Primer acto de Hamlet de William Shakespeare. Captura y dise�o, Chantal Lopez y Omar Cortes para la Biblioteca Virtual Antorcha
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HAMLET

Primer Acto


PRIMERA ESCENA

Elsinor. Una explanada en la parte frontal del castillo. (Estos personajes y los de la escena siguiente est�n armados con espada y lanza).

Francisco en su vigilancia nocturna. Entra Bernardo dirigi�ndose a �l.

BERNARDO.- �Qui�n est� ah�?

FRANCISCO.- No, resp�ndeme t� a m�. Detente e identif�cate.

BERNARDO.- �Larga vida al Rey!

FRANCISCO.- �Bernardo?

BERNARDO.- El mismo.

FRANCISCO.- T� eres el m�s puntual en llegar.

BERNARDO.- son las doce en punto. Puedes ir a acostarte, Francisco.

FRANCISCO.- Te agradezco mucho este relevo. Hace un fr�o terrible y yo estoy delicado del pecho.

BERNARDO.- �Has tenido tu guardia tranquila?

FRANCISCO.- Ni un rat�n ha pasado.

BERNARDO.- Bien. Buenas noches. Si encuentras a Horacio y a Marcelo, mis compa�eros de guardia, diles que vengan aprisa.

FRANCISCO.- Me parece que los oigo ... �Alto! ... �Qui�n est� ah�?

Entran Horacio y Marcelo.

HORACIO.- Amigos de este pa�s.

MARCELO.- Y s�bditos del Rey de Dinamarca.

FRANCISCO.- Buenas noches.

MARCELO.- �Oh, adi�s honrado soldado! �Qui�n te ha relevado?

FRANCISCO.- Bernardo qued� en mi lugar. Buenas noches. (Se va).

MARCELO.- �Hola, Bernardo!

BERNARDO.- �Qui�n est� ah�? �Es Horacio?

HORACIO.- Una parte de �l.

BERNARDO.- Bienvenido, Horacio. Bienvenido buen Marcelo.

MARCELO.- �Y qu�, se ha aparecido aquella cosa otra vez esta noche?

BERNARDO.- Nada he visto.

MARCELO.- Horacio dice que es producto de nuestra fantas�a, y nada quiere creer sobre esta temida aparici�n que hemos visto en dos ocasiones. Por eso le he rogado que venga con nosotros a la guardia de esta noche, para que, si vuelve la aparici�n de nuevo, �l pueda confirmar lo que vimos y le hable.

HORACIO.- Por lo tanto, no se aparecer�.

BERNARDO.- Si�ntate mientras, y dejanos al menos acometer tus o�dos con la historia que tanto repugna o�r, y que en dos noches hemos presenciado.

HORACIO.- Bien, sent�monos, y oigamos lo que Bernardo dice de esto.

BERNARDO.- La noche anterior, cuando esa misma estrella que est� al Occidente del polo hab�a hecho su curso para iluminar esa parte del cielo donde ahora brilla, Marcelo y yo, al tiempo que la campana sonaba una vez ...

Entra el Fantasma del padre de Hamlet.
(Los soldados se levantan asustados).

MARCELO.- �Espera! �Calla! M�ralo por d�nde viene otra vez.

BERNARDO.- Con la misma figura que ten�a el difunto Rey.

MARCELO.- Horacio, t� que eres un hombre preparado, h�blale.

BERNARDO.- �No se parece al rey? F�jate, Horacio.

HORACIO.- Es muy parecido. Su vista me conturba con temor y asombro.

BERNARDO.- Querr� que le hablen.

MARCELO.- Preg�ntale, Horacio.

HORACIO. (Al Fantasma).- �Qui�n eres t�, que usurpas este tiempo a la noche, junto con esa presencia noble y guerrera que tuvo alguna vez el difunto Rey de Dinamarca? �Por el cielo te lo pido, habla!

MARCELO.- Parece que est� ofendido.

BERNARDO.- Miren, se va enojado.

HORACIO.- �Detente! �Habla, habla! �Te lo pido, habla!

Se va el Fantasma.

MARCELO.- Se ha ido y no nos contest�.

BERNARDO.- �Qu� te pasa Horacio? Tiemblas y te ves p�lido. �No es esto algo m�s que fantas�a? �Qu� piensas?

HORACIO.- Por Dios, nunca lo hubiera cre�do sin la sensible y cierta comprobaci�n de mis propios ojos.

MARCELO.- �No es muy parecido al rey?

HORACIO.- Como t� a ti mismo. Igual era la armadura que �l portaba cuando pele� contra el ambicioso Rey de Noruega; y as� arrug� el ce�o cuando, en fiero combate, hizo caer al de Polonia sobre el hielo de un solo golpe. Extra�a aparici�n �sta.

MARCELO.- Pues de esa manera, y exactamente a esta t�trica hora, con marcial desd�n se ha paseado dos veces delante de nuestra guardia.

HORACIO.- No comprendo el fin con que esto sucede; pero en el poco alcance de mi opini�n, presagia alg�n extraordinario cambio a nuestra naci�n.

MARCELO.- Bueno, si�ntense y d�ganme, cualquiera de ustedes que lo sepa, �por qu� fatigan todas las noches a los vasallos con estas guardias tan penosas y vigilantes? �Y por qu� tanta fundici�n diaria de ca�ones de bronce y el acopio extranjero de implementos de guerra? �Para qu� esa multitud de carpinteros de marina, cuyo doloroso trabajo no divide al domingo del resto de la semana? �Qu� causas puede haber para que el trabajador sudoroso y apresurado junte la noche con el d�a? �Qui�n de ustedes puede informarme?

HORACIO.- Yo puedo dec�rtelo ..., o al menos los rumores que corren sobre esto. Nuestro �ltimo Rey, cuya imagen acaba de aparec�rsenos, fue picado en su orgullo y desafiado a combate, como t� sabes, por Fortimbr�s de Noruega. En aquel desafio, nuestro valiente Hamlet (que alcanz� tanto renombre en la parte del mundo que conocemos) mat� a Fortimbr�s, quien mediante un pacto sellado y ratificado por la ley y el fuero de las armas ced�a, junto con su vida, todos aquellos lugares que estaban bajo su dominio. Nuestro Rey se oblig� tambi�n a cederle una porci�n equivalente, que hubiera pasado como herencia suya a manos de Fortimbr�s, si hubiera sido vencido. En virtud de aquel convenio y de los art�culos estipulados, recay� todo en Hamlet. Ahora el joven Fortimbr�s, de un car�cter fogoso, falto de experiencia y lleno de presunci�n, en nombre de Noruega ha ido recogiendo aqu� y all�, una turba de gente resuelta y desesperada, a quien la necesidad de comer obliga a realizar empresas peligrosas. Por eso los vemos dentro de nuestra naci�n, con el �nico fin de quitarnos, a la fuerza y por medios violentos, los mencionados lugares que perdi� su padre. Esto es, seg�n yo, el principal motivo de nuestros preparativos, la raz�n de esta guardia que hacemos y la verdadera causa de la agitaci�n y movimiento en la naci�n.

