CINE Elia Kazan

Cartas del genio traicionero

  • Sale a la luz la correspondencia �ntima del director que colabor� en la caza de brujas, en la que habla de Paul Newman, Marilyn Monroe, James Dean, Marlon Brando, Warren Beatty y otras estrellas.

Muchos a�os despu�s, frente a la profesi�n 'hollywoodiense' en pleno, reunida para otra ceremonia de entrega de los Oscar, al director Elia Kazan habr�a de llegarle la hora de ser absuelto o condenado por una vida de grandes logros y una gigantesca mancha en su expediente. Su nombre son� aquella noche de 1999 en el Dorothy Chandler Pavillion de Los �ngeles para recoger la estatuilla a toda una carrera, y fue entonces cuando las caras conocidas de la pantalla aprovecharon para emitir su veredicto.

Kirk Douglas no quiso ni ponerse en pie ni aplaudir, y como �l una larga lista de miembros del mundillo cinematogr�fico en rechazo a la decisi�n de Kazan de delatar a miembros del partido comunista durante la era del 'macarthismo' o caza de brujas de la d�cada de los 50, con el senador republicano Joseph McCarthy como gran instigador del movimiento.

Otros optaron -Meryl Streep y Warren Beatty, entre ellos- por reivindicar la figura de maestro del cine y olvidarse de su traici�n, centrados en la faceta de descubridor de grandes talentos de la pantalla que de su mano se hicieron notorios en el s�ptimo arte. Ahora, a trav�s del g�nero epistolar que Kazan cultiv� durante gran parte de su vida, habr� oportunidad de entender mejor sus decisiones y su figura, en una selecci�n de 300 cartas comprendidas en un libro que sale a la venta el 22 de abril en Estados Unidos.

'The Selected Letters of Elia Kazan' es un exhaustivo trabajo de disecci�n de la vida del director de origen turco de la mano del profesor de literatura inglesa Albert J. Devlin, el hombre que hace a�os tambi�n firm� un libro sobre la figura de Tennessee Williams, colaborador de confianza de Kazan a la hora de confiarle la adaptaci�n de sus obras al cine.

Mirada �ntima

Aunque el trabajo de Devlin no ofrece un perfil completo de Kazan de principio a fin, s� aporta una mirada �ntima sobre la existencia de uno de los grandes genios del cine del siglo XX, el hombre que puso en el mapa a Marlon Brando y a James Dean, y que durante los a�os de la Gran Depresi�n se entreg� a la causa comunista, despu�s de haber emigrado a Estados Unidos con sus padres a los cuatro a�os de edad.

En sus cartas no hay un alegato de defensa en s� para justificar el haberse ido de la lengua, traicionando y exponiendo a sus propios compa�eros de partido, pero s� se detecta una indudable contradicci�n, la del hombre liberal y reacio a determinados valores consumistas propios de la cultura estadounidense, luchador incansable contra la censura que imperaba en su �poca de m�ximo esplendor, y que al final acab� sirviendo a la causa m�s vil, a la conservadora e intolerante que parec�a haber rechazado por naturaleza y origen durante a�os.

De ello da cuenta en su escrito a Charles K. Feldman, productor de 'Un tranv�a llamado deseo', defendiendo de forma apasionada las escenas m�s arriesgadas de la pel�cula protagonizada por Brando y por Vivien Leigh, inolvidable en el papel de Blanche.

"Francamente Charlie, no tengo intenci�n de ceder en una jodida cosa que considere esencial de cara a la honestidad de la historia", escribi� el realizador, esgrimiendo sus argumentos sobre la intensidad de la obra de Williams, el claro perfil promiscuo de Blanche y la violencia de Stanley Kowalski.

Pero adem�s de la cuesti�n pol�tica que marc� gran parte de su carrera, tambi�n est� expuesto su lado personal, incluyendo las infidelidades que tuvo que admitir a la largo de su vida. De todas ellas, las m�s sonada fue la de Marilyn Monroe, una mujer a la que describe como "conmovedora y pat�tica hu�rfana" en su carta a su propia esposa, Molly Day Thatcher.

Carga sexual

Se ocupa adem�s en sus cartas de Paul Newman, impresionado por su poderosa carga sexual, o de Warren Beatty, a quien tacha de divo, explay�ndose sobre sus sensaciones sobre la industria de Hollywood, generalmente agrias y mal encaradas. A su mujer le confes� que en el fondo odiaba todo aquello de forma intensa. "Es como una losa, una tumba, un dep�sito de cad�veres... excepto que todo es muy elegante, lleno de gente realmente interesante, todos ellos en varias fases de descomposici�n, aunque sin saberlo".

Al final tuvo que lidiar con ese mundo de la escena porque era donde se hac�an las pel�culas, donde pudo firmar obras del calibre de 'Al este del Ed�n' o 'La ley del silencio', cintas con las que logr� encumbrar a actrices como Julie Harris o Eva Marie Saint, ganadora de un Oscar a las primeras de cambio por aquel notorio trabajo junto a Karl Malden y un jovenc�simo Brando.

A �l se refiere en varias ocasiones en el libro -y posiblemente en varias de las otras 900 cartas que los editores de la obra decidieron descartar para no hacerla demasiado extensa- como el actor "equivocado" para protagonizar 'La ley del silencio', pese a haber trabajado con �l como protagonista en 'Un tranv�a llamado deseo' tres a�os antes, en 1951.

