CINCO CRÍTICOS DE CINE. Y ALGUNOS MÁS…… - Rate Your Music
New Music Genres Charts Lists

CINCO CRÍTICOS DE CINE. Y ALGUNOS MÁS……

A list by dorotea

[List334169] | heart+4


Con estas breves semblanzas tan sólo quiero recordar y homenajear humildemente a algunos críticos que me han ayudado a ver mejor el cine (amarlo es un acto inconsciente, irrefrenable, infantil, apasionado). Lamentablemente es una aproximación incompleta y fragmentaria, pues en las bibliografías me refiero únicamente a libros que he leído y, aún más, que poseo, poseído a mi vez por ¡ay! el mal de la posesión libresca.
ADVERTISEMENT
1
1.Ángel Fernández-Santos (1934-2004)

Empecemos por la cumbre, como recomendaban Hitchcock y Welles que debía comenzar una película para atrapar sin posible escapatoria al espectador, y vayamos al más grande -con permiso de José Luis Guarner- crítico español que los aficionados al cine hayamos conocido por estos lares. El más penetrante, lúcido, amplio en sus gustos, sagaz, analítico, sencillo, diáfano. Libre. Independiente.

Y, no lo olvidemos, el mejor prosista. Leer a Ángel Fernández-Santos es siempre un placer. Su claridad, sus rayos X para descubrir aquello apenas enunciado o sugerido en una película, aquello que no hemos sabido ver, la zona inaprensible y oculta, son dignas de todo encomio. Agazapada en sus críticas se encuentra la perspicacia de todo un avezado cazador, acostumbrado a esperar con paciencia y capturar el destello en forma de plano, secuencia, réplica, el instante que revela el sentido de lo que vemos y oímos en la pantalla.

No existe, que yo sepa, un libro sobre el western comparable a “Más allá del Oeste”, un extraordinario recorrido por códigos, temas, tipos, claves de éste género, el más emparentado con los clásicos griegos. Por sus páginas desfilan personajes inolvidables, y asistimos, pasmados, a diálogos irrepetibles, a la par que descubrimos la insólita profundidad de unos guiones que hacen palidecer el cine de Bergman, Godard, Fellini y todos los pretendidos expertos en el alma humana. Por debajo de la epidermis de un género considerado menor, mero entretenimiento para unas masas ingenuas, irreflexivas y frívolas, ávidas de disparos y cabalgadas sin sustancia, Fernández-Santos nos enseña que existen unos temas universales, intemporales, eternos: el amor, la muerte, la ambición, la pasión, la amistad, la traición, la culpa, la redención, la expiación, el odio, los celos, la codicia……

Debido a su condición de escritor (aunque dedicado a la crítica, primero de teatro, luego centrado ya casi exclusivamente en el cine), Ángel Fernández-Santos nos regala una prosa tersa, que siempre va más allá, que busca la esencia sin dejarse atrapar por la hojarasca. Despejando caminos, limpiando brozas, siempre nos ofrece caminos inexplorados, detalles inadvertidos, otra forma de contemplar el cine. Parapetado en un sólido bagaje cultural, su capacidad para relacionar una película con su época, sus circunstancias políticas y sociales, su lugar en la historia del cine etc., no tienen parangón. Nos enseñó a muchos a ver el cine de otra forma, con otra perspectiva.

Durante muchos años, sus críticas en el diario “El País”, constituyeron una cita obligada para muchas personas, y tuvieron un considerable impacto en la opinión pública, a la que contribuía a educar (sin pretenderlo expresamente, sin petulancia alguna, como los buenos maestros). Pero en esta labor didáctica, aún más que las películas de estreno, fue auténticamente impagable su sección “El cine en la pequeña pantalla” en el citado periódico, que durante varios años nos adentró en las películas que se proyectaban los fines de semana en la televisión pública, antes del advenimiento de las inútiles televisiones privadas. ¡Y de qué modo! En unas cuantas líneas, apenas una columna, desentrañaba las claves de una película, de un director, de un interprete, incomparablemente mejor que en un extenso ensayo. Es una lástima que no se hayan recopilado en un libro (y uno tenga que acudir a los recortes cuidadosamente guardados en carpetas, que no he querido repasar porque, no sé por qué, me resulta doloroso).

Pero no solo escribió sobre cine y teatro. Durante un ¡ay! breve tiempo, comentó también algunos espacios de la radio y la televisión (recuerdo, al respecto, los referidos a una entrevista televisiva de Jesús Quintero con Emilio Romero, a un programa radiofónico de José Luis Téllez sobre música clásica, al “Si yo fuera Presidente” del desaparecido Fernando García Tola) con una asombrosa y rara capacidad para captar lo inexistente en apariencia. Formado en el magisterio de su amigo Ignacio Aldecoa, también escribió cuentos breves, secos, hermosos. Y realizó semblanzas inolvidables de personajes y lugares, como las de Antonio Chenel “Antoñete” o el madrileño callejón del Gato.

También participó ¡y de qué manera! en guiones cinematográficos. Con Víctor Erice, escribió “El espíritu de la colmena” (1972) y “El sur” (1983), dos de las mejores películas de la historia del cine español, y en mi opinión, mundial. Dos prodigios de equilibrio, de profundidad, de emoción, de belleza. Intemporales porque nos hablan de nosotros mismos y nos revelan cosas desconocidas. Con Francisco Regueiro tuvo una fructífera colaboración en un camino buñuelesco, netamente español, que bebe de la tradición del esperpento valleinclanesco y de la picaresca, que a través de la tremebunda e incomprendida “Padre Nuestro” (1985), culmina con “Madregilda” (1993).

Ángel Fernández-Santos tuvo un singular talento, escondido tras su humildad, tras su enfermizo deseo de pasar inadvertido, pero ha dejado un vacío muy grande en sus lectores. Confieso que nunca he recuperado aquella ilusión de comprar los sábados el periódico para leer su mencionada sección sobre el cine del fin de semana televisivo. Quizás estos tiempos en que los diarios se leen fundamentalmente a través de Internet, le hubieran desconcertado. O no. De lo que estoy seguro es que hubiera sido un placer poder leerle en un blog. Como a Marcos Ordoñez. Como a Jacinto Antón. Como a Diego A. Manrique.

Bibliografía:

-Más allá del Oeste- El País-Aguilar, 1988. 251 páginas. (Reeditado en Debate, 2007). Esencial, definitivo. Uno de los mejores libros jamás escritos, y no sólo, sobre cine.

-La mirada encendida. Escritos sobre cine- Debate, 2007. 613 páginas. Voluminosa recopilación de reseñas, críticas, crónicas de festivales, publicadas en diversos medios (El País, Nuestro cine….). Prólogo de Víctor Erice. Introducción y edición de Carlos F. Heredero.

-Además, hay muchos artículos (y críticas) en “El País”, “Nuestro Cine”, “Nosferatu”, “Cinemanía”, publicaciones de la Filmoteca Nacional, etc., etc.
Empecemos por la cumbre, como recomendaban Hitchcock y Welles que debía comenzar una película para atrapar sin posible escapatoria al espectador, y vayamos al más grande -con permiso de José Luis Guarner- crítico español que los aficionados al cine hayamos conocido por estos lares. El más penetrante, lúcido, amplio en sus gustos, sagaz, analítico, sencillo, diáfano. Libre. Independiente.

Y, no lo olvidemos, el mejor prosista. Leer a Ángel Fernández-Santos es siempre un placer. Su claridad, sus rayos X para descubrir aquello apenas enunciado o sugerido en una película, aquello que no hemos sabido ver, la zona inaprensible y oculta, son dignas de todo encomio. Agazapada en sus críticas se encuentra la perspicacia de todo un avezado cazador, acostumbrado a esperar con paciencia y capturar el destello en forma de plano, secuencia, réplica, el instante que revela el sentido de lo que vemos y oímos en la pantalla.

No existe, que yo sepa, un libro sobre el western comparable a “Más allá del Oeste”, un extraordinario recorrido por códigos, temas, tipos, claves de éste género, el más emparentado con los clásicos griegos. Por sus páginas desfilan personajes inolvidables, y asistimos, pasmados, a diálogos irrepetibles, a la par que descubrimos la insólita profundidad de unos guiones que hacen palidecer el cine de Bergman, Godard, Fellini y todos los pretendidos expertos en el alma humana. Por debajo de la epidermis de un género considerado menor, mero entretenimiento para unas masas ingenuas, irreflexivas y frívolas, ávidas de disparos y cabalgadas sin sustancia, Fernández-Santos nos enseña que existen unos temas universales, intemporales, eternos: el amor, la muerte, la ambición, la pasión, la amistad, la traición, la culpa, la redención, la expiación, el odio, los celos, la codicia……

Debido a su condición de escritor (aunque dedicado a la crítica, primero de teatro, luego centrado ya casi exclusivamente en el cine), Ángel Fernández-Santos nos regala una prosa tersa, que siempre va más allá, que busca la esencia sin dejarse atrapar por la hojarasca. Despejando caminos, limpiando brozas, siempre nos ofrece caminos inexplorados, detalles inadvertidos, otra forma de contemplar el cine. Parapetado en un sólido bagaje cultural, su capacidad para relacionar una película con su época, sus circunstancias políticas y sociales, su lugar en la historia del cine etc., no tienen parangón. Nos enseñó a muchos a ver el cine de otra forma, con otra perspectiva.

Durante muchos años, sus críticas en el diario “El País”, constituyeron una cita obligada para muchas personas, y tuvieron un considerable impacto en la opinión pública, a la que contribuía a educar (sin pretenderlo expresamente, sin petulancia alguna, como los buenos maestros). Pero en esta labor didáctica, aún más que las películas de estreno, fue auténticamente impagable su sección “El cine en la pequeña pantalla” en el citado periódico, que durante varios años nos adentró en las películas que se proyectaban los fines de semana en la televisión pública, antes del advenimiento de las inútiles televisiones privadas. ¡Y de qué modo! En unas cuantas líneas, apenas una columna, desentrañaba las claves de una película, de un director, de un interprete, incomparablemente mejor que en un extenso ensayo. Es una lástima que no se hayan recopilado en un libro (y uno tenga que acudir a los recortes cuidadosamente guardados en carpetas, que no he querido repasar porque, no sé por qué, me resulta doloroso).

Pero no solo escribió sobre cine y teatro. Durante un ¡ay! breve tiempo, comentó también algunos espacios de la radio y la televisión (recuerdo, al respecto, los referidos a una entrevista televisiva de Jesús Quintero con Emilio Romero, a un programa radiofónico de José Luis Téllez sobre música clásica, al “Si yo fuera Presidente” del desaparecido Fernando García Tola) con una asombrosa y rara capacidad para captar lo inexistente en apariencia. Formado en el magisterio de su amigo Ignacio Aldecoa, también escribió cuentos breves, secos, hermosos. Y realizó semblanzas inolvidables de personajes y lugares, como las de Antonio Chenel “Antoñete” o el madrileño callejón del Gato.

También participó ¡y de qué manera! en guiones cinematográficos. Con Víctor Erice, escribió “El espíritu de la colmena” (1972) y “El sur” (1983), dos de las mejores películas de la historia del cine español, y en mi opinión, mundial. Dos prodigios de equilibrio, de profundidad, de emoción, de belleza. Intemporales porque nos hablan de nosotros mismos y nos revelan cosas desconocidas. Con Francisco Regueiro tuvo una fructífera colaboración en un camino buñuelesco, netamente español, que bebe de la tradición del esperpento valleinclanesco y de la picaresca, que a través de la tremebunda e incomprendida “Padre Nuestro” (1985), culmina con “Madregilda” (1993).

Ángel Fernández-Santos tuvo un singular talento, escondido tras su humildad, tras su enfermizo deseo de pasar inadvertido, pero ha dejado un vacío muy grande en sus lectores. Confieso que nunca he recuperado aquella ilusión de comprar los sábados el periódico para leer su mencionada sección sobre el cine del fin de semana televisivo. Quizás estos tiempos en que los diarios se leen fundamentalmente a través de Internet, le hubieran desconcertado. O no. De lo que estoy seguro es que hubiera sido un placer poder leerle en un blog. Como a Marcos Ordoñez. Como a Jacinto Antón. Como a Diego A. Manrique.

Bibliografía:

-Más allá del Oeste- El País-Aguilar, 1988. 251 páginas. (Reeditado en Debate, 2007). Esencial, definitivo. Uno de los mejores libros jamás escritos, y no sólo, sobre cine.

-La mirada encendida. Escritos sobre cine- Debate, 2007. 613 páginas. Voluminosa recopilación de reseñas, críticas, crónicas de festivales, publicadas en diversos medios (El País, Nuestro cine….). Prólogo de Víctor Erice. Introducción y edición de Carlos F. Heredero.

-Además, hay muchos artículos (y críticas) en “El País”, “Nuestro Cine”, “Nosferatu”, “Cinemanía”, publicaciones de la Filmoteca Nacional, etc., etc.
2
2.José Luis Guarner (1937-1993)

Dentro de los críticos pertenecientes a la misma generación (que podríamos encuadrar como niños de la guerra), destaca poderosamente José Luis Guarner, apenas tres años menor que Ángel Fernández-Santos. Guarner ha sido el crítico (¡perdón, maestro!) español de mayor relevancia internacional, merced a sus libros y artículos escritos en otros idiomas (inglés, italiano) y publicados en editoriales y revistas especializadas (Movie, Filmcritica).

En España fue, por decirlo de alguna manera, cabeza de serie de “Film Ideal”, aquella revista de raigambre, más o menos, humanista y cristiana, que tuvo una rivalidad incruenta pero enconada con “Nuestro Cine”, más o menos, filomarxista. En “Film Ideal” escribían críticos como Félix Martialay o Marcelo Arroita-Jáuregui, encendidos falangistas, que escribían en los periódicos de la ultraderecha como “El Alcázar”, convertido en guardián de las esencias más inamovibles del franquismo. Ahora bien, dejando a un lado su orientación política, estos señores escribían muy bien sobre cine, con bastante más sentido y perspicacia que algunos de los jóvenes que hacían sus pinitos en “Triunfo”. Y hay que decirlo, porque comparar cualquiera de sus críticas con las de Fernando Lara o Diego Galán, produce sonrojo (de todas formas en “Film Ideal”, también escribieron Terenci Moix, José María Latorre, o los hermanos Marinero, que profesaban distintas ideologías).

En cualquier caso, y cómo el ámbito de lectores de estas publicaciones era bastante restringido, la proyección de Guarner tuvo lugar principalmente a través de periódicos (La Vanguardia, El Periódico, Cataluña Express) y, sobre todo, la revista “Fotogramas” (más tarde "Nuevo Fotogramas"), decana de las publicaciones de cine de vocación mayoritaria. Y en estos medios sentó cátedra, sin pretenderlo nunca, merced a una humildad, sagacidad y hondura para ver el cine, como pocas veces nos ha sido dado contemplar a esos aficionados, capaces de peregrinar por los cines de sesión continua en busca de una película, como si fuera el Santo Grial. Y aún más.

Con una cultura enciclopédica, que le permitía situar una película en su contexto político y social, y con la historia del cine en la cabeza, Guarner era capaz de exponer de la manera más sencilla lo que una película ofrecía, o podía ofrecer, a un espectador mínimamente interesado. Defensor del buen cine, fuera éste norteamericano, europeo o asiático, estuvo voluntariamente fuera de las trincheras y no sin dificultades, defendiendo igual a Minnelli o a Renoir. Esto le valió incomprensiones, pero le permitió adquirir un magisterio, contra su propia voluntad, y un prestigio fuera de toda duda.

