Divina Comedia: Infierno - Dante Alighieri - Ciudad Seva - Luis López Nieves

Casa digital del escritor Luis López Nieves


Recibe gratis un cuento clásico semanal por correo electrónico

Divina Comedia

INFIERNO

[Poema - Texto completo.]

Dante Alighieri


CANTO I


A mitad del camino de la vida, [L1]
en una selva oscura me encontraba [L2]
porque mi ruta había extraviado.

¡Cuán dura cosa es decir cuál era
esta salvaje selva, áspera y fuerte
que me vuelve el temor al pensamiento!

Es tan amarga casi cual la muerte;
mas por tratar del bien que allí encontré,
de otras cosas diré que me ocurrieron.

Yo no sé repetir cómo entré en ella
pues tan dormido me hallaba en el punto
que abandoné la senda verdadera.

Mas cuando hube llegado al pie de un monte, [L3]
allí donde aquel valle terminaba
que el corazón habíame aterrado,

hacia lo alto miré, y vi que su cima
ya vestían los rayos del planeta
que lleva recto por cualquier camino. [L4]

Entonces se calmó aquel miedo un poco,
que en el lago del alma había entrado
la noche que pasé con tanta angustia.

Y como quien con aliento anhelante,
ya salido del piélago a la orilla,
se vuelve y mira al agua peligrosa,

tal mi ánimo, huyendo todavía,
se volvió por mirar de nuevo el sitio
que a los que viven traspasar no deja.

Repuesto un poco el cuerpo fatigado,
seguí el camino por la yerma loma,
siempre afirmando el pie de más abajo.

Y vi, casi al principio de la cuesta,
una onza ligera y muy veloz, [L5]
que de una piel con pintas se cubría;

y de delante no se me apartaba,
mas de tal modo me cortaba el paso,
que muchas veces quise dar la vuelta.

Entonces comenzaba un nuevo día,
y el sol se alzaba al par que las estrellas
que junto a él el gran amor divino

sus bellezas movió por vez primera; [L6]
así es que no auguraba nada malo
de aquella fiera de la piel manchada

la hora del día y la dulce estación;
mas no tal que terror no produjese
la imagen de un león que luego vi. [L7]

Me pareció que contra mí venía,
con la cabeza erguida y hambre fiera,
y hasta temerle parecia el aire.

Y una loba que todo el apetito [L8]
parecía cargar en su flaqueza,
que ha hecho vivir a muchos en desgracia.

Tantos pesares ésta me produjo,
con el pavor que verla me causaba
que perdí la esperanza de la cumbre.

Y como aquel que alegre se hace rico
y llega luego un tiempo en que se arruina,
y en todo pensamiento sufre y llora:

tal la bestia me hacía sin dar tregua,
pues, viniendo hacia mí muy lentamente,
me empujaba hacia allí donde el sol calla.
Mientras que yo bajaba por la cuesta,
se me mostró delante de los ojos
alguien que, en su silencio, creí mudo.

Cuando vi a aquel en ese gran desierto
«Apiádate de mi -yo le grité-,
seas quien seas, sombra a hombre vivo.»

Me dijo: «Hombre no soy, mas hombre fui,
y a mis padres dio cuna Lombardía
pues Mantua fue la patria de los dos.

Nací sub julio César, aunque tarde, [L9]
y viví en Roma bajo el buen Augusto:
tiempos de falsos dioses mentirosos.

Poeta fui, y canté de aquel justo [L10]
hijo de Anquises que vino de Troya,
cuando Ilión la soberbia fue abrasada.

¿Por qué retornas a tan grande pena,
y no subes al monte deleitoso
que es principio y razón de toda dicha?»

« ¿Eres Virgilio, pues, y aquella fuente
de quien mana tal río de elocuencia?
-respondí yo con frente avergonzada-.

Oh luz y honor de todos los poetas,
válgame el gran amor y el gran trabajo
que me han hecho estudiar tu gran volumen.

Eres tú mi modelo y mi maestro;
el único eres tú de quien tomé
el bello estilo que me ha dado honra. [L11]

Mira la bestia por la cual me he vuelto:
sabio famoso, de ella ponme a salvo,
pues hace que me tiemblen pulso y venas.»

«Es menester que sigas otra ruta
-me repuso después que vio mi llanto-,
si quieres irte del lugar salvaje;

pues esta bestia, que gritar te hace,
no deja a nadie andar por su camino,
mas tanto se lo impide que los mata;

y es su instinto tan cruel y tan malvado,
que nunca sacia su ansia codiciosa
y después de comer más hambre aún tiene.

Con muchos animales se amanceba,
y serán muchos más hasta que venga [L12]
el Lebrel que la hará morir con duelo.

Éste no comerá tierra ni peltre,
sino virtud, amor, sabiduría,
y su cuna estará entre Fieltro y Fieltro.

Ha de salvar a aquella humilde Italia
por quien murió Camila, la doncella,
Turno, Euríalo y Niso con heridas. [L13]

Éste la arrojará de pueblo en pueblo,
hasta que dé con ella en el abismo,
del que la hizo salir el Envidioso. [L14]

Por lo que, por tu bien, pienso y decido
que vengas tras de mí, y seré tu guía,
y he de llevarte por lugar eterno,

donde oirás el aullar desesperado,
verás, dolientes, las antiguas sombras,
gritando todas la segunda muerte;

y podrás ver a aquellas que contenta
el fuego, pues confían en llegar
a bienaventuras cualquier día;

y si ascender deseas junto a éstas,
más digna que la mía allí hay un alma:
te dejaré con ella cuando marche; [L15]

que aquel Emperador que arriba reina,
puesto que yo a sus leyes fui rebelde,
no quiere que por mí a su reino subas.

En toda parte impera y allí rige;
allí está su ciudad y su alto trono.
iCuán feliz es quien él allí destina!»

Yo contesté: «Poeta, te requiero
por aquel Dios que tú no conociste,
para huir de éste o de otro mal más grande,

que me lleves allí donde me has dicho,
y pueda ver la puerta de San Pedro
y aquellos infelices de que me hablas.»
Entonces se echó a andar, y yo tras él.


CANTO II


El día se marchaba, el aire oscuro
a los seres que habitan en la tierra
quitaba sus fatigas; y yo sólo

me disponía a sostener la guerra,
contra el camino y contra el sufrimiento
que sin errar evocará mi mente.

¡Oh musas! ¡Oh alto ingenio, sostenedme!
¡Memoria que escribiste lo que vi,
aquí se advertirá tu gran nobleza!

Yo comencé: «Poeta que me guías,
mira si mi virtud es suficiente
antes de comenzar tan ardua empresa.

Tú nos contaste que el padre de Silvio, [L16]
sin estar aún corrupto, al inmortal
reino llegó, y lo hizo en cuerpo y alma.

Pero si el adversario del pecado
le hizo el favor, pensando el gran efecto
que de aquello saldría, el qué y el cuál,

no le parece indigno al hombre sabio;
pues fue de la alma Roma y de su imperio
escogido por padre en el Empíreo.

La cual y el cual, a decir la verdad,
como el lugar sagrado fue elegida,
que habita el sucesor del mayor Pedro.

En el viaje por el cual le alabas
escuchó cosas que fueron motivo
de su triunfo y del manto de los papas.

Alli fue luego el Vaso de Elección, [L17]
para llevar conforto a aquella fe
que de la salvación es el principio.

Mas yo, ¿por qué he de ir? ¿quién me lo otorga?
Yo no soy Pablo ni tampoco Eneas:
y ni yo ni los otros me creen digno.

Pues temo, si me entrego a ese viaje,
que ese camino sea una locura;
eres sabio; ya entiendes lo que callo.»

Y cual quien ya no quiere lo que quiso
cambiando el parecer por otro nuevo,
y deja a un lado aquello que ha empezado,

así hice yo en aquella cuesta oscura:
porque, al pensarlo, abandoné la empresa
que tan aprisa había comenzado.

«Si he comprendido bien lo que me has dicho
-respondió del magnánimo la sombra
la cobardía te ha atacado el alma;

la cual estorba al hombre muchas veces,
y de empresas honradas le desvía,
cual reses que ven cosas en la sombra.

A fin de que te libres de este miedo,
te diré por qué vine y qué entendí
desde el punto en que lástima te tuve.

Me hallaba entre las almas suspendidas [L18]
y me llamó una dama santa y bella, [L19]
de forma que a sus órdenes me puse.

Brillaban sus pupilas más que estrellas;
y a hablarme comenzó, clara y suave,
angélica voz, en este modo:

"Alma cortés de Mantua, de la cual
aún en el mundo dura la memoria,
y ha de durar a lo largo del tiempo:

mi amigo, pero no de la ventura,
tal obstáculo encuentra en su camino
por la montaña, que asustado vuelve:

y temo que se encuentre tan perdido
que tarde me haya dispuesto al socorro,
según lo que escuché de él en el cielo.

Ve pues, y con palabras elocuentes,
y cuanto en su remedio necesite,
ayúdale, y consuélame con ello.

Yo, Beatriz, soy quien te hace caminar; [L20]
vengo del sitio al que volver deseo;
amor me mueve, amor me lleva a hablarte.

Cuando vuelva a presencia de mi Dueño [L21]
le hablaré bien de ti frecuentemente."
Entonces se calló y yo le repuse:

"Oh dama de virtud por quien supera
tan sólo el hombre cuanto se contiene
con bajo el cielo de esfera más pequeña, [L22]

de tal modo me agrada lo que mandas,
que obedecer, si fuera ya, es ya tarde;
no tienes más que abrirme tu deseo.

Mas dime la razón que no te impide
descender aquí abajo y a este centro,
desde el lugar al que volver ansías."

" Lo que quieres saber tan por entero,
te diré brevemente --me repuso
por qué razón no temo haber bajado.

Temer se debe sólo a aquellas cosas
que pueden causar algún tipo de daño;
mas a las otras no, pues mal no hacen.

Dios con su gracia me ha hecho de tal modo
que la miseria vuestra no me toca,
ni llama de este incendio me consume.

Una dama gentil hay en el cielo [L23]
que compadece a aquel a quien te envío,
mitigando allí arriba el duro juicio.

Ésta llamó a Lucía a su presencia; [L24]
y dijo: «necesita tu devoto
ahora de ti, y yo a ti te lo encomiendo».

Lucía, que aborrece el sufrimiento,
se alzó y vino hasta el sitio en que yo estaba, [L25]
sentada al par de la antigua Raquel.

Dijo: "Beatriz, de Dios vera alabanza,
cómo no ayudas a quien te amó tanto,
y por ti se apartó de los vulgares? [L26]

¿Es que no escuchas su llanto doliente?
¿no ves la muerte que ahora le amenaza
en el torrente al que el mar no supera?"

No hubo en el mundo nadie tan ligero,
buscando el bien o huyendo del peligro,
como yo al escuchar esas palabras.

"Acá bajé desde mi dulce escaño,
confiando en tu discurso virtuoso
que te honra a ti y aquellos que lo oyeron."

Después de que dijera estas palabras
volvió llorando los lucientes ojos,
haciéndome venir aún más aprisa;

y vine a ti como ella lo quería;
te aparté de delante de la fiera,
que alcanzar te impedía el monte bello.

¿Qué pasa pues?, ¿por qué, por qué vacilas?
¿por qué tal cobardía hay en tu pecho?
¿por qué no tienes audacia ni arrojo?

Si en la corte del cielo te apadrinan
tres mujeres tan bienaventuradas,
y mis palabras tanto bien prometen.»

Cual florecillas, que el nocturno hielo
abate y cierra, luego se levantan,
y se abren cuando el sol las ilumina,

así hice yo con mi valor cansado;
y tanto se encendió mi corazón,
que comencé como alguien valeroso:

«!Ah, cuán piadosa aquella que me ayuda!
y tú, cortés, que pronto obedeciste
a quien dijo palabras verdaderas.

El corazón me has puesto tan ansioso
de echar a andar con eso que me has dicho
que he vuelto ya al propósito primero.

Vamos, que mi deseo es como el tuyo.
Sé mi guía, mi jefe, y mi maestro.»
Asi le dije, y luego que echó a andar,
entré por el camino arduo y silvestre.


CANTO III


POR MÍ SE VA HASTA LA CIUDAD DOLIENTE,
POR MÍ SE VA AL ETERNO SUFRIMIENTO,
POR MÍ SE VA A LA GENTE CONDENADA.

LA JUSTICIA MOVIÓ A MI ALTO ARQUITECTO.
HÍZOME LA DIVINA POTESTAD,
EL SABER SUMO Y EL AMOR PRIMERO. [L27]

ANTES DE MÍ NO FUE COSA CREADA
SINO LO ETERNO Y DURO ETERNAMENTE.
DEJAD, LOS QUE AQUÍ ENTRÁIS, TODA ESPERANZA.

Estas palabras de color oscuro
vi escritas en lo alto de una puerta;
y yo: «Maestro, es grave su sentido.»

Y, cual persona cauta, él me repuso:
«Debes aquí dejar todo recelo;
debes dar muerte aquí a tu cobardía.

Hemos llegado al sitio que te he dicho
en que verás las gentes doloridas,
que perdieron el bien del intelecto.»

Luego tomó mi mano con la suya
con gesto alegre, que me confortó,
y en las cosas secretas me introdujo.

Allí suspiros, llantos y altos ayes
resonaban al aiire sin estrellas,
y yo me eché a llorar al escucharlo.

Diversas lenguas, hórridas blasfemias,
palabras de dolor, acentos de ira,
roncos gritos al son de manotazos,

un tumulto formaban, el cual gira
siempre en el aiire eternamente oscuro,
como arena al soplar el torbellino.

Con el terror ciñendo mi cabeza
dije: «Maestro, qué es lo que yo escucho,
y quién son éstos que el dolor abate?»

Y él me repuso: «Esta mísera suerte
tienen las tristes almas de esas gentes
que vivieron sin gloria y sin infamia. [L28]

Están mezcladas con el coro infame
de ángeles que no se rebelaron,
no por lealtad a Dios, sino a ellos mismos.

Los echa el cielo, porque menos bello
no sea, y el infierno los rechaza,
pues podrían dar gloria a los caídos.»

Y yo: «Maestro, ¿qué les pesa tanto
y provoca lamentos tan amargos?»
Respondió: «Brevemente he de decirlo.

No tienen éstos de muerte esperanza,
y su vida obcecada es tan rastrera,
que envidiosos están de cualquier suerte.

Ya no tiene memoria el mundo de ellos,
compasión y justicia les desdeña;
de ellos no hablemos, sino mira y pasa.»

Y entonces pude ver un estandarte,
que corría girando tan ligero,
que parecía indigno de reposo.

Y venía detrás tan larga fila
de gente, que creído nunca hubiera
que hubiese a tantos la muerte deshecho.

Y tras haber reconocido a alguno,
vi y conocí la sombra del que hizo
por cobardía aquella gran renuncia. [L29]

Al punto comprendí, y estuve cierto,
que ésta era la secta de los reos
a Dios y a sus contrarios displacientes. [L30]

Los desgraciados, que nunca vivieron,
iban desnudos y azuzados siempre
de moscones y avispas que allí había.

Éstos de sangre el rostro les bañaban,
que, mezclada con llanto, repugnantes
gusanos a sus pies la recogían.

Y luego que a mirar me puse a otros,
vi gentes en la orilla de un gran río
y yo dije: «Maestro, te suplico

que me digas quién son, y qué designio
les hace tan ansiosos de cruzar
como discierno entre la luz escasa.»

Y él repuso: «La cosa he de contarte
cuando hayamos parado nuestros pasos
en la triste ribera de Aqueronte.» [L31]

Con los ojos ya bajos de vergüenza,
temiendo molestarle con preguntas
dejé de hablar hasta llegar al río.

Y he aquí que viene en bote hacia nosotros
un viejo cano de cabello antiguo, [L32]
gritando: «¡Ay de vosotras, almas pravas!

No esperéis nunca contemplar el cielo;
vengo a llevaros hasta la otra orilla,
a la eterna tiniebla, al hielo, al fuego.

Y tú que aquí te encuentras, alma viva,
aparta de éstos otros ya difuntos.»
Pero viendo que yo no me marchaba,

dijo: «Por otra via y otros puertos
a la playa has de ir, no por aquí;
más leve leño tendrá que llevarte». [L33]

Y el guía a él: «Caronte, no te irrites:
así se quiere allí donde se puede
lo que se quiere, y más no me preguntes.»

Las peludas mejillas del barquero
del lívido pantano, cuyos ojos
rodeaban las llamas, se calmaron.

Mas las almas desnudas y contritas,
cambiaron el color y rechinaban,
cuando escucharon las palabras crudas.

Blasfemaban de Dios y de sus padres,
del hombre, el sitio, el tiempo y la simiente
que los sembrara, y de su nacimiento.

Luego se recogieron todas juntas,
llorando fuerte en la orilla malvada
que aguarda a todos los que a Dios no temen.

Carón, demonio, con ojos de fuego,
llamándolos a todos recogía;
da con el remo si alguno se atrasa.

Como en otoño se vuelan las hojas
unas tras otras, hasta que la rama
ve ya en la tierra todos sus despojos,

de este modo de Adán las malas siembras
se arrojan de la orilla de una en una,
a la señal, cual pájaro al reclamo.

Así se fueron por el agua oscura,
y aún antes de que hubieran descendido
ya un nuevo grupo se había formado.

«Hijo mío -cortés dijo el maestro
los que en ira de Dios hallan la muerte
llegan aquí de todos los países:

y están ansiosos de cruzar el río,
pues la justicia santa les empuja,
y así el temor se transforma en deseo.

Aquí no cruza nunca un alma justa,
por lo cual si Carón de ti se enoja,
comprenderás qué cosa significa.»

Y dicho esto, la región oscura
tembló con fuerza tal, que del espanto
la frente de sudor aún se me baña.

La tierra lagrimosa lanzó un viento
que hizo brillar un relámpago rojo
y, venciéndome todos los sentidos,
me caí como el hombre que se duerme.


CANTO IV


Rompió el profundo sueño de mi mente
un gran trueno, de modo que cual hombre
que a la fuerza despierta, me repuse;

la vista recobrada volví en torno
ya puesto en pie, mirando fijamente,
pues quería saber en dónde estaba.

En verdad que me hallaba justo al borde
del valle del abismo doloroso,
que atronaba con ayes infinitos.

Oscuro y hondo era y nebuloso,
de modo que, aun mirando fijo al fondo,
no distinguía allí cosa ninguna.

«Descendamos ahora al ciego mundo
--dijo el poeta todo amortecido-:
yo iré primero y tú vendrás detrás.»

Y al darme cuenta yo de su color,
dije: « ¿Cómo he de ir si tú te asustas,
y tú a mis dudas sueles dar consuelo?»

Y me dijo: «La angustia de las gentes
que están aquí en el rostro me ha pintado
la lástima que tú piensas que es miedo.

Vamos, que larga ruta nos espera.»
Así me dijo, y así me hizo entrar
al primer cerco que el abismo ciñe. [L34]

Allí, según lo que escuchar yo pude,
llanto no había, mas suspiros sólo,
que al aire eterno le hacían temblar.

Lo causaba la pena sin tormento
que sufría una grande muchedumbre
de mujeres, de niños y de hombres.

El buen Maestro a mí: «¿No me preguntas
qué espíritus son estos que estás viendo?
Quiero que sepas, antes de seguir,

que no pecaron: y aunque tengan méritos,
no basta, pues están sin el bautismo,
donde la fe en que crees principio tiene.

Al cristianismo fueron anteriores,
y a Dios debidamente no adoraron:
a éstos tales yo mismo pertenezco.

Por tal defecto, no por otra culpa,
perdidos somos, y es nuestra condena
vivir sin esperanza en el deseo.»

Sentí en el corazón una gran pena,
puesto que gentes de mucho valor
vi que en el limbo estaba suspendidos.

«Dime, maestro, dime, mi señor
-yo comencé por querer estar cierto
de aquella fe que vence la ignorancia-:

¿salió alguno de aquí, que por sus méritos
o los de otro, se hiciera luego santo?»
Y éste, que comprendió mi hablar cubierto,

respondió: «Yo era nuevo en este estado,
cuando vi aquí bajar a un poderoso,
coronado con signos de victoria. [L35]

Sacó la sombra del padre primero,
y las de Abel, su hijo, y de Noé,
del legista Moisés, el obediente;

del patriarca Abraham, del rey David,
a Israel con sus hijos y su padre,
y con Raquel, por la que tanto hizo, [L36]

y de otros muchos; y les hizo santos;
y debes de saber que antes de eso,
ni un esptritu humano se salvaba.»

No dejamos de andar porque él hablase,
mas aún por la selva caminábamos,
la selva, digo, de almas apiñadas

No estábamos aún muy alejados
del sitio en que dormí, cuando vi un fuego,
que al fúnebre hemisferio derrotaba.

Aún nos encontrábamos distantes,
mas no tanto que en parte yo no viese
cuán digna gente estaba en aquel sitio.

«Oh tú que honoras toda ciencia y arte,
éstos ¿quién son, que tal grandeza tienen,
que de todos los otros les separa?»

Y respondió: «Su honrosa nombradía,
que allí en tu mundo sigue resonando
gracia adquiere del cielo y recompensa.»

Entre tanto una voz pude escuchar:
«Honremos al altísimo poeta;
vuelve su sombra, que marchado había.»

Cuando estuvo la voz quieta y callada,
vi cuatro grandes sombras que venían:
ni triste, ni feliz era su rostro.

El buen maestro comenzó a decirme:
«Fíjate en ése con la espada en mano,
que como el jefe va delante de ellos:

Es Homero, el mayor de los poetas;
el satírico Horacio luego viene;
tercero, Ovidio; y último, Lucano. [L37]

Y aunque a todos igual que a mí les cuadra
el nombre que sonó en aquella voz,
me hacen honor, y con esto hacen bien.»

Así reunida vi a la escuela bella
de aquel señor del altísimo canto,
que sobre el resto cual águila vuela.

Después de haber hablado un rato entre ellos,
con gesto favorable me miraron:
y mi maestro, en tanto, sonreía.

Y todavía aún más honor me hicieron
porque me condujeron en su hilera,
siendo yo el sexto entre tan grandes sabios.

Así anduvimos hasta aquella luz,
hablando cosas que callar es bueno,
tal como era el hablarlas allí mismo.

Al pie llegamos de un castillo noble,
siete veces cercado de altos muros,
guardado entorno por un bello arroyo.

Lo cruzamos igual que tierra firme;
crucé por siete puertas con los sabios:
hasta llegar a un prado fresco y verde.

Gente había con ojos graves, lentos,
con gran autoridad en su semblante:
hablaban poco, con voces suaves.

Nos apartamos a uno de los lados,
en un claro lugar alto y abierto,
tal que ver se podían todos ellos.

Erguido allí sobre el esmalte verde,
las magnas sombras fuéronme mostradas,
que de placer me colma haberlas visto. [L38]

A Electra vi con muchos compañeros, [L39]
y entre ellos conocí a Héctor y a Eneas,
y armado a César, con ojos grifaños.

Vi a Pantasilea y a Camila, [L40]
y al rey Latino vi por la otra parte,
que se sentaba con su hija Lavinia.

Vi a Bruto, aquel que destronó a Tarquino, [L41]
a Cornelia, a Lucrecia, a Julia, a Marcia; [L42]
y a Saladino vi, que estaba solo; [L43]

y al levantar un poco más la vista,
vi al maestro de todos los que saben, [L44]
sentado en filosófica familia.

Todos le miran, todos le dan honra:
y a Sócrates, que al lado de Platón,
están más cerca de él que los restantes;

Demócrito, que el mundo pone en duda,
Anaxágoras, Tales y Diógenes,
Empédocles, Heráclito y Zenón;

y al que las plantas observó con tino, [L45]
Dioscórides, digo; y via Orfeo,
Tulio, Livio y al moralista Séneca;

al geómetra Euclides, Tolomeo,
Hipócrates, Galeno y Avicena,
y a Averroes que hizo el «Comentario». [L46]

No puedo detallar de todos ellos,
porque así me encadena el largo tema,
que dicho y hecho no se corresponden.

El grupo de los seis se partió en dos:
por otra senda me llevó mi guía,
de la quietud al aire tembloroso
y llegué a un sitio en donde nada luce.


CANTO V


Así bajé del círculo primero
al segundo que menos lugar ciñe, [L47]
y tanto más dolor, que al llanto mueve.

Allí el horrible Minos rechinaba. [L48]
A la entrada examina los pecados;
juzga y ordena según se relíe.

Digo que cuando un alma mal nacida
llega delante, todo lo confiesa;
y aquel conocedor de los pecados

ve el lugar del infierno que merece:
tantas veces se ciñe con la cola,
cuantos grados él quiere que sea echada.

Siempre delante de él se encuentran muchos;
van esperando cada uno su juicio,
hablan y escuchan, después las arrojan.

«Oh tú que vienes al doloso albergue
-me dijo Minos en cuanto me vio,
dejando el acto de tan alto oficio-;

mira cómo entras y de quién te fías:
no te engañe la anchura de la entrada.»
Y mi guta: «¿Por qué le gritas tanto?

No le entorpezcas su fatal camino;
así se quiso allí donde se puede
lo que se quiere, y más no me preguntes.»

Ahora comienzan las dolientes notas
a hacérseme sentir; y llego entonces
allí donde un gran llanto me golpea.

Llegué a un lugar de todas luces mudo,
que mugía cual mar en la tormenta,
si los vientos contrarios le combaten.

La borrasca infernal, que nunca cesa,
en su rapiña lleva a los espíritus;
volviendo y golpeando les acosa.

Cuando llegan delante de la ruina,
allí los gritos, el llanto, el lamento;
allí blasfeman del poder divino.

Comprendí que a tal clase de martirio
los lujuriosos eran condenados,
que la razón someten al deseo.

Y cual los estorninos forman de alas
en invierno bandada larga y prieta,
así aquel viento a los malos espiritus:

arriba, abajo, acá y allí les lleva;
y ninguna esperanza les conforta,
no de descanso, mas de menor pena.

Y cual las grullas cantando sus lays
largas hileras hacen en el aire,
así las vi venir lanzando ayes,

a las sombras llevadas por el viento.
Y yo dije: «Maestro, quién son esas
gentes que el aire negro así castiga?»

«La primera de la que las noticias
quieres saber --me dijo aquel entonces-
fue emperatriz sobre muchos idiomas.

Se inclinó tanto al vicio de lujuria,
que la lascivia licitó en sus leyes,
para ocultar el asco al que era dada:

Semíramis es ella, de quien dicen [L49]
que sucediera a Nino y fue su esposa:
mandó en la tierra que el sultán gobierna.

Se mató aquella otra, enamorada, [L50]
traicionando el recuerdo de Siqueo;
la que sigue es Cleopatra lujuriosa. [L51]

A Elena ve, por la que tanta víctima [L52]
el tiempo se llevó, y ve al gran Aquiles [L53]
que por Amor al cabo combatiera;

ve a Paris, a Tristán.» Y a más de mil [L54]
sombras me señaló, y me nombró, a dedo,
que Amor de nuestra vida les privara.

Y después de escuchar a mi maestro
nombrar a antiguas damas y caudillos,
les tuve pena, y casi me desmayo.

Yo comencé: «Poeta, muy gustoso [L55]
hablaría a esos dos que vienen juntos
y parecen al viento tan ligeros.»

Y él a mí: «Los verás cuando ya estén
más cerca de nosotros; si les ruegas
en nombre de su amor, ellos vendrán.»

Tan pronto como el viento allí los trajo
alcé la voz: «Oh almas afanadas,
hablad, si no os lo impiden, con nosotros.»

Tal palomas llamadas del deseo,
al dulce nido con el ala alzada,
van por el viento del querer llevadas,

ambos dejaron el grupo de Dido [L56]
y en el aire malsano se acercaron,
tan fuerte fue mi grito afectuoso:

«Oh criatura graciosa y compasiva
que nos visitas por el aire perso [L57]
a nosotras que el mundo ensangrentamos;

si el Rey del Mundo fuese nuestro amigo
rogaríamos de él tu salvación,
ya que te apiada nuestro mal perverso.

De lo que oír o lo que hablar os guste,
nosotros oiremos y hablaremos
mientras que el viento, como ahora, calle.

La tierra en que nací está situada
en la Marina donde el Po desciende
y con sus afluentes se reúne.

Amor, que al noble corazón se agarra,
a éste prendió de la bella persona
que me quitaron; aún me ofende el modo.

Amor, que a todo amado a amar le obliga, [L58]
prendió por éste en mí pasión tan fuerte [L59]
que, como ves, aún no me abandona.

El Amor nos condujo a morir juntos,
y a aquel que nos mató Caína espera.» [L60]
Estas palabras ellos nos dijeron.

Cuando escuché a las almas doloridas
bajé el rostro y tan bajo lo tenía,
que el poeta me dijo al fin: «tQué piensas?»

Al responderle comencé: «Qué pena,
cuánto dulce pensar, cuánto deseo,
a éstos condujo a paso tan dañoso.»

Después me volví a ellos y les dije,
y comencé: «Francesca, tus pesares
llorar me hacen triste y compasivo;

dime, en la edad de los dulces suspiros
¿cómo o por qué el Amor os concedió
que conocieses tan turbios deseos?»

Y repuso: «Ningún dolor más grande
que el de acordarse del tiempo dichoso
en la desgracia; y tu guía lo sabe. [L61]

Mas si saber la primera raíz
de nuestro amor deseas de tal modo,
hablaré como aquel que llora y habla:

Leíamos un día por deleite,
cómo hería el amor a Lanzarote; [L62]
solos los dos y sin recelo alguno.

Muchas veces los ojos suspendieron
la lectura, y el rostro emblanquecía,
pero tan sólo nos venció un pasaje.

Al leer que la risa deseada [L63]
era besada por tan gran amante,
éste, que de mí nunca ha de apartarse,

la boca me besó, todo él temblando.
Galeotto fue el libro y quien lo hizo;
no seguimos leyendo ya ese día.»

Y mientras un espiritu así hablaba,
lloraba el otro, tal que de piedad
desfallecí como si me muriese;
y caí como un cuerpo muerto cae.


CANTO VI


Cuando cobré el sentido que perdí
antes por la piedad de los cuñados,
que todo en la tristeza me sumieron,

nuevas condenas, nuevos condenados
veía en cualquier sitio en que anduviera
y me volviese y a donde mirase.

Era el tercer recinto, el de la lluvia
eterna, maldecida, fría y densa:
de regla y calidad no cambia nunca.

Grueso granizo, y agua sucia y nieve
descienden por el aire tenebroso;
hiede la tierra cuando esto recibe.

Cerbero, fiera monstruosa y cruel, [L64]
caninamente ladra con tres fauces
sobre la gente que aquí es sumergida.

Rojos los ojos, la barba unta y negra,
y ancho su vientre, y uñosas sus manos:
clava a las almas, desgarra y desuella.

Los hace aullar la lluvia como a perros,
de un lado hacen al otro su refugio,
los míseros profanos se revuelven.

Al advertirnos Cerbero, el gusano,
la boca abrió y nos mostró los colmillos,
no había un miembro que tuviese quieto.

Extendiendo las palmas de las manos,
cogió tierra mi guía y a puñadas
la tiró dentro del bramante tubo.

Cual hace el perro que ladrando rabia,
y mordiendo comida se apacigua,
que ya sólo se afana en devorarla,

de igual manera las bocas impuras
del demonio Cerbero, que así atruena
las almas, que quisieran verse sordas.

Íbamos sobre sombras que atería
la densa lluvia, poniendo las plantas
en sus fantasmas que parecen cuerpos.

En el suelo yacían todas ellas,
salvo una que se alzó a sentarse al punto
que pudo vernos pasar por delante.

«Oh tú que a estos infiernos te han traído
-me dijo- reconóceme si puedes:
tú fuiste, antes que yo deshecho, hecho.»

«La angustia que tú sientes -yo le dije-
tal vez te haya sacado de mi mente,
y así creo que no te he visto nunca.

Dime quién eres pues que en tan penoso
lugar te han puesto, y a tan grandes males,
que si hay más grandes no serán tan tristes.»

Y él a mfí «Tu ciudad, que tan repleta
de envidia está que ya rebosa el saco,
en sí me tuvo en la vida serena.

Los ciudadanos Ciacco me llamasteis; [L65]
por la dañosa culpa de la gula,
como estás viendo, en la lluvia me arrastro.

Mas yo, alma triste, no me encuentro sola,
que éstas se hallan en pena semejante
por semejante culpa», y más no dijo.

Yo le repuse: «Ciacco, tu tormento
tanto me pesa que a llorar me invita,
pero dime, si sabes, qué han de hacerse

de la ciudad partida los vecinos, [L66]
si alguno es justo; y dime la razón
por la que tanta guerra la ha asolado.»

Y él a mí: «Tras de largas disensiones [L67]
ha de haber sangre, y el bando salvaje
echará al otro con grandes ofensas;

después será preciso que éste caiga
y el otro ascienda, luego de tres soles,
con la fuerza de Aquel que tanto alaban.

Alta tendrá largo tiempo la frente,
teniendo al otro bajo grandes pesos,
por más que de esto se avergüence y llore.

Hay dos justos, mas nadie les escucha; [L68]
son avaricia, soberbia y envidia
las tres antorchas que arden en los pechos.»

Puso aquí fin al lagrimoso dicho.
Y yo le dije: «Aún quiero que me informes,
y que me hagas merced de más palabras;

Farinatta y Tegghiaio, tan honrados,
Jacobo Rusticucci, Arrigo y Mosca,
y los otros que en bien obrar pensaron,

dime en qué sitio están y hazme saber,
pues me aprieta el deseo, si el infierno
los amarga, o el cielo los endulza.»

Y aquél: « Están entre las negras almas;
culpas varias al fondo los arrojan;
los podrás ver si sigues más abajo. [L69]

Pero cuando hayas vuelto al dulce mundo,
te pido que a otras mentes me recuerdes;
más no te digo y más no te respondo.»

Entonces desvió los ojos fijos,
me miró un poco, y agachó la cara;
y a la par que los otros cayó ciego.

Y el guía dijo: «Ya no se levanta
hasta que suene la angélica trompa,
y venga la enemiga autoridad.

Cada cual volverá a su triste tumba,
retomarán su carne y su apariencia,
y oirán aquello que atruena por siempre.»

Así pasamos por la sucia mezcla
de sombras y de lluvia a paso lento,
tratando sobre la vida futura.

Y yo dije: «Maestro, estos tormentos
crecerán luego de la gran sentencia,
serán menores o tan dolorosos?»

Y él contestó: «Recurre a lo que sabes:
pues cuanto más perfecta es una cosa
más siente el bien, y el dolor de igual modo,

Y por más que esta gente maldecida
la verdadera perfección no encuentre,
entonces, más que ahora, esperan serlo.» [L70]

En redondo seguimos nuestra ruta,
hablando de otras cosas que no cuento;
y al llegar a aquel sitio en que se baja
encontramos a Pluto: el enemigo. [L71]


CANTO VII


«¡Papé Satán, Papé Satán aleppe!» [L72]
dijo Pluto con voz enronquecida;
y aquel sabio gentil que todo sabe,

me quiso confortar: «No te detenga
el miedo, que por mucho que pudiese
no impedirá que bajes esta roca.»