Curiosamente su ejercicio cinematogr�fico en los muelles de Nueva York terminar�a convirti�ndose en su gran obra maestra, considerada por los cr�ticos como la pel�cula que cambi� la forma de interpretar y de dirigir en Hollywood. De las 12 nominaciones a las que aspiraba en la ceremonia de entrega de premios de 1955 se hizo con ocho Oscars, incluyendo el de mejor director, mejor actor y mejor gui�n, el de Budd Schulberg, el hombre al que escribi� una carta para decirle que no ve�a claro lo de Brando como su actor principal.

Para el cineasta nacido en Estambul en 1904, en la �poca en que la ciudad de Santa Sof�a de Constantinopla a�n era la capital del imperio otomano, la opci�n m�s sensata era la del desconocido Paul Newman. "Este chico definitivamente va a ser una estrella", le dijo a Schulberg, convencido de tener un sexto sentido y de saber m�s que nadie en el mundo del cine.

En las cartas se refleja el esp�ritu inconformista y arrogante de Kazan, ya incluso desde joven, con 23 a�os, cuando admit�a tener "una insaciable sed de conocimientos". Es un esp�ritu que mantendr�a durante toda su carrera, como refleja en otra misiva 22 a�os m�s tarde: "Cuando era joven ten�a miedo de que alguien supiera m�s que yo de algo en particular, as� que trat� de saber todo de todo".

Detr�s de esa manifiesta ambici�n se escond�a una inseguridad, la de no estar intelectualmente a la altura. Quiz� por eso tambi�n le gustaba adaptar las obras de genios de la literatura como John Steinbeck o su amigo el sure�o irascible, Tennessee Williams, e intercambiar cartas con ellos.

Con Steinbeck en particular comparti� su apuesta por otro completo desconocido y que no lograr�a hacer m�s de tres pel�culas en toda su carrera: el malogrado James Dean. En marzo de 1954 le explic� al autor de 'Las uvas de la ira' que hab�a sufrido mucho en el proceso de encontrar a su protagonista. "Pas� por muchos chicos hasta que me decid� por Jimmy Dean", reconoc�a. "No tiene la estatura de Brando, pero es mucho m�s joven y es muy interesante. Tiene pelotas y excentricidad. Es un poco informal, pero es realmente un buen actor".

Tambi�n tuvo dudas a la hora de incorporar a Julie Harris para el papel de Abra, quiz� por no ser lo suficientemente joven para el papel. "Ella y Jimmy Dean se ven bien juntos. Parecen gente normal, no actores. Y Dean tiene la ventaja de no haber sido visto nunca en pantalla". Al final, result� un acierto.

El estilo epistolar de Kazan es siempre directo, sin filtros y sin importar el tema que tuviera que tocar o la leyenda de turno de la que se ocupara. Con Marilyn Monroe no hizo excepciones, una actriz que desde�� a simple vista pero de la que acab� por enamorarse, como otros tantos, incluyendo a su gran amigo Arthur Miller, a quien se la present� poco despu�s.

Kazan la conoci� en medio de una tragedia, tras la muerte de su novio y sin que la familia de �ste la dejara ver el cuerpo. "La encontr�, cuando me la presentaron, llorando sin parar. La llev� a cenar porque parec�a una conmovedora y pat�tica hu�rfana. Estuvo sollozando toda la cena. No me interesaba para nada. Eso vino despu�s", explicaba el director turco a su mujer en noviembre de 1955.

Despliegue de encantos

Pero despu�s vendr�a el inevitable despliegue de encantos, el efecto que Monroe causaba en los hombres m�s poderosos de Hollywood. "No pod�as evitar que te afectara", admiti� Kazan. "Era talentosa, divertida, vulnerable, sin esperanza y cierto valor, y no una mentirosa, ni viciosa, ni maliciosa, y con una historia de orfandad que mataba escuchar. Era como todas las hero�nas de Charlie Chaplin en una sola".

Y aunque primero se disculpa con su mujer por haberse dejado llevar y haberla hecho da�o, reconoce sin rodeos su falta de arrepentimiento por haberse sentido atra�do por ella, orgulloso de haberle dado esperanza y haber compartido con ella una experiencia humana �nica. "No es una gran olla sexual como se ha dicho de ella. Al menos no en mi experiencia. Me cont� muchas cosas sobre Joe DiMaggio, su catolicismo, sus vicios y me conmovi� y me fascin�", tanto que se la recomend� a Williams para la conociera. "A �l tambi�n le conmovi� mucho".

A�n as�, Molly Kazan permaneci� junto a su marido, con el que tuvo cuatro hijos, hasta el d�a de su muerte a causa de una hemorragia cerebral en 1963. Supo aguantar las crudas declaraciones de su esposo sobre sus debilidades, incluyendo el romance con Norma Jean. "No lo siento. Te quiero y solo quiero ayudarte. Lamento mucho si te he hecho da�o. Soy un ser humano y puede que ocurra de nuevo. Espero que no, pero me he resistido y he dejado pasar unas cuantas oportunidades", escribi� el director y dramaturgo, no sin antes advertirle que si se divorciaba �l volver�a a casarse, como de hecho hizo en dos ocasiones m�s.

Son cartas que reflejan el ego inmenso de un director que marc� �poca, descrito por Stanley Kubrick -otro personaje meticuloso y eg�latra- como "el mejor director que tenemos en Am�rica, capaz de hacer milagros con los actores que utiliza", un hombre sin aparentes remordimientos. Es el incesante ejercicio epistolar de un genio que no dudo en traicionar a sus compa�eros.

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El cineasta Elia Kazan, en una imagen de 1962.

El cineasta Elia Kazan, en una imagen de 1962. Jean-R�gis Roustan ROGER-VIOLLET