Antonio Machado y Ruiz - Vida y obras

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Antonio Machado y Ruiz - Vida y obras

(comp.) Justo Fern�ndez L�pez

Historia de la literatura espa�ola

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Antonio Machado y Ruiz

BIOGRAF�A

Antonio Machado y Ruiz (1875-1939) naci� en Sevilla. Es el �nico miembro de la generaci�n del 98 que procede de Andaluc�a, aunque su inspiraci�n es netamente castellana. Su padre fue un folclorista, de ah� la preferencia de Machado por las coplas populares. Su padre tuvo que emigrar a Am�rica y volvi� enfermo a Sevilla, en donde muri� sin volver a ver a sus hijos, que permanec�an al lado de su madre.

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla

y un huerto claro donde madura el limonero.

A los ocho a�os se va a Madrid con su familia a Madrid, donde su abuelo hab�a sido nombrado catedr�tico de la Universidad Central.

Viaj� a Par�s en 1899, ciudad que volvi� a visitar en 1902, a�o en el que conoci� a Rub�n Dar�o, del que ser�a gran amigo durante toda su vida.

En Par�s estudi� con el fil�sofo vitalista franc�s Henri Bergson (1859-1941). Vuelve a Madrid donde conoci� a Unamuno, Valle-Incl�n, Juan Ram�n Jim�nez y otros destacados escritores con los que mantuvo una estrecha amistad.

En 1907 obtuvo la c�tedra de Franc�s del Instituto de Soria, donde ense�ar� cinco a�os decisivos para su vida: �All� me cas�, all� muri� mi esposa, cuyo recuerdo me acompa�a siempre�.

Su esposa ten�a s�lo diecis�is a�os frente a los m�s de treinta del poeta, pero a pesar de su juventud, enferm� en 1911, durante un viaje a Par�s con la beca que Machado hab�a conseguido de la Junta de Ampliaci�n de Estudios para estudiar filosof�a con Bergson y B�dier. La joven esposa morir�a un a�o m�s tarde.

Siempre le acompa�ar� el recuerdo de su esposa, su soledad y las tierras castellanas de Soria que tan bien cantar� en sus versos. Despu�s se va a Segovia y de all� a Madrid. Sus aficiones son �pasear y leer�.

En 1927 ingres� en la Real Academia, y en 1928 conoci� a su segundo gran amor: la poetisa Pilar de Valderrama, la "Guiomar" de sus poemas, con la que mantuvo relaciones secretas durante a�os y de la que apenas se hablaba por ser una mujer casada.

Habiendo sido convencido republicano, en 1939, al final de la Guerra Civil, fue evacuado a Valencia y de all� a Barcelona. Huyendo de las tropas de Franco, pas� con su madre el Pirineo a pie hasta la localidad francesa de Collioure, donde falleci� al poco tiempo de su llegada, el 22 de febrero de 1939. Su madre muri� a los 84 a�os, tres d�as despu�s que su hijo, haciendo cierta la promesa que hizo en el camino al destierro: "Estoy dispuesta a vivir tanto como mi hijo Antonio".

En 2006, el prestigioso hispanista irland�s Ian Gibson public� un extenso trabajo sobre la vida y obra del poeta: Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado.

LA POES�A DE ANTONIO MACHADO

La sencillez y sobriedad de su mensaje po�tico, unidas a las sinceras reflexiones que lo humanizan y acercan al pueblo, han hecho de �l uno de los poetas emblem�ticos de los defensores del alcance popular de la poes�a. Antonio Machado probablemente sea el poeta de su �poca que m�s se lee todav�a.

Machado era un hombre sencillo y modesto. La meditaci�n, la lectura y los paseos eran el eje de su vida. Su obra refleja la gravedad de su temperamento.

Se form� intelectualmente en la famosa Instituci�n Libre de Ense�anza, instituci�n de renovaci�n cultural y pedag�gica, creada en Madrid en 1876 por un grupo de profesores universitarios de pensamiento liberal y humanista (de inspiraci�n krausista) bajo la direcci�n de Francisco Giner de los R�os, a quien Machado profes� siempre la mayor veneraci�n.

Sus lecturas fueron las t�picas de los hombres del 98: los fil�sofos alemanes Kant, Nietzsche, Schopenhauer y el fil�sofo vitalista franc�s Henri Bergson.

Las modas po�ticas no influyeron en Machado. Sent�a un desd�n por los modernistas, sugestionados por la belleza musical y sensual de la poes�a. Machado expres� su credo po�tico as�:

�Soy cl�sico o rom�ntico? No s�. Dejar quisiera mi verso, como deja el capit�n la espada, famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada.

Repudiaba el af�n de distinci�n y aristocracia del modernismo. Por eso prefiri� buscar el esp�ritu y las formas m�tricas de la tradici�n popular, m�s cercano al esp�ritu de la generaci�n del 98. Su poes�a es fruto de una honda emoci�n humana. Rechazaba el empleo de im�genes en funci�n m�s conceptual que emotiva.

La poes�a para Machado no deber�a ser adorno, pero tampoco pensamiento l�gico, como lo era a menudo en el caso de Miguel de Unamuno. La poes�a deber�a ser s�lo emoci�n sencilla y sincera. Tres versos suyos resumen su estilo po�tico:

Ni m�rmol duro y eterno,

ni m�sica ni pintura;

sino palabra en el tiempo.