Luego volvióse a aquel hocico hinchado,
y dijo: «Cállate maldito lobo,
consúmete tú mismo con tu rabia.

No sin razón por el infierno vamos:
se quiso en lo alto allá donde Miguel
tomó venganza del soberbio estupro.» [L73]

Cual las velas hinchadas por el viento
revueltas caen cuando se rompe el mástil,
tal cayó a tierra la fiera cruel.

Así bajamos por la cuarta fosa,
entrando más en el doliente valle
que traga todo el mal del universo.

¡Ah justicia de Dios!, ¿quién amontona
nuevas penas y males cuales vi,
y por qué nuestra culpa así nos triza?

Como la ola que sobre Caribdis, [L74]
se destroza con la otra que se encuentra,
así viene a chocarse aquí la gente.

Vi aquí más gente que en las otras partes,
y desde un lado al otro, con chillidos,
haciendo rodar pesos con el pecho.

Entre ellos se golpean; y después
cada uno volvíase hacia atrás,
gritando «¿Por qué agarras?, ¿por qué tiras?»

Así giraban por el foso tétrico
de cada lado a la parte contraria,
siempre gritando el verso vergonzoso.

Al llegar luego todos se volvían
para otra justa, a la mitad del círculo,
y yo, que estaba casi conmovido,

dije: «Maestro, quiero que me expliques
quienes son éstos, y si fueron clérigos
todos los tonsurados de la izquierda.»

Y él a mí. «Fueron todos tan escasos
de la razón en la vida primera,
que ningún gasto hicieron con mesura.

Bastante claro ládranlo sus voces,
al llegar a los dos puntos del círculo
donde culpa contraria los separa.

Clérigos fueron los que en la cabeza
no tienen pelo, papas, cardenales,
que están bajo el poder de la avaricia.»

Y yo: «Maestro, entre tales sujetos
debiera yo conocer bien a algunos,
que inmundos fueron de tan grandes males.»

Y él repuso: «Es en vano lo que piensas:
la vida torpe que los ha ensuciado,
a cualquier conocer los hace oscuros.

Se han de chocar los dos eternamente;
éstos han de surgir de sus sepulcros
con el puño cerrado, y éstos, mondos;

mal dar y mal tener, el bello mundo
les ha quitado y puesto en esta lucha:
no empleo mas palabras en contarlo.

Hijo, ya puedes ver el corto aliento,
de los bienes fiados a Fortuna,
por los que así se enzarzan los humanos;

que todo el oro que hay bajo la luna,
y existió ya, a ninguna de estas almas
fatigadas podría dar reposo.»

«Maestro --dije yo-, dime ¿quién es esta
Fortuna a la que te refieres
que el bien del mundo tiene entre sus garras?»

Y él me repuso: «Oh locas criaturas,
qué grande es la ignorancia que os ofende; [L75]
quiero que tú mis palabras incorpores.

Aquel cuyo saber trasciendo todo,
los cielos hizo y les dio quien los mueve
tal que unas partes a otras se ilulninan,

distribuyendo igualmente la luz;
de igual modo en las glorias mundanales
dispuso una ministra que cambiase

los bienes vanos cada cierto tiempo
de gente en gente y de una a la otra sangre,
aunque el seso del hombre no Lo entienda;

por Lo que imperan unos y otros caen,
siguiendo los dictámenes de aquella
que está oculta en la yerba tal serpiente.

Vuestro saber no puede conocerla;
y en su reino provee, juzga y dispone
cual las otras deidades en el suyo.

No tienen tregua nunca sus mudanzas,
necesidad la obliga a ser ligera;
y aún hay algunos que el triunfo consiguen.

Esta es aquella a la que ultrajan tanto,
aquellos que debieran alabarla,
y sin razón la vejan y maldicen.

Mas ella en su alegría nada escucha;
feliz con las primeras criaturas
mueve su esfera y alegre se goza.

Ahora bajemos a mayor castigo; [L76]
caen las estrellas que salían cuando
eché a andar, y han prohibido entretenerse.» [L77]

Del círculo pasamos a otra orilla
sobre una fuente que hierve y rebosa
por un canal que en ella da comienzo.

Aquel agua era negra más que persa;
y, siguiendo sus ondas tan oscuras,
por extraño camino descendimos.

Hasta un pantano va, llamado Estigia, [L78]
este arroyuelo triste, cuando baja
al pie de la maligna cuesta gris.

Y yo, que por mirar estaba atento,
gente enfangada vi en aquel pantano
toda desnuda, con airado rostro.

No sólo con las manos se pegaban,
mas con los pies, el pecho y la cabeza,
trozo a trozo arrancando con los dientes.

Y el buen maestro: «Hijo, mira ahora
las almas de esos que venció la cólera,
y también quiero que por cierto tengas

que bajo el agua hay gente que suspira,
y al agua hacen hervir la superficie,
como dice tu vista a donde mire.

Desde el limo exclamaban: «Triste hicimos
el aire dulce que del sol se alegra,
llevando dentro acidïoso humo: [L79]

tristes estamos en el negro cieno.»
Se atraviesa este himno en su gaznate,
y enteras no les salen las palabras.

Así dimos la vuelta al sucio pozo,
entre la escarpa seca y lo de enmedio;
mirando a quien del fango se atraganta:
y al fin llegamos al pie de una torre.


CANTO VIII


Digo, para seguir, que mucho antes [L80]
de llegar hasta el pie de la alta torre,
se encaminó a su cima nuestra vista,

porque vimos allí dos lucecitas,
y otra que tan de lejos daba señas,
que apenas nuestros ojos la veían.

Y yo le dije al mar de todo seso:
«Esto ¿qué significa? y ¿qué responde
el otro foco, y quién es quien lo hace?»

Y él respondió: «Por estas ondas sucias
ya podrás divisar lo que se espera,
si no lo oculta el humo del pantano.»

Cuerda no lanzó nunca una saeta
que tan ligera fuese por el aire,
como yo vi una nave pequeñita

por el agua venir hacia nosotros,
al gobierno de un solo galeote,
gritando: «Al fin llegaste, alma alevosa.»

«Flegias, Flegias, en vano estás gritando [L81]
díjole mi señor en este punto-;
tan sólo nos tendrás cruzando el lodo.»

Cual es aquel que gran engaño escucha
que le hayan hecho, y luego se contiene,
así hizo Flegias consumido en ira.

Subió mi guía entonces a la barca,
y luego me hizo entrar detrás de él;
y sólo entonces pareció cargada.

Cuando estuvimos ambos en el leño,
hendiendo se marchó la antigua proa
el agua más que suele con los otros.

Mientras que el muerto cauce recorríamos
uno, lleno de fango vino y dijo:
«¿Quién eres tú que vienes a destiempo?»
.
Y le dije: « Si vengo, no me quedo;
pero ¿quién eres tú que estás tan sucio?»
Dijo: «Ya ves que soy uno que llora.»

Yo le dije: «Con lutos y con llanto,
puedes quedarte, espíritu maldito,
pues aunque estés tan sucio te conozco.»

Entonces tendió al leño las dos manos;
mas el maestro lo evitó prudente,
diciendo: «Vete con los otros perros.»

Al cuello luego los brazos me echó,
besóme el rostro y dijo: «!Oh desdeñoso,
bendita la que estuvo de ti encinta!

Aquel fue un orgulloso para el mundo;
y no hay bondad que su memoria honre:
por ello está su sombra aquí furiosa.

Cuantos por reyes tiénense allá arriba,
aquí estarán cual puercos en el cieno,
dejando de ellos un desprecio horrible.»`

Y yo: «Maestro, mucho desearía
el verle zambullirse en este caldo,
antes que de este lago nos marchemos.»

Y él me repuso: «Aún antes que la orilla
de ti se deje ver, serás saciado:
de tal deseo conviene que goces.»

Al poco vi la gran carnicería
que de él hacían las fangosas gentes;
a Dios por ello alabo y doy las gracias.

«¡A por Felipe Argenti!», se gritaban, [L82]
y el florentino espiritu altanero
contra sí mismo volvía los dientes.

Lo dejamos allí, y de él más no cuento.
Mas el oído golpeóme un llanto,
y miré atentamente hacia adelante.

Exclamó el buen maestro: «Ahora, hijo,
se acerca la ciudad llamada Dite, [L83]
de graves habitantes y mesnadas.»

Y yo dije: «Maestro, sus mezquitas [L84]
en el valle distingo claramente,
rojas cual si salido de una fragua

hubieran.» Y él me dijo: «El fuego eterno
que dentro arde, rojas nos las muestra,
como estás viendo en este bajo infierno.»

Así llegamos a los hondos fosos
que ciñen esa tierra sin consuelo;
de hierro aquellos muros parecían.

No sin dar antes un rodeo grande,
llegamos a una parte en que el barquero
«Salid -gritó con fuerza- aquí es la entrada.»

Yo vi a más de un millar sobre la puerta
de llovidos del cielo, que con rabia
decían: «¿Quién es este que sin muerte

va por el reino de la gente muerta?»
Y mi sabio maestro hizo una seña
de quererles hablar secretamente.

Contuvieron un poco el gran desprecio
y dijeron: « Ven solo y que se marche
quien tan osado entró por este reino;

que vuelva solo por la loca senda;
pruebe, si sabe, pues que tú te quedas,
que le enseñaste tan oscura zona.»

Piensa, lector, el miedo que me entró
al escuchar palabras tan malditas,
que pensé que ya nunca volvería.

«Guía querido, tú que más de siete
veces me has confortado y hecho libre
de los grandes peligros que he encontrado,

no me dejies -le dije- así perdido;
y si seguir mas lejos nos impiden,
juntos volvamos hacia atrás los pasos.»

Y aquel señor que allí me condujera
«No temas -dijo- porque nuestro paso
nadie puede parar: tal nos lo otorga.

Mas espérame aquí, y tu ánimo flaco
conforta y alimenta de esperanza,
que no te dejaré en el bajo mundo.»

Así se fue, y allí me abandonó
el dulce padre, y yo me quedé en duda
pues en mi mente el no y el sí luchaban.

No pude oír qué fue lo que les dijo:
mas no habló mucho tiempo con aquéllos,
pues hacia adentro todos se marcharon.

Cerráronle las puertas los demonios
en la cara a mi guía, y quedó afuera,
y se vino hacia mí con pasos lentos.

Gacha la vista y privado su rostro
de osadía ninguna, y suspiraba:
« ¡Quién las dolientes casa me ha cerrado!»

Y él me dijo: «Tú, porque yo me irrite,
no te asustes, pues venceré la prueba,
por mucho que se empeñen en prohibirlo.

No es nada nueva esta insolencia suya,
que ante menos secreta puerta usaron,
que hasta el momento se halla sin cerrojos. [L85]

Sobre ella contemplaste el triste escrito:
y ya baja el camino desde aquélla,
pasando por los cercos sin escolta,
quien la ciudad al fin nos hará franca.


CANTO IX


El color que sacó a mi cara el miedo [L86]
cuando vi que mi guía se tornaba,
lo quitó de la suya con presteza.

Atento se paró como escuchando,
pues no podía atravesar la vista
el aire negro y la neblina densa.

«Deberemos vencer en esta lucha
-comenzó él- si no... Es la promesa.
¡Cuánto tarda en llegar quien esperamos.»

Y me di cuenta de que me ocultaba
lo del principio con lo que siguió,
pues palabras distintas fueron éstas;

pero no menos miedo me causaron,
porque pensaba que su frase trunca
tal vez peor sentido contuviese.

« ¿En este fondo de la triste hoya
bajó algún otro, desde el purgatorio
donde es pena la falta de esperanza?»

Esta pregunta le hice y: «Raramente
-él respondió- sucede que otro alguno
haga el camino por el que yo ando.

Verdad es que otra vez estuve aquí,
por la cruel Eritone conjurado, [L87]
que a sus cuerpos las almas reclamaba.

De mí recién desnuda era mi sombrío,
cuando ella me hizo entrar tras de aquel muro,
a traer un alma del pozo de Judas.

Aquel es el más bajo, el más sombrío,
y el lugar de los cielos más lejano;
bien sé el camino, puedes ir sin miedo.

Este pantano que gran peste exhala
en torno ciñe la ciudad doliente,
donde entrar no podemos ya sin ira.»

Dijo algo más, pero no lo recuerdo,
porque mi vista se había fijado
en la alta torre de cima ardorosa,

donde al punto de pronto aparecieron
tres sanguinosas furias infernales
que cuerpo y porte de mujer tenían,

se ceñían con serpientes verdes;
su pelo eran culebras y cerastas
con que peinaban sus horribles sienes:

Y él que bien conocía a las esclavas
de la reina del llanto sempiterno
Las Feroces Erinias -dijo- mira: [L88]

Meguera es esa del izquierdo lado,
esa que llora al derecho es Aleto;
Tesfone está en medio.» Y más no dijo.

Con las uñas el pecho se rasgaban,
y se azotaban, gritando tan alto,
que me estreché al poeta, temeroso.

«Ah, que venga Medusa a hacerle piedra [L89]
-las tres decían mientras me miraban-
malo fue el no vengarnos de Teseo.» [L90]

«Date la vuelta y cierra bien los ojos;
si viniera Gorgona y la mirases
nunca podrías regresar arriba.»

Asf dijo el Maestro, y en persona
me volvió, sin fiarse de mis manos,
que con las suyas aún no me tapase.

Vosotros que tenéis la mente sana,
observad la doctrina que se esconde
bajo el velo de versos enigmáticos. [L91]

Mas ya venía por las turbias olas
el estruendo de un son de espanto lleno,
por lo que retemblaron ambas márgenes;

hecho de forma semejante a un viento
que, impetuoso a causa de contrarios
ardores, hiere el bosque y, sin descanso,

las ramas troncha, abate y lejos lleva;
delante polvoroso va soberbio,
y hace escapar a fieras y a pastores.

Me destapó los ojos: «Lleva el nervio
de la vista por esa espuma antigua,
hacia allí donde el humo es más acerbo.»

Como las ranas ante la enemiga
bicha, en el agua se sumergen todas,
hasta que todas se juntan en tierra,

más de un millar de almas destruidas
vi que huían ante uno, que a su paso
cruzaba Estigia con los pies enjutos.

Del rostro se apartaba el aire espeso
de vez en cuando con la mano izquierda;
y sólo esa molestia le cansaba.

Bien noté que del cielo era enviado,
y me volví al maestro que hizo un signo
de que estuviera quieto y me inclinase.

¡Cuán lleno de desdén me parecía!
Llegó a la puerta, y con una varita
la abrió sin encontrar impedimento.

«¡Oh, arrojados del cielo, despreciados!
-gritóles él desde el umbral horrible-.
¿Cómo es que aún conserváis esta arrogancia?

¿Y por que os resistis a aquel deseo
cuyo fin nunca pueda detenerse,
y que más veces acreció el castigo?

¿De qué sirve al destino dar de coces?
Vuestro Cerbero, si bien recordáis,
aún hocico y mentón lleva pelados.» [L92]

Luego tomó el camino cenagoso,
sin decirnos palabra, mas con cara
de a quien otro cuidado apremia y muerde,

y no el de aquellos que tiene delante.
A la ciudad los pasos dirigimos,
seguros ya tras sus palabras santas.

Dentro, sin guerra alguna, penetramos;
y yo, que de mirar estaba ansioso
todas las cosas que el castillo encierra,

al estar dentro miro en torno mío;
y veo en todas partes un gran campo,
lleno de pena y reo de tormentos.

Como en Arlés donde se estanca el Ródano, [L93]
o como el Pola cerca del Carnaro,
que Italia cierra y sus límites baña,

todo el sitio ondulado hacen las tumbas,
de igual manera allí por todas partes,
salvo que de manera aún más amarga,

pues llamaradas hay entre las fosas;
y tanto ardían que en ninguna fragua,
el hierro necesita tanto fuego.

Sus lápidas estaban removidas,
y salían de allí tales lamentos,
que parecían de almas condenadas.

Y yo: « Maestro, qué gentes son esas
que, sepultadas dentro de esas tumbas,
se hacen oír con dolientes suspiros?»

Y dijo: «Están aquí los heresiarcas,
sus secuaces, de toda secta, y llenas
están las tumbas más de lo que piensas.

El igual con su igual está enterrado, [L94]
y los túmulos arden más o menos.»
Y luego de volverse a la derecha,
cruzamos entre fosas y altos muros.


CANTO X


Siguió entonces por una oculta senda
entre aquella muralla y los martirios
mi Maestro, y yo fui tras de sus pasos.

«Oh virtud suma, que en los infernales
circulos me conduces a tu gusto,
háblame y satisface mis deseos:

a la gente que yace en los supulcros
¿la podré ver?, pues ya están levantadas
todas las losas, y nadie vigila.»

Y él repuso: «Cerrados serán todos
cuando aquí vuelvan desde Josafat
con los cuerpos que allá arriba dejaron. [L95]

Su cementerio en esta parte tienen
con Epicuro todos sus secuaces [L96]
que el alma, dicen, con el cuerpo muere.

Pero aquella pregunta que me hiciste
pronto será aquí mismo satisfecha,
y también el deseo que me callas.» [L97]

Y yo: «Buen guía, no te oculta nada
mi corazón, si no es por hablar poco;
y tú me tienes a ello predispuesto.»

«Oh toscano que en la ciudad del fuego [L98]
caminas vivo, hablando tan humilde,
te plazca detenerte en este sitio,

porque tu acento demuestra que eres
natural de la noble patria aquella
a la que fui, tal vez, harto dañoso.»

Este son escapó súbitamente
desde una de las arcas; y temiendo,
me arrimé un poco más a mi maestro.

Pero él me dijo: « Vuélvete, ¿qué haces?
mira allí a Farinatta que se ha alzado;
le verás de cintura para arriba.»

Fijado en él había ya mi vista;
y aquél se erguía con el pecho y frente
cual si al infierno mismo despreciase.

Y las valientes manos de mi guía
me empujaron a él entre las tumbas,
diciendo: «Sé medido en tus palabras.»

Como al pie de su tumba yo estuviese,
me miró un poco, y como con desdén,
me preguntó: «¿Quién fueron tus mayores?»

Yo, que de obedecer estaba ansioso,
no lo oculté, sino que se lo dije,
y él levantó las cejas levemente.

«Con fiereza me fueron adversarios
a mí y a mi partido y mis mayores,
y así dos veces tuve que expulsarles.»

« Si les echaste -dije- regresaron
de todas partes, una y otra vez;
mas los vuestros tal arte no aprendieron.»

Surgió entonces al borde de su foso
otra sombra, a su lado, hasta la barba: [L99]
creo que estaba puesta de rodillas.

Miró a mi alrededor, cual si propósito
tuviese de encontrar conmigo a otro,
y cuando fue apagada su sospecha,

llorando dijo: «Si por esta ciega
cárcel vas tú por nobleza de ingenio,
¿y mi hijo?, ¿por qué no está contigo?»

Y yo dije: «No vengo por mí mismo,
el que allá aguarda por aquí me lleva
a quien Guido, tal vez, fue indiferente.» [L100]

Sus palabras y el modo de su pena
su nombre ya me habian revelado;
por eso fue tan clara mi respuesta.

Súbitamente alzado gritó: «¿Cómo
has dicho?, ¿Fue?, ¿Es que entonces ya no vive?
¿La dulce luz no hiere ya sus ojos?» [L101]

Y al advertir que una cierta demora
antes de responderle yo mostraba,
cayó de espaldas sin volver a alzarse.

Mas el otro gran hombre, a cuyo ruego
yo me detuve, no alteró su rostro,
ni movió el cuello, ni inclinó su cuerpo.

Y así, continuando lo de antes,
«Que aquel arte -me dijo- mal supieran,
eso, más que este lecho, me tortura.

Pero antes que cincuenta veces arda [L102]
la faz de la señora que aquí reina,
tú has de saber lo que tal arte pesa.

Y así regreses a ese dulce mundo,
dime, ¿por qué ese pueblo es tan impío
contra los míos en todas sus leyes?» [L103]

Y yo dije: «El estrago y la matanza
que teñirse de rojo al Arbia hizo, [L104]
obliga a tal decreto en nuestros templos.»

Me respondió moviendo la cabeza:
«No estuve solo álli, ni ciertamente
sin razón me movi con esos otros:

mas estuve yo solo, cuando todos
en destruir Florencia consentían,
defendiéndola a rostro descubierto.»

«Ah, que repose vuestra descendencia
-yo le rogué-, este nudo desatadme
que ha enmarañado aquí mi pensamiento.

Parece que sabéis, por lo que escucho, [L105]
lo que nos trae el tiempo de antemano,
mas usáis de otro modo en lo de ahora.»

«Vemos, como quien tiene mala luz,
las cosas -dijo- que se encuentran lejos,
gracias a lo que esplende el Sumo Guía.

Cuando están cerca, o son, vano es del todo
nuestro intelecto; y si otros no nos cuentan,
nada sabemos del estado humano.

Y comprender podrás que muerto quede
nuestro conocimiento en aquel punto
que se cierre la puerta del futuro.»

Arrepentido entonces de mi falta,
dije: «Diréis ahora a aquel yacente
que su hijo aún se encuentra con los vivos;

y si antes mudo estuve en la respuesta,
hazle saber que fue porque pensaba
ya en esa duda que me habéis resuelto.» [L106]

Y ya me reclamaba mi maestro;
y yo rogué al espíritu que rápido
me refiriese quién con él estaba.

Díjome: «Aquí con más de mil me encuentro;
dentro se halla el segundo Federico, [L107]
y el Cardenal, y de los otros callo.» [L108]

Entonces se ocultó; y yo hacia el antiguo
poeta volví el paso, repensando
esas palabras que creí enemigas.

Él echó a andar y luego, caminando,
me dijo: «¿Por qué estás tan abatido?»
Y yo le satisfice la pregunta.

« Conserva en la memoria lo que oíste
contrario a ti -me aconsejó aquel sabio-
y atiende ahora -y levantó su dedo-:

cuando delante estés del dulce rayo
de aquella cuyos ojos lo ven todo [L109]
de ella sabrás de tu vida el viaje.

Luego volvió los pies a mano izquierda:
dejando el muro, fuimos hacia el centro
por un sendero que conduce a un valle,
cuyo hedor hasta allí desagradaba.


CANTO XI


Por el extremo de un acantilado,
que en circulo formaban peñas rotas,
llegamos a un gentío aún más doliente;

y allí, por el exceso tan horrible
de la peste que sale del abismo,
al abrigo detrás nos colocamos

de un gran sepulcro, donde vi un escrito
«Aquí el papa Anastasio está encerrado [L110]
que Fotino apartó del buen camino.»

«Conviene que bajemos lentamente,
para que nuestro olfato se acostumbre
al triste aliento; y luego no moleste.»

Así el Maestro, y yo: «Compensación
-díjele- encuentra, pues que el tiempo en balde
no pase.» Y él: «Ya ves que en eso pienso.

Dentro, hijo mío, de estos pedregales [L111]
-luego empezó a decir- tres son los círculos
que van bajando, como los que has visto.

Todos llenos están de condenados,
mas porque luego baste que los mires,
oye cómo y por qué se les encierra:

Toda maldad, que el odio causa al cielo,
tiene por fin la injuria, y ese fin
o con fuerza o con fraude a otros contrista;

mas siendo el fraude un vicio sólo humano,
más lo odia Dios, por ello son al fondo
los fraudulentos aún más castigados.

De los violentos es el primer círculo;
mas como se hace fuerza a tres personas,
en tres recintos está dividido;

a Dios, y a sí, y al prójimo se puede
forzar; digo a ellos mismos y a sus cosas,
como ya claramente he de explicarte.

Muerte por fuerza y dolientes heridas
al prójimo se dan, y a sus haberes
ruinas, incendios y robos dañosos;

y así a homicidas y a los que mal hieren,
ladrones e incendiarios, atormenta
el recinto primero en varios grupos.

Puede el hombre tener violenta mano
contra él mismo y sus cosas; y es preciso
que en el segundo recinto lo purgue

el que se priva a sí de vuestro mundo,
juega y derrocha aquello que posee,
y llora allí donde debió alegrarse.

Puede hacer fuerza contra la deidad,
blasfemando, negándola en su alma,
despreciando el amor de la natura;

y el recinto menor lleva la marca
del signo de Cahors y de Sodoma, [L112]
y del que habla de Dios con menosprecio.

El fraude, que cualquier conciencia muerde,
se puede hacer a quien de uno se fía,
o a aquel que la confianza no ha mostrado.

Se diría que de esta forma matan
el vínculo de amor que hace natura;
y en el segundo círculo se esconden

hipocresía, adulación, quien hace
falsedad, latrocinio y simonía,
rufianes, barateros y otros tales.

De la otra forma aquel amor se olvida
de la naturaleza, y lo que crea,
de donde se genera la confianza;

y al Círculo menor, donde está el centro
del universo, donde asienta Dite,
el que traiciona por siempre es llevado.»

Y yo: «Maestro, muy clara procede
tu razón, y bastante bien distingue
este lugar y el pueblo que lo ocupa:

pero ahora dime: aquellos de la ciénaga,
que lleva el viento, y que azota la lluvia,
y que chocan con voces tan acerbas,

¿por qué no dentro de la ciudad roja
son castigados, si a Dios enojaron?
y si no, ¿por qué están en tal suplicio?»

Y entonces él: «¿Por qué se aleja tanto
-dijo- tu ingenio de lo que acostumbra?,
¿o es que tu mente mira hacia otra parte?

¿Ya no te acuerdas de aquellas palabras
que reflejan en tu ÉTICA las tres. [L113]
inclinaciones que no quiere el cielo,

incontinencia, malicia y la loca
bestialidad? ¿y cómo incontinencia
menos ofende y menos se castiga?

Y si miras atento esta sentencia,
y a la mente preguntas quién son esos
que allí fuera reciben su castigo,

comprenderás por qué de estos felones
están aparte, y a menos crudeza
la divina venganza les somete.» [L114]

«Oh sol que curas la vista turbada,
tú me contentas tanto resolviendo,
que no sólo el saber, dudar me gusta.

Un poco más atrás vuélvete ahora
-díjele--, allí donde que usura ofende
a Dios dijiste, y quítame el enredo.»

«A quien la entiende, la Filosofía
hace notar, no sólo en un pasaje
cómo natura su carrera toma

del divino intelecto y de su arte;
y si tu FÍSICA miras despacio,
encontrarás, sin mucho que lo busques, [L115]

que el arte vuestro a aquélla, cuanto pueda,
sigue como al maestro su discípulo,
tal que vuestro arte es como de Dios nieto. [L116]

Con estas dos premisas, si recuerdas
el principio del Génesis, debemos
ganarnos el sustento con trabajo. [L117]

Y al seguir el avaro otro camino, [L118]
por éste, a la natura y a sus frutos,
desprecia, y pone en lo otro su esperanza.

Mas sígueme, porque avanzar me place;
que Piscis ya remonta el horizonte
y todo el Carro yace sobre el Coro, [L119]
y el barranco a otro sitio se despeña.


CANTO XII


Era el lugar por el que descendimos
alpestre y, por aquel que lo habitaba,
cualquier mirada hubiéralo esquivado.

Como son esas ruinas que al costado
de acá de Trento azota el río Adigio,
por terremoto o sin tener cimientos, [L120]

que de lo alto del monte, del que bajan
al llano, tan hendida está la roca
que ningún paso ofrece a quien la sube;

de aquel barranco igual era el descenso;
y allí en el borde de la abierta sima,
el oprobio de Creta estaba echado [L121]

que concebido fue en la falsa vaca;
cuando nos vio, a sí mismo se mordía,
tal como aquel que en ira se consume.

Mi sabio entonces le gritó: «Por suerte
piensas que viene aquí el duque de Atenas, [L122]
que allí en el mundo la muerte te trajo?

Aparta, bestia, porque éste no viene
siguiendo los consejos de tu hermana,
sino por contemplar vuestros pesares.»

Y como el toro se deslaza cuando
ha recibido ya el golpe de muerte,
y huir no puede, mas de aquí a allí salta,

así yo vi que hacía el Minotauro;
y aquel prudente gritó: «Corre al paso;
bueno es que bajes mientras se enfurece.»

Descendimos así por el derrumbe
de las piedras, que a veces se movían
bajo mis pies con esta nueva carga.

Iba pensando y díjome: «Tú piensas
tal vez en esta ruina, que vigila
la ira bestial que ahora he derrotado.

Has de saber que en la otra ocasión
que descendí a lo hondo del infierno,
esta roca no estaba aún desgarrada;

pero sí un poco antes, si bien juzgo,
de que viniese Aquel que la gran presa
quitó a Dite del círculo primero, [L123]

tembló el infecto valle de tal modo
que pensé que sintiese el universo
amor, por el que alguno cree que el mundo

muchas veces en caos vuelve a trocarse; [L124]
y fue entonces cuando esta vieja roca
se partió por aquí y por otros lados.

Mas mira el valle, pues que se aproxima
aquel río sangriento, en el cual hierve [L125]
aquel que con violencia al otro daña.»

¡Oh tú, ciega codicia, oh loca furia,
que así nos mueves en la corta vida,
y tan mal en la eterna nos sumerges!

Vi una amplia fosa que torcía en arco,
y que abrazaba toda la llanura,
según lo que mi guía había dicho.

Y por su pie corrían los centauros,
en hilera y armados de saetas, [L126]
como cazar solían en el mundo.

Viéndonos descender, se detuvieron,
y de la fila tres se separaron
con los arcos y flechas preparadas.

Y uno gritó de lejos: «¿A qué pena
venís vosotros bajando la cuesta?
Decidlo desde allí, o si no disparo.»

«La respuesta -le dijo mi maestro-
daremos a Quirón cuando esté cerca:
tu voluntad fue siempre impetuosa.»

Después me tocó, y dijo: «Aquel es Neso, [L127]
que murió por la bella Deyanira,
contra sí mismo tomó la venganza.

Y aquel del medio que al pecho se mira,
el gran Quirón, que fue el ayo de Aquiles; [L128]
y el otro es Folo, el que habló tan airado. [L129]

Van a millares rodeando el foso,
flechando a aquellas almas que abandonan
la sangre, más que su culpa permite.»

Nos acercamos a las raudas fieras:
Quirón cogió una flecha, y con la punta,
de la mejilla retiró la barba.

Cuando hubo descubierto la gran boca,
dijo a sus compañeros; «¿No os dais cuenta
que el de detrás remueve lo que pisa?

No lo suelen hacer los pies que han muerto.»
Y mi buen guía, llegándole al pecho,
donde sus dos naturas se entremezclan,

respondió: «Está bien vivo, y a él tan sólo
debo enseñarle el tenebroso valle:
necesidad le trae, no complacencia.

Alguien cesó de cantar Aleluya,
y ésta nueva tarea me ha encargado:
él no es ladrón ni yo alma condenada.

Mas por esta virtud por la cual muevo
los pasos por camino tan salvaje,
danos alguno que nos acompañe,

que nos muestre por dónde se vadea,
y que a éste lleve encima de su grupa,
pues no es alma que viaje por el aire.»

Quirón se volvió atrás a la derecha,
y dijo a Neso: «Vuelve y dales guía,
y hazles pasar si otro grupo se encuentran.»

Y nos marchamos con tan fiel escolta
por la ribera del bullir rojizo,
donde mucho gritaban los que hervían.

Gente vi sumergida hasta las cejas,
y el gran centauro dijo: « Son tiranos
que vivieron de sangre y de rapiña:

lloran aquí sus daños despiadados;
está Alejandro, y el feroz Dionisio [L130]
que a Sicilia causó tiempos penosos.

Y aquella frente de tan negro pelo,
es Azolino; y aquel otro rubio, [L131]
es Opizzo de Este, que de veras [L132]

fue muerto por su hijastro allá en el mundo.»
Me volví hacia el poeta y él me dijo:
«Ahora éste es el primero, y yo el segundo.» [L133]

Al poco rato se fijó el Centauro
en unas gentes, que hasta la garganta
parecían, salir del hervidero.

Díjonos de una sombra ya apartada:
«En la casa de Dios aquél hirió - [L134]
el corazón que al Támesis chorrea.»

Luego vi gentes que sacaban fuera
del río la cabeza, y hasta el pecho;
y yo reconocí a bastantes de ellos.

Asi iba descendiendo poco a poco
aquella sangre que los pies cocía,
y por allí pasamos aquel foso.

«Así como tú ves que de esta parte
el hervidero siempre va bajando,
-dijo el centauro- quiero que conozcas

que por la otra más y más aumenta
su fondo, hasta que al fin llega hasta el sitio
en donde están gimiendo los tiranos.

La diving justicia aquí castiga
a aquel Atila azote de la tierra [L135]
y a Pirro y Sexto; y para siempre ordeña [L136]

las lágrimas, que arrancan los hervores,
a Rinier de Corneto, a Rinier Pazzo [L137]
qué en los caminos tanta guerra hicieron.»
Volvióse luego y franqueó aquel vado.


CANTO XIII


Neso no había aún vuelto al otro lado,
cuando entramos nosotros por un bosque
al que ningún sendero señalaba.

No era verde su fronda, sino oscura;
ni sus ramas derechas, mas torcidas;
sin frutas, mas con púas venenosas.

Tan tupidos, tan ásperos matojos
no conocen las fieras que aborrecen
entre Corneto y Cécina los campos. [L138]

Hacen allí su nido las arpías, [L139]
que de Estrófane echaron al Troyano
con triste anuncio de futuras cuitas.

Alas muy grandes, cuello y rostro humanos
y garras tienen, y el vientre con plumas;
en árboles tan raros se lamentan.

Y el buen Maestro: «Antes de adentrarte,
sabrás que este recinto es el segundo
-me comenzó a decir- y estarás hasta

que puedas ver el horrible arenal;
mas mira atentamente; así verás
cosas que si te digo no creerías.»

Yo escuchaba por todas partes ayes,
y no vela a nadie que los diese, [L140]
por lo que me detuve muy asustado.

Yo creí que él creyó que yo creía
que tanta voz salía del follaje,
de gente que a nosotros se ocultaba. [L141]

Y por ello me dijo: «Si tronchases
cualquier manojo de una de estas plantas,
tus pensamientos también romperias.»

Entonces extendí un poco la mano,
y corté una ramita a un gran endrino;
y su tronco gritó: «¿Por qué me hieres?

Y haciéndose después de sangre oscuro
volvió a decir: «Por qué así me desgarras?
¿es que no tienes compasión alguna?

Hombres fuimos, y ahora matorrales;
más piadosa debiera ser tu mano,
aunque fuéramos almas de serpientes.»

Como. una astilla verde que encendida
por un lado, gotea por el otro,
y chirría el vapor que sale de ella,

así del roto esqueje salen juntas
sangre y palabras: y dejé la rama
caer y me quedé como quien teme.

«Si él hubiese creído de antemano
-le respondió mi sabio-, ánima herida,
aquello que en mis rimas ha leído, [L142]

no hubiera puesto sobre ti la mano:
mas me ha llevado la increible cosa
a inducirle a hacer algo que me pesa:

mas dile quién has sido, y de este modo
algún aumento renueve tu fama
alli en el mundo, al que volver él puede.»

