría. De hecho, durante este periodo el Consejo de Ciento actuaba prácticamente como un órgano legislativo y de toma de decisiones de primer nivel[61], dominado, claro, por los diputats,algo que se supone pero que no está del todo claro ya que el libro de actas solo registra las decisiones oficiales del Consell[62].

Una de ellas fue comenzar la colaboración con Francia, para ello se firmó el tratado de Ceret el 24 de septiembre de 1640, por el que un ejército al mando del barón de Espenan llegaría proveniente de Francia con 6000 infantes y 2000 jinetes de los que se tendría que hacer cargo de su mantenimiento el propio Principado. Así vemos como al final, Cataluña tuvo que transigir el mantenimiento y el acuartelamiento de un ejército foráneo, solo que en vez del de Felipe IV, fue el de Luis XIII.

Para entonces, desde Madrid la opción del uso de la suavidad no tenía ningún sentido, y habían empezado a barajar los medios de la fuerza[63]. Así, la idea era llevar un ejército al corazón de Cataluña para el mes de septiembre, de nuevo la idea de una victoria rápida estaba sobre la mesa. Existía una enorme confianza en los resultados de la contienda, hasta el punto de nombrar como virrey al Marqués de Vélez, que apenas tenía experiencia militar, pero que a su favor contaba con tener posesiones dentro de la provincia.[64]

El ejército de la Monarquía Hispánica tuvo unos éxitos arrolladores iniciales, llegando a Martorell rápidamente. No obstante, siempre pecó de ser excesivamente confiado, lo cual más tarde se pagaría caro. Es importante sobre todo entender que estos éxitos se debieron a que la zona sur y centro del Principado no eran realmente adeptas al Consell de Centni a la Junta de Braços, ciudades como Tortosa o Tarragona se mantuvieron abiertamente realistas[65], esta última, aunque ocupada por los franceses, se mantenía posicionada a favor de la Monarquía y de hecho el escaso apoyo de la ciudad a Espenan, el dirigente francés hizo que incluso intentara negociar en secreto la retirada de las tropas francesas del Principado[66]. Algo que se tomó como una traición.

Las victorias iniciales fueron contra ejércitos muy desorganizados y que realmente no tenían prácticamente nada que hacer contra una fuerza cohesionada, básicamente por lo reacios que se mostraban los soldados catalanes de colaborar con Francia, al fin y al cabo, ocurría exactamente lo que llevaban tiempo intentando evitar, pero sustituyendo a Castilla por el país galo. Así, el ejército de Vélez fue avanzando directamente hacia Barcelona, pasando por Cambrils y Martorell, donde el virrey llevó a cabo una durísima represión. Sin embargo, en otras localidades como Reus las puertas le fueron abiertas sin mayor problemática[67]. La dura represión de Vélez fue tal porque esos territorios le pertenecían por herencia, al estar entroncado en la familia Requesens. Algo que, evidentemente sentó especialmente mal en Barcelona, que volvió a levantarse en armas con mayor violencia que durante el Corpus de Sang. Además, las fuerzas de Josep de Margarit y Biure atacaron el pueblo de Constantí como represalia, donde estaba establecido el hospital de campaña del ejército realista, y ejecutaron a los 400 heridos.[68]

Se generó una enorme división entre los dirigentes catalanes, algunos dispuestos a volver al amparo de Felipe IV, y otros, seguidos por los diputatsoptaron por llevar esta situación hasta el final[69].

¿República?

Barcelona se encontraba en la anarquía de nuevo, cualquier político era susceptible de ser acusado de traidor. Ante esta situación, era realmente difícil actuar por parte del Conselly diputats. Al finalizar la batalla de Cambrils, con una enorme represión por parte del virrey, el 16 de enero se llevó a cabo una sesión de los Braços en la que Pau Claris declaró que:

El Sr. Plessis Besançon ha presentado los poderes que el Rey cristianísimo le entregó para negociar la asistencia que desea proporcionar a esta Provincia para su conservación, los cuales le autorizan para que la admita bajo su protección y que organice su gobierno en forma de República con los pactos y condiciones que se acordarán entre la Provincia y el Rey cristianísimo.[70]

Ese mismo día había concluido la toma de Cambrils, y tan rápido como llegó la noticia es de esperar que el estrato gobernante catalán se hubiera asustado tanto que intentara apoyarse en el rey francés. Se contactó directamente con Richelieu y este hizo que Duplessis Besançon se encargara de las negociaciones.

