Ville-Marie | Cine Divergente

Ville-Marie

El monopolio del dolor Por Fernando Solla

Like a river flows gently to the sea
Darling so it goes, some things are meant to be
Fools Rush In (Rube Bloom y Johnny Mercer, 1940)

La sección Talents del D’A2016 ha incluido en su parrilla el segundo trabajo tras la cámara de Guy Édoin. Tras Humedales (Marécages, 2011), el canadiense vuelve a indagar en la compleja mecánica de la relación materno-filial. De Quebec nos trasladaremos a Montreal, concretamente al distrito que da título al filme que nos ocupa. Formalmente opuesto, así como cambiando una localización rural a otra más urbanita, Ville-Marie conserva no sólo una particular manera de mostrar el conflicto familiar, sino también a la protagonista del título anterior, Pascale Bussières. De nuevo madre frustrada, de nuevo Marie, pero mucho más telúrica que la anterior.

A cuatro manos con el novelista Jean-Simon DesRochers, Édoin ha urdido un guión milimétrico que desarrolla por igual y al mismo tiempo tanto a los personajes protagonistas como a sus historias, sin olvidarse de los secundarios y de su función en el desarrollo de las distintas subtramas, para enriquecer modélicamente a la principal. Bajo la apariencia inicial de una estructura de historias cruzadas, veremos cómo, a medida que avanza el largometraje, nos encontramos ante una única e inmensa historia en la que intervienen todos los personajes. Relacionándose entre ellos, nos mostrarán mediante sus distintos niveles de implicación (funcional y emocional) la urgente necesidad de todos de autoprotección, motivada o por las heridas del pasado o como anticipación a un tormento futuro.

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Ese será el motivo por el que Sophie (Monica Bellucci) elije sus proyectos como actriz en Europa en lugar de cuidar de su hijo Thomas (Aliocha Schneider) en Montreal. Lo mismo sucederá con Marie, que doblará tantos turnos como sea posible en el hospital donde trabaja como enfermera y con Pierre (Patrick Hivon), conductor de ambulancia que apresurará sus fogosos encuentros sexuales evitando cualquier amago de intimidad o afectividad compartida. La pareja Sophie-Thomas será la que dará el pistoletazo de salida al drama conjunto de todos, impactando en un momento culminante en Marie y Pierre. A partir del choque entre los cuatro, el argumento propiciará una especie de foro de debate interno para todos ellos, en el que saltarán a la palestra todas sus neurosis, todo su desasosiego. Una especie de catarsis que servirá como punto de inflexión en el planteamiento de la obra y permitirá a los personajes contrastar nuevos puntos de vista con los que afrontar una actitud mucho más matizada sobre las relaciones interpersonales y la visión propia de cada uno.

La función expresiva de la banda sonora (musical y no) de Olivier Alary y Johannes Malftti adquiere una gradación determinante para anticipar la implosión de las sensaciones y sentimientos de los protagonistas. Édoin nos sitúa en este angustioso estado desde el principio. Thomas irá por la calle y en una parada de autobús una joven le pedirá que aguante a su hijo recién nacido en brazos para, sin dejar apenas unos segundos de margen de reacción, saltar a la calzada y suicidarse. Primera escena y ya chocamos con la acción que desencadenará todo el entramado. Negándonos cualquier introducción, el autor se vale de la música de corriente clásica que escucha a través de sus auriculares el joven para que los espectadores también participemos de ese anticipo y nos preparemos para la magnitud y trascendencia esencial y connatural a la intimidad de cada ser humano que nos espera. No será este el único momento. Cuando Sophie y Thomas celebren la cena de cumpleaños del segundo, la mujer no tiene ningún problema en admitir ante el público del restaurante la vergüenza que está haciendo pasar a su hijo al subir al escenario donde toca la orquesta a cantar para él Can’t Help Falling in Love. No le importa. De lo que se trata aquí es de demostrar que es una intérprete empedernida que no conoce otra manera para expresar sus sentimientos. En el caso de Pierre, la banda sonora servirá para reconstruir el infierno interior que vive su personaje, provocado en parte por la medicación que toma para superar un trauma. La secuencia en que, tumbado en la cama o en la ducha, el sonido adquiere un primer plano para reconstruir lo que parece una mezcla entre un bombardeo y la resonancia de la ambulancia que conduce a diario, tensa las cuerdas de un modo tan estético como elocuente, anticipando de nuevo, la colisión que provocará la coincidencia de los cuatro personajes.