Y el tronco: «Son tan dulces tus lisonjas
que no puedo callar; y no os moleste
si en hablaros un poco me entretengo:

Yo soy aquel que tuvo las dos llaves [L143]
que el corazón de Federico abrían
y cerraban, de forma tan suave,

que a casi todos les negó el secreto;
tanta fidelidad puse en servirle
que mis noches y días perdí en ello.

La meretriz que jamás del palacio [L144]
del César quita la mirada impúdica,
muerte común y vicio de las cortes,

encendió a todos en mi contra; y tanto
encendieron a Augusto esos incendios
que el gozo y el honor trocóse en lutos;

mi ánimo, al sentirse despreciado,
creyendo con morir huir del desprecio,
culpable me hizo contra mí inocente.

Por las raras raíces de este leño,
os juro que jamás rompí la fe
a mi señor, que fue de honor tan digno.

Y si uno de los dos regresa al mundo,
rehabilite el recuerdo que se duele
aún de ese golpe que asesta la envidia.»

Paró un poco, y después: «Ya que se calla,
no pierdas tiempo -dijome el poeta-
habla y pregúntale si más deseas.»

Yo respondí: «Pregúntale tú entonces
lo que tú pienses que pueda gustarme;
pues, con tanta aflicción, yo no podría.»

Y así volvió a empezar: «Para que te haga
de buena gana aquello que pediste,
encarcelado espíritu, aún te plazca

decirnos cómo el alma se encadena
en estos troncos; dinos, si es que puedes,
si alguna se despega de estos miembros.»

Sopló entonces el tronco fuememente
trocándose aquel viento en estas voces:
«Brevemente yo quiero responderos;

cuando un alma feroz ha abandonado
el cuerpo que ella misma ha desunido
Minos la manda a la séptima fosa.

Cae a la selva en parte no elegida;
mas donde la fortuna la dispara,
como un grano de espelta allí germina;

surge en retoño y en planta silvestre:
y al converse sus hojas las Arpías,
dolor le causan y al dolor ventana.

Como las otras, por nuestros despojos,
vendremos, sin que vistan a ninguna;
pues no es justo tener lo que se tira.

A rastras los traeremos, y en la triste
selva serán los cuerpos suspendidos,
del endrino en que sufre cada sombra.»

Aún pendientes estábamos del tronco
creyendo que quisiera más contarnos,
cuando de un ruido fuimos sorprendidos,

Igual que aquel que venir desde el puesto
escucha al jabalí y a la jauría
y oye a las bestias y un ruido de frondas;

Y miro a dos que vienen por la izquierda, [L145]
desnudos y arañados, que en la huida,
de la selva rompían toda mata.

Y el de delante: «¡Acude, acude, muerte!»
Y el otro, que más lento parecía,
gritaba: «Lano, no fueron tan raudas

en la batalla de Toppo tus piernas.»
Y cuando ya el aliento le faltaba,
de él mismo y de un arbusto formó un nudo.

La selva estaba llena detrás de ellos
de negros canes, corriendo y ladrando
cual lebreles soltados de traílla.

El diente echaron al que estaba oculto
y lo despedazaron trozo a trozo;
luego llevaron los miembros dolientes.

Cogióme entonces de la mano el guía,
y me llevó al arbusto que lloraba, [L146]
por los sangrantes rotos, vanamente.

Decía: «Oh Giácomo de Sant' Andrea,
¿qué te ha valido de mí hacer refugio?
¿qué culpa tengo de tu mala vida?»

Cuando el maestro se paró a su lado,
dijo: «¿Quién fuiste, que por tantas puntas
con sangre exhalas tu habla dolorosa?»

Y él a nosotros: «Oh almas que llegadas
sois a mirar el vergonzoso estrago,
que mis frondas así me ha desunido,

recogedlas al pie del triste arbusto.
Yo fui de la ciudad que en el Bautista [L147]
cambió el primer patrón: el cual, por esto

con sus artes por siempre la hará triste;
y de no ser porque en el puente de Arno
aún permanece de él algún vestigio,

esas gentes que la reedificaron
sobre las ruinas que Atila dejó, [L148]
habrían trabajado vanamente.
Yo de mi casa hice mi cadalso.»


CANTO XIV


Y como el gran amor del lugar patrio
me conmovió, reuní la rota fronda,
y se la devolví a quien ya callaba.

Al límite llegamos que divide
el segundo recinto del tercero,
y vi de la justicia horrible modo. [L149]

Por bien manifestar las nuevas cosas,
he de decir que a un páramo llegamos,
que de su seno cualquier planta ahuyenta.

La dolorosa selva es su guirnalda,
como para ésta lo es el triste foso;
justo al borde los pasos detuvimos.

Era el sitio una arena espesa y seca,
hecha de igual manera que esa otra
que oprimiera Catón con su pisada. [L150]

¡Oh venganza divina, cuánto debes
ser temida de todo aquel que lea
cuanto a mis ojos fuera manifiesto!

De almas desnudas vi muchos rebaños,
todas llorando llenas de miseria,
y en diversas posturas colocadas:

unas gentes yacían boca arriba;
encogidas algunas se sentaban,
y otras andaban incesantemente.

Eran las más las que iban dando vueltas,
menos las que yacían en tormento,
pero más se quejaban de sus males.

Por todo el arenal, muy lentamente,
llueven copos de fuego dilatados,
como nieve en los Alpes si no hay viento.

Como Alejandro en la caliente zona [L151]
de la India vio llamas que caían
hasta la tierra sobre sus ejércitos;

por lo cual ordenó pisar el suelo
a sus soldados, puesto que ese fuego
se apagaba mejor si estaba aislado,

así bajaba aquel ardor eterno;
y encendía la arena, tal la yesca
bajo eslabón, y el tormento doblaba.

Nunca reposo hallaba el movimiento
de las míseras manos, repeliendo
aquí o allá de sí las nuevas llamas.

Yo comencé: «Maestro, tú que vences
todas las cosas, salvo a los demonios
que al entrar por la puerta nos salieron,

¿Quién es el grande que no se preocupa [L152]
del fuego y yace despectivo y fiero,
cual si la lluvia no le madurase?»

Y él mismo, que se había dado cuenta
que preguntaba por él a mi guía,
gritó: « Como fui vivo, tal soy muerto.

Aunque Jove cansara a su artesano [L153]
de quien, fiero, tomó el fulgor agudo
con que me golpeó el último día,

o a los demás cansase uno tras otro,
de Mongibelo en esa negra fragua,
clamando: "Buen Vulcano, ayuda, ayuda"

tal como él hizo en la lucha de Flegra,
y me asaeteara con sus fuerzas,
no podría vengarse alegremente.»

Mi guía entonces contestó con fuerza
tanta, que nunca le hube así escuchado:
«Oh Capaneo, mientras no se calme

tu soberbia, serás más afligido:
ningún martirio, aparte de tu rabia,
a tu furor dolor será adecuado.»

Después se volvió a mí con mejor tono,
«Éste fue de los siete que asediaron
a Tebas; tuvo a Dios, y me parece

que aún le tenga, desdén, y no le implora;
mas como yo le dije, sus despechos
son en su pecho galardón bastante.

Sígueme ahora y cuida que tus pies
no pisen esta arena tan ardiente,
mas camina pegado siempre al bosque.»

En silencio llegamos donde corre
fuera ya de la selva un arroyuelo, [L154]
cuyo rojo color aún me horripila:

como del Bulicán sale el arroyo [L155]
que reparten después las pecadoras, t
al corrta a través de aquella arena.

El fondo de éste y ambas dos paredes
eran de piedra, igual que las orillas;
y por ello pensé que ése era el paso.

«Entre todo lo que yo te he enseñado,
desde que atravesamos esa puerta
cuyos umbrales a nadie se niegan, [L156]

ninguna cosa has visto más notable
como el presente río que las llamas
apaga antes que lleguen a tocarle.»

Esto dijo mi guía, por lo cual
yo le rogué que acrecentase el pasto,
del que acrecido me había el deseo.

«Hay en medio del mar un devastado
país -me dijo- que se llama Creta;
bajo su rey fue el mundo virtuoso. [L157]

Hubo allí una montaña que alegraban
aguas y frondas, se llamaba Ida:
cual cosa vieja se halla ahora desierta.

La excelsa Rea la escogió por cuna [L158]
para su hijo y, por mejor guardarlo,
cuando lloraba, mandaba dar gritos.

Se alza un gran viejo dentro de aquel monte, [L159]
que hacia Damiata vuelve las espaldas
y al igual que a un espejo a Roma mira.

Está hecha su cabeza de oro fino,
y plata pura son brazos y pecho,
se hace luego de cobre hasta las ingles;

y del hierro mejor de aquí hasta abajo,
salvo el pie diestro que es barro cocido:
y más en éste que en el otro apoya.

Sus partes, salvo el oro, se hallan rotas
por una raja que gotea lágrimas, [L160]
que horadan, al juntarse, aquella gruta;

su curso en este valle se derrama:
forma Aqueronte, Estigia y Flagetonte;
corre después por esta estrecha espita

al fondo donde más no se desciende:
forma Cocito; y cuál sea ese pantano [L161]
ya lo verás; y no te lo describo.»

Yo contesté: «Si el presente riachuelo
tiene así en nuestro mundo su principio,
¿como puede encontrarse en este margen?»

Respondió: «Sabes que es redondo el sitio,
y aunque hayas caminado un largo trecho
hacia la izquierda descendiendo al fondo,

aún la vuelta completa no hemos dado;
por lo que si aparecen cosas nuevas,
no debes contemplarlas con asombro.»

Y yo insistí «Maestro, ¿dónde se hallan
Flegetonte y Leteo?; a uno no nombras, [L162]
y el otro dices que lo hace esta lluvia.»

«Me agradan ciertamente tus preguntas
-dijo-, mas el bullir del agua roja
debía resolverte la primera.

Fuera de aquí podrás ver el Leteo,
allí donde a lavarse van las almas,
cuando la culpa purgada se borra.»

Dijo después: «Ya es tiempo de apartarse
del bosque; ven caminando detrás:
dan paso las orillas, pues no queman,
y sobre ellas se extingue cualquier fuego.»


CANTO XV


Caminamos por uno de los bordes,
y tan denso es el humo del arroyo,
que del fuego protege agua y orillas.

Tal los flamencos entre Gante y Brujas,
temiendo el viento que en invierno sopla,
a fin de que huya el mar hacen sus diques;

y como junto al Brenta los paduanos [L163]
por defender sus villas y castillos,
antes que Chiarentana el calor sienta; [L164]

de igual manera estaban hechos éstos,
sólo que ni tan altos ni tan gruesos,
fuese el que fuese quien los construyera.

Ya estábamos tan lejos de la selva
que no podría ver dónde me hallaba,
aunque hacia atrás yo me diera la vuelta,

cuando encontramos un tropel de almas [L165]
que andaban junto al dique, y todas ellas
nos miraban cual suele por la noche

mirarse el uno al otro en luna nueva;
y para vernos fruncían las cejas
como hace el sastre viejo con la aguja.

Examinado así por tal familia,
de uno fui conocido, que agarró
mi túnica y gritó: «¡Qué maravilla!»

y yo, al verme cogido por su mano
fijé la vista en su quemado rostro,
para que, aun abrasado, no impidiera,

su reconocimiento a mi memoria;
e inclinando la mía hacia su cara
respondí: «¿Estáis aquí, señor Brunetto?» [L166]

«Hijo, no te disguste -me repuso-
si Brunetto Latino deja un rato
a su grupo y contigo se detiene.»

Y yo le dije: «Os lo pido gustoso;
y si queréis que yo, con vos me pare,
lo haré si place a aquel con el que ando.»

«Hijo -repuso-, aquel de este rebaño
que se para, después cien años yace,
sin defenderse cuando el fuego quema.

Camina pues: yo marcharé a tu lado;
y alcanzaré más tarde a mi mesnada,
que va llorando sus eternos males.»

Yo no osaba bajarme del camino
y andar con él; mas gacha la cabeza
tenía como el hombre reverente.

Él comenzó: «¿Qué fortuna o destino
antes de postrer día aquí te trae?
¿y quién es éste que muestra el camino?»

Y yo: «Allá arriba, en la vida serena
-le respondí- me perdí por un valle,
antes de que mi edad fuese perfecta.

Lo dejé atrás ayer por la mañana;
éste se apareció cuando a él volvía,
y me lleva al hogar por esta ruta.»

Y él me repuso: «Si sigues tu estrella
glorioso puerto alcanzarás sin falta,
si de la vida hermosa bien me acuerdo;

y si no hubiese muerto tan temprano,
viendo que el cielo te es tan favorable,
dado te habría ayuda en la tarea.

Mas aquel pueblo ingrato y malicioso
que desciende de Fiesole de antiguo, [L167]
y aún tiene en él del monte y del peñasco,

si obras bien ha de hacerse tu contrario:
y es con razón, que entre ásperos serbales
no debe madurar el dulce higo.

Vieja fama en el mundo llama ciegos,
gente es avara, envidiosa y soberbia:
líbrate siempre tú de sus costumbres.

Tanto honor tu fortuna te reserva,
que la una parte y la otra tendrán hambre [L168]
de ti; mas lejos pon del chivo el pasto.

Las bestias fiesolanas se apacienten
de ellas mismas, y no toquen la planta,
si alguna surge aún entre su estiércol,

en que reviva la simiente santa
de los romanos que quedaron, cuando
hecho fue el nido de tan gran malicia.»

«Si pudiera cumplirse mi deseo
aún no estaríais vos -le repliqué-
de la humana natura separado;

que en mi mente está fija y aún me apena,
querida y buena, la paterna imagen
vuestra, cuando en el mundo hora tras hora

me enseñabais que el hombre se hace eterno;
y cuánto os lo agradezco, mientras viva,
conviene que en mi lengua se proclame.

Lo que narráis de mi carrera escribo,
para hacerlo glosar, junto a otro texto, [L169]
si hasta ella llego, a la mujer que sabe.

Sólo quiero que os sea manifiesto
que, con estar tranquila mi conciencia,
me doy, sea cual sea, a la Fortuna.

No es nuevo a mis oídos tal augurio:
mas la Fortuna hace girar su rueda
como gusta, y el labrador su azada.»

Entonces mi maestro la mejilla
derecha volvió atrás, y me miró;
dijo después: «Bien oye el precavido.»

Pero yo no dejé de hablar por eso
con ser Brunetto, y pregunto quién son
sus compañeros de más alta fama.

Y él me dijo: «Saber de alguno es bueno;
de los demás será mejor que calle,
que a tantos como son el tiempo es corto.

Sabe, en suma, que todos fueron clérigos
y literatos grandes y famosos,
al mundo sucios de un igual pecado.

Prisciano va con esa turba mísera, [L170]
y Francesco D'Accorso; y ver con éste, [L171]
si de tal tiña tuvieses deseo,

podrás a quien el Siervo de los Siervos
hizo mudar del Arno al Bachiglión, [L172]
donde dejó los nervios mal usados.

De otros diría, mas charla y camino
no pueden alargarse, pues ya veo
surgir del arenal un nuevo humo.

Gente viene con la que estar no debo:
mi "Tesoro" te dejo encomendado, [L173]
en el que vivo aún, y más no digo.»

Luego se fue, y parecía de aquellos
que el verde lienzo corren en Verona [L174]
por el campo; y entre éstos parecía
de los que ganan, no de los que pierden.


CANTO XVI


Ya estaba donde el resonar se oía
del agua que caía al otro círculo,
como el que hace la abeja en la colmena;

cuando tres sombras juntas se salieron,
corriendo, de una turba que pasaba
bajo la lluvia de la áspera pena.

Hacia nosotros gritando venían:
«Detente quien parece por el traje
ser uno de la patria depravada.»

¡Ah, cuántas llagas vi en aquellos miembros,
viejas y nuevas, de la llama ardidas!
me siento aún dolorido al recordarlo.

A sus gritos mi guía se detuvo;
volvió el rostro hacia mí, y me dijo: « Espera,
pues hay que ser cortés con esta gente.

Y si no fuese por el crudo fuego
que este sitio asaetea, te diría
que te apresures tú mejor que ellos.»

Ellos, al detenernos, reemprendieron
su antiguo verso; y cuando ya llegaron,
hacen un corro de sí aquellos tres,

cual desnudos y untados campeones,
acechando a su presa y su ventaja,
antes de que se enzarcen entre ellos; [L175]

y con la cara vuelta, cada uno
me miraba de modo que al contrario
iba el cuello del pie continuamente.

«Si el horror de este suelo movedizo
vuelve nuestras plegarias despreciables
-uno empezó- y la faz negra y quemada,

nuestra fama a tu ánimo suplique
que nos digas quién eres, que los vivos
pies tan seguro en el infierno arrastras.

Éste, de quien me ves pisar las huellas,
aunque desnudo y sin pellejo vaya,
fue de un grado mayor de lo que piensas, [L176]

pues nieto fue de la bella Gualdrada;
se llamó Guido Guerra, y en su vida
mucho obró con su espada y con su juicio.

El otro, que tras mí la arena pisa,
es Tegghiaio Aldobrandi, cuya voz [L177]
en el mundo debiera agradecerse;

y yo, que en el suplicio voy con ellos,
Jacopo Rusticucci; y fiera esposa [L178]
más que otra cosa alguna me condena.»

Si hubiera estado a cubierto del fuego,
me hubiera ido detrás de ellos al punto,
y no creo que al guía le importase;

mas me hubiera abrasado, y de ese modo
venció el miedo al deseo que tenía,
pues de abrazarles yo me hallaba ansioso.

Luego empecé: «No desprecio, mas pena
en mi interior me causa vuestro estado,
y es tanta que no puedo desprenderla,

desde el momento en que mi guía dijo
palabras, por las cuales yo pensaba
que, como sois, se acercaba tal gente.

De vuestra tierra soy, y desde siempre
vuestras obras y nombres tan honrados,
con afecto he escuchado y retenido.

Dejo la hiel y voy al dulce fruto
que mi guía veraz me ha prometido,
pero antes tengo que llegar al centro.»

«Muy largamente el alma te conduzcan
todavía -me dijo aquél- tus miembros,
y resplandezca luego tu memoria,

di si el valor y cortesía aún se hallan
en nuestra patria tal como solían,
o si del todo han sido ya expulsados;

que Giuglielmo Borsiere, el cual se duele [L179]
desde hace poco en nuestro mismo grupo,
con sus palabras mucho nos aflige.»

«Las nuevas gentes, las ganancias súbitas, [L180]
orgullo y desmesura han generado,
en ti, Florencia, y de ello te lamentas.»

Así grité levantando la cara;
y los tres, que esto oyeron por respuesta,
se miraron como ante las verdades.

«Si en otras ocasiones no te cuesta
satisfacer a otros -me dijeron-,
dichoso tú que dices lo que quieres.

Pero si sales de este mundo ciego
y vuelves a mirar los bellos astros,
cuando decir "estuve allí" te plazca,

háblale de nosotros a la gente.»
Rompieron luego el círculo y, huyendo,
alas sus raudas piernas parecían.

Un amén no podría haberse dicho
antes de que ellos se hubiesen perdido;
por lo que el guía quiso que partiésemos.

Yo iba detrás, y no avanzamos mucho
cuando el agua sonaba tan de cerca,
que apenas se escuchaban las palabras.

Como aquel río sigue su carrera
primero desde el Veso hacia el levante,
a la vertiente izquierda de Apenino, [L181]

que Acquaqueta se llama abajo, antes
de que en un hondo lecho se desplome,
y en Forlí ya ese nombre no conserva,

resuena allí sobre San Benedetto,
de la roca cayendo en la cascada
en donde mil debieran recibirle;

así en lo hondo de un despeñadero,
oímos resonar el agua roja,
que el oído ofendía al poco tiempo.

Yo llevaba una cuerda a la cintura [L182]
con la que alguna vez hube pensado
cazar la onza de la piel pintada.

Luego de haberme toda desceñido,
como mi guía lo había mandado,
se la entregué recogida en un rollo.

Entonces se volvió hacia la derecha
y, alejándose un trecho de la orilla,
la arrojó al fondo de la escarpadura.

«Alguna novedad ha de venirnos
-pensaba para mí- del nuevo signo,
que el maestro así busca con los ojos.»

iCuán cautos deberían ser los hombres
junto a aquellos que no sólo las obras,
mas por dentro el pensar también conocen!

«Pronto -dijo- verás sobradamente
lo que espero, y en lo que estás pensando:
pronto conviene que tú lo descubras.»

La verdad que parece una mentira
debe el hombre callarse mientras pueda,
porque sin tener culpa se avergüence:

pero callar no puedo; y por las notas,
lector, de esta Comedia, yo te juro, [L183]
así no estén de larga gracia llenas,

que vi por aquel oire oscuro y denso
venir nadando arriba una figura,
que asustaría el alma más valiente,

tal como vuelve aquel que va al fondo
a desprender el ancla que se agarra
a escollos y otras cosas que el mar cela,
que el cuerpo extiende y los pies se recoge.


CANTO XVII


«Mira la bestia con la cola aguda, [L184]
que pasa montes, rompe muros y armas;
mira aquella que apesta todo el mundo.»

Así mi guía comenzó a decirme;
y le ordenó que se acercase al borde
donde acababa el camino de piedra.

Y aquella sucia imagen del engaño
se acercó, y sacó el busto y la cabeza,
mas a la orilla no trajo la cola.

Su cara era la cara de un buen hombre,
tan benigno tenía lo de afuera,
y de serpiente todo lo restante.

Garras peludas tiene en las axilas;
y en la espalda y el pecho y ambos flancos
pintados tiene ruedas y lazadas.

Con más color debajo y superpuesto
no hacen tapices tártaros ni turcos,
ni fue tal tela hilada por Aracne. [L185]

Como a veces hay lanchas en la orilla,
que parte están en agua y parte en seco;
o allá entre los glotones alemanes

el castor se dispone a hacer su caza,
se hallaba así la fiera detestable
al horde pétreo, que la arena ciñe.

Al aire toda su cola movía,
cerrando arriba la horca venenosa,
que a guisa de escorpión la punta armaba.

El guía dijo: «Es preciso torcer
nuestro camino un poco, junto a aquella
malvada bestia que está allí tendida.»

Y descendimos al lado derecho,
caminando diez pasos por su borde,
para evitar las llamas y la arena.

Y cuando ya estuvimos a su lado,
sobre la arena vi, un poco más lejos,
gente sentada al borde del abismo.

Aquí el maestro: «Porque toda entera
de este recinto la experiencia lleves
-me dijo-, ve y contempla su castigo.

Allí sé breve en tus razonamientos:
mientras que vuelvas hablaré con ésta,
que sus fuertes espaldas nos otorgue.»

Así pues por el borde de la cima
de aquel séptimo circulo yo solo
anduve, hasta llegar a los penados. [L186]

Ojos afuera estallaba su pena,
de aquí y de allí con la mano evitaban
tan pronto el fuego como el suelo ardiente:

como los perros hacen en verano,
con el hocico, con el pie, mordidos
de pulgas o de moscas o de tábanos.

Y después de mirar el rostro a algunos,
a los que el fuego doloroso azota,
a nadie conocí; pero me acuerdo

que en el cuello tenía una bolsa
con un cierto color y ciertos signos,
que parecían complacer su vista.

Y como yo anduviéralos mirando,
algo azulado vi en una amarilla,
que de un león tenía cara y porte.

Luego, siguiendo de mi vista el curso,
otra advertí como la roja sangre,
y una oca blanca más que la manteca.

Y uno que de una cerda azul preñada [L187]
señalado tenía el blanco saco,
dijo: «¿Qué andas haciendo en esta fosa?

Vete de aquí; y puesto que estás vivo,
sabe que mi vecino Vitaliano [L188]
aquí se sentará a mi lado izquierdo;

de Padua soy entre estos florentinos:
y las orejas me atruenan sin tasa
gritando: "¡Venga el noble caballero [L189]

que llenará la bolsa con tres chivos!"»
Aquí torció la boca y se sacaba
la lengua, como el buey que el belfo lame.

Y yo, temiendo importunar tardando
a quien de no tardar me había advertido,
atrás dejé las almas lastimadas.

A mi guía encontré, que ya subido
sobre la grupa de la fiera estaba,
y me dijo: «Sé fuerte y arrojado.

Ahora bajamos por tal escalera:
sube delante, quiero estar en medio,
porque su cola no vaya a dañarte.»

Como está aquel que tiene los temblores
de la cuartana, con las uñas pálidas,
y tiembla entero viendo ya el relente,

me puse yo escuchando sus palabras;
pero me avergoncé con su advertencia,
que ante el buen amo el siervo se hace fuerte.

Encima me senté de la espaldaza:
quise decir, mas la voz no me vino
como creí: «No dejes de abrazarme.»

Mas aquel que otras veces me ayudara
en otras dudas, luego que monté,
me sujetó y sostuvo con sus brazos.

Y le dijo: «Gerión, muévete ahora:
las vueltas largas, y el bajar sea lento:
piensa en qué nueva carga estás llevando.»

Como la navecilla deja el puerto
detrás, detrás, así ésta se alejaba;
y luego que ya a gusto se sentía,

en donde el pecho, ponía la cola,
y tiesa, como anguila, la agitaba,
y con los brazos recogía el aíire.

No creo que más grande fuese el miedo
cuando Faetón abandonó las riendas, [L190]
por lo que el cielo ardió, como aún parece;

ni cuando la cintura el pobre Ícaro
sin alas se notó, ya derretidas,
gritando el padre: «¡Mal camino llevas!»;

que el mío fue, cuando noté que estaba
rodeado de aire, y apagada
cualquier visión que no fuese la fiera;

ella nadando va lenta, muy lenta;
gira y desciende, pero yo no noto
sino el viento en el rostro y por debajo.

Oía a mi derecha la cascada
que hacía por encima un ruido horrible,
y abajo miro y la cabeza asomo.

Entonces temí aún más el precipicio,
pues fuego pude ver y escuchar llantos;
por lo que me encogí temblando entero.

Y vi después, que aún no lo había visto,
al bajar y girar los grandes males,
que se acercaban de diversos lados.

Como el halcón que asaz tiempo ha volado,
y que sin ver ni señuelo ni pájaro
hace decir al halconero: «¡Ah, baja!»,

lento desciende tras su grácil vuelo,
en cien vueltas, y a lo lejos se pone
de su maestro, airado y desdeñoso,

de tal modo Gerión se posó al fondo,
al mismo pie de la cortada roca,
y descargadas nuestras dos personas,
se disparó como de cuerda tensa.


CANTO XVIII


Hay un lugar llamado Malasbolsas [L191]
en el infierno, pétreo y ferrugiento,
igual que el muro que le ciñe entorno.

Justo en el medio del campo maligno
se abre un pozo bastante largo y hondo,
del cual a tiempo contaré las partes. [L192]

Es redondo el espacio que se forma
entre el pozo y el pie del duro abismo,
y en diez valles su fondo se divide.

Como donde, por guarda de los muros,
más y más fosos ciñen los castillos,
el sitio en donde estoy tiene el aspecto;

tal imagen los valles aquí tienen.
Y como del umbral de tales fuertes
a la orilla contraria hay puentecillos,

así del borde de la roca, escollos
conducen, dividiendo foso y márgenes,
hasta el pozo que les corta y les une.

En este sitio, ya de las espaldas
de Gerión nos bajamos; y el poeta
tomó a la izquierda, y yo me fui tras él.

A la derecha vi nuevos pesares,
nuevos castigos y verdugos nuevos,
que la bolsa primera abarrotaban. [L193]

Allí estaban desnudos los malvados;
una mitad iba dando la espalda,
otra de frente, con pasos más grandes;

tal como en Roma la gran muchedumbre, [L194]
del año jubilar, alli en el puente
precisa de cruzar en doble vía,

que por un lado todos van de cara
hacia el castillo y a San Pedro marchan;
y de otro lado marchan hacia el monte.

De aquí, de allí, sobre la oscura roca,
vi demonios cornudos con flagelos,
que azotaban cruelmente sus espaldas.

¡Ay, cómo hacían levantar las piernas
a los primeros golpes!, pues ninguno
el segundo esperaba ni el tercero.

Mientras andaba, en uno mi mirada
vino a caer; y al punto yo me dije:
«De haberle visto ya no estoy ayuno.»

Y así paré mi paso para verlo:
y mi guía conmigo se detuvo,
y consintió en que atrás retrocediera.

Y el condenado creía ocultarse
bajando el rostro; mas sirvió de poco,
pues yo le dije: «Oh tú que el rostro agachas,

si los rasgos que llevas no son falsos,
Venedico eres tú Caccianemico; [L195]
mas ¿qué te trae a salsas tan picantes?»

Y repuso: «Lo digo de mal grado;
pero me fuerzan tus claras palabras,
que me hacen recordar el mundo antiguo.

Fui yo mismo quien a Ghisolabella
indujo a hacer el gusto del marqués,
como relaten la sucia noticia.

Y boloñés no lloró aquí tan sólo,
mas tan repleto está este sitio de ellos,
que ahora tantas lenguas no se escuchan

que digan "Sipa" entre Savena y Reno; [L196]
y si fe o testimonio de esto quieres,
trae a tu mente nuestro seno avaro.»

Hablando así le golpeó un demonio
con su zurriago, y dijo: « Lárgate
rufián, que aquí no hay hembras que se vendan.»

Yo me reuní al momento con mi escolta;
luego, con pocos pasos, alcanzamos
un escollo saliente de la escarpa.

Con mucha ligereza lo subimos
y, vueltos a derecha por su dorso,
de aquel círculo eterno nos marchamos.

Cuando estuvimos ya donde se ahueca
debajo, por dar paso a los penados,
el guía dijo: « Espera, y haz que pongan

la vista en ti esos otros malnacidos,
a los que aún no les viste el semblante,
porque en nuestro sentido caminaban.»

Desde el puente mirábamos el grupo
que al otro lado hacia nosotros iba,
y que de igual manera azota el látigo.

Y sin yo preguntarle el buen Maestro
«Mira aquel que tan grande se aproxima,
que no le causa lágrimas el daño.

¡Qué soberano aspecto aún conserva!
Es Jasón, que por ánimo y astucia [L197]
dejó privada del carnero a Cólquida.

Éste pasó por la isla de Lemmos,
luego que osadas hembras despiadadas
muerte dieran a todos sus varones:

con tretas y palabras halagüeñas
a Isifile engañó, la muchachita
que antes había a todas engañado.

Allí la dejó encinta, abandonada;
tal culpa le condena a tal martirio;
también se hace venganza de Medea. [L198]

Con él están los que en tal modo engañan:
y del valle primero esto te baste
conocer, y de los que en él castiga.»

Nos hallábamos ya donde el sendero
con el margen segundo se entrecruza,
que a otro arco le sirve como apoyo.

Aquí escuchamos gentes que ocupaban
la otra bolsa y soplaban por el morro,
pegándose a sí mismas con las manos.

Las orillas estaban engrumadas
por el vapor que abajo se hace espeso,
y ofendía a la vista y al olfato.

Tan oscuro es el fondo, que no deja
ver nada si no subes hasta el dorso
del arco, en que la roca es más saliente.

Allí subimos; y de allá, en el foso
vi gente zambullida en el estiércol,
cual de humanas letrinas recogido.

Y mientras yo miraba hacia allá abajo,
vi una cabeza tan de mierda llena,
que no sabía si era laico o fraile.

Él me gritó: « ¿Por qué te satisface
mirarme más a mí que a otros tan sucios?»
Le dije yo: « Porque, si bien recuerdo,

con los cabellos secos ya te he visto,
y eres Alesio Interminei de Lucca: [L199]
por eso más que a todos te miraba.»

Y él dijo, golpeándose la chola: [L200]
«Aquí me han sumergido las lisonjas,
de las que nunca se cansó mi lengua.»

Luego de esto, mi guía: «Haz que penetre
-dijo- tu vista un poco más delante,
tal que tus ojos vean bien el rostro

de aquella sucia y desgreñada esclava, [L201]
que allí se rasca con uñas mierdosas,
y ahora se tumba y ahora en pie se pone:

es Thais, la prostituta, que repuso
a su amante, al decirle "¿Tengo prendas
bastantes para ti?": "aún más, excelsas".
Y sea aquí saciada nuestra vista.»


CANTO XIX


¡Oh Simón Mago! Oh mfseros secuaces [L202]
que las cosas de Dios, que de los buenos
esposas deben ser, como rapaces

por el oro y la plata adulteráis!
sonar debe la trompa por vosotros,
puesto que estáis en la tercera bolsa.

Ya estábamos en la siguiente tumba,
subidos en la parte del escollo
que cae justo en el medio de aquel foso.

¡Suma sabiduría! ¡Qué arte muestras
en el cielo, en la tierra y el mal mundo,
cuán justamente tu virtud repartes!

Yo vi, por las orillas y en el fondo,
llena la piedra livida de hoyos,
todos redondos y de igual tamaño.

No los vi menos amplios ni mayores
que esos que hay en mi bello San Juan, [L203]
y son el sitio para los bautismos;

uno de los que no hace aún mucho tiempo [L204]
yo rompí porque en él uno se ahogaba:
sea esto seña que a todos convenza.

A todos les salían por la boca
de un pecador los pies, y de las piernas
hasta el muslo, y el resto estaba dentro.

Ambas plantas a todos les ardían;
y tan fuerte agitaban las coyundas,
que habrían destrozado soga y cuerdas.

Cual suele el llamear en cosas grasas
moverse por la extrema superficie,
así era allí del talón a la punta.

«Quién es, maestro, aquel que se enfurece
pataleando más que sus consortes
-dije- y a quien más roja llama quema?»

Y él me dijo: «Si quieres que te lleve
allí por la pendiente que desciende,
él te hablará de sí y de sus pecados.»

Y yo: «Lo que tú quieras será bueno,
eres tú mi señor y no me aparto
de tu querer: y lo que callo sabes.»

Caminábamos pues el cuarto margen:
volvimos y bajamos a la izquierda
al fondo estrecho y agujereado.

Entonces el maestro de su lado
no me apartó, hasta vernos junto al hoyo
de aquel que se dolía con las zancas.

«Oh tú que tienes lo de arriba abajo,
alma triste clavada cual madero,
-le dije yo-, contéstame si puedes.»

Yo estaba como el fraile que confiesa [L205]
al pérfido asesino, que, ya hincado,
por retrasar su muerte le reclama.

Y él me gritó: «¿Ya estás aquí plantado?, [L206]
¿ya estás aquí plantado, Bonifacio?
En pocos años me mintió lo escrito.

¿Ya te cansaste de aquellas riquezas
por las que hacer engaño no temiste,
y atormentar después a tu Señora?»

Me quedé como aquellos que se encuentran,
por no entender lo que alguien les responde,
confundidos, y contestar no saben.

Dijo entonces Virgilio: «Dile pronto:
"No soy aquel, no soy aquel que piensas."»
Yo respondí como me fue indicado.

