Las aviadoras de la Segunda Guerra Mundial, un vuelo desde el olvido

Las aviadoras de la Segunda Guerra Mundial, un vuelo desde el olvido

Fueron miles las aviadoras que, desde ambos bandos y desarrollando diferentes misiones, participaron activamente en la Segunda Guerra Mundial. A pesar de ser relegadas a un segundo plano o, directamente, olvidadas se convirtieron en pioneras y llevaron a cabo peligrosas y heroicas acciones

Las aviadoras de la Segunda Guerra Mundial, un vuelo desde el olvido (Tomás Moreno)
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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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El 8 de marzo de 1910 — tenía que ser un 8 de marzo—, la parisina Raymonde de Laroche se convirtió en la primera mujer que obtuvo una licencia para pilotar aeronaves. Desde entonces, innumerables aviadoras han protagonizado hazañas extraordinarias que, por lo general, han quedado sepultadas en el olvido o carentes del debido reconocimiento. Así sucede con las que pilotaron para las fuerzas aéreas y unidades civiles auxiliares de los países contendientes en la Segunda Guerra Mundial.

Raymonde de Laroche

Raymonde de Laroche fue la primera mujer con licencia para pilotar aviones. Foto: ASC.

Caso aparte constituye el de las «brujas de la noche», las magníficas aviadoras rusas que integraron un regimiento de bombarderos en la fuerza aérea soviética formado exclusivamente por mujeres y cuyas efectivas incursiones nocturnas alimentaron la creencia entre los alemanes de que gozaban de una visión mejorada en la oscuridad gracias a una medicina experimental. Todo menos admitir que estaban a la altura de los mejores pilotos del Tercer Reich. Finalizada la guerra, una veintena de ellas fueron distinguidas como heroínas de la URSS.

Aviadoras rusas, las brujas de la noche

Aviadoras rusas del 588º Regimiento de Bombardeo Nocturno de la fuerza aérea soviética, apodadas «las brujas de la noche» por el ejército alemán. Foto: ASC.

Salvadas estas célebres y reconocidas aviadoras, sirvan las líneas venideras para dar testimonio del papel que jugaron otras muchas mujeres en los cielos de aquella contienda y recordarnos que la guerra también tiene rostro de mujer en los frentes de batalla.

Las aviadoras auxiliares británicas

Un puñado de mujeres británicas fueron las primeras aviadoras que se incorporaron a las operaciones desarrolladas en la Segunda Guerra Mundial. Enroladas en el servicio de Transporte Aéreo Auxiliar, conocido por ATA (Air Transport Auxiliary), las mujeres spitfire llegaron a sumar un contingente de 168 efectivos y junto a 1.152 compañeros varones se ocuparon desde 1940 de realizar diversas misiones de vuelo complementarias para liberar a los pilotos militares de esas actividades y dedicarlos en exclusiva a misiones de combate.

Entre las primeras funciones del ATA destacan las desarrolladas para transporte de personal, suministros o correspondencia; aunque pronto pasaron a realizar su tarea más importante: el traslado de cazas y bombarderos desde los centros de fabricación o destinos intermedios hasta los aeródromos militares. También se ocuparon de pilotar aviones dañados hasta las bases de mantenimiento y de comprobar que una vez reparados estaban aptos de nuevo para el servicio, por lo que el trabajo de aquellos aviadores no estaba exento ni mucho de menos de riesgo. 

A finales de 1939 se incorporó al ATA la primera mujer: Pauline Gower. No fue fácil vencer la resistencia de los mandos militares y de sus compañeros, que no veían con buenos ojos a las mujeres pilotando aviones de combate, hasta el punto de que a las que aspiraban a sumarse al servicio se les exigía el doble de horas de vuelo que a los hombres; su extraordinario comportamiento y las exigencias de la guerra llevaron a estas aviadoras a ir ganando posiciones e igualarse a sus compañeros hasta incluso llegar a equiparar sus salarios en 1943.

Pauline Gower

Pauline Gower (derecha), jefa de la rama femenina de la Air Transport Auxiliary (ATA) con la piloto Lettice Curtis en la cabina de un entrenador Airspeed Oxford, 1942. Foto: Getty.Getty Images

Las conocidas también como atagirls procedían de una decena de países, mayoritariamente del entorno natural del Reino Unido, aunque no faltaron aviadoras procedentes de destinos insospechados. Entre ellas, Maureen Dunlop, quien se sumó al ATA desde Argentina en 1942 con 22 años. También del otro lado del Atlántico llegó Margot Duhalde, piloto chilena que primero se incorporó a la fuerza aérea de la Francia Libre para alistarse poco después en el ATA. Como su compañera argentina, la vida de Margot estuvo dedicada a la aviación antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, una pasión que, alimentada por los más altos ideales, las llevó a sumarse al ATA y entregarse al esfuerzo colectivo por vencer a la Alemania nazi.

