Lo estoy viendo aún en primera fila, con muchas ganas de aprender y participar. Para mí era alumno nuevo. No recuerdo cómo entró en la conversación de clase
de primero de Bachillerato el término “laico”, pero lo que no se me olvida es su cara cuando dije que yo era laico. Tras el aturdimiento y desconcierto, ya algo recompuesto, susurró con cierto pudor: “Profe, pero tú eres creyente”. Y yo: “Claro”. No podía ser.
Y, sin embargo, era. Nos fuimos de excursión con la clase a la Baja Edad Media a ver cómo aparece el espíritu laico. Luego al derecho canónico de donde procede el término “laico”. Asistimos al surgimiento de las monarquías nacionales, que van fraguando su soberanía al construir su autonomía jurisdiccional emancipándose de las dos “potestas”, Iglesia e Imperio. Las tensiones que se producen en el proceso nos las explicó muy bien, con una lección magistral de vida, el gran humanista inglés Tomás Moro; distinguir el orden moral del jurídico, sin separarlos, le costó la cabeza. Era amigo del sacerdote humanista Erasmo de Róterdam. Nos asomamos luego a la filosofía de la Ilustración y nos unimos a la Revolución francesa para saber por qué la soberanía nacional y popular reivindica para el Estado el adjetivo “laico”. Y, en lógica consecuencia, que Napoleón se coronara él mismo emperador, en la catedral de Notre Dame de París (1804), presente el papa Pío VII cautivo. Así se da paso a los nuevos napoleones, aprendices de dioses, del siglo XX: Estado laico de Hitler (socialismo nacional obrero), Stalin (socialismo comunista), Mussolini (fascismo republicano), etc. Recordaba el papa Pío XII, víctima de esos Estados laicos, que la legítima sana laicidad es uno de los principios de la doctrina católica.
Dar al César lo que es del César es uno de los mandatos de Jesús, víctima del Imperio por proclamar el orden moral que exige la dignidad de la persona, imagen de Dios.
Iniciar sesión
Iniciar sesión
Recuperar tu contraseña
Se te ha enviado una contraseña por email.
Ha sido profesor de Religión en diversos institutos de la Comunidad de Madrid. Gran conocedor del cine y su explotación pedagógica. Con su estilo docente provoca el encuentro entre fe y cultura En la revista RYE, en versión papel, escribe la columna Ser profesor de Religión.