Torció los pies entonces el espíritu,
luego gimiendo y con voces llorosas,
me dijo: «¿Entonces, para qué me buscas?

si te interesa tanto el conocerme,
que has recorrido así toda la roca,
sabe que fui investido del gran manto,

y en verdad fui retoño de la Osa,
y tan ansioso de engordar oseznos,
que allí el caudal, aquí yo, me he embolsado.

Y bajo mi cabeza están los otros
que a mí, por simonía, precedieron,
y que lo estrecho de la piedra aplasta.

Allí habré yo de hundirme también cuando
venga aquel que creía que tú fueses,
al hacerte la súbita pregunta.

Pero mis pies se abrasan ya más tiempo
y más estoy yo puesto boca abajo,
del que estarán plantados sus pies rojos,

pues vendrá luego de él, aún más manchado,
desde el poniente, un pastor sin entrañas,
tal que conviene que a los dos recubra.

Nuevo Jasón será, como nos muestra
MACABEOS, y como a aquel fue blando
su rey, así ha de hacer quien Francia rige.»

No sé si fui yo loco en demasía,
pues que le respondí con tales versos:
«Ah, dime ahora, qué tesoros quiso

Nuestro Señor antes de que a San Pedro
le pusiese las llaves a su cargo?
Únicamente dijo: "Ven conmigo";

ni Pedro ni los otros de Matías [L207]
oro ni plata, cuando sortearon
el puesto que perdió el alma traidora.

Quédate ahí, que estás bien castigado,
y guarda las riquezas mal cogidas,
que atrevido te hicieron contra Carlos. [L208]

Y si no fuera porque me lo veda
el respeto a las llaves soberanas
que fueron tuyas en la alegre vida,

usaría palabras aún más duras;
porque vuestra avaricia daña al mundo,
hundiendo al bueno y ensalzando al malo.

Pastores, os citó el evangelista, [L209]
cuando aquella que asienta sobre el agua
él vio prostituida con los reyes:

aquella que nació con siete testas,
y tuvo autoridad con sus diez cuernos,
mientras que su virtud plació al marido. [L210]

Os habéis hecho un Dios de oro y de plata:
y qué os separa ya de los idólatras,
sino que a ciento honráis y ellos a uno?

Constantino, ¡de cuánto mal fue madre, [L211]
no que te convirtieses, mas la dote
que por ti enriqueció al primer patriarca!»

Y mientras yo cantaba tales notas,
mordido por la ira o la conciencia,
con fuerza las dos piernas sacudía.

Yo creo que a mi guía le gustaba,
pues con rostro contento había escuchado
mis palabras sinceramente dichas.

Entonces me cogió con los dos brazos;
y luego de subirme hasta su pecho,
volvió a ascender la senda que bajamos.

No se cansó llevándome agarrado,
hasta ponerme en la cima del puente
que del cuarto hasta el quinto margen cruza.

Con suavidad aquí dejó la carga,
suave, en el escollo áspero y pino
que a las cabras sería mala trocha.
Desde ese sitio descubrí otro valle.


CANTO XX


De nueva pena he de escribir los versos
y dar materia al vigésimo canto
de la primer canción, que es de los reos.

Estaba yo dispuesto totalmente
a mirar en el fondo descubierto,
que me bañaba de angustioso llanto;

por el redondo valle vi a unas gentes
venir, calladas y llorando, al paso
con que en el mundo van las procesiones.

Cuando bajé mi vista aún más a ellas,
vi que estaban torcidas por completo
desde el mentón al principio del pecho;

porque vuelto a la espalda estaba el rostro,
y tenían que andar hacia detrás,
pues no podían ver hacia delante.

Por la fuerza tal vez de perlesía [L212]
alguno habrá en tal forma retorcido,
mas no lo vi, ni creo esto que pase.

Si Dios te deja, lector, coger fruto
de tu lectura, piensa por ti mismo
si podría tener el rostro seco,

cuando vi ya de cerca nuestra imagen
tan torcida, que el llanto de los ojos
les bañaba las nalgas por la raja.

Lloraba yo, apoyado en una roca
del duro escollo, tal que dijo el guía:
«¿Es que eres tú de aquellos insensatos?,

vive aquí la piedad cuando está muerta:
¿Quién es más criminal de lo que es ése [L213]
que al designio divino se adelanta?

Alza tu rostro y mira a quien la tierra [L214]
a la vista de Tebas se tragó;
y de allí le gritaban: "Dónde caes

Anfiareo?, ¿por qué la guerra dejas?"
Y no dejó de rodar por el valle
hasta Minos, que a todos los agarra.

Mira cómo hizo pecho de su espalda:
pues mucho quiso ver hacia adelante,
mira hacia atrás y marcha reculando.

Mira a Tiresias, que mudó de aspecto [L215]
al hacerse mujer siendo varón
cambiándose los miembros uno a uno;

y después, golpear debía antes
las unidas serpientes, con la vara,
que sus viriles plumas recobrase.

Aronte es quien al vientre se le acerca, [L216]
que en los montes de Luni, que cultiva
el carrarés que vive allí debajo,

tuvo entre blancos mármoles la cueva
como mansión; donde al mirar los astros
y el mar, nada la vista le impedía.

Y aquella que las tetas se recubre,
que tú no ves, con trenzas desatadas,
y todo el cuerpo cubre con su pelo,

fue Manto, que corrió por muchas tierras; [L217]
y luego se afincó donde naci,
por lo que un poco quiero que me escuches:

Después de que su padre hubiera muerto,
y la ciudad de Baco esclavizada,
ella gran tiempo anduvo por el mundo.

En el norte de Italia se halla un lago,
al pie del Alpe que ciñe Alemania
sobre el Tirol, que Benago se llama.

Por mil fuentes, y aún más, el Apenino
ente Garda y Camónica se baña,
por el agua estancada en dicho lago.

En su medio hay un sitio, en que el trentino [L218]
pastor y el de Verona, y el de Brescia,
si ese camino hiciese, bendijera.

Se halla Pesquiera, arnés hermoso y fuerte, [L219]
frontera a bergamescos y brescianos,
en la ribera que en el sur le cerca.

En ese sitio se desborda todo
lo que el Benago contener no puede,
y entre verdes praderas se hace un río.

Tan pronto como el agua aprisa corre,
no ya Benago, mas Mencio se llama
hasta Governo, donde cae al Po.

Tras no mucho correr, encuentra un valle,
en el cual se dilata y empantana;
y en el estio se vuelve insalubre.

Pasando por allí la virgen fiera,
vio tierra en la mitad de aquel pantano,
sin cultivo y desnuda de habitantes.

Allí, para escapar de los humanos,
con sus siervas quedóse a hacer sus artes,
y vivió, y dejó allí su vano cuerpo.

Los hombres luego que vivían cerca,
se acogieron al sitio, que era fuerte,
pues el pantano aquel lo rodeaba.

Fundaron la ciudad sobre sus huesos;
y por quien escogió primero el sitio,
Mantua, sin otro augurio, la llamaron. [L220]

Sus moradores fueron abundantes,
antes que la torpeza de Casoldi, [L221]
de Pinamonte engaño recibiese.

Esto te advierto por si acaso oyeras
que se fundó de otro modo mi patria,
que a la verdad mentira alguna oculte.»

Y yo: «Maestro, tus razonamientos
me son tan ciertos y tan bien los creo,
que apagados carbones son los otros.

Mas dime, de la gente que camina,
si ves alguna digna de noticia,
pues sólo en eso mi mente se ocupa.»

Entonces dijo: «Aquel que desde el rostro [L222]
la barba ofrece por la espalda oscura,
fue, cuando Grecia falta de varones

tanto, que había apenas en las cunas
augur, y con Calcante dio la orden
de cortar en Aulide las amarras.

Se llamaba Euripilo, y así canta
algún pasaje de mi gran tragedia:
tú bien lo sabes pues la sabes toda.

Aquel otro en los flancos tan escaso,
Miguel Escoto fue, quien en verdad [L223]
de los mágicos fraudes supo el juego.

Mira a Guido Bonatti, mira a Asdente,
que haber tomado el cuero y el bramante
ahora querría, mas tarde se acuerda;

Y a las tristes que el huso abandonaron, [L224]
las agujas y ruecas, por ser magas
y hechiceras con hierbas y figuras.

Mas ahora ven, que llega ya al confín
de los dos hemisferios, y a las ondas
bajo Sevilla, Caín con las zarzas, [L225]

y la luna ayer noche estaba llena:
bien lo recordarás, que no fue estorbo
alguna vez en esa selva oscura.»
Así me hablaba, y mientras caminábamos.


CANTO XXI


Así de puente en puente, conversando
de lo que mi Comedia no se ocupa,
subimos, y al llegar hasta la cima

nos paramos a ver la otra hondonada
de Malasbolsas y otros llantos vanos;
y la vi tenebrosamente oscura.

Como en los arsenales de Venecia
bulle pez pegajosa en el invierno
al reparar sus leños averiados,

que navegar no pueden; y a la vez
quién hace un nuevo leño, y quién embrea
los costados a aquel que hizo más rutas;

quién remacha la popa y quién la proa;
hacen otros los remos y otros cuerdas;
quién repara mesanas y trinquetas;

asi, sin fuego, por divinas artes,
bullía abajo una espesa resina,
que la orilla impregnaba en todos lados.

La veía, mas no veía en ella
más que burbujas que el hervor alzaba,
todas hincharse y explotarse luego.

Mientras allá miraba fijamente,
el poeta, diciendo: «¡Atento, atento!»
a él me atrajo del sitio en que yo estaba.

Me volvi entonces como aquel que tarda
en ver aquello de que huir conviene,
y a quien de pronto le acobarda el miedo,

y, por mirar, no demora la marcha;
y un diablo negro vi tras de nosotros,
que por la roca corriendo venía.

¡Ah, qué fiera tenía su apariencia,
y parecían cuán amenazantes
sus pies ligeros, sus abiertas alas!

En su hombro, que era anguloso y soberbio,
cargaba un pecador por ambas ancas,
agarrando los pies por los tendones. [L226]

«¡Oh Malasgarras --dijo desde el puente-,
os mando a un regidor de Santa Zita! [L227]
Ponedlo abajo, que voy a por otro

a esa tierra que tiene un buen surtido:
salvo Bonturo todos son venales; [L228]
del "ita" allí hacen "no" por el dinero.» [L229]

Abajo lo tiró, y por el escollo
se volvió, y nunca fue un mastín soltado
persiguiendo a un ladrón con tanta prisa.

Aquél se hundió, y se salía de nuevo;
mas los demonios que albergaba el puente
gritaron: «¡No está aquí la Santa Faz, [L230]

y no se nada aquí como en el Serquio!
así que, si no quieres nuestros garfios,
no te aparezcas sobre la resina.»

Con más de cien arpones le pinchaban,
dicen: «Cubierto bailar aquí debes,
tal que, si puedes, a escondidas hurtes.»

No de otro modo al pinche el cocinero
hace meter la carne en la caldera,
con los tridentes, para que no flote.

Y el buen Maestro: «Para que no sepan
que estás agua -me dijo- ve a esconderte
tras una roca que sirva de abrigo;

y por ninguna ofensa que me hagan,
debes temer, que bien conozco esto,
y otras veces me he visto en tales líos.»

Después pasó del puente a la otra parte;
y cuando ya alcanzó la sexta fosa;
le fue preciso un ánimo templado.

Con la ferocidad y con la saña
que los perros atacan al mendigo,
que de pronto se para y limosnea,

del puentecillo aquéllos se arrojaron,
y en contra de él volvieron los arpones;
mas él gritó: «¡Que ninguno se atreva!

Antes de que me pinchen los tridentes,
que se adelante alguno para oírme,
pensad bien si debéis arponearme.»

«¡Que vaya Malacola!» -se gritaron;
y uno salió de entre los otros quietos,
y vino hasta él diciendo: «¿De qué sirve?»

«Es que crees, Malacola, que me habrías
visto venir -le dijo mi maestro-
seguro ya de todas vuestras armas,

sin el querer divino y diestro hado?
Déjame andar, que en el cielo se quiere
que el camino salvaje enseñe a otros.»

Su orgullo entonces fue tan abatido
que el tridente dejó caer al suelo,
y a los otros les dijo: «No tocarlo.»

Y el guía a mí: «Oh tú que allí te encuentras
tras las rocas del puente agazapado,
puedes venir conmigo ya seguro.»

Por lo que yo avancé hasta él deprisa;
y los diablos se echaron adelante,
tal que temí que el pacto no guardaran;

así yo vi temer a los infantes [L231]
yéndose, tras rendirse, de Caprona,
al verse ya entre tantos enemigos.

Yo me arrimé con toda mi persona
a mi guía, y los ojos no apartaba
de sus caras que no eran nada buenas.

Inclinaban los garfios: «¿Que le pinche
-decíanse- queréis, en el trasero?»
Y respondían: «Sí, pínchale fuerte.»

Pero el demonio aquel que había hablado
con mi guía, volvióse raudamente,
y dijo: «Para, para, Arrancapelos.»

Luego nos dijo: « Más andar por este [L232]
escollo no se puede, pues que yace
todo despedazado el arco sexto;

y si queréis seguir más adelante
podéis andar aquí, por esta escarpa:
hay otro escollo cerca, que es la ruta.

Ayer, cinco horas más que en esta hora, [L233]
mil y doscientos y sesenta y seis
años hizo, que aquí se hundió el camino.

Hacia allá mando a alguno de los míos
para ver si se escapa alguno de esos;
id con ellos, que no han de molestaros.

¡Adelante Aligacho, Patasfrías, [L234]
-él comenzó a decir- y tú, Malchucho;
y Barbatiesa guíe la decena.

Vayan detrás Salido y Ponzoñoso,
jabalí Colmilludo, Arañaperros,
el Tartaja y el loco del Berrugas.

Mirad en torno de la pez hirviente;
éstos a salvo lleguen al escollo
que todo entero va sobre la fosa.»

«¡Ay maestro, qué es esto que estoy viendo!
-dije- vayamos solos sin escolta,
si sabes ir, pues no la necesito.

Si eres tan avisado como sueles,
¿no ves cómo sus dientes les rechinan,
y su entrecejo males amenaza?»

Y él me dijo: «No quiero que te asustes;
déjalos que rechinen a su gusto,
pues hacen eso por los condenados.»

Dieron la vuelta por la orilla izquierda,
mas primero la lengua se mordieron
hacia su jefe, a manera de seña,
y él hizo una trompeta de su culo.


CANTO XXII


Caballeros he visto alzar el campo,
comenzar el combate, o la revista,
y alguna vez huir para salvarse;

en vuestra tierra he visto exploradores,
¡Oh aretinos! y he visto las mesnadas, [L235]
hacer torneos y correr las justas,

ora con trompas, y ora con campanas,
con tambores, y hogueras en castillos,
con cosas propias y también ajenas;

mas nunca con tan rara cornamusa,
moverse caballeros ni pendones,
ni nave al ver una estrella o la tierra.

Caminábamos con los diez demonios,
¡fiera compaña!, mas en la taberna
con borrachos, con santos en la iglesia. [L236]

Mas a la pez volvía la mirada,
por ver lo que la bolsa contenía
y a la gente que adentro estaba ardiendo.

Cual los delfines hacen sus señales [L237]
con el arco del lomo al marinero,
que le preparan a que el leño salve,

por aliviar su pena, de este modo
enseñaban la espalda algunos de ellos,
escondiéndose en menos que hace el rayo.

Y como al borde del agua de un charco
hay renacuajos con el morro fuera,
con el tronco y las ancas escondidas,

se encontraban así los pecadores;
mas, como se acercaba Barbatiesa,
bajo el hervor volvieron a meterse.

Yo vi, y el corazón se me acongoja,
que uno esperaba, así como sucede [L238]
que una rana se queda y otra salta;

Y Arañaperros, que a su lado estaba,
le agarró por el pelo empegotado
y le sacó cual si fuese una nutria.

Ya de todos el nombre conocía,
pues lo aprendí cuando fueron nombrados,
y atento estuve cuando se llamaban.

«Ahora, Berrugas, puedes ya clavarle
los garfios en la espalda y desollarlo»
gritaban todos juntos los malditos.

Y yo: «Maestro, intenta, si es que puedes,
saber quién es aquel desventurado,
llegado a manos de sus enemigos.»

Y junto a él se aproximó mi guía;
preguntó de dónde era, y él repuso:
«Fui nacido en el reino de Navarra.

Criado de un señor me hizo mi madre,
que me había engendrado de un bellaco,
destructor de si mismo y de sus cosas.

Después fui de la corte de Teobaldo: [L239]
allí me puse a hacer baratertas;
y en este caldo estoy rindiendo cuentas.»

Y Colmilludo a cuya boca asoman,
tal jabalí, un colmillo a cada lado,
le hizo sentir cómo uno descosía.

Cayó el ratón entre malvados gatos;
mas le agarró en sus brazos Barbatiesa,
y dijo: « Estaros quietos un momento.»

Y volviendo la cara a mi maestro
«Pregunta -dijo- aún, si más deseas
de él saber, antes que esos lo destrocen».

El guía entonces: «De los otros reos,
di ahora si de algún latino sabes
que esté bajo la pez.» Y él: «Hace poco

a uno dejé que fue de allí vecino.
¡Si estuviese con él aún recubierto
no temería tridentes ni garras!»

Y el Salido: «Esperamos ya bastante»,
dijo, y cogióle el brazo con el gancho,
tal que se llevó un trozo desgarrado.

También quiso agarrarle Ponzoñoso
piernas abajo; mas el decurión
miró a su alrededor con mala cara.

Cuando estuvieron algo más calmados,
a aquel que aún contemplaba sus heridas
le preguntó mi guía sin tardanza:

«¿Y quién es ése a quien enhoramala
dejaste, has dicho, por salir a flote?»
Y aquél repuso: «Fue el fraile Gomita, [L240]

el de Gallura, vaso de mil fraudes;
que apresó a los rivales de su amo,
consiguiendo que todos lo alabasen.

Cogió el dinero, y soltóles de plano,
como dice; y fue en otros menesteres,
no chico, mas eximio baratero.

Trata con él maese Miguel Zanque [L241]
de Logodoro; y hablan Cerdeña
sin que sus lenguas nunca se fatiguen.

¡Ay de mí! ved que aquél rechina el diente:
más te diría pero tengo miedo
que a rascarme la tiña se aparezcan.»

Y vuelto hacia el Tartaja el gran preboste,
cuyos ojos herirle amenazaban,
dijo: « Hazte a un lado, pájaro malvado.»

«Si queréis conocerles o escucharles
-volvió a empezar el preso temeroso-
haré venir toscanos o lombardos;

pero quietos estén los Malasgarras
para que éstos no teman su venganza,
y yo, siguiendo en este mismo sitio,

por uno que soy yo, haré venir siete
cuando les silbe, como acostumbramos
hacer cuando del fondo sale alguno.» [L242]

Malchucho en ese instante alzó el hocico,
moviendo la cabeza, y dijo: «Ved
qué malicia pensó para escaparse.»

Mas él, que muchos trucos conocía
respondió: «¿Malicioso soy acaso,
cuando busco a los míos más tristeza?»

No se aguantó Aligacho, y, al contrario
de los otros, le dijo: «Si te tiras,
yo no iré tras de ti con buen galope,

mas batiré sobre la pez las alas;
deja la orilla y corre tras la roca;
ya veremos si tú nos aventajas.»

Oh tú que lees, oirás un nuevo juego:
todos al otro lado se volvieron,
y el primero aquel que era más contrario.

Aprovechó su tiempo el de Navarra;
fijó la planta en tierra, y en un punto
dio un salto y se escapó de su preboste.

Y por esto, culpables se sintieron,
más aquel que fue causa del desastre,
que se marchó gritando: «Ya te tengo.»

Mas de poco valió, pues que al miedoso
no alcanzaron las alas: se hundió éste,
y aquél alzó volando arriba el pecho.

No de otro modo el ánade de golpe,
cuando el halcón se acerca, se sumerge,
y éste, roto y cansado, se remonta.

Airado Patasfrías por la broma,
volando atrás, lo cogió, deseando
que aquél huyese para armar camorra;

y al desaparecer el baratero,
volvió las garras a su camarada,
tal que con él se enzarzó sobre el foso.

Fue el otro gavilán bien amaestrado,
sujetándole bien, y ambos cayeron
en la mitad de aquel pantano hirviente.

Los separó el calor a toda prisa,
pero era muy difícil remontarse,
pues tenían las alas pegajosas.

Barbatiesa, enfadado cual los otros,
a cuatro hizo volar a la otra parte,
todos con grafios y muy prestamente.

Por un lado y por otro descendieron:
echaron garfios a los atrapados,
que cocidos estaban en la costra,
y asi enredados los abandonamos.


CANTO XXIII


Callados, solos y sin compañía
caminábamos uno tras del otro,
lo mismo que los frailes franciscanos.

Vuelto había a la fábula de Esopo [L243]
mi pensamiento la presente riña,
donde él habló del ratón y la rana,

porque igual que «enseguida» y «al instante»,
se parecen las dos si se compara
el principio y el fin atentamente.

Y, cual de un pensamiento el otro sale,
así nació de aquel otro después,
que mi primer espanto redoblaba.

Yo así pensaba: «Si estos por nosotros
quedan burlados con daño y con befa,
supongo que estarán muy resentidos.

Si sobre el mal la ira se acrecienta,
ellos vendrán detrás con más crueldad
que el can lleva una liebre con los dientes.»

Ya sentía erizados los cabellos
por el miedo y atrás atento estaba
cuando dije: «Maestro, si escondite

no encuentras enseguida, me amedrentan
los Malasgarras: vienen tras nosotros:
tanto los imagino que los siento.»

Y él: «Si yo fuese de azogado vidrio,
tu imagen exterior no copiaría
tan pronto en mí, cual la de dentro veo;

tras mi pensar el tuyo ahora venía,
con igual acto y con la misma cara,
que un único consejo hago de entrambos.

Si hacia el lado derecho hay una cuesta,
para poder bajar a la otra bolsa,
huiremos de la caza imaginada.»

Este consejo apenas proferido,
los vi venir con las alas extendidas,
no muy de lejos, para capturarnos.

De súbito mi guía me cogió
cual la madre que al ruido se despierta
y ve cerca de sí la llama ardiente,

que coge al hijo y huye y no se para,
teniendo, más que de ella, de él cuidado,
aunque tan sólo vista una camisa.

Y desde lo alto de la dura margen,
de espaldas resbaló por la pendiente,
que cierra la otra bolsa por un lado.

No corre por la aceña agua tan rauda,
para mover la rueda del molino,
cuando más a los palos se aproxima,

cual mi maestro por aquel barranco,
sosteniéndome encima de su pecho,
como a su hijo, y no cual compañero.

Y llegaron sus pies al lecho apenas
del fondo, cuando aquéllos a la cima
sobre nosotros; pero no temíamos,

pues la alta providencia que los quiere
hacer ministros de la quinta fosa,
poder salir de allí no les permite.

Allí encontramos a gente pintada [L244]
que alrededor marchaba a lentos pasos,
llorando fatigados y abatidos.

Tenían capas con capuchas bajas
hasta los ojos, hechas del tamaño
que se hacen en Cluní para los monjes: [L245]

por fuera son de oro y deslumbrantes,
mas por dentro de plomo, y tan pesadas
que Federico de paja las puso. [L246]

¡Oh eternamente fatigoso manto!
Nosotros aún seguimos por la izquierda
a su lado, escuchando el triste lloro;

mas cansados aquéllos por el peso,
venían tan despacio, que con nuevos
compañeros a cada paso estábamos.

Por lo que dije al guía: «Ve si encuentras
a quien de nombre o de hechos se conozca,
y los ojos, andando, mueve entorno.»

Uno entonces que oyó mi hablar toscano,
de detrás nos gritó: « Parad los pasos,
los que corréis por entre el aire oscuro.

Tal vez tendrás de mí lo que buscabas.»
Y el guía se volvió y me dijo: «Espera,
y luego anda conforme con sus pasos.»

Me detuve, y vi a dos que una gran ansia
mostraban, en el rostro, de ir conmigo,
mas la carga pesaba y el sendero.

Cuando estuvieron cerca, torvamente,
me remiraron sin decir palabra;
luego a sí se volvieron y decían:

«Ése parece vivo en la garganta;
y, si están muertos ¿por qué privilegio
van descubiertos de la gran estola?»

Dijéronme: «Oh Toscano, que al colegio
de los tristes hipócritas viniste,
dinos quién eres sin tener reparo.»

«He nacido y crecido -les repuse-
en la gran villa sobre el Arno bello, [L247]
y con el cuerpo estoy que siempre tuve.

¿Quién sois vosotros, que tanto os destila
el dolor, que así veo por el rostro,
y cuál es vuestra pena que reluce?»

«Estas doradas capas -uno dijo-
son de plomo, tan gruesas, que los pesos
hacen así chirriar a sus balanzas.

Frailes gozosos fuimos, boloñeses; [L248]
yo Catalano y éste Loderingo
llamados, y elegidos en tu tierra,

como suele nombrarse a un imparcial
por conservar la paz; y fuimos tales
que en torno del Gardingo aún puede verse.»

Yo comencé: «Oh hermanos, vuestros males »
No dije más, porque vi por el suelo
a uno crucificado con tres palos.

Al verme, por entero se agitaba,
soplándose en la barba con suspiros;
y el fraile Catalán que lo advirtió,

me dijo: «El condenado que tú miras, [L249]
dijo a los fariseos que era justo
ajusticiar a un hombre por el pueblo.

Desnudo está y clavado en el camino
como ves, y que sienta es necesario
el peso del que pasa por encima;

y en tal modo se encuentra aquí su suegro [L250]
en este foso, y los de aquel concilio
que a los judíos fue mala semilla.»

Vi que Virgilio entonces se asombraba [L251]
por quien se hallaba allí crucificado,
en el eterno exilio tan vilmente.

Después dirigió al fraile estas palabras:
«No os desagrade, si podéis, decirnos
si existe alguna trocha a la derecha,

por la cual ambos dos salir podamos,
sin obligar a los ángeles negros,
a que nos saquen de este triste foso.»

Repuso entonces: «Antes que lo esperes,
hay un peñasco, que de la gran roca
sale, y que cruza los terribles valles,

salvo aquí que está roto y no lo salva.
Subir podréis arriba por la ruina
que yace al lado y el fondo recubre.»

El guía inclinó un poco la cabeza:
dijo después: « Contaba mal el caso
quien a los pecadores allí ensarta.» [L252]

Y el fraile: « Ya en Bolonia oí contar
muchos vicios del diablo, y entre otros
que es mentiroso y padre del embuste.»

Rápidamente el guía se marchó,
con el rostro turbado por la ira;
y yo me separé de los cargados,
detrás siguiendo las queridas plantas.


CANTO XXIV


En ese tiempo en el que el año es joven [L253]
y el sol sus crines bajo Acuario templa,
y las noches se igualan con los días,

cuando la escarcha en tierra se asemeja
a aquella imagen de su blanca hermana,
mas poco dura el temple de su pluma; [L254]

el campesino falto de forraje,
se levanta y contempla la campiña
toda blanca, y el muslo se golpea,

vuelve a casa, y aquí y allá se duele,
tal mezquino que no sabe qué hacerse;
sale de nuevo, y cobra la esperanza,

viendo que al monte ya le cambió el rostro
en pocas horas, toma su cayado,
y a pacer fuera saca las ovejas.

De igual manera me asustó el maestro
cuando vi que su frente se turbaba,
mas pronto al mal siguió la medicina;

pues, al llegar al derruido puente,
el guía se volvió a mí con el rostro
dulce que vi al principio al pie del monte;

abrió los brazos, tras de haber tomado
una resolución, mirando antes
la ruina bien, y se acercó a empinarme.

Y como el que trabaja y que calcula,
que parece que todo lo prevea,
igual, encaramándome a la cima

de un peñasco, otra roca examinaba,
diciendo: «Agárrate luego de aquélla;
pero antes ve si puede sostenerte.»

No era un camino para alguien con capa,
pues apenas, él leve, yo sujeto,
podíamos subir de piedra en piedra.

Y si no fuese que en aquel recinto
más corto era el camino que en los otros,
no sé de él, pero yo vencido fuera.

Mas como hacia la boca Malasbolsas
del pozo más profundo toda pende,
la situación de cada valle hace

que se eleve un costado y otro baje;
y así llegamos a la punta extrema,
donde la última piedra se destaca.

Tan ordeñado del pulmón estaba
mi aliento en la subida, que sin fuerzas
busqué un asiento en cuanto que llegamos.

«Ahora es preciso que te despereces
-dijo el maestro-, pues que andando en plumas
no se consigue fama, ni entre colchas;

el que la vida sin ella malgasta
tal vestigio en la tierra de sí deja,
cual humo en aire o en agua la espuma.

Así que arriba: vence la pereza
con ánimo que vence cualquier lucha,
si con el cuerpo grave no lo impide.

Hay que subir una escala aún más larga; [L255]
haber huido de éstos no es bastante:
si me entiendes, procura que te sirva.»

Alcé entonces, mostrándome provisto
de un ánimo mayor del que tenía,
« Vamos -dije-. Estoy fuerte y animoso.»

Por el derrumbe empezamos a andar,
que era escarpado y rocoso y estrecho,
y mucho más pendiente que el de antes.

Hablando andaba para hacerme el fuerte;
cuando una voz salió del otro foso,
que incomprensibles voces profería.

No le entendí, por más que sobre el lomo
ya estuviese del arco que cruzaba:
mas el que hablaba parecía airado. [L256]

Miraba al fondo, mas mis ojos vivos,
por lo oscuro, hasta el fondo no llegaban,
por lo que yo: «Maestro alcanza el otro

recinto, y descendamos por el muro;
pues, como escucho a alguno que no entiendo,
miro así al fondo y nada reconozco.

«Otra respuesta -dijo- no he de darte
más que hacerlo; pues que demanda justa
se ha de cumplir con obras, y callando.»

Desde lo alto del puente descendimos
donde se cruza con la octava orilla,
luego me fue la bolsa manifiesta;

y yo vi dentro terrible maleza
de serpientes, de especies tan distintas,
que la sangre aún me hiela el recordarlo.

Más no se ufane Libia con su arena; [L257]
que si quelidras, yáculos y faras
produce, y cancros con anfisibenas,

ni tantas pestilencias, ni tan malas,
mostró jamás con la Etiopía entera,
ni con aquel que está sobre el mar Rojo. [L258]

Entre el montón tristísimo corrían
gentes desnudas y aterrorizadas,
sin refugio esperar o heliotropía: [L259]

esposados con sierpes a la espalda;
les hincaban la cola y la cabeza
en los riñones, encima montadas.

De pronto a uno que se hallaba cerca,
se lanzó una serpiente y le mordió
donde el cuello se anuda con los hombros.

Ni la O tan pronto, ni la I, se escribe,
cual se encendió y ardió, y todo en cenizas
se convirtió cayendo todo entero; [L260]

y luego estando así deshecho en tierra
amontonóse el polvo por si solo,
y en aquel mismo se tornó de súbito.

Así los grandes sabios aseguran
que muere el Fénix y después renace, [L261]
cuando a los cinco siglos ya se acerca:

no pace en vida cebada ni hierba,
sólo de incienso lágrimas y amomo,
y nardo y mirra son su último nido.

Y como aquel que cae sin saber cómo,
porque fuerza diabólica lo tira,
o de otra opilación que liga el ánimo, [L262]

que levantado mira alrededor,
muy conturbado por la gran angustia
que le ha ocurrido, y suspira al mirar:

igual el pecador al levantarse.
¡Oh divina potencia, cuán severa,
que tales golpes das en tu venganza!

El guía preguntó luego quién era:
y él respondió: «Lloví de la Toscana,
no ha mucho tiempo, en este fiero abismo.

Vida de bestia me plació, no de hombre,
como al mulo que fui: soy Vanni Fucci [L263]
bestia, y Pistoya me fue buena cuadra.»

Y yo a mi guía: «Dile que no huya,
y pregunta qué culpa aquí le arroja;
que hombre le vi de maldad y de sangre.»

Y el pecador, que oyó, no se escondía,
mas volvió contra mí el ánimo y rostro,
y de triste vergüenza enrojeció;

y dijo: «Más me duele que me halles
en la miseria en la que me estás viendo,
que cuando fui arrancado en la otra vida.

Yo no puedo ocultar lo que preguntas:
aquí estoy porque fui en la sacristía
ladrón de los hermosos ornamentos,

y acusaron a otro hombre falsamente;
mas porque no disfrutes al mirarme,
si del lugar oscuro tal vez sales,

abre el oído y este anuncio escucha:
Pistoya de los negros enflaquece: [L264]
luego en Florencia cambian gente y modos.

De Val de Magra Marte manda un rayo
rodeado de turbios nubarrones;
y en agria tempestad impetuosa,

sobre el campo Piceno habrá un combate; [L265]
y de repente rasgará la niebla,
de modo que herirá a todos los blancos.
¡Esto te digo para hacerte daño!»


CANTO XXV


El ladrón al final de sus palabras,
alzó las manos con un par de higas, [L266]
gritando: «Toma, Dios, te las dedico.»

Desde entonces me agradan las serpientes,
pues una le envolvió entonces el cuello,
cual si dijese: «No quiero que sigas»;

y otra a los brazos, y le sujetó
ciñéndose a sí misma por delante.
que no pudo con ella ni moverse.

¡Ah Pistoya, Pistoya, por qué niegas [L267]
incinerarte, así que más no dures,
pues superas en mal a tus mayores!

En todas las regiones del infierno
no vi a Dios tan soberbio algún espíritu,
ni el que cayó de la muralla en Tebas. [L268]

Aquel huyó sin decir más palabra;
y vi venir a un centauro rabioso,
llamando: «¿Dónde, dónde está el soberbio?»

No creo que Maremma tantas tenga,
cuantas bichas tenía por la grupa,
hasta donde comienzan nuestras formas.

Encima de los hombros, tras la nuca,
con las alas abiertas, un dragón
tenía; y éste quema cuanto toca.

Mi maestro me dijo: « Aquel es Caco, [L269]
que, bajo el muro del monte Aventino,
hizo un lago de sangre muchas veces.

No va con sus hermanos por la senda,
por el hurto que fraudulento hizo
del rebaño que fue de su vecino;

hasta acabar sus obras tan inicuas
bajo la herculea maza, que tal vez
ciento le dio, mas no sintió el deceno.»

Mientras que así me hablaba, se marchó,
y a nuestros pies llegaron tres espíritus, [L270]
sin que ni yo ni el guía lo advirtiésemos,

hasta que nos gritaron: «¿Quiénes sois?»:
por lo cual dimos fin a nuestra charla,
y entonces nos volvimos hacia ellos.

Yo no les conocí, pero ocurrió,
como suele ocurrir en ocasiones,
que tuvo el uno que llamar al otro,

diciendo: «Cianfa, ¿dónde te has metido?»
Y yo, para que el guía se fijase,
del mentón puse el dedo a la nariz.

Si ahora fueras, lector, lento en creerte
lo que diré, no será nada raro,
pues yo lo vi, y apenas me lo creo.

A ellos tenía alzada la mirada,
y una serpiente con seis pies a uno,
se le tira, y entera se le enrosca.

