El testimonio de un siglo | Cultura | EL PAÍS
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LAS CARTAS DE SIMONE DE BEAUVOIR

El testimonio de un siglo

La sexualidad de Simone de Beauvoir nunca fue demasiado convencional, y la reciente publicación de los dos volúmenes de Lettres à Sartre y su Journal de guerre (Ediciones Gallimard) -un total de más de 1.200 páginas- ha venido a confirmar lo que ya se sabía en líneas generales. Tampoco la pareja, por otra parte indestructible hasta la muerte, que formó con Jean-Paul Sartre resultó ser en absoluto tradicional.

Lo que más ha conmocionado en Francia de la publicación de estos documentos no ha sido tanto confirmar la existencia de los amores masculinos de la escritora -Bost, Algren, Lanzmann- como la revelación de sus múltiples aventuras con mujeres, lo que para la gran intelectual que reactivó el pensamiento feminista de nuestro tiempo con El segundo sexo no ha sido demasiado bien recibido por parte de la crítica francesa.Su formación era fundamentalmente filosófica; su vocación, literaria; pero su destino -el de los dos- traspasó todas las fronteras geográficas y culturales. Cuando ambos opositaron en 1929 para ser profesores de filosofía de bachillerato, Sartre obtuvo el número uno, y Simone de Beauvoir, el dos; él era más brillante y más original, pero alguno de sus examinadores señaló que ella era "la filósofa de verdad". Se habían conocido durante aquel curso escolar, y su unión duró hasta la misma muerte de Sartre, en 1980. Y no fue una mera unión sentimental o afectiva, sino total: amorosa, sexual, intelectual, laboral y hasta política. Hicieron muchas cosas en común, salvo una cosa escribir, pues jamás lo hicieron en colaboración, excepto algún texto de circunstancias y la firma de manifiestos de protesta.

Se traté, desde los primeros momentos, de una unión libre, concepto que suena tan decimonónico como ideal: pocas veces se ha dado en la realidad con tanta exactitud, potencia, intensidad y duración. A los 10 años de la muerte del escritor y casi cinco de la escritora, la publicación de biografías, inéditos y documentos de todo tipo se sucede sin parar, y resucitan sus figuras -y sus obras-, que perviven de esta manera en un mundo que sigue sin poder -aunque lo intenta- olvidarlos de una vez.

Memorialista

A estas alturas se ha visto con claridad que Sartre era, sobre todo, un creador, y que la filosofía le sirvió para renovar la creación literaria, donde figurarán para siempre algunas obras maestras, como La náusea, Las palabras y casi todo su teatro. Su obra filosófica fue importantísima, y la política, menos, aunque siempre sugestiva y provocadora. Mientras tanto, Simone de Beauvoir -El Castor- no alcanzó las mismas cotas como creadora, pero fue un hito en la historia del feminismo -El segundo sexo- o en la consideración de La vejez, y, sobre todo, una gran memorialista.

Nunca vivieron juntos, aunque siempre lo hicieron en una cercanía vecinal muy estrecha. No se casaron; se amaron sin parar; se fueron infieles frecuentemente uno al otro, pero nunca se engañaron. La correspondencia de Sartre se llama claramente Cartas al Castor y a algunas otras. La de Simone de Beauvoir. son todas a Sartre, pero ahí se lo cuenta todo, así como en este Diario, que, sin embargo, no reduplica las cartas. Un amor y una vida en común que resista tanto no es demasiado frecuente, y, por lo que se ve en estos documentos íntimos, eso fue lo que sucedió. El trabajo y la personalidad de Sartre y de su compañera, profesores de distintas ciudades y centros docentes en los principios de sus carreras, originales, libres, brillantes y completamente diferentes en aquellos tiempos -años treinta-, les convirtieron, a cada uno por su lado, en centros de atracción de numerosos jóvenes de uno y otro sexo, fascinados por aquellos enseñantes tan distintos.

