Falcon Lake (2022), de Charlotte Le Bon

Adaptación de una novela gráfica de Bastien Vives, sobre el despertar sexual de un adolescente, precisamente llamado Bastien. Pasa las vacaciones con su familia en una casa de campo junto a un lago, en compañía de una amiga de su madre que tiene una hija algo mayor que él, de 16 años, Chloé. Según una leyenda campera que le cuenta la chica, ahí se ahogó tiempo atrás una persona, y su fantasma pulula por ahí. El caso es que las hormonas de Bastien empiezan a dispararse, algo a lo que ayuda la actitud insinuante de la fiestera Chloé, que le invita a acompañarle a juerguecillas con algunos amigos suyos de la zona, lo que incluye algún antiguo novio.

Charlotte Le Bon, que debuta en el largometraje como directora, opta por un formato de 4/3 de pantalla para su película, y trata de impregnarla las naturalistas imágenes de una atmósfera digamos que, especial, ella tal vez diría, fantasmal. Con unos padres que no hacen demasiado caso ni a uno ni a otra, como se suele decir, no se enteran de la misa la media, los jóvenes viven en una promiscuidad peculiar, hablando descarnadamente de sexo, metiéndose en la misma cama, tocándose, diciendo a los otros que ya lo han hecho. Y no pasa nada.

Estaríamos simplemente ante una historia de despertar sexual más –amor son palabras mayores que no vienen aquí a cuento–, de no demasiada delicadeza, si no fuera por el “sorprendente” desenlace, que pretende ser la justificación de todo el anterior insufrible metraje.