BERNARDO.- Yo pienso que no puede ser otra sino esa. Esto explicar�a la presencia de la incre�ble figura que viene armada hacia nuestro puesto; tan parecida al Rey que fue y es el causante de estas guerras.

HORACIO.- Una paja que molesta a los ojos de la mente. En la �poca m�s gloriosa y pr�spera de Roma, poco antes de que el poderoso Julio C�sar cayese, quedaron vac�as las sepulturas y los amortajados cad�veres vagaron y gimieron por las calles de la ciudad; como estrellas con colas de fuego y roc�o de sangre. Se observaron se�ales funestas en el Sol; y la Luna, cuya influencia gobierna el imperio de Neptuno, padeci� con un eclipse, como si fuera el Juicio Final. Y hemos visto otras veces iguales presagios de sucesos terribles, como precursores fatales que avisan sobre los acontecimientos venideros. El Cielo y la Tierra juntos, los han mostrado a nuestras tierras y a nuestra poblaci�n.

Entra el Fantasma.

HORACIO. (Continua).- Pero ... �Silencio! �Miren! Donde viene otra vez. Lo enfrentar� aunque me maldiga. �Detente, fantasma! Si puedes articular sonidos o usar tu voz, h�blame; si all� donde est�s puedes recibir alg�n beneficio por algo que hagamos, h�blame; si est�s al tanto del destino de tu pa�s, el cual, felizmente previsto, pueda evitarse, �Oh, habla! O si acumulaste durante tu vida tesoros mal habidos en las entra�as de la Tierra, por cuya causa, seg�n dicen, ustedes esp�ritus, vagan inquietos despu�s de la muerte, decl�ralo; �Detente y habla! (Canta un gallo). Marcelo, �detenlo!

MARCELO.- �Lo golpeo con mi lanza?

HORACIO.- Hazlo, si no quiere detenerse.

BERNARDO.- Aqu� est�.

HORACIO.- Aqu� est�.

MARCELO.- Se ha ido. (Se va el Fantasma). Lo ofendemos, siendo �l un soberano, al hacer demostraciones de violencia. Adem�s, seg�n parece, es invulnerable como el aire y nuestros esfuerzos maliciosos resultan vanos y grotescos.

BERNARDO.- Ya iba a hablar cuando el gallo cant�.

HORACIO.- Y en ese momento se estremeci� como un delincuente temeroso. Yo he escuchado que el gallo, trompeta de la ma�ana, hace despertar al dios del d�a con el alto y agudo sonido de su garganta, y que a este anuncio, todo extra�o esp�ritu errante por la Tierra o el aire, el mar o el fuego, huye hacia su morada; y sobre la verdad de este punto, el fantasma que hemos visto la confirma. (Empieza a iluminarse lentamente el escenario).

MARCELO.- Efectivamente, desapareci� al cantar el gallo. Algunos dicen que justo antes de que llegue la estaci�n en que el nacimiento de nuestro Redentor es celebrado, esta ave matutina canta toda la noche; y que entonces, seg�n dicen, ning�n esp�ritu se atreve a vagar. Las noches son saludables; ning�n planeta influye siniestramente; ninguna maldad produce efecto y las hechiceras no tienen poder para sus encantos. Tan bendito y tan feliz es ese tiempo.

HORACIO.- As� lo tengo entendido yo tambi�n, y en parte lo creo. Pero miren la ma�ana, cubierta con rosado manto, viene pisando el roc�o de aquel alto monte oriental. Terminemos nuestra guardia; y soy de la opini�n que contemos al joven Hamlet lo que hemos visto esta noche. Porque, por mi vida, este esp�ritu, mudo con nosotros, hablar� con �l. �No les parece nuestra obligaci�n decirle estas noticias?

MARCELO.- Hag�moslo. Se los ruego. Yo s� d�nde podemos hallarlo con seguridad esta ma�ana. (Salen).




SEGUNDA ESCENA

Un sal�n de audiencias en el castillo.

Ostentosamente. Entran el Rey, la Reina, Hamlet, Polonio, Laertes, Voltimand, Cornelio, caballeros, y asistentes.

REY.- Aunque la muerte de nuestro querido hermano Hamlet est� todav�a reciente en nuestra memoria, y eso nos obliga a mantener en tristeza los corazones ya que en todo el reino se observe la imagen del dolor, aun as�, la raz�n a peleado contra la naturaleza, para que nosotros pensemos con mayor prudencia en �l, junto con la memoria de lo que a nosotros nos incumbe. Por tal motivo, he recibido por esposa a la que un tiempo fue mi hermana, y hoy reina conmigo en el trono de esta belicosa naci�n. Pero estas alegr�as son imperfectas, pues en ellas se han unido las l�grimas a la felicidad, las fiestas a la pompa f�nebre, los c�nticos de muerte a los epitalamios del himeneo, y han sido pesados en igual balanza el placer y la aflicci�n. No hemos dejado de seguir los dict�menes de la prudencia que ahora ha procedido libremente. Por todo eso, les agradezco. Ahora les digo que, como ustedes saben, el joven Fortimbr�s, estimando en poco nuestro dolor, o pensando en que la reciente muerte de mi hermano ha producido en el reino trastorno y desuni�n, y confiado en este sue�o de su superioridad, no ha dejado de importunarme con mensajes, pidi�ndome que le devuelva esas tierras perdidas por su padre y que obtuvo mi valiente hermano con todas las formalidades de la ley. Tanto peor para �l. Por lo que a nosotros toca, y en cuanto al objeto de esta reuni�n, el asunto est� as�: he escrito al Rey de Noruega, t�o del joven Fortimbr�s, quien, impotente y postrado en el lecho, apenas tiene noticia de los pr�positos de su sobrino a fin de que le impida realizarlos. Tengo informes exactos de la gente que levanta contra m�, y todos ellos son ajenos a la causa. Buen Cornelio, y t� Voltimand, saludar�n en mi nombre al anciano Rey; pero no les doy facultad personal para celebrar con �l tratado alguno que exceda los l�mites detallados en estos art�culos. (Les da unas cartas). Adi�s y espero que hagan lo que les encargo con prontitud.

