Oriol Junqueras, el fracasado beato del 'procés', por Carlos Padilla
THE OBJECTIVE
Carlos Padilla

Oriol Junqueras, el fracasado beato del 'procés'

«Ahora el verdadero Dios procesista, el máximo líder de un independentismo en horas bajas se llama Carles Puigdemont»

Opinión
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Oriol Junqueras, el fracasado beato del ‘procés’

Ilustración de Alejandra Svriz

Escribió Rafa Latorre en su Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido, posiblemente el título de un libro político más acertado en décadas, «los engranajes del nacionalista son muy parecidos a los del creyente, solo que su fe desborda la esfera íntima y pretende regir lo público, que es la forma más aberrante de vivir la religión». Votada Cataluña, expresado el humor del pueblo en las urnas, cabe decir que la fe nacionalista está pasando por una crisis. No le valió ni siquiera la ansiada promesa del regreso de ese mesías con corte de pelo incluido llamado Carles Puigdemont.

Hay que centrar la mirada en Esquerra. Partido derrotado, pero a la vez clave en una posible investidura. La calentura del momento, la ha contado Laura Fábregas en THE OBJECTIVE, fue decir que ellos ni pinchan ni cortan, que se iban a apartar. Y si vienen nuevas elecciones, pues que vengan. Pedirles responsabilidad a los republicanos sería como demandarle a Laporta que no se victimice, un imposible. Aunque eso de que no se mojan, ha sido una calentura, con Pere Aragonès fuera de la primera línea, ¿quién sabe qué hará ERC?, ¿y su líder Oriol?

Si el nacionalista es, a su manera, un creyente, Oriol Junqueras, el beato del procés, es doblemente creyente. Cree en Dios y además tiene una fe particular, compartida por miles de catalanes, de que son ellos, maltratados por el Estado opresor, ajusticiados por los policías aquel 1 de octubre, los que merecen tener un Estado propio. Es la enfermedad del rico creerse pobre: ¿quién sufre más, usted catalán con unos Rodalies mejorables, o usted extremeño con un tren que va a pedales? Es la paranoia del que ve represión cuando solo hay Estado de derecho. Son los dogmas, los que repiten bajo la edulcorada palabrería, que llevan repitiendo durante años. Y en política lo cursi es solo un trasfondo para ejercer el mal.

Ha hecho bandera Oriol Junqueras de su fe. En España, o como dicen a los que les da asquito ‘este país’, en el «Estado español» solo hay dos políticos que compiten en pregonar su fe católica. Está el otrora vicepresidente de la Generalitat y Jorge Fernández Díaz, el exministro del Interior. Díaz iba repartiendo estampitas en los encuentros con sus homólogos como los chavales se intercambian los cromos de Modric en el patio del colegio. Es la fe de Junqueras una mascarada, una protección. Porque, a la vista de casi cualquier ciudadano, ¿cómo va a osar hacer el mal un cristiano tan devoto como Junqueras? Pues tal y como ha venido haciéndolo todos estos años. Siempre de buenas palabras, ejerciendo lo que no deja de ser una política tóxica que envenena la sociedad.

Recuerden cuando el beato de Sant Andreu de Palomar se sentó ante la jueza Carmen Lamela en la Audiencia Nacional, y preguntado por los tumultos en torno a la Consejería de Economía y el destrozo de los vehículos de la Guardia Civil, siempre dando muestra de su creencia, confesó: «Yo soy creyente y cualquier cosa relacionada con la violencia me parece fuera de lugar». El carné de católico practicante pareciera que le absuelve del mal. Junqueras llega a entrar en la habitación de la niña demoníaca, la insolente Regan de El exorcista, y podría haberla curado tan solo con ponerle el dedo sobre la frente. Oh, Oriol, ven a mí.

«Oriol probó la cárcel de Lledoners, su particular sacrificio purificador, y aun así, sus fieles le han respondido que no. Ya no le quieren, ya no le creen»

A pesar de su imagen de buen pastor de la fe indepe, Oriol Junqueras, siempre eligió el camino de la ruptura. Que se lo digan a Soraya Sáenz de Santamaría cuando tenía despacho en Barcelona y acabó haciendo el primo—más bien la prima— creyéndose su papel en la operación diálogo. Oriol probó la cárcel de Lledoners, su particular sacrificio purificador, y aun así, sus fieles le han respondido que no. Ya no le quieren, ya no le creen. Ahora tú verdadero Dios procesista, Oriol, el máximo líder de un independentismo en horas bajas se llama Carles Puigdemont, que ha sabido exprimir sus cartas como quien rebusca las monedas caídas al suelo en un casino. A ti te han apagado las luces, no hay más cartas que repartir, aunque aún no lo sepas porque sigues creyendo. Y con la fe, en Cataluña o en Dios, elementos para ti indistinguibles, sobran las palabras y la razón. Una abraçada.

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