Su poes�a es un �ntimo mon�logo: �Converso con el hombre que siempre llevo conmigo�. Fue un aut�ntico intelectual, aunque de profundidad e iron�a humilde. Su poes�a es intimista y libre de todo patetismo y ret�rica. Tiene ciertas cadencias becquerianas. Es como un rom�ntico, pero no en la forma exaltada de los rom�nticos del XIX: �Soy rom�ntico de forma cl�sica�.

En su m�trica abundan las rimas asonantes; tiene preferencia por la forma popular: romance, cantar, copla. La expresi�n siempre se ajusta al fondo tem�tico del 98: emoci�n, dolor, nostalgia, tristeza. En la forma: sobriedad, sencillez, contenci�n. Es una poes�a densa y profunda como pocas. Su poes�a elimina toda met�fora hueca y todo lo decorativo y queda reducida al m�s puro y aut�ntico lirismo.

OBRA PO�TICA

La obra de Antonio Machado es fundamentalmente po�tica, a pesar de las incursiones en el teatro, siempre b�sicamente po�tico, y en el ensayo, siempre con un tono bastante l�rico. Su primer libro es 

Soledades (1903)

Poemas de car�cter modernista, en los que destaca la emoci�n del momento y el sentido oculto de lo que le rodea.

Soledades, galer�as y otros poemas (1907)

Es la obra anterior aumentada. Tiene alguna influencia modernista, pero ya con el tono intimista que caracterizar� toda la poes�a de Machado.

Campos de Castilla (1912)

Consideraci�n po�tica de un paisaje castellano humanizado de �la Espa�a que bosteza� junto con la emoci�n del amor perdido, y constituye uno de sus libros m�s conocidos y populares. Es su obra cumbre. La blanda melancol�a de Soledades se torna aqu� en emoci�n austera y viril. Esta obra presenta de modo tr�gico la visi�n de la Espa�a negra de los hombres del 98: A orillas del Duero, El Dios Ibero, La tierra de Alvargonz�lez, Campos de Soria.

Campos de Castilla presenta un total cambio de perspectiva: el poeta de las galer�as interiores se vuelca hacia el mundo exterior. Coincidiendo con la reflexi�n acerca de Espa�a de los autores del 98 y a ra�z de su encuentro con el paisaje de Castilla, el poeta se vuelca hacia la naturaleza y hace, a partir de ella, una reflexi�n sobre la realidad espa�ola a la que, como los dem�s autores del noventa y ocho, aspira a cambiar.

La tierra de Alvargonz�lez es un impresionante romance que cuenta c�mo unos labriegos, envidiosos de su hermano peque�o, matan a su padre impulsados por la codicia. En el XIX, el poeta y dramaturgo rom�ntico Duque de Rivas (1791-1865) fue el primero en incorporar el romance castellano en la l�rida. Machado es el continuador de este estilo, lo mismo que Lorca m�s tarde. El protagonista de este romance es, m�s que las negras figuras de los Alvargonz�lez, el paisaje castellano.

Campos de Soria es un inmenso poema sobre las altas tierras castellanas. La descripci�n del paisaje robusto y vigoroso hace pensar en el pintor Ignacio Zuloaga y Zabaleta (1870-1945) y su visi�n pesimista de los tipos del campo castellano. En los endecas�labos y heptas�labos de estos poemas se hallan los mejores momentos de Machado. Junto a la descripci�n del paisaje surge tambi�n la emoci�n, el comentario l�rico �de dentro�: �Oh, s�, conmigo vais campos de Soria. Me hab�is llegado al alma, o acaso estabais en el fondo de ella�. Junto a la visi�n de los anchos campos castellanos, hay un gesto pensativo, de dolor, de duda y de fracaso. M�s tarde, cerca de la Guerra Civil (1936-1939), otro poeta continuador de Machado, Miguel Hern�ndez, ver� estos campos llenos de fe.

P�ginas escogidas (1917)

Nuevas canciones (1914)

Contin�a la l�nea sentenciosa y filos�fica donde cada vez destaca m�s la cr�tica social, sin que desaparezca la resonancia l�rica. Siguen las descripciones de Castilla y sus tierras �ridas; pero ahora utiliza Machado formas populares �giles, cercanas a la poes�a popular. Su forma es sentenciosa y epigram�tica; recoge la forma del cantar popular que luego seguir�n Lorca y Alberti en la generaci�n del 27.

Poes�as completas (1928 y 1933)

De un cancionero ap�crito (1937)

Meditaciones en prosa de car�cter filos�fico y po�tico, reminiscencias de lecturas de Kant, Bergson y Schopenhauer.

Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor ap�crifo (1936)

Colecci�n de ensayos que le presentan como uno de los prosistas menos convencionales del siglo XX. En estos ensayos utiliza como portavoz de su pensamiento a uno de sus dos poetas "ap�crifos", inventados a finales de los a�os veinte (el otro es Abel Mart�n).

Prosas dispersas (1893-1936) (2001)

Un volumen que recoge cartas y escritos in�ditos de la m�s variada �ndole.

OBRA DRAM�TICA

Antonio Machado escribi� algunas obras de teatro junto con su hermano Manuel Machado. Son obras escritas casi todas en verso. Su dramaturgia permanece dentro de los l�mites del teatro comercial del momento.

