Atención: Este artículo contiene spoilers sobre los capítulos 64 y 66 de Chainsaw Man.
Si algo caracteriza al lenguaje de las viñetas es el uso de los sonidos. Lo auditivo es la constante lucha de los autores contra las limitaciones del medio, una continua obsesión por tratar de filtrarse y expandirse en el sistema sensorial del lector. Hay diversas maneras de articularlo. Los bocadillos de texto, por ejemplo, suponen el ejemplo predominante. Siempre atados a la naturaleza artística y narrativa de la obra, este componente se encarga de estratificar los diferentes elementos que convergen durante una escena: ritmo, escenario, personajes y diálogo unidireccional o bidireccional. Es decir, un intercambio comunicativo se acentúa cuando hay gestos, muecas o una interrelación actancial entre las figuras de la viñeta. Suena bastante obvio, y en parte lo es, pero es necesario recordarlo cuando tenemos en consideración que una lectura siempre es pasiva, muda y, lo que es más importante, dependiente de la comprensión del lector.
De la misma forma que una serie de bocadillos de textos perfectamente coordinados pueden reflejar el frenetismo de una discusión o la pesadez de un diálogo monótono, las onomatopeyas sirven para plasmar desencadenantes y consecuencias de acciones. Para mostrar esto, no hay mejor ejemplo que un manga donde predominen los combates: los chasquidos de dedos de Roy Mustang antes de carbonizar a sus adversarios, las espadas de Zoro silbando al cortar el aire, la brutalidad de los puñetazos de Star Platinum, etc. Si el sonido no acompasa alguna de estas actuaciones, el acto se siente inconcluso y descafeinado. Podemos imaginar el estruendo, pero la escena se desentiende y rehúsa de su potencial descriptivo. Al final del día, supone un elemento tan indispensable que los traductores se estrujan los sesos tratando de trasladar onomatopeyas propias de otras lenguas al castellano.
En conclusión, mientras que la literatura se apoya únicamente sobre el lenguaje para describir sonidos, el cómic combina lo visual y textual para lograr sinergias sonoras. Teniendo en consideración todo lo previamente desarrollado y el objeto de este artículo, podría parecer que estamos ante el tercer giro de tuerca postmodernista de una obra sobre analizada, pero nada más lejos de la realidad.
En Chainsaw Man predomina la brutalidad, la ultraviolencia sin sentido. Un continúo espectáculo hiperbólico de explosiones bañadas en sangre. Y es lógico, estamos hablando de una trama que gira en torno a Denji, un adolescente en plena efervescencia hormonal capaz de transformar sus extremidades en sierras mecánicas. Evidentemente, el giro hacia la serie B y el absurdo es inevitable. No sorprendemos a nadie si decimos que Tatsuki Fujimoto no quiere edulcorar sus elecciones u ocultar sus influencias: Chainsaw Man es un constante flujo de ideas propias de una mente dinámica que trata de buscar una lógica dentro del mosaico de sus ocurrencias. Y por eso es el mangaka que todos queremos y amamos.
Gran parte del sonido reflejado en las viñetas es justo lo que podríamos esperar: el rugido de una motosierra haciendo trizas huesos y cartílagos, el estallido de las extremidades de los demonios estrellándose contra el pavimento o el alarido de las detonaciones expandiéndose a todas direcciones. Sin embargo, lo que realmente me pilló por sorpresa al leerlo fue todo lo contrario, su trascendental uso del silencio.
Lo que nos aterró no fue el grito, sino su ausencia
Decía Wittgenstein que “de lo que no podemos hablar, debemos guardar silencio”. Puede tener diversas lecturas, pero a veces aquello de lo que no podemos hablar es sobre lo que desconocemos. Aquellas tinieblas que nos atemorizan e inquietan, la más profunda oscuridad. El dolor capaz de agarrar el corazón y estrujarlo hasta quebrarlo. La muerte. El infierno.
Y es en este último destino donde acaban los cazadores de demonios. Vamos a ahorrarnos spoilers innecesarios, ya que no estamos aquí para realizar un análisis narrativo. Tan sólo pondremos un poco de contexto: al igual que ocurre en la mitología cristiana, el infierno supone el origen de los demonios en el universo de Chainsaw Man. Atados a un continuo ciclo de muerte y resurrección, este emplazamiento se encarga de prolongar la corriente de reencarnaciones. Poco más se conoce sobre él.