De allí nacieron relaciones de todo tipo, aventuras sentimentales, cruces de amores, fidelidades tenaces hasta el final, pero también traiciones y renuncias más o menos escandalosas. Y mientras se tuteaban con sus jóvenes amantes o discípulos, ellos dos se trataron de usted hasta el final de sus días. Si sus amores fueron contingentes -los demás- y el necesario -el suyo-, parecería como si el tuteo fuera el reino de lo frágil y el respeto del usted dominara lo esencial.

Jacques-Laurent Bost fue uno de los primeros discípulos de Sartre y uno de los primeros amantes masculinos de Simone de Beauvoir, pero al final se casó con Olga Kosakiewicz, que había sido amada por Sartre. Mientras tanto, Wanda Kosakiewicz, también amada por el filósofo, o Simone Jollivet, ídem de ídem, funcionaban en torno a la pareja y otras mujeres aparecían en la vida de Simone -Sorokine, Louise Védrine-, Sartre se iba con Dolores Vanetti o con la ex mujer de Boris Vian, Michèle. El novelista norteamericano Nelson Algren fue uno de los más duraderos amores contingentes de Simone, y al final, el joven Claude Lanzmann, discípulo de ambos y miembro de la Redacción de su revista Los Tiempos Modernos, también amó a la escritora.

Recientemente, los españoles que se empeñaron pudieron ver por la pequeña pantalla la obra maestra testimonial del cine de Lanzmann, Soah. En el segundo volumen de estas cartas, la Beauvoir cuenta a Sartre un viaje que hizo con Lanzmann, en los años cincuenta, por España, desde Pamplona hasta Burgos.

No hace falta alguna acusar a quien lance la primera piedra. Sartre fue un enamoradizo heterosexual, y Simone de Beauvoir, bisexual, aunque -como se ve sus mayores afectos fueron hombres. Su relación funcionó de manera bastante incomprensible para el común de los mortales, pero les enriqueció, enriqueció su obra y lo ha hecho con sus lectores. Reprochar a la escritora sus insatisfacciones en sus amores femeninos no es de buen feminismo, o así se puede pensar.

Guardiana de las esencias

Sartre lo derrochó todo: su vida, su dinero, sus manuscritos, y fue, sobre todo, un gran torrente desordenado e incesante, como describe Annie Cohen-Solal en su gran biografía del escritor recientemente aparecida en España, en la editorial Edhasa. Dejó sus cuentas y su obra inédita desperdigadas aquí y allá. Mientras tanto, Simone de Beauvoir fue mucho más ordenada, sistemática y cuidadosa, lo que se ve con toda claridad en sus ediciones de inéditos que están apareciendo.Manuscritos

La herencia de Sartre fue a parar a su hija adoptiva, Arlette Elkhaim-Sartre, una joven estudiante francesa de origen judío tunecino, pero Simone de Beauvoir, después de tantos años de vida común, también resultó poseer muchos manuscritos de su compañero. En los últimos años de la vida de Sartre, ella se convirtió en la guardiana de las esencias sartrianas, por encima de las veleidades del filósofo a favor de jóvenes izquierdistas de todo tipo. Pero el último testimonio -estremecedor- lo dio ella al contar en La ceremonia del adiós los últimos años de la vida y la muerte de su compañero, y cómo, en un acceso total, se tendió en el lecho mortuorio al lado de su cadáver. Algunos la criticaron por ello, desde luego, pero la verdad está siempre del lado del corazón.

Tras la muerte de Sartre han aparecido textos póstumos fascinantes, como los Cuadernos para una moral, los Cuadernos de guerra, verdad y existencia, así como una segunda parte de la Crítica de la razón dialéctica, todos ellos editados por su hija adoptiva, y esa monumental recopilación en dos gruesos volúmenes de las Cartas al Castor, que facilitó Simone de Beauvoir. Entonces le preguntaron que dónde estaban sus propias cartas, sus respuestas al torrente epistolar de su compañero, y ella declaró que las había perdido y que de todas formas nunca publicaría en vida sus cartas. Y ahora acaban de salir, merced a una sobrina heredera de la escritora, que lanza también otro Diario de guerra que la Beauvoir llevó de 1939 a 1941. Todo se va poniendo finalmente en orden.

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