VOLTIMAND y CORNELIO.- En �sta y en todas las ocasiones te demostraremos nuestra lealtad.

REY.- No lo dudo. El Cielo los guarde. (Salen Voltimand y Cornelio). Y ahora, Laertes, �qu� noticias tienes? Nos has hablado de una pretensi�n; �cu�l es Laertes? En cualquier cosa justa que pidas al Rey de Dinamarca, no ser� vano tu ruego. �Qu� podr�s pedirme t� que no sea m�s ofrecimiento m�o que demanda tuya? No es m�s apegada la cabeza al coraz�n, ni m�s pronta la mano en servir a la boca, de lo que es el trono de Dinamarca para con tu padre. �Qu� quieres, Laertes?

LAERTES.- Mi respetable se�or, solicito permiso para regresar a Francia. De all� he venido voluntariamente a Dinamarca para manifestar mi afecto en su coronaci�n; pero ahora, hecho esto, debo confesarle que mis ideas y mis deseos me llaman de nuevo hacia Francia, y espero de su bondad esta licencia.

REY.- �Tienes ya la de tu padre? �Qu� dices, Polonio?

POLONIO.- La tiene, mi se�or. A fuerza de tenacidad, ha logrado arrancar mi tard�o consentimiento. Al verle tan decidido, firm� por fin la licencia para que se vaya. Le ruego, se�or, que le permita partir.

REY.- Elige la hora m�s oportuna, Laertes; el tiempo es propicio y haz cuanto gustes para lograr tus deseos. Y ahora, Hamlet, mi deudo, y mi hijo ...

HAMLET. (Aparte).- Algo m�s que deudo y menos que hijo.

REY.- �Qu� sombras de tristeza te cubren?

HAMLET.- Al contrario, mi se�or; el Sol me ilumina demasiado.

REINA.- Buen Hamlet, quita ese semblante de aflicci�n y deja observarte como a un amigo de Dinamarca. No siempre con abatidos p�rpados busques entre el polvo a tu noble padre. T� sabes que esto es com�n: todo lo que vive debe morir, pasando de la naturaleza a la eternidad.

HAMLET.- S�, se�ora, es com�n.

REINA.- Pues si lo es, �por qu� aparentas tan particular sentimiento?

HAMLET.- �Aparento, se�ora? No es as�. Yo no s� aparentar. Esto no es s�lo una sombr�a apariencia, buena madre. Ni los trajes acostumbrados de solemne luto, ni los forzados suspiros del pecho, ni el abundante r�o en los ojos, ni la dolorida expresi�n del semblante junto con todas las f�rmulas, los ademanes, las expresiones de dolor, bastar�n para manifestar lo que siento verdaderamente. Estos signos aparentan y son acciones que un hombre puede fingir; pero yo tengo aqu� adentro lo que he mostrado, y s�lo son los atav�os y el traje del dolor.

REY.- Esto es hermoso y encomiable en tu naturaleza, Hamlet. Dar estas muestras de cari�o a tu padre; pero t� debes saber que tu padre perdi� a su padre, y su padre perdi� el suyo tambi�n. Y el que sobrevive limita la filial obligaci�n de su tristeza a un cierto t�rmino, pues continuar en obstinado desconsuelo es una conducta de imp�a necedad. No es normal en el hombre pues revela una voluntad rebelde a los designios celestiales, un coraz�n d�bil, un deseo impaciente, un talento limitado e incomprensible. Porque nosotros sabemos lo que debe ser, y que es tan com�n como cualquier cosa ordinaria para nuestros sentidos. �Por qu� debemos tomarlo tan a pecho? �Vamos! �sta es una falta contra el Cielo, contra la muerte, contra la naturaleza; la raz�n m�s absurda, cuyo tema com�n es la muerte de nuestros padres, a quienes siempre hemos llorado, desde el primer difunto hasta el que ha muerto recientemente. Esto debe ser as�. Te lo ruego, aleja de ti esa in�til tristeza y piensa en m� como un padre, puesto que debe ser notorio al mundo que t� eres la persona m�s cercana a mi trono, y que te amo con el afecto m�s puro que puede tener un padre hacia su hijo. Tu deseo de regresar a los estudios en Wittemberg es lo m�s contrario a nuestra voluntad, y te pedimos que desistas de eso, permaneciendo aqu� bajo mi mirada amable y cari�osa, como el primero de mis cortesanos, mi pariente y mi hijo.

REINA.- No dejes que sean vanas las s�plicas de tu madre, Hamlet. Te lo ruego, qu�date con nosotros; no vayas a Wittemberg.

HAMLET.- Obedecerte en todo ser� siempre mi deseo, se�ora.

REY.- Vaya, esa es una afectuosa y agradable respuesta. Quiero que seas como yo mismo en Dinamarca. Ven, se�ora. Esta gentil y sincera condescendencia de Hamlet ha llenado de alegr�a mi coraz�n. Para celebrar este acontecimiento, no har� hoy Dinamarca festivos brindis sin que lo anuncie a las nubes el sonoro ca��n, y el Rey reciba del Cielo el anuncio nuevamente, repitiendo el trueno en la Tierra. Vengan.

Salen todos, menos Hamlet.

HAMLET.- �Oh! �Si esta carne tan s�lida pudiera ablandarse y mezclarse con el roc�o! �O que el destino no hubiera preparado su ca��n contra su propio sacrificio! �Oh, Dios! �Dios! �Cu�n deterioradas, rancias, vanas e infructuosas me parecen todas las cosas de este mundo! �Qu� verg�enza! �Ah, qu� verg�enza! Es un campo incultivable, donde s�lo crecen cosas de vulgar naturaleza, domin�ndolo completamente. �Que hayamos llegado a esto! S�lo a dos meses de la muerte -no, ni siquiera dos meses- de tan excelente Rey, que comparado con �ste, fue como Hiperi�n con un s�tiro; y tan amante de mi madre, que ni a los vientos celestiales permit�a llegar atrevidos a su rostro. �Oh, Cielo y Tierra! �Debo recordarlo? Vamos, ella se mostraba tan amorosa con �l como si hubiera crecido esa necesidad de su pasi�n. Y a pesar de eso, en un mes ... -no quisiera pensar en eso-. �Fragilidad, tu nombre es de mujer! En un corto mes y antes de gastar los zapatos con que ella acompa�� el cuerpo de mi pobre padre, como N�obe, ba�ada en l�grimas ... ella, s�, ella misma ... �Oh Dios! Una fiera, incapaz de razonar y discurrir hubiera mostrado aflicci�n m�s durable ... y se ha casado con mi t�o, con el hermano de mi padre, que es tan parecido a �l como yo a H�rcules. En un mes ..., a�n con la sal de las m�s dolorosas l�grimas en sus emojecidos ojos, ella se cas�. �Oh, descabellada precipitaci�n, ir a ocupar con tal diligencia un lecho incestuoso! Eso no est� bien, ni puede traer nada bueno. Pero hazte pedazos, coraz�n m�o, pues debo reprimir mi lengua.