En el episodio 64, Denji y sus compañeros acaban en este lugar tras un engaño del enemigo. Una vez visualizan el entorno, los poseídos, demonios atrapados en cuerpos humanos bajo el yugo de los cazadores, quedan paralizados de terror. No saben por qué, pero son conscientes de que no deberían estar allí. Caen sobre sus rodillas. Un sudor frío comienza a resbalar por sus mejillas. Sus miradas perdidas acompasan sus temblores, llantos y gritos. Un torrente de emociones que choca frontalmente contra un escenario desolado y en extrema quietud. Es en esta disparidad cuando notamos que algo no encaja, podemos notar una tensión que asfixia a los personajes: algo está a punto de suceder. Algo horrible.
Sobre sus cabezas una puerta se abre, dejando escapar una gota oscura y enfermiza como los fluidos de un cadáver putrefacto. Del líquido, brotan sombras que lo envuelven todo. Una negrura infinita e imperturbable como una noche sin luna ni estrellas. Una oscuridad sobrenatural y maligna. A partir de aquí, el silencio lo domina todo. En el horizonte, una figura sinuosa comienza a emerger.
Frente a esta entidad, una fila de astronautas destripados, con las manos juntadas en oración, le da una bienvenida solemne. Comúnmente se cree que en el espacio no hay sonido, sólo un imperecedero vacío interrumpido por vibraciones. Quizás por eso estén aquí estos astronautas extraviados: porque el verdadero infierno es el vacío sin final. Pero quién sabe, dudo que este escenario surrealista se rija por alguna clase de lógica.
El grupo contempla a la criatura sin articular palabra. Su respiración está tan contenida como sus músculos. En algún lugar de este vasto inframundo, una rana croa. De nuevo una calma que precede a la tormenta. Un mutismo interrumpido abruptamente cuando sus brazos salen despedidos en todas direcciones. Un abismo de locura, desesperación y caos donde la ausencia de onomatopeyas refuerza el sentido de la escena. El Demonio de la Oscuridad ya ha llegado.
Las viñetas vuelven a llenarse de bullicio por dos motivos: primero, para presentar la antesala al combate contra el Demonio de la Oscuridad, y segundo, para mostrar el pánico que se extiende entre el pelotón. A partir de aquí, el duelo estalla y Chainsaw Man vuelve a acomodarse en lo que mejor sabe hacer. Sin embargo, no podemos olvidar que estamos ante una bestia que escapa a nuestra comprensión. Lo más cercano que alberga la trama en cuanto mirar directamente a la lógica lovecraftniana. Así que Fujimoto vuelve a jugar sus cartas.
Al inicio del capítulo 66, Aki y Ángel permanecen impasibles. Abrazando y aceptando un destino que parece fatal. Aunque no hayan intercambiado miradas ni palabras, ambos comparten una filosofía derrotista. El poder del Demonio de la Oscuridad es, sencillamente, inconmensurable. A su alrededor, los cuerpos de sus aliados empiezan a acumularse. No presenciamos el silencio del miedo, del vacío o de lo estático, sino el de la muerte. El monstruo se inclina para mirarlos directamente a los ojos. Una expresión hueca y abatida lo recibe de vuelta. La sangre comienza a asomar por sus globos oculares y la comisura de sus labios. No tardan en desplomarse, provocando un golpe mudo al impactar contra el suelo.
Llegan los refuerzos. Prinz, una suerte de demonio arácnido, aparece sigilosamente y se abalanza sobre el temible enemigo de los cazadores. Desafortunadamente, su sensibilidad omnisciente le advierte y logra contraatacar. Nuevamente, una rana croa y, en sincronía, las extremidades de Prinz son mutiladas y esparcidas por doquier.
En tan sólo un par de capítulos, hemos percibido tres usos diferentes del silencio: para aterrar, reflejar desesperación y movimientos furtivos. Una majestuosidad propia de un ingenio creativo deseoso de explotar su potencial. Un regalo para los sentidos y, por encima de todo, una lección para aquellos que quieran seguir sus pasos. El propio Fujimoto motivaba, durante una entrevista con motivo del Jump New World Manga Award de 2019, a buscar inspiración en los otros. Encapsular cada producción como una instrucción. Asimilar sus códigos e interiorizarlos hasta que germinen en algo propio y genuino. Un mosaico que, como tantos suyos, beba de aquí y allá para crear una obra familiar, pero con una marcada originalidad.
Hay más ejemplos sobre el uso del silencio en Chainsaw Man. Instantes donde la acción se pausa, deleitándose en unas relaciones que se profundizan y enseñando, desde una quietud característica nipona, nuevas facetas de los personajes que pueblan sus páginas. Podríamos detenernos en todos ellos, pero el artículo se haría eterno. Mejor os invito a leerlo, o releerlo con esta nueva perspectiva. Quizás así tengáis una experiencia distinta, quizás así amaréis la calma que habita entre los bramidos de la motosierra.
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