Maureen Dunlop y Margot Duhalde sobrevivieron a la guerra, no así 15 de sus compañeras del ATA. Entre ellas Cornelia Fort, fallecida después de que su avión colisionara con el de un compañero en pleno vuelo. Su muerte fue especialmente sentida, porque Cornelia Fort fue quien el 7 de diciembre de 1941 vio a la primera escuadrilla japonesa que atacó Pearl Harbor cuando hacía un vuelo de instrucción. Su avión fue ametrallado, pero en aquella ocasión consiguió salir ilesa.

Las Avispas yanquis

En todo caso, y al margen de las célebres «brujas de la noche», las aviadoras que han alcanzado mayor relevancia y quizá sean algo más conocidas de entre las que participaron en la Segunda Guerra Mundial, fueron las integrantes del Women Airforce Service Pilot (WASP), creado en 1943, que prestó incontables servicios a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Apodadas como «avispas» en correspondencia con las siglas de la unidad de la que formaban parte, sumaron un total de 1.074 mujeres y constituyeron el contingente femenino de pilotos más numeroso de los que participaron en la contienda.

El símbolo de las WASP

El símbolo de las WASP, «Fifinella», diseñado por The Walt Disney Company, presidía la entrada al centro de entrenamiento de mujeres de Avengers Fields en Texas. Foto: Getty.

Todo empezó varios años atrás, antes incluso de que Estados Unidos entrara en la guerra, cuando la organización Wings for Britain («Alas para Gran Betraña») ya se ocupaba de enviar aviones norteamericanos al Reino Unido. Miembro de esa organización, la piloto Jacqueline Cochran se unió a su colega Nancy Harkness Love para proponer a la primera dama de aquel país, Eleanor Roosevelt, la formación de una unidad exclusivamente femenina para ocuparse de esas labores.

Ante la falta de respuesta, Jacqueline Cochran y otras veinticinco mujeres se incorporaron al ATA, al tiempo que Nancy Harkness creaba su propia organización: el Escuadrón de Transbordadores Auxiliares de Mujeres. A su vuelta de Gran Bretaña, Jacqueline Cochran formó el Destacamento de Entrenamiento Volador de Mujeres, poco después integrado con la unidad de Nancy Harkness para fundar definitivamente el WASP, que liderado por Cochran e identificado por una insignia diseñada por Walt Disney cubrió un total de 110 millones de kilómetros y entregó la vida de 38 aviadoras.

Como sus compañeras del ATA, las «avispas» tuvieron que enfrentarse a todo para salir adelante. Su salario estaba muy por debajo del que tenían sus compañeros, los cursos y los desplazamientos debían ser costeados por ellas mismas, no tenían derecho a sanidad ni estaban cubiertas por un seguro de vida y, dada su condición de civiles, los funerales no eran militares ni las fallecidas en el desempeño de su misión podían aspirar a que sus féretros estuvieran cubiertos por la bandera norteamericana.

Aviadoras estadounidenses y británicas

La piloto estadounidense Jacqueline Cochrane y otras pilotos estadounidenses y británicas a su llegada a Gran Bretaña, el 31 de mayo de 1942. Foto: Getty.

Y por si faltaran discriminaciones, una más: la de Mildred Hemmons Carter, piloto afroamericana que después de superar el curso de ingreso no fue aceptada en la unidad sin que nunca quedaran aclarados suficientemente los motivos de su rechazo. No fue el caso de Ola Mildred Rexroat, mestiza de madre lakota que sí consiguió entrar en el WASP.

La principal misión de las integrantes del WASP fue la misma que la de sus compañeras del ATA: trasladar aviones desde las fábricas hasta los aeródromos militares, incluidos los grandes bombarderos B-29 y B-17, las llamadas fortalezas volantes. No obstante, progresivamente sumaron otras operaciones como la de remolcar objetivos para que los pilotos de combate y las baterías antiaéreas hicieran prácticas de tiro, lo que llevó a que en ocasiones los aviones que pilotaban recibieran impactos de quienes se entrenaban.

Su entrega y eficacia en las misiones encomendadas les hicieron ser merecedoras de un creciente reconocimiento que nunca llegó a ser oficial en su tiempo, pero que dejó muy atrás el despectivo y paternalista sobrenombre de wool teddies (ositos de felpa) con las que apodaron a las «avispas» sus compañeros de vuelo.