Entran Horacio, Marcelo y Bernardo.

HORACIO.- Hola, su se�or�a.

HAMLET.- Me alegro de verte. Eres Horacio, o me olvido de m� mismo.

HORACIO.- El mismo, mi se�or, y siempre su humilde servidor.

HAMLET.- Caballero, mi buen amigo, te cambiar� ese t�tulo que te das. �Y para qu� has venido de Wittemberg, Horacio?... �Ah, tambi�n Marcelo!

MARCELO.- Mi buen se�or.

HAMLET.- Estoy contento de verte ... (A Bernardo). Buenas tardes caballero ... Pero, por mi fe, �a qu� has venido de Wittemberg, Horacio?

HORACIO.- S�lo por pasear, mi buen se�or.

HAMLET.- No quisiera escuchar a un enemigo tuyo decir eso, ni puedes forzar a mis o�dos a hacerlo para creer m�s en una disculpa que te ofenda. Yo s� que no est�s de paseo. �Qu� asuntos tienes en Elsinor? Te ense�aremos a ser un buen bebedor antes de que te vayas.

HORACIO.- Mi se�or, vine a presendar los funerales de su padre.

HAMLET.- Te lo ruego, no te burles de m�, compa�ero. Yo pienso que fue para ver la boda de mi madre.

HORACIO.- En efecto, mi se�or, la celebraci�n se llev� a cabo en seguida.

HAMLET.- Econom�a, econom�a, Horacio. Los manjares del funeral todav�a no se enfriaban cuando se utilizaron para el banquete de la boda. Hubiera querido encontrarme en el Cielo con mi peor enemigo, antes que ver ese d�a, Horacio. Mi padre ... creo que veo a mi padre.

HORACIO.- �Oh d�nde, mi se�or?

HAMLET.- Lo veo con los ojos de la mente, Horacio.

HORACIO.- Yo lo vi alguna ocasi�n. Era un magn�fico Rey.

HAMLET.- Era un hombre tan cabal en todo que no podr�a encontrar otro igual.

HORACIO.- Mi se�or, creo que yo lo vi anoche.

HAMLET.- �Lo viste? �A qui�n?

HORACIO.- Al Rey su padre, mi se�or.

HAMLET.- �Al Rey mi padre?

HORACIO.- Calme su ansiedad por un momento, y escuche con atenci�n lo que voy a contarle, apoyado por el testimonio de estos caballeros. Esto lo sorprender�.

HAMLET.- �Por amor de Dios, cu�ntame!

HORACIO.- Dos noches seguidas la vieron estos caballeros, Marcelo y Bernardo, durante su vigilancia, a mitad de la solitaria noche. Una figura semejante a la de su padre, armada completamente, de la cabeza a los pies, apareci� ante ellos, y caminando en forma solemne, pas� lenta y majestuosamente por donde ellos estaban. Tres veces camin� ante sus incr�dulos y sorprendidos ojos, acerc�ndose hasta el alcance de sus lanzas; pero ellos d�biles y casi helados por el miedo, permanecieron mudos y no le hablaron. Luego me platicaron este terrible secreto. Y fui con ellos a la vigilancia la tercera noche, donde, como ellos me hab�an dicho, acerca de la hora y de la figura, cada palabra resulto cierta. La aparici�n lleg�. Yo conoc� a su padre; como conozco a estas manos.

HAMLET.- �Pero d�nde fue esto?

MARCELO.- En la explanada donde est�bamos vigilando, mi se�or.

HAMLET.- �Y no le hablaron?

HORACIO.- Lo hice, mi se�or, pero no obtuve respuesta. Aunque una vez me pareci� ver que su cabeza se mov�a, como si quisiera hablar. Pero en ese momento cant� el gallo matutino con su aguda voz y al escucharlo huy� r�pidamente, desapareciendo de nuestras miradas.

HAMLET.- Esto es muy extra�o.

HORACIO.- Y tan cierto como mi vida, honorable se�or. Nosotros pensamos que era nuestro deber avisarle de esto.

HAMLET.- As� es, en efecto, caballeros; pero esto me intriga. �Estar�n vigilando esta noche?

MARCELO y BERNARDO.- S�, se�or.

HAMLET.- �Dicen que iba armado?

MARCELO y BERNARDO.- Armado, se�or.

HAMLET.- �De la cabeza a los pies?

MARCELO y BERNARDO.- S�, se�or, de la cabeza a los pies.

HAMLET.- �Entonces no vieron su rostro?

HORACIO.- Oh, s�, mi se�or; tra�a la visera levantada.

HAMLET.- �Y se ve�a enojado?

HORACIO.- Parec�a m�s triste que enojado.

HAMLET.- �Estaba p�lido o encendido?

HORACIO.- No, muy p�lido.

HAMLET.- �Y fij� la mirada sobre ustedes?

HORACIO.- Constantemente.

HAMLET.- Hubiera querido estar all�.

HORACIO.- Mucho asombro le habr�a causado.

HAMLET.- Es verdad; �y estuvo mucho tiempo?

HORACIO.- Lo que uno se tarda en contar hasta cien con moderada prisa.

MARCELO y BERNARDO.- M�s, m�s tiempo.

HORACIO.- No cuando yo lo vi.

HAMLET.- Su barba era gris�cea, �no?

HORACIO.- Era como yo se la vi cuando viv�a, de un color plateado.

HAMLET.- Ir� esta noche a la vigilancia; quiz�s vuelva otra vez.

HORACIO.- Le aseguro que volver�.

