Tatuajes en el alma. Impronta indeleble e imborrable de lo que la vida nos ha regalado, a veces bueno, a veces no tanto. Dibujos e historias que permanecerán a perpetuidad grabadas allá donde nuestra memoria pierde el límite y el corazón rechina por querer olvidar. En el interior de nuestra cueva, en sitios habitados solamente por recuerdos y memorias, hallaremos las pinturas a tinta que nuestra experiencia ha dejado estampadas para siempre. Ni podemos librarnos de ellas, ni en el fondo queremos hacerlo, pues es el libro de nuestra historia, aviso para navegantes, relato de nuestras vivencias. Escapar de ello nos supone perder el norte, dejar de ser quién somos, volver atrás. Y en esos tatuajes encontramos nuestra esencia; noches de insomnio, llantos, risas, amores y desamores, victorias y derrotas. ¿Cuántas veces nos hemos jurado a nosotros mismos no hacer algo nunca más?. Eso es lo que logramos tatuarnos en nuestro alma, sin duda el mejor lugar para hacerlo, porque el alma nos entiende, nos perdona, nos quiere. No se vende a la lógica como el cerebro, ni se abandona al impulso como el corazón; más bien permanece impasible y no muere en esta vida. Es el alma quien ha de llevar inscritos nuestros hechos en forma de tatuaje, porque será siempre fiel consejero. Repasar esa tinta en nuestro interior a veces es doloroso, pero siempre necesario. No olvides lo que eres, de dónde vienes y en qué te has convertido. Toda esa información la tenemos dentro, tallada a fuego y sangre, ilustrada con imágenes, sonidos, perfumes, sensaciones…Es preciso acudir a ella para tener presente lo que en ocasiones se nos escapa. Así, las malas experiencias serán marcadas para aprender de ellas y crecer, hacernos fuertes y valientes. Nada es en vano, y el tiempo nunca es perdido, puesto que nuestro cometido es sacar lecciones y hacer de ellas código de futuras conductas. Las buenas experiencias también serán coloreadas para traernos ese dulce néctar cuando más lo necesitemos, cuando queramos sentiros bien, a gusto. Nos conducirán a esos momentos en que nadábamos plácidamente y nos sacarán una sonrisa sincera, real, franca. Nada como conocer los tatuajes que nuestro alma tiene grabados para comprendernos a nosotros mismos, para sacarnos lo mejor y evitar lo peor. Porque aunque no queramos, cada instante, cada momento, cada vivencia, será una enseñanza, un cuento con moraleja, en algunos casos con escarmiento, que será merecedor de permanecer inscrito para siempre en nosotros. Merecedor e indispensable, ineludible e irremediable. Eterno. Solo aquel que se niegue a mirar el tatuaje de su alma estará condenado a repetir errores, a no sentir lo bello que ha vivido, a perderse en el olvido de su propia historia. Y cuanto mayor sea el tatuaje, mejor.