José Luis Guarner tuvo una endiablada facilidad premonitoria para atisbar lo que un director estaba llamado a ofrecer, antes de que ocurriera. Con apenas una visión, a vuela pluma en un festival, entre decenas de películas, era capaz de encontrar una secuencia, un plano, un ángulo, que desvelaba varias cosas del autor. Siguiendo -pero por libre, sin matrícula oficial- las enseñanzas de André Bazin y la célebre “política de autores”, era capaz de seguir los orígenes fílmicos de un cineasta, sin riesgo de equivocación.

A este respecto, aún recuerdo su reseña -que no crítica- de “Reservoir Dogs”, antes de que Quentin Tarantino fuera una estrella (casi inaguantable, por otra parte) dado a los excesos visuales. Allí encontró un pulso, un nervio para dirigir que aunaba lo mejor y lo peor de un Aldrich o un Sturges, gente de esa segunda o tercera fila norteamericana, sin el prestigio de los grandes, pero con un poderío indiscutible para construir una historia y contarla. Esa capacidad de narración en el cine, por encima de cualquier clase de virtuosismo, fue otra de las empecinadas e irrenunciables defensas de Guarner a lo largo de su vida.

En lo que se refiere al producto nacional bruto (subrayando esto último), nunca se dejó llevar por las habituales capillitas del cine español, dónde A es amigo de B, y por tanto de C, o viceversa. Y dónde ser crítico con una película obedece a confabulaciones y contubernios de extremada maldad. Así, su instinto y rigor fueron ejemplares, poniendo cordura y sentido en su mirada, sin dejarse arrastrar en las habituales, insufribles y estúpidas querellas entre las tribus de modernos contra antiguallas. La lectura de sus reseñas de películas españolas de los años ochenta y noventa del pasado siglo, revela una personalidad firme, a prueba de modas, amistades y odios.

Pero, con todo, su labor principal estuvo en sí mismo. Gentleman, agudo, sensato, trabajador incansable, Guarner construyó una obra de referencia en lo que respecta a la crítica de cine en nuestro país, que el tiempo no hace sino agrandar. Desde su temprana desaparición en 1993, su influencia no ha dejado de incrementarse merecidamente, y hoy, con la perspectiva del tiempo, es habitual referirse a José Luis Guarner como el más completo crítico ¡nuevamente perdón, maestro! de cine que ha existido en nuestro país.

Bibliografía:

-Autorretrato del cronista. Ed. Anagrama, 1994. 422 páginas. Una recopilación que, aunque necesariamente incompleta, nos introduce de forma inmejorable en el ancho mundo de J. L. Guarner, con textos publicados en los citados medios de comunicación, y bastantes más, dispersos y difíciles de acceder a sus fuentes originales. Prólogo de Guillermo Cabrera Infante. Selección a cargo de sus discípulos Luis Bonet Mojica, Jos Oliver, Esteve Riambau y Casimiro Torreiro.

-Muerte y transfiguración. Historia del cine americano. Vol. 3 (1961-1992) Ed. Laertes. 297 páginas. Una bien estructurada historia en tres capítulos (de seis subcapítulos cada uno), en los que repasa -con lucidez incomparable- tres décadas marcadas por la profunda transformación del cine norteamericano.

-Roberto Rossellini. Ed. Fundamentos, 1973. 251 páginas. Seminal estudio sobre el maestro italiano (del que Guarner fue ayudante de dirección en “Sócrates”, producción televisiva de 1970), referencia inexcusable para comprender su cine y su compleja personalidad. Publicado en inglés (Movie), y traducido al castellano por Jos Oliver. Presentación de François Truffaut.

-Docenas de textos desperdigados en “Film Ideal”, “La Vanguardia”, “Casablanca”, “Nuevo Fotogramas”, publicaciones de la Filmoteca Nacional, etc., etc.
Dentro de los críticos pertenecientes a la misma generación (que podríamos encuadrar como niños de la guerra), destaca poderosamente José Luis Guarner, apenas tres años menor que Ángel Fernández-Santos. Guarner ha sido el crítico (¡perdón, maestro!) español de mayor relevancia internacional, merced a sus libros y artículos escritos en otros idiomas (inglés, italiano) y publicados en editoriales y revistas especializadas (Movie, Filmcritica).

En España fue, por decirlo de alguna manera, cabeza de serie de “Film Ideal”, aquella revista de raigambre, más o menos, humanista y cristiana, que tuvo una rivalidad incruenta pero enconada con “Nuestro Cine”, más o menos, filomarxista. En “Film Ideal” escribían críticos como Félix Martialay o Marcelo Arroita-Jáuregui, encendidos falangistas, que escribían en los periódicos de la ultraderecha como “El Alcázar”, convertido en guardián de las esencias más inamovibles del franquismo. Ahora bien, dejando a un lado su orientación política, estos señores escribían muy bien sobre cine, con bastante más sentido y perspicacia que algunos de los jóvenes que hacían sus pinitos en “Triunfo”. Y hay que decirlo, porque comparar cualquiera de sus críticas con las de Fernando Lara o Diego Galán, produce sonrojo (de todas formas en “Film Ideal”, también escribieron Terenci Moix, José María Latorre, o los hermanos Marinero, que profesaban distintas ideologías).

En cualquier caso, y cómo el ámbito de lectores de estas publicaciones era bastante restringido, la proyección de Guarner tuvo lugar principalmente a través de periódicos (La Vanguardia, El Periódico, Cataluña Express) y, sobre todo, la revista “Fotogramas” (más tarde "Nuevo Fotogramas"), decana de las publicaciones de cine de vocación mayoritaria. Y en estos medios sentó cátedra, sin pretenderlo nunca, merced a una humildad, sagacidad y hondura para ver el cine, como pocas veces nos ha sido dado contemplar a esos aficionados, capaces de peregrinar por los cines de sesión continua en busca de una película, como si fuera el Santo Grial. Y aún más.

Con una cultura enciclopédica, que le permitía situar una película en su contexto político y social, y con la historia del cine en la cabeza, Guarner era capaz de exponer de la manera más sencilla lo que una película ofrecía, o podía ofrecer, a un espectador mínimamente interesado. Defensor del buen cine, fuera éste norteamericano, europeo o asiático, estuvo voluntariamente fuera de las trincheras y no sin dificultades, defendiendo igual a Minnelli o a Renoir. Esto le valió incomprensiones, pero le permitió adquirir un magisterio, contra su propia voluntad, y un prestigio fuera de toda duda.

José Luis Guarner tuvo una endiablada facilidad premonitoria para atisbar lo que un director estaba llamado a ofrecer, antes de que ocurriera. Con apenas una visión, a vuela pluma en un festival, entre decenas de películas, era capaz de encontrar una secuencia, un plano, un ángulo, que desvelaba varias cosas del autor. Siguiendo -pero por libre, sin matrícula oficial- las enseñanzas de André Bazin y la célebre “política de autores”, era capaz de seguir los orígenes fílmicos de un cineasta, sin riesgo de equivocación.

A este respecto, aún recuerdo su reseña -que no crítica- de “Reservoir Dogs”, antes de que Quentin Tarantino fuera una estrella (casi inaguantable, por otra parte) dado a los excesos visuales. Allí encontró un pulso, un nervio para dirigir que aunaba lo mejor y lo peor de un Aldrich o un Sturges, gente de esa segunda o tercera fila norteamericana, sin el prestigio de los grandes, pero con un poderío indiscutible para construir una historia y contarla. Esa capacidad de narración en el cine, por encima de cualquier clase de virtuosismo, fue otra de las empecinadas e irrenunciables defensas de Guarner a lo largo de su vida.

En lo que se refiere al producto nacional bruto (subrayando esto último), nunca se dejó llevar por las habituales capillitas del cine español, dónde A es amigo de B, y por tanto de C, o viceversa. Y dónde ser crítico con una película obedece a confabulaciones y contubernios de extremada maldad. Así, su instinto y rigor fueron ejemplares, poniendo cordura y sentido en su mirada, sin dejarse arrastrar en las habituales, insufribles y estúpidas querellas entre las tribus de modernos contra antiguallas. La lectura de sus reseñas de películas españolas de los años ochenta y noventa del pasado siglo, revela una personalidad firme, a prueba de modas, amistades y odios.

Pero, con todo, su labor principal estuvo en sí mismo. Gentleman, agudo, sensato, trabajador incansable, Guarner construyó una obra de referencia en lo que respecta a la crítica de cine en nuestro país, que el tiempo no hace sino agrandar. Desde su temprana desaparición en 1993, su influencia no ha dejado de incrementarse merecidamente, y hoy, con la perspectiva del tiempo, es habitual referirse a José Luis Guarner como el más completo crítico ¡nuevamente perdón, maestro! de cine que ha existido en nuestro país.

Bibliografía:

-Autorretrato del cronista. Ed. Anagrama, 1994. 422 páginas. Una recopilación que, aunque necesariamente incompleta, nos introduce de forma inmejorable en el ancho mundo de J. L. Guarner, con textos publicados en los citados medios de comunicación, y bastantes más, dispersos y difíciles de acceder a sus fuentes originales. Prólogo de Guillermo Cabrera Infante. Selección a cargo de sus discípulos Luis Bonet Mojica, Jos Oliver, Esteve Riambau y Casimiro Torreiro.

-Muerte y transfiguración. Historia del cine americano. Vol. 3 (1961-1992) Ed. Laertes. 297 páginas. Una bien estructurada historia en tres capítulos (de seis subcapítulos cada uno), en los que repasa -con lucidez incomparable- tres décadas marcadas por la profunda transformación del cine norteamericano.

-Roberto Rossellini. Ed. Fundamentos, 1973. 251 páginas. Seminal estudio sobre el maestro italiano (del que Guarner fue ayudante de dirección en “Sócrates”, producción televisiva de 1970), referencia inexcusable para comprender su cine y su compleja personalidad. Publicado en inglés (Movie), y traducido al castellano por Jos Oliver. Presentación de François Truffaut.

-Docenas de textos desperdigados en “Film Ideal”, “La Vanguardia”, “Casablanca”, “Nuevo Fotogramas”, publicaciones de la Filmoteca Nacional, etc., etc.
3
3.Manolo Marinero (1943-2004)
4
4.Guillermo Cabrera Infante (1929-2005)
5
5.Fernando Trueba (1955)

La prueba de que no es necesario estar muerto para darse una vuelta por aquí y saludar a los amigos. Tengo que confesar que hacia finales de los años setenta, mi forma de ver el cine, el clásico y el moderno, sufrió un tremendo impacto con las reseñas de Fernando Trueba publicadas en la “Guía del Ocio de Madrid”. Esta publicación -no sé si aún existe-, de tamaño folleto, no pretendía más que facilitar la consabida información semanal de la cartelera de cine, teatros, restaurantes, actuaciones musicales y espectáculos en general, que tiene toda capital que se precie. Asimismo tenía también la clásica reseña (una página) de los estrenos y reestrenos cinematográficos.

No sé por que afortunada conjunción astral, esa reseña se la encargaron a un joven que tenía un conocimiento del cine impropio de su edad (yo al menos, apenas un año más joven, no había visto ni una cuarta parte de las películas que traía a colación), y sobre todo, una pasión por el cine tan desmedida como fundamentada y sugerente, que incitaba a los lectores a ver, no ya la película en cuestión, sino toda la filmografía de determinados autores, así como a huir, como de la peste, de otros, cuya sola mención nos erizaba el vello.

No era corriente en absoluto leer sobre cine como quien asiste a una charla entre amigos. En una época en que la crítica especializada nos abrumaba con textos ilegibles cargados de semiótica, estructuralismo, marxismo, etc., etc., este individuo, casi un imberbe, escribía de cine como si estuviera delante de una pantalla blanca por primera vez, con amor, ilusión, entrega. No se dedicaba a analizar los planos ni las secuencias ni los zoom. Era transparente, tenía un humor tan español como universal (¡llamarse consumista leninista! o decir completamente en serio: “Los serios no me merecen ninguna confianza. Hay que desconfiar de ellos. Quieren jodernos la vida. Cuando veo a un serio, me cruzo de acera o me escondo detrás de un kiosco”), y le gustaba el cine que uno había amado desde pequeño. Por supuesto, el norteamericano (Keaton, Walsh, Hawks, Ford), pero también el francés (era un apasionado de Renoir, Bresson, Truffaut), el italiano (Monicelli) y el español (Berlanga, Buñuel), y era un defensor incansable de la comedia como género, con sus adorados dioses (Wilder, Lubitsch, Sturges). No se mordía la lengua para vapulear prestigios intocables y vacas sagradas (Bergman, Fellini, Saura, Brando) como no podía reprimir su entusiasmo por otros consagrados (Allen). En ambos casos, siempre al margen de la opinión de público o crítica sobre la película, y de su éxito o fracaso comercial.

Al no ser la “Guía del Ocio” un diario de información general, Trueba no atendía más que a su gusto personal, sin dejarse llevar, presionar y, aún menos, amilanar por líneas editoriales, ideologías políticas, intereses comerciales, etc.,etc., que siempre gravitan sobre estos medios de comunicación. Su confinamiento en una simple guía informativa de entretenimiento, fue una bendición para los aficionados al cine, porque permitió una isla de libertad con una pantalla y un espectador que contaba lo que sentía -no lo que debía sentir-, lo que pensaba -no lo que debía pensar-, y así transmitía unas ondas libres, sin interferencias de ninguna clase, que algunos esperábamos cada viernes con auténtica ilusión ¡Qué tiempos en que uno se apasionaba por todo!

Gracias a Trueba, algunos descubrimos “La maman et la putain”, de Jean Eustache (una de las películas más tremendas que he visto), valoramos la originalidad del inimitable Bresson, nos enamoramos del nuevo cine norteamericano (Coppola, Scorsese, Bogdanovich, Lynch, Kasdan), amamos a Tavernier, Pialat…… Y dejamos de reverenciar a algunos falsarios mayúsculos. Fue uno de los primeros que desenmascaró al Godard subido al pedestal (aunque discrepo rotundamente de su positiva valoración de su primera película, y le doy la vuelta a la misma. ¿Qué queda de “Á bout de souffle”, una de las películas más imbéciles, gratuitas e insufribles de la historia del cine, más que el rostro de Jean Seberg, la fotografía de Raoul Coutard y la música de Martial Solal?). Rescató a Renoir, secuestrado por los críticos envarados, los “famas” de Cortázar, para devolvérselo, sano y salvo, al espectador “cronopio” (puedo atribuirle, con todo agradecimiento, su impagable contribución a mi definitiva apreciación del francés como uno de los más grandes cineastas de la historia. A este respecto, fue fundamental su artículo “Sobre el arte de Jean Renoir”, publicado en el suplemento “Arte y pensamiento” de “El País”. 18-02-1979).

Es una lástima que sus reseñas de la “Guía del Ocio”, no hayan sido recopiladas por ninguna editorial (nunca es tarde, pero corren ¡ay! malos tiempos para el libro), lo que hubiera permitido su mayor difusión. A falta de libro, sólo queda acudir a los recortes efectuados previsoramente ¡Para algo tienen que servir las manías! Yo guardo unas cuantas, no todas, se me escaparon muchas, y no he tenido ganas de rastrear en Internet, por si alguien se ha tomado la molestia de colgarlas; si así fuera ¡bendito sea! Puedo citar unas cuantas que tengo aquí delante, en un áspero papel, y cuando las leo (“Last tango in Paris”, “Mon oncle”, “El relojero de St. Paul”, “La batalla de Chile”, “Providence”….), recupero la vieja emoción y constato que no me traiciona el recuerdo embellecido por el tiempo; positivas o negativas son lúcidas, clarividentes. No es fácil transmitir tanto en tan poco espacio.