Los pies de en medio cogiéronle el vientre,
los de delante prendieron sus brazos,
y después le mordió las dos mejillas.

Los delanteros lanzóle a los muslos
y le metió la cola entre los dos,
y la trabó detrás de los riñones.

Hiedra tan arraigada no fue nunca
a un árbol, como aquella horrible fiera
por otros miembros enroscó los suyos.

Se juntan luego, tal si cera ardiente
fueran, y mezclan así sus colores,
no parecían ya lo que antes eran,

como se extiende a causa del ardor,
por el papel, ese color oscuro,
que aún no es negro y ya deja de ser blanco.

Los otros dos miraban, cada cual
gritando: «¡Agnel, ay, cómo estás cambiando!
¡mira que ya no sois ni dos ni uno!

Las dos cabezas eran ya una sola,
y mezcladas se vieron dos figuras
en una cara, donde se perdían.

Cuatro miembros hiciéronse dos brazos;
los muslos con las piernas, vientre y tronco
en miembros nunca vistos se tornaron.

Ya no existian las antiguas formas:
dos y ninguna la perversa imagen
parecía; y se fue con paso lento.

Como el lagarto bajo el gran azote
de la canícula, al cambiar de seto,
parece un rayo si cruza el camino;

tal parecía, yendo a las barrigas
de los restantes, una sierpe airada,
tal grano de pimienta negra y livida;

y en aquel sitio que primero toma
nuestro alimento, a uno le golpea;
luego al suelo cayó a sus pies tendida.

El herido miró, mas nada dijo;
antes, con los pies quietos, bostezaba,
como si fiebre o sueño le asaltase.

Él a la sierpe, y ella a él miraba;
él por la llaga, la otra por la boca
humeaban, el humo confundiendo.

Calle Lucano ahora donde habla
del mísero Sabello y de Nasidio, [L271]
y espere a oír aquello que describo.

Calle Ovidio de Cadmo y de Aretusa; [L272]
que si aquél en serpiente, en fuente a ésta
convirtió, poetizando, no le envidio;

que frente a frente dos naturalezas
no trasmutó, de modo que ambas formas
a cambiar dispusieran sus materias.

Se respondieron juntos de tal modo,
que en dos partió su cola la serpiente,
y el herido juntaba las dos hormas.

Las piernas con los muslos a sí mismos
tal se unieron, que a poco la juntura
de ninguna manera se veía.

Tomó la cola hendida la figura
que perdía aquel otro, y su pellejo
se hacía blando y el de aquélla, duro.

Vi los brazos entrar por las axilas,
y los pies de la fiera, que eran cortos,
tanto alargar como acortarse aquéllos.

Luego los pies de atrás, torcidos juntos, [L273]
el miembro hicieron que se oculta el hombre,
y el misero del suyo hizo dos patas.

Mientras el humo al uno y otro empaña
de color nuevo, y pelo hace crecer
por una parte y por la otra depila,

cayó el uno y el otro levantóse,
sin desviarse la mirada impía,
bajo la cual cambiaban sus hocicos.

El que era en pie lo trajo hacia las sienes,
y de mucha materia que allí había,
salió la oreja del carrillo liso;

lo que no fue detrás y se retuvo
de aquel sobrante, a la nariz dio forma,
y engrosó los dos labios, cual conviene.

El que yacía, el morro adelantaba,
y escondió en la cabeza las orejas,
como del caracol hacen los cuernos.

Y la lengua, que estaba unida y presta
para hablar antes, se partió; y la otra
partida, se cerró; y cesó ya el humo.

El alma que era en fiera convertida,
se echó a correr silbando por el valle,
y la otra, en pos de ella, hablando escupe.

Luego volvióle las espaldas nuevas,
y dijo al otro: «Quiero que ande Buso
como hice yo, reptando, su camino.»

Así yo vi la séptima zahúrda
mutar y trasmutar; y aquí me excuse
la novedad, si oscura fue la pluma.

Y sucedió que, aunque mi vista fuese
algo confusa, y encogido el ánimo,
no pudieron huir, tan a escondidas

que no les viese bien, Puccio Sciancato
-de los tres compañeros era el único
que no cambió de aquellos que vinieron-
era el otro a quien tú, Gaville, lloras,


CANTO XXVI


¡Goza, Florencia, ya que eres tan grande,
que por mar y por tierra bate alas,
y en el infierno se expande tu nombre!

Cinco nobles hallé entre los ladrones
de tus vecinos, de donde me vino
vergüenza, y para ti no mucha honra.

Mas si el soñar al alba es verdadero, [L274]
conocerás, de aquí a no mucho tiempo,
lo que Prato, no ya otras, te aborrece. [L275]

No fuera prematuro, si ya fuese:
¡Ojalá fuera ya, lo que ser debe!
que más me pesará, cuanto envejezco.

Nos marchamos de allí, y por los peldaños
que en la bajada nos sirvieron antes,
subió mi guía y tiraba de mí.

Y siguiendo el camino solitario,
por los picos y rocas del escollo,
sin las manos, el pie no se valía.

Entonces me dolió, y me duele ahora,
cuando, el recuerdo a lo que vi dirijo,
y el ingenio refreno más que nunca,

porque sin guía de virtud no corra;
tal que, si buena estrella, o mejor cosa,
me ha dado el bien, yo mismo no lo enturbie.

Cuantas el campesino que descansa
en la colina, cuando aquel que alumbra
el mundo, oculto menos tiene el rostro,

cuando a las moscas siguen los mosquitos,
luciérnagas contempla allá en el valle,
en el lugar tal vez que ara y vendimia;

toda resplandecía en llamaradas
la bolsa octava, tal como advirtiera
desde el sitio en que el fondo se veía.

Y como aquel que se vengó con osos, [L276]
vio de Elías el carro al remontarse,
y erguidos los caballos a los cielos,

que con los ojos seguir no podia,
ni alguna cosa ver salvo la llama,
como una nubecilla que subiese;

tal se mueven aquéllas por la boca
del foso, mas ninguna enseña el hurto,
y encierra un pecador cada centella.

Yo estaba tan absorto sobre el puente,
que si una roca no hubiese agarrado,
sin empujarme hubiérame caído.

Y viéndome mi guía tan atento
dijo: « Dentro del fuego están las almas,
todas se ocultan en donde se queman.»

«Maestro -le repuse-, al escucharte
estoy más cierto, pero ya he notado
que así fuese, y decírtelo quería:

¿quién viene en aquel fuego dividido,
que parece surgido de la pira
donde Eteocles fue puesto con su hermano?» [L277]

Me respondió: «Allí dentro se tortura
a Ulises y a Diomedes, y así juntos [L278]
en la venganza van como en la ira;

y dentro de su llama se lamenta
del caballo el ardid, que abrió la puerta
que fue gentil semilla a los romanos.

Se llora la traición por la que, muerta,
aún Daidamia se duele por Aquiles,
y por el Paladión se halla el castigo.»

«Si pueden dentro de aquellas antorchas
hablar -le dije- pídote, maestro,
y te suplico, y valga mil mi súplica,

que no me impidas que aguardar yo pueda
a que la llama cornuda aquí llegue;
mira cómo a ellos lleva mi deseo.»

Y él me repuso: «Es digno lo que pides
de mucha loa, y yo te lo concedo;
pero procura reprimir tu lengua.

Déjame hablar a mí, pues que comprendo
lo que quieres; ya que serán esquivos
por ser griegos, tal vez, a tus palabras.»

Cuando la llama hubo llegado a donde
lugar y tiempo pareció a mi guía,
yo le escuché decir de esta manera:

«¡Oh vosotros que sois dos en un fuego,
si os merecí, mientras que estaba vivo,
si os merecí, bien fuera poco o mucho,

cuando altos versos escribí en el mundo,
no os alejéis; mas que alguno me diga
dónde, por él perdido, halló la muerte.»

El mayor cuerno de la antigua llama
empezó a retorcerse murmurando,
tal como aquella que el viento fatiga;

luego la punta aquí y acá moviendo,
cual si fuese una lengua la que hablara,
fuera sacó la voz, y dijo: «Cuando [L279]

me separé de Circe, que sustrajó-
me más de un año allí junto a Gaeta,
antes de que así Eneas la llamase, [L280]

ni la filial dulzura, ni el cariño
del viejo padre, ni el amor debido,
que debiera alegrar a Penélope,

vencer pudieron el ardor interno
que tuve yo de conocer el mundo,
y el vicio y la virtud de los humanos;

mas me arrojé al profundo mar abierto, [L281]
con un leño tan sólo, y la pequeña
tripulación que nunca me dejaba.

Un litoral y el otro vi hasta España,
y Marruecos, y la isla de los sardos,
y las otras que aquel mar baña en torno.

Viejos y tardos ya nos encontrábamos,
al arribar a aquella boca estrecha
donde Hércules plantara sus columnas,

para que el hombre más allá no fuera:
a mano diestra ya dejé Sevilla,
y la otra mano se quedaba Ceuta.»

«Oh hermanos -dije-, que tras de cien mil
peligros a occidente habéis llegado,
ahora que ya es tan breve la vigilia

de los pocos sentidos que aún nos quedan,
negaros no queráis a la experiencia,
siguiendo al sol, del mundo inhabitado.

Considerar cuál es vuestra progenie:
hechos no estáis a vivir como brutos,
mas para conseguir virtud y ciencia.»

A mis hombres les hice tan ansiosos
del camino con esta breve arenga,
que no hubiera podido detenerlos;

y vuelta nuestra proa a la mañana, [L282]
alas locas hicimos de los remos,
inclinándose siempre hacia la izquierda.

Del otro polo todas las estrellas
vio ya la noche, y el nuestro tan bajo
que del suelo marino no surgía.

Cinco veces ardiendo y apagada
era la luz debajo de la luna,
desde que al alto paso penetramos,

cuando vimos una montaña, oscura
por la distancia, y pareció tan alta
cual nunca hubiera visto monte alguno.

Nos alegramos, mas se volvió llanto:
pues de la nueva tierra un torbellino
nació, y le golpeó la proa al leño.

Le hizo girar tres veces en las aguas;
a la cuarta la popa alzó a lo alto,
bajó la proa -como Aquél lo quiso-
hasta que el mar cerró sobre nosotros.


CANTO XXVII


Quieta estaba la llama ya y derecha
para no decir más, y se alejaba
con la licencia del dulce poeta,

cuando otra, que detrás de ella venía,
hizo volver los ojos a su punta,
porque salía de ella un son confuso.

Como mugía el toro siciliano [L283]
que primero mugió, y eso fue justo,
con el llanto de aquel que con su lima

lo templó, con la voz del afligido,
que, aunque estuviese forjado de bronce,
de dolor parecía traspasado;

así, por no existir hueco ni vía
para salir del fuego, en su lenguaje
las palabras amargas se tornaban.

Mas luego al encontrar ya su camino
por el extremo, con el movimiento
que la lengua le diera con su paso,

escuchamos: «Oh tú, a quien yo dirijo
la voz y que has hablado cual lombardo,
diciendo: "Vete ya; más no te incito",

aunque he llegado acaso un poco tarde,
no te pese el quedarte a hablar conmigo:
¡Mira que no me pesa a mí, que ardo!

Si tú también en este mundo ciego
has oído de aquella dulce tierra
latina, en que yo fui culpable, dime

si tiene la Romaña paz o guerra;
pues yo naci en los montes entre Urbino
y el yugo del que el Tiber se desata.» [L284]

Inclinado y atento aún me encontraba,
cuando al costado me tocó mi guía,
diciéndome: «Habla tú, que éste es latino.»

Yo, que tenía la respuesta pronta,
comencé a hablarle sin demora alguna:
«Oh alma que te escondes allá abajo,

tu Romaña no está, no estuvo nunca,
sin guerra en el afán de sus tiranos;
mas palpable ninguna dejé ahora. [L285]

Rávena está como está ha muchos años: [L286]
le los Polenta el águila allí anida,
al que a Cervia recubre con sus alas.

La tierra que sufrió la larga prueba [L287]
hizo de francos un montón sangriento,
bajo las garras verdes permanece.

El mastín viejo y joven de Verruchio, [L288]
que mala guardia dieron a Montaña,
clavan, donde solían, sus colmillos.

Las villas del Santerno y del Camone [L289]
manda el leoncito que campea en blanco,
que de verano a invierno el bando muda;

y aquella cuyo flanco el Savio baña, [L290]
como entre llano y monte se sitúa,
vive entre estado libre y tiranía.

Ahora quién eres, pido que me cuentes:
no seas más duro que lo fueron otros;
tu nombre así en el mundo tenga fama.»

Después que el fuego crepitó un momento
a su modo, movió la aguda punta
de aquí, de allí, y después lanzó este soplo:

«Si creyera que diese mi respuesta
a persona que al mundo regresara,
dejaría esta llama de agitarse;

pero, como jamás desde este fondo
nadie vivo volvió, si bien escucho,
sin temer a la infamia, te contestó:

Guerrero fui, y después fui cordelero,
creyendo, así ceñido, hacer enmienda,
y hubiera mi deseo realizado,

si a las primeras culpas, el gran Preste,
que mal haya, tornado no me hubiese;
y el cómo y el porqué, quiero que escuches:

Mientras que forma fui de carne y huesos
que mi madre me dio, fueron mis obras
no leoninas sino de vulpeja;

las acechanzas, las ocultas sendas
todas las supe, y tal llevé su arte,
que iba su fama hasta el confín del mundo.

Cuando vi que llegaba a aquella parte
de mi vida, en la que cualquiera debe
arriar las velas y lanzar amarras,

lo que antes me plació, me pesó entonces,
y arrepentido me volví y confeso,
¡ah miserable!, y me hubiera salvado.

El príncipe de nuevos fariseos, [L291]
haciendo guerra cerca de Letrán,
y no con sarracenos ni judíos,

que su enemigo todo era cristiano, [L292]
y en la toma de Acre nadie estuvo
ni comerciando en tierras del Sultán;

ni el sumo oficio ni las sacras órdenes
en sí guardó, ni en mí el cordón aquel
que suele hacer delgado a quien lo ciñe.

Pero, como a Silvestre Constantino, [L293]
allí en Sirati a curarle de lepra,
así como doctor me llamó éste

para curarle la soberbia fiebre:
pidióme mi consejo, y yo callaba,
pues sus palabras ebrias parecían.

Luego volvió a decir: «Tu alma no tema;
de antemano te absuelvo; enséñame
la forma de abatir a Penestrino.

El cielo puedo abrir y cerrar puedo,
porque son dos las llaves, como sabes,
que mi predecesor no tuvo aprecio.» [L294]

Los graves argumentos me punzaron
y, pues callar peor me parecia,
le dije: "Padre, ya que tú me lavas

de aquel pecado en el que caigo ahora,
larga promesa de cumplir escaso [L295]
hará que triunfes en el alto solio."

Luego cuando morí, vino Francisco, [L296]
mas uno de los negros querubines
le dijo: "No lo lleves: no me enfades.

Ha de venirse con mis condenados,
puesto que dio un consejo fraudulento,
y le agarro del pelo desde entonces;

que a quien no se arrepiente no se absuelve,
ni se puede querer y arrepentirse,
pues la contradicción no lo consiente."

¡Oh miserable, cómo me aterraba
al agarrarme diciéndome: "¿Acaso
no pensabas que lógico yo fuese?"

A Minos me condujo, y ocho veces
al duro lomo se ciñó la cola,
y después de morderse enfurecido,

dijo: "Este es reo de rabiosa llama",
por lo cual donde ves estoy perdido
y, así vestido, andando me lamento.»

Cuando hubo terminado su relato,
se retiró la llama dolorida,
torciendo y debatiendo el cuerno agudo.

A otro lado pasamos, yo y mi guía,
por cima del escollo al otro arco
que cubre el foso, donde se castiga
a los que, discordiando, adquieren pena.


CANTO XXVIII


Aun si en prosa lo hiciese, ¿quién podría
de tanta sangre y plagas como vi
hablar, aunque contase mochas veces?

En verdad toda lengua fuera escasa
porque nuestro lenguaje y nuestra mente
no tienen juicio para abarcar tanto.

Aunque reuniesen a todo aquel gentío [L297]
que allí sobre la tierra infortunada
de Apulia, foe de su sangre doliente

por los troyanos y la larga guerra
que tan grande despojo hizo de anillos,
cual Livio escribe, y nunca se equivoca; [L298]

y quien sufrió los daños de los golpes
por oponerse a Roberto Guiscardo;
y la otra cuyos huesos aún se encuentran

en Caperano, donde fue traidor [L299]
todo el pullés; y la de Tegliacozzo,
que venció desarmado el viejo Alardo, [L300]

y cuál cortado y cuál roto su miembro
mostrase, vanamente imitaría
de la novena bolsa el modo inmundo.

Una cuba, que duela o fondo pierde,
como a uno yo vi, no se vacía,
de la barbilla abierto al bajo vientre;

por las piernas las tripas le colgaban,
vela la asadura, el triste saco
que hace mierda de todo lo que engulle.

Mientras que en verlo todo me ocupaba,
me miró y con la mano se abrió el pecho
diciendo: «¡Mira cómo me desgarro!

imira qué tan maltrecho está Mahoma! [L301]
Delante de mí Alí llorando marcha, [L302]
rota la cara del cuello al copete.

Todos los otros que tú ves aquí,
sembradores de escándalo y de cisma
vivos fueron, y así son desgarrados.

Hay detrás un demonio que nos abre,
tan crudamente, al tajo de la espada,
cada cual de esta fila sometiendo,

cuando la vuelta damos al camino;
porque nuestras heridas se nos cierran
antes que otros delante de él se pongan.

Mas ¿quién eres, que husmeas en la roca,
tal vez por retrasar ir a la pena,
con que son castigadas tus acciones?»

«Ni le alcanza aún la muerte, ni el castigo
-respondió mi maestro- le atormenta;
mas, por darle conocimiento pleno,

yo, que estoy muerto, debo conducirlo
por el infierno abajo vuelta a vuelta:
y esto es tan cierto como que te hablo.»

Mas de cien hubo que, cuando lo oyeron,
en el foso a mirarme se pararon
llenos de asombro, olvidando el martirio.

« Pues bien, di a Fray Dolcín que se abastezca,
tú que tal vez verás el sol en breve, [L303]
si es que no quiere aquí seguirme pronto,

tanto, que, rodeado por la nieve,
no deje la victoria al de Novara, [L304]
que no sería fácil de otro modo.»

Después de alzar un pie para girarse,
estas palabras díjome Mahoma;
luego al marcharse lo fijó en la tierra.

Otro, con la garganta perforada,
cortada la nariz hasta las cejas,
que una oreja tenía solamente,

con los otros quedó, maravillado,
y antes que los demás, abrió el gaznate,
que era por fuera rojo por completo;

y dijo: «Oh tú a quien culpa no condena
y a quien yo he visto en la tierra latina,
si mucha semejanza no me engaña,

acuérdate de Pier de Medicina, [L305]
si es que vuelves a ver el dulce llano,
que de Vercelli a Marcabó desciende. [L306]

Y haz saber a los dos grandes de Fano, [L307]
a maese Guido y a maese Angiolello,
que, si no es vana aquí la profecía,

arrojados serán de su bajel,
y agarrotados cerca de Cattolica,
por traición de tirano fementido.

Entre la isla de Chipre y de Mallorca
no vio nunca Neptuno tal engaño,
no de piratas, no de gente argólica.

Aquel traidor que ve con sólo uno,
y manda en el país que uno a mi lado
quisiera estar ayuno de haber visto,

ha de hacerles venir a una entrevista;
luego hará tal, que al viento de Focara
no necesitarán preces ni votos.»

Y yo le dije: «Muéstrame y declara,
si quieres que yo lleve tus noticias,
quién es el de visita tan amarga.»

Puso entonces la mano en la mejilla
de un compañero, y abrióle la boca,
gritando: «Es éste, pero ya no habla;

éste, exiliado, sembraba la duda, [L308]
diciendo a César que el que está ya listo
siempre con daño el esperar soporta.»

¡Oh cuán acobardado parecía,
con la lengua cortada en la garganta,
Curión que en el hablar fue tan osado!

Y uno, con una y otra mano mochas,
que alzaba al aire oscuro los muñones,
tal que la sangre le ensuciaba el rostro,

gritó: «Te acordarás también del Mosca, [L309]
que dijo: "Lo empezado fin requiere",
que fue mala simiente a los toscanos.»

Y yo le dije: «Y muerte de tu raza.» [L310]
Y él, dolor a dolor acumulado,
se fue como persona triste y loca.

Mas yo quedé para mirar el grupo,
y vi una cosa que me diera miedo,
sin más pruebas, contarla solamente,

si no me asegurase la conciencia,
esa amiga que al hombre fortifica
en la confianza de sentirse pura.

Yo vi de cierto, y parece que aún vea,
un busto sin cabeza andar lo mismo
que iban los otros del rebaño triste;

la testa trunca agarraba del pelo,
cual un farol llevándola en la mano;
y nos miraba, y «¡Ay de mí!» decía.

De sí se hacía a sí mismo lucerna,
y había dos en uno y uno en dos:
cómo es posible sabe Quien tal manda.

Cuando llegado hubo al pie del puente,
alzó el brazo con toda la cabeza,
para decir de cerca sus palabras,

que fueron: «Mira mi pena tan cruda
tú que, inspirando vas viendo a los muertos;
mira si alguna hay grande como es ésta.

Y para que de mí noticia lleves
sabrás que soy Bertrand de Born, aquel [L311]
que diera al joven rey malos consejos.

Yo hice al padre y al hijo enemistarse:
Aquitael no hizo más de Absalón [L312]
y de David con perversas punzadas:

Y como gente unida así he partido,
partido llevo mi cerebro, ¡ay triste!,
de su principio que está en este tronco.
Y en mí se cumple la contrapartida.»


CANTO XXIX


La mucha gente y las diversas plagas,
tanto habian mis ojos embriagado,
que quedarse llorando deseaban;

mas Virgilio me dijo: «¿En qué te fijas?
¿Por qué tu vista se detiene ahora
tras de las tristes sombras mutiladas?

Tú no lo hiciste así en las otras bolsas;
piensa, si enumerarlas crees posible,
que millas veintidós el valle abarca.

Y bajo nuestros pies ya está la luna:
Del tiempo concedido queda poco,
y aún nos falta por ver lo que no has visto.»

«Si tú hubieras sabido -le repuse-
la razón por la cual miraba, acaso
me hubieses permitido detenerme.»

Ya se marchaba, y yo detrás de él,
mi guía, respondiendo a su pregunta
y añadiéndole: «Dentro de la cueva,

donde los ojos tan atento puse,
creo que un alma de mi sangre llora
la culpa que tan caro allí se paga.» [L313]

Dijo el maestro entonces: «No entretengas
de aquí adelante en ello el pensamiento:
piensa otra cosa, y él allá se quede;

que yo le he visto al pie del puentecillo
señalarte, con dedo amenazante,
y llamarlo escuché Geri del Bello.

Tan distraído tú estabas entonces
con el que tuvo Altaforte a su mando, [L314]
que se fue porque tú no le atendías.»

«Oh guía mío, la violenta muerte
que aún no le ha vengado -yo repuse-
ninguno que comparta su vergüenza,

hácele desdeñoso; y sin hablarme
se ha marchado, del modo que imagino;
con él por esto he sido más piadoso.»

Conversamos así hasta el primer sitio
que desde el risco el otro valle muestra,
si hubiese allí más luz, todo hasta el fondo.

Cuando estuvimos ya en el postrer claustro
de Malasbolsas, y que sus profesos
a nuestra vista aparecer podían,

lamentos saeteáronme diversos,
que herrados de piedad dardos tenían;
y me tapé por ello los oídos.

Como el dolor, si con los hospitales
de Valdiquiana entre junio y septiembre,
los males de Maremma y de Cerdeña, [L315]

en una fosa juntos estuvieran,
tal era aquí; y tal hedor desprendía,
como suele venir de miembros muertos.

Descendimos por la última ribera
del largo escollo, a la siniestra mano;
y entonces pude ver más claramente

allí hacia el fondo, donde la ministra
del alto Sir, infafble justicia,
castiga al falseador que aquí condena.

Yo no creo que ver mayor tristeza
en Egina pudiera el pueblo enfermo, [L316]
cuando se llenó el aire de ponzoña,

pues, hasta el gusanillo, perecieron
los animales; y la antigua gente,
según que los poeta aseguran,

se engendró de la estirpe de la hormiga;
como era viendo por el valle oscuro
languidecer las almas a montones.

Cuál sobre el vientre y cuál sobre la espalda,
yacía uno del otro, y como a gatas,
por el triste sendero caminaban.

Muy lentamente, sin hablar, marchábamos,
mirando y escuchando a los enfermos,
que levantar sus cuerpos no podían.

Vi sentados a dos que se apoyaban, [L317]
como al cocer se apoyan teja y teja,
de la cabeza al pie llenos de pústulas.

Y nunca vi moviendo la almohaza
a muchacho esperado por su amo,
ni a aquel que con desgana está aún en vela,

como éstos se mordían con las uñas
a ellos mismos a causa de la saña
del gran picor, que no tiene remedio;

y arrancaban la sarna con las uñas,
como escamas de meros el cuchillo,
o de otro pez que las tenga más grandes.

«Oh tú que con los dedos te desuellas
-se dirigió mi guía a uno de aquéllos-
y que a veces tenazas de ellos haces,

dime si algún latino hay entre éstos
que están aquí, así te duren las uñas
eternamente para esta tarea.»

«Latinos somos quienes tan gastados
aquí nos ves -llorando uno repuso-;
¿y quién tú, que preguntas por nosotros?»

Y el guía dijo: «Soy uno que baja
con este vivo aquí, de grada en grada,
y enseñarle el infierno yo pretendo.»

Entonces se rompió el común apoyo;
y temblando los dos a mí vinieron
con otros que lo oyeron de pasada.

El buen maestro a mí se volvió entonces,
diciendo: «Diles todo lo que quieras»;
y yo empecé, pues que él así quería:

«Así vuestra memoria no se borre
de las humanas mentes en el mundo,
mas que perviva bajo muchos soles,

decidme quiénes sois y de qué gente:
vuestra asquerosa y fastidiosa pena
el confesarlo espanto no os produzca.»

«Yo fui de Arezzo, y Albero el de Siena [L318]
-repuso uno- púsome en el fuego,
pero no me condena aquella muerte.

Verdad es que le dije bromeando:
"Yo sabré alzarme en vuelo por el aire"
y aquél, que era curioso a insensato,

quiso que le enseñase el arte; y sólo
porque no le hice Dédalo, me hizo
arder así como lo hizo su hijo.

Mas en la última bolsa de las diez,
por la alquimia que yo en el mundo usaba,
me echó Minos, que nunca se equivoca.»

Y yo dije al maestro: «tHa habido nunca
gente tan vana como la sienesa?
cierto, ni la francesa llega a tanto.»

Como el otro leproso me escuchara,
repuso a mis palabras: «Quita a Stricca, [L319]
que supo hacer tan moderados gastos;

y a Niccolò, que el uso dispendioso
del clavo descubrió antes que ninguno,
en el huerto en que tal simiento crece;

y quita la pandilla en que ha gastado
Caccia d'Ascian la viña y el gran bosque,
y el Abbagliato ha perdido su juicio.

Mas por que sepas quién es quien te sigue
contra el sienés, en mí la vista fija,
que mi semblante habrá de responderte:

verás que soy la sombra de Capoccio, [L320]
que falseé metales con la alquimia;
y debes recordar, si bien te miro,
que por naturaleza fui una mona.»


CANTO XXX


Cuando Juno por causa de Semele [L321]
odio tenia a la estirpe tebana,
como lo demostró en tantos momentos,

Atamante volvióse tan demente, [L322]
que, viendo a su mujer con los dos hijos
que en cada mano a uno conducía,

gritó: «¡Tendamos redes, y atrapemos
a la leona al pasar y a los leoncitos!»;
y luego con sus garras despiadadas.

agarró al que Learco se llamaba,
le volteó y le dio contra una piedra;
y ella se ahogó cargada con el otro.

Y cuando la fortuna echó por tierra [L323]
la soberbia de Troya tan altiva,
tal que el rey junto al reino fue abatido,

Hécuba triste, mísera y cautiva,
luego de ver a Polixena muerta,
y a Polidoro allí, junto a la orilla

del mar, pudo advertir con tanta pena,
desgarrada ladró tal como un perro;
tanto el dolor su mente trastornaba.

Mas ni de Tebas furias ni troyanas
se vieron nunca en nadie tan crueles,
ni a las bestias hiriendo, ni a los hombres,

cuanto en dos almas pálidas, desnudas,
que mordiendo corrían, vi, del modo
que el cerdo cuando deja la pocilga.

Una cogió a Capocchio, y en el nudo
del cuello le mordió, y al empujarle,
le hizo arañar el suelo con el vientre.

Y el aretino, que quedó temblando,
me dijo: « El loco aquel es Gianni Schichi, [L324]
que rabioso a los otros así ataca.»

«Oh -le dije- así el otro no te hinque
los dientes en la espalda, no te importe
el decirme quién es antes que escape.»

Y él me repuso: «El alma antigua es ésa
de la perversa Mirra, que del padre [L325]
lejos del recto amor, se hizo querida.

El pecar con aquél consiguió ésta
falsificándose en forma de otra,
igual que osó aquel otro que se marcha,

por ganarse a la reina de las yeguas,
falsificar en sí a Buoso Donati, [L326]
testando y dando norma al testamente.»

Y cuando ya se fueron los rabiosos,
sobre los cuales puse yo la vista,
la volví por mirar a otros malditos.

Vi a uno que un laúd parecería
si le hubieran cortado por las ingles
del sitio donde el hombre se bifurca.

La grave hidropesía, que deforma
los miembros con humores retenidos,
no casado la cara con el vientre,

le obliga a que los labios tenga abiertos,
tal como a causa de la sed el hético,
que uno al mentón, y el otro lleva arriba.

«Ah vosotros que andáis sin pena alguna,
y yo no sé por qué, en el mundo bajo
-él nos dijo-, mirad y estad atentos

a la miseria de maese Adamo: [L327]
mientras viví yo tuve cuanto quise,
y una gota de agua, ¡ay triste!, ansío.

Los arroyuelos que en las verdes lomas
de Casentino bajan hasta el Arno,
y hacen sus cauces fríos y apacibles,

siempre tengo delante, y no es en vano;
porque su imagen aún más me reseca
que el mal con que mi rostro se descarna.

La rígida justicia que me hiere
se sirve del lugar en que pequé
para que ponga en fuga más suspiros.

Está Romena allí, donde hice falsa
la aleación sigilada del Bautista,
por lo que el cuerpo quemado dejé.

Pero si viese aquí el ánima triste
de Guido o de Alejandro o de su hermano, [L328]
Fuente Branda, por verlos, no cambiase. [L329]

Una ya dentro está, si las rabiosas
sombras que van en torno no se engañan,
¿mas de qué sirve a mis miembros ligados?

Si acaso fuese al menos tan ligero
que anduviese en un siglo una pulgada,
en el camino ya me habría puesto,

buscándole entre aquella gente infame,
aunque once millas abarque esta fosa,
y no menos de media de través.

Por aquellos me encuentro en tal familia:
pues me indujeron a acuñar florines
con tres quilates de oro solamente.»

Y yo dije: «¿Quién son los dos mezquinos
que humean, cual las manos en invierno,
apretados yaciendo a tu derecha?»

«Aquí los encontré, y no se han movido
-me repuso- al llover yo en este abismo [L330]
ni eternamente creo que se muevan.

Una es la falsa que acusó a José;
otro el falso Sinón, griego de Troya: [L331]
por una fiebre aguda tanto hieden.»

Y uno de aquéllos, lleno de fastidio
tal vez de ser nombrados con desprecio,
le dio en la dura panza con el puño.

Ésta sonó cual si fuese un tambor;
y maese Adamo le pegó en la cara
con su brazo que no era menos duro,

diciéndole: «Aunque no pueda moverme,
porque pesados son mis miembros, suelto
para tal menester tengo mi brazo.»

Y aquél le respondió: « Al encaminarte
al fuego, tan veloz no lo tuviste:
pero sí, y más, cuando falsificabas.»

Y el hidrópico dijo: «Eso es bien cierto;
mas tan veraz testimonio no diste
al requerirte la verdad en Troya.»

«Si yo hablé en falso, el cuño falseaste
-dijo Sinón- y aquí estoy por un yerro,
y tú por más que algún otro demonio.»

«Acuérdate, perjuro, del caballo
-repuso aquel de la barriga hinchada-;
y que el mundo lo sepa y lo castigue.»

«Y te castigue a ti la sed que agrieta
-dijo el griego- la lengua, el agua inmunda
que al vientre le hace valla ante tus ojos.»

Y el monedero dilo: «Así se abra
la boca por tu mal, como acostumbra;
que si sed tengo y me hincha el humor,

te duele la cabeza y tienes fiebre;
y a lamer el espejo de Narciso, [L332]
te invitarían muy pocas palabras.»

Yo me estaba muy quieto para oírles
cuando el maestro dijo: «¡Vamos, mira!
no comprendo qué te hace tanta gracia.»

Al oír que me hablaba con enojo,
hacia él me volví con tal vergüenza,
que todavía gira en mi memoria.

Como ocurre a quien sueña su desgracia,
que soñando aún desea que sea un sueño,
tal como es, como si no lo fuese,

así yo estaba, sin poder hablar,
deseando escusarme, y escusábame
sin embargo, y no pensaba hacerlo.

«Falta mayor menor vergüenza lava
-dijo el maestro-, que ha sido la tuya;
así es que ya descarga tu tristeza.

Y piensa que estaré siempre a tu lado,
si es que otra vez te lleva la fortuna
donde haya gente en pleitos semejantes:
pues el querer oír eso es vil deseo.»


CANTO XXXI


La misma lengua me mordió primero,
haciéndome teñir las dos mejillas,
y después me aplicó la medicina:

así escuché que solía la lanza [L333]
de Aquiles y su padre ser causante
primero de dolor, después de alivio,

Dimos la espalda a aquel mísero valle
por la ribera que en torno le ciñe,
y sin ninguna charla lo cruzamos.

No era allí ni de día ni de noche,
y poco penetraba con la vista;
pero escuché sonar un alto cuerno,

tanto que habría a los truenos callado,
y que hacia él su camino siguiendo,
me dirigió la vista sólo a un punto.

Tras la derrota dolorosa, cuando [L334]
Carlomagno perdió la santa gesta,
Orlando no tocó con tanta furia.

A poco de volver allí mi rostro,
muchas torres muy altas creí ver;
y yo: «Maestro, di, ¿qué muro es éste?»

Y él a mí: «Como cruzas las tinieblas
demasiado a lo lejos, te sucede
que en el imaginar estás errado.

Bien lo verás, si llegas a su vera,
cuánto el seso de lejos se confunde;
así que marcha un poco más aprisa.»

Y con cariño cogióme la mano,
y dijo: «Antes que hayamos avanzado,
para que menos raro te parezca,

sabe que no son torres, mas gigantes, [L335]
y en el pozo al que cerca esta ribera
están metidos, del ombligo abajo.»