Desdichas de la Fortuna o Julianillo Valc�rcel 1926)

La duquesa de Benamej� (1932)

Juan de Ma�ara (1927)

Las Adelfas (1928)

La Lola se va a los puertos (1929)

La prima Fernanda (1931)

TEMAS DE LA L�RICA DE MACHADO

La lectura de Arturo Schopenhauer (1788-1860) se hace sentir en Machado. Otra clara influencia en la tem�tica de Machado fue la del fil�sofo vitalista franc�s Henri Bergson (1859-1941), que el poeta conoci� cuando estudi� en Par�s. La teor�a de la �corriente vital�, el problema del tiempo y la duraci�n son t�picos temas de Bergson que Machado elabor� en sus poes�as:

Donde acaba el pobre r�o, la inmensa mar nos espera.

Su filosof�a tiene fuertes resonancias pante�stas y recuerda la tem�tica de Unamuno: agon�a entre raz�n y sentimiento.

La obra l�rica de Machado es profundamente unitaria. Los temas centrales se repiten una y otra vez:

  • Espa�a y Castilla: pobreza, ignorancia, envidia
  • Yo, la soledad, el sue�o y el amor
  • El cristal y el espejo
  • El camino y sus funciones: el tiempo y el pasar
  • El mar y la muerte como amada
  • Ideas filos�ficas: la raz�n y el sentimiento, Dios...

Espa�a y Castilla

Los temas referentes a Espa�a y Castilla se hallan en su obra cumbre Campos de Castilla. En estos poemas vemos una emoci�n austera y grave, que llega a adquirir sentido tr�gico. Expresan el mundo negativo del 98: miseria, cr�tica, dolor. Por otro lado, junto a la cr�tica negativa, late una emoci�n llena de cari�o, de adivinaci�n a�n no clara sobre el futuro de Espa�a.

Machado emplea en su descripci�n de Castilla varios motivos equ�vocos y contradictorios para resaltar m�s la tragedia de esta regi�n: �Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en tus andrajos, desprecias cuanto ignoras�. La descripci�n de la vida mon�tona de Castilla, en sus detalles cotidianos, recuerda mucho a las descripciones de Azor�n. Los hombres, los �rboles, los animales aparecen en la t�nica de emoci�n varonil del conjunto: las encinas, las moscas, la cig�e�a.

El refinamiento se�orial del modernismo estaba expresado en su s�mbolo central: el cisne. El desali�o y dramatismo desgarbado del 98 lo expresa el ave preferida de Antonio Machado: la cig�e�a. Es el p�jaro eminentemente castellano. Cisne y cig�e�a, elegancia frente a desali�o, artificio contra sinceridad.

El yo, la soledad

Machado define el �yo� como �aquello de lo que no s� m�s que esto: que es una actividad pura y nunca reflexiva; lo que nunca es objeto de conocimiento; el ojo que ve y que nunca se ve a s� mismo�. A pesar de su humanitarismo, Machado nunca se pierde en �lo otro�, sino que interioriza y recoge lo otro en las profundidades de su yo. El �yo� de Machado es unidad funcional, vivencia suma, es lo constante en lo que pasa. A veces es un yo cuasi franciscano, lleno de compasi�n por todas las cosas, incluso las no humanas:

Vosotras, las familiares, inevitables golosas, vosotras, moscas vulgares, me evoc�is todas las cosas. Yo s� que os hab�is posado sobre el juguete encantado, sobre el librote cerrado, sobre la carta de amor, sobre los p�rpados yertos de los muertos. Vosotras, amigas viejas, me evoc�is todas las cosas.

Es un yo afectivo y compasivo: �Y ese �rbol roto en el camino blanco hace llorar de l�stima�. Es un yo sereno y estoico, fruto de la soledad aceptada de Machado. Un yo burl�n y humor�stico. Tras un alma de un candor permanente se esconde un poquito de humor y de gracia andaluzas. Machado se puede re�r de s� mismo. Las cosas son reales en cuanto que vividas: �Guitarra del mes�n de los caminos, no fuiste nunca ni ser�s poeta. Pero eres alma que dice su armon�a solitaria a las almas pasajeras y siempre que te escucha el caminante sue�a escuchar un aire de su tierra�.

A pesar de la soledad aceptada, el �yo� no es una m�nada cerrada, sino un di�logo con los sentimientos de las cosas y de los dem�s hombres. El �t�� de Machado es el yo en comunicaci�n con lo otro: �No hay poes�a sin di�logo�.

Mi sentimiento es m�s bien nuestro, mi coraz�n canta siempre en coro, aunque su voz sea para m� la voz mejor timbrada.

La soledad es el ambiente que envuelve todo contacto entre el yo y las cosas. La soledad es una especie de �s� mismo�, en su marco se opera esa comuni�n entre el �yo� y las cosas (�lo otro�): �A mis soledades voy, de mis soledades vengo�.

El sue�o y el ensue�o

No le interesan tanto a Machado los sue�os que el hombre tiene cuando est� dormido (cosa que m�s interesaba a los surrealistas), sino los ensue�os, los sue�os que el hombre tiene cuando est� despierto:

Hay que abrir bien los ojos para ver las cosas como son; pero hay que abrirlos m�s a�n para verlas de otra manera a como son; y a�n m�s hay que abrirlos para ver las cosas a�n mejor de lo que son.