De esta manera se sellaba la separación completa de Castilla, pero no existe ningún tipo de registro más allá de esta conversación. No se proclamó, como si ocurrió en la Guerra de Sucesión. Durante una semana, del 16 al 23 de enero de 1641, Cataluña – los territorios leales a Barcelona más bien – se gobernó como una República en teoría, pero realmente era totalmente dependiente de los recursos de Francia.[71]

Muchos autores han puesto en entredicho esta República, debido a esa falta de proclamación más allá del discurso de Claris. Existiera o no, lo que está claro es que de facto nunca se llevó a cabo. A la hora de la verdad esta idea era una quimera, da la sensación de que era un paso más en las negociaciones a la desesperada con Francia, en esa lucha entre la independencia anhelada por Cataluña y la necesidad lógica de la modernidad de tener un príncipe.

De hecho, la idea era tan inviable que Claris explicó que el proyecto era imposible de llevar a cabo el día 23 de enero de 1641 y que finalmente se unían a Francia. Parece que no tenían garantías de supervivencia por parte de la monarquía gala si finalmente no aceptaban una incorporación total.

Quedaban solo tres días para uno de los acontecimientos más importantes de la Guerra de Separación: la batalla de Montjuïc. Para defender Barcelona se creó una Junta de guerra dirigida por Duplessis, que organizó la situación y plantó cara al ejército de Vélez, imparable hasta este momento.

La batalla de Montjuïc

"La batalla de Montjuïc" Pandolfo Reschi, 1641, Galeria Corsini Florenci
«La batalla de Montjuïc» Pandolfo Reschi, 1641, Galeria Corsini Florenci

Se suele considerar que con esta batalla comenzó la guerra tal y como se conoce. Realmente no es así, la guerra comenzó en forma de guerrilla más de siete meses antes. Solo que en este momento se volvió una guerra convencional con dos ejércitos abiertamente enfrentados.

El ejército de Felipe IV contaba con 23000 hombres de a pie, 3100 jinetes y 24 piezas de artillería[72]. El número se alejaba realmente de la intención de más de 30.000 hombres que se había puesto sobre el papel inicialmente. Además, a esto hay que sumar un número indeterminado de heridos y muertos, que dejarían realmente al ejército real con unos 17000 hombres. El número de hombres a los que se enfrentaron es indeterminado, pero no llegarían a los 10000 en ningún caso. Eso sí, contaban con un nivel avanzado de fortificación y un sistema de trincheras y defensas que hacían el terreno muy favorable a su defensa[73].

El asalto a Montjuïc se llevó a cabo desde tres zonas. Desde Llobregat, Sants y el último, con intención de cortar el acceso a la ciudad de Barcelona[74]. Hoy en día Sants es un barrio casi céntrico de la Ciudad Condal, pero en aquel momento no era más que unos arrabales. No obstante, tomar una posición fortificada y montañosa como es Montjuïc no era nada fácil.

Realmente la batalla fue bastante desorganizada por lo que se extrae de las crónicas de Melo. Básicamente consistió en un ataque frontal en el que fueron rechazados en unas cuantas ocasiones[75], pero sufriendo muchas bajas en el intento las tropas catalanas, que, además, demostraron tener una moral muy baja y se retiraron en muchas ocasiones. Si es cierto que las bajas fueron altas por parte del bando real, pero la batalla se pudo haber ganado. Sin embargo, antes de que la batalla se decidiera, el Marqués de Vélez decidió tocar retirada, consiguiendo más bajas así para el bando felipista.

Esta derrota desastrosa supuso el alargamiento de la guerra por 11 años. Lo que abrirá la puerta a un conflicto que demostrará las grandes fisuras que tenía la Monarquía Hispánica y la grave crisis en la que se encontraba, tanto económica y demográfica, como en sus propias instituciones, ya que el modelo de monarquía compuesta era cada vez más complejo y difícil de gobernar.