Como al irse la niebla disipando,
la vista reconoce poco a poco
lo que esconde el vapor que arrastra el aire,

así horadando el aura espesa y negra,
más y más acercándonos al borde,
se iba el error y el miedo me crecía;

pues como sobre la redonda cerca
Monterregión de torres se corona, [L336]
así aquel margen que el pozo circunda

con la mitad del cuerpo torreaban
los horribles gigantes, que amenaza [L337]
aún desde el cielo Júpiter tronando.

Y yo miraba ya de alguno el rostro,
la espalda, el pecho y gran parte del vientre,
y los brazos cayendo a los costados.

Cuando dejó de hacer Naturaleza
aquellos animales, muy bien hizo,
porque tales ayudas quitó a Marte;

Y si ella de elefantes y ballenas
no se arrepiente, quien atento mira,
más justa y más discreta ha de tenerla;

pues donde el argumento de la mente
al mal querer se junta y a la fuerza,
el hombre no podría defenderse.

Su cara parecía larga y gruesa
como la Piña de San Pedro, en Roma, [L338]
y en esta proporción los otros huesos;

y así la orilla, que les ocultaba
del medio abajo, les mostraba tanto
de arriba, que alcanzar su cabellera

tres frisones en vano pretendiesen;
pues treinta grandes palmos les veía
de abajo al sitio en que se anuda el manto. [L339]

«Raphel may amech zabi almi», [L340]
a gritar empezó la fiera boca,
a quien más dulces salmos no convienen.

Y mi guía hacia él: « ¡Alma insensata,
coge tu cuerno, y desfoga con él
cuanta ira o pasión así te agita!

Mirate al cuello, y hallarás la soga
que amarrado lo tiene, alma turbada,
mira cómo tu enorme pecho aprieta.»

Después me dijo: «A sí mismo se acusa.
Este es Nembrot, por cuya mala idea
sólo un lenguaje no existe en el mundo.

Dejémosle, y no hablemos vanamente,
porque así es para él cualquier lenguaje,
cual para otros el suyo: nadie entiende.»

Seguimos el viaje caminando
a la izquierda, y a un tiro de ballesta,
otro encontramos más feroz y grande.

Para ceñirlo quién fuera el maestro,
decir no sé, pero tenía atados
delante el otro, atrás el brazo diestro,

una cadena que le rodeaba
del cuello a abajo, y por lo descubierto
le daba vueltas hasta cinco veces.

«Este soberbio quiso demostrar [L341]
contra el supremo Jove su potencia
-dijo mi guía- y esto ha merecido.

Se llama Efialte; y su intentona hizo
al dar miedo a los dioses los gigantes:
los brazos que movió, ya más no mueve.»

Y le dije: «Quisiera, si es posible,
que del desmesurado Briareo [L342]
puedan tener mis ojos experiencia.»

Y él me repuso: «A Anteo ya verás [L343]
cerca de aquí, que habla y está libre,
que nos pondrá en el fondo del infierno.

Aquel que quieres ver, está muy lejos,
y está amarrado y puesto de igual modo,
salvo que aún más feroz el rostro tiene.»

No hubo nunca tan fuerte terremoto,
que moviese una torre con tal fuerza,
como Efialte fue pronto en revolverse.

Más que nunca temí la muerte entonces,
y el miedo solamente bastaría
aunque no hubiese visto las cadenas.

Seguimos caminando hacia adelante
y llegamos a Anteo: cinco alas
salían de la fosa, sin cabeza.

«Oh tú que en el afortunado valle [L344]
que heredero a Escipión de gloria hizo,
al escapar Aníbal con los suyos,

mil leones cazaste por botín,
y que si hubieses ido a la alta lucha
de tus hermanos, hay quien ha pensado

que vencieran los hijos de la Tierra;
bájanos, sin por ello despreciarnos,
donde al Cocito encierra la friura.

A Ticio y a Tifeo no nos mandes; [L345]
éste te puede dar lo que deseas; [L346]
inclínate, y no tuerzas el semblante.

Aún puede darte fama allá en el mundo,
pues que está vivo y larga vida espera,
si la Gracia a destiempo no le llama.»

Así dijo el maestro; y él deprisa
tendió la mano, y agarró a mi guía,
con la que a Hércules diera el fuerte abrazo.

Virgilio, cuando se sintió cogido,
me dijo: «Ven aquí, que yo te coja»;
luego hizo tal que un haz éramos ambos.

Cual parece al mirar la Garisenda [L347]
donde se inclina, cuando va una nube
sobre ella, que se venga toda abajo;

tal parecióme Anteo al observarle
y ver que se inclinaba, y fue en tal hora
que hubiera preferido otro camino.

Mas levemente al fondo que se traga [L348]
a Lucifer con Judas, nos condujo;
y así inclinado no hizo más demora,
y se alzó como el mástil en la nave.


CANTO XXXII


Si rimas broncas y ásperas tuviese, [L349]
como merecerfa el agujero
sobre el que apoyan las restantes rocas

exprimiría el jugo de mi tema
más plenamente; mas como no tengo,
no sin miedo a contarlo me dispongo;

que no es empresa de tomar a juego
de todo el orbe describir el fondo,
ni de lengua que diga «mama» o «papa».

Mas a mi verso ayuden las mujeres [L350]
que a Anfión a cerrar Tebas ayudaron,
y del hecho el decir no sea diverso.

¡Oh sobre todas mal creada plebe,
que el sitio ocupas del que hablar es duro,
mejor serla ser cabras u ovejas!

Cuando estuvimos ya en el negro pozo, [L351]
de los pies del gigante aún más abajo,
y yo miraba aún la alta muralla,

oí decirme: «Mira dónde pisas:
anda sin dar patadas a la triste
cabeza de mi hermano desdichado.»

Por lo cual me volví, y vi por delante
y a mis plantas un lago que, del hielo,
de vidrio, y no de agua, tiene el rostro.

A su corriente no hace tan espeso
velo, en Austria, el Danubio en el invierno,
ni bajo el frío cielo allá el Tanais, [L352]

como era allí; porque si el Pietrapana [L353]
o el Tambernic, encima le cayese, [L354]
ni «crac» hubiese hecho por el golpe.

Y tal como croando está la rana,
fuera del agua el morro, cuando sueña
con frecuencia espigar la campesina, [L355]

lívidas, hasta el sitio en que aparece [L356]
la vergüenza, en el hielo había sombras,
castañeteando el diente cual cigüeñas.

Hacia abajo sus rostros se volvían:
el frío con la boca, y con los ojos
el triste corazón testimoniaban.

Después de haber ya visto un poco en torno, [L357]
miré, a mis pies, a dos tan estrechados,
que mezclados tenían sus cabellos.

«Decidme, los que así apretáis los pechos
-les dije- ¿Quiénes sois?» Y el cuello irguieron;
y al alzar la cabeza, chorrearon

sus ojos, que antes eran sólo blandos
por dentro, hasta los labios, y ató el hielo
las lágrimas entre ellos, encerrándolos.

Leño con leño grapa nunca une
tan fuerte; por lo que, como dos chivos,
los dos se golpearon iracundos.

Y uno, que sin orejas se encontraba
por la friura, con el rostro gacho,
dijo: «¿Por qué nos miras de ese modo?

Si saber quieres quién son estos dos,
el valle en que el Bisenzo se derrama
fue de Alberto, su padre, y de estos hijos.

De igual cuerpo salieron; y en Caína
podrás buscar, y no encontrarás sombra
más digna de estar puesta en este hielo;

no aquel a quien rompiera pecho y sombra, [L358]
por la mano de Arturo, un solo golpe;
no Focaccia; y no éste, que me tapa [L359]

con la cabeza y no me deja ver,
y fue llamado Sassol Mascheroni: [L360]
si eres toscano bien sabrás quién fue.

Y porque en más sermones no me metas,
sabe que fui Camincion dei Pazzi; [L361]
y espero que Carlino me haga bueno.» [L362]

Luego yo vi mil rostros por el frío [L363]
amoratados, y terror me viene,
y siempre me vendrá de aquellos hielos.

Y mientras que hacia el centro caminábamos,
en el que toda gravedad se aúna,
y yo en la eterna lobreguez temblaba,

si el azar o el destino o Dios lo quiso,
no sé; mas paseando entre cabezas,
golpeé con el pie el rostro de una. [L364]

Llorando me gritó: «¿Por qué me pisas?
Si a aumentar tú no vienes la venganza
de Monteaperti, ¿por qué me molestas?»

Y yo: «Maestro mío, espera un poco
pues quiero que me saque éste de dudas;
y luego me darás, si quieres, prisa.»

El guía se detuvo y dije a aquel
que blasfemaba aún muy duramente:
« ¿Quién eres tú que así reprendes a otros?»

«Y tú ¿quién eres que por la Antenora
vas golpeando -respondió- los rostros,
de tal forma que, aun vivo, mucho fuera?»

«Yo estoy vivo, y acaso te convenga
-fue mi respuesta-, si es que quieres fama,
que yo ponga tu nombre entre los otros.»

Y él a mí: «Lo contrario desearía;
márchate ya de aquí y no me molestes,
que halagar sabes mal en esta gruta.»

Entonces le cogí por el cogote,
y dije: «Deberás decir tu nombre,
o quedarte sin pelo aquí debajo.»

Por lo que dijo: «Aunque me descabelles,
no te diré quién soy, ni he de decirlo,
aunque mil veces golpees mi cabeza.»

Ya enroscados tenía sus cabellos,
y ya más de un mechón le había arrancado,
mientras ladraba con la vista gacha,

cuando otro le gritó: «¿Qué tienes, Bocca?
¿No te basta sonar con las quijadas,
sino que ladras? ¿quién te da tormento?»

«Ahora -le dije yo- no quiero oírte,
oh malvado traidor: que en tu deshonra,
he de llevar de ti veraces nuevas.»

«Vete -repuso- y di lo que te plazca,
pero no calles, si de aquí salieras,
de quien tuvo la lengua tan ligera.

Él llora aquí el dinero del francés: [L365]
"Yo vi -podrás decir- a aquel de Duera,
donde frescos están los pecadores."

Si fuera preguntado "¿y esos otros?",
tienes al lado a aquel de Beccaría, [L366]
del cual segó Florencia la garganta.

Gianni de Soldanier creo que está [L367]
allá con Ganelón y Teobaldelo, [L368]
que abrió Faenza mientras que dormía.»

Nos habíamos de éstos alejado,
cuando vi a dos helados en un hoyo,
y una cabeza de otra era sombrero;

y como el pan con hambre se devora,
así el de arriba le mordía al otro
donde se juntan nuca con cerebro.

No de otra forma Tideo roía
la sien a Menalipo por despecho, [L369]
que aquél el cráneo y las restantes cosas.

«Oh tú, que muestras por tan brutal signo
un odio tal por quien así devoras,
dime el porqué -le dije- de ese trato,

que si tú con razón te quejas de él,
sabiendo quiénes sois, y su pecado,
aún en el mundo pueda yo vengarte,
si no se seca aquella con la que hablo.»


CANTO XXXIII


De la feroz comida alzó la boca
el pecador, limpiándola en los pelos
de la cabeza que detrás roía.

Luego empezó: «Tú quieres que renueve
el amargo dolor que me atenaza
sólo al pensarlo, antes que de ello hable.

Mas si han de ser simiente mis palabras
que dé frutos de infamia a este traidor
que muerdo, al par verás que lloro y hablo.

Ignoro yo quién seas y en qué forma
has llegado hasta aquí, mas de Florencia
de verdad me pareces al oírte.

Debes saber que fui el conde Ugolino [L370]
y este ha sido Ruggieri, el arzobispo; [L371]
por qué soy tal vecino he de contarte.

Que a causa de sus malos pensamientos,
y fiándome de él fui puesto preso
y luego muerto, no hay que relatarlo;

mas lo que haber oído no pudiste,
quiero decir, lo cruel que fue mi muerte,
escucharás: sabrás si me ha ofendido.

Un pequeño agujero de «la Muda» [L372]
que por mí ya se llama «La del Hambre»,
y que conviene que a otros aún encierre,

enseñado me había por su hueco
muchas lunas, cuando un mal sueño tuve
que me rasgó los velos del futuro.

Éste me apareció señor y dueño,
a la caza del lobo y los lobeznos [L373]
en el monte que a Pisa oculta Lucca.

Con perros flacos, sabios y amaestrados,
los Gualandis, Lanfrancos y Sismondis [L374]
al frente se encontraban bien dispuestos.

Tras de corta carrera vi rendidos
a los hijos y al padre, y con colmillos
agudos vi morderles los costados.

Cuando me desperté antes de la aurora,
llorar sentí en el sueño a mis hijitos
que estaban junto a mí, pidiendo pan.

Muy cruel serás si no te dueles de esto,
pensando lo que en mi alma se anunciaba:
y si no lloras, ¿de qué llorar sueles?

Se despertaron, y llegó la hora
en que solían darnos la comida,
y por su sueño cada cual dudaba.

Y oí clavar la entrada desde abajo
de la espantosa torre; y yo miraba
la cara a mis hijitos sin moverme.

Yo no lloraba, tan de piedra era;
lloraban ellos; y Anselmuccio dijo: [L375]
«Cómo nos miras, padre, ¿qué te pasa?»

Pero yo no lloré ni le repuse
en todo el día ni al llegar la noche,
hasta que un nuevo sol salía a mundo.

Como un pequeño rayo penetrase
en la penosa cárcel, y mirara
en cuatro rostros mi apariencia misma,

ambas manos de pena me mordía;
y al pensar que lo hacía yo por ganas
de comer, bruscamente levantaron,

diciendo: « Padre, menos nos doliera
si comes de nosotros; pues vestiste
estas míseras carnes, las despoja.»

Por más no entristecerlos me calmaba;
ese día y al otro nada hablamos:
Ay, dura tierra, ¿por qué no te abriste?

Cuando hubieron pasado cuatro días,
Gaddo se me arrojó a los pies tendido, [L376]
diciendo: «Padre, ¿por qué no me ayudas?»

Allí murió: y como me estás viendo,
vi morir a los tres uno por uno
al quinto y sexto día; y yo me daba

ya ciego, a andar a tientas sobre ellos.
Dos días les llamé aunque estaban muertos:
después más que el dolor pudo el ayuno.» [L377]

Cuando esto dijo, con torcidos ojos
volvió a morder la mísera cabeza,
y los huesos tan fuerte como un perro.

¡Ah Pisa, vituperio de las gentes
del hermoso país donde el «sí» suena!,
pues tardos al castigo tus vecinos,

muévanse la Gorgona y la Capraia, [L378]
y hagan presas allí en la hoz del Arno,
para anegar en ti a toda persona;

pues si al conde Ugolino se acusaba
por la traición que hizo a tus castillos,
no debiste a los hijos dar tormento.

Inocentes hacía la edad nueva,
nueva Tebas, a Uguiccion y al Brigada [L379]
y a los otros que el canto ya ha nombrado.»

A otro lado pasamos, y a otra gente [L380]
envolvía la helada con crudeza,
y no cabeza abajo sino arriba.

El llanto mismo el lloro no permite,
y la pena que encuentra el ojo lleno,
vuelve hacia atras, la angustia acrecentando;

pues hacen muro las primeras lágrimas,
y así como viseras cristalinas,
llenan bajo las cejas todo el vaso.

Y sucedió que, aun como encallecido
por el gran frío cualquier sentimiento
hubiera abandonado ya mi rostro,

me parecía ya sentir un viento,
por lo que yo: «Maestro, ¿quién lo hace?,
¿No están extintos todos los vapores?»

Y él me repuso: «En breve será cuando
a esto darán tus ojos la respuesta,
viendo la causa que este soplo envía.»

Y un triste de esos de la fría costra
gritó: «Ah vosotras, almas tan crueles,
que el último lugar os ha tocado,

del rostro levantar mis duros velos,
que el dolor que me oprime expulsar pueda,
un poco antes que el llanto se congele.»

Y le dije: «Si quieres que te ayude,
dime quién eres, y si no te libro,
merezca yo ir al fondo de este hielo.»

Me respondió: «Yo soy fray Alberigo; [L381]
soy aquel de la fruta del mal huerto,
que por el higo el dátil he cambiado.»

«Oh, ¿ya estás muerto --díjele yo- entonces?
Y él repuso: «De cómo esté mi cuerpo
en el mundo, no tengo ciencia alguna.

Tal ventaja tiene esta Tolomea,
que muchas veces caen aquí las almas [L382]
antes de que sus dedos mueva Atropos;

y para que de grado tú me quites
las lágrimas vidriadosas de mi rostro,
sabe que luego que el alma traiciona,

como yo hiciera, el cuerpo le es quitado
por un demonio que después la rige,
hasta que el tiempo suyo todo acabe.

Ella cae en cisterna semejante;
y es posible que arriba esté aún el cuerpo
de la sombra que aquí detrás inverna.

Tú lo debes saber, si ahora has venido: [L383]
que es Branca Doria, y ya han pasado muchos
años desde que fuera aquí encerrado.»

«Creo -le dije yo- que tú me engañas;
Branca Doria no ha muerto todavía,
y come y bebe y duerme y paños viste.»

«Al pozo -él respondió- de Malasgarras,
donde la pez rebulle pegajosa,
aún no había caído Miguel Zanque,

cuando éste le dejó al diablo un sitio
en su cuerpo, y el de un pariente suyo [L384]
que la traición junto con él hiciera.

Mas extiende por fin aquí la mano;
abre mis ojos.» Y no los abrí; [L385]
y cortesia fue el villano serle.

¡Ah genoveses, hombres tan distantes
de todo bien, de toda lacra llenos!,
¿por qué no sois del mundo desterrados?

Porque con la peor alma de Romaña [L386]
hallé a uno de vosotros, por sus obras
su espiritu bañando en el Cocito,
y aún en la tierra vivo con el cuerpo.


CANTO XXXIV


«Vexilla regis prodeunt inferni [L387]
contra nosotros, mira, pues, delante
-dijo el maestro- a ver si los distingues.»

Como cuando una espesa niebla baja,
o se oscurece ya nuestro hemisferio,
girando lejos vemos un molino,

una máquina tal creí ver entonces;
luego, por aquel viento, busqué abrigo
tras de mi guía, pues no hallé otra gruta.

Ya estaba, y con terror lo pongo en verso,
donde todas las sombras se cubrían, [L388]
traspareciendo como paja en vidrio:

Unas yacen; y están erguidas otras,
con la cabeza aquella o con las plantas;
otra, tal arco, el rostro a los pies vuelve.

Cuando avanzamos ya lo suficiente,
que a mi maestro le plació mostrarme
la criatura que tuvo hermosa cara,

se me puso delante y me detuvo,
«Mira a Dite -diciendo-, y mira el sitio [L389]
donde tendrás que armarte de valor.»

De cómo me quedé helado y atónito,
no lo inquieras, lector, que no lo escribo,
porque cualquier hablar poco sería.

Yo no morí, mas vivo no quedé:
piensa por ti, si algún ingenio tienes,
cual me puse, privado de ambas cosas.

El monarca del doloroso reino,
del hielo aquel sacaba el pecho afuera;
y más con un gigante me comparo, [L390]

que los gigantes con sus brazos hacen:
mira pues cuánto debe ser el todo
que a semejante parte corresponde.

Si igual de bello fue como ahora es feo,
y contra su hacedor alzó los ojos,
con razón de él nos viene cualquier luto.

¡Qué asombro tan enorme me produjo [L391]
cuando vi su cabeza con tres caras!
Una delante, que era toda roja:

las otras eran dos, a aquella unidas
por encima del uno y otro hombro,
y uníanse en el sitio de la cresta;

entre amarilla y blanca la derecha
parecia; y la izquierda era tal los que
vienen de allí donde el Nilo discurre.

Bajo las tres salía un gran par de alas,
tal como convenía a tanto pájaro:
velas de barco no vi nunca iguales.

No eran plumosas, sino de murciélago
su aspecto; y de tal forma aleteaban,
que tres vientos de aquello se movían:

por éstos congelábase el Cocito;
con seis ojos lloraba, y por tres barbas
corría el llanto y baba sanguinosa.

En cada boca hería con los dientes
a un pecador, como una agramadera, [L392]
tal que a los tres atormentaba a un tiempo.

Al de delante, el morder no era nada
comparado a la espalda, que a zarpazos
toda la piel habíale arrancado.

«Aquella alma que allí más pena sufre
-dijo el maestro- es Judas Iscariote,
con la cabeza dentro y piernas fuera.

De los que la cabeza afuera tienen,
quien de las negras fauces cuelga es Bruto:
-¡mirale retorcerse! ¡y nada dice!-

Casio es el otro, de aspecto membrudo.
Mas retorna la noche, y ya es la hora
de partir, porque todo ya hemos visto.»

Como él lo quiso, al cuello le abracé;
y escogió el tiempo y el lugar preciso,
y, al estar ya las alas bien abiertas,

se sujetó de los peludos flancos:
y descendió después de pelo en pelo,
entre pelambre hirsuta y costra helada.

Cuando nos encontramos donde el muslo [L393]
se ensancha y hace gruesas las caderas,
el guía, con fatiga y con angustia,

la cabeza volvió hacia los zancajos,
y al pelo se agarró como quien sube,
tal que al infierno yo creí volver.

«Cógete bien, ya que por esta escala
-dijo el maestro exhausto y jadeante
es preciso escapar de tantos males.»

Luego salió por el hueco de un risco,
y junto a éste me dejó sentado;
y puso junto a mí su pie prudente.

Yo alcé los ojos, y pensé mirar
a Lucifer igual que lo dejamos,
y le vi con las piernas para arriba;

y si desconcertado me vi entonces,
el vulgo es quien lo piensa, pues no entiende
cuál es el trago que pasado había.

«Ponte de pie -me dijo mi maestro-:
la ruta es larga y el camino es malo,
y el sol ya cae al medio de la tercia.» [L394]

No era el lugar donde nos encontrábamos
pasillo de palacio, mas caverna
que poca luz y mal suelo tenía.

«Antes que del abismo yo me aparte,
maestro -dije cuando estuve en pie-,
por sacarme de error háblame un poco:

¿Dónde está el hielo?, ¿y cómo éste se encuentra
tan boca abajo, y en tan poco tiempo,
de noche a día el sol ha caminado?»

Y él me repuso: « Piensas todavía
que estás allí en el centro, en que agarré
el pelo del gusano que perfora

el mundo: allí estuviste en la bajada;
cuando yo me volví, cruzaste el punto
en que converge el peso de ambas partes:

y has alcanzado ya el otro hemisferio
que es contrario de aquel que la gran seca [L395]
recubre, en cuya cima consumido

fue el hombre que nació y vivió sin culpa;
tienes los pies sobre la breve esfera
que a la Judea forma la otra cara. [L396]

Aquí es mañana, cuando allí es de noche:
y aquél, que fue escalera con su pelo,
aún se encuentra plantado igual que antes.

Del cielo se arrojó por esta parte; [L397]
y la tierra que aquí antes se extendía,
por miedo a él, del mar hizo su velo,

y al hemisferio nuestro vino; y puede
que por huir dejara este vacío
eso que allí se ve, y arriba se alza.»

Un lugar hay de Belcebú alejado
tanto cuanto la cárcava se alarga,
que el sonido denota, y no la vista,

de un arroyuelo que hasta allí desciende [L398]
por el hueco de un risco, al que perfora
su curso retorcido y sin pendiente.

Mi guía y yo por esa oculta senda
fuimos para volver al claro mundo;
y sin preocupación de descansar,

subimos, él primero y yo después,
hasta que nos dejó mirar el cielo
un agujero, por el cual salimos
a contemplar de nuevo las estrellas. [L399]



