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M A G A Z I N E 
198   Domingo 13 de julio de 2003
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Martha Bernays. Conoci� a Freud con 20 a�os y se enamoraron al instante. Cuatro a�os depu�s se casaron.
PAREJA | MARTHA, LA ESPOSA DEL TE�RICO
La mujer que ense�� a Freud las intimidades de la vida

Sigmund Freud, el padre del psicoan�lisis, fue un te�rico del sexo hasta que se cas� a los 29 a�os. Con su mujer, Martha Bernays, descubri� la que fue una de sus grandes obsesiones e inspiraci�n de sus investigaciones. Ignorada por todos los estudiosos de su marido, una biograf�a que ver� la luz en Alemania rescata la figura de esta mujer que consideraba a su marido �un porn�grafo�. A pesar de no compartir el inter�s por su trabajo, ella alent� sus estudios y supo permanecer en la sombra, proporcion�ndole la estabilidad que el maestro precisaba.

 
En familia. El matrimonio Freud con los hermanos del genio en su residencia de Grinzing, en 1937.
 
 
Freud y Martha. La pareja se cas� en septiembre de 1886, en una sencilla ceremon�a por el rito jud�o.
 

por John Follain


Sigmund Freud ten�a 25 a�os y poqu�simo dinero cuando conoci� a Martha Bernays, durante la �poca en la que �l trabajaba como investigador en la universidad. Martha, cinco a�os m�s joven que �l, acudi� como invitada de una de sus hermanas a casa de la familia. Sigmund se qued� boquiabierto cuando la vio ayudando a preparar la cena, seg�n escribi� a�os despu�s: �Aquella chica, sentada a la larga mesa, hablaba con un encanto sorprendente mientras pelaba manzanas con sus peque�os dedos; desde ese d�a creo en los milagros�.

Martha se volvi� tan valiosa para Sigmund como su propia vida. A�n as�, poca ha sido la atenci�n que han prestado los estudiosos de Freud a la mujer que comparti� la vida con �l durante m�s de medio siglo. Algo m�s de 50 a�os despu�s de su muerte, ha resucitado para reclamar su papel en una biograf�a redactada por Katja Behling-Fischer, una escritora de su misma ciudad natal, Hamburgo, que ha analizado los archivos familiares y algunas de las cartas que la pareja se escribi�.

La biograf�a describe a Martha como una mujer en�rgica que, al igual que su marido, se adelant� a su tiempo. Inspir� a su marido tanto en el �mbito privado como en el profesional, y su relaci�n revela a un Freud muy alejado del estereotipo del ecu�nime pionero del psicoan�lisis. El libro ha sido acogido con agrado por parte de Anton Freud, uno de los nietos de Martha, que afirma que ella fue mucho m�s que �la esposa, o quien se ocupaba de la casa y los ni�os�.

Nacida en 1861, era la segunda hija de una familia jud�a ortodoxa de renombre. Su abuelo era el rabino m�s importante de Hamburgo, y su madre, Emmeline, una ferviente religiosa. Este insigne trasfondo no representaba un signo de riqueza: cuando Martha cumpli� 8 a�os, su padre, que vend�a espacios publicitarios en los peri�dicos locales y comerciaba con bonos, fue encarcelado por impago a sus acreedores. Le dejaron libre diez meses despu�s, ya que su familia no pod�a sobrevivir sin su ayuda. Su antiguo jefe acept� volver a contratarle, pero con la condici�n de que se mudara a Viena para trabajar en una filial del negocio.

La fortuna de la familia mejor� al instalarse en la capital austriaca, pero cuando Martha ten�a 18 a�os su padre falleci�. Desde ese momento, la gran prioridad para su madre fue encontrarle un marido que encajase con su formaci�n religiosa y que le facilitara una posici�n c�moda en la sociedad. Martha ten�a casi 21 a�os cuando fue invitada a casa de los Freud en abril de 1882.

Sigmund, graduado en Medicina, sol�a cenar a solas en su habitaci�n para poder continuar con sus estudios de neurolog�a. Pero esa noche, cuando apareci� aquella chica de ojos fascinantes, el largo cabello recogido en una coleta, de rostro p�lido y boca sensual, le caus� tal impresi�n que el joven decidi� quedarse en el comedor. Para Martha tambi�n fue un amor a primera vista. Seg�n una amiga suya, una de las razones por las que le encontr� tan atractivo fue que le recordaba a su padre.