El resultado fue la unión de la parte central y norte de Cataluña a Francia y que los objetivos de Pau Claris se concretasen definitivamente. No obstante, el canónigo de Urgel moriría un mes después.

¿Cómo actuaron los braços? La dimensión social de la revuelta

Como es de esperar, insurrección catalana respondía a diversas cuestiones e intereses, y por lo tanto no todos sus habitantes, y mucho menos sus estamentos actuaron de manera monolítica. De hecho, hemos visto como geográficamente hemos visto el enorme nivel de variación de la guerra. Además, hay un detalle importante a tener en cuenta. En Cataluña se había vivido recientemente una guerra de bandos en la que los enfrentamientos entre nyerros y cadells habían fortalecido aun más las relaciones de clientelismo que existían en el Principado. Los lugares donde se dieron estos enfrentamientos, al norte, fueron precisamente en los que la guerra fue más encarnizada y la oposición más enconada. Cosa que también tiene que ver con que fuera precisamente donde se acantonaron las tropas, pero ese bandidaje que llevaba un siglo produciéndose dejó las infraestructuras suficientes para que una guerra de guerrillas fuera más accesible.

“Corpus de sang”, Hermenegildo Miralles, 1910.
“Corpus de sang”, Hermenegildo Miralles, 1910.

Los sectores nobiliarios tuvieron una recepción de la guerra de una manera bastante dividida. Es evidente que Dalmau Queralt, el conde de Santa Coloma no tenía unos nombres precisamente castellanos, lo que me inclina a pensar que los sectores más altos de la nobleza, todos aquellos que podían acceder – y de hecho lo hacían – a los puestos de responsabilidad del Principado, se mantuvieron fieles a Felipe IV. Por su parte, aquellos que vieron sus anhelos de ascenso truncados por distintos motivos, le declararon la guerra abierta a la Monarquía Hispánica. Por ejemplo, Aleix de Senmenat, un barón de la frontera que estaba destinado a ser paje de Felipe III, un puesto de enorme responsabilidad que nunca se llevó a cabo porque cayó enfermo y no pudo servir al rey. Esto le dejó siempre con deseo de recibir distinciones y rentas que le permitirían entrar a las órdenes militares. Esto le angustiaba enormemente, y estuvo cerca de conseguirlo, pero el fracaso político e inconcluso de las Cortes de 1626 impidió que lo consiguiera.[76]

Así vemos como en realidad la nobleza apoyó la revuelta según le conviniese para seguir engordando su patrimonio. Algo totalmente lógico, ya que al fin y al cabo la economía rige poderosamente el curso de la historia. En muchos casos, vamos a ver como los señores se unen a la revuelta por la propia presión del campesinado, que se revolverá contra aquellos que no la defiendan acusándoles de traidores[77].

Con el caso de los campesinos, algunos autores han llegado a decir que directamente ni siquiera intervinieron y que la mayoría no eran más que miembros de otros estamentos disfrazados[78]. Algo que no fue realmente así, es evidente que en el Corpus de Sang, al igual que ocurrió con los Sans-cullotes de la Revolución Francesa hubo miembros de la oligarquía urbana de segadores disfrazados con intención de alborotar los ánimos. Sin embargo, esto es falaz, ya que buena parte de la población campesina apoyó la insurrección, de hecho, está en la génesis de la revuelta.De hecho, se van a desarrollar ejércitos desde el campesinado y los estratos más bajos de los habitantes de las ciudades[79]pero nunca van a ir dirigidos contra el rey, sino contra «el mal govern». Esto incluirá a miembros de la nobleza o de la oligarquía urbana que vayan contra los intereses de los estratos más bajos.

Estos movimientos acabarán siendo canalizados por los grupos dirigentes dando lugar a una doble rebelión. La primera, una jacquerietípica de la época moderna, y la segunda claramente más elaborada y con personas de todos los braços entrometidos en la misma[80].