Concluida la guerra, fundaron una organización para defender sus derechos y luchar por continuar volando en la vida civil, aunque tuvieron, por desgracia, muy poco éxito. Hasta 1977, las WASP no fueron reconocidas como veteranas de guerra, aunque su reivindicación oficial llegó cuando el 1 de julio de 2009 el presidente Obama otorgó a las casi 300 «avispas» aún con vida la Medalla de Oro del Congreso, la más alta condecoración civil que se otorga en Estados Unidos.

Barack Obama con veteranas de la WASP

El presidente Barack Obama se reunió con aviadoras veteranas de la WASP después de firmar un proyecto de ley para otorgarles la Medalla de Oro del Congreso, en julio de 2009. Foto: AGE.

Jacqueline Cochran, una pionera sin límites

Nacida el 11 de mayo de 1906 y de origen muy humilde, su vida es la propia de quien es capaz de superar una barrera detrás de otra para acabar sus días siendo una referencia indiscutible.

Se podría decir que en el mundo de la aviación, Jacqueline Cochran fue la primera mujer en casi todo: en romper la barrera del sonido, en aterrizar y despegar de un portaaviones, en pilotar un bombardero a través del Atlántico, en presidir la Federación Aeronáutica Internacional o en volar a más de 20.000 pies de altura; aunque quizá su gran hazaña se produjera en 1964, cuando con 58 años superó en dos veces la velocidad del sonido pilotando a 1.429 millas por hora.

Su primer gran éxito llegó en 1938, cuando fue reconocida como la mejor piloto de Estados Unidos después de vencer en la Bendix Race, una competición en la que solo se midió con hombres. Poco después, ya en plena Guerra Mundial, formó parte del servicio Auxiliar de Transporte Aéreo (ATA) constituido en el Reino Unido para transportar aviones a aeródromos de combate en toda Inglaterra. En 1943, regresó a Estados Unidos para formar el conocido Servicio de Pilotos de la Fuerza Aérea de Mujeres (WASP, por sus siglas en inglés), que comenzó con 25 aviadoras seleccionadas personalmente por ella misma.

Jacqueline Cochran

La aviadora estadounidense Jacqueline Cochran. Foto: ASC.

Su vida personal acompaña perfectamente una trayectoria profesional tan singular: trabajadora desde niña, se casó por primera vez a los 14 años y en segundas nupcias con Floyd Odlum, un magnate que representaba la gloria y la fama que siempre deseó y a quien arrastró en su obsesión por despejar el camino a las mujeres que aspiraban a introducirse en la aviación. Llegó a ser amiga personal del presidente Eisenhower e incluso candidata por el Partido Republicano en California, uno de los pocos empeños que no culminó al ser superada in extremis por su oponente del Partido Demócrata.

Falleció el 9 de agosto de 1980 después de haber ganado más de 200 premios y transitar por esta vida dejando una huella imborrable.

Dos singularidades de la aviación nazi

Al servicio de la Alemania nacionalsocialista volaron dos aviadoras excepcionales: Hanna Reitsch y Melitta Schiller. La primera, entregada ideológicamente a Hitler y a su causa; la segunda, de buena familia, padre judío y cuñada del famoso coronel von Stauffenberg, protagonista de la operación Valkiria contra el Führer, no mantuvo lazos tan estrechos con el régimen, aunque es indudable su contribución a la maquinaria de guerra nazi.

Melitta Schiller desarrolló un extraordinario trabajo científico en el campo de la aviación y realizó numerosas y arriesgadas operaciones experimentales. Llegó a participar en más de 2.500 vuelos en picado para calibrar las miras de los aviones en los que habrían de implementarse una vez aprobadas técnicamente. En 1943, obtuvo la Cruz de Hierro de Segunda Clase y, posteriormente, el Distintivo Aéreo de Oro con Brillantes.

Aviadora Melitta Schiller

La aviadora alemana Melitta Schiller era de padre judío y cuñada del coronel von Stauffenberg, protagonista de la Operación Walkiria que intentó acabar con la vida de Hitler. Foto: Getty.

Tan importante era su trabajo para los nazis que ni siquiera su estrecho parentesco con el coronel von Stauffenberg le trajo mayores consecuencias tras el fracaso del intento de acabar con el Fürher, al margen de seis semanas de prisión preventiva. Falleció abatida por un caza estadounidense en abril de 1945 cuando volaba hacia el sur de Alemania, aunque hay quien afirma que la propia artillería antiaérea nazi derribó su avión.

También en abril de 1945 llegó el momento por el que Hanna Reitsch resulta especialmente memorable: su intento de convencer el 28 de ese mes a Adolf Hitler de que abandonara con ella su búnker en Berlín y se salvara. No la acompañó y dos días después el Fürher se quitó la vida.