Y no puede hablarse de Fernando Trueba sin mencionar su aventura editorial en forma de revista, rara avis por estos pagos. A primeros de los ochenta fundó “Casablanca”, una revista de cine que, en un panorama dominado por “Dirigido por…” (yo no soportaba a los Monterde, Torreiro, Riambau, etc., y tan sólo leía a Miguel Marías y a José María Latorre), supuso una auténtica bocanada de aire fresco, ya desde el título, toda una declaración de intenciones. Leer, reunidos en una revista, a Trueba, Carlos Boyero, los hermanos Marinero, Miguel Marías, José María Carreño, Felipe Vega, Julio Sánchez Valdés, Tony Partearroyo…..Una auténtica delicia, por no hablar de la presencia en los primeros números ¡atención, redoble! de José Luis Guarner, Guillermo Cabrera Infante, Fernando Savater y Juan Cueto. No va más, que diría el croupier imaginario. Al único que eché en falta (sólo apareció en sus páginas, que yo sepa, para escribir sobre “El sur”), fue a Ángel Fernández-Santos. Luego, años más tarde, la revista dio un giro, ignoro las causas, y dejé de comprarla. Pero los veinte o veinticinco números iniciales, que tengo guardados como oro en paño, no tienen parangón en el ámbito de las revistas de cine (sobre todo sus antologías, donde los críticos se repartían brevísimas y sustanciosas reseñas de la filmografía de un director. Por allí desfilaron Walsh, Ray, Lubitsch, Hawks, Ford, Huston, Mankiewicz, Peckinpah, Tanner, Cukor, Truffaut… un verdadero festín). Ni “Film Ideal”, “Nuestro Cine”, “Contracampo”, “Nosferatu”, “Dirigido por…”, “Cinema 2000”, “Nickel Odeon”, ni mucho menos los casposos “Cahiers….” y “Positif”, se le asemejan ni a distancia sideral.

Y Fernando Trueba dio el salto a director y productor de cine. Ha tenido una larga carrera, con éxitos de crítica y público, juntos y por separado. Ha realizado películas estimables (El año de las luces), incomprendidas (El sueño del mono loco), underground (Mientras el cuerpo aguante), buenas (La niña de tus ojos), incluso bastante buenas (Belle époque, Calle 54), pero tengo la sensación de que aún no ha hecho esa obra maestra que, supongo, le hubiera gustado filmar. Aún está a tiempo. En cualquier caso, creo que el escritor que hay en él está varios cuerpos por encima del cineasta (no en vano es guionista de la mayor parte de sus películas, y de algunas otras, como -en colaboración con Manolo Marinero y Julio S. Valdés-, la incomprendida y magnífica “De tripas corazón” (1985), dirigida por éste último).

Bibliografía:

-Diccionario de cine. Ed. Planeta, 1997. 338 páginas. Personalísimo, feroz, iconoclasta, libre, divertido. Utilizando la cómoda, para el lector, forma de un diccionario, Fernando Trueba -al modo de su admirado Ambrose Bierce, en el “Diccionario del diablo”-, agrupa consideraciones, definiciones, juicios, ataques, destilando pasión en todos ellos. Especialmente capacitado para la ofensa así como para la defensa apasionada (más como el vibrante e ingenuo Charles Laughton en “Esta tierra es mía” que como el profesional y frío James Stewart en “Anatomía de un asesinato”), nos conduce en un apasionante viaje por la historia del cine. Hay mucha erudición (literaria, cinematográfica, musical) debajo del desparpajo de su escritura. Pero sobre todo es entretenida; cualquiera que haya leído el diccionario de Georges Sadoul o alguno de los muchos existentes, podrá comprobar la enorme diferencia con éste. La que va de un academicismo historicista a la piel, la emoción, la mirada libre. Esencial.

- También publicó -durante un par de años- críticas, entrevistas y artículos en “El País”, antes de lanzarse a dirigir cine. De estas, algunas son magistrales (“Au Hassard Balthazar”, con un comienzo apasionado que no me resisto a transcribir: “Existe una historia del cine no escrita –luego viva- cuyas obras revolucionarias e innovadoras, las que han marcado época, lo han inventado todo y se agotan en sí mismas, luego que no crean escuela inmediata, entre otras cosas y sobre todas, porque son inimitables y no tienen vocación de modelo, no serían tanto “El acorazado Potemkin”, “Ciudadano Kane”, “Roma, ciudad abierta”, o “À bout de souffle” como “Vampyr”, “L’Atalante”, “Boudu sauvé des eaux “ o “Sopa de ganso”. A esta casta maldita e inclasificable pertenece “Au hassard Balthazar”, aparentemente modesta peliculita, dirigida por el excéntrico y testarudo artista del cine, un tal Robert Bresson” (El País, 29-05-1980).
La prueba de que no es necesario estar muerto para darse una vuelta por aquí y saludar a los amigos. Tengo que confesar que hacia finales de los años setenta, mi forma de ver el cine, el clásico y el moderno, sufrió un tremendo impacto con las reseñas de Fernando Trueba publicadas en la “Guía del Ocio de Madrid”. Esta publicación -no sé si aún existe-, de tamaño folleto, no pretendía más que facilitar la consabida información semanal de la cartelera de cine, teatros, restaurantes, actuaciones musicales y espectáculos en general, que tiene toda capital que se precie. Asimismo tenía también la clásica reseña (una página) de los estrenos y reestrenos cinematográficos.

No sé por que afortunada conjunción astral, esa reseña se la encargaron a un joven que tenía un conocimiento del cine impropio de su edad (yo al menos, apenas un año más joven, no había visto ni una cuarta parte de las películas que traía a colación), y sobre todo, una pasión por el cine tan desmedida como fundamentada y sugerente, que incitaba a los lectores a ver, no ya la película en cuestión, sino toda la filmografía de determinados autores, así como a huir, como de la peste, de otros, cuya sola mención nos erizaba el vello.

No era corriente en absoluto leer sobre cine como quien asiste a una charla entre amigos. En una época en que la crítica especializada nos abrumaba con textos ilegibles cargados de semiótica, estructuralismo, marxismo, etc., etc., este individuo, casi un imberbe, escribía de cine como si estuviera delante de una pantalla blanca por primera vez, con amor, ilusión, entrega. No se dedicaba a analizar los planos ni las secuencias ni los zoom. Era transparente, tenía un humor tan español como universal (¡llamarse consumista leninista! o decir completamente en serio: “Los serios no me merecen ninguna confianza. Hay que desconfiar de ellos. Quieren jodernos la vida. Cuando veo a un serio, me cruzo de acera o me escondo detrás de un kiosco”), y le gustaba el cine que uno había amado desde pequeño. Por supuesto, el norteamericano (Keaton, Walsh, Hawks, Ford), pero también el francés (era un apasionado de Renoir, Bresson, Truffaut), el italiano (Monicelli) y el español (Berlanga, Buñuel), y era un defensor incansable de la comedia como género, con sus adorados dioses (Wilder, Lubitsch, Sturges). No se mordía la lengua para vapulear prestigios intocables y vacas sagradas (Bergman, Fellini, Saura, Brando) como no podía reprimir su entusiasmo por otros consagrados (Allen). En ambos casos, siempre al margen de la opinión de público o crítica sobre la película, y de su éxito o fracaso comercial.

Al no ser la “Guía del Ocio” un diario de información general, Trueba no atendía más que a su gusto personal, sin dejarse llevar, presionar y, aún menos, amilanar por líneas editoriales, ideologías políticas, intereses comerciales, etc.,etc., que siempre gravitan sobre estos medios de comunicación. Su confinamiento en una simple guía informativa de entretenimiento, fue una bendición para los aficionados al cine, porque permitió una isla de libertad con una pantalla y un espectador que contaba lo que sentía -no lo que debía sentir-, lo que pensaba -no lo que debía pensar-, y así transmitía unas ondas libres, sin interferencias de ninguna clase, que algunos esperábamos cada viernes con auténtica ilusión ¡Qué tiempos en que uno se apasionaba por todo!

Gracias a Trueba, algunos descubrimos “La maman et la putain”, de Jean Eustache (una de las películas más tremendas que he visto), valoramos la originalidad del inimitable Bresson, nos enamoramos del nuevo cine norteamericano (Coppola, Scorsese, Bogdanovich, Lynch, Kasdan), amamos a Tavernier, Pialat…… Y dejamos de reverenciar a algunos falsarios mayúsculos. Fue uno de los primeros que desenmascaró al Godard subido al pedestal (aunque discrepo rotundamente de su positiva valoración de su primera película, y le doy la vuelta a la misma. ¿Qué queda de “Á bout de souffle”, una de las películas más imbéciles, gratuitas e insufribles de la historia del cine, más que el rostro de Jean Seberg, la fotografía de Raoul Coutard y la música de Martial Solal?). Rescató a Renoir, secuestrado por los críticos envarados, los “famas” de Cortázar, para devolvérselo, sano y salvo, al espectador “cronopio” (puedo atribuirle, con todo agradecimiento, su impagable contribución a mi definitiva apreciación del francés como uno de los más grandes cineastas de la historia. A este respecto, fue fundamental su artículo “Sobre el arte de Jean Renoir”, publicado en el suplemento “Arte y pensamiento” de “El País”. 18-02-1979).

Es una lástima que sus reseñas de la “Guía del Ocio”, no hayan sido recopiladas por ninguna editorial (nunca es tarde, pero corren ¡ay! malos tiempos para el libro), lo que hubiera permitido su mayor difusión. A falta de libro, sólo queda acudir a los recortes efectuados previsoramente ¡Para algo tienen que servir las manías! Yo guardo unas cuantas, no todas, se me escaparon muchas, y no he tenido ganas de rastrear en Internet, por si alguien se ha tomado la molestia de colgarlas; si así fuera ¡bendito sea! Puedo citar unas cuantas que tengo aquí delante, en un áspero papel, y cuando las leo (“Last tango in Paris”, “Mon oncle”, “El relojero de St. Paul”, “La batalla de Chile”, “Providence”….), recupero la vieja emoción y constato que no me traiciona el recuerdo embellecido por el tiempo; positivas o negativas son lúcidas, clarividentes. No es fácil transmitir tanto en tan poco espacio.

Y no puede hablarse de Fernando Trueba sin mencionar su aventura editorial en forma de revista, rara avis por estos pagos. A primeros de los ochenta fundó “Casablanca”, una revista de cine que, en un panorama dominado por “Dirigido por…” (yo no soportaba a los Monterde, Torreiro, Riambau, etc., y tan sólo leía a Miguel Marías y a José María Latorre), supuso una auténtica bocanada de aire fresco, ya desde el título, toda una declaración de intenciones. Leer, reunidos en una revista, a Trueba, Carlos Boyero, los hermanos Marinero, Miguel Marías, José María Carreño, Felipe Vega, Julio Sánchez Valdés, Tony Partearroyo…..Una auténtica delicia, por no hablar de la presencia en los primeros números ¡atención, redoble! de José Luis Guarner, Guillermo Cabrera Infante, Fernando Savater y Juan Cueto. No va más, que diría el croupier imaginario. Al único que eché en falta (sólo apareció en sus páginas, que yo sepa, para escribir sobre “El sur”), fue a Ángel Fernández-Santos. Luego, años más tarde, la revista dio un giro, ignoro las causas, y dejé de comprarla. Pero los veinte o veinticinco números iniciales, que tengo guardados como oro en paño, no tienen parangón en el ámbito de las revistas de cine (sobre todo sus antologías, donde los críticos se repartían brevísimas y sustanciosas reseñas de la filmografía de un director. Por allí desfilaron Walsh, Ray, Lubitsch, Hawks, Ford, Huston, Mankiewicz, Peckinpah, Tanner, Cukor, Truffaut… un verdadero festín). Ni “Film Ideal”, “Nuestro Cine”, “Contracampo”, “Nosferatu”, “Dirigido por…”, “Cinema 2000”, “Nickel Odeon”, ni mucho menos los casposos “Cahiers….” y “Positif”, se le asemejan ni a distancia sideral.

Y Fernando Trueba dio el salto a director y productor de cine. Ha tenido una larga carrera, con éxitos de crítica y público, juntos y por separado. Ha realizado películas estimables (El año de las luces), incomprendidas (El sueño del mono loco), underground (Mientras el cuerpo aguante), buenas (La niña de tus ojos), incluso bastante buenas (Belle époque, Calle 54), pero tengo la sensación de que aún no ha hecho esa obra maestra que, supongo, le hubiera gustado filmar. Aún está a tiempo. En cualquier caso, creo que el escritor que hay en él está varios cuerpos por encima del cineasta (no en vano es guionista de la mayor parte de sus películas, y de algunas otras, como -en colaboración con Manolo Marinero y Julio S. Valdés-, la incomprendida y magnífica “De tripas corazón” (1985), dirigida por éste último).

Bibliografía:

-Diccionario de cine. Ed. Planeta, 1997. 338 páginas. Personalísimo, feroz, iconoclasta, libre, divertido. Utilizando la cómoda, para el lector, forma de un diccionario, Fernando Trueba -al modo de su admirado Ambrose Bierce, en el “Diccionario del diablo”-, agrupa consideraciones, definiciones, juicios, ataques, destilando pasión en todos ellos. Especialmente capacitado para la ofensa así como para la defensa apasionada (más como el vibrante e ingenuo Charles Laughton en “Esta tierra es mía” que como el profesional y frío James Stewart en “Anatomía de un asesinato”), nos conduce en un apasionante viaje por la historia del cine. Hay mucha erudición (literaria, cinematográfica, musical) debajo del desparpajo de su escritura. Pero sobre todo es entretenida; cualquiera que haya leído el diccionario de Georges Sadoul o alguno de los muchos existentes, podrá comprobar la enorme diferencia con éste. La que va de un academicismo historicista a la piel, la emoción, la mirada libre. Esencial.