HAMLET.- Y si asume la noble personalidad de mi padre, yo le hablar� aunque el infierno mismo, abriendo sus entra�as, me pidiera mi alma. Yo les pido a ustedes que as� como han callado esto que vieron, lo oculten con mayor sigilo todav�a. Y cualquier cosa m�s que suceda esta noche, denla al entendimiento, pero no a la lengua. Yo recompensar� su lealtad. Que les vaya bien. Entre las once y las doce los visitar� en la explanada.

TODOS.- Nuestro deber es servirle.

HAMLET.- Su afecto es como el m�o hacia ustedes. Adi�s. (Salen todos menos Hamet). �El esp�ritu de mi padre armado! No est� bien. Sospecho alguna maldad. Quisiera que la noche llegara. Hasta entonces se tranquilizar� mi alma. Las malas acciones crecer�n, aunque la Tierra las oculte a los ojos de los hombres. (Sale).




TERCERA ESCENA

Una habitaci�n en la casa de Polonio.

Entran Laertes y Ofelia.

LAERTES.- Mi equipaje est� embarcado. Adi�s hermana, y cuando los vientos sean favorables y seguro el viaje por mar, m�ndame noticias tuyas.

OFELIA.- �Dudas de eso?

LAERTES.- Con respecto a Hamlet y a la frivolidad de su atenci�n, t�malo como una cortes�a, un capricho apasionado, una violeta que en la juventud de su natural florecimiento, se adelanta a vivir y no se sostiene; hermosura no durable; perfume de un momento y nada m�s.

OFELIA.- �Nada m�s que eso?

LAERTES.- Pienso que nada m�s. Porque no s�lo en nuestra juventud aumentan las fuerzas y el tama�o del cuerpo, sino que las facultades del talento y del alma crecen igualmente con el templo en que residen. Quiz�s �l te ame ahora, sin que nada manche la pureza de su sentimiento; pero debes temer al considerar su grandeza, pensando que no tiene voluntad propia y que se comporta de acuerdo a su nacimiento. El no puede, como cualquier persona, elegir por s� mismo, pues de su elecci�n depende la seguridad y riqueza de esta gran naci�n; y por lo tanto su elecci�n debe estar circunscrita a la voz y el consentimiento de ese cuerpo, del cual �l es la cabeza. Entonces, si �l dice que te ama, ser� prudente no creerle, pues �l con su forma de ser puede prometerte algo; que s�lo tendr� el valor que le d� la voz de Dinamarca. Considera qu� p�rdida padecer�a tu honor si con demasiada credulidad dieras o�dos a su voz lisonjera, o perdieras la libertad del coraz�n, o entregaras tu casto tesoro a sus instancias impetuosas. Teme, Ofelia; teme, querida hermana, no sigas tu inclinaci�n inconsiderada. Al�jate del peligro, coloc�ndote lejos del alcance del deseo. La doncella m�s honesta es suficientemente pr�diga si descubre su belleza al rayo de la Luna. La virtud misma no puede escapar de los golpes de la calumnia. Con frecuencia el insecto roe las flores hijas de la primavera antes de que su bot�n se abra; y el matutino y transparente roc�o de la juventud se esparce en el viento sin detenerse. Conviene, pues, tener prudencia, pues la mayor seguridad estriba en el temor. La juventud se rebela contra s� misma aunque nadie la combata.

OFELIA.- Yo conservar� para defensa de mi coraz�n tus buenos consejos. Pero, mi buen hermano, no hagas lo que hacen algunos imp�os pastores, mostr�ndome el �spero y espinoso camino al Cielo, mientras como jadeantes e imprudentes libertinos, pisan ellos la primorosa senda de los placeres, sin cuidarse de practicar lo que predican.

LAERTES.- �Oh, no temas! Yo sostengo lo que digo. Pero aqu� llega mi padre ... Una doble bendici�n es una doble gracia; la ocasi�n se presta para una segunda despedida.

Entra Polonio.

POLONIO.- �Todav�a est�s aqu�, Laertes? �Qu� pereza! A bordo, a bordo; el viento sopla en lo alto de la vela y espera por ti. Recibe mi bendici�n e imprime en tu memoria estos pocos preceptos. No digas f�cilmente lo que pienses, ni ejecutes cosa no bien premeditada primero. Debes ser afable y de ninguna manera vulgar. Une a tu alma con v�nculos de acero los amigos que tengas despu�s de examinada su conducta; pero no acaricies con mano amiga a cada nuevo e inexperto camarada. Trata de no meterte en peleas, pero si son inevitables, consigue que tu contrario huya de ti. Presta o�do a cualquier hombre, pero s�lo a algunos tu voz; toma la opini�n de cada persona, pero res�rvate la tuya. Sea tu vestido tan costoso como tu bolsa te lo permita, pero no falto de gusto; rico y no extravagante; porque la apariencia frecuentemente proclama al hombre, y en Francia, los de mejor rango y situaci�n, son de la m�s selecta y generosa excelencia en esta materia. Procura no dar ni pedir prestado, porque el que presta suele perder a un tiempo el dinero y el amigo, y el que pide prestado pierde la noci�n del ahorro. Pero, sobre todo, s� sincero contigo mismo y as� no podr�s ser falso con los dem�s; consecuencia tan precisa como que la noche sigue al d�a. Adi�s, que mi bendici�n haga fructificar en ti estos consejos.

LAERTES.- Humildemente pido su licencia, mi se�or.

POLONIO.- El tiempo te est� convidando y tus criados esperan. Vete.

LAERTES.- Adi�s, Ofelia, y recuerda bien lo que te he dicho.

OFELIA.- Eso est� encerrado en mi memoria y t� mismo puedes guardar la llave.

LAERTES.- Adi�s. (Sale).

POLONIO.- �Y qu� es lo que te ha dicho, Ofelia?

OFELIA.- Si desea saberlo, es algo relacionado con el Pr�ncipe Hamlet.

POLONIO.- De verdad, pi�nsalo bien. Me han dicho que �ltimamente te ha visitado varias veces en forma privada, y que t� lo has admitido con mucha complacencia y libertad. Si esto es as� como me lo han expuesto, a fin de que prevenga el riesgo, debo decirte que no te has portado con la delicadeza que corresponde a una hija m�a y a tu honor. �Qu� hay entre ustedes? Dime la verdad.

OFELIA.- �ltimamente me ha declarado con mucha ternura su cari�o.

POLONIO.- �Cari�o? �Bah! T� hablas como una muchacha inmadura, inexperta en circunstancias tan peligrosas. �Crees en su ternura, como t� la llamas?