Martha ten�a muchos pretendientes, ya que era educada, de buena familia y atractiva, una chica delgadita que luc�a los vestidos ligeramente ce�idos de la �poca. Estuvo a punto de prometerse con un hombre mayor que ella, un vendedor, pero su hermano puso fin a la relaci�n al darse cuenta de que ella no le amaba. Freud no era ning�n donju�n. Tan s�lo una chica, Gisela, le hab�a atra�do de adolescente, y, como admit�a medio en broma, no le habr�a venido mal alguna que otra experiencia con mujeres en su juventud. Su cortejo a Martha result� r�pido. Se vieron muchas veces durante las siguientes semanas para pasear por el parque de atracciones Prater a las afueras de la ciudad. Al principio nunca iban solos: Minna, la hermana peque�a de Martha iba de acompa�ante obligada. Freud enviaba a su enamorada grandes ramos de rosas acompa�ados de poemas. En las notas la comparaba con una princesa, y a su boca con rosas y perlas. A�n as� se sent�a inseguro y t�mido.

El 13 de junio la volvieron a invitar a casa de los Freud. Esa misma semana recibi� su primera carta de Sigmund, en la que se dirig�a a ella en tono muy educado, que m�s adelante pas� a otro m�s �ntimo. �Hermosa Martha, �c�mo has podido cambiar tanto mi vida?�, comenz� escribiendo. Cuando Martha se decidi� a responder se mostr� muy directa: �Sigi, querido Sigi. Hoy por primera vez te llamo por tu nombre. Querido m�o, me haces tan feliz como nunca he sido en toda mi vida�.

Martha le entreg� un anillo que hab�a pertenecido a su padre, y �l, demasiado pobre para comprarle nada tan valioso, hizo una copia de �ste para ella. A finales de junio se prometieron. Para Freud represent� un gran triunfo: ella le hab�a elegido a pesar de su pobreza y su ate�smo.

Al principio mantuvieron su compromiso en secreto. Emmeline ten�a grandes expectativas para sus hijas y no pod�a aceptar al hijo de un comerciante de lana jud�o y pobre, sin un trabajo en condiciones ni contactos en la alta sociedad y adem�s ateo.

A Martha todo aquello no le importaba y continu� viendo a Freud. Cuando Emmeline vio que su hija estaba decidida a seguir adelante, tom� la decisi�n de abandonar Viena y llev�rsela a Wandsbek, un pueblo en las afueras de Hamburgo. �Uno podr�a pensar que Martha fue d�bil por partir a Hamburgo. Pero no tuvo elecci�n. Por aquel entonces no era habitual que una chica viviese sola con un hombre�, explica su bi�grafa.

Martha derrochaba pasi�n en las cartas, que escrib�a dos o tres veces al d�a y a las que Freud respond�a con la misma frecuencia. Ella le llamaba �mi amado hombre�, que en alem�n tambi�n significa �marido�, y �l le dec�a: �Eres la esencia de la alegr�a en mi vida, sin ti no deseo vivir, y me encantar�a conquistar una parte del mundo para que la disfrut�ramos juntos�. Le describ�a al detalle c�mo decorar�an su hogar. Pero despu�s la realidad le daba una brusca bofetada: �Querida Martha, qu� pobres somos. Cuando alguien nos pregunte qu� bienes poseemos para vivir juntos, lo �nico que podremos decir es: nada m�s que este desmesurado amor mutuo�.

Las cartas de Freud no siempre eran tan rom�nticas. Sus celos obsesivos sol�an brotar de pronto. Advert�a a Martha de que no se hiciera amiga de ning�n artista, ya que con tan s�lo una canci�n pod�an abrir los pestillos del coraz�n de una mujer. �l contaba �nicamente con la ciencia, y los microscopios no conquistan a las mujeres. Las cartas muestran que Martha estaba profundamente implicada en el desarrollo emocional y profesional de su futuro esposo.

No es que �l la utilizara como conejillo de indias, aunque s� lo fue en sus experimentos con la coca�na. �l le envi� algunas dosis y ciertas instrucciones tras descubrir que a �l le hac�a sentirse euf�rico. Ella le respondi� que no la necesitaba, pero que la hab�a probado y que no le hab�a disgustado. Ninguno de ellos se volvi� adicto a la sustancia, aunque, hacia 1890, Freud consum�a un poco de coca�na antes de las reuniones importantes.