- También publicó -durante un par de años- críticas, entrevistas y artículos en “El País”, antes de lanzarse a dirigir cine. De estas, algunas son magistrales (“Au Hassard Balthazar”, con un comienzo apasionado que no me resisto a transcribir: “Existe una historia del cine no escrita –luego viva- cuyas obras revolucionarias e innovadoras, las que han marcado época, lo han inventado todo y se agotan en sí mismas, luego que no crean escuela inmediata, entre otras cosas y sobre todas, porque son inimitables y no tienen vocación de modelo, no serían tanto “El acorazado Potemkin”, “Ciudadano Kane”, “Roma, ciudad abierta”, o “À bout de souffle” como “Vampyr”, “L’Atalante”, “Boudu sauvé des eaux “ o “Sopa de ganso”. A esta casta maldita e inclasificable pertenece “Au hassard Balthazar”, aparentemente modesta peliculita, dirigida por el excéntrico y testarudo artista del cine, un tal Robert Bresson” (El País, 29-05-1980).
66.Otros destacables

Aquí se agrupan, sin ningún tipo de rigor (ni lo pretendiera), por un lado, los críticos de cine sin más, y por otro, los escritores dedicados fundamentalmente a otros géneros literarios, que han escrito a menudo o con singular acierto, de y sobre cine.
Aquí se agrupan, sin ningún tipo de rigor (ni lo pretendiera), por un lado, los críticos de cine sin más, y por otro, los escritores dedicados fundamentalmente a otros géneros literarios, que han escrito a menudo o con singular acierto, de y sobre cine.
77.José María Carreño (1943-1996)

Injustamente desconocido para sus merecimientos, José María Carreño escribió críticas extraordinarias (“The Palm Beach Story”, de Sturges; “Un asunto de mujeres”, de Chabrol; “Mientras haya luz”, de Felipe Vega; “La amistades peligrosas”, de Stephen Frears; “The Prowler”, de Joseph Losey) en el diario “El Independiente”, allá por 1989-1990, y en revistas como “Film Ideal”, “Nuevo Fotogramas”, “Nickel Odeon” y “Casablanca”. En ésta última, publicó memorables artículos, sobre todo uno maravilloso sobre “El hombre tranquilo”, de una hondura inenarrable. Asimismo, escribió uno de los mejores (y más breves) libros que yo haya leído sobre Alfred Hitchcock, lo que tiene especial mérito, ya que la bibliografía sobre el británico es una de las más abundantes (“Alfred Hitchcock”, Ediciones JC, 1980, 155 páginas). Fue también guionista y director de cine (“Ovejas negras”, 1990).
Injustamente desconocido para sus merecimientos, José María Carreño escribió críticas extraordinarias (“The Palm Beach Story”, de Sturges; “Un asunto de mujeres”, de Chabrol; “Mientras haya luz”, de Felipe Vega; “La amistades peligrosas”, de Stephen Frears; “The Prowler”, de Joseph Losey) en el diario “El Independiente”, allá por 1989-1990, y en revistas como “Film Ideal”, “Nuevo Fotogramas”, “Nickel Odeon” y “Casablanca”. En ésta última, publicó memorables artículos, sobre todo uno maravilloso sobre “El hombre tranquilo”, de una hondura inenarrable. Asimismo, escribió uno de los mejores (y más breves) libros que yo haya leído sobre Alfred Hitchcock, lo que tiene especial mérito, ya que la bibliografía sobre el británico es una de las más abundantes (“Alfred Hitchcock”, Ediciones JC, 1980, 155 páginas). Fue también guionista y director de cine (“Ovejas negras”, 1990).
ADVERTISEMENT
88.Carlos Boyero (1953)

Heredó la columna de la “Guía del Ocio” de su amigo Fernando Trueba, pero pronto se construyó un espacio propio, que aglutinó a miles de seguidores, pendiente de sus palabras. Probablemente, es el crítico español con más seguidores incondicionales, al mismo tiempo que es, sin duda, el que mayor rechazo suscita. Leal a sus amores, irreverente, sarcástico, enemigo de la imbecilidad y la modernidad, independiente hasta el abismo, a Boyero se la sudan los popes del cine y la industria, y no le importa polemizar agriamente con los mismísimos dioses (antes Garci, ahora Almodóvar) protegidos por los medios de comunicación que le pagan (primero en “Diario 16”, luego en “El Independiente”, “El Mundo”, del que saltó a “El País”, en un muy comentado cambio de aires, por lo enfrentado de la línea editorial y orientación política de los dos diarios, y sus respectivos grupos de comunicación).

Admirador incondicional del mejor cine norteamericano y europeo, Boyero ama con causa el buen cine venga de donde venga, pero es declarado enemigo del cine de las buenas causas, sea indostaní, africano, japonés o lapón, con frecuencia tostones inaguantables. Se patea fielmente cada año los festivales de cine (Venecia, Berlín, Cannes, San Sebastián), y reconoce que se duerme en muchas de sus secciones, lo cual le honra. No lee revistas de cine, ni frecuenta el mundillo, con frecuencia viciado del sector. Puede ser un enemigo encarnizado, pero también el mejor de los amigos. De lo que no cabe duda es de que tiene un gusto impecable en literatura, música y cine, lo que le ha convertido en una especie de gurú para muchos -yo creo que a su pesar. “No guru, no method, no teacher”, dice su admirado Van Morrison-, de forma, que una buena o mala crítica suya puede determinar la apreciación de una película por parte de un considerable sector del público. Y eso se llama ser influyente.

Posiblemente por una mezcla de vagancia y pudor (por distanciarse un tanto del personaje que entre todos, incluido él mismo, le han construido), no ha publicado ningún libro sobre cine, ni sobre nada (aunque creo que hace unos años, se editó una recopilación de artículos, que no conozco), pero en su oficio de comentador de cine, televisión y de lo que realmente le da la gana, sea fútbol, política o gastronomía, se ha convertido en un referente para muchas personas.
Heredó la columna de la “Guía del Ocio” de su amigo Fernando Trueba, pero pronto se construyó un espacio propio, que aglutinó a miles de seguidores, pendiente de sus palabras. Probablemente, es el crítico español con más seguidores incondicionales, al mismo tiempo que es, sin duda, el que mayor rechazo suscita. Leal a sus amores, irreverente, sarcástico, enemigo de la imbecilidad y la modernidad, independiente hasta el abismo, a Boyero se la sudan los popes del cine y la industria, y no le importa polemizar agriamente con los mismísimos dioses (antes Garci, ahora Almodóvar) protegidos por los medios de comunicación que le pagan (primero en “Diario 16”, luego en “El Independiente”, “El Mundo”, del que saltó a “El País”, en un muy comentado cambio de aires, por lo enfrentado de la línea editorial y orientación política de los dos diarios, y sus respectivos grupos de comunicación).

Admirador incondicional del mejor cine norteamericano y europeo, Boyero ama con causa el buen cine venga de donde venga, pero es declarado enemigo del cine de las buenas causas, sea indostaní, africano, japonés o lapón, con frecuencia tostones inaguantables. Se patea fielmente cada año los festivales de cine (Venecia, Berlín, Cannes, San Sebastián), y reconoce que se duerme en muchas de sus secciones, lo cual le honra. No lee revistas de cine, ni frecuenta el mundillo, con frecuencia viciado del sector. Puede ser un enemigo encarnizado, pero también el mejor de los amigos. De lo que no cabe duda es de que tiene un gusto impecable en literatura, música y cine, lo que le ha convertido en una especie de gurú para muchos -yo creo que a su pesar. “No guru, no method, no teacher”, dice su admirado Van Morrison-, de forma, que una buena o mala crítica suya puede determinar la apreciación de una película por parte de un considerable sector del público. Y eso se llama ser influyente.

Posiblemente por una mezcla de vagancia y pudor (por distanciarse un tanto del personaje que entre todos, incluido él mismo, le han construido), no ha publicado ningún libro sobre cine, ni sobre nada (aunque creo que hace unos años, se editó una recopilación de artículos, que no conozco), pero en su oficio de comentador de cine, televisión y de lo que realmente le da la gana, sea fútbol, política o gastronomía, se ha convertido en un referente para muchas personas.
99.Miguel Marías (1947)

El rigor de su profesión de economista, ha impregnado la forma de ver el cine de Miguel Marías. Es concienzudo, posee un archivo de datos en la cabeza, siempre ha visto la película más antigua, difícil y desconocida de todas las filmografías, y no sólo de los grandes, también de la nutrida segunda fila de los realizadores. Es una enciclopedia viviente, que ha publicado artículos en casi todas las revistas de cine que se han editado en España, lo que habla favorablemente de su concepto abierto de la vida. Apasionado del jazz, a veces le he visto revolviendo en los cajones de alguna tienda de discos, con su pipa en la mano (apagada, claro), sus gafas de pasta negras y su bigote, con un aspecto canónico de profesor universitario.

Recuerdo frases enteras de sus críticas, porque su erudición no tapa un estilo transparente. Siempre con la cita oportuna a mano, sin embargo no resulta pedante en absoluto. Ha escrito artículos memorables sobre los mejores (Lang, Ray, Mann, Renoir, Hawks, Wilder, Keaton…..), pero destaco su amor y conocimiento del cine japonés (Ozu, Mizoguchi, Kurosawa) y su predilección por Ford y McCarey (lamentablemente no he leído su libro sobre éste último), sobre los que ha escrito con una delicadeza y comprensión admirables. Fue director de la Filmoteca Nacional y Director General de Cinematografía, y es un asiduo conferenciante, posiblemente una de las personas que más saben de cine en España. El único punto incomprensible para mí, es su pertenencia y lealtad a la cerrada secta comandada por José Luis Garci (la revista “Nickel Odeon” y el programa de TVE “¡Qué grande es el cine!”), donde siempre me parecía que estaba fuera de lugar, quizás por mi animadversión hacia casi todos sus relamidos componentes (Cobos, Lamet, Giménez-Rico, y ¡horror! el vomitivo Prada), salvo, quizás a veces Torres-Dulce y algún invitado ocasional. Confieso con pesar, que no he leído ningún libro suyo, tan sólo docenas de artículos.
El rigor de su profesión de economista, ha impregnado la forma de ver el cine de Miguel Marías. Es concienzudo, posee un archivo de datos en la cabeza, siempre ha visto la película más antigua, difícil y desconocida de todas las filmografías, y no sólo de los grandes, también de la nutrida segunda fila de los realizadores. Es una enciclopedia viviente, que ha publicado artículos en casi todas las revistas de cine que se han editado en España, lo que habla favorablemente de su concepto abierto de la vida. Apasionado del jazz, a veces le he visto revolviendo en los cajones de alguna tienda de discos, con su pipa en la mano (apagada, claro), sus gafas de pasta negras y su bigote, con un aspecto canónico de profesor universitario.

Recuerdo frases enteras de sus críticas, porque su erudición no tapa un estilo transparente. Siempre con la cita oportuna a mano, sin embargo no resulta pedante en absoluto. Ha escrito artículos memorables sobre los mejores (Lang, Ray, Mann, Renoir, Hawks, Wilder, Keaton…..), pero destaco su amor y conocimiento del cine japonés (Ozu, Mizoguchi, Kurosawa) y su predilección por Ford y McCarey (lamentablemente no he leído su libro sobre éste último), sobre los que ha escrito con una delicadeza y comprensión admirables. Fue director de la Filmoteca Nacional y Director General de Cinematografía, y es un asiduo conferenciante, posiblemente una de las personas que más saben de cine en España. El único punto incomprensible para mí, es su pertenencia y lealtad a la cerrada secta comandada por José Luis Garci (la revista “Nickel Odeon” y el programa de TVE “¡Qué grande es el cine!”), donde siempre me parecía que estaba fuera de lugar, quizás por mi animadversión hacia casi todos sus relamidos componentes (Cobos, Lamet, Giménez-Rico, y ¡horror! el vomitivo Prada), salvo, quizás a veces Torres-Dulce y algún invitado ocasional. Confieso con pesar, que no he leído ningún libro suyo, tan sólo docenas de artículos.
1010.Javier Coma (1939-2017)

También un reconocido especialista en jazz, novela negra (sobre la que ha publicado un completo libro “La novela negra”, Ed. El Viejo Topo, 1980. 194 páginas) y cómics, Javier Coma tiene erudición y soltura para tratar sobre muchos tipos de cine. Adusto en la forma, prolijo en ocasiones, no pierde de vista que el estilo está al servicio de la información. Por eso, quizás su mejor obra está en forma de diccionario. Ha publicado dos volúmenes espléndidos (en tapa dura, y profusamente ilustrados con carteles originales de las películas comentadas): “Diccionario del cine negro” (Plaza & Janés, 1990. 263 páginas) y “Diccionario del cine de aventuras” (Plaza & Janés, 1994. 255 páginas). Pero es especialmente interesante su libro “De Mickey a Marlowe” (Ed. Península, 1988. 169 páginas), en la que efectúa un ameno repaso del surgimiento de una potente cultura norteamericana desde la década de los felices veinte hasta los duros cuarenta, en varios campos (cine, literatura, música, cómics….) una auténtica edad de oro, como subtitula con acierto el libro.
También un reconocido especialista en jazz, novela negra (sobre la que ha publicado un completo libro “La novela negra”, Ed. El Viejo Topo, 1980. 194 páginas) y cómics, Javier Coma tiene erudición y soltura para tratar sobre muchos tipos de cine. Adusto en la forma, prolijo en ocasiones, no pierde de vista que el estilo está al servicio de la información. Por eso, quizás su mejor obra está en forma de diccionario. Ha publicado dos volúmenes espléndidos (en tapa dura, y profusamente ilustrados con carteles originales de las películas comentadas): “Diccionario del cine negro” (Plaza & Janés, 1990. 263 páginas) y “Diccionario del cine de aventuras” (Plaza & Janés, 1994. 255 páginas). Pero es especialmente interesante su libro “De Mickey a Marlowe” (Ed. Península, 1988. 169 páginas), en la que efectúa un ameno repaso del surgimiento de una potente cultura norteamericana desde la década de los felices veinte hasta los duros cuarenta, en varios campos (cine, literatura, música, cómics….) una auténtica edad de oro, como subtitula con acierto el libro.
1111.Y otros….

Pueden mencionarse muchos otros críticos que han escrito críticas y artículos de interés en diversos medios (diarios, libros, revistas, programas radiofónicos). Entre otros, Francisco Marinero, Felipe Vega, Toni Partearroyo, César Santos Fontenla, Juan Tébar, Carlos F. Heredero, Jordi Batlle Caminal, Jesús Palacios, Jordi Costa, Marcos Ordoñez, Roman Gubern, Silvia Llopis, Javier Maqua, Luis Gasca, José Luis Garci, etc., etc.

Sobre este último, debo confesar que me repatea su figura, su prosapia, sus inclinaciones políticas, su figura sentimentaloide, su encadenamiento al pasado más nostálgico de los cines de sesión continua, etc., etc., quizás por un rechazo visceral a su obra como director y guionista, un conjunto de tópicos amasados sin gracia y servidos por una estética deleznable. No obstante, y para ser justo, reconozco que escribe bastante bien, y así en su editorial Nickel Odeon, además de una revista trimestral de formato un tanto incómodo por grande, pero que dejó números estupendos, ha publicado algunos volúmenes interesantes como “Morir de cine” (1993. 221 páginas), “Beber de cine” (1996. 155 páginas) y “Morir de cine” (1998. 345 páginas).

Y una rareza. Agazapado en periódicos de provincias (del grupo Vocento, cuyas cabeceras cambian según la ciudad) se halla un crítico de muchos quilates, de una agudeza poco común. Se trata de Carlos Colón. Durante un tiempo escribió en “El País”; ignoro el motivo del alejamiento, pero fue una lástima por la mayor difusión que en ese medio alcanzaban sus escritos, que eran deliciosos. Con una erudición que abarca muchos ámbitos (literatura, pintura, música, fotografía), Carlos Colón es un sevillano renacentista, un humanista de raigambre católica, con una envidiable apertura a otros pensamientos. Durante un tiempo, no sé ahora, fue decano de la Facultad de Ciencias de la Información de Sevilla. Independiente en sus juicios artísticos (algo menos en sus opiniones políticas), posee un equilibrio, un rigor y una honestidad ejemplares. Y escribe sobre cine muy bien, extraordinariamente bien (algunos ejemplos también en “Casablanca”). Lamento no haber comprado un libro suyo sobre Fellini, hoy imposible de encontrar.

