Mark Lanegan: de su amistad con Cobain a su cruzada contra la industria discográfica actual

Mark Lanegan ha vivido intensamente. Nació en Washington en 1964 en el seno de una familia disfuncional, con una madre propensa a la violencia y un padre alcohólico. A los 14, Mark ya había desarrollado un hábito por el alcohol y el juego. Y a los 18 su historial delictivo era abultado: robos, posesión de narcóticos, vandalismo y múltiples entradas a dependencias policiales.

Paralelamente, de alguna manera u otra, la música siempre había estado presente en su vida y, en 1985, formó con músicos que conocía Screaming Trees. Mark ocupó el lugar de cantante y letrista sin mucha expectativa. Empezaron a rodar y más tarde fueron reconocidos como una de las primeras bandas de ese subgénero, cruza entre Black Sabbath, Neil Young and Crazy Horse y punk, que la prensa especializada bautizaría como "grunge". Mark lo veía de otro modo: "Básicamente tuve que estar en una banda para costearme mi adicción".

En 1992, la heroína lo postró en una hospital con graves secuelas, al punto que una junta médica de emergencia analizó amputarle un brazo debido a una severa infección. En abril de 1994, mientras vivía en Seattle, uno de sus mejores amigos llamó insistentemente por teléfono a su casa. Mark decidió no contestar. Estaba inmerso en sus propios demonios y pensamientos. Era Kurt Cobain que ese mismo día tomó la trágica decisión de quitarse la vida. Ambos eran amigos muy cercanos desde 1988. Inclusive esbozaron un proyecto musical con versiones del viejo músico y compositor de blues Leadbelly. La culpa por aquel episodio y la muerte de su amigo lo siguen persiguiendo hasta ahora, a los 55 años. "Lo conocí mucho antes que se convirtiera en una súper estrella, era como un pequeño hermano que apreciaba muchísimo", expresó sobre Cobain. Tras siete discos, varios singles y múltiples problemas con excesos de todo tipo, Screaming Trees se disolvió armoniosamente en 2000.

Paralelamente a su trabajo con Screaming Trees, Mark ya había empezado a experimentar con grabaciones en solitario para darle forma a su disco The Winding Sheet, de 1990. Allí se aleja de los lineamientos musicales de su banda con un sonido más personal y tintes intimistas. Esa fue una de las características que fue acentuando a medida que pasó el tiempo: en los últimos 20 años logró una sucesión incesante de discos variados, introspectivos, estremecedores y colaboró con bandas que van desde Queens of the Stone Age hasta Isobel Campbell, cantante de Belle and Sebastian.

Estos días lo encontramos viviendo en California. Mark está alejado de los vicios y las adicciones gracias a un tratamiento de desintoxicación pagado nada menos que por Courtney Love, la viuda de Kurt Cobain. Contra todo pronóstico ya cruzó la línea del medio siglo de vida y acaba de publicar un nuevo disco, Straight Songs of Sorrow, acompañado por su libro de memorias, titulado Sing Backwards and Weep, donde cuenta su historia más personal hasta 1997. El libro contiene detalles de su infancia, mencionados tangencialmente, muchas heridas que demoran en cicatrizar y hasta una pelea con Liam Gallagher, cuando Screaming Trees fue telonero de Oasis durante una gira norteamericana.

Años atrás le había prometido a su buen amigo, el famoso chef Anthony Bourdain, que algún día escribiría sus memorias. Cuando Mark llevaba cuatro capítulos del libro, Bourdain decidió quitarse la vida en junio de 2018.

Desde su casa, en diálogo con LA NACION, cuenta la génesis del proyecto: "Acababa de escribir algunas canciones y al director de mi sello en el Reino Unido y a quien dirige mis publicaciones se les ocurrió la idea de un disco que acompañara el libro", aunque no lo considera como forma de catarsis. "Las canciones me llegaron y las considero como una especie de regalo que me dio la publicación, pues siempre escribo sin buscar nada", aclara.

"Todo ha cambiado radicalmente con la cultura de cómo la gente espera recibir la música. Al punto que lo que hacemos los artistas casi carece de valor. Eso pasa cuando aparecen las nuevas tecnologías y las grandes corporaciones hacen tratos para enriquecerse y robar descaradamente a los artistas que tienen bajo contratos obsoletos, firmados antes de estos cambios tecnológicos y culturales. Las entidades de terceros como Google y Facebook determinan términos legales tediosos para la persona común. Básicamente todo lo que has creado, almacenado, filmado y escrito, ahora les pertenece a perpetuidad y que no podés llevarlos a juicio porque la ley los apoya. Y la verdad es que vos solamente querías comprar un puto teléfono o una computadora", dice indignado.

