Hasta el fin del mundo: descubrimiento del mar de Hoces | El Nuevo Siglo
Francisco de Hoces fue el primer europeo en navegar por las aguas del extremo meridional de América. / Foto tomada de www.labrujulaverde.com
Viernes, 1 de Marzo de 2024
Ignacio Hoces Íñiguez*

 

Entre los descubrimientos y exploraciones españolas se encuentra el que llevó a cabo Francisco de Hoces, personaje posiblemente natural de Córdoba, quien, en una expedición promocionada en 1525 por el Rey Carlos I de España, descubrió de forma inesperada y fortuita en febrero de 1526 el cabo de Hornos o, al menos sus proximidades (Landín 19). Fue, obviamente sin desearlo, el primer europeo en navegar por las aguas del extremo meridional de América, con una antelación no menor a cincuenta años en comparación con el advenedizo inglés Francis Drake.

Motivos de la expedición

La llegada a América de Cristóbal Colón aumentó la disputa entre Portugal y España por establecer sus respectivas áreas geográficas de influencia, situación que de forma aparente fue resuelta, primero, por las bulas del papa Alejandro VI y, después, por el Tratado de Tordesillas firmado el 7 de junio de 1494.

 

Dicho tratado marcó el escenario geopolítico en la carrera imperial, pero su falta de claridad y la imprecisión por aquel entonces de los aparatos de medición, suscitaron una serie de conflictos diplomáticos y de problemas jurídicos por los territorios en los que chocaban los intereses de los reinos de España y Portugal. De hecho, el más distinguido geógrafo en esos tiempos de la corte castellana, Jaime Ferrer, creyó inexactamente que la demarcación española ocupaba la totalidad del océano Atlántico hasta el golfo de Arabia, lo que limitaba el área portuguesa exclusivamente a África.

Como acertadamente recogió Mariño, los objetivos de cada uno estaban claramente definidos: por un lado Carlos I quería el comercio de las Indias Orientales y presionar al turco por Oriente (LV) y por el otro los reyes de Portugal anhelaban conservar el monopolio de las especias, que obviamente se estaba viendo amenazado con las incursiones castellanas por el Oeste.

 

Las islas de las Molucas

Las Islas de las Molucas, situadas en la actual Indonesia, habían sido descubiertas en 1511 por el célebre militar y conquistador portugués Alfonso de Alburquerque, pero los españoles, convencidos de sus derechos, organizaron una serie de expediciones con la misión definida de explorar y asentar sus dominios sobre todas ellas. Desde la corte española se mantuvo la esperanza de hallar un paso por el Atlántico, para lo cual se comisionaron varias expediciones. Entre ellas destacan la ordenada por Fernando el Católico en 1515, que capitaneó Juan Díaz de Solís, y que, aunque fue el primer europeo en llegar al Río de la Plata (febrero de 1516), no alcanzó su propósito final; también la expedición del portugués Fernando de Magallanes propuesta al Rey Carlos I en 1518 para la organización de una armada hacia la tierra de la especiería, que además de finalmente alcanzar los islotes, descubrió, junto con Juan Sebastián Elcano el paso a Oriente, quien fue el primero en circunnavegar el mundo (Comellas).

Concluido el viaje de Magallanes y de Elcano en septiembre de 1522, y una vez demostrada la posibilidad de una ruta occidental hacia las Molucas, el Rey Carlos de España comenzó los preparativos para establecer un verdadero intercambio comercial con las islas, lo que necesariamente requería del envío de una nueva expedición que asentara sus derechos, pero previamente las ansias del emperador Carlos I hicieron que prácticamente un año antes, aún sin noticias de la flota, ordenase a Andrés Niño, piloto más que experimentado, que partiese desde Sevilla, pasando por Panamá, con tres galeones y un bergantín en dirección a las Islas, si bien, como sucedió en otras ocasiones, no se tiene conocimiento de su vuelta a España (Prieto 1984).