Por último, señalar que la revista trimestral “Nickel Odeon”, ya mencionada a propósito de J. L. Garci, dedicó el número correspondiente al verano de 2011, a “La crítica. Un oficio del siglo XX” (recuperando el título del libro de Cabrera Infante). En 223 páginas se recuperaban textos de Graham Greene, Peter Viertel, Andrew Sarris, Alejo Carpentier, Homero Alsina Thevenet…. Y se analizaba brevemente a críticos como Jean Douchet, André Bazin, Manolo Marinero, J. Mª. Carreño, Peter Bogdanovich, Azorin, Gimferrer, Julián Marías, Manuel Villegas López, Robin Wood, etc., etc. Realizaban -como en todos los números-, una votación entre críticos, para señalar sus preferidos. Los tres primeros elegidos fueron J. L. Guarner, A. Bazin y F. Truffaut. Como libros, los más votados fueron “El cine según Hitchcock” de Truffaut, “¿Qué es el cine”, de Bazin y “Un oficio del siglo XX”, de C. Infante. Un interesante número, especialmente para ver el carácter egocéntrico y sectario del Consejo de Dirección de la revista, que no tuvo rebozo alguno en votarse entre ellos para conseguir que ¡Juan Cobos! uno de los más adocenados críticos que uno ha podido leer y escuchar, tuviera más votos que A. Fernández-Santos y G. Cabrera Infante. Anecdótico pero significativo.
Pueden mencionarse muchos otros críticos que han escrito críticas y artículos de interés en diversos medios (diarios, libros, revistas, programas radiofónicos). Entre otros, Francisco Marinero, Felipe Vega, Toni Partearroyo, César Santos Fontenla, Juan Tébar, Carlos F. Heredero, Jordi Batlle Caminal, Jesús Palacios, Jordi Costa, Marcos Ordoñez, Roman Gubern, Silvia Llopis, Javier Maqua, Luis Gasca, José Luis Garci, etc., etc.

Sobre este último, debo confesar que me repatea su figura, su prosapia, sus inclinaciones políticas, su figura sentimentaloide, su encadenamiento al pasado más nostálgico de los cines de sesión continua, etc., etc., quizás por un rechazo visceral a su obra como director y guionista, un conjunto de tópicos amasados sin gracia y servidos por una estética deleznable. No obstante, y para ser justo, reconozco que escribe bastante bien, y así en su editorial Nickel Odeon, además de una revista trimestral de formato un tanto incómodo por grande, pero que dejó números estupendos, ha publicado algunos volúmenes interesantes como “Morir de cine” (1993. 221 páginas), “Beber de cine” (1996. 155 páginas) y “Morir de cine” (1998. 345 páginas).

Y una rareza. Agazapado en periódicos de provincias (del grupo Vocento, cuyas cabeceras cambian según la ciudad) se halla un crítico de muchos quilates, de una agudeza poco común. Se trata de Carlos Colón. Durante un tiempo escribió en “El País”; ignoro el motivo del alejamiento, pero fue una lástima por la mayor difusión que en ese medio alcanzaban sus escritos, que eran deliciosos. Con una erudición que abarca muchos ámbitos (literatura, pintura, música, fotografía), Carlos Colón es un sevillano renacentista, un humanista de raigambre católica, con una envidiable apertura a otros pensamientos. Durante un tiempo, no sé ahora, fue decano de la Facultad de Ciencias de la Información de Sevilla. Independiente en sus juicios artísticos (algo menos en sus opiniones políticas), posee un equilibrio, un rigor y una honestidad ejemplares. Y escribe sobre cine muy bien, extraordinariamente bien (algunos ejemplos también en “Casablanca”). Lamento no haber comprado un libro suyo sobre Fellini, hoy imposible de encontrar.

Por último, señalar que la revista trimestral “Nickel Odeon”, ya mencionada a propósito de J. L. Garci, dedicó el número correspondiente al verano de 2011, a “La crítica. Un oficio del siglo XX” (recuperando el título del libro de Cabrera Infante). En 223 páginas se recuperaban textos de Graham Greene, Peter Viertel, Andrew Sarris, Alejo Carpentier, Homero Alsina Thevenet…. Y se analizaba brevemente a críticos como Jean Douchet, André Bazin, Manolo Marinero, J. Mª. Carreño, Peter Bogdanovich, Azorin, Gimferrer, Julián Marías, Manuel Villegas López, Robin Wood, etc., etc. Realizaban -como en todos los números-, una votación entre críticos, para señalar sus preferidos. Los tres primeros elegidos fueron J. L. Guarner, A. Bazin y F. Truffaut. Como libros, los más votados fueron “El cine según Hitchcock” de Truffaut, “¿Qué es el cine”, de Bazin y “Un oficio del siglo XX”, de C. Infante. Un interesante número, especialmente para ver el carácter egocéntrico y sectario del Consejo de Dirección de la revista, que no tuvo rebozo alguno en votarse entre ellos para conseguir que ¡Juan Cobos! uno de los más adocenados críticos que uno ha podido leer y escuchar, tuviera más votos que A. Fernández-Santos y G. Cabrera Infante. Anecdótico pero significativo.
1212.Escritores

Aquellos que nos enseñan a pensar y observar, nos descubren mundos, nos distraen de las preocupaciones, nos hacen más fuertes o más sabios o más agudos...Y, sobre todo, más nosotros mismos, viendo esas historias en la pantalla bigger than life.
Aquellos que nos enseñan a pensar y observar, nos descubren mundos, nos distraen de las preocupaciones, nos hacen más fuertes o más sabios o más agudos...Y, sobre todo, más nosotros mismos, viendo esas historias en la pantalla bigger than life.
1313.Fernando Savater (1947)

La aportación de Fernando Savater a la cultura española y europea del siglo XX, apenas tienen parangón. Filósofo, ensayista, novelista, dramaturgo, es sobre todo un intelectual, a la manera francesa, es decir, alguien con un concepto del mundo y de la vida, que está presente en el quehacer diario de su país y sus gentes. Una especie lamentablemente casi extinguida. Con una valentía y una paciencia envidiables y admirables, Savater ha puesto su sabiduría, que es mucha, y su pasión, que no es escasa, al servicio de las causas de la democracia y la libertad, principalmente en su tierra, el País Vasco, ganándose así la inquina de los intolerantes de ambos extremos políticos. Es un polemista de primera, y sus rifirrafes con los más variados contrarios por los más diversos motivos, son divertidos y admirables como un duelo de alta esgrima. Posee una cultura enciclopédica que abarca muchos, distintos y distantes territorios, pero no es fácil encontrar alguien menos petulante, como se puede comprobar leyendo su apasionante autobiografía “Mira por dónde” (E. Taurus, 2003). Su obra ensayística (literatura, pensamiento, ética, política, religión……) es ya insoslayable para cualquier interesado en saber que pasa en el mundo, especialmente en España, pero también tiene una notable reputación en Alemania, Italia o Francia. Y en México, Argentina o Colombia.

Fernando Savater tiene pasiones variadas: los caballos, la filosofía, el whisky, las canciones de Brassens, el vino, las mujeres…..… Pero, en sus propias palabras, ante todo y por encima de todo, es lector. Y su segundo confeso amor, es el cine. Al mismo ha dedicado artículos bellísimos, estremecedores, deliciosos, intemporales. Nunca me he cansado de releer lo que Savater ha escrito sobre cine porque me parece que es de una hondura incomparable.

La revista cuatrimestral de arte, literatura y pensamiento “La Ortiga”, dedicó, en buena hora, su número 42-44, en el otoño de 2003, a la pasión por el cine de Fernando Savater. Gracias a Antonio Montesino y Mary Roscales, se recogen todos los artículos escritos por Savater hasta esa fecha y publicados en varios medios (principalmente “Casablanca”, “Despierta y lee” y “Los cuadernos del Norte”). Aquí, presentados con mimo, con muchas fotografías, se encuentra uno de los tesoros más grandes que sobre el cine se han escrito en cualquier lugar y en cualquier tiempo, fuente inagotable de placer.

También hay que destacar los artículos contenidos (algunos de los anteriores) y otros inéditos en “Misterio, emoción y riesgo”, subtitulado “Sobre libros y películas de aventuras”, volumen de 439 páginas y tapa dura, publicado por la editorial Ariel en 2008, con maravillosas ilustraciones de Fernando Vicente y muchísima iconografía de carteles y fotografías. El libro, realmente tan extraordinario como las narraciones y películas que constituyen su objeto, y en el que sólo se echa de menos la procedencia de los textos, culmina con un más que curioso canon personal del cine de aventuras (que incluye “La diligencia” fordiana), y que dice más acerca de su autor que cualquier biografía, excepto quizás “El juego de los caballos” (El Observatorio Ediciones. 1984. 151 páginas), y al posterior “A caballo entre milenios” (Ed. Aguilar. 2001. 363 páginas), bastante más amplio, pero, ay, sin las preciosas ilustraciones de su hermano Juan Carlos Savater y de José Hernández.
La aportación de Fernando Savater a la cultura española y europea del siglo XX, apenas tienen parangón. Filósofo, ensayista, novelista, dramaturgo, es sobre todo un intelectual, a la manera francesa, es decir, alguien con un concepto del mundo y de la vida, que está presente en el quehacer diario de su país y sus gentes. Una especie lamentablemente casi extinguida. Con una valentía y una paciencia envidiables y admirables, Savater ha puesto su sabiduría, que es mucha, y su pasión, que no es escasa, al servicio de las causas de la democracia y la libertad, principalmente en su tierra, el País Vasco, ganándose así la inquina de los intolerantes de ambos extremos políticos. Es un polemista de primera, y sus rifirrafes con los más variados contrarios por los más diversos motivos, son divertidos y admirables como un duelo de alta esgrima. Posee una cultura enciclopédica que abarca muchos, distintos y distantes territorios, pero no es fácil encontrar alguien menos petulante, como se puede comprobar leyendo su apasionante autobiografía “Mira por dónde” (E. Taurus, 2003). Su obra ensayística (literatura, pensamiento, ética, política, religión……) es ya insoslayable para cualquier interesado en saber que pasa en el mundo, especialmente en España, pero también tiene una notable reputación en Alemania, Italia o Francia. Y en México, Argentina o Colombia.

Fernando Savater tiene pasiones variadas: los caballos, la filosofía, el whisky, las canciones de Brassens, el vino, las mujeres…..… Pero, en sus propias palabras, ante todo y por encima de todo, es lector. Y su segundo confeso amor, es el cine. Al mismo ha dedicado artículos bellísimos, estremecedores, deliciosos, intemporales. Nunca me he cansado de releer lo que Savater ha escrito sobre cine porque me parece que es de una hondura incomparable.

La revista cuatrimestral de arte, literatura y pensamiento “La Ortiga”, dedicó, en buena hora, su número 42-44, en el otoño de 2003, a la pasión por el cine de Fernando Savater. Gracias a Antonio Montesino y Mary Roscales, se recogen todos los artículos escritos por Savater hasta esa fecha y publicados en varios medios (principalmente “Casablanca”, “Despierta y lee” y “Los cuadernos del Norte”). Aquí, presentados con mimo, con muchas fotografías, se encuentra uno de los tesoros más grandes que sobre el cine se han escrito en cualquier lugar y en cualquier tiempo, fuente inagotable de placer.

También hay que destacar los artículos contenidos (algunos de los anteriores) y otros inéditos en “Misterio, emoción y riesgo”, subtitulado “Sobre libros y películas de aventuras”, volumen de 439 páginas y tapa dura, publicado por la editorial Ariel en 2008, con maravillosas ilustraciones de Fernando Vicente y muchísima iconografía de carteles y fotografías. El libro, realmente tan extraordinario como las narraciones y películas que constituyen su objeto, y en el que sólo se echa de menos la procedencia de los textos, culmina con un más que curioso canon personal del cine de aventuras (que incluye “La diligencia” fordiana), y que dice más acerca de su autor que cualquier biografía, excepto quizás “El juego de los caballos” (El Observatorio Ediciones. 1984. 151 páginas), y al posterior “A caballo entre milenios” (Ed. Aguilar. 2001. 363 páginas), bastante más amplio, pero, ay, sin las preciosas ilustraciones de su hermano Juan Carlos Savater y de José Hernández.
1414.Javier Marías (1951-2022)

Escritor amado y odiado con pasión y virulencia extremas, Javier Marías es una referencia inexcusable de la literatura española de las últimas décadas. Yo me sitúo entre los primeros, así que aprecio mucho sus novelas (Todas las almas, Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí, Tu rostro mañana, Los enamoramientos), que me parecen a años luz de sus contemporáneos. También sus ensayos (Vidas escritas, Literatura y fantasmas). Quizás a muchos le repatean sus opiniones, ya que escribe un muy leído artículo en un suplemento dominical, pero ese es justo mi Marías favorito por afinidad de edad (cinco años mayor que yo), vivencias y aficiones.

Sobre cine, con la curiosa y casi insólita circunstancia de ser el tercer miembro de la misma familia que escribe con cierta asiduidad sobre cine (su padre Julián, fue uno de esos raros intelectuales que se acercaron al cine con respeto; su hermano Miguel es una referencia inexcusable de la crítica cinematográfica en España), Javier Marías posee una mirada singular, penetrante, certera. Tiene una poderosa e innegable querencia por el cine clásico, predominantemente norteamericano, pero está abierto también a nuevos directores (a favor de Tarantino, en su comentada polémica con Antonio Muñoz Molina, en contra. Luego éste reconoció que se había equivocado en su negativa apreciación. Yo creo que no).

Unos cuantos de sus artículos se han recopilado en el volumen “Donde todo ha sucedido. Al salir del cine” (Ed. Galaxia Gutenberg, 2005. 281 páginas. Prólogo de Miguel Marías), en el que a través de su paseo por el cine de Ford, Mankiewicz, Renoir, Powell, Peckinpah, Welles….tratados con conocimiento e intuición, se adentra desde su condición de novelista en unas atinadas reflexiones sobre el cine y la literatura, en las que se rastrea una forma de ver la vida y estar en el mundo.

Posteriormente a esta edición, y además de algunos que seguramente se me habrán escapado, tengo delante tres memorables artículos: “El tiempo cabalgado”, donde a propósito de la extraordinaria serie de televisión “Deadwood”, de la HBO, hace un recorrido por algunos de los principales hitos del western con una sagacidad digna de A. Fernández-Santos (El País. Babelia. 26.07.2008); “El género abandonado”, sobre el injustificado predominio (también en la literatura) del drama sobre la comedia, es una deliciosa reivindicación de esta última (El País. Babelia. 15.08.2009); “El espantoso futuro del héroe”, reflexión sobre el languidecimiento del western en la actualidad y reivindicación de su hondura para explicar el ser humano -a las alturas de un Shakespeare-, a partir de una, tan breve como admirable, disección de “El hombre que mató a Liberty Valance”, una de las cumbres fordianas (El País. Babelia. 16.07.2011).
Escritor amado y odiado con pasión y virulencia extremas, Javier Marías es una referencia inexcusable de la literatura española de las últimas décadas. Yo me sitúo entre los primeros, así que aprecio mucho sus novelas (Todas las almas, Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí, Tu rostro mañana, Los enamoramientos), que me parecen a años luz de sus contemporáneos. También sus ensayos (Vidas escritas, Literatura y fantasmas). Quizás a muchos le repatean sus opiniones, ya que escribe un muy leído artículo en un suplemento dominical, pero ese es justo mi Marías favorito por afinidad de edad (cinco años mayor que yo), vivencias y aficiones.

Sobre cine, con la curiosa y casi insólita circunstancia de ser el tercer miembro de la misma familia que escribe con cierta asiduidad sobre cine (su padre Julián, fue uno de esos raros intelectuales que se acercaron al cine con respeto; su hermano Miguel es una referencia inexcusable de la crítica cinematográfica en España), Javier Marías posee una mirada singular, penetrante, certera. Tiene una poderosa e innegable querencia por el cine clásico, predominantemente norteamericano, pero está abierto también a nuevos directores (a favor de Tarantino, en su comentada polémica con Antonio Muñoz Molina, en contra. Luego éste reconoció que se había equivocado en su negativa apreciación. Yo creo que no).

Unos cuantos de sus artículos se han recopilado en el volumen “Donde todo ha sucedido. Al salir del cine” (Ed. Galaxia Gutenberg, 2005. 281 páginas. Prólogo de Miguel Marías), en el que a través de su paseo por el cine de Ford, Mankiewicz, Renoir, Powell, Peckinpah, Welles….tratados con conocimiento e intuición, se adentra desde su condición de novelista en unas atinadas reflexiones sobre el cine y la literatura, en las que se rastrea una forma de ver la vida y estar en el mundo.