Hanna Reitsch, fiel hasta el final

La aviadora más famosa del Tercer Reich nació en la ciudad de Hirschberg (actualmente Polonia) el 29 de marzo de 1912 y dejó este mundo en Fráncfort el 24 de agosto de 1979.

Con apenas 20 años descubrió que su verdadera pasión era volar y en 1934 comenzó su andadura como instructora de planeadores. Dos años más tarde, se convirtió en la primera mujer en volar 300 kilómetros sin motor.

Crecientemente afamada, en 1937 se incorporó a la recién nacida Luftwaffe como piloto de pruebas, ganando un prestigio entre sus conciudadanos que le llevó a ser una estrella de la propaganda nazi. Durante la guerra, continuó con ese excepcional trabajo en retaguardia que le llevó a participar en las pruebas del primer avión con motores a reacción y en el programa de cohetes que desarrollaron los científicos del régimen.

Hanna Reitsch

La aviadora alemana Hanna Reitsch. Foto: ASC.

En todo caso, Hanna Reitsch se ganó un lugar para el recuerdo por su hazaña en el Berlín de finales de abril de 1945, cuando aterrizó en una ciudad sitiada para llevar al general Robert Ritter von Greim al búnker donde Hitler le iba a nombrar jefe de la Luftwaffe, como finalmente fue, ante el abandono de quien había comandado la fuerza aérea alemana hasta entonces: el mariscal Göring.

A pesar de las enormes dificultades que imponía el cerco ruso, Hanna consiguió aterrizar en el aeropuerto de Gatow en un picado absolutamente espectacular y de allí volar hasta la Puerta de Brandeburgo, en el mismo centro de Berlín, ante la imposibilidad de hacerlo por sus calles. En ese trayecto, el avión fue alcanzado por los soviéticos y el general von Greim resultó herido, aunque Hanna le rescató de las llamas para ser finalmente llevados en coche hasta la cancillería. Esa noche, Hanna y von Greim pernoctaron en el búnker, que abandonaron al día siguiente por orden de Hitler ante la inminente llegada de los rusos y sin que el Führer se decidiera a acompañarlos para intentar salvar su vida.

Sorprendentemente, Hanna y el nuevo jefe de la Luftwaffe consiguieron despegar de Berlín y ponerse a salvo, aunque en su autobiografía la aviadora nos dejó una incógnita por resolver: «¿No habré sido yo quien sacó a Hitler de Berlín?». Una frase que abona una tesis defendida por algunos investigadores y en virtud de la cual el cadáver encontrado en el búnker sería el de Ferdinand Beisel, cuyo parecido al dictador le sustituía en el papel de suicida.

Capturada en los últimos días de la contienda, pasó 18 meses en prisión. Ya libre, volvió a volar y llegó a participar en el campeonato mundial de planeadores de 1952 celebrado en España, donde obtuvo la medalla de bronce. En 1979, el mismo año de su muerte, batió un nuevo récord superando los 800 kilómetros planeando sin motor. Nunca renegó del nazismo y murió orgullosa de la Cruz de Hierro con diamantes que el mismísimo Adolf Hitler le entregó.

Hubo más, todas abrieron camino

Las aviadoras referidas hasta ahora no fueron las únicas que participaron en la Segunda Guerra Mundial, aunque sí las más relevantes. En esa lista también podría citarse a otras, como Marita Știrbei, piloto que formó parte del conocido como Escuadrón Blanco de la Fuerza Aérea Rumana nutrido únicamente por mujeres y cuyo principal cometido durante la contienda fue la evacuación de heridos desde el frente de batalla. Conocida como la «Princesa de la aviación rumana», Știrbei inspiró a su gobierno tomando como referencia la experiencia de pilotaje humanitario femenino que se seguía en Finlandia y conocido como Lotta Svärd.

Știrbei y todas sus compañeras dieron un ejemplo realmente excepcional al servicio de sus respectivas causas, cuando el papel de los hombres y las mujeres estaba perfectamente definido y alterar el de cada cual era una hazaña casi comparable al propio esfuerzo bélico. Buena parte de ellas no solo fueron pioneras en la aviación, sino que con su encomiable empeño y su bien ganada reputación conquistaron por derecho propio un espacio para la mujer que hasta entonces les había sido negado.

Con ellas se hace visible que además de esposas, madres, hijas, hermanas, enfermeras, trabajadoras y hasta esclavas sexuales, las guerras cuentan entre sus protagonistas con mujeres que surcan sus cielos incendiados. En palabras lapidarias de Pauline Gower, la primera mujer piloto en ingresar en el ATA: «Las mujeres no nacemos con alas para volar, pero los hombres tampoco».

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