No podemos olvidar tampoco al conjunto de los eclesiásticos. Este estamento se posicionó mayoritariamente a favor de la revuelta, sobre todo las canonjías, siempre en pugna con los obispos desde la implantación de la “décima”[81]. No en vano uno de estos canónigos iba a ser Pau Claris.

Es curiosa la aportación del clero a la revolución. Generalmente, con una marcada proyección de textos propagandísticos a favor del monarca cristianísimo. También, evidentemente, mediante una serie de sermones institucionales. El papel del clero va a ser fundamental en las revueltas de la época, como es el caso de autres como Francisco Fornés o Josep de Jesús María, el cual llevó a cabo una labor ideológica a la hora de sostener muy inteligentemente la retórica del cambio de príncipe:

Catalunya és una senyora molt honrada que es estat casada dues vegades[82]

Sin embargo, la primera vez a su marido se lo habían matado. Es decir, Felipe IV había sido asesinado por los malos consejeros y por lo tanto la provincia estaba obligada a buscar a un nuevo marido que la protegiese.[83]Había que buscar un nuevo rey que se considerase natural o legítimo[84]. Esta dialéctica era impresionantemente útil para justificar que lo ocurrido no era una traición, la legitimidad del anterior soberano no quedaba ofendida, sino que se le “amaba” profundamente igual. El ordo amorisera, en teoría, el motor del mundo moderno.

Esta es la aportación de las caras conocidas, altos cargos o párrocos en posiciones que les habían llevado a ser reconocidos. Pero hubo también muchos eclesiásticos anónimos que llevaron el peso de la confesionalización de la guerra. En buena parte es culpa de los tercios, que llevaron a cabo grandes tropelías contra las iglesias de los lugares donde se hospedaban los tercios[85]. Esto hizo que muchos párrocos movilizaran a sus feligreses en algo que podría decirse que consideraban claramente una herejía. Por su parte, las iglesias fueron uno de los centros neurálgicos en el aviso del movimiento de tropas. De esta manera, cuando los tercios se acercaban, se tañían las campanas y pronto se movilizaban todos los rebeldes del territorio.[86]

No podemos olvidar, que en el caso del golpe de Portugal también hubo mucho apoyo de la iglesia. El obispo de Lisboa llevó a cabo una procesión para normalizar la situación y mostrar el apoyo a Juan IV.

La revuelta de Cataluña ¿Rara avis o proceso común de su tiempo?

“New Model Army” Warlord Games.
“New Model Army” Warlord Games.

Las revueltas campesinas, como la que dio inicio a esta guerra van a ser comunes durante todo el periodo, como un decidido rechazo comunitario frente a las exacciones y distorsiones derivadas de una incipiente y nueva fiscalidad estatal que se produjeron en forma de aumentos de carga tributaria[87]. De hecho, el propio Richelieu había vivido muchas de estas revueltas en Francia, lo mismo ocurrirá con Mazarino, su sucesor, que tendrá que hacer frente a la Fronda. Si es cierto que en Europa Occidental quienes lo van a vivir con mayor ímpetu son los territorios de la Monarquía Hispánica, que va a ver como Cataluña y Portugal van a intentar escindirse, siendo esta segunda además quien lo consiga de manera exitosa.

Aun así, no podemos obviar que el siglo XVII fue especialmente tumultuoso precisamente por lo que se comentaba en el apartado anterior. En toda Europa hubo un proceso de implantación de una fiscalidad estatal que no encajaba con el modelo preponderante y que generó todo tipo de reacciones. Al final esto es una importante motivación también en la propia Guerra de los Treinta Años, que más allá de las motivaciones religiosas también se puede observar un fuerte problema territorial por ese complejo puzle en el que se había convertido el Sacro Imperio Romano.