Posteriormente a esta edición, y además de algunos que seguramente se me habrán escapado, tengo delante tres memorables artículos: “El tiempo cabalgado”, donde a propósito de la extraordinaria serie de televisión “Deadwood”, de la HBO, hace un recorrido por algunos de los principales hitos del western con una sagacidad digna de A. Fernández-Santos (El País. Babelia. 26.07.2008); “El género abandonado”, sobre el injustificado predominio (también en la literatura) del drama sobre la comedia, es una deliciosa reivindicación de esta última (El País. Babelia. 15.08.2009); “El espantoso futuro del héroe”, reflexión sobre el languidecimiento del western en la actualidad y reivindicación de su hondura para explicar el ser humano -a las alturas de un Shakespeare-, a partir de una, tan breve como admirable, disección de “El hombre que mató a Liberty Valance”, una de las cumbres fordianas (El País. Babelia. 16.07.2011).
ADVERTISEMENT
1515.Juan Cueto (1942-2019)

El gran periodista, teórico y comunicador asturiano, es un ilustrado del s. XIX trasplantado al s. XXI, responsable de tan edificantes tareas como dirigir una publicación cultural (de la buena, de la de verdad) de referencia, de las de atesorar, como fue “Los cuadernos del Norte” a primeros de los años ochenta, e impulsar el salto cualitativo a la modernidad en los medios de comunicación audiovisuales (ahí es nada poner en marcha una televisión de pago -Canal Plus- en España, con nobles contenidos y resultados más que estimables), después de haber iniciado la mirada desprejuiciada a la televisión (fue uno de los primeros en escribir semanalmente sobre los que veíamos y escuchábamos a través de las 625 líneas catódicas, palabra que, como otras muchas, aprendimos en sus instructivas columnas) o la publicidad.

A pesar de su casi virtual desaparición de la escena, sigue yendo varios lustros por delante de los demás (véase al respecto el asombroso volumen recopilatorio “Cuando Madrid hizo pop. De la modernidad a la globalización”. Ediciones Trea, 2011. 342 páginas), en cuanto a intuir por dónde va el mundo. Con un humor desopilante y una lucidez incomparable, Cueto atisba desde la periferia de Gijón, más que muchos desde Nueva York, Londres, París o Madrid.

Lo que se ignora generalmente es que Juan Cueto Alas es el autor de uno de los libros más originales e inteligentes sobre cine que se hayan escrito en España, “Exterior noche” (Ed. Júcar, 1985. 184 páginas), divertidísimo recorrido, ligero y hondo a la vez, por un montón de temas con una agudeza difícil de encontrar, y no digamos por estos parajes de extrema adustez. Varios de estos memorables artículos que mezclan con desenvoltura sin igual a Leibniz y McLuhan con Jessica Lange y Hitchcock, se publicaron en “Casablanca”.
El gran periodista, teórico y comunicador asturiano, es un ilustrado del s. XIX trasplantado al s. XXI, responsable de tan edificantes tareas como dirigir una publicación cultural (de la buena, de la de verdad) de referencia, de las de atesorar, como fue “Los cuadernos del Norte” a primeros de los años ochenta, e impulsar el salto cualitativo a la modernidad en los medios de comunicación audiovisuales (ahí es nada poner en marcha una televisión de pago -Canal Plus- en España, con nobles contenidos y resultados más que estimables), después de haber iniciado la mirada desprejuiciada a la televisión (fue uno de los primeros en escribir semanalmente sobre los que veíamos y escuchábamos a través de las 625 líneas catódicas, palabra que, como otras muchas, aprendimos en sus instructivas columnas) o la publicidad.

A pesar de su casi virtual desaparición de la escena, sigue yendo varios lustros por delante de los demás (véase al respecto el asombroso volumen recopilatorio “Cuando Madrid hizo pop. De la modernidad a la globalización”. Ediciones Trea, 2011. 342 páginas), en cuanto a intuir por dónde va el mundo. Con un humor desopilante y una lucidez incomparable, Cueto atisba desde la periferia de Gijón, más que muchos desde Nueva York, Londres, París o Madrid.

Lo que se ignora generalmente es que Juan Cueto Alas es el autor de uno de los libros más originales e inteligentes sobre cine que se hayan escrito en España, “Exterior noche” (Ed. Júcar, 1985. 184 páginas), divertidísimo recorrido, ligero y hondo a la vez, por un montón de temas con una agudeza difícil de encontrar, y no digamos por estos parajes de extrema adustez. Varios de estos memorables artículos que mezclan con desenvoltura sin igual a Leibniz y McLuhan con Jessica Lange y Hitchcock, se publicaron en “Casablanca”.
1616.Maruja Torres (1943)

Una mirada incisiva, una mordacidad irrefrenable, una inmensa simpatía por las causas perdidas, una voracidad peligrosa, una firme ideología zurda, una combatividad extrema, un gusto impecable, una sabiduría discretamente encubierta. Eso, y muchas cosas más, es Maruja Torres, una periodista como hay pocas. Sus vivencias en muchas partes del mundo, sobre todo en su amado Beirut, han encontrado acomodo en sus novelas y ensayos. Pero sin duda, para mí, destaca como columnista, una de las más dotadas en ese difícil arte de decir lo máximo en el mínimo espacio. Son centenares las columnas memorables de esta mujer, una superdotada en el gancho y el uppercut, sobre todo a los mentones derechistas.

También ¡cómo no! es una maravillosa escritora sobre cine. No ha publicado libros sobre el género, lo cual es una auténtica lástima, porque la dispersión de sus artículos en revistas (principalmente, “Fotogramas” en sus sucesivas encarnaciones) y diarios es enorme. Yo tengo unos cuantos inolvidables, sobre muchas galas de los Oscar, celebraciones y saraos de distinto pelaje, conmemoraciones varias, semblanzas de directores y actores, etc., etc. De ellos, destaco “Nunca nos quitarán París” (El País. 09.05.2003), sobre “Casablanca”, que en tres breves columnas vale por un ensayo sobre la mítica película. También en el mismo periódico, sin fecha, su fantástica reseña sobre “The Last Picture Show”, de Peter Bogdanovich, y, last but no least, su miniatura sobre Bogart, titulada “La mirada de Bogey, el perro sin collar”, que no me resisto a transcribir:

“Mucho más atractiva que su mirada de perro sin collar, su sonrisa agrietada y el olor a nicotina de sus dedos sarmentosos –porque a Bogey se le podía detectar con el olfato desde la platea, despedía un perfume inequívocamente sexual, de macho recóndito y bastante alcoholizado- resultaba la ética granítica del personaje que se fue labrando película a película, desde “El último refugio” a “La reina de África”. Atrás quedaban una cuarentena de filmes en los que todavía no era él, y por delante tenía una decadencia digna, a la que corresponde también “El motín del Caine”. Humphrey Bogart, aquel de quien nos queda el recuerdo, por el que hubiéramos querido ser Lauren Bacall, Ingrid Bergman o Kate Hepburn, le dio al típico aventurero americano, hijo de Hemingway y de la Gran Depresión, un toque de humanidad que tenía mucho que ver con la forma en que trataba a las mujeres. Porque Bogey, que nunca se excedía un milímetro de lo que le permitía su piel labrada a costurones, sabía mirar a las chicas. Y cuando uno sabe mirar, inevitablemente sabe ver. Y actuar”.

Y bien. ¿Es posible decir más en menos espacio?
Una mirada incisiva, una mordacidad irrefrenable, una inmensa simpatía por las causas perdidas, una voracidad peligrosa, una firme ideología zurda, una combatividad extrema, un gusto impecable, una sabiduría discretamente encubierta. Eso, y muchas cosas más, es Maruja Torres, una periodista como hay pocas. Sus vivencias en muchas partes del mundo, sobre todo en su amado Beirut, han encontrado acomodo en sus novelas y ensayos. Pero sin duda, para mí, destaca como columnista, una de las más dotadas en ese difícil arte de decir lo máximo en el mínimo espacio. Son centenares las columnas memorables de esta mujer, una superdotada en el gancho y el uppercut, sobre todo a los mentones derechistas.

También ¡cómo no! es una maravillosa escritora sobre cine. No ha publicado libros sobre el género, lo cual es una auténtica lástima, porque la dispersión de sus artículos en revistas (principalmente, “Fotogramas” en sus sucesivas encarnaciones) y diarios es enorme. Yo tengo unos cuantos inolvidables, sobre muchas galas de los Oscar, celebraciones y saraos de distinto pelaje, conmemoraciones varias, semblanzas de directores y actores, etc., etc. De ellos, destaco “Nunca nos quitarán París” (El País. 09.05.2003), sobre “Casablanca”, que en tres breves columnas vale por un ensayo sobre la mítica película. También en el mismo periódico, sin fecha, su fantástica reseña sobre “The Last Picture Show”, de Peter Bogdanovich, y, last but no least, su miniatura sobre Bogart, titulada “La mirada de Bogey, el perro sin collar”, que no me resisto a transcribir:

“Mucho más atractiva que su mirada de perro sin collar, su sonrisa agrietada y el olor a nicotina de sus dedos sarmentosos –porque a Bogey se le podía detectar con el olfato desde la platea, despedía un perfume inequívocamente sexual, de macho recóndito y bastante alcoholizado- resultaba la ética granítica del personaje que se fue labrando película a película, desde “El último refugio” a “La reina de África”. Atrás quedaban una cuarentena de filmes en los que todavía no era él, y por delante tenía una decadencia digna, a la que corresponde también “El motín del Caine”. Humphrey Bogart, aquel de quien nos queda el recuerdo, por el que hubiéramos querido ser Lauren Bacall, Ingrid Bergman o Kate Hepburn, le dio al típico aventurero americano, hijo de Hemingway y de la Gran Depresión, un toque de humanidad que tenía mucho que ver con la forma en que trataba a las mujeres. Porque Bogey, que nunca se excedía un milímetro de lo que le permitía su piel labrada a costurones, sabía mirar a las chicas. Y cuando uno sabe mirar, inevitablemente sabe ver. Y actuar”.

Y bien. ¿Es posible decir más en menos espacio?
1717.Juan Marsé (1933-2020)
1818.Pere Gimferrer (1945)

Poeta, académico, novelista, ensayista y varias cosas más, bilingüe, cargado de premios y laureles de todo tipo, este hombre ha tenido en el cine uno de los objetos de su interés. Dotado de una enorme curiosidad y una vasta cultura, Gimferrer perteneció al equipo de “Film-Ideal”, y ha participado en varias obras colectivas sobre cine. Al igual que Julián Marías y Miguel Delibes, fue uno de los escasos intelectuales que se aproximó al cine con pasión y desprovisto de prejuicios tan habituales en este grupo (Benet, Umbral….). Lamentablemente no he leído su libro “Cine y literatura” (1985).
Poeta, académico, novelista, ensayista y varias cosas más, bilingüe, cargado de premios y laureles de todo tipo, este hombre ha tenido en el cine uno de los objetos de su interés. Dotado de una enorme curiosidad y una vasta cultura, Gimferrer perteneció al equipo de “Film-Ideal”, y ha participado en varias obras colectivas sobre cine. Al igual que Julián Marías y Miguel Delibes, fue uno de los escasos intelectuales que se aproximó al cine con pasión y desprovisto de prejuicios tan habituales en este grupo (Benet, Umbral….). Lamentablemente no he leído su libro “Cine y literatura” (1985).
1919.Vicente Molina-Foix (1946)

Novelista, poeta, periodista, dramaturgo, Molina-Foix ha sido crítico de cine, fundamentalmente en “Nuevo Fotogramas”, y tras algunos pasos como guionista y ayudante de dirección, logró convertirse en director de cine con “Sagitario” (2001), que me parece una memez de categoría. A pesar de su tersa escritura, nunca me ha gustado especialmente como crítico porque su cine favorito (el de qualité) nunca ha sido el mío. Recientemente publicó “El cine de las sábanas húmedas” (2007), que no he leído, como tampoco “El cine estilográfico” ni “El novio del cine”.
Novelista, poeta, periodista, dramaturgo, Molina-Foix ha sido crítico de cine, fundamentalmente en “Nuevo Fotogramas”, y tras algunos pasos como guionista y ayudante de dirección, logró convertirse en director de cine con “Sagitario” (2001), que me parece una memez de categoría. A pesar de su tersa escritura, nunca me ha gustado especialmente como crítico porque su cine favorito (el de qualité) nunca ha sido el mío. Recientemente publicó “El cine de las sábanas húmedas” (2007), que no he leído, como tampoco “El cine estilográfico” ni “El novio del cine”.
2020.Terenci Moix (1942-2003)

Conocido sobre todo como novelista, Terenci Moix es un género en sí mismo. Con una soltura y un desparpajo apabullantes en todo lo que tocaba (cómic, viajes…), gran amigo de las divas Nuria Espert y Montserrat Caballé, homosexual, erotómano, incisivo, culto, simpático…… se convirtió en un icono popular. Admirado, y sobre todo, querido, posó sus ojos en los más variados intereses. Aficionado a la ópera, amante de Egipto, fue un apasionado cinéfilo, uno de los más conocidos en España. Dentro de éste le interesó todo y se interesó por todo. Poseedor de una videoteca particular de tamaño monumental, nos lo imaginamos viendo un peplum detrás de otro, con sus adorados Steve Reeves y Stephen Boyd. Es muy conocida su serie dedicada a cuatro décadas del cine de Hollywood, “Mis inmortales del cine”, en la editorial Planeta, escrita con conocimiento y amor.

Acaba de publicarse en RBA, “El tiempo es un sueño pop: Vida y obra de Terenci Moix”, biografía escrita por Juan Bonilla, que es un escritor de fuste, y que promete ser un apasionante recorrido por la vida -tan ajetreada, interesante, movida y turbulenta, como muchas de sus películas favoritas- de este divertido, y, en cierto modo enigmático, iconoclasta con causa.
Conocido sobre todo como novelista, Terenci Moix es un género en sí mismo. Con una soltura y un desparpajo apabullantes en todo lo que tocaba (cómic, viajes…), gran amigo de las divas Nuria Espert y Montserrat Caballé, homosexual, erotómano, incisivo, culto, simpático…… se convirtió en un icono popular. Admirado, y sobre todo, querido, posó sus ojos en los más variados intereses. Aficionado a la ópera, amante de Egipto, fue un apasionado cinéfilo, uno de los más conocidos en España. Dentro de éste le interesó todo y se interesó por todo. Poseedor de una videoteca particular de tamaño monumental, nos lo imaginamos viendo un peplum detrás de otro, con sus adorados Steve Reeves y Stephen Boyd. Es muy conocida su serie dedicada a cuatro décadas del cine de Hollywood, “Mis inmortales del cine”, en la editorial Planeta, escrita con conocimiento y amor.