"Todo esto está más allá del robo, es un fraude, y es un delito. Creo que esta es la etapa final en el asesinato de la música original o de autor. ¿Qué podés esperar si supuestamente solo se actualizan manualmente sus productos y resulta que te levantás a medianoche y lo están haciendo solos? Así es como te quitan tu propiedad intelectual, las canciones que escribiste durante tu vida y encima con aparatos que les comprás a ellos. Lo que quedará al final será la música de entretenimiento, como Billy Joel o algo así. Si creés que el futuro es sombrío, pensá en un futuro en el que ningún artista original exista. ¿Para qué seguirían creando? ¿Para qué se los robe Facebook y lo use en uno de sus avisos?", agrega.

Sin embargo, a pesar de sus predicciones tiene varios proyectos futuros. Lidera una banda con Shelley Brien, su esposa, conjuntamente con tres músicos belgas que forman parte, a su vez, de la Mark Lanegan Band. Con ellos planea el lanzamiento de un mini LP en el otoño del hemisferio norte y mantiene en alto su entusiasmo por otra colaboración con el legendario héroe post-punk, Mark Stewart, cantante y líder de The Pop Group, una de las bandas más radicales y politizadas de la escena de finales de los años 70 y principios de los 80.

Mientras tanto la crisis del Covid19 lo hace pensar otras cuestiones. "Creo que es extraño que esta pandemia sea tan fuerte que casi todo el mundo esté dispuesto a cerrar sus economías y aísle a la gente en sus casas. Tengo entendido que las economías no se recuperan de esto tan fácilmente y eso es un signo de algo. Creo que más cosas irán revelándose de a poco con el correr de los meses", interpreta sin arriesgar demasiado cuáles son sus predicciones al respecto.

Lo cierto es que a pesar de su talante, Mark no deja de producir discos, ahora sus memorias, y más discos. Un artista distinto, con un pasado frondoso, y con más de una historia para descubrir y que ahora son accesibles.

Un sobreviviente de sus demonios

Por Alejandro Lingenti

Hace algunos días Mark Lanegan entró en el mapa de los medios de todo el mundo y no fue exactamente por la música: una disputa inútil con un pendenciero con mucho oficio, el inefable Liam Gallagher, que se generó a partir de una historia menor que este músico nacido en la pequeña ciudad de Ellensburg, Washington, contó en su autobiografía Sing Backwards and Weep sobre una pelea digna de niños que lo llevó a abandonar una gira en la que acompañaba a Oasis, en 1996. Siempre atento a este tipo de oportunidades, Liam se enteró y usó las redes sociales para provocarlo como solo él puede: "Yonki estirado", le disparó.

El incidente sirvió al menos para que mucha gente se entere de la existencia de un artista norteamericano que tuvo su primer cuarto de hora de visibilidad en la era del grunge. Lanegan vivía cerca de Seattle (Ellensburg queda a apenas 170 kilómetros) y tuvo una relación muy estrecha, e incluso algún proyecto musical fugaz, con los integrantes de Nirvana. Sus canciones siempre estuvieron atravesadas por el drama, fueron el canal por el que dejó fluir la angustia que le provocó haber crecido en el hogar de una familia problemática y tener que recurrir al alcohol y las drogas para mitigar los traumas. Su manera de lidiar con ese destino fue una reconstrucción personal edificada a base de lamentos y reproches, un mood que tiñó a casi todo su repertorio de un tono crepuscular.

Straight Songs of Sorrow propone un auténtico viaje al fin de la noche personal, puntuado por depresiones crónicas, adicción a la heroína e incluso alguna desventura delictiva. No hay nada que objetar en las letras del disco, pero tampoco mucha novedad: las memorias de un sobreviviente que ha pisado barro y cadáveres para llegar hasta hoy. Sí vale la pena detenerse en la vestimenta sonora de esta hora exacta de canciones donde conviven unos delicados arpegios de guitarra acústica (de Mark Morton, del grupo de drone metal Lamb of God) en "Apples From a Tree", una ensoñadora pieza de cámara con su esposa Shelley Brien donde Lanegan revive el espíritu de su sociedad con Isobell Campbell (Belle & Sebastian); en "This Game of Love" y, lo más inesperado, un track de apertura ("I Wouldn't Want To Say") que podría haber producido el Bowie de la trilogía berlinesa.

Después de esa muy buena y variada trifecta inicial Lanegan le pide a Dios que sea su dealer de ketamina. El clima del tema es ominoso, pero una interpretación humorística también queda abierta y se ofrece como necesaria alternativa a la solemnidad. Si Lanegan no tuviera sentido del humor no estaría cruzando chicanas con Liam.

Hay también un notable seleccionado de invitados: Greg Dulli (The Afghan Whigs), Warren Ellis (The Bad Seeds), Ed Harcourt, Simon Bonney (cantante de Crime & The City Solution e influencia decisiva para Lanegan) y ¡Jean Paul Jones!, un ex Zeppelin aportando su sabiduría en el mellotron. "Si voy a sufrir en público, por lo menos me doy un par de gustos", habrá pensado Mark.