El uso de este recurso distingue al filme del mismo modo en que lo hace la fotografía en exteriores de Serge Desrosiers y, por supuesto, el montaje de Yvann Thibaudeau. El primero, filtra dos escenas determinantes con el rojo y azul que proyecta intermitentemente la sirena de la ambulancia tanto sobre el rostro de los protagonistas como cubriendo el lugar donde se desarrolla la acción. Y el trabajo del segundo resulta imprescindible para que la película adquiera su excelencia. En todo momento mantendremos la certeza de estar acudiendo a una única historia. El viaje sentimental y de conocimiento que realizaremos los espectadores trazará un diario de ruta que nunca repetirá en un personaje lo que ya ha desarrollado el otro, pero todos avanzarán gracias a las situaciones de cada uno, independientemente de que ya hayan coincidido en el argumento o no. De este modo, se establece un juego que también incluye al público, que en algunos momentos sabrá algo que uno (o varios) personajes no saben y en otros no recibirá información determinante que, gracias a la interpretación de los actores, podrá discernir. Impresionante engranaje transversal entre todos los departamentos que participan de la película.

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Decíamos líneas atrás que la actriz interpretada por Belluci no es capaz de expresarse si no es a través de la prolongación de su oficio. Édoin ha ejecutado aquí una jugada maestra. Sophie regresará a Montreal para rodar una película dirigía por Robert (Fréderic Gilles). Siguiendo con esta constante de no repetir en un segmento del filme lo que ya se ha desarrollado en el anterior, el drama interior que es Ville-Marie se transformará por momentos en Paradise Boulevard, el melodrama ambientado en los años cincuenta que rodará su personaje. Allí, convertida en una suerte de Lana Turner explicará lo que ha sido su vida y entenderemos el porqué del alejamiento de su hijo. La plasticidad de estas escenas y su función como catalizador del relato que se quiere explicar, así como su ejecución, afianzan la propuesta y la convierten en una de las mejores reflexiones sobre la capacidad fundamental y esencial del ejercicio cinematográfico como entrenamiento y adiestramiento para la evolución vital de cineasta, intérpretes y espectadores que se ha podido ver en los últimos años. Haynes y Almodóvar, aquí tenéis a un nuevo compañero de viaje.

Finalmente, no hay que confundir esta voluptuosidad estética con una desviación del discurso narrativo. Todas las escenas y secuencias del filme que nos ocupa demuestran que antes que una trama dramática, lo que estamos presenciando es, precisamente, una exploración del por qué de estos seres humanos. Entenderemos qué les mueve a comportarse como lo hacen. Algunas réplicas determinantes, así como la escena en la que Sophie y Marie comparten banco en el parque, además de su experiencia frustrada en el terreno de la maternidad, son muy representativas del espíritu del filme. Dos personas, de mundos completamente distintos, en un espacio que la obturación cerrará en tiempo tan lento como real hasta llegar a un preciso plano medio en el que sólo cabrán ellas, justo en el momento en el que se comprenderán la una a la otra, es realmente inspirador. La complejidad de la escena se amplifica por el hecho de que sabemos que Marie no le ha dicho a Sophie toda la verdad. ¿Quién es aquí la actriz, entonces?

Guy Édoin ha conseguido unas interpretaciones excelentes de todo el reparto. Belluci y Bussières impactan tanto por la magnitud y el alcance de sus miradas y silencios como por la adecuación al registro requerido. Por su parte, Schneider y Hivon consiguen recrear, apoyándose de banda sonora y montaje, el mundo interior de sus personajes con tal profundidad que nos quedamos con las ganas de un spin-off de Thomas y Pierre. Por todos estos motivos y por el montaje, que a pesar no de distribuir las escenas de cada uno de los protagonistas en igualdad de tiempos, no resta intensidad sino que amplifica la presencia de todos ellos, Ville-Marie resulta una película imprescindible. Sin pretender situarla en un primer plano, Édoin demuestra además una capacidad de observación de las relaciones homosexuales, en las que la entrega física muestra el encadenamiento sentimental y psicológico del supuestamente más desafortunado o débil, plasmándolo en pantalla con una asertividad pasmosa. Sin duda, una gran sorpresa.

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Comentarios sobre este artículo

  1. Taz Looney dice:

    Muy acertado análisis y.acercamiento a esta emocional y compleja película. Gracias al autor de esta crítica, Fernando Solla, he podido apreciar detalles que se me solaparon cuando la ví.

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