Acaba de publicarse en RBA, “El tiempo es un sueño pop: Vida y obra de Terenci Moix”, biografía escrita por Juan Bonilla, que es un escritor de fuste, y que promete ser un apasionante recorrido por la vida -tan ajetreada, interesante, movida y turbulenta, como muchas de sus películas favoritas- de este divertido, y, en cierto modo enigmático, iconoclasta con causa.
2121.José María Latorre (1945-2014)

Autor de decenas de novelas -de los más variados géneros- que no conozco, Latorre es un gran crítico, casi el único que salvaría de “Dirigido por….”. Sin dejarse llevar por las teorías de moda en cada momento, se ha mantenido fiel a sus géneros favoritos (el terror y la aventura), y ha publicado un libro fundamental, “El cine fantástico”. (Ed. Dirigido por…, 1987, 494 páginas, en el que realiza un extraordinario repaso a un cajón de sastre, muy amplio y variado: el italiano de terror, el mundo japonés de Mizoguchi, el terror de la Hammer, la ciencia-ficción….), escrito con una amenidad y un rigor admirables.
Autor de decenas de novelas -de los más variados géneros- que no conozco, Latorre es un gran crítico, casi el único que salvaría de “Dirigido por….”. Sin dejarse llevar por las teorías de moda en cada momento, se ha mantenido fiel a sus géneros favoritos (el terror y la aventura), y ha publicado un libro fundamental, “El cine fantástico”. (Ed. Dirigido por…, 1987, 494 páginas, en el que realiza un extraordinario repaso a un cajón de sastre, muy amplio y variado: el italiano de terror, el mundo japonés de Mizoguchi, el terror de la Hammer, la ciencia-ficción….), escrito con una amenidad y un rigor admirables.
ADVERTISEMENT
2222.Francisco Casavella (1963-2008)

Da infinita tristeza tener que escribir las fechas de nacimiento y muerte de alguien tan joven, fallecido en su plenitud. Francisco Casavella, no solo era un novelista con una inmensa capacidad de narrar (Un enano español se suicida en Las Vegas, El Secreto de las Fiestas, El día del Watusi, Lo que sé de los vampiros) sino una personalidad torrencial, divertida, lúcida, con una cultura asombrosa para su edad. Dedicado en sus ratos libres a contar lo que veía, leía y escuchaba, ha sido uno de los mejores periodistas en el ámbito de la cultura de los últimos treinta o cuarenta años. Con una perspectiva, y un don para mirar, dignos de elogio.

Afortunadamente, y dada la triste sorpresa de su repentina desaparición, algunos amigos, encabezados por Jordi Costa (autor del prólogo), han recopilado sus muchos artículos, conferencias, prólogos, etc., dispersos en varios medios de comunicación (El País, ABC, El Mundo, Rock de Lux, etc.; la diversidad de los cuales ya permite comprobar su apertura mental, sin sectarismos de ningún tipo). El resultado es “Elevación, elegancia, entusiasmo. Artículos y ensayos (1984-2008)”. Galaxia Gutenberg, 2009, 1009 páginas, un libro que el tiempo convertirá en un clásico. Seguro.

De los numerosos artículos dedicados al cine que contiene, destacaría la lucidez de su recuerdo de “Lacombe Lucien”, de Louis Malle o su reivindicación del olvidado y subvalorado André De Toth. Y sobre todo, dos: “Asi paga el diablo”, sobre Preston Sturges, breve y deliciosa mirada al maravilloso guionista y director norteamericano, y “La emoción es lo que cuenta”, vibrante y sentido tributo a Martin Scorsese, con ocasión de que ganara el Oscar en 2007 por “Infiltrados”.

En literatura y música, también destaca Casavella por su falta de prejuicios y así mezcla la literatura popular de los géneros considerados menores (policiaco, ciencia-ficción, aventuras….) con la alta (Lord Chesterfield, Shakespeare, Bellow…) sin pudor alguno, de la misma forma que es difícil no contagiarse de su entusiasmo por la música negra en sus más variadas manifestaciones (soul, disco, reggae…). Asimismo es un espectador sin vergüenza ante las series de televisión (Los Soprano, Studio 60….). Repito, una auténtica lástima haber perdido tan pronto a Francisco Casavella. No anda el país sobrado de gente de su talento. Menos mal que nos queda, además de su obra de ficción, este voluminoso libro como un tesoro inagotable a consultar, repasar, descubrir.

También en su obra de ficción, se dejó caer Casavella por alguno de sus territorios favoritos. Así en “El Secreto de las Fiestas”, el protagonista, un doineliano más inteligente, llamado Daniel Basurto, se lanza sin miedo a una descripción-interpretación de “Centauros del desierto”, una de las más complejas obras de Ford, que vale por las miles y miles de páginas que ha generado ésta película, una de las más admiradas -dudo que comprendidas- de la historia del cine.
Da infinita tristeza tener que escribir las fechas de nacimiento y muerte de alguien tan joven, fallecido en su plenitud. Francisco Casavella, no solo era un novelista con una inmensa capacidad de narrar (Un enano español se suicida en Las Vegas, El Secreto de las Fiestas, El día del Watusi, Lo que sé de los vampiros) sino una personalidad torrencial, divertida, lúcida, con una cultura asombrosa para su edad. Dedicado en sus ratos libres a contar lo que veía, leía y escuchaba, ha sido uno de los mejores periodistas en el ámbito de la cultura de los últimos treinta o cuarenta años. Con una perspectiva, y un don para mirar, dignos de elogio.

Afortunadamente, y dada la triste sorpresa de su repentina desaparición, algunos amigos, encabezados por Jordi Costa (autor del prólogo), han recopilado sus muchos artículos, conferencias, prólogos, etc., dispersos en varios medios de comunicación (El País, ABC, El Mundo, Rock de Lux, etc.; la diversidad de los cuales ya permite comprobar su apertura mental, sin sectarismos de ningún tipo). El resultado es “Elevación, elegancia, entusiasmo. Artículos y ensayos (1984-2008)”. Galaxia Gutenberg, 2009, 1009 páginas, un libro que el tiempo convertirá en un clásico. Seguro.

De los numerosos artículos dedicados al cine que contiene, destacaría la lucidez de su recuerdo de “Lacombe Lucien”, de Louis Malle o su reivindicación del olvidado y subvalorado André De Toth. Y sobre todo, dos: “Asi paga el diablo”, sobre Preston Sturges, breve y deliciosa mirada al maravilloso guionista y director norteamericano, y “La emoción es lo que cuenta”, vibrante y sentido tributo a Martin Scorsese, con ocasión de que ganara el Oscar en 2007 por “Infiltrados”.

En literatura y música, también destaca Casavella por su falta de prejuicios y así mezcla la literatura popular de los géneros considerados menores (policiaco, ciencia-ficción, aventuras….) con la alta (Lord Chesterfield, Shakespeare, Bellow…) sin pudor alguno, de la misma forma que es difícil no contagiarse de su entusiasmo por la música negra en sus más variadas manifestaciones (soul, disco, reggae…). Asimismo es un espectador sin vergüenza ante las series de televisión (Los Soprano, Studio 60….). Repito, una auténtica lástima haber perdido tan pronto a Francisco Casavella. No anda el país sobrado de gente de su talento. Menos mal que nos queda, además de su obra de ficción, este voluminoso libro como un tesoro inagotable a consultar, repasar, descubrir.

También en su obra de ficción, se dejó caer Casavella por alguno de sus territorios favoritos. Así en “El Secreto de las Fiestas”, el protagonista, un doineliano más inteligente, llamado Daniel Basurto, se lanza sin miedo a una descripción-interpretación de “Centauros del desierto”, una de las más complejas obras de Ford, que vale por las miles y miles de páginas que ha generado ésta película, una de las más admiradas -dudo que comprendidas- de la historia del cine.
2323.Y ALGUNOS EN OTROS IDIOMAS

Han existido espléndidos críticos norteamericanos, franceses, británicos, italianos.... Estos son tan sólo algunos a los que he tenido la oportunidad de acercarme, aunque sea a una pequeña parte de su obra.
Han existido espléndidos críticos norteamericanos, franceses, británicos, italianos.... Estos son tan sólo algunos a los que he tenido la oportunidad de acercarme, aunque sea a una pequeña parte de su obra.
2424.Andrew Sarris (1928-2012)

Uno de los más prestigiosos e influyentes críticos norteamericanos (The Village Voice, The New York Observer…), y desconocidos en España ante la falta de traducciones de sus escritos. Su obra más famosa quizás sea “The American Cinema. Directors and Directions 1929-1968” (Da Capo Press, 1996, 393 páginas). Es un crítico con personalidad, original, con criterio, sagaz para separar el grano de la paja, y como muchos de los críticos de su país, adora las películas europeas, quizás con la pretendida inferioridad cultural del cine norteamericano grabada en el subconsciente. En cualquier caso, resulta muy interesante su selección, y sobre todo, su intención en la estructura del libro. Por ejemplo, los capítulos se llaman “Pantheon Directors” o sea los indiscutibles (Hawks, Ford, Hitchcock, Welles, Chaplin, Keaton, Lang, Lubitsch, Murnau, Ophuls, Renoir, Von Stenberg….); “The Far Side Of Paradise”, los próximos al Olimpo (Borzage, Capra, Cukor, Ray, Mann, Minnelli, McCarey, Preminger, Sturges, Vidor, Walsh…..); “Expressive Esoterica”, los que hay que tratar de separar de sus “a menudo irritantes idiosincrasiasy estilos difíciles” (Boetticher, De Toth, Donen, Stahl, Tourneur, Mulligan, Penn, Garnett, Ulmer…..); “Less Than Meets Eye”, prestigios hinchados, por decirlo con sus propias palabras: “Directores cuya reputación excede su inspiración, y cuya autoría parece hecha con tinta invisible” (Huston, Kazan, Lean, Reed, Wellman, Mankiewicz, Wyler, Zinnemann, Wilder…); “Lightly Likable”, otros que el tiempo revalorizará (Berkeley, Curtiz, Goulding, Haskin, Hathaway, Leisen, Whale….).

Y seguimos: “Strained Seriousness”, lastrados por su pretenciosidad (Brooks, Fleischer, Richardson, Rossen, Kubrick…..); “Oddities, One-Shots and Newcomers”, excéntricos, excepciones dentro del sistema (Cassavetes, Coppola, Corman, Kelly, Laughton, Peckinpah, Polonsky…); “Subjects For Further Reseach”, otros cuya aportación debe ser reivindicada (Brown, Browning, Cruze, King…); “Make Way For The Clowns!”, pues eso (W.C. Fields, Lewis, Lloyd, Marx Brothers, West, Mae….); “Miscellany”, cajón de sastre (Dieterle, Kramer, logan, Negulesco, Quine…). Ah, y un capítulo “Fringe Benefits” para once directores europeos con influencia, para bien o para mal, en el cine norteamericano (Antonioni, Buñuel, Chabrol, Clair, Clément, Eisenstein, Pabst, Polanski, Rossellini, Truffaut y Visconti).

Se esté o no de acuerdo con Sarris, hay que reconocerle su perspicacia para entender y vislumbrar lo que hay en cada uno de los directores analizados. Si tenemos en cuenta que el libro se detiene cronológicamente en 1968, la capacidad de adelantarse a los tiempos de Sarris, hay que entenderla ciertamente asombrosa, porque varios de los prestigios hinchados se han confirmado -de sobra- como tales, y también varios de los directores a reivindicar lo han sido con creces en estos cuarenta y cuatro años transcurridos desde la publicación del libro ¡bastante más tiempo ya, que el período analizado (1929-1968), de tan sólo treinta y nueve años! Pero en algunos casos, como el de Billy Wilder, creo que Sarris se equivocó claramente y su miopía fue agudísima. En fin, nobody’s perfect.
Uno de los más prestigiosos e influyentes críticos norteamericanos (The Village Voice, The New York Observer…), y desconocidos en España ante la falta de traducciones de sus escritos. Su obra más famosa quizás sea “The American Cinema. Directors and Directions 1929-1968” (Da Capo Press, 1996, 393 páginas). Es un crítico con personalidad, original, con criterio, sagaz para separar el grano de la paja, y como muchos de los críticos de su país, adora las películas europeas, quizás con la pretendida inferioridad cultural del cine norteamericano grabada en el subconsciente. En cualquier caso, resulta muy interesante su selección, y sobre todo, su intención en la estructura del libro. Por ejemplo, los capítulos se llaman “Pantheon Directors” o sea los indiscutibles (Hawks, Ford, Hitchcock, Welles, Chaplin, Keaton, Lang, Lubitsch, Murnau, Ophuls, Renoir, Von Stenberg….); “The Far Side Of Paradise”, los próximos al Olimpo (Borzage, Capra, Cukor, Ray, Mann, Minnelli, McCarey, Preminger, Sturges, Vidor, Walsh…..); “Expressive Esoterica”, los que hay que tratar de separar de sus “a menudo irritantes idiosincrasiasy estilos difíciles” (Boetticher, De Toth, Donen, Stahl, Tourneur, Mulligan, Penn, Garnett, Ulmer…..); “Less Than Meets Eye”, prestigios hinchados, por decirlo con sus propias palabras: “Directores cuya reputación excede su inspiración, y cuya autoría parece hecha con tinta invisible” (Huston, Kazan, Lean, Reed, Wellman, Mankiewicz, Wyler, Zinnemann, Wilder…); “Lightly Likable”, otros que el tiempo revalorizará (Berkeley, Curtiz, Goulding, Haskin, Hathaway, Leisen, Whale….).

Y seguimos: “Strained Seriousness”, lastrados por su pretenciosidad (Brooks, Fleischer, Richardson, Rossen, Kubrick…..); “Oddities, One-Shots and Newcomers”, excéntricos, excepciones dentro del sistema (Cassavetes, Coppola, Corman, Kelly, Laughton, Peckinpah, Polonsky…); “Subjects For Further Reseach”, otros cuya aportación debe ser reivindicada (Brown, Browning, Cruze, King…); “Make Way For The Clowns!”, pues eso (W.C. Fields, Lewis, Lloyd, Marx Brothers, West, Mae….); “Miscellany”, cajón de sastre (Dieterle, Kramer, logan, Negulesco, Quine…). Ah, y un capítulo “Fringe Benefits” para once directores europeos con influencia, para bien o para mal, en el cine norteamericano (Antonioni, Buñuel, Chabrol, Clair, Clément, Eisenstein, Pabst, Polanski, Rossellini, Truffaut y Visconti).

Se esté o no de acuerdo con Sarris, hay que reconocerle su perspicacia para entender y vislumbrar lo que hay en cada uno de los directores analizados. Si tenemos en cuenta que el libro se detiene cronológicamente en 1968, la capacidad de adelantarse a los tiempos de Sarris, hay que entenderla ciertamente asombrosa, porque varios de los prestigios hinchados se han confirmado -de sobra- como tales, y también varios de los directores a reivindicar lo han sido con creces en estos cuarenta y cuatro años transcurridos desde la publicación del libro ¡bastante más tiempo ya, que el período analizado (1929-1968), de tan sólo treinta y nueve años! Pero en algunos casos, como el de Billy Wilder, creo que Sarris se equivocó claramente y su miopía fue agudísima. En fin, nobody’s perfect.
2525.Danny Peary (1949)
2626.Manny Farber (1917-2008)

Este hombre constituye un caso aparte en el mundo de la crítica cinematográfica. Comenzó en 1942 a publicar reseñas en “The Nation”, más tarde en “The New Republic”, “Artforum”,“The New Leader” y “City”, entre otras publicaciones y no dejó de hacerlo hasta 1977. En ese largo período de treinta y cinco años dijo todo lo que tenía que decir y puso el punto y final (algo no infrecuente, ahí están los casos de Rimbaud o Jaime Gil de Biedma). Farber consiguió, sin pretenderlo o al menos sin que fuera su objetivo, convertirse en un crítico respetado, incluso reverenciado, entre sus colegas, dentro de esa edad de oro de la crítica norteamericana -junto a Andrew Sarris, Pauline Kael y James Agee- aunque siempre con un aura de marginal, de extraño, de disidente.