OFELIA.- No s�, mi se�or, lo que debo creer.

POLONIO.- �Vamos! Yo te lo dir�. Piensa que eres una ni�a y que has recibido esas ternuras como verdadera paga, pero sin valor genuino. Est�mate con m�s cuidado, pues si te aprecias en menos de lo que vales, har�s que yo pierda la raz�n.

OFELIA.- Mi se�or, �l me ha hablado de amor con honorable apariencia.

POLONIO.- S�, puedes llamarla apariencia. Prosigue, contin�a.

OFELIA.- Y reafirm� cuanto me dec�a, mi se�or, con las m�s sagradas promesas.

POLONIO.- S�, esos son lazos para atrapar codornices. Yo lo s�, cuando la sangre hierve, con cu�nta prodigalidad presta el alma juramentos a la lengua. Estas llamaradas, hija m�a, dan m�s luz que calor, apag�ndose pronto, y no debes tomarlas por fuego verdadero a pesar de lo que te prometa. De hoy en adelante cuida de ser m�s avara de tu presencia virginal; dale a tu trato un precio m�s alto que a una invitaci�n a platicar. En cuanto al pr�ncipe Hamlet, debes creer solamente que �l es joven, y que si aflojas las riendas, llegar� hasta donde t� puedas permitirlo. En suma, Ofelia, no creas sus promesas, porque son falsas, distintas a lo que aparentan. S�lo son para implorar profanos deseos, alentadas como santos y piadosos juramentos. Lo mejor para enga�ar. Por �ltimo, realmente no quisiera que de ahora en adelante, pierdas los momentos ociosos en mantener conversaci�n con el pr�ncipe Hamlet. Cuidado con hacerlo, yo te lo ordeno. Ve a tu aposento.

OFELIA.- Obedecer�, mi se�or. (Salen).




CUARTA ESCENA

En la explanada frente al castillo.

(Noche oscura).

Entran Hamlet, Horacio y Marcelo.

HAMLET.- El aire cala duramente; es muy fr�o.

HORACIO.- Es agudo y penetrante.

HAMLET.- �Qu� hora es?

HORACIO.- Creo que van a dar las doce.

MARCELO.- No, ya dieron.

HORACIO.- �De verdad? No las he o�do. Pues entonces ya se acerca el momento en que el fantasma suele pasearse. (Se oyen sonidos de clarines y timbales adentro). �Qu� significa ese ruido, mi se�or?

HAMLET.- El Rey se desvela esta noche y se la pasa de juerga, bebiendo y bailando con gran vocer�o; y a cada copa de Rhin que bebe, los timbales y clarines anuncian con estr�pito sus victoriosos brindis.

HORACIO.- �Es una costumbre?

HAMLET.- S�, es costumbre. Pero, aunque he nacido en este pa�s y estoy hecho a sus maneras, pienso que ser�a m�s decoroso quebrantar esa costumbre que seguirla. Este exceso que embrutece el entendimiento, nos infama ante otras naciones desde Oriente a Occidente. Nos llaman ebrios y manchan nuestra reputaci�n con frases sucias, y realmente nos consideran as�, aunque tengamos buenas cualidades como parte esencial de nuestra conducta. As� sucede frecuentemente a los hombres, que por cualquier defecto natural en ellos, desde su nacimiento -del cual no son culpables, puesto que nadie puede escoger su origen-, crecen con alg�n complejo, que muchas veces rompe los l�mites y la fortaleza de la raz�n, o con alg�n h�bito que se aparta demasiado de las buenas costumbres recibidas, llevando estos hombres consigo el signo de un defecto que imprimi� en ellos el capricho de la naturaleza, o la estrella de la fortuna; aunque sus virtudes sean tan puras como la gracia celestial, y tan infinitas como pueda tener un mortal, ser�n mancilladas en el concepto p�blico por ese �nico defecto. Un poco de perversidad logra que toda la parte noble se corrompa para su propia verg�enza.

Entra el Fantasma.

HORACIO.- Mira, mi se�or, ya llega.

HAMLET.- ��ngeles y ministros de gracia, defi�ndanos! Ya seas esp�ritu bueno o condenada visi�n, traigas contigo aura celestial o ardores del infierno, sea malvada o ben�fica tu intenci�n, en tal forma vienes, que yo te hablar�. Te llamar� Hamlet, Rey, padre, soberano de Dinamarca. �Oh, cont�stame!, no me atormentes con la duda. Pero dime: �por qu� tus venerables huesos, ya sepultados, han roto su vestidura f�nebre? �Por qu� el sepulcro donde te vimos descansar tranquilamente te ha echado de s�, abriendo sus poderosas y sorprendentes fauces? �Cu�l puede ser la causa de que tu difunto cuerpo, completamente armado, vuelva otra vez a ver los fulgores de la Luna a�adiendo horror a la noche, para que nosotros, ignorantes por naturaleza, padezcamos agitaci�n espantosa con pensamientos que van m�s all� del alcance de nuestras almas? Di, �por qu� es esto? �Por qu�? �Qu� debemos hacer nosotros?

El Fantasma hace se�as a Hamlet.

HORACIO.- Le hace se�as para que vaya con �l, como si deseara comunicarle algo a solas.

MARCELO.- Mire, con qu� expresivo adem�n lo invita a un lugar m�s lejano. Pero no vaya con �l.

HORACIO.- No, por ning�n motivo.

HAMLET.- No hablar�, por lo tanto, lo seguir�.

HORACIO.- No lo haga, mi se�or.

HAMLET.- �Por qu� no? �Qu� miedo debo tener? Yo no estimo la vida en nada, y a mi alma, �qu� puede �l hacerle, siendo como es cosa inmortal? Otra vez me llama. Lo seguir�.

HORACIO.- Pero, mi se�or, �qu� tal si lo llevara al mar o a la espantosa cima de ese monte cuyos agudos pe�ascos baten las olas, y all� tomara alguna otra forma horrible capaz de impedirle el uso de la raz�n y lo vuelve loco? Pi�nselo. El lugar s�lo inspira ideas de muerte, sin ning�n motivo, a cualquiera que mire tal inmensidad del mar y escuche su ronco rugido.

HAMLET.- Todav�a me llama. Vamos, yo lo seguir�.

MARCELO.- No vayas, mi se�or.

HAMLET.- Quiten sus manos.

HORACIO.- Sea sensato, no lo siga.