Freud descubri� que la droga podr�a ser un buen anest�sico. Escribi� un trabajo sobre la coca�na pero, deseoso de dedicar m�s tiempo a su enamorada, no realiz� pruebas sobre sus propiedades anest�sicas. Un colega suyo lo hizo y descubri� que era la �nica droga que se pod�a utilizar para las operaciones oculares. El m�dico gan� una fortuna. A�os m�s tarde Freud pensaba que el tiempo que hab�a disfrutado con Martha val�a mucho m�s que aquel �xito que se le escap�. Y es que, de no haber sido por ella, se supone que Freud habr�a continuado con sus estudios m�dicos y no habr�a profundizado en el psicoan�lisis.

Durante los a�os que estuvieron separados, Freud iba a verla frecuentemente. Las visitas aliviaban un poco la tensi�n emocional, y �l le sugiri� que abandonase a su familia y se reuniese con �l en Viena. Martha estuvo a punto de acceder, pero finalmente fue Freud quien realiz� el sacrificio. Decidi� abandonar su carrera universitaria para abrir un gabinete neurol�gico y casarse con Martha. Inaugur� su consulta privada un lunes de Pascua de i886, y en septiembre se casaron. Fue una ceremonia sencilla. Freud acept� una boda jud�a pero, a lo largo de su matrimonio, la religi�n fue un tema prohibido.

Martha tuvo seis hijos en los ocho a�os posteriores al matrimonio. Dada la ambici�n de Freud por triunfar profesionalmente, la tarea de educarlos recay� sobre ella. Nunca se quej�. Un bi�grafo anterior cont� que el �nico conflicto en sus m�s de 50 a�os de matrimonio ocurri� por unas setas, por si ten�an que cocinarlas con el tronco o sin �l. Una cuesti�n muy prometedora a la hora de psicoanalizar al maestro, �habr�a alg�n paralelismo con la castraci�n?

Una de las disputas m�s habituales en el matrimonio era la irritaci�n que Freud sent�a por la tendencia de Martha a suprimir su agresividad natural. Se quejaba de que su esposa ocultaba sus sentimientos negativos, e intentaba persuadirla de que manifestara sus emociones. Pero Martha cre�a que no era de buena educaci�n hacerlo. Seg�n Behling-Fischer, en el fondo Freud no quer�a conocer esos sentimientos: �Una de las razones de tener a Martha cerca del trabajo era que, como trataba tanto con la ira y la rabia del mundo a trav�s de sus pacientes, necesitaba mantener la ilusi�n de que no la hubiese en su propia casa. Martha ten�a que ser mejor que el resto�.

Freud nunca analiz� la relaci�n sexual con su esposa. Era tan abierto sobre los asuntos �ntimos de sus pacientes como reservado en cuanto a los suyos. La �nica excepci�n es un sue�o al que hace referencia y que afirma que podr�a haber estado provocado por el buen sexo �de la ma�ana del mi�rcoles anterior�. Otro es �el sue�o de la inyecci�n de Irma�. En �l ten�a que examinar a una paciente en presencia de otros m�dicos. Uno de ellos era responsable de su enfermedad, tal vez debido a una inyecci�n sucia. Freud ten�a este sue�o cada vez que Martha se quedaba embarazada, y se cree que est� vinculado con alguna dolencia que �sta padec�a.



SU AMANTE. Estos sue�os la desbordaban. Una vez le confes� a un psicoanalista franc�s que encontraba extra�o a su marido. Le describ�a como un ser �pornogr�fico�. Los acuerdos de la pareja con respecto al trabajo de Freud se basaban en que ella no interferir�a en los estudios que considerara inmorales, lo que a Freud le dejaba libre para investigar lo que deseara. A pesar de lo reprobable de la labor de su esposo, disfrutaba de la gloria que �ste consegu�a. Hab�a pasado de ser �la esposa del doctor� a convertirse en �la esposa del catedr�tico� y era habitual ver en su casa a invitados ilustres como el escritor Thomas Mann, autor de Muerte en Venecia.

El nacimiento de su �ltima hija, Anna, en 1895, coincidi� con un hecho que, seg�n parece, provoc� una crisis en su matrimonio. Minna, la hermana de Martha, se mud� a casa de los Freud, y su cercan�a a Sigmund hizo que se extendiera el rumor de que ten�an una aventura. La realidad es que no les faltaron oportunidades. Durante algunos a�os viaj� m�s con Minna que con Martha, ya que �sta detestaba los viajes.