Una vez llegó Elcano a Sanlúcar con la nao Victoria, el emperador intentó una solución diplomática por ser su deseo el mantener con el rey de Portugal una buena amistad sobre la controversia de las Molucas. Con ese interés se propuso y acordó en la ciudad de Vitoria en febrero de 1524 la constitución de varias comisiones formadas por expertos (cosmógrafos, astrónomos, marineros y juristas) de las dos delegaciones. La representación portuguesa se asentó en Elvas mientras que los españoles pernoctaban en Badajoz, si bien se reunían alternativamente en uno de estos dos lugares y en las riberas del río Caya, frontera natural entre España y Portugal.

 

La expedición. el mando de García Jofre

La intención de disminuir el volumen de trabajo de la Casa de Contratación sevillana (Szászdi 905-914; Cuesta 59-88), junto con el establecimiento de un centro de operaciones más competitivo que el portugués y cercano a Centroeuropa (Chaunu 1959) que el andaluz, más la facilidad para las labores técnico-marítimas (Lucena 1991) que la ciudad de La Coruña procuraba, fueron los principales argumentos para que desde 1522 se creara en esta ciudad la Casa de la Contratación de la Especiería y la programación de las flotas que partiesen con destino a las pretendidas Islas.

Finalmente la armada zarpó del puerto de La Coruña el 24 de julio de 1525 con una tripulación de cuatrocientos cincuenta hombres en siete buques; de ellos cuatro eran naos, la Santa María de la Victoria, capitana de la expedición y al mando de Loaysa; la Sancti Spiritus, dirigida por el piloto mayor de la expedición Juan Sebastián Elcano; la Anunciada, al mando de Pedro de Vera, y la San Gabriel, encabezada por Rodrigo de Acuña. Unidas a ellas, formaron parte de la expedición dos carabelas: la Santa María del Parral, a cargo de Jorge Manrique de Nájera, y la San Lesmes, con un peso de noventa y seis toneladas y al mando de Francisco de Hoces. Las acompañaba un patache, el Santiago, que fue dirigido por Santiago de Guevara. Dentro de la distinguida tripulación de la expedición, en su mayoría procedente del norte de España (Rodríguez 107-128), viajó el cosmógrafo Andrés de Urdaneta, quien en 1565 logró documentar la ruta a través del océano Pacífico desde Manila hasta Acapulco y Juan Rodríguez de Bermejo, más conocido como Rodrigo de Triana, marinero que desde La Pinta vislumbró por vez primera el continente americano.

Se puede juzgar que el titular del San Lesmes, Francisco de Hoces, fue uno de los más considerados por la Corona en dicha expedición, como nos enseña la Real Orden sobre la sucesión en la Gobernación de las Islas Molucas o sobre el cargo de Capitán General de la Armada en el supuesto de que Loaysa pereciera. Del puesto de la Gobernación de las Islas en el caso de muerte de Jofré de Loaysa, Hoces iba el cuarto en la sucesión, mientras que para el cargo de Capitán General era el cuarto en el orden de prelaciones.

El 14 de enero, a pesar de que Elcano había estado en 1520 en la embocadura del Magallanes, entraron por confusión en el actual río Gallegos, pero se produjo una nueva incidencia: encalló el buque de Elcano y posteriormente todos, menos el patache Santiago. La situación era catastrófica, pero a pesar de todo decidieron introducirse definitivamente en el Estrecho. La bienvenida al paraje poco agradable, pues se levantó un temporal procedente del suroeste, que hizo que la capitana, la Santa María de la Victoria, se anclara y sufriera cuantiosos golpes en la popa, ante lo cual Loaysa ordenó a Elcano que las carabelas se acercaran a tierra para recoger todo lo que de su buque pudiera salvarse. Realizada la operación, la carabela Santa María del Parral, de Jorge Manrique, entró plenamente en el Estrecho, y Francisco de Hoces con la San Lesmes, salió al Atlántico.

Esto sucedió probablemente el 8 de febrero de 1526. Desde esa fecha hasta el 14, día en que posiblemente reapareció, nada sabemos. Andrés de Urdaneta escribió en 1537: «corrió fuera del Estrecho la costa hacia el sur hasta cincuenta y cinco grados, e dijeron después cuando tornaron que les parecía que era allí el acabamiento de la tierra» (Fernández de Navarrete 1837).

