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Cuento PACO Yunque - Lectura
Asignatura: Actividades Integradoras I: Expresión Escénica
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Universidad: Universidad César Vallejo
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1
PACO YUNQUE
César Vallejo
Cuando Paco Yunque y su madre llegaron a la
puerta del colegio, los niños estaban jugando en el
patio. La madre le dejó y se fue. Paco, paso a paso, fue
adelantándose al centro del patio, con su libro primero,
su cuaderno y su lápiz. Paco estaba con miedo, porque
era la primera vez que veía a un colegio; nunca había
visto a tantos niños juntos.
Varios alumnos, pequeños como él, se le acercaron
y Paco, cada vez más tímido, se pegó a la pared, y se
puso colorado. ¡Qué listos eran todos esos chicos!
¡Qué desenvueltos! Como si estuviesen en su casa.
Gritaban. Corrían. Reían hasta reventar. Saltaban. Se
daban de puñetazos. Eso era un enredo.
Paco estaba también atolondrado porque en el
campo no oyó nunca sonar tantas voces de personas a
la vez. En el campo hablaba primero uno, después oro,
después otro y después otro. A veces, oyó hablar hasta
cuatro o cinco personas juntas. Era su padre, su madre,
don José, el cojo Anselmo y la Tomasa. Eso no era ya
voz de personas sino otro ruido. Muy diferente. Y
ahora sí que esto del colegio era una bulla fuerte, de
muchos. Paco estaba asordado.
Un niño rubio y gordo, vestido de blanco, le estaba
hablando. Otro niño más chico, medio ronco y con
blusa azul, también le hablaba. De diversos grupos se
separaban los alumnos y venían a ver a Paco,
haciéndole muchas preguntas. Pero Paco no podía oír
nada por la gritería de los demás. Un niño trigueño,
cara redonda y con una chaqueta verde muy ceñida en
la cintura agarró a Paco por un brazo y quiso
arrastrarlo. Pero Paco no se dejó. El trigueño volvió a
agarrarlo con más fuerza y lo jaló. Paco se pegó más a
la pared y se puso más colorado.
En ese momento sonó la campana, y todos entraron
a los salones de clase.
Dos niños –los hermanos Zumiga–tomaron de una
y otra mano a Paco y le condujeron a la sala de primer
año. Paco no quiso seguirlos al principio, pero luego
obedeció, porque vio que todos hacían lo mismo. Al
entrar al salón se puso pálido. Todo quedó
repentinamente en silencio y este silencio le dio miedo
a Paco. Los Zumiga le estaban jalando, el uno para un
lado y el otro para el otro lado, cuando de pronto le
soltaron y lo dejaron solo.
El profesor entró. Todos los niños estaban de pie,
con la mano derecha levantada a la altura de la sien,
saludando en silencio y muy erguidos.
Paco sin soltar su libro, su cuaderno y su lápiz, se
había quedado parado en medio del salón, entre las
primeras carpetas de los alumnos y el pupitre del
profesor. Un remolino se le hacía en la cabeza. Niños.
Paredes amarillas. Grupos de niños. Vocerío. Silencio.
Una tracalada de sillas. El profesor. Ahí, solo, parado,
en el colegio. Quería llorar. El profesor le tomó de la
mano y lo llevó a instalar en una de las carpetas
delanteras junto a un niño de su mismo tamaño. El
profesor le preguntó:
–¿Cómo se llama Ud.?
Con voz temblorosa, Paco muy bajito:
–Paco.
–¿Y su apellido? Diga usted todo su nombre.
–Paco Yunque.
–Muy bien.
El profesor volvió a su pupitre y, después de echar
una mirada muy seria sobre todos los alumnos, dijo
con voz militar:
–¡Siéntense!
Un traqueteo de carpetas y todos los alumnos ya
estaban sentados.
El profesor también se sentó y durante unos
momentos escribió en unos libros. Paco Yunque tenía
aún en la mano su libro, su cuaderno y su lápiz. Su
compañero de carpeta le dijo:
–Pon tus cosas, como yo, en la carpeta.
Paco Yunque seguía muy aturdido y no le hizo
caso. Su compañero le quitó entonces sus libros y los
puso en la carpeta. Después, le dijo alegremente:
–Yo también me llamo Paco, Paco Fariña. No
tengas pena. Vamos a jugar con mi tablero. Tiene
torres negras. Me lo ha comprado mi tía Susana.
¿Dónde está tu familia, la tuya?
Paco Yunque no respondía nada. Este otro Paco le
molestaba. Como éste eran seguramente todos los
demás niños: habladores, contentos y no les daba
miedo el colegio. ¿Por qué eran así? Y él, Paco
Yunque, ¿por qué tenía tanto miedo? Miraba a
hurtadillas al profesor, al pupitre, al muro que había
detrás del profesor y al techo. También miró de reojo,
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