HAMLET.- Mi destino me llama, y hace que cada fibra de mi cuerpo sea tan vigorosa como la fuerza del le�n de Nemea. A�n me llama. Su�ltenme caballeros. �Por los cielos, que matar� al que trate de detenerme! �Ya lo dije, a un lado! Vamos; lo seguir�.

Salen el Fantasma y Hamlet.

HORACIO.- Su exaltada imaginaci�n lo pierde.

MARCELO.- Sig�moslo. Pues en esto no debemos obedecerlo.

HORACIO.- Vamos detr�s de �l. �Qu� resultar� de este suceso?

MARCELO.- Algo est� podrido en la naci�n de Dinamarca.

HORACIO.- Que los cielos lo iluminen.

MARCELO.- No, sig�moslo. (Salen).




QUINTA ESCENA

Otra parte de la explanada.

Entran el Fantasma y Hamlet.

HAMLET.- �Ad�nde me llevas? Habla. No ir� m�s lejos.

FANTASMA.- Hazme caso.

HAMLET.- Lo har�.

FANTASMA.- Ya casi llega la hora en que debo restituirme a las sulf�reas y atormentadoras llamas.

HAMLET.- �Ay, pobre espectro!

FANTASMA.- No me compadezcas, s�lo presta atentos o�dos a lo que voy a revelarte.

HAMLET.- Habla, estoy listo para escucharte.

FANTASMA.- Luego que me oigas, buscar�s la venganza.

HAMLET.- �Por qu�?

FANTASMA.- Yo soy el esp�ritu de tu padre, destinado por cierto tiempo a vagar de noche y aprisionado en fuego durante el d�a, hasta que sus llamas purifiquen las culpas que comet� en el mundo. S�lo que no se me permite manifestar los secretos de la prisi�n que habito. Pudiera contarte una historia cuyas claras palabras estremecer�an tu alma, helando tu sangre juvenil. Har�a que tus ojos, inflamados como estrellas, saltaran de sus �rbitas; y cada uno de tus cabellos quedar�a erizado, como las p�as del col�rico puerco esp�n. Pero estos eternos misterios no son para los o�dos humanos. �Atiende, atiende, oh, atiende! Si alguna vez tuviste amor a tu padre ...

HAMLET.- �Oh, Dios!

FANTASMA.- Venga su cruel y m�s inhumano asesinato.

HAMLET.- �Asesinato?

FANTASMA.- El asesinato m�s cruel, como todos lo son; pero �ste fue m�s cruel, inconcebible e inhumano.

HAMLET.- Refi�remelo presto, para que, con alas veloces como las de la fantas�a o las de los pensamientos amorosos, me precipite a la venganza.

FANTASMA.- Ya veo cu�n dispuesto te hallas, y aunque fueras insensible como las ra�ces que se pudren incultas en las orillas del Leteo (r�o mitol�gico al que se le otorgaba la ualidad de que a trav�s de sus aguas se proporcionaba el olvido. Nota de Chantal l�pez y Omar Cort�s), no dejar�a de conmoverte lo que voy a decir. Ahora, Hamlet, escucha. Se esparci� la voz de que durmiendo en mi huerto, me mordi� una serpiente. As�, todos los o�dos de Dinamarca, con esta fabulosa invenci�n acerca de mi muerte, fueron terriblemente enga�ados. Pero t� debes saber, noble mancebo, que la serpiente que mordi� a tu padre, ahora ci�e su corona.

HAMLET.- �Oh, ya me lo anunciaba el coraz�n! �Mi t�o!

FANTASMA.- S�, ese incestuoso, ese monstruo ad�ltero, vali�ndose de su talento maligno, con traidores halagos ... �Oh, malvados pensamientos y obsequios que tiene el poder de seducir asi ...! gan� para su deshonesto apetito la voluntad de la reina, que yo cre�a llena de virtud. �Oh, Hamlet, cu�n grande fue su ca�da! Mi amor hacia ella fue siempre tan puro, fiel a los solemnes juramentos que le hice cuando nos casamos; y lo cambi� por el de un miserable, cuyas cualidades eran inferiores a las m�as. Pero as� como la virtud es incorruptible, aunque la disoluci�n procure excitarla bajo divina forma, as� la incontinencia, aunque viva unida a un �ngel radiante, profanar� con oprobio su t�lamo celeste. �Pero, basta! Me parece sentir el aire de la ma�ana; debo ser breve. Durmiendo en mi huerto, como acostumbraba siempre en las tardes, tu tio me sorprendi� en aquella hora de quietud y trayendo un frasco de licor venenoso, derram� en mi o�do su ponzo�osa destilaci�n, cuyo efecto, de tal manera es contrario a la sangre del hombre, que semejante en la sutileza al mercurio, se esparce por todas las entradas y conductos del cuerpo, y con s�bita fuerza los ocupa, cuajando la pura y robusta sangre como la leche con las gotas �cidas. Este efecto produjo en m� inmediatamente, y la piel hinchada comenz� a despegarse con una especie de lepra, de �speras y repugnantes costras. As� fue c�mo, durmiendo, perd� a manos de mi hermano, la vida, la corona, la reina, todo a la vez. Perd� la vida cuando mi pecado estaba en todo su vigor, sin hallarme dispuesto para aquel trance; sin haber recibido el pan eucar�stico, ni la extrema unci�n; sin el reconocimiento de mis culpas; y fui enviado al Tribunal eterno con todas esas imperfecciones sobre la cabeza. �Oh, fue horrible! �Horrible! �Lo m�s horrible! Si oyes la voz de la naturaleza, no consientas, no permitas que el t�lamo real de Dinamarca sea el lecho de la lujuria y del abominado incesto. Pero, de cualquier modo que act�es, no manches tu pensamiento ni permitas que tu alma albergue ofensas contra tu madre. Deja su cuidado al Cielo y que las agudas puntas del remordimiento que tiene fijas en su pecho la hieran y atormenten. Adi�s. La luci�rnaga, apagando su aparente fuego, anuncia que el d�a est� cerca. Adi�s, adi�s, adi�s. Recu�rdame.