Navegaron, por consiguiente, tan al sur que llegaron a avistar el cabo de Hornos, sin saberlo, por supuesto, y alcanzaron los 55 grados de latitud sur, eso sí comprobable con los instrumentos de la época pero, a su pesar, los cartógrafos españoles no creyeron que la Tierra pudiera terminar como hoy la conocemos y fue por esta razón por la que los mapas continuaron exhibiendo tierras grandes al sur del estrecho (López 10). Que en 1537, fecha en que Urdaneta entregó al rey Felipe II los hechos del viaje de Loaysa, se supiera que el acabamiento de la tierra de América se situaba en la citada latitud sur, solo cabe por una razón: la veracidad de que el capitán Francisco de Hoces y su carabela San Lesmes estuvieron allí o, al menos, en el hoy conocido Estrecho de Le Maire y la Isla de los Estados, hecho más que suficiente para que a esa zona se la conozca con el nombre del explorador español.

Una vez regresó la carabela, el viaje continuó, y de nuevo congregadas las naves en la boca del Estrecho de Magallanes, parece ser que el Capitán General Loaysa creyó que, dentro de la carabela que capitaneaba Hoces, se estaba forjando un motín, cambió al contador y designó capitan a Diego Alonso de Solís, tesorero general, para que ejerciera las funciones de Francisco de Hoces, en esos momentos muy enfermo.

Finalmente la San Lesmes entró el 26 de mayo en el océano Pacífico, junto con la Santa María de la Victoria, la Santa María del Parral y el patache Santiago. Se dirigieron al noroeste, pero el 1 de junio de 1526, una fuerte tormenta hizo que solo el patache, cuando finalizó la potente borrasca, la viese por última vez. Esta fue, como decimos, la última noticia oficial de que se dispone acerca de la expedición de Loaysa sobre el buque de Francisco de Hoces.

Se ha examinado la razón histórica por la que en algunas naciones, especialmente hispanoamericanas (Paz 121), se conoce al mar por el que accidentalmente transcurrió la carabela San Lesmes, como mar de Hoces, y no como pasaje Drake, apellido del corsario inglés que, cincuenta años después, en septiembre de 1578, navegó por estos mares. Para entender el interés del mundo anglosajón por imponer esta última versión de la historia, baste citar las elocuentes palabras con que un diputado argentino en junio de 1987 lo narró:

La cartografía inglesa impuso en forma súbita esta denominación (se refiere a Drake), acreditando el descubrimiento al navegante Francis Drake, quien nunca se acercó a más de 200 millas del cabo de Hornos y menos llegó al sur del mismo. En rigor de verdad, fue el capitán don Francisco de Hoces, al mando del «San Lesmes», de la expedición de García Jofré de Loaysa, quien en 1526 descubrió el pasaje que separa el archipiélago fueguino de las islas Shetland del Sur con un ancho aproximado de 430 millas. Hasta el año 1845 ni los geógrafos ni los naturalistas ingleses como Wild, Fitz Roy y Darwin lo mencionaron en sus cartas, tal la inexactitud del dato. A partir de este año el imperialismo inglés, en su interés por las Malvinas y nuestros archipiélagos australes, ve de buen grado otorgar la prioridad del descubrimiento a Drake y no reconocer que Hoces llegó al área en 1526, los ingleses recién en 1578 y los holandeses en 1616 (Douglas 1975).

Por último, baste indicar que por lo prodigiosos que parecen los hechos, y  no por el apellido del autor de este breve ensayo, existen argumentos para aseverar que este pequeño buque, que surcó medio mundo a principios del siglo XVI, fue el primero en navegar no solo por las aguas del sur del Estrecho de Magallanes y posiblemente hasta avistar el cabo de Hornos, sino también lo hizo por las aguas que ochenta años después visitó el portugués Pedro Fernández de Quirós. El capitán inglés James Cook, creyó haber descubierto dichos territorios, pero lo cierto es que lo hizó doscientos cuarenta y tres años más tarde. 

* Doctor en Derecho de la Universidad Católica de Murcia, España; Máster sobre legislación, retórica y argumentación jurídica de la Fundación Universitaria Española (FUESP); Licenciado en Derecho e Historia de la U. Complutense de Madrid, España. Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España. La bibliografía y las citas del presente artículo se encuentran en su versión original, no editada para la versión digital de El Nuevo Siglo.