No es la labor del poeta hacer con su arte m�s hermosa la prosaica vida diaria. Con los ensue�os detenemos el paso del tiempo y la transformaci�n de todas las cosas. La vida es sue�o, y el recuerdo de nuestros sue�os nos da la llave para conocer el secreto de nuestra vida. La vida es so�ar nuestro sue�o; recordar los sue�os es conocerse a s� mismo. El ensue�o es una forma de conocimiento. Enso�ar las cosas es sentirlas en su ��ntima palpitaci�n�, al so�ar sale el �yo� de su soledad y se incorpora las cosas de forma afectiva y emotiva.

El amor

El amor en Machado tiene mucho que ver con la capacidad de enso�aci�n que tiene el ser humano. La mujer amada apenas aparece en Machado como criatura de carne y hueso, como objeto er�tico. El amor humano se diferencia del amor animal por su capacidad de recordar los ensue�os, por la capacidad de exaltaci�n en la fantas�a enso�adora y sobre todo en el recuerdo.

Machado se cas� en 1909 con Leonor, que le muri� en 1912. Sus poemas sobre el amor son recuerdos y ensue�os de este corto amor. El amor de los versos de Machado es un amor pre-sentido y enso�ado: �Amada no te ver�n mis ojos, mi coraz�n te aguarda�. Como el sue�o es para Machado la m�s �ntima forma de conocimiento, la enso�aci�n del amor, la espera constante tiene al poeta en ansia: �Este amor que quiere ser acaso pronto ser�; pero �cu�ndo ha ce volver lo que acaba de pasar? Hoy dista mucho de ayer. �Ayer es Nunca jam�s!�

Sumergido en su soledad el yo de Machado ensue�a las cosas y los hombres en un ensue�o amoroso, emotivo e �ntimo; la vibraci�n de esta emoci�n enso�adora de las cosas crea la comunicaci�n con ellas, con �lo otro�.

La necesidad del �otro�, exista o no exista, lleva a Machado a la necesidad del amor. El amor empieza con el recuerdo, pero mal se puede recordar lo que antes no se ha olvidado:

S� que habr�s de llorarme cuando muera para olvidarme y,

luego, poderme recordar, limpios los ojos que miran en el tiempo.

El amor es creaci�n nacida tras la poetizaci�n del olvido:

Todo amor es fantas�a: �l inventa el a�o, el d�a, la hora y su melod�a;

inventa el amante y, m�s, la amada.

No prueba nada contra el amor que la amada no haya existido jam�s.

Tras la muerte de la amada, la imagen de �sta no se conserva para siempre en el espejo de la memoria; el tiempo desgasta el azogue del recuerdo; ya no se puede evocar a la amada. La memoria es un espejo muerto, un espejo convertido en cristal que no retiene ni refleja nada. Un d�a, otros ojos, detr�s de los cristales de otra ventana, resucitan la imagen y el color olvidados.

Cuando muri� su amada pens� en hacerse viejo en la mansi�n cerrada,

solo con su memoria y el espejo donde ella se miraba un claro d�a.

Como el oro en el arca del avaro, pens� que guardar�a

todo un ayer en el espejo claro. Ya el tiempo para �l no correr�a.

Mas pasado el primer aniversario, �c�mo eran �pregunt� pardos o negros, sus ojos? �Glaucos?... �Grises? �C�mo eran, santo Dios, que no recuerdo?

Sali� a la calle un d�a de primavera y pase� en silencio

su doble luto, el coraz�n cerrado...

De una ventana en el sombr�o hueco vio unos ojos brillar.

Baj� los suyos y sigui� su camino... �Como esos!

Para amar hay que olvidar primero el objeto amado y, despu�s de olvidado, es menester crearlo desde dentro. El amor es sagrado olvido; el olvido es �mano creadora� del amor. El verdadero amor nace del sentimiento de ausencia:

Escribir� en tu abanico: te quiero para olvidarte para quererte te olvido.

El tema del espejo

En el �espejo de la memoria� se mezclan y confunden los sue�os de recuerdos y los recuerdos de los sue�os. Machado us� mucho el s�mbolo del espejo. Lo llamaba �el espejo de la memoria� y, m�s a menudo aun, �el espejo de los sue�os�, el espejo profundo de los sue�os. Machado cre�a que la memoria no ser�a para recordar recuerdos, sino sue�os. Lo vivido, al reflejarse en el espejo, sufre una deformaci�n. Otras veces, los recuerdos se adelgazan tanto, se opacan de tal modo que el espejo deja de ser espejo para convertirse en mero cristal que nada refleja. Machado usa, pues, los s�mbolos de espejo o cristal, seg�n sea mayor o menor la limpidez con que all� se reflejan los sue�os. Esta limpidez se enturbia casi siempre por los est�mulos evocadores que vienen de la realidad.

De toda la memoria, s�lo vale

el don preclaro de evocar los sue�os.

El sue�o, el ensue�o, es siempre la atm�sfera en la que se mueven los versos de Machado. El espejo es un tema muy repetido en �l. A todos se nos muestra el poeta como surgiendo de un espejo, desde el fondo de un espejo. Machado pensaba que el hombre viv�a entre espejos, excepto en la Naturaleza. �Es en la soledad del campo donde el hombre deja de vivir entre espejos�. La poes�a de Machado se mueve entre espejos, galer�as y laberintos maravillosos. Los espejos, faroles, galer�as, escaparates son las superficies donde el hombre se ve a s� mismo en su soledad.

El espejo es el instrumento para ver m�s y m�s hondo en las cosas. La filosof�a es el espejo donde las cosas se ven a s� mismas. La poes�a es el cristal a trav�s del cual las cosas aparecen tal y como el poeta (�yo�) las ve. El espejo nos ayuda a ver lo esencialmente �otro�; lo que yo no veo en m�, me lo reflejan los dem�s como un espejo.