No en vano en 1962, escribió un ensayo (publicado en “Film Culture”) titulado “White Elephant Art vs.Termite Art” (existe traducción al español: "Arte termita contra arte elefante blanco". Ed. Anagrama, 1974. 140 páginas. Traducción y prólogo de José Luis Guarner), que contenía su concepción del cine y de la vida. La cultura del “director elefante blanco”, llena de caracteres predecibles, encapsulados, determinados, preescritos de alguna manera, que sitúan al espectador ante una pantalla con toneladas de arte y significados cayéndole encima, se contraponía con los “artistas termitas”, vulgares, superfluos, que rompen y devoran el arte sin importarles las consecuencias, ligeras, impredecibles hasta cierto punto, atacando en varias direcciones opuestas. Contra el elefante blanco lleno de continuidad y armonía, la termita se manifiesta en momentos de singular vibración y emoción, y cita como ejemplos de esos instantes a Cezanne pintando en Aix-en-Provence, a John Wayne apoyando su silla contra la pared en “The Man Who Shot Liberty Valance” o a los niños oliendo el sillín de la bicicleta en que ha estado sentada Jeanne Moureau en “Jules et Jim”.

¿Ejemplos de artistas termitas, con los que Farber se identifica? Entre otros, Laurel & Hardy, Walker Evans, Val Lewton, Clarence Williams, Howard Hawks, William Wellman, Samuel Fuller, Anthony Mann, Preston Sturges. Este ensayo tuvo una notable influencia para recuperar la obra de estos y otros directores tenidos por simples artesanos, en las afueras del Arte, de la alta cultura. ¡Quién lo diría en unos tiempos en que la gastronomía y la moda son consideradas excelsas muestras culturales!

Manny Farber, dejó de escribir, al menos sobre cine, y como era un magnífico pintor se dedicó a sus cuadros y sus exposiciones hasta su fallecimiento en 2008. De las reproducciones de sus cuadros que he podido ver, extraigo la conclusión de que tiene un mundo atractivo donde el color es un elemento primordial, con unos trazos elegantes y fluidos que captan muy bien el siglo pasado y recuerdan vagamente algunos cuadros de David Hockney. Por lo que pude ver en una revista, Fernando Trueba es el afortunado poseedor de una cuadro suyo de gran tamaño que preside una de las paredes de su santuario. ¡Qué envidia!

En cualquier caso, su obra sobre el cine, que se encontraba dispersa en muchas publicaciones ha logrado un tratamiento a la altura de sus merecimientos. En 2009 se publicó en “The Libray Of America”, editorial dedicada a preservar el legado cultural de la mejor literatura norteamericana, el volumen “Farber On Film. The Complete Film Writings Of Manny Farber”. Como bien indica el título, es una recopilación de todo lo que Farber escribió sobre cine. Una austera y cuidada edición, 824 páginas de apretada letra, a cargo del poeta y crítico Robert Polito, autor también del esclarecedor prólogo. Muy interesante.
Este hombre constituye un caso aparte en el mundo de la crítica cinematográfica. Comenzó en 1942 a publicar reseñas en “The Nation”, más tarde en “The New Republic”, “Artforum”,“The New Leader” y “City”, entre otras publicaciones y no dejó de hacerlo hasta 1977. En ese largo período de treinta y cinco años dijo todo lo que tenía que decir y puso el punto y final (algo no infrecuente, ahí están los casos de Rimbaud o Jaime Gil de Biedma). Farber consiguió, sin pretenderlo o al menos sin que fuera su objetivo, convertirse en un crítico respetado, incluso reverenciado, entre sus colegas, dentro de esa edad de oro de la crítica norteamericana -junto a Andrew Sarris, Pauline Kael y James Agee- aunque siempre con un aura de marginal, de extraño, de disidente.

No en vano en 1962, escribió un ensayo (publicado en “Film Culture”) titulado “White Elephant Art vs.Termite Art” (existe traducción al español: "Arte termita contra arte elefante blanco". Ed. Anagrama, 1974. 140 páginas. Traducción y prólogo de José Luis Guarner), que contenía su concepción del cine y de la vida. La cultura del “director elefante blanco”, llena de caracteres predecibles, encapsulados, determinados, preescritos de alguna manera, que sitúan al espectador ante una pantalla con toneladas de arte y significados cayéndole encima, se contraponía con los “artistas termitas”, vulgares, superfluos, que rompen y devoran el arte sin importarles las consecuencias, ligeras, impredecibles hasta cierto punto, atacando en varias direcciones opuestas. Contra el elefante blanco lleno de continuidad y armonía, la termita se manifiesta en momentos de singular vibración y emoción, y cita como ejemplos de esos instantes a Cezanne pintando en Aix-en-Provence, a John Wayne apoyando su silla contra la pared en “The Man Who Shot Liberty Valance” o a los niños oliendo el sillín de la bicicleta en que ha estado sentada Jeanne Moureau en “Jules et Jim”.

¿Ejemplos de artistas termitas, con los que Farber se identifica? Entre otros, Laurel & Hardy, Walker Evans, Val Lewton, Clarence Williams, Howard Hawks, William Wellman, Samuel Fuller, Anthony Mann, Preston Sturges. Este ensayo tuvo una notable influencia para recuperar la obra de estos y otros directores tenidos por simples artesanos, en las afueras del Arte, de la alta cultura. ¡Quién lo diría en unos tiempos en que la gastronomía y la moda son consideradas excelsas muestras culturales!

Manny Farber, dejó de escribir, al menos sobre cine, y como era un magnífico pintor se dedicó a sus cuadros y sus exposiciones hasta su fallecimiento en 2008. De las reproducciones de sus cuadros que he podido ver, extraigo la conclusión de que tiene un mundo atractivo donde el color es un elemento primordial, con unos trazos elegantes y fluidos que captan muy bien el siglo pasado y recuerdan vagamente algunos cuadros de David Hockney. Por lo que pude ver en una revista, Fernando Trueba es el afortunado poseedor de una cuadro suyo de gran tamaño que preside una de las paredes de su santuario. ¡Qué envidia!

En cualquier caso, su obra sobre el cine, que se encontraba dispersa en muchas publicaciones ha logrado un tratamiento a la altura de sus merecimientos. En 2009 se publicó en “The Libray Of America”, editorial dedicada a preservar el legado cultural de la mejor literatura norteamericana, el volumen “Farber On Film. The Complete Film Writings Of Manny Farber”. Como bien indica el título, es una recopilación de todo lo que Farber escribió sobre cine. Una austera y cuidada edición, 824 páginas de apretada letra, a cargo del poeta y crítico Robert Polito, autor también del esclarecedor prólogo. Muy interesante.
2727.Peter Biskind (1940)

Este escritor norteamericano se ha dedicado con demasiada frecuencia a indagar sobre la vida y milagros de determinadas estrellas de Hollywood (ejemplo: Warren Beatty, el hombre en cuyas yemas de los dedos le gustaría reencarnarse a Woody Allen). Supongo que es una actividad que reporta buenos dividendos, y no es cuestión de hacerle ascos a saber quién se ha acostado con quién en la Babilonia hollywoodense, por otra parte ya documentada con pelos y señales por Kenneth Anger.

Pero Biskind no aparece aquí por estos escritos, más o menos de orden crematístico y de interés circunscrito al cotilleo, sino por dos obras, traducidas al español, que tienen un indiscutible empaque y consistencia. El primero, es el popular “Easy Riders, Raging Bulls” (1998), publicado por Editorial Anagrama en 2004, como “Moteros tranquilos, toros salvajes. La generación que cambió Hollywood”, 667 páginas. Y realmente es lo que el título anuncia. Un completo retrato de una generación, escrito con una prosa seca, incisiva y demoledora, tan deudora del nuevo periodismo de Hunter S. Thompson o Tom Wolfe como de la novela negra de James Ellroy, Ross McDonald o Raymond Chandler.

Peter Biskind disecciona, escalpelo en mano, la irrupción como elefante en cacharrería de unos cuantos jovenzuelos (Coppola, Lucas, Spielberg, Scorsese…, repárese en la ascendencia italiana de algunos) en los grandes estudios de Hollywood, tras haber visto relegada a la generación anterior a la televisión, el underground o la nada (Lumet, Pollack, Cassavetes….). Una toma de poder, sin rehenes, que llenó de dólares las carteras y de sustancias los cuerpos de aquel intrépido batallón que jubiló de un plumazo a buena parte de los anquilosados y veteranos directivos de un sistema de producción -el más grande que habían visto los tiempos- que ya no volvería a ser el mismo, a medida que las taquillas de todo el planeta reventaban e inundaban de mujeres, drogas, codicia, ambición, y sobre todo, un absoluto poder, los cuarteles generales de los rebeldes. Una de las grandes batallas de la historia, tan solo aparentemente incruenta.

El libro que se lee de un tirón, resulta apasionante, y aúna el rigor de una tesis doctoral con la diversión proporcionada por una narración hipnótica y reveladora de los entresijos del centro neurálgico de la más poderosa industria del entretenimiento que han visto los siglos. Además, sirve para recolocar las piezas del tablero, en el que algunos reyes parecen destronados tras su cruel y fidedigno retrato (George Lucas, Steven Spielberg), ciertos peones adquieren una relevancia inesperada (Hal Ashby, Robert Benton), y antiguas torres se mantienen erguidas aún con visibles desperfectos (Robert Altman, Arthur Penn, Peter Bogdanovich). Un libro absolutamente recomendable.

El otro libro es “The Godfather Companion” (1990), traducido en 1993 como “La trilogía de "El Padrino”. Todo lo que siempre quiso saber sobre la gran obra de Coppola”, y publicado por la Editorial Manantial, 239 páginas. Un entretenidísimo trivia sobre una de la historia del cine con mayor número de fanáticos admiradores. Y con causa, porque es una obra inagotable e imperecedera, a la que el tiempo ha dotado de ese indefinible aura de todos los clásicos, destinados a perdurar por los siglos de los siglos. Amén.
Este escritor norteamericano se ha dedicado con demasiada frecuencia a indagar sobre la vida y milagros de determinadas estrellas de Hollywood (ejemplo: Warren Beatty, el hombre en cuyas yemas de los dedos le gustaría reencarnarse a Woody Allen). Supongo que es una actividad que reporta buenos dividendos, y no es cuestión de hacerle ascos a saber quién se ha acostado con quién en la Babilonia hollywoodense, por otra parte ya documentada con pelos y señales por Kenneth Anger.

Pero Biskind no aparece aquí por estos escritos, más o menos de orden crematístico y de interés circunscrito al cotilleo, sino por dos obras, traducidas al español, que tienen un indiscutible empaque y consistencia. El primero, es el popular “Easy Riders, Raging Bulls” (1998), publicado por Editorial Anagrama en 2004, como “Moteros tranquilos, toros salvajes. La generación que cambió Hollywood”, 667 páginas. Y realmente es lo que el título anuncia. Un completo retrato de una generación, escrito con una prosa seca, incisiva y demoledora, tan deudora del nuevo periodismo de Hunter S. Thompson o Tom Wolfe como de la novela negra de James Ellroy, Ross McDonald o Raymond Chandler.

Peter Biskind disecciona, escalpelo en mano, la irrupción como elefante en cacharrería de unos cuantos jovenzuelos (Coppola, Lucas, Spielberg, Scorsese…, repárese en la ascendencia italiana de algunos) en los grandes estudios de Hollywood, tras haber visto relegada a la generación anterior a la televisión, el underground o la nada (Lumet, Pollack, Cassavetes….). Una toma de poder, sin rehenes, que llenó de dólares las carteras y de sustancias los cuerpos de aquel intrépido batallón que jubiló de un plumazo a buena parte de los anquilosados y veteranos directivos de un sistema de producción -el más grande que habían visto los tiempos- que ya no volvería a ser el mismo, a medida que las taquillas de todo el planeta reventaban e inundaban de mujeres, drogas, codicia, ambición, y sobre todo, un absoluto poder, los cuarteles generales de los rebeldes. Una de las grandes batallas de la historia, tan solo aparentemente incruenta.

El libro que se lee de un tirón, resulta apasionante, y aúna el rigor de una tesis doctoral con la diversión proporcionada por una narración hipnótica y reveladora de los entresijos del centro neurálgico de la más poderosa industria del entretenimiento que han visto los siglos. Además, sirve para recolocar las piezas del tablero, en el que algunos reyes parecen destronados tras su cruel y fidedigno retrato (George Lucas, Steven Spielberg), ciertos peones adquieren una relevancia inesperada (Hal Ashby, Robert Benton), y antiguas torres se mantienen erguidas aún con visibles desperfectos (Robert Altman, Arthur Penn, Peter Bogdanovich). Un libro absolutamente recomendable.

El otro libro es “The Godfather Companion” (1990), traducido en 1993 como “La trilogía de "El Padrino”. Todo lo que siempre quiso saber sobre la gran obra de Coppola”, y publicado por la Editorial Manantial, 239 páginas. Un entretenidísimo trivia sobre una de la historia del cine con mayor número de fanáticos admiradores. Y con causa, porque es una obra inagotable e imperecedera, a la que el tiempo ha dotado de ese indefinible aura de todos los clásicos, destinados a perdurar por los siglos de los siglos. Amén.
2828.John Kobal (1940-1991)

No fue exactamente un crítico de cine sino un famoso coleccionista de material gráfico sobre el cine; probablemente poseía millones de fotografías de artistas, directores, fotógrafos, escenográfos, músicos, cámaras, etc., etc., siendo una autoridad mundial en estos temas. De todas formas, Kobal aparece aquí porque también recopiló una lista de las mejores películas de la historia, “Top 100 Movies” (1988), traducción como “Las 100 mejores películas” en Alianza Editorial, 1990, 322 páginas. El sistema es que un grupo de expertos (críticos y cineastas) de 22 países eligieron sus diez películas favoritas y del recuento de votos salió la lista. Es interesante porque incluye muchos clásicos pero también películas que el tiempo ha revalorizado. Participan críticos españoles como Ángel Fernández-Santos, José Luis Guarner, Manuel Hidalgo y César Santos Fontenla, a los que se añaden Guillermo Cabrera Infante y Néstor Almendros.

Las cinco primeras clasificadas ¿las adivinan? son: “Ciudadano Kane”, “La regla del juego”, “El Acorazado Potemkin”, “Fellini, ocho y medio” y “Cantando bajo la lluvia”. Las cinco últimas son “Moonfleet”, “La noche de los muertos vivientes”, “Psicosis”, “Rebeca” y “Te querré siempre”. Y como siempre en todas las listas hay mucho que discutir porque no están todas las que son ni son todas las que están. Patinazos monumentales: la no inclusión ¡en 1988! de “El padrino” y la inclusión de la insufrible y justamente olvidada “If”, de Lindsay Anderson ¡incomprensible! Hay miles de listas pero ésta alcanzó cierta repercusión, quizás por su inclusión en la conocida colección de bolsillo de la editorial que la publicó en español.

Además del anterior título de John Kobal también se tradujo un libro “People Will Talk” (1986), publicado como “La gente hablará” en 1987 por Editorial Seix Barral, 286 páginas. El libro recopila una serie de conversaciones mantenidas por Kobal a lo largo de los años con gente del cine. La lista comprende a Gloria Swanson, Colleen Moore, Camilla Horn, Mae West, Arletty, George Hurrell, Bob Coburn, Ingrid Bergman, Howard Hawks, Henry Hathaway, Hermes Pan y Arthur Freed. Variados personajes que permiten hacerse una idea de la edad de oro de Hollywood.
No fue exactamente un crítico de cine sino un famoso coleccionista de material gráfico sobre el cine; probablemente poseía millones de fotografías de artistas, directores, fotógrafos, escenográfos, músicos, cámaras, