Dejar el mundo atrás (2023), de Sam Esmail

Los Sandford, el matrimonio de Amanda y Clay, y sus hijos adolescentes Rose y Archie, hacen una escapadita a un retirado casoplón que han alquilado cerca de Nueva York, con bosque y playa. Unos ciervos pululando por el bosque y un petrolero encallando en la arena, son el preludio de que algo raro ocurre; sigue un apagón de los móviles e internet, y la inesperada llegada nocturna de G.H y Ruth Scott, padre e hija, los dueños de la vivienda, que ofrecen peregrinas excusas para justificar su presencia y el deseo de hacer noche ahí.

Una película inquietante, muy sólida y lograda, que adapta una novela de Rumaan Alam, y en cuya producción ha intervenido el matrimonio Obama, además de la protagonista Julia Roberts, y el director y guionista Sam Esmail, conocido por estar detrás de las inquietantes series Mr. Robot y Homecoming, la segunda con presencia también de Roberts. Con una situación de tintes apocalípticos, se saben abordar muy bien los diversos miedos que atenazan al ser humano, que activan el instinto de supervivencia apuntando al individualismo y a lo gregario, proteger a los tuyos.

Se suele decir que para un cristiano las películas sobre el demonio producen auténtico miedo, porque abordan una amenaza muy real e inquietante, no estamos ante las típicas tramas de sustos, basadas en criaturas inexistentes. Algo parecido podría aplicarse a Dejar el mundo atrás, porque el miedo a que la tecnología de la que nos hemos hecho tan dependientes falle no nos parece una ridícula elucubración, ni tampoco al estallido de una Tercera Guerra Mundial, o no digamos, ante la nueva “religión” del cambio climático, al riesgo de una catástrofe ecológica en que la naturaleza se tome su revancha. Con estos mimbres sabe jugar muy bien Esmail.

Pero el cineasta y creador de series no se queda en eso, porque aborda también otros temores a las personas, al otro, al desconocido: a quien tiene otro color de piel, al que pertenece a otra generación, a quien siempre está enfadado, a la masculinidad tóxica sobre la que tanto se nos alecciona, o a que simplemente, no nos hagan caso. Vivimos en un mundo artificioso, pegados a las pantallas, en que se nos dice lo que debemos creer… ¡y lo creemos!, donde la capacidad de pensar por uno mismo, y ser lo suficientemente activo para tomar decisiones propias, se hace más costoso. La felicidad que ha encontrado la hija pequeña, se ha convertido en una fan de la serie Friends, es más que elocuente de la dificultad creciente para hallar asideros a los que agarrarnos, viviendo en soledad, ahí están las fotos furtivas que Archie toma de la atractiva Ruth para masturbarse luego, la negación de ayuda de Clay a una mujer que sólo habla español, o el aislamiento para ponerse a salvo de Danny, un vecino reticente a prestar ayuda a Clay. Tales modos de hacer pueden ser insoportables, y por eso surgen, imperiosos, momentos de acercamiento y de sincerarse, Amanda y G.H. ante una copa de vino y una colección de discos, Clay y Ruth delante de la piscina, Ruth y Amanda encontrando su intersección en un diagrama de Venn, a pesar de lo poco que tienen en común.

Esmail sabe crear una atmósfera desasosegante con su banda sonora e imágenes impactantes, véanse esos vehículos de la autopista sin conductor. Y acierta en su opción por un reparto de pocos actores, que lo hacen muy bien, tres de ellos ganadores del Oscar, además de Julia Roberts, Mahershala Ali y Ethan Hawke; aunque están estupendos los jovencitos Myha'la Herrold, Farrah Mackenzie y Charlie Evans, el veterano con un par de escenas Kevin Bacon, e incluso Vanessa Aspillaga, con una, hablando sólo en español.