El cristal o cuando el espejo pierde el azogue

El cristal es para Machado la frontera de los dos mundos, el de afuera y el de adentro (�die Innenwelt der Au�enwelt der Innenwelt�, de Peter Handke). El cristal es la imagen y el s�mbolo de la temporalidad. El poeta, en su soledad, mira detr�s de los cristales de la ventana y ve fuera lo que pasa, la temporalidad. La lluvia que repiquetea en los cristales, las se�ales ac�sticas de los cristales, le dan al poeta una imagen temporal de lo que pasa afuera, una imagen de su soledad tras el cristal.

El tiempo se muestra de una forma sonora en los cristales de las ventanas. Por ejemplo, la lluvia que repiquetea, las moscas que rebotan en los cristales, son se�ales ac�sticas que nos demuestran la existencia del tiempo fuera de o detr�s de los cristales. Visto al rev�s, desde afuera, mirando al cristal de una ventana, el mundo de dentro, detr�s del cristal, es el mundo del ensue�o, la fantas�a y el deseo. El cristal es el l�mite de la realidad-irrealidad. Mujeres entrevistas, entreso�adas detr�s de cristales:

De balcones y ventanas se iluminan las vidrieras

con reflejos mortecinos, como huesos blanquecinos

y borrosas calaveras... �Eres t�? Ya te esperaba...

No eras t� a quien buscaba.

El cristal es forma exterior del ensue�o, de la realidad enso�ada y m�gica. Machado usa el s�mbolo del cristal a menudo de forma ac�stica. Cristal es la canci�n del agua y su mon�tona m�sica. El mon�tono fluir del tiempo, id�ntico en su hoy-ayer-ma�ana.

Mas cu�ntame, fuente de lengua encantada,

cu�ntame mi alegre leyenda olvidada.

Yo s� que tus bellos espejos cantores

copiaron antiguos delirios de amores.

La fuente es conciencia del tiempo que pasa y que por pasar es melanc�lico, es soledad. La fuente revela lo que la palabra o la historia callan. La eterna fuente de la plaza vieja canta con mon�tona melancol�a el pasado. La historia pasa, pero la pena queda; el recuerdo y la memoria paran el tiempo.

La fuente de piedra vert�a su eterno cristal de leyenda.

Segu�a su cuento la fuente serena;

borrada la historia, contaba la pena.

Cuando el espejo de la memoria no puede retener m�s los recuerdos; cuando los recuerdos pierden limpidez, se desvanece y se esfuma el sue�o que los so�aba; los sue�os se vuelven transparentes cuando el paso del tiempo disuelve el azogue del espejo de la memoria, y estos sue�os transparentes se vuelven cristal:

S�lo tienen cristal los sue�os m�os.

Sue�o del sue�o de un sue�o. Sue�o de cristal, sue�o transparente, sue�o vac�o; cristal de cristales, espejo sin azogue:

Ayer so�� que ve�a a Dios y con Dios hablaba

y so�� que Dios me o�a, luego so�� que so�aba.

El cristal es como la nada, le negaci�n del espejo que refleja. El hombre, vagando en su soledad de laberintos de espejos, sombra de una sombra. El sue�o, el ensue�o, es la suprema forma del conocimiento para Machado. El espejo vivo es el espejo on�rico, el que salva los sue�os. La memoria se pierda, el espejo de la memoria pierde el azogue y se vuelve cristal transparente. Pero los sue�os se pueden siempre reproducir en el espejo on�rico: las paredes laber�nticas que reflejan mi soledad.

El fr�o cristal, donde repiquetea la lluvia fr�a, es tambi�n s�mbolo de la muerte. A trav�s de su fr�a monoton�a ac�stica se revela la muerte.

Todos los caminos van a dar al mar. La vida va pasando y el espejo del vivir se va rayando, el azogue se va disolviendo y desvaneciendo; el espejo se va convirtiendo en puro y transparente cristal. Vivir es alimentar los sue�os reflejados en el espejo. En la soledad vive el poeta alimentando los reflejos de sus sue�os en el espejo de su contorno personal. Cuando el espejo que da reflejo a mi soledad, pierde el azogue, se raya con el paso del tiempo y por las influencias exteriores, se convierte en cristal que nada refleja. Al convertirse el espejo de la soledad en cristal transparente que nada refleja, todo se hiela, todo pasa, todo se desvanece, �me torno viejo�:

�Morir... caer como agua de mar en el mar inmenso?

O ser lo que nunca he sido; uno sin sombra y sin sue�o,

un solitario que avanza sin camino y sin espejo?

Yo noto al paso que me torno viejo,

que en el inmenso espejo, donde orgulloso me miraba un d�a,

era el azogue lo que yo pon�a.

Al espejo del fondo de mi casa una mano fatal

va rayendo el azogue y todo pasa por �l como la luz por el cristal.

El espejo, como marco de la persona, es el que da la forma a la persona en s� misma; el espejo es la creaci�n personal para salir de la muerte. En la soledad de las galer�as �especulares� del �s� mismo�, el �yo� va poniendo el azogue a los cristales, para que los sue�os no se pierdan y para que el mundo exterior se refleje, entre en el mundo interior como �sentido�, �evocado�.

La soledad, el espejo, lo otro y la conciencia

El espejo no refleja una imagen de las cosas mismas, no copia la realidad. La conciencia no es un espejo que copia, sino un espejo que ve:

El ojo que t� ves no es ojo porque lo veas,

es ojo porque te ve.

El espejo deja de ser, al final, en Machado el puro reflejo de s� mismo ara convertirse en aquello �otro� frente a lo cual uno se encuentra a �s� mismo�. Uno se encuentra a s� mismo en el espejo porque el espejo me ve, me mira. La funci�n narcis�stica del espejo en que me veo, se convierte en funci�n de espectador que confirma mi ser, en testigo de mi ex-hibicionismo, en salida de mi soledad.

Con el t� de mi canci�n

no te aludo, compa�ero;

ese t� soy yo.

En otros poemas, Machado ya no quiere hallarse a s� mismo en el espejo, sino a �otros�: a su musa, a su soledad. El espejo que se refleja a s� mismo no es espejo: para serlo ha de ser visto por otro y ha de ver a su vez. Es el reflejo potenciador del ni�o que se ve en los ojos de la madre que lo mira con cari�o confirmador. La soledad de la conciencia:

Mis ojos en el espejo son ojos ciegos que miran

los ojos con que los veo.

Mirarse s�lo a s� mismo produce ceguera. S�lo si vemos que alguien nos mira, adquirimos vida:

Y en la cosa nunca vista de tus ojos me he buscado:

en el ver con que me miras.

En sicolog�a se habla de lo importante que es para el desarrollo del beb� verse reflejado en la mirada c�lida y radiante de la madre (�der Glanz in den Augen der Mutter�).

Mirarse a s� mismo es narcisismo, viejo vicio:

Todo narcisismo es un vicio feo y ya un viejo vicio.

El mirarse narcis�sticamente en el espejo es  no verse:

Ese tu Narciso ya no se ve en el espejo porque es el espejo mismo.

Machado no quiere buscar los l�mites de s� mismo:

Nunca traces tu frontera, no cuides de tu perfil;

todo eso es cosa de fuera.

No hay que buscar al otro para reflejo y espejo de uno mismo:

Busca en tu pr�jimo espejo; pero no para afeitarte ni para te�ir el pelo.

Machado quiere buscar al �otro� que con �l mismo va:

M�s busca en el espejo al otro, al otro que va contigo.

El �otro� es una proyecci�n del �yo�. El �otro� es nuestro �complementario� y a la par �nuestro contrario�.

Busca a tu complementario que marcha siempre contigo

y suele ser tu contrario.

El tiempo y el espejo

El tiempo es la ra�z de la poes�a de Machado. El tiempo se asoma al espejo, se detiene en el espejo y al detenerse queda eternizado. El espejo guarda el misterio de la temporalidad. Las im�genes temporales se reflejan en las aguas de las fuentes y de los r�os y all� quedan ahogadas. El espejo sue�a el tiempo. El espejo sue�a y guarda silencio. El espejo guarda y salva la vida, el tiempo. El espejo prolonga lo que ha sido fuera; lo de afuera, al reflejarse en el espejo interior de la evocaci�n y del ensue�o, queda salvado en el ensue�o, se eterniza en el proceso on�rico de la creaci�n po�tica.

El camino, el r�o, el tiempo, el pasar

El camino y el r�o es el curso del hombre en el tiempo. En el marco de la soledad, el poeta evoca las cosas exteriores en cuanto se reflejan en los espejos de las galer�as de la persona. El yo intenta aprender lo otro mediante la memoria y la evocaci�n de los sue�os, de los ensue�os. La memoria no puede recordar recuerdos, sino s�lo sue�os. Los recuerdos, la historia, se pierde, pasa; s�lo queda la pena, los sue�os y los ensue�os que se reflejan en las galer�as interiores.

Este movimiento de reflejo evocativo es la creaci�n po�tica. Pero la realidad opaca exterior va rayando (�rayendo con el tiempo�) el azogue del espejo, la parte exterior del espejo. Cuando este l�mite de lo real e irreal se pierde, el espejo se convierte en cristal transparente que deja pasar todo lo de afuera hacia dentro y lo de dentro, los ensue�os, se desvanecen en la temporalidad. Las experiencias exteriores �rayen� el azogue del espejo, que al no reflejar los ensue�os los deja desvanecerse, los deja pasar por el cristal. As� se pierde la galer�a y el laberinto pierde su intimidad y contorno.

La soledad s�lo se puede conservar en la galer�a de espejos �ntimos. La vida, la experiencia del vivir, va quitando al espejo el azogue, lo convierte en cristal que ya no guarda los recuerdos, ya no tiene la memoria de los sue�os, los deja pasar hacia afuera, hacia el cristal de la fuente, que traga todo el pasado; la fuente lleva el agua al r�o y �ste desemboca en la Mar, la Muerte como amada.

Caminar es vivir. El camino no est� ah�, no es; hay que hacerlo al caminar:

Al andar se hace camino y al volver la vista atr�s se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.

Caminar es existir. Al final del camino est� la mar, la muerte:

Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar.

El camino es la vida que va a terminar en la mar, en la muerte. Como dice Jorge Manrique (1440-1479), inspirador de Machado:

Nuestras vidas son los r�os que van a dar en la mar, que es el morir.

Machado se burlaba de los hombres que �est�n siempre de vuelta de todo�. Ya es mucho ir, volver, nadie ha vuelto. Lo �nico posible es caminar; ser camino hacia el morir; camino que termina en el mar del que nunca se volver�.

El mar y la muerte

Al romperse el azogue del espejo, que reflejaba mis ensue�os, el espejo se vuelve cristal transparente y mis ensue�os se desvanecen. El poeta es sombra sin sue�o, �un solitario que avanza, sin camino y sin espejo�. Se convierte en fuente, en agua que va al r�o, en gota de agua que por el r�o llega a la mar, a la muerte. Los caminos llevan a la muerte, los r�os a la mar.

Es t�pico de Machado aludir a la muerte sin nombrarla, en esto se diferencia de otros poetas espa�oles. Nadie se ha dirigido a la muerte con tanta ternura y tan delicadas palabras como Antonio Machado. Personifica la muerte y le habla como a una mujer amada. La muerte es la compa�era de la vida. Machado trata a la muerte como a una amada, tambi�n como a una se�ora solemne y digna; otras veces como a una virgen esquiva y compa�era. La muerte es el centro viral, es la gran liberaci�n en la mar final:

Y cuando llegue el d�a del �ltimo viaje

y est� al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontrar�is a bordo, ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

El hombre, caminante sin otra meta que la mar, se pasa la vida siempre �buscando a Dios entre la niebla�.

 

 

 

Soledad >

A mis soledades voy, de mis soledades vengo.

Galer�a

  YO <> lo OTRO (t�)

De toda la memoria s�lo vale el don preclaro de evocar los sue�os.

Las cosas, lo otro, evocadas en la memoria (los ensue�os) se reflejan en los espejos de las paredes del laberinto de la soledad =

Proceso on�rico de creaci�n.

Espejo

 

 

< Realidad exterior

 

Solamente en la Naturaleza no est� el hombre solo.

 

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El impacto de la realidad exterior, de la experiencia vivida, sobre los espejos de las paredes que dan marco al laberinto de la soledad, raya el espejo y hace desvanecer el azogue.

El espejo se vuelve cristal transparente por el que fluyen, como en la fuente el agua, los ensue�os hacia el r�o que desemboca en la

 

MAR = MUERTE

 

Ya noto, al paso que me torno viejo,

que en el inmenso espejo,

donde orgulloso me miraba un d�a,

era el azogue lo que yo pon�a.

Al espejo del fondo de mi casa

una mano fatal

va rayando el azogue, y todo pasa

por �l como la luz por el cristal.

El �Arte po�tica� de Juan de Mairena

�Juan de Mairena se llama a s� mismo el poeta del tiempo. Sosten�a Mairena que la pose�a era un arte temporal � lo que ya hab�an dicho muchos antes que �l � y que la temporalidad propia de la l�rica s�lo pod�a encontrarse en sus versos, plenamente expresada. [...] �Todas las artes � dice Juan de Mairena � aspiran a productos permanentes, en realidad, a frutos intemporales. Las llamadas artes del tiempo, como la m�sica y la poes�a, no son excepci�n. El poeta pretende, en efecto, que su obra trascienda de los momentos ps�quicos en que es producida. Pero no olvidemos que, precisamente, es el tiempo (el tiempo vital del poeta con su propia vibraci�n) lo que el poeta pretende intemporalizar, dig�moslo con toda pompa: eternizar. El poema que no tenga muy marcado el acento temporal estar� m�s cerca de la l�gica que de la l�rica.

Todos los medios de que se vale el poeta: cantidad, medida, acentuaci�n, pausas, rima, las im�genes mismas, por su enunciaci�n en serie, son elementos temporales. La temporalidad necesaria para que una estrofa tenga acusada la intenci�n po�tica est� al alcance de todo el mundo; se aprende en las m�s elementales Preceptivas. Pero una intensa y profunda impresi�n del tiempo s�lo nos la dan muy contados poetas. En Espa�a, por ejemplo, la encontramos en don Jorge Manrique, en el Romancero, en B�cquer, rara vez en nuestros poetas del siglo de oro.�

�Veamos � dice Mairena � una estrofa de don Jorge Manrique:

 

�Que se hicieron las damas,

sus tocados, sus vestidos,

sus olores?

�Qu� se hicieron las llamas

de los fuegos encendidos

de amadores?

�Qu� se hizo aquel trovar,

las m�sicas acordadas

que ta��an?

�Qu� se hizo aquel danzar,

aquellas ropas chapadas

que tra�an?

 

�Si comparamos esta estrofa del l�rico espa�ol � a�ade Mairena � con otra de nuestro barroco literario, en que se pretenda expresar un pensamiento an�logo: la fugacidad del tiempo y lo ef�mero de la vida humana, por ejemplo: el soneto A las flores, que pone Calder�n en boca de su Pr�ncipe Constante, veremos claramente la diferencia que media entre la l�rica y la l�gica rimada.�

�Recordemos el soneto de Calder�n:

�stas que fueron pompa y alegr�a,

despertando al albor de la ma�ana,

a la tarde ser�n l�stima vana

durmiendo en brazos de la noche fr�a.

Este matiz que al cielo desaf�a,

iris listado de oro, nieve y grana,

ser� escarmiento de la vida humana:

tanto se aprende en t�rmino de un d�a.

A florecer las rosas madrugaron,

y para envejecerse florecieron.

Cuna y sepulcro en un bot�n hallaron.

Tales los hombres sus fortunas vieron:

en un d�a nacieron y expiraron,

que, pasados los siglos, horas fueron.

 

�Para alcanzar la finalidad intemporalizadora del arte, fuerza es reconocer que Calder�n ha tomado un camino demasiado llano: el empleo de elementos de suyo intemporales. Conceptos e im�genes conceptuales � pensadas, no intuidas � est�n fuera del tiempo ps�quico del poeta, es decir de su propia conciencia. Al panta rhei de Her�clito s�lo es excepci�n el pensamiento l�gico. Conceptos e im�genes en funci�n de conceptos � sustantivos acompa�ados de adjetivos definidores, no cualificadores � tienen, por lo menos, esta pretensi�n: la de ser hoy lo fueron ayer, y ma�ana lo que son hoy. El albor de la ma�ana vale para todos los amaneceres; la noche fr�a, en la intenci�n del poeta, para todas las noches. Entre tales nociones definidas se establecen relaciones l�gicas, no menos intemporales que ellas. Todo el encanto del soneto de Calder�n � si alguno tiene � estriba en su correcci�n silog�stica. La poes�a aqu� no canta, razona, discurre en torno a unas cuantas definiciones. Es � como todo o casi todo nuestro barroco literario � escol�stica razonada.�

�En la estrofa de Manrique nos encontramos en un clima espiritual muy otro, aunque para el somero an�lisis, que suele llamarse cr�tica literaria, la diferencia pase inadvertida. El poeta no comienza por asentar nociones que traducir en juicios anal�ticos, con los cuales construir razonamientos. El poeta no pretende saber nada; pregunta por damas, tocados, vestidos, olores, llamas, amantes ... El �qu� se hicieron?, el devenir en interrogante, individualiza ya estas nociones gen�ricas, las coloca en el tiempo, en un pasado vivo, donde el poeta pretende intuirlas, como objetos �nicos, las rememora o evoca. No pueden ser ya cualesquiera damas, tocados, fragancias y vestidos, sino aquellos que, estampados en la placa del tiempo, conmueven � �todav�a! � el coraz�n del poeta. Y aquel trovar, y el danzar aquel � aquellos y no otros � �qu� se hicieron?, insiste en preguntar el poeta, hasta llegar a la maravilla de la estrofa: aquellas ropas chapadas, vistas en los giros de una danza, las que tra�an los caballeros de Arag�n � o quienes fueren �, y que surgen ahora en el recuerdo, como escapadas de un sue�o, actualizando, materializando casi el pasado, en una trivial an�cdota indumentaria. Terminada la estrofa, queda toda ella vibrando en nuestra memoria como una melod�a �nica, que no podr� repetirse ni imitarse, porque para ello ser�a preciso haberla vivido. La emoci�n del tiempo es todo en la estrofa de don Jorge; nada, o casi nada, en el soneto de Calder�n. La diferencia es m�s profunda de lo que a primera vista parece. Ella sola explica por qu� en don Jorge la l�rica tiene todav�a un porvenir, y en Calder�n, nuestro gran barroco, un pasado abolido, definitivamente muerto.� [...]

�En poes�a se define � habla Mairena � como un tr�nsito de lo vivo a lo artificial, de lo intuitivo a lo conceptual, de la temporalidad ps�quica al plano intemporal de la l�gica, como un pi�tinement sur place del pensamiento que, incapaz de avanzar sobre intuiciones � en ninguno de los sentidos de esta palabra �, vuelve sobre s� mismo, y gira y deambula en torno a lo definido, creando enmara�ados laberintos verbales; un metaforismo conceptual, ejercicio superfluo y pedante del pensar y del sentir, que pretende asombrar por lo dif�cil y cuya oquedad no advierten los papanatas.�

El p�rrafo es violento, acaso injusto. Encierra, no obstante, alguna verdad. Porque Mairena vio claramente que el tan decantado dinamismo de lo barroco es m�s aparente que real, y m�s que la expresi�n de una fuerza actuante, el gesto hinchado que sobreviene a un esfuerzo extinguido. [...] Culteranismo y conceptismo son, pues, para Mairena dos expresiones de una misma oquedad y cuya concomitancia se explica por un creciente empobrecimiento del alma espa�ola. La misma inopia de intuiciones que, incapaz de elevarse a las ideas, lleva al pensamiento conceptista, y de �ste a la pura agudeza verbal, crea la met�fora culterana, no menos conceptual que el concepto conceptista, la seca y �rida tropolog�a gongorina, arduo trasiego de im�genes gen�ricas, en el fondo puras definiciones, a un ejercicio de mera l�gica, que s�lo una cr�tica inepta o un gusto depravado puede confundir con la poes�a.

�Claro es � a�ade Mairena, en previsi�n de f�ciles objeciones � que el talento po�tico de G�ngora y el robusto ingenio de Quevedo, Graci�n y Calder�n, son tan patentes como la inanidad est�tica del culteranismo y el conceptismo.�

[Antonio Machado: Poes�as completas. Madrid: Espasa-Calpe. Colecci�n Austral 149, 1963, pp. 251-255]

Bibliograf�a

Alonso, D�maso: Cuatro poetas espa�oles (Garcilaso � G�ngora � Maragall � Antonio Machado). Madrid: Gredos, 1962.

Gull�n, Ricardo: Una po�tica para Antonio Machado. Madrid: Gredos, 1970.

Laitenberger, Hugo: Antonio Machado - Sein Versuch einer Selbstinterpretation in seinen apokryphen Dichterphilosophien. Wiesbaden, 1972. 

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