HAMLET.- �Oh, por todos los ej�rcitos celestiales! �Oh, Tierra! �Y qui�n m�s? �Invocar� al infierno tambi�n? �Oh, no! Detente, coraz�n m�o, detente; y ustedes, mis fuerzas, no se debiliten en un momento; mant�nganme robusto. �Recordarte? S�, alma infeliz, mientras haya memoria en esta agitada cabeza. �Recordarte? S�, borrar� de mi memoria todos los recuerdos fr�volos, todas las m�ximas de los libros, todas las ideas e impresiones del pasado que la juventud y la observaci�n grabaron en ella. Y �nicamente tu recuerdo, sin mezcla de otra cosa menos digna, vivir� escrito en el volumen de mi entendimiento. �S�, por los cielos te lo juro! �Oh, mujer tan culpable! �Oh, villano, villano, sonriente y endemoniado villano! Apuntar� en mi diario que un hombre puede sonre�r y sonre�r, y ser un villano. Al menos estoy seguro que eso puede ser en Dinamarca. (Saca un cuadernillo y escribe). Pues as� eres t�, t�o. Ahora, mis palabras son �stas: 'Adi�s, adi�s, recu�rdame. Yo lo he jurado.

HORACIO y MARCELO.- (Gritando desde adentro).- �Mi se�or, mi se�or!

Entran Horacio y Marcelo.

MARCELO.- Pr�ncipe Hamlet.

HORACIO.- �Los cielos lo protejan!

HAMLET.- As� sea.

MARCELO.- �Hola! �Oh, oh, mi se�or!

HAMLET.- �Hola! �Oh, oh, muchacho! Ven, p�jaro, ven (Voz utilizada en la cetrer�a, generalmente para llamar a un halc�n durante el entrenamiento. Nota de Chantal L�pez y Omar Cort�s).

MARCELO.- �C�mo est�s, mi noble se�or?

HORACIO.- �Qu� noticias tienes, mi se�or?

HAMLET.- �Oh, maravillosas!

HORACIO.- D�noslas, mi buen se�or.

HAMLET.- No, ustedes las revelar�an.

HORACIO.- Yo no, mi se�or, se lo juro por los cielos.

MARCELO.- Yo tampoco, mi se�or.

HAMLET.- Como dicen ustedes: �Quisiera el coraz�n de un hombre pensar una vez sobre eso? Pero, �guardar�n el secreto?

HORACIO y MARCELO.- S�, se�or; lo juramos por el Cielo.

HAMLET.- Nunca ha existido en toda Dinamarca mayor villano. �l s�lo es un gran malvado.

HORACIO.- No era necesario, se�or, que un fantasma saliera de la tumba para decirnos esto.

HAMLET.- S�, cierto, est�n en lo correcto; y por eso mismo, sin tratar m�s del asunto, ser� mejor despedirnos y partir. Ustedes, hacia donde sus asuntos o sus deseos los lleven -pues todos tienen asuntos y deseos, sean los que sean-; y yo por mi parte, ya lo saben, ir� a mi triste tarea, a rezar.

HORACIO.- �sas son s�lo palabras furiosas y sin sentido, mi se�or.

HAMLET.- Lo siento mucho si ellas los ofendieron; s�, de coraz�n.

HORACIO.- No hay ofensa alguna, mi se�or.

HAMLET.- S�, por San Patricio, que s� la hay, Horacio, y muy grande. En cuanto a la aparici�n, d�jenme decirles que es un difunto venerable. Y repriman cuanto puedan su deseo de saber qu� sucedi� entre nosotros. Ahora, buenos amigos, yo les pido, pues son mis amigos y mis compa�eros en el estudio y en las armas, que me hagan un favor.

HORACIO.- �Qu� cosa, mi se�or? Lo haremos.

HAMLET.- Que nunca cuenten lo que han visto esta noche.

HORACIO y MARCELO.- A nadie lo diremos, mi se�or.

HAMLET.- No, pero j�renlo.

HORACIO.- Por mi fe, se�or, no lo dir�.

MARCELO.- Tampoco yo, mi se�or, por mi fe.

HAMLET.- Sobre mi espada.

MARCELO.- Ya lo hemos prometido, mi se�or.

HAMLET.- H�ganlo sobre mi espada, h�ganlo.

Se oye la voz del Fantasma desde abajo.

FANTASMA.- J�renlo.

HAMLET.- �Ah, ah, muchacho! �Dijiste t� eso? �Est�s ah�, hombre de bien? Vamos, ya escucharon su voz en lo profundo. Consientan en jurar.

HORACIO.- Proponga la f�rmula, mi se�or.HAMLET.- Que nunca cuenten esto que han visto; j�renlo por mi espada.

FANTASMA. (Desde abajo).- J�renlo.

HAMLET.- �Hic et ubique? (Estas en todos lados) Cambiaremos de lugar. Vengan ac� caballeros y pongan otra vez sus manos sobre mi espada. Juren por ella que nunca contar�n esto que han o�do y visto.

FANTASMA. (Desde abajo).- J�renlo.

HAMLET.- Bien dicho, topo viejo. �C�mo puedes cavar la Tierra tan r�pido? �Diestro minero! Cambiemos otra vez de lugar, buenos amigos.

HORACIO.- �Oh, Dios de la luz y de las tinieblas, esto es prodigiosamente extra�o!

HAMLET.- Por eso como a un extra�o denle la bienvenida. Hay m�s cosas en el Cielo y en la Tierra de las que pueda so�ar tu filosof�a, Horacio. Pero vengan aqu�, y como antes dije, juren -as� el Cielo los haga felices- que, por m�s singular y extraordinaria que sea mi conducta -puesto que acaso juzgar� necesario proceder de manera extravagante-, nunca ustedes, al verme as�, dar�n nada a entender, cruzando los brazos de este modo, o moviendo as� la cabeza, o pronunciando algunas frases incoherentes como: Bueno, nosotros creemos, o Nosotros pudi�ramos si quisi�ramos, o Si gust�ramos de hablar, o Ah� est�, y si ellos pudieran, o en fin, cualquiera otra expresi�n ambigua, para hacer notar que ustedes no saben nada de m�. Y as� en sus necesidades los asista el favor de Dios. J�renlo.

FANTASMA. (Desde abajo).- J�renlo.

HAMLET.- Descansa, descansa, perturbado esp�ritu. (Ellos juran). Entonces, caballeros, con todo mi amor yo se los pido� y cr�anlo� por m�s infeliz que Hamlet se vea, Dios querr� que no le falten medios para manifestar la estimaci�n y amistad que les profesa. V�monos juntos, y pongan los dedos sobre sus labios, se los ruego. La ocasi�n es desastrosa. �Oh, maldito rencor! �Haber nacido yo para enmendarlo! Vengan, v�monos juntos. (Salen).

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