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El discreto encanto del comediante
Habemus actorem. Y qué actor. No extraña que fuera Monsieur Cinéma en Las cien y una noches, homenaje al centenario del cinematógrafo, pues en su dilatada carrera interpretativa trabajó con lo más granado de los directores europeos. Michel Piccoli falleció el 12 de mayo de 2020.
Jacques Daniel Michel Piccoli nació en París, Francia, el 25 de diciembre de 1925. De padre italiano –de ahí el apellido– y madre francesa, ambos eran músicos, él violinista, ella pianista. Siendo un chaval de diez años, ya le cautivaba ver a los actores de teatro en acción, le marcó intervenir en el papel de sastre en una representación del clásico cuento de Andersen sobre el emperador desnudo. Descubrió de pronto una manera de lograr que los adultos le hicieran caso. Y tal cosa ocurría nada más ni nada menos que en una farsa, el tipo de obra en que el actor se moverá como pez en el agua, siempre con pasmosa naturalidad, como si sus personajes le poseyeran.
Hablar de Piccoli, es hablar de historia del cine, pues desde su papel de poco más que figurante en Sortilèges, recién acabada la Segunda Guerra Mundial, hasta 2011 en que sigue trabajando a pleno rendimiento, a pesar de ser un anciano, ha trabajado en más de doscientas películas con los directores europeos más prestigiosos. Me refiero por supuesto a sus compatriotas Jean Renoir, Jacques Demy, Agnès Varda, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Claude Sautet, Alain Resnais, Jacques Rivette, Louis Malle, Leos Carax, Jacques Doillon, Bertrand Tavernier, Claude Lelouch, Roger Vadim... Pero también a los españoles Luis Buñuel y Luis García Berlanga, a los británicos Basil Dearden y Alfred Hitchcock –Topaz (1969) del mago del suspense es lo más cerca que ha estado de Hollywood, si descontamos su presencia en el film coral de René Clement ¿Arde París? (1966)–, al portugués Manoel de Oliveira, a los italianos Marco Bellocchio, Marco Ferreri, Nanni Moretti y Liliana Caviani, al checho Jirí Weiss, al griego Costa-Gavras. Con el chileno afincado en Francia Raúl Ruiz hizo la prestigiosa Genealogía de un crimen (1997).
Los primeros papeles en la pantalla de Piccoli son pequeños, donde se irá labrando un prestigio creciente es en los escenarios teatrales, con la compañía Renaud-Barrault y sus interpretaciones en el Théâtre de Babylone. Allí participa en montajes de autores como Pirandello y Strindberg, junto a otros menos conocidos; pasado el tiempo no faltarán en su reportorio obras de Molière, Chejov y Shakespeare. Siempre será fiel a su consigna de abordar los papeles “como un eterno debutante”.
Su presencia en filmes como French Cancan (Jean Renoir, 1954) es fugaz, pero ya se hace notar en El confidente (Jean-Pierre Melville, 1962). En cualquier caso, y después de hacer con René Clement El día y la hora (1963), se considera el punto de inflexión de su carrera El desprecio, película rodada ese mismo año a las órdenes de uno de los padres de la Nouvelle Vague, Jean-Luc Godard. En esta mítica adaptación de la obra de Alberto Moravia coincidiría con Brigitte Bardot y Jack Palance.
Con Luis Buñuel hizo seis películas, entre ellas Diario de una camarera (1964), Belle de jour (1967), La vía láctea (1969) y El discreto encanto de la burguesía (1972). El actor ha explicado que siempre tuvo mucho interés en que el director español le conociera, y que consiguió convencerle para que le viera trabajar en el teatro; cuando al fin lo logró, el cineasta abandonó la sala al comprobar que se encontraba allí también Jean Renoir, que también había adaptado la obra de Octave Mirbeau en que se basa Diario de una camarera. Ha afirmado haber aprendido del director aragonés el humor y la modestia, por ello ha aceptado a lo largo de su carrera papeles protagonistas y otros pequeños, siempre que le despertaran algún interés.
Otros directores con los que repitió en un buen puñado de ocasiones son Marco Ferreri y Claude Sautet. Uno de los títulos más emblemáticos del segundo es Las cosas de la vida (1970). Piccoli explicaría que una estrategia en sus composiciones actorales es poner en su personaje, aparte de lo que dicta el guión, algo de la personalidad del cineasta que le dirige, lo que se notaría en su trabajos con Buñuel, Sautet, Oliveira y Moretti. De entre de los actores con los que más ha compartido pantalla destacan Catherine Deneuve, Marcello Mastroianni y Romy Schneider.
Que Piccoli fue un gran actor nadie puede ponerlo en duda, y no obstante, tampoco había tantos premios en su estantería. En Cannes fue considerado mejor actor por Salto en el vacío (Marco Bellocchio, 1980) y lo mismo pasó en Berlín con Une étrange affaire (Pierre Granier-Deferre) al año siguiente. Los Oscar ignoraban quién era, si exceptuamos el premio al mejor film extranjero para Buñuel por El discreto encanto de la burguesía. Ni siquiera los premios César de su país le reconocieron, a pesar de sus 4 nominaciones. Como artista también probó la dirección escénica, y el ponerse detrás de la cámara, aunque no brilló en estos campos.
En lo referente a su vida personal, Piccoli estuvo casado en tres ocasiones, con actrices: Eléonore Hirt, que le ha dio a su única hija; Juliette Gréco; y Ludivine Clerc. Políticamente se significó como hombre de izquierda, aunque con bastante amplitud de miras y sin ser muy activista; los años produjeron además en él un sano escepticismo: “Esta época me espanta, con sus mentiras gigantescas. Ya no se trata de saber si hay que ser comunista o liberal, de derecha o de izquierda, todo eso ha saltado. Existe una especie de capa de plomo que nos aniquila completamente.”
Que con 85 años consiga el papel protagonista de una película tiene mucho mérito, y justo esto ocurrió en Habemus Papam (Nanni Moretti, 2011), donde describió a su personaje de Papa recién elegido y asustado como “un hombre de iglesia, y tímido, secreto, lleno de dolor pero muy discreto”. Y reflexionaba: “Me pregunto si en profesiones como las de sacerdote, cardenal o papa, o la de artista en general, no se demanda mucha energía de creer, no ya de creer en Dios, pero sí de creer en la imagen general de qué es el hombre y la mujer”. Sobre su ‘colega’ Juan Pablo II –que en su juventud fue actor–, comentó que “era un religioso, pero era un hombre de la vida real, no era un sacerdote perezoso o un poeta, sino un sacerdote de combate”.
Desde la atalaya de sus años y experiencia, Piccoli no tenía empacho en alabar a los actores americanos por su ingenuidad y su pudor, hasta el punto de expresar su admiración por Robert Mitchum: “¿Cónoce un actor tan bueno como él? Francamente, yo no lo veo”, declaraba en una entrevista en Télérama. Y aseguraba que “los actores que no tienen pudor son unos malos farsantes”.
Premios
Ganador de 1 premio
- Actor principal Salto en el vacío
Ganador de 1 premio
- Oso de Plata al Mejor Actor Une étrange affaire