  • [L1] Dante nació en 1265 y se consideraban los treinta y cinco años como la mi­tad de una vida normal. La acción de la Comedia tiene lugar en la Semana Santa de 1300, dando comienzo, según la mayor parte de los intérpretes el Viernes Santo, 8 de abril, y acabará siete días después.
  • [L2] La selva oscura es la vida viciosa, el pecado; pero también la confusión de su pensamiento; e incluso la turbulencia política. No debemos tal vez excluir, como en otras discutidas alegorías dantescas, la pluralidad de significados.
  • [L3] El monte alegoriza la vida virtuosa que tanto esfuerzo requiere para ser alcanzada por el poeta. Notar la antítesis «oscuridad»/«luz» con que se acentúa el contraste «vicio»/«virtud», «error»/«verdad» aquí alegorizado.
  • [L4] El sol.
  • [L5] La onza, o leopardo, es una alegoría de la lujuria.
  • [L6] Se creía que el mundo había sido creado en primavera, al igual que en primavera tuvo lugar su redención con la muerte de Cristo.
  • [L7] El león representa la soberbia.
  • [L8] La loba alegoriza la codicia en la mayor amplitud de su significado.
  • [L9] Virgilio nació en el 70 a.C. y murió en el 19 a.C. Nació, por tanto, en tiempos de Julio César (100‑44 a.C.), pero no fue del todo contemporáneo.
  • [L10] Virgilio fue conocido en la Edad Media sobre todo como autor de la Eneida, poema en que a través de la historia de Eneas se glorificaba a la ciudad de Roma y al emperador Augusto. Como sabemos, Eneas fue un principe troyano que huyó de la ciudad destruida llevando a sus dioses tutelares y tras de un largo viaje por el Mediterráneo (en cuyo relato Virgilio imita la Odisea), llegó a la peninsula Itálica, donde tras largas guerras con los habitantes de la misma, descritos según el modelo de la Ilíada, desposó con Lavinia (Infierno, III), dando así origen a la estirpe fundadora de Roma. La Eneida es una exaltación de la idea imperial, que con tanta fuerza abrazó el Dante de sus años últimos.
  • [L11] El lector que lea estas notas se podrá dar cuenta de cuánta verdad encierran las palabras humildes de Dante.
  • [L12] Muchas son las teorías acerca de la identificación de este Lebrel que conseguirá expulsar a la loba, pero se tiende a pensar que Dante se refiera, en sentido genérico, a la restauración del poder civil representada por la figura del emperador, que vendría a acabar con las discordias que asolaban Italia y con la corrupción de la misma Iglesia.
  • [ Señor de Verona] Se ha pensado también en Cangrande Della Scala, Señor de Verona, amigo y protector de Dante; e incluso en un futuro papa que restaurara la pureza evangélica y que tuviese una humilde procedencia. «Entre Feltro y Feltro», en el v. 105, se interpretaría como «nacido entre paños humildes», en vez de darle una interpretación geográfica. Feltre, en el Friuli y Montefeltro, en la Romana, lo que significaría que el Lebrel procedería de la Italia septentrional.
  • [L13] Son todos personajes de la segunda parte de la Eneida: Camila fue una doncella guerrera muerta en combate contra los troyanos; Niso y Euríalo, ami­gos proverbiales, murieron juntos combatiendo contra los volscos; Turno, rey de los rútulos, principales rivales de los troyanos, fue muerto por el propio Eneas, dando así fin a la epopeya.
  • [L14] La codicia ha sido directamente enviada por Lucifer, el Envidioso por antonomasía.
  • [L15] Virgilio será el guía de Dante en el Infiemo y el Purgatorio, pero en el cielo necesitará la guía más digna de lo misma Beatriz.
  • [L16] El padre de Silvio es Eneas, y su bajada a los infiemos, a imitación de la que narra de Ulises la Odisea, ocupa el libro VI de La Eneida. Roma, la ciudad fundada por los descendientes de este héroe, fue elegida como sede de los papas y cabeza del mundo cristiano.
  • [L17] El «Vaso de Elección» es San Pablo. La imaginación medieval daba crédito al rapto celeste que San Pablo narró en su segunda carta a los corintios, y que fue el comienzo de su conversión, pero la fantasía popular le adjudicó a par­tir de esto, un viaje al Infiemo.
  • [L18] Virgilio se hallaba en el Purgatorio, entre aquellos que se encuentran sus­pendidos entre el deseo de ver a Dios y su falta de esperanza de lograrlo.
  • [L19] Se trata de Beatriz, a quien por vez primera se alude en el poema.
  • [L20] La histórica Beatriz, amada por Dante en la tierra, era hija de Folco Por­tinari, noble florentino. El poeta la vio por vez primera en 1274, cuando aún era un niño, y se enamoró de ella en 1283. Alrededor de 1286 se casó con Si­mone dei Bardi y murió en 1290
  • [L21] Su dueño, en el original «il signor mio», es Dios mismo.
  • [L22] El cielo de esfera más pequeña es el de la luna, bajo el cual se halla la tie­rra; es decir. Beatriz excede a todos los mortales.
  • [L23] La Virgen María, de la que Dante fue un ferviente devoto.
  • [L24] Santa Lucía de Siracusa, a quien Dante atribuyó la curación de una enfer medad de la vista que a ella estaba encomendada por la forma de su suplicio. En la Comedia representa la gracia iluminante.
  • [L25] Raquel, mujer de Jacob, representa la vida contemplativa, por oposición a su hermana Lía, por ello está sentada junto a Beatriz.
  • [L26] Por el amor a Beatriz, Dante se apartó de los poetas vulgares, dedicándose a cantar a su amada con poemas excelsos.
  • [L27] El poder, la sabiduría y el amor, son las tres personas de la Trinidad cris­tiana.
  • [L28] Se trata de los indiferentes, y de los ángeles que en la lucha suscitada por Lucifer, permanecieron neutrales. Se comprende que Dante que vivió toda su vida en la necesidad de tomar partido en una Italia desgarrada, condene en el Infierno a los que no se comprometen con causa alguna. ¿Qué pensaría, por ejemplo, de los florentinos que intentaron permanecer ajenos a la lucha entre gi­belinos y güelfos, o entre güelfos negros y blancos, corno única manera de en­contrarla paz?
  • [L29] Es posible que se trate del papa Celestino V, llamado en la vida Pietro da Morrone. Fue este un eremita con gran fama de santo, que fue elegido papa a los setenta y nueve años de edad y que abdicó seis meses más tarde por consi­derarse indigno de la tarea, dando así lugar a la elección del cardenal Caetani ‑a quien las malas lenguas hacían culpable de haber provocado la renuncia del anciano, asustándole con voces nocturnas‑ que tomaría el nombre de Bonifa­cio VIII, y que tan fatal había de ser para el poeta.
  • [L30] Más que la de los indiferentes se trata ahora de los pusilánimes.
  • [L31] El Aqueronte es el primero y más grande de los rios infernales; nace, como el resto de ellos, en la estatua del viejo de Creta (Infíerno, XIV) y desem­boca en la Estigia (Infierno, VII).
  • [L32] Caronte, hijo de Erebo y de la Noche, estaba según la mitologla encargado de cruzar las almas de los muertos a través de la laguna Estigia, que separaba la vida de la muerte.
  • [L33] Cuando muera Dante no vendrá a montar en la barca de Caronte que le lleve al Infierno, sino en otra que le llevará desde la desembocadura del Tiber hasta el Purgatorio (Purgatorio, II).
  • [L34] El primer círculo del Infierno es el Limbo, donde se encuentran aquellos que no han recibido el bautismo, bien por haber nacido antes de Cristo, haber vivido sin conocer la Revelación, o haber muerto antes del tiempo. Más adelan­te encontraremos, sin embargo, bastantes excepciones a esta regla.
  • [L35] Virgiilo murió en el 19 a.C.; llevaba sólo cincuenta y dos años cuando vio llegar a Cristo redentor, bajando a los infiemos gloriosamente después de su crucifixión.
  • [L36] Jacob sirvió catorce años a su suegro Labán, antes de poder desposar a Raquel.
  • [L37] Se trata, en efecto, de los grandes modelos de Dante: Homero con sus dos grandes poemas Ilíada y Odisea; Ovidio, autor de Las Metamorfosis y Las Heroidas; Horacio, de las Sátiras, y Lucano, autor de La Farsalia, a los que se van a añadir Virgilio, autor de La Eneida y, completando el sexteto, el propio Dan­te, que añade así su Comedia a la Lista de los grandes poemas épicos precedentes.
  • [L38] Anoto sucintamente los personajes del engorroso catálogo con que, a la manera de la época, Dante va a ilustrar este pasaje. Como apunta el maestro Borges, sólo en el episodio de Francesca del canto siguiente Dante superará es­tas frías enumeraciones, dando la voz a personajes concretos y humanizándolos.
  • [L39] 121‑3 Electra es la hermana de Orestes; Héctor y Eneas, príncipes troyanos; César es el dictador romano, a quien Dante considera el primer emperador.
  • [L40] 124‑126 Camila ya apareció en Infierno, I; Pantasilea es la reina de las Ama­zonas, muerta por Aquiles. El rey Latino y Lavinia son personajes importantes de la Eneida, pues ésta se desposó finalmente con Eneas.
  • [L41] Lucio Junio Bruto, que expulsó a Tarquino el Soberbio de Roma, para vengar la violación que su hijo había hecho a Lucrecia, esposa de Tarquino Co­latino, y modelo de mujer virtuosa, que se dio muerte para huir de la des­honra.
  • [L42] Julia es la hija de César y mujer de Pompeyo, cuya muerte no pudo evi­tar la guerra entre los dos caudillos; Marcia es la mujer de Catón de Utica, como veremos en Purgatorio, I; Cornelia es la hija de Escipión el Africano y madre de los Gracos; fue también considerada como el modelo de virtudes de la matrona de la Roma republicana.
  • [L43] Salah‑ed‑din, sultán de Egipto, considerado como modelo de caballero musulmán, comparable a los caballeros cristianos (ll37‑ll93). Como veremos, no es el único musulmán de que da cuenta este pasaje.
  • [L44] Después de los personajes heroicos, Dante nos muestra a los filósofos y científicos, empezando por Aristóteles.
  • [L45] 139‑141 Tulio es Marco Tulio Cicerón. Dioscórides observó las cualidades medicinales de las plantas. Orfeo y Lino son músicos y poetas de la mitología griega.
  • [L46] Se trata del `Comentario' a las obras de Aristóteles.
  • [L47] Al círculo donde se castiga el pecado de la lujuria.
  • [L48] Minos, según la antigua mitología, después de haber reinado prudentemente en Creta, fue considerado como uno de los jueces infernales, junto con Radamante y Eaco (Eneida, VI, 432‑3), pero aquí Dante lo transforma en una fiera un tanto grotesca.
  • [L49] Semíramis, nombre griego de una reina asiria famoso entre los medieva­les por su vida licenciosa y violenta. Para algunos representa en la Comedia el amor vicioso.
  • [L50] Dido, reina de Cartago, rompió por su amor hacia Eneas la fidelidad de­bida a su antiguo marido Siqueo. Representaría el amor apasionado.
  • [L51] Cleopatra, reina de Egipto (69‑30 a.C.), representaría el amor interesado, dadas sus relaciones con César y Marco Antonio.
  • [L52] Elena, hija de Júpiter y Leda, causante de la guerra de Troya, representa­ría el amor ambicioso.
  • [L53] Aquiles, el más célebre griego de la guerra de Troya, cuyo sitio en el In­fiemo, como amante de Polixena, no es tal vez el que más convendría a su figu­ra heroica.
  • [L54] Paris, príncipe troyano, hijo de Príamo y raptor de Elena. Tristán, sobri­no del rey Marcos de Comualles y amante de Iseo, la mujer de éste último. Su historia fue celebérrima en la Edad Media.
  • [L55] Francesca, hija de Guido da Polenta, señor de Rávena, y amigo de Dante; y Paolo Malatesta, hermano del marido de ésta, el feroz Gianciotto Malatesta, señor de Rímini, con quien Francesca había sido casada por motivos políticos alrededor de 1275. Como veremos, la propia Francesca narrará a Dante el amor desdichado que les ha condenado, en uno de los pasajes más bellos y co­nocidos de toda la Comedia. Toda la historia parece ser un ejemplo vivo de la teoría amorosa del «Dolce stil novo».
  • [L56] Es decir, como apuntamos antes, del grupo de pecadores arrastrados por la pasión amorosa, no por la sensualidad a otras razones.
  • [L57] El perso es un color mezcla de púrpura y negro (Convivixm, IV, XX, 2).
  • [L58] Eco del verso de Guido Guinizzelfi: «Al cor gentil rimpaira sempre amore.»
  • [L59] A Paolo.
  • [L60] Descubierta, en efecto, su pasión amorosa, los amantes fueron muertos alrededor de 1285 por el marido burlado, que será condenado en la Caína, zona del círculo noveno donde se castiga a los asesinos de consanguíneos (Infier­no, XXXII).
  • [L61] Pues fue un famosísimo poeta en el mundo, y ahora una sombra más en el Limbo, sin esperanza de salvación.
  • [L62] Se trata de una de las novelas escritas en francés que tan famosas fueron en toda Europa a partir del siglo XII.
  • [L63] Junto con la de Tristán e Iseo, la de Lancelot y la reina Ginebra, es la historia de amor más conocida del ciclo artúrico popularizada por la novela. El pasaje aquí aludido es aquel en que el caballero Gallehault, o Galeotto, sin saber su secreto amor, condujo a uno a la presencia del otro, e indujo a la reina a que besara al caballero.
  • [L64] Cerbero es el perro de tres cabezas que guardaba las puertas del Infierno, una vez atravesada la laguna Estigia. Dante lo hace sólo guardián del tercer círculo, el de los glotones.
  • [L65] Ciacco, el primer florentino que Dante encuentra en el Infiemo, debió ser un conocido parásito de la ciudad, amigo de ser invitado a los festines de sus paisanos. Hay quien le identifica con el poeta Ciacco dell'Anguilliaia.
  • [L66] La ciudad partida es, por supuesto, la Florencia dividida en bandos po­líticos.
  • [L67] El bando salvaje o de los blancos, dirigido por la familia Cerchi, derrota­rá en 1300 a los negros, capitaneados por los Donati; pero en 1302 serán éstos quien logren expulsar a los blancos, con la ayuda de Bonifacio VIII, lo que pro­vocará el exilio del poeta.
  • [L68] No es del todo convincente el que Dante aluda a sí mismo y a Guido Ca­valcanti.
  • [L69] En efecto, nos los iremos encontrando a lo largo de nuestro viaje por la Comedia.
  • [L70] No encontrarán la verdadera perfección, pero su castigo será más per­fecto después del Juicio Final, en que se reunirán las almas que ahora penan con los cuerpos que aún se hallan en la tierra.
  • [L71] Se trata del dios romano de la riqueza, hijo de Démeter y de Casón, que preside el próximo círculo, el de los pródigos y los avaros.
  • [L72] Renunciamos a escoger una entre las numerosísimas explicaciones dadas a las palabras de Pluto, que podemos resumir en una exclamación de rabia ante la presencia de los viajeros.
  • [L73] Cuando el arcángel Miguel derrotó a los demonios rebeldes.
  • [L74] El estrecho de Mesina, donde se hallaban las mitológicas rocas de Scila y el torbellino de Caribdis.
  • [L75] Porque creen que la Fortuna es la señora de los bienes terrenos, cuando únicamente su distribuidora.
  • [L76] Descienden al quinto círculo, que es el de los iracundos, acidiosos, sober­bios y envidiosos, sumergidos en las fangosas aguas de la Estigia.
  • [L77] No era permitido estar en el Infierno más que una noche (Eneida, VI).
  • [L78] También es una referencia virgiliana. Según la antigua mitología, Esti­gia era una laguna que separaba el mundo de los vivos del reino de los muertos.
  • [L79] La acidia es el vicio que entristece el ánimo sin motivo.
  • [L80] Según algunos antiguos comentaristas, Dante habría escrito los siete pri­meros cantos en Florencia, antes de partir al exilio, y allí habrían quedado den­tro de un cofrecillo, que volvió a su poder en 1306 continuando de este modo la obra. No parece ser una hipótesis demasiado fiable, pero no deja de ser atractiva.
  • [L81] Flegias era un hijo de Marte, que vengó una afrenta hecha por Apolo a su hija Coronide, incendiando su templo de Delfos. Su nombre significa «El incen­diario»
  • [L82] Filipo Argenti dei Adimari fue contemporáneo de Dante. El sobrenom­bre de «Argenti» se debe a que en alguna ocasión hizo herrar a su caballo con herraduras de plata. Era famoso por su carácter soberbio, pero no olvidemos que fueron los Adimari quienes se quedaron con la casa de los Alighieri al partir Dante al exilio.
  • [L83] Dite es un nombre latino de Hades, dios de los infiemos. Dante llama así a Lucifer y a la ciudad donde se castiga a los pecadores por malicia, no por in­continencia.
  • [L84] Mezquitas en oposición a iglesias, como el mal se opone al bien.
  • [L85] Los demonios intentaron oponerse a la entrada de Cristo en los infier­nos, cerrándole la puerta que desde entonces quedó sin cerrojos.
  • [L86] 1‑3 Virgilio, al ver a Dante empalidecer de miedo, procura disimular su tur­bación para reconfortar al poeta.
  • [L87] 23‑27 Eritone es una hechicera mencionada por Lucano en Farsalia, VI. Dante se vale de esta supuesta bajada de Virgilio a los infiemos, conjurado por la maga, y de la que no existen fuentes literarias, para justificar así la experiencia de Virgilio como guía del viaje. Los comentaristas no se ponen de acuerdo en qué alma fue a buscar Virgilio al pozo de los traidores.
  • [L88] Son las Erinias, hijas de Aqueronte y de la noche, servidoras de Proserpina.
  • [L89] De la cabeza de Medusa, una de las tres Gorgonas muertas por Perseo, ya conocemos su virtud de petrificar a aquellos que miraba, incluso después de ser cortada por el héroe.
  • [L90] Las furias han hecho mal en no tomar venganza de los humanos que in­tentaron entrar vivos en el Infiemo, como Teseo, que junto con Piritoo intentó rescatar a Proserpina siendo hecho prisionero y posteriormente rescatado por Hércules (Eneida, VI).
  • [L91] Muchas son las interpretaciones a las que se ha prestado la alegoría de la cabeza de Medusa: la herejía, la desesperación, el miedo, o los bienes terrenos, que endurecen el corazón del hombre. Dada la oscuridad que Dante mismo confiere al pasaje, no han faltado interpretaciones relacionadas con el ocultismo. Pero es posible que, en el fondo, la cuestión, de tan ambigua, carezca de interés.
  • [L92] A raíz de ser encadenado por Hércules, al que intentó impedir su entrada en el Hades (Eneida, VI, 392‑93).
  • [L93] En Arlés y en Pola, ciudad del norte de Italia, junto al golfo de Carnaro, existían gran número de sepulturas de la época romana.
  • [L94] 130‑131 En cada sepulcro se encuentra el jefe de una recta herética y sus se­guidores, sometidos a mayor o menor castigo en razón de la gravedad de sus doctrinas. En efecto, como bien sabemos, el castigo de los herejes en el mundo, no sólo en el Infierno, era el ser quemados en la hoguera.
  • [L95] Es decir, después del Juicio Final.
  • [L96] Epicuro (342‑270 a.C.) es el jefe de la escuela epicúrea, tan mal entendida por la posteridad, y que, en efecto, proclamaba la mortalidad del alma. Esta últi­ma fue seguida en la Edad Media por muchas sectas y estuvo particularmente extendida entre los gibelinos, o al menos eso afirmaba la propaganda güelfa. Esto explica los personajes que escoge Dante para ilustrar este círculo.
  • [L97] El de saber si en aquel lugar había paisanos suyos.
  • [L98] Farinata degli Uberti, por quien Dante ya preguntó a Ciacco (Infier­no, VI), fue uno de los más importantes personajes de la Florencia del siglo XII. Fue uno de los jefes de la facción gibelina y expulsó a los güelfos en 1248, fue expulsado por éstos en 1258, y tras el triunfo gibelino de Monteaperti volvió a expulsar a sus rivales en 1260, oponiéndose a la destrucción de la ciudad que proponían otros jefes gibefinos. Murió en 1264. Dante hace de él una figura inolvidable y grandiosa en medio de su tormento.
  • [L99] Cavalcante dei Cavalcanti, padre de Guido Cavalcanti, el gran poeta ami­go de Dante y jefe de filas del dólce stil novo, pertenció a los güelfos y era bien conocida su confesión epicúrea.
  • [L100] Es posible que Guido no hubiese tenido gran admiración por Virgilio, pero algún comentarista piensa que a quien Guido desprecia fue a Beatriz, es decir, a la teología, pues sostuvo ideas cercanas al ateísmo. Esta es la versión que hemos elegido; si, en cambio, optáramos por la primera, podría leerse: «quien allá aguarda por aquí me lleva; / vuestro Guido, tal vez, desdén le tuvo». La versión original dice: «colui ch' attende là, per qui mi mena / forse cui Gui­do vostro ebbe a disdegno». Como vemos, la interpretación depende del valor que demos a «cui»
  • [L101] Guido murió pocos meses después del supuesto viaje infernal, en el oto­ño de 1300. Esto explica las palabras de Farinata en v. 103.
  • [L102] No pasarán cincuenta meses lunares, de abril de 1300 a junio de 1304, sin que sepa Dante lo duro que es para un exiliado intentar el regreso a su pa­tria. En efecto, Dante, desterrado en 1302, intentó regresar a Florencia por la fuerza inútilmente, antes del verano de 1304.
  • [L103] Los Uberti fueron excluidos de la paz firmada en 1280 entre las facciones florentinas. En el solar de sus torres abatidas por güelfos, surgirá la actual Piaz­za del Popolo, símbolo del bando popular.
  • [L104] La batalla de Monteaperti, a la que ya hemos aludido, el 4 de septiembre de 1260 entre sieneses y gibelinos florentinos contra güelfos que resultaron de­rrotados por completo.
  • [L105] 97‑99 En efecto, Farinata conoce el futuro de Dante, pero Cavalcante ig­nora la suerte de su hijo Guido.
  • [L106] Es decir, tardó en contestarles porque se extrañó de que no conociese que Guido aún vivía.
  • [L107] Federico II tuvo, en efecto, una gran fama de epicúreo entre los cronis­tas de la época y al parecer afirmaba que el hombre nada es después de exhalar el último aliento. Fue también amigo de musulmanes, y excomulgado por Roma.
  • [L108] Ottaviano degli Ubaldini, obispo de Bolonia a los 26 años, desde 1240 a 1244, y posteriormente cardenal, murió en 1275, aunque combatió a Fede­rico II y a Manfredo, debió ser gibelino en el fondo. Fue notable por su riqueza y su cultura y muy odiado por los güelfos de Florencia.
  • [L109] Naturalmente, Beatriz.
  • [L110] El papa Anastasio II (496‑98), según una tradición no comprobada, acep­tó las doctrinas de Fotino de Tesalónica, que negaba el nacimiento divino de Cristo.
  • [L111] Aquí comienza la descripción de la geografía y la estructura moral del In­fiemo dantesco. Espero que el lector no encuentre demasiadas dificultades para hacerse una idea del mismo. Tres son los círculos infernales que restan: el sépti­mo está dividido a su vez en tres recintos: el primero castiga a los violentos contra el prójimo; el segundo, a los violentos contra sí mismos; y el tercero, los violentos contra Dios y sus designios: blasfemos, homosexuales y usureros. Como veremos, el octavo círculo llamado Malasbolsas es donde se castigan las muy diversas formas de fraude. En el noveno, por fin, se condenan las di­versas formas de traición.
  • [L112] La bíblica Sodoma, destruida a causa de sus pecados (ver XVIII‑XIX) da nombre a la homosexualidad; Cahors, ciudad francesa famosa por los usureros.
  • [L113] La Ética de Aristóteles.
  • [L114] Los pecados que se castigan en los primeros círculos son aquellos causa­dos por la incontinencia, no por la maldad. Tienen un alcance individual y no colectivo y por ello merecen un castigo más leve, aunque no por ello menos eterno.
  • [L115] En efecto, las palabras de Aristóteles en las que se basa este pasaje se encuentran al comienzo de su Física.
  • [L116] La naturaleza actúa imitando a Dios y el hombre siguiendo a la natu­raleza.
  • [L117] Traducido libremente, pero conservando la idea que Dante quiere expre­sar, siguiendo las palabras de Génesis, III, 19: «Comerás el pan con el sudor de tu frente.» El verso original es «... convene / prender sua vita ed avanzar la gente».
  • [L118] El usurero, en efecto, busca su sustento en el préstamo de dinero, lo que contradice el mandato divino.
  • [L119] Nos hallamos en el amanecer del nuevo abril, cuando la constelación de Piscis surge sobre el horizonte, y la Osa Mayor se encuentra en la dirección del Coro o viento del nordeste.
  • [L120] Dante parece referirse a una región entre Verona y Trento llamada Slavini di Marco, para describir la pendiente entre el sexto y el séptimo círculo.
  • [L121] El Minotauro, que concibió Pasifae, mujer de Minos, rey de Creta, de un toro del que se había enamorado por instigación de Neptuno, para lo cual hizo que el arquitecto Dédalo le fabricase una vaca artificial.
  • [L122] El Duque de Atenas es Teseo, que mató al Minotauro encerrado en el la­berinto, gracias a la ayuda de la princesa Ariadna, poniendo así fin al tributo humano que los atenienses debían pagar al rey de Creta.
  • [L123] Esta ruina se produjo cuando Cristo murió y, según Mateo, XXVII, 51, tembló la tierra. La gran presa alude a la posterior bajada de Cristo a los infier­nos ya comentada en Infierno, IV. Virgilio, en efecto, en su primer viaje, pudo ver aún intacto este lugar.
  • [L124] Virgilio sigue aquí la doctrina de Empédocles que sostenía que el cosmos se mantenía por la discordia de los cuatro elementos, y que el amor entre ellos los llevaría a mezclarse y regresar al caos primigenio. Virgilio creyó que aquel terremoto pudiera ser la vuelta a dicho caos.
  • [L125] Se trata del río Flegetonte, que ya había descrito Virgilio en la Eneida.
  • [L126] Los centauros, con su doble naturaleza humana y equina, representan las fuerzas de la violencia ciega, al igual que Minotauro.
  • [L127] Neso se enamoró de Deyanira, esposa de Hércules, a la que ayudaba a vadear un río sobre su grupa, a intentó violarla, por lo cual Hércules lo mató con sus flechas.
  • [L128] Quirón no era hermano del resto de los centauros y fue maestro y educa­dor de Aquiles y otros héroes griegos. Destacaba entre los otros por su sabidu­ría y prudencia.
  • [L129] Folo fue uno de los centauros que intentaron violar a las mujeres de los lapitas en las bodas de Piritoo a Hipodamia.
  • [L130] Alejandro de Macedonia, o acaso Alejandro, tirano de Fero, en Tesalia (siglo IV a.C). El otro tirano es Dionisio el Viejo, tirano de Siracusa (431-­367 a.C.)
  • [L131] Ezzelino III da Romano (ll94‑1259), señor de Verona, Padua y Vicen­za, fue durante muchos años tirano en la Marca de Treviso y fue el principal sostenedor de la causa gibelina en el norte de Italia.
  • [L132] Obiao II de Este, señor de Ferrara, fue muerto al parecer por su hijo bastardo Azo VII.
  • [L133] En este círculo Virgilio aconseja a Dante que escuche las palabras del centauro que le serán de más provecho que las suyas.
  • [L134] Guido de Monforte mató en una iglesia de Viterbo a Enrique, sobrino que dio del rey Eduardo I de Inglaterra, para vengar la muerte injusta que este último fue había dado a su padre. El corazón del príncipe fue trasladado a su patria y colo‑ cado en una copa que sostenía una estatua en la abadía de Westminster. El hecho ocurrió en 1271 y Guido murió prisionero en Sicilia dieciséis años después.
  • [L135] Atila es, por supuesto, «El Azote de Dios»; jefe de los hunos, muerto en 453.
  • [L136] Pirro es acaso un hijo de Aquiles de quien habla VirgiLo en Eneida, II que dió muerte a Polixena, hija de Hécuba, sobre la tumba de su padre. Sexto hijo de Pompeyo, que manchó con su crueldad la memoria respetada de su padre.
  • [L137] Raniero de Cornetto y Ranier Paso fueron dos nobles de baja condición que se dedicaron al bandidaje en la Toscana.
  • [L138] Confines de la Maremma toscana.
  • [L139] Las arpías, hijas de Taumante y Electra, tenían cuerpo de pájaro y rostro de mujer. Virgilio en Eneida, III, las colocaba en la isla de Estrófade, de donde echaron a los troyanos de Eneas, ensuciando la mesa en que comían.
  • [L140] Este juego de palabras parece inspirado en el estilo cancilleresco, o diplo­mático, en el que fue muy experto el personaje que conoceremos a continua­ción y debe tener, por ello, un carácter paródico.
  • [L141] Escondida detrás de los árboles, naturalmente, y no que fuesen los árbo­les mismos.
  • [L142] Para este episodio, Dante se inspira de nuevo en Virgilio, Eneida, III. De igual manera lo recogerá T. Tasso en su Gerusalemme Liberata.
  • [L143] Pier della Vigna, nacido en ll80, poeta y protonotario de Federico II. Fue el más íntimo de sus mensajeros reordenando toda la legislación del estado en 1231. En 1248 perdió la gracia del emperador y fue encarcelado acusado de traición dándose la muerte en 1269, rompiéndose la cabeza contra el muro.
  • [L144] La envidia de los cortesanos fue, según el diplomático, la causante de su desgracia junco al emperador.
  • [L145] Aparecen ahora otros dos condenados, no como suicidas, sino como di­lapidadores de sus bienes (ver Infierno, XII). Se trata de Ercolano Maconi de Sie­na miembro de la cofradía de dilapidadores de la que Dante hablará en Infierno, XXIX que murió en la batalla de Toppo contra los aretinos en 1287; y de Gia­como de Sant Andrea, riquísimo noble de Padua que gastó su fortuna de una manera escandalosa, llegándose a contar que arrojaba monedas a los peces.
  • [L146] El suicida cuya alma se ha transformado en este arbusto es un florenti­no de difícil localización; acaso un tal Rocco dei Mozzi.
  • [L147] Florencia, según cuenta Dante en varias ocasiones, había estado puesta en la antigüedad bajo el patronato de Marte, a quien estaba dedicado el templo que luego sería transformado en el Baptisterio de San Juan, que pasaría a ser el nuevo patrono de la ciudad. En venganza de ello, Marte no deja de enviar casti­gos a la ciudad, y aún más enviaría de no ser porque en el Ponte Vecchio aún quedaban vestigios de una estatua suya rescatada del fondo del río. Dicha esta­tua al parecer, estaba dedicada en realidad al rey ostrogodo Teodorico (Paraíso, XVI, 26).
  • [L148] Según la leyenda, Atila habría destruido Florencia para reconstruir Fie­sole y vengar así al romano Catilina. Pero al parecer se confundía a Atila con el ostrogodo Totila, que asedió la ciudad en 542.
  • [L149] Nos encontramos ahora, y en los dos siguientes cantos, en el segundo re­cinto del círculo séptimo, donde se castiga a los violentos contra Dios en un arenal ardiente sobre el que cae una incesante lluvia de fuego: blasfemos, que yacen boca arriba; homosexuales, caminando sin tregua; y usureros, sentados.
  • [L150] Lo cuenta Lucano en Farsalia X, 382 y ss.
  • [L151] Dante unifica aquí dos hechos que cuenta la apócrifa Epístola de Alejandro a Aristóteles: una nieve copiosísima, que los soldados debían pisar para fundirla; y una lluvia de fuego.
  • [L152] Se trata de Capaneo, uno de los siete reyes que lucharon contra Tebas en ayuda de Eteocles. Blasfemando contra Júpiter y el resto de los dioses nos lo presenta Estacio en Tebaida, X, 738 y ss.; 897 y ss.
  • [L153] 52‑57 Los Gigantes habían intentado expugnar la morada de los dioses, dándose una gran batalla entre unos y otros hasta ser precipitados, por los rayos que Vulcano fabricaba para Júpiter, al valle de Flegra, en Tesalia. Volve­remos a ello en Infierno, XXXI.
  • [L154] Se trata nuevamente del Flagetonte.
  • [L155] Fuente termal cercana a Viterbo, donde según la costumbre se bañaban las prostitutas.
  • [L156] Las puertas del Infiemo.
  • [L157] Alude a Satumo, bajo cuyo reinado tuvo lugar la paradisiaca Edad de Oro.
  • [L158] Rea o Cibeles, mujer de Saturno, escondió de éste a su hijo Júpiter, para que no lo devorase como había hecho con el resto de sus hermanos, en la isla de Creta. Allí ordenó que cuando el niño llorase, los habitantes prorrumpieran en gritos, para que Saturno no se diera cuenta de la presencia de quien posterior­mente habría de derrotarle.
  • [L159] Es muy posible el recuerdo de la visión de Nabucodonosor en Daniel, III. En este pasaje, como en aquél, la estatua del Viejo debe representar la historia de la humanidad: la estatua vuelve la espalda a Damiata, en el Oriente, de donde vino la civilización; y mira a Roma, que es la meta espiritual del hom­bre. El pie de barro es el poder espiritual y el otro el temporal. El oro señala una época de inocencia primigenia; la plata y el cobre no señalan ninguna época concreta, sino dos sucesivas etapas de corrupción. Existen, como el lector po­drá suponerse, muchas otras interpretaciones.
  • [L160] Las culpas del hombre tras la pérdida de la pureza originaria dan forma a los ríos infemales, de los que ya conocemos tres: Aqueronte, Estigia y Flege­tonte.
  • [L161] Es, como veremos, el río del noveno círculo.
  • [L162] Dante no ha caído en la cuenta de que el Flegetonte fuera el río de san­gre que ha contemplado en los cantos precedentes: el Leteo nos lo encontrare­mos en la cima del Purgatorio (Purgatorio, XXVIII).
  • [L163] El Brenta es el río que riega Padua.
  • [L164] Al parecer, territorio del ducado de Carintia, en Austria.
  • [L165] Se trata de un grupo de pecadores contra la naturaleza, es decir, de ho­mosexuales que no siguen las leyes naturales de la procreación. Este primer grupo, en el que Dante encontrará a Bruneto Latino, está formado por gente de Iglesia y de letras; en el canto siguiente encontrará un segundo grupo de hom­bres dedicados a la polltica.
  • [L166] Bruneto Latino nació en Florencia alrededor de 1210. Perteneció al par­tido güelfo y ocupó importantes cargos políticos, entre ellos el de embajador ante Alfonso X de Castilla, aparte de su dedicación a la tarea filosófica. Exilado en Francia tras la batalla de Monteaperti, escribió allí su libro Tresor en francés. Regresó a Florencia donde debió mantener relaciones cordiales con el joven Dante y murió en 1293, rodeado de prestigio entre sus contemporáneos. Con Bruneto se abre en Florencia la gloriosa sucesión de políticos humanistas, que supieron conciliar la vida de acción con la especulación intelectual, contri­buyendo así a dar gloria a la ciudad. Como vemos por el pasaje, Dante conservaba por él una enorme admiración y cariño. El colocarle a pesar de ello en este círculo de condenados, da cuenta del rígido sistema moral con el que Dante concibe su Comedia.
  • [L167] El pueblo de Florencia, que parecía conservar de sus legendarios orígenes fiesolanos la dureza del monte en que esta ciudad está colocada.
  • [L168] Güelfos y gibelinos, que se disputarán el apoyo del poeta.
  • [L169] Se refiere a las palabras de Ciacco en Infierno, VI, cuya explicación espera obtener de Beatriz.
  • [L170] Prisciano de Cesarea fue un gramático latino que enseñó en Constanti­nopla a comienzos del siglo VI, y tuvo una gran influencia en el Medioevo, pero es posible que Dante lo confunda con el hereje Prisciliano, a cuya secta, como a tantas otras, se acusaba de sodomía, o a un Prisciano que enseñó en Bolonia en el siglo XIII, lo cual parece más probable, dado que Dante sólo cita aquí perso­najes contemporáneos.
  • [L171] Francesco D'Accorso fue profesor en la universidad de Bolonia y poste­riormente en Oxford, donde fue llamado por Eduardo I, murió en 1293, con una gran fama de jurisconsulto.
  • [L172] Andrea dei Mozzi fue obispo de Florencia, de donde fue trasladado por el papa a la sede de Vicenza, sobre el río Bachiglión, donde murió en 1296. Aparte de sodomita, no debió ser un hombre de mucho juicio a juzgar por los antiguos comentaristas.
  • [L173] «Il Tessoretto» es un poema didáctico escrito en lengua vulgar, elogiado por Dante; los Livres du tresor; escrito en francés, es una gran enciclopedia de sa­ber medieval.
  • [L174] Era una carrera pedestre típica de las fiestas de las ciudades italianas. El «Lienzo verde» era la bandera con que se premiaba al ganador, mientras que el que llegaba el último era premiado con un gallo y un guante.
  • [L175] Para algunos comentaristas Dante alude a los luchadores grecorromanos, mas para otros, a las prácticas de los juicios de Dios de la Edad Media En todo caso, la imagen de estos tres nobles florentinos, desnudos y agarrados dando vueltas, no puede ser más humillante para su dignidad.
  • [L176] 36‑39 Guido VI Guerra fue un nobilísimo capitán de los güelfos florentinos, famoso por su valor y sus hechos de armas; en 1255 fue el general de los güel­fos que derrotaron a los gibelinos de Arezzo, después de haber sido nombrado benefactor de la Iglesia por el pontffice Inocencio IV. Exiliado tras Monteaper­ti, volvió a Florencia en 1267 y murió en 1272. Fue, en efecto, nieto de Gual­drada dei Ravignani, mujer considerada un modelo de virtudes domésticas, pues en ll70 se había negado a dar un beso de bienvenida al emperador Otón IV. Gualdrada era a su vez, lejana parienta de los Alighieri, pues una her­mana suya casó con Alighiero, hijo de Cacciaguida y fue, por tanto, bisabuela de Dante.
  • [L177] Tegghiaio Aldobrandi degli Adimari, podestá de Arezzo, y ya muerto en 1267, aconsejó a los florentinos que no atacasen a los sieneses, con lo que hubieran evitado la derrota de Monteaperti.
  • [L178] Jacoppo Rusticucci, también güelfo y contemporáneo de los anteriores, debió estar desposado con una mujer de muy mal carácter, que justificaría sus prácticas homosexuales.
  • [L179] También Bocaccio habla en el Decamerón (I, 8) de este noble y virtuoso florentino muerto cerca de 1300, y por tanto acabado de llegar al Infierno.
  • [L180] La gente de los alrededores de Florencia ha invadido la antigua ciudad, donde se enriquece súbitamente (ver las palabras de Cacciaguida en Paraí­so, XVI).
  • [L181] Dante compara la caída del río infemal Flegetonte del séptimo al octavo círculo con la cascada del Montone, río de Romagna, que cae desde el Apenino antes de unirse con el Po, cerca de un gran monasterio benedictino donde de­bería ser recibido por mil monjes, pero que ahora se encuentra despoblado.
  • [L182] Esta cuerda que Dante lleva ceñida y con la que pensó vencer a la onza, símbolo de la lujuria, es el cordón que se ceñían los miembros de la orden terce­ra franciscana, es decir, los laicos que, como Dante debió hacer, seguían la regla de San Francisco. Tras haber dejado atrás todos los círculos donde se purga la lujuria, Dante ya no necesita este símbolo de la castidad, y Virgilio la usa para llamar con ella a Gerión, como veremos más adelante.
  • [L183] «Comedia» no como título de la obra, sino como descripción genérica en oposición a «Tragedia», pues, como Dante escribe, empieza mal y concluye bien.
  • [L184] Gerión, monstruo con cuerpo de serpiente y rostro humano, es el símbolo del fraude según Virgilio (Eneida, VIII, 202) y otros antiguos, Gerión es un rey famoso por su crueldad, que Hércules mató en uno de sus doce trabajos.
  • [L185] Aracne, a quien ya veremos en Purgatorio, XII, es la famosa princesa que desafió a Atenea a medir su arte como tejedoras, y convertida en araña por la diosa ganadora (Metamorfosis, VI).