Minna era m�s andr�gina y menos atractiva que Martha, pero resultaba mucho m�s intelectual. Le interesaba el trabajo de Freud, lo cual aliviaba a Martha porque as� �l ten�a a alguien m�s con quien mantener discusiones que ella consideraba inmorales. Behling-Fischer cree que es posible que Minna y Freud tuviesen una relaci�n profunda, pero �sta debi� ser plat�nica, sobre todo porque su reputaci�n profesional se habr�a venido abajo si el asunto hubiese salido a la luz.

En abril de i923, Martha se enter� de que su esposo se encontraba en el hospital. Freud hab�a descubierto en su boca un bulto y hab�a ingresado para que le operasen sin decir nada a su familia. Fue el principio de un c�ncer de paladar y, desde entonces, Martha y Anna, la hija peque�a, no se separaron de �l.

Freud sigui� con su trabajo, pero tuvo que restringir sus viajes. Cuando Hitler lleg� al poder en 1933, Martha empez� a temer por el destino de dos de sus hijos, que viv�an en Berl�n. Pensaba que en Viena se encontrar�an a salvo. La situaci�n cambi� cuando Hitler se apoder� de Austria en 1938 y un grupo de nazis entr� en casa de los Freud. Martha mostr� una calma incre�ble, les pidi� amablemente que dejasen las armas en el parag�ero de la entrada y, cuando le exigieron dinero, les dijo que lo cogieran ellos mismos en el mismo tono que hubiera utilizado para ofrecer caf� a un invitado.

Junto con Minna, los Freud buscaron refugio en Londres. Martha, ya con 77 a�os, supo adaptarse bien al nuevo entorno. Visitaba los parques, iba de tiendas, y escrib�a a su sobrina dici�ndole que se sent�a como un granjero que visita la ciudad por primera vez. Al igual que en Viena, disfrut� de la fama de su marido. Los taxistas pasaban curiosos ante su casa de Hampstead, y en el a�o de su llegada recibieron la visita de Salvador Dal� y Virginia Woolf, que describi� a Freud como un viejecito ajado de ojos brillantes. La visita que m�s ilusion� a Martha fue la de la Princesa Eugenia Bonaparte, que pas� m�s tiempo en su casa que en el Palacio de Buckingham donde viv�a.

Esta alegr�a dur� poco, Freud volvi� a recaer, y esta vez su c�ncer no pod�a ser operado. Esto hizo mella en Martha. En septiembre de 1939, cuando uno de sus perros se alej� de Freud debido al mal aliento que desprend�a, �l decidi� poner fin a su vida. Pidi� ayuda a un m�dico y le rog� que no se lo comunicase a Martha, s�lo a su hija Anna. Todos los miembros de la familia se reunieron alrededor de Freud despu�s de que le inyectaran una elevada dosis de morfina.

Muri� la ma�ana del 23 de septiembre de 1939. Martha encendi� velas al viernes siguiente, su primer gesto religioso en d�cadas. En las cartas que envi� a sus amigos, Martha explicaba que lo importante era que Freud hab�a estado, hasta el �ltimo de sus d�as, en plenas facultades mentales. Se sent�a agradecida por la vida disfrutada a su lado y por todo lo que hab�a podido hacer por �l. Probablemente se refer�a a la educaci�n de sus hijos, a la gesti�n de la casa, a todo lo que asegurase que se sintiera libre para llevar a cabo sus tareas profesionales. Todo ello a pesar de que Martha no confiara en la investigaci�n de Freud sobre el sexo.

Luch� y pas� apuros durante la Segunda Guerra Mundial, sin atreverse a desnudarse por la noche por si se produc�an bombardeos en Londres. Tras la guerra, Martha y su hija Anna gestionaron el legado de Freud y ayudaron a sus bi�grafos a dise�ar su �rbol geneal�gico. Poco antes de que ella muriese, grit� ��Sophie! �Sophie!�, tal vez llamando a la enfermera, o quiz�s a su hija preferida, que muri� de una gripe a los 27 a�os, cuando estaba embarazada.

Martha falleci� el 2 de noviembre de 1951, a los 90 a�os. Al igual que Freud, fue incinerada, y sus cenizas depositadas en la misma urna en el crematorio de Golders Green. Anna llam� a un rabino para que oficiase el funeral. Pens� que ser�a lo que su madre habr�a querido para aquel momento.

�Martha Freud: Die Frau des Genies�, de Katja Behling-Fischer, se publicar� en alem�n por Aufbau Taschenbuch Verlag.www.amazon.de, www.aufbau-verlag.de

� The Sunday Times Magazine, London


 
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