En el mundo anglosajón ocurrirá también lo mismo. Los intentos de Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia por uniformizar sus territorios van a quedar en agua de borrajas debido a los enormes problemas que van a darse. Estos intentos de uniformizar las Islas Británicas van a continuar, y finalmente se darán exitosamente en la Union Actde 1707. Pero antes de eso tuvo que pasar todo un siglo de tumultuosos enfrentamientos entre reinos, entre estamentos y contra el propio rey. Esto muestra que ese intento de unión (y su consecución) no solo se dio en la Monarquía Hispánica, sino en muchos otros lugares. Siendo este el ejemplo más paradigmático porque además va a ocurrir en el mismo periodo que en la Monarquía Católica, ya que el primer Decreto de Nueva Planta borbónico se va a dar en el mismo año.

En latitudes mucho más orientales tenemos el ejemplo de una de las monarquías más importantes del Este, Polonia. En este momento se encontraba unida con Lituania en lo que se conoce como la Mancomunidad, siendo el Rey de Polonia, también Gran Duque de Lituania. Sin embargo, a mitad del siglo XVII se va a iniciar la separación de ambos reinos por los intentos de Juan Casimiro de hacer la unión de ambos territorios más estrecha. También hay tener en cuenta que, durante este periodo, Polonia estaba viviendo lo que la historiografía del país conoce como “El Diluvio”, un momento en el que fue invadido por todos los grandes países del centro, norte y este de Europa[88].

Estos ejemplos son solo unos pocos de toda la serie de revueltas campesinas, nobiliarias y separatistas que hubo durante el siglo XVII por toda Europa y que vienen a colación del intento de reformar la Monarquía Compuesta, el modelo típico de organización de la Edad Moderna temprana.

Conclusión

La explosión de la revuelta de los catalanes se debe como hemos visto a la defensa de las constituciones que fueron violadas por las figuras reales. No obstante, como es obvio en una situación como esta, tuvo un cariz variable dependiendo del estamento y del nivel socioeconómico al que se perteneciera.

Así, la iglesia tuvo un papel fundamental por motivos económicos y por el propio daño que sufrieron a manos de los tercios acuartelados en el norte de Cataluña. Los nobles por su parte variaron su lealtad, dependiendo de los intereses que tuvieran y de la propia coyuntura que estuvieran viviendo. Mientras, que, en el campo, la reacción fue antiseñorial y de búsqueda del respeto de las constituciones, con una violencia espontánea que luego fue canalizada por los defensores de la ruptura con Felipe IV.

Batalla de Almansa. Pallotta Filippo, Ligli Buonaventura, 1721. Museo del Prado
Batalla de Almansa. Pallotta Filippo, Ligli Buonaventura, 1721. Museo del Prado

El estallido de la revolución no tiene nada que ver con el ansia de un pueblo por ser libre, ni mucho menos es el origen de la nación catalana tal y como entendemos este término desde el siglo XIX por los autores de la Renaixença catalana. Obviamente, tampoco tiene que ver con una revuelta de alta traición a la patria, como intentaron hacer ver los ideólogos del régimen franquista.

En realidad, ante lo que nos encontramos, es algo muy propio de su tiempo. Sucedió como respuesta al intento de unificar los reinos que sufrían todas las monarquías de su tiempo. Olivares veía como la Monarquía Hispánica podía desaparecer porque Castilla estaba exhausta y el resto de los reinos no participaban con tanto entusiasmo del proyecto felipista. Así, una unión, aunque fuera de armas se convertía en algo necesario para sostener el abrasivo ritmo de guerras europeas.

Estos intentos fueron generando tensiones que ya venían de incluso antes del gobierno de Felipe IV y que se fueron destapando lentamente. Así, la revuelta de Cataluña no es algo espontáneo que surge de la nada, sino que el escenario se fue preparando lentamente para la ruptura.

Hoy por hoy se leen argumentos que se daban también en la época. En algunos momentos, los catalanes se quejaban de contribuir más de lo que recibían, tal y como hoy en día. No es del todo mentira, pero también es una verdad a medias, ya que no es que aportaran infinitamente a la corona, pero si es cierto que tampoco eran recompensados con altos cargos, que eran monopolio de castellanos.

Por lo tanto, en este artículo se ha expuesto la hoja de ruta que llevó al desastre. Eso sí, siempre, con un ojo puesto en un contexto europeo que estaba viviendo procesos muy similares.

Podéis consultar la bibliografía haciendo click aquí.

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