  • [L186] 45‑63 Se trata de los condenados por el pecado de la avaricia, a quienes des­cribe por medio de sus escudos de armas. El poeta nos presenta en primer lugar . un miembro de la familia Cianfigliacci, güelfos de Florencia; y de los Obriachi, ambién florentinos.
  • [L187] Tal vez Reginaldo Scrovegni, de Padua, cuyo hijo encargó a Giotto los frescos de la capilla de la Arena, levantada en satisfacción de la avaricia de su padre.
  • [L188] Vitaliano del Bente, paduano, podestá de Vicenza en 1304.
  • [L189] Giovanni dei Buiamonti, florentino, como los primeros, murió en 1310, es decir, que aún lo esperan en el Infierno.
  • [L190] 107‑109 Faetón a Ícaro, como bien sabemos, son dos ejemplos, consagrados por la tradición, de caídas trágicas, el uno del carro del sol, que conducía, y el otro al deshacerse sus alas de cera.
  • [L191] A partir de este canto Dante va a narrar su viaje por el círculo octavo, el más extenso de todos, que recibe el nombre de Malasbolsas (en el original «Ma­lebolge»), que está dividido en diez bolsas o valles circulares, concéntricos, don­de se castigan los diferentes tipos de fraude, y tan separado del círculo de los violentos que se precisa de Gerión para pasar de uno al otro. Los diferentes valles están unidos por escollos a manera de puentes. El lector no se debe extraviar por este pasaje, que Dante se esfuerza en describimos tan detalladamente.
  • [L192] Es el círculo noveno.
  • [L193] El primer valle de Malasbolsas es el que castiga a los seductores.
  • [L194] En efecto, tal ordenación del tráfico de pergrinos fue adoptada en Roma en el jubileo de 1300.
  • [L195] Venedico Caccianemico dell' Orso, violento noble de Bolonia, parece que favoreció los amores de su hermana Ghisolabella con Azzo VIII de Este, señor de Ferrara, para ganar su amistad.
  • [L196] En dialecto boloñés ‑ciudad situada entre los ríos Savena y Reno­- «sipa» equivale al verbo «sia», que sirve como afirmación.
  • [L197] Jasón, jefe de los Argonautas en busca del vellocino de oro, sedujo a la princesa Hipsipila o Isifile, en la isla de Lemmos, donde las mujeres habían dado muerte a todos los varones, menos al rey Toante, gracias a la astucia de su hija. Posteriormente Jasón abandonó a la muchacha. Lo relata Estacio en Teai­da, V.
  • [L198] Jasón había seducido primeramente a Medea, hija del rey de la Cólquide, a quien abandonó para casarse con Creusa, hija del rey de Corinto.
  • [L199] Nada sabemos de este noble luqués, salvo que vivía en 1295.
  • [L200] En el original «zucca».
  • [L201] Tais, cortesana ateniense, es un personaje de la comedia de Terencio Eunuco, pero aquí Dante parece confundir dos pasajes distintos de la misma co­media a través de un texto que cita Cicerón.
  • [L202] Simón es, según Hechos de los Apóstoles, VIII, el mago de Samaria que, una vez bautizado, quiso comprar a Pedro y Juan el don de transmitir el Espíritu Santo, con la imposición de las manos, como ellos hacían. Por él se llama «si­monía» a la compra de cargos eclesiásticos u otras cosas sagradas.
  • [L203] El baptisterio de Florencia estaba provisto de unos pozos donde se efectuaba antiguamente el bautismo por inmersión.
  • [L204] 19‑21 El hecho acaeció siendo Dante prior de Florencia, y acaso levantó algunos malévolos comentarios entre sus enemigos, acusándole de sacrilegio.
  • [L205] Era el suplicio llamado «propagginazione», que consistía en introducir al condenado en un hoyo que se recubría de tierra, a fin de asfixiarle; cuando se llegaba a la altura de la boca se detenían un momento para la confesión del reo.
  • [L206] 52‑87 Quien habla es Nicolás III Orsini, papa desde 1277 a 1280, que está esperando a Bonifacio VIII, con el cual confunde a Dante y que no llegará a empujarle más al fondo hasta 1303, siendo a su vez hundido por el francés Cle­mente V en 1314. La fama de simoniaco de este último fue proverbial en la época, y con él comenzó la residencia de los papas en Avignon y tuvo lugar la horrible persecución de los templarios por deseo de Felipe IV el Hermoso.
  • [L207] Matías fue elegido tras la muerte de Jesús para completar el número de doce apóstoles que había dejado libre la traición y muerte de Judas (Hechos, I).
  • [L208] Se decía que Nicolás III había conspirado por dinero contra Carlos de Anjou, dando lugar a las famosas «Vísperas sicilianas».
  • [L209] Se refiere al pasaje de Apocalipsis, XVII, en que San Juan ataca a la Roma pagana y a Dante le sirve para aludir a la Iglesia corrompida de su tiempo.
  • [L210] De nuevo la Iglesia, pero esta vez armada con los cuernos de los Man­damientos y los siete sacramentos.
  • [L211] Alude Dante a la supuesta cesión que del dominio de Roma hizo Cons­tantino al papa Silvestre tras su conversión, y que se tenía como el fundamento real del poder temporal del papa. Hasta el siglo XV esta cesión fue tenida por histórica, hasta que Lorenzo Valla demostró científicamente que carecía de todo fundamento.
  • [L212] «Perlesía» es parálisis.
  • [L213] 29‑30 En el original: «chi a piu scellerato the collui, / che al giudicio divin passion porta?». Algunos comentaristas refieren estos versos no a los condena­dos, por adivinos, sino a los que, como Dante, se apenan de sus cuitas, con lo que podríamos traducir. «¿Quién es más criminal que fuera ése / que del juicio divino se apenara?»
  • [L214] Anfiareo, uno de los siete reyes que combatieron contra Tebas, había huido anteriormente de la lucha, pues sus dotes adivinatorias le hablan predicho que moriría en ella, hasta que se vio obligado a combatir de nuevo por la trai­ción de su esposa Erifile (Purgatorio, XII). Fue entonces cuando la tierra se tragó su carro, provocando la burla de los tebanos (lo cuenta Estacio en Tebaida, VII).
  • [L215] Tiresias es el más conocido de los adivinos de la antigüedad, sobre todo por su participación en los episodios del ciclo tebano correspondiente a la histo­ria de Edipo. Ovidio cuenta en Metamorfosis (III, 324‑31) que habiendo separado con su vara a dos serpientes que copulaban, fue convertido en mujer durante siete años, hasta que volvió a encontrar a la misma pareja de serpientes y las volvió a separar.
  • [L216] Aronte fue un arúspice etrusco llamado a Roma durante la guerra civil, y según Lucano (Farsalia, I) predijo la victoria de César.
  • [L217] Manto fue hija de Tiresias. Tras la caída de Tebas, para huir de Creonte, llevó una vida errante hasta aposentarse, como leemos, en el lugar sobre el que más tarde sería fundada Mantua, llamada así en honor suyo.
  • [L218] Los obispos de Trento, Verona y Brescia, cuyas sedes confluían en dicho sitio, sobre cuya exacta localización no se ponen de acuerdo los comentaristas.
  • [L219] Peschiera, fortaleza de Verona contra Bérgamo y Brescia en la orilla sur del lago de Garda, y junto a dicha ciudad nace el río Mincio.
  • [L220] Sin hacer ningún tipo de rito mágico, como era costumbre en la remota antigüedad. Según Virgilio (Eneida, X), su ciudad natal fue fundada por Ocno, hip del río Tiber y de la propia Manto.
  • [L221] 95‑96 Piamonte dei Bonacolsi arrebató con engaños la señoría de Mantua a Alberto da Casoldi y gobernó la ciudad de 1272 a 1291.
  • [L222] Euripilo fue un adivino griego en la época en que todos los varones par­tieron a la guerra de Troya, y junto con Calcante aconsejó el momento propicio para que partiera la flota congregada en Aulide. El pasaje al que alude Virgilio es Eneida, II, ll3‑53.
  • [L223] ll6‑ll8 Miguel Escotto fue astrólogo de Federico II, al igual que Guido Bonati. Asdente de Parma era zapatero y adivino, y ya lo cita Dante con ironía en Cornvivium, IV‑XVI, 6.
  • [L224] Dante alude genéricamente a las brujas, muy perseguidas en su tiempo.
  • [L225] Todavía hay quien ve en las manchas de la luna la figura de un hombre cargado con un haz de leña. Hemos de suponer que nos encontramos a las seis de la mañana del nueve de abril.
  • [L226] En el original «Malebranche».
  • [L227] Santa Zita es la patrona de Lucca, de donde este condenado era magistra­do («anziano»).
  • [L228] Bonturo Dati, jefe de la facción popular de Lucca a comienzos del si­glo XIV, fue considerado como el mayor de los estafadores, especialmente ama­ñando elecciones políticas. Como veremos, los demonios nunca hablan en serio.
  • [L229] «Ita» es «sí» en latín.
  • [L230] 48‑49 Una antigua talla de Cristo, supuestamente obra de Nicodemo, se ve­neraba en la iglesia de San Martín de Lucca, cerca de la cual cruza el río Serquio.
  • [L231] 94‑96 En efecto, Dante estuvo presente en la rendición de los pisanos de la plaza de Caprona en 1289, asediada durante ocho días por los güelfos de Flo­rencia y de Lucca.
  • [L232] En el original «Scarmiglione».
  • [L233] Se refiere a la bajada de Cristo a los infiemos, como ya hemos visto en otros pasajes.
  • [L234] Los nombres originales de estos demonios que envía Malacola (Malaco­da) son: Alichino, Calcabrina, Cagnazzo, Barbariccia, Libicocco, Draghignazzo, Ciriatto, Graffiacana, Farfarello y Rubicante.
  • [L235] En efecto, Dante participó en las correrías militares de los florentinos por tierras de Arezzo, tras la batalla de Campaldino en 1289.
  • [L236] Se trata de un dicho popular. «In chiesa coi santi e in taverna coi ghiotto­ni», que invita a adaptarse a todo tipo de circunstancias, como ahora a la com­pañía de los demonios.
  • [L237] Era creencia vulgar de la época que los delfines avisaban a los marineros de la cercanía de una borrasca.
  • [L238] Ciampolo de Navarra, de quien apenas sabemos más que lo que el mismo Dante relata.
  • [L239] El rey Teobaldo de Navarra reinó de 1253 a 1270.
  • [L240] Fray Gomita de Cerdeña, vicario de Ugolino Visconti, fue juez de la ciu­dad sarda de Gallura de 1275 a 1296, donde se dejó corromper por los enemi­gos pisanos del Visconti, a los que había puesto en prisión.
  • [L241] Miguel Zanque, también sardo, casó con una hija de Branca Doria, el cual le mató a traición (Infierno, XXXIII, 137).
  • [L242] Cuando algún condenado sale a la superficie y ve que no hay demonios cerca avisa a los otros para que salgan.
  • [L243] Dante parece aludir a una fábula que puede resumirse de este modo: una rana quería ahogar a un ratón fingiendo ayudarle a pasar un río; en el momento en que está tirando del roedor aparece un halcón que se lo lleva por los aires, y a la rana con él, pues se encuentra agarrada a éste.
  • [L244] Pintada por sus ropas, pues los hipócritas tienen una apariencia por fuera y otra por dentro, como veremos por su castigo. La etimologia griega de Hipó­crita es «Bajo el oro» (Ypocrisis).
  • [L245] ¿Hay una velada alusión a la hipocresía de los cluniacenses?
  • [L246] Los comentaristas apuntan que Federico II usaba unas capas de plomo con las que recubría a los traidores de lesa majestad y luego les sometía al fuego, pero ningún dato nos dan los documentos ni los cronistas de la época.
  • [L247] En Florencia.
  • [L248] 103‑108 Los Frailes Gozosos o Caballeros de la Gozosa Virgen María, fue una Orden militar y religiosa fundada en 1261, constituida para evitar las disen­siones civiles en la Italia de la época. A esta Orden pertenecieron los boloñeses Catalano dei Catalani, güelfo, y Loderingo degli Andalo, gibelino, que tras ejercer muchos cargos públicos en diversas ciudades, fueron llamados a ocupar jun­tos el cargo de podestá en Florencia en 1266 con la misión de pacificar las dis­cordias entre los bandos. Al poco tiempo la facción güelfa se levantó contra los gibelinos, destruyendo las casas de los Uberti en el barrio del Gardingo. Luego ambos abandonaron la ciudad en medio de las sospechas, no comprobadas, pero que Dante confirma, de haber favorecido secretamente a los güelfos.
  • [L249] ll5‑ll7 Caifás, sumo sacerdote de los judíos, aconsejó en el Sanedrín la cru­cifixión de Cristo con estas palabras.
  • [L250] 121‑123 Anás y todos los que participaron en aquella reunión del Sanedrín.
  • [L251] Tal vez porque en su anterior bajada no se encontraba allí, o simple­mente por la naturaleza del castigo.
  • [L252] Malacola le había asegurado que encontrarían un paso, cuando en reali­dad se encuentra roto, y tienen que subir trepando.
  • [L253] 1‑3 Entre el 21 de enero y el 21 de febrero el sol entra en la constelación de Acuario y los días comienzan a alargarse.
  • [L254] Se refiere a la pluma con que escribe el copista, pues la escarcha copia la nieve, pero por poco tiempo, pues pronto se derrite.
  • [L255] El monte del Purgatorio.
  • [L256] No es muy seguro que sea este el Vanni Fucci que pronto conoceremos.
  • [L257] Todo este pasaje está tomado de Lucano, Farsalia, IX.
  • [L258] El desierto de Arabia.
  • [L259] Hierba y piedra preciosa que según los antiguos tenía el poder de curar las picaduras de serpientes, y de hacer invisible.
  • [L260] Ver nota a Infierno, XXV,
  • [L261] El mito del Ave Fénix aquí aludido es uno de los más conocidos y divulgados de la antigua mitología a través de la Edad Media. Sirvió también de alegoría de la Resurrección.
  • [L262] Epilepsia.
  • [L263] Vanni Fucci fue hijo bastardo del pistoiés Fucci dei Lauari y fue, en efecto, un hombre violento, que perteneció al bando de los güelfos negros, y cometió un robo sacrílego en la sacristía de la catedral de Pistoia, siendo casti­gada por ello gente inocente. Las últimas noticias que de él tenemos son de 1295, en que combatió duramente a los blancos de Pistoia.
  • [L264] 143‑150 En 1301 los negros de Pistoia fueron expulsados de la ciudad, con la ayuda de los Cerchi de Florencia; y en 1302 los blancos lo fueron de Floren­cia (Dante entre ellos, como ya sabemos). Marte, como vimos en Infierno, XIII, 144, fue el primer patrón de Florencia, a la que no deja de combatir, ahora en la persona de Moroello Malaspina, jefe de los luqueses aliados de los negros.
  • [L265] Antiguo nombre de Pistoia.
  • [L266] Es un conocido signo de burla, que consiste en poner el dedo pulgar entre el índice y el corazón, dirigiendo así la mano hacia el escarnecido.
  • [L267] 10‑12 Se pensaba que Pistoia había sido fundada por los supervivientes de la rebelión de Catilina, por lo cual sus descendientes se caracterizaban por su ca­rácter cruel y pendenciero. Así lo pensaban al menos los florentinos, sus ve­cinos.
  • [L268] Capaneo (Infierno, XIV).
  • [L269] Caco era hijo de Vulcano, y es Virgilio quien le da naturaleza de medio hombre y medio animal (Eneida, VIII, 193‑305) que Dante transforma en cen­tauro, separado de los otros debido a sus hurtos. En efecto, Caco robó fraudu­lentamente un rebaño a Hércules, cambiando las herraduras a las reses, para que pareciese que caminaban en dirección contraria. Hércules le dio la muerte, en venganza. Como sabernos, su nombre ha quedado en castellano para deno­minar a los ladrones.
  • [L270] Cinco son los ladrones florentinos que nos va a presentar Dante en esta bolsa infernal: primeramente Agnello dei Brunelleschi, Buoso dei Donati, Pucio dei Caligai; después, en figura de serpiente, Cianfa dei Donati, que se abalanza contra Agnello; y Francesco dei Cavalcanti, que se trasmuta con Buoso. Los cinco vivieron a finales del slglo XIII.
  • [L271] Las muertes de estos dos soldados del ejército de Catón, mordidos por serpientes en la campaña de Libia, la cuenta Lucano en Farsalia, IX, 761‑88: uno cayó convertido en cenizas; el otro se hinchó hasta hacer estallar la coraza.
  • [L272] Ovidio cuenta la tranformación de Cadmo en serpiente en Metamorfo­sis, IV, 563 y ss., y la de Aretusa en fuente en Metamorfosis, V, 572‑671.
  • [L273] Francesco dei Cavalcanti fue muerto por gente de Gaville, y cruelm vengada su muerte en sus habitantes.
  • [L274] Creencia común de los antiguos.
  • [L275] Prato, pequeña ciudad cercana a Florencia, no se contaba entre los peores enemigos de la ciudad del Amo, y sin embargo también, como ellos, desearía su ruina.
  • [L276] 34‑36 El profeta Eliseo, que se vengó, haciendo que los devoraran unos osos salvajes, de unos muchachos que se burlaban de él llamándole calvo (2 Reyes, II, 23‑24), vio a su maestro, el profeta Elías, ascender al cielo arrebata­do por un carro de fuego (2 Reyes, II, ll‑12).
  • [L277] Según cuenta Estacio en su Tebaida, al ser quemados en una pira los cuer­pos de Eteocles y Polinice, los dos hermanos rivales, las llamas, se separaron en dos, demostrando así su odio, aun en la muerte.
  • [L278] Ulises y Diomedes llevaron a cabo muchas empresas juntos; Dante aquí nos recuerda la astucia del caballo de madera; el haber inducido a Aquiles a que dejara a su mujer Daidamia en Seiro y les acompañase a la guerra troyana, por lo cual la muchacha se dio la muerte; y el robo del Paladión, estatua de Palas Atenea que veneraban los troyanos, y cuya pérdida ocasionaría, como así ocu­rrió, la caída de la ciudad.
  • [L279] Se trata de uno de los pasajes más bellos de la Cantiga. Dante cuenta, de una manera bastante original, el fin del héroe homérico, por boca de éste.
  • [L280] La maga Circe residía en el monte Cirgello, cerca de la ciudad napolitana de Gaeta, así llamada, según Virgilio, en memoria de la nodriza de Eneas (Enei­da, VII).
  • [L281] El Mediterráneo, más amplio que el mar Jónico.
  • [L282] 124‑141 Ulises se atreve a sobrepasar la barrera del estrecho de Gibraltar, el límite permitido por el propio Hércules, cuando levantó las columnas con la di­visa de NON PLUS ULTRA, y se interna en la inmensidad del océano Atlántico, donde, tras cinco meses de navegación y habiendo llegado a las Antípodas, se encuentra con la montaña del Purgatorio.
  • [L283] Perilo, fundidor griego, ofreció a Falaris de Siracusa un toro hueco de bronce, para atormentar a los condenados introduciéndolos en él y encendien­do fuego bajo el horrendo aparato de tortura. Para probarlo, el tirano mandó que el primer atormentado fuera el mismo Perilo (Ovidio, Tristia, III).
  • [L284] Quien habla, como veremos, es el conde Guido de Montefeltro, que requiere a Dante noticias de su patria, La Romaña. Gido nació en torno a 1220 y fue tenido como el más astuto y sagaz hombre de guerra de su tiempo. Después de una larga vida guerrera, siguiendo la facción gibelina, y en la que llegó a ser excomulgado se hizo franciscano ya en 1296 y murió dos años después.
  • [L285] En 1299 los tiranos de Romaña habían firmado una paz que puso apa­rentemente fin a sus crueles disensiones, por mediación de Bonifacio VIII.
  • [L286] En 1300 Rávena estaba regida por Guido da Polenta, padre de Frances­ca. Su escudo era un águila roja en campo amarillo, y dominaba la pequeña ciu­dad de Cervia.
  • [L287] La ciudad de Forlí se encuentra bajo el dominio de los Ordelaffi, cuyo es­cudo era una garra de León verde sobre campo amarillo. Entre 1281 y 1282 la ciudad sostuvo el fuerte asedio de los güelfos italianos y franceses, enviados por Martín IV.
  • [L288] Malatesta y Malatestino de Verruchio eran los tiranos de Rímini, y apri­sionaron y dieron muerte a Montaña di Parcitade, jefe de los gibelinos de la ciudad.
  • [L289] Faenza a Imola, regidas por Maghinardo Pagani da Susinana, cuyo emblema es un león azul en campo blanco, que cambiaba de bando entre güelfos gibelinos con mucha frecuencia.
  • [L290] Casena, que pasa de ser posesión de los Montefeltro, a ser república libre.
  • [L291] Bonifacio VIII, que sosteniendo en 1297 una dura lucha contra la familia Colonna, cuya casa se encontraba junto a la basílica de San Juan de Letrán, mandó asediar el castillo que dicha familia tenía en Palestrina, junto a Roma; y no pudiendo tomarla por la fuerza, lo hizo mediante el engaño. No está probada la intervención del conde Guido en semejante hecho, aunque algunos cronistas lo seguran.
  • [L292] La última posesión cristiana en Tierra Santa, conquistada por los sarrace­nos en 1291.
  • [L293] Se trata de una leyenda muy difundida en la Edad Media. Constantino, atacado por la lepra, hizo buscar al papa Silvestre que se encontraba refugiado en el monte Siratti, junto a Roma, para huir de la persecución. Silvestre bautizó al emperador y éste quedó curado.
  • [L294] Referencia a la abdicación de Celestino V (Infierno, III, 60).
  • [L295] Promesa de perdón a quien se entregara y castigar luego a quien se rin­diera confiado en sus palabras.
  • [L296] San Francisco, fundador de la Orden a la que perteneció el conde Guido.
  • [L297] Dante se va a referir en los siguientes versos a las terribles guerras que tu­vieron como escenario el sur de Italia las guerras samníticas y la segunda gue­rra púnica (el botín de anillos hace referencia a la batalla de Cannas) y posterior­mente la lucha entre el normando Roberto Guiscardo y los árabes, o bien los bizantinos, en el siglo XI; y por último, ya contemporáneas a él, la guerra entre Carlos de Anjou y la dinastía suaba.
  • [L298] Tito Livio, XXIII.
  • [L299] El puente de Ceperano, sobre el río Liri, era la puerta del reino de Nápo­les: se dice que en esta ocasión los nobles napolitanos traicionaron a Manfredo, dejando el paso franco a Carlos de Anjou. Según los comentaristas, Dante alude a la batalla de Benevento.
  • [L300] Se trata de Erardo de Valery, que aconsejó a Carlos de Anjou fingirse derrotado y luego cayó sobre las tropas de Corradino de Suabia cuando éstas se hallaban desprevenidas.
  • [L301] Mahoma es el fundador del islamismo (560‑633) a quien Dante considera más como un cismático del cristianismo que como el fundador de una nueva re­ligión.
  • [L302] Alí, pariente y discípulo de Mahoma (567‑660), es el fundador de una co­rriente cismática dentro del propio islamismo.
  • [L303] Dolcino da Romagnano, de Novara, fue el jefe de una famosa secta mile­narista: los hermanos apostólicos, que dieron lugar a una fuerte rebelión contra la que el papa lanzó una cruzada a comienzos del siglo XIV. Hechos fuertes los rebeldes en el monte Zibello se vio obligado a rendirse en 1307, y posteriomen­te quemado por hereje.
  • [L304] El obispo de Novara, que dirigía la cruzada contra Dolcino.
  • [L305] Sembrador de discordias políticas en Bolonia y la Romagna, de quien poco dicen los antiguos comentaristas.
  • [L306] La llanura del norte de Italia; Vercelli está en el Piamonte y Marcabó en la desembocadura del Po.
  • [L307] Angiolello da Carignano y Guido dal Cassero fueron traicionados por Malatestino Malatesta, señor de Rímini, que les convocó a una conferencia en Católica, lugar en la costa del Adriático, entre Rímini y Pésaro. El cabo de Fo­cara cercano a Católica, era de difícil navegación, a causa de los vientos, pero los dos nobles de Fano no necesitarán pedir una buena travesía de regreso, por­que serán asesinados antes. El hecho debió de acaecer sobre 1313.
  • [L308] Curión, según cuenta Lucano en Farsalia, I, 280 y ss., fue un tribuno que aconsejó a César que atravesara el Rubicón, dando así lugar a la sangrienta gue­rra civil contra Pompeyo.
  • [L309] Alude ahora a los sucesos florentinos que dieron lugar a la guerra ente güelfos y gibelinos. Mosca dei Lamberti aconsejó a la familia de los Amidei que mataran a Buondelmonte Buondelmonti (1215), para vengar la ofensa que éste les había hecho al no desposar a una muchacha de la familia (ver Paraíso, XVI, 136 y ss.). Murió en Reggio en 1243.
  • [L310] Los Lamberti fueron exiliados de Florencia con el resto de los gibelinos en 1258.
  • [L311] Bertrand de Born, el famoso trovador provenzal, señor de Altaforte, vi­vió en la segunda mitad del siglo XII y sembró la discordia entre Enrique II de Inglaterra y su hijo primogénito, Enrique, conocido por el nombre de «El joven rey» y que murió en ll83.
  • [L312] Aquitofel, consejero del rey David, azuzó a Absalón a que se rebelara contra su padre (II Reyes, XV‑XVI).
  • [L313] Geri del Beelo, primo carnal del padre de Dante, hombre de carácter vio­lento e incordiador, fue asesinado por un miembro de la familia Sachetti, o bien por haber dado muerte a su vez a otro miembro de dicha familia, o bien a causa de las discordias que sembró en ella. Ambas familias permanecieron enemista­das hasta 1342, en que Francesco, hermano de Dante, firmó la paz con los Sac­chetti.
  • [L314] Bertrand de Born.
  • [L315] Dante cita tres lugares famosos por su condición pantanosa, y por el: propensos a enfermedades como la malaria y el paludismo: Val di Chiana es una región cercana a Arezzo; la Maremma es el litoral toscano.
  • [L316] Lo cuenta Ovidio en Metamorfosis, VII, 523‑657. Juno, celosa de la hija de Eaco, rey de Egina, mandó una peste que asoló toda la isla, por lo que el rey, único superviviente, rogó a Zeus que la repoblara convirtiendo en hombre a las hormigas, a lo que éste accedió.
  • [L317] Como veremos, se trata de Griffolino de Trezzo y de Capoccio de Siena, dos alquimistas célebres en la época de Dante.
  • [L318] Albero de Siena, fue al parecer hijo secreto, o protegido, del obispo de Siena e hizo condenar por herético al alquimista.
  • [L319] Cuatro ejemplos de la vanidad y el amor desenfrenado por el lujo de los sieneses. Stricca y Niccoló dei Salimbeni eran hermanos y fundaron, en efecto una pandilla de jóvenes y ricos dilapidadores, a la que también perteneció Cac­cia D'Ascian. Bartolomeo dei Faolcacchieri, llamado el Abbagliato («Alucina­do»), fue hombre público de cierta importancia, y en 1278 multado por habér­sele hallado borracho en una taberna.
  • [L320] Capoccio fue amigo personal de Dante, y era famoso tanto por sus prácticas alquímicas cuanto por sus habilidades como imitador de personas.
  • [L321] Juno, a causa de los celos que le causaban los amores de Júpiter y Semele, hija del rey Cadmo, rey de Tebas, causó muchas desgracias a sus habitantes (Metamorfosis, III, 253‑315).
  • [L322] Atamante, rey de Orcomene, desposado con Ino, hija de Cadmo, enloque­cido por Juno, mató así a su hijo Learco. Ino se arrojó con la otra, Melicerta, al mar (Metamorfosis, IV, 512‑530).
  • [L323] Hécuba, reina de Troya, hecha esclava por los griegos tras la caída de la ciudad enloqueció de dolor tras la muerte de sus hijos Polixena y Polidoro y, según Ovidio, se convirtió en perra (Metamorfosis, XIII, 399‑575).
  • [L324] Gianni Schichi dei Cavalcanti, florentino, muerto antes de 1280, al que se debe la fechoría más adelante relatada.
  • [L325] Mirra, hija de Cinira, rey de Chipre, tomó la figura de otra muchacha para gozar de su padre, de quien estaba enamorada; huyendo de éste una vez descubierta, fue convertida en planta olorosa de Arabia (Metamorfosis, X, 298 y siguientes).
  • [L326] Este Buoso Donati fue tío del que hemos encontrado en Infierno, XXV,140.
  • [L327] Algunos estudiosos modemos le identifican con un Adam inglés, que vivía en Bolonia en 1277 y que se dedicó a falsificar florines florentinos en el castillo de Romena, en el Casentino. Los florines tenían la imagen del Bautista, patrón de la ciudad. Una vez descubierto, fue quemado en Florencia en 1281.
  • [L328] Los hijos del conde Guido, señor de Romena (lnfierno, XVI, 37), Guido Alessandro, Aghinolfo a Ildebrandino.
  • [L329] Tal vez una fuente cerca de Casentino.
  • [L330] La mujer de Putifar, que según Génesis (XXXIX, 6‑23) acusó a José de haberla querido forzar.
  • [L331] El griego Sinón, fingiendo ser perseguido por sus compañeros, convenció con sus falsas palabras a los troyanos de que introdujesen en la ciudad el ca­ballo de madera (Eneida, II, 57‑194).
  • [L332] El espejo donde Narciso se rniraba es el agua.
  • [L333] Las propiedades de la lanza de Peleo y de Aquiles son muy conocidas en la literatura clásica y medieval, siendo muchas veces comparada al beso o la mira­da de la mujer amada.
  • [L334] Alude al conocido episodio de Roncesvalles del cantar de Roldán.
  • [L335] Los gigantes están colocados alrededor de las paredes del pozo infernal, en la línea que separa el círculo de Malasbolsas, por el que sobresalen, del de Cocito, en cuyo hielo tienen los pies. Aunque Dante nombra a seis debe imagi­narse acaso nueve, uno por cada puente de Malasbolsas.
  • [L336] Castillo sienés levantado en 1213 contra Florencia, coronado por catorce impresionantes torres.
  • [L337] Los gigantes que se levantaron contra Júpiter fueron derrotados en la ba­talla de Flegra (Infierno, XIV, 58) con los rayos fabricados por Vulcano.
  • [L338] La Piña de San Pedro, que al parecer había coronado el Mausoleo de Adriano, o el Panteón, se encontraba en tiempos de Dante ante la antigua basí­lica. Sus dimensiones eran de cuatro metros. En la actualidad se encuentra en un patio de los palacios Vaticanos que lleva su nombre.
  • [L339] Unos veinte metros.
  • [L340] Nembrot habla una lengua producto de la confusión de Babel, pues este personaje es quien mandó construir dicha torre, según la tradición patrística. Se ha buscado, sin provecho, alguna interpretación a estas palabras, que acaso nada signifiquen.
  • [L341] Efialte, hijo de Neptuno, intervino en la famosa batalla contra el Olimpo poniendo el monte Osa sobre el Pelión.
  • [L342] Briareo, hijo de Urano y de la Tierra, fue uno de los centimanos, según los clásicos, detalle que Dante prefiere suprimir en este pasaje.
  • [L343] Anteo, asimismo hijo de Neptuno y de la Tierra, es famoso por su com­bate contra Hércules, quien debía sujetarle en el aire para vencerle, pues al con­tacto con su madre recuperaba las fuerzas.
  • [L344] Anteo vivía cerca de Zama, donde fue derrotado Aníbal por Escipión, y no estuvo en la batalla de Flegra, por no haber nacido todavía (Lucano, Far­salia, IV).
  • [L345] Ticio fue muerto por Apolo; Tifeo, como Góngora recuerda, está sepul­tado bajo el Etna.
  • [L346] Dante puede hablar bien de ellos a su regreso a la Tierra.
  • [L347] La Garisenda es una torre de Bolonia, levantada en ll10 por Oddo dei Garisendi, y que aún se halla junto a la Asinelli en el centro de la ciudad. Tiene una altura de 47,51 metros y una inclinación de 2,37.
  • [L348] Al último circulo.
  • [L349] En el original, las rimas de los dos primeros tercetos intentan dar una sen­sación de rudeza (chiocce, buco, rocce, suco, abbo, conduco).
  • [L350] Al llegar la hora de describir la región más profunda del Infierno, donde se castiga en el hielo a los traidores, Dante invoca a las musas para que le ayu­den en su empresa, como a Anfión, que levantó las murallas de Tebas haciendo venirlas piedras con su canto.
  • [L351] Los viajeros se encuentran en el primer recinto del último círculo, deno­minado Caína, donde se castigan los traidores a sus familiares (como Caín mató a Abel a traición).
  • [L352] El Tanais es el río Don para los latinos.
  • [L353] Monte incierto, acaso de Escandinavia o de Rusia.
  • [L354] Pietrapana es un monte de los Alpes.
  • [L355] Al comienzo del verano.
  • [L356] Hasta la cabeza, pues la vergüenza se manifiesta en la cara; para otros, los genitales.
  • [L357] Alejandro y Napoleón, hijos de Alberto de Mangona, que se mataron el uno al otro en 1282 por cuestiones políticas.
  • [L358] Mordec, sobrino o hijo del rey Arturo, intentó matar a éste, pero el rey lo atravesó de parte a parte de un lanzazo, dejando pasar un rayo de sol a través de la herida.
  • [L359] Sobrenombre de Vanni dei Cancellieri, de Pistoia, que asesinó a su primo Detto y fue un hombre cruel. Vivió en el último cuarto del siglo XIII.
  • [L360] Sassolo Mascheroni de Florencia dio muerte a un joven sobrino para apoderarse de su herencia. Descubierto el hecho, fue ajusticiado dentro de un tonel lleno de cuchillas al que se dio vueltas, y luego decapitado. En efecto, Dante no podia olvidar semejante castigo.
  • [L361] Camincione di Pazzi mató a su pariente Ubertino de una puñalada, mien­tras paseaban a caballo.
  • [L362] «Carlino hará menor mi culpa con la suya.» En efecto, este Carlino trai­cionó a los blancos vendiendo a los negros el castillo de Piantra Vigui.
  • [L363] El segundo recinto es Antenora, llamada así por Antenor, príncipe troya­no, donde se castigan las traiciones a la patria, pues a dicho personaje se atribuía el haber entregado el palacio a los griegos, aunque Homero en la Ilíada le pre­senta como a un hombre sabio que recomienda la devolución de Helena.
  • [L364] Se trata, como veremos, de Bocca degli Abati, que en la famosa batalla de Monteaparti traicionó a los güelfos de Florencia, que fueron derrotados, al cor­tar la mano de quien llevaba el estandarte de éstos.
  • [L365] Buoso di Dovera, señor de Cremona, al contrario que el anterior, traicionó al partido gibelino en 1265, cuando encargado por Manfredo de detener a Carlos de Anjou se dejó comprar por éste y no le combatió.
  • [L366] Tesauro dei Beccheria, legado pontificio en Toscana fue acusado de conspirar a favor de los gibelinos florentinos, tras el destierro de éstos en 1258, y decapitado por los güelfos.
  • [L367] Gianni dei Soldanier, gibelino florentino, en 1266, durante el gobiemo de Catalano y Loderingo (Infierno, XXII), se pasó a dirigir la facción güelfa. Aún vivía en 1285.
  • [L368] Ganelón o Gano es el traidor en la historia de Roldán. bis Toebaldello Zambriasi, abrió Faenza a los güelfos de Bolonia, en la madrugada del 13 de noviembre de 1280, por su enemistad con la familia gibe­lina de los Lambertazza.
  • [L369] El episodio lo cuenta Estacio en la Tebaida, VIII, 740‑63: Tideo, uno de los siete reyes que atacaron la ciudad, fue herido mortalmente por Menalipo, y dando muerte a su vez a éste, mandó que trajeran la cabeza de su enemigo, que mordió rabiosamente mientras agonizaba.
  • [L370] Ugolino della Gherardesca, de nobilísima famifia gibelina de Pisa, se pasó al bando güelfo junto con su yerno Giovanni Visconti. Posteriormente, y tras la derrota naval de Meloria (1284) ante genoveses, tomó el poder en Pisa, que ejerció de manera tiránica, cediendo a Lucca y a Florencia una serie de castillos. Vueltos a Pisa los prisioneros de la batalla Meloria en 1288, en su mayoría gibelinos, consiguieron arrebatarle a traición el poder, bajo la dirección del arzobis­po Ruggieri. Ugolino, junto con dos hijos y dos nietos, fue encerrado en una to­rre, en la que los cinco murieron de hambre en junio de 1288. Tal vez esté con­denado en el Infierno por la traición hecha a su yerno.
  • [L371] Ruggieri degli Ubaldini, de familia gibelina, fue arzobispo de Pisa des‑de 1278, y tras la muerte de Ugolino dirigió los destinos de Pisa de manera que suscitó la condena del papa Nicolás IV. Murió en Viterbo en 1295. Está conde­nado por traicionar a Ugolino.
  • [L372] El primitivo nombre de la antigua torre que se alzaba en la actual plaza de los Caballeros, aludía a la muda de los pájaros.
  • [L373] El monte de San Julián.
  • [L374] Tres familias gibelinas aliadas contra Ugolino.
  • [L375] Anselmuccio, el más joven de los cuatro, era hijo de Guelfo, hijo de Ugo­lino.
  • [L376] Gaddo sí era realmente hijo del conde, y era ya un hombre maduro.
  • [L377] Como propone Borges comentando el pasaje, este verso tan debatido no alude a que el conde comiera los cadáveres de sus hijos, como, al contrario de los antiguos pensaron los comentaristas románticos, pero crea en el lector una turbia sospecha, aunque sólo pretenda decir que el conde murió de hambre, ya que no había muerto de dolor.
  • [L378] Islas del mar Tirreno, posesiones de Pisa.
  • [L379] Llama a Pisa nueva Tebas a causa de la crueldad proverbial de sus mora­dores (Infierno, XXVI, XXX, etc.). Uguiccione era hijo del conde; el brigada, por nombre Ugolino, era hijo de Guelfo y hermano de Anselmuccio.
  • [L380] Los condenados de la Tolomea (así llamada por el Tolomeo que asesinó a los Macabeos a traición), aquellos que traicionaron a sus propios amigos.
  • [L381] Alberigo dei Manfredi, fraile gozoso, hizo asesinar a su pariente Man­fredo, a quien había invitado a comer, en el momento de traer la fruta a la mesa. Ahora ha cambiado higo por dátil, es decir, pecado por castigo.
  • [L382] Atropos es una de las parcas.
  • [L383] Branca Doria, de Génova, asesinó a su suegro Miguel Zanque (Infier­no, XXII, 88), también durante un festín, para arrebatarle su posesión de Logo­doro. Branca Doria murió sobre 1315, ya aparecida esta parte de la Comedia.
  • [L384] Personaje no localizado por los comentaristas.
  • [L385] Dante respeta la condena divina, y falta así a la palabra dada al traidor, traicionándole a su vez.
  • [L386] La de fray Alberigo, que era de Faenza, y aún vivía en abril de 1300.
  • [L387] Palabras de un himno religioso debido a Venanzio Fortunato (siglo IV), aquí aplicadas a las alas de Lucifer.
  • [L388] Se trata de la Judea, región infernal en la que se castiga a los traidores su­premos.
  • [L389] Dite es, siguiendo a Virgilio, el demonio (Infierno, VIII).
  • [L390] Los comentaristas le calculan unos mil metros (Infierno, XXXI).
  • [L391] Nótese el parentesco de la figura infernal que pinta Dante, con las repre­sentaciones plásticas de la época. Las tres cabezas (roja, amarilla y negra) pue­den considerarse como una parodia de la Trinidad.
  • [L392] Los tres supremos traidores son Judas Iscariote, que vendió a Cristo y sufre por ello mayor castigo; Bruto y Casio, los asesinos de César, por lo que de nuevo encontramos la alusión a los supremos poderes, espiritual y temporal: la Iglesia y el Imperio.
  • [L393] Como veremos, es este el momento en que pasan del hemisferio norte al hemisferio sur, pues Lucifer ocupa el centro de la tierra, y al llegar aproximada­mente a su mitad, bajando, comienza a subir desde lo más profundo del otro he­misferio.
  • [L394] Sobre las siete y media de la mañana.
  • [L395] La gran seca es la tierra, cuyo punto culminante es el Calvario.
  • [L396] En una esfera que se corresponde con la región infernal de la Judea.
  • [L397] Lucifer fue arrojado del cielo por el hemisferio austral y las tierras que allí se encontraban, por miedo a él, se retiraron hacia el boreal (donde según el pensamiento de la época, se hallaban todas). Todo el hueco que sirvió para for­mar el embudo del Infiemo, se ha levantado en forma de la montaña del Purga­torio, justo en las antípodas del Calvario.
  • [L398] Como veremos en Purgatorio, XXVIII, se trata del río Leteo, que lleva hasta el Infiemo las penas olvidadas de los que se purguen en la montaña.
  • [L399] Las tres cantigas de la Comedia concluyen con esta misma palabra: «es­trellas»


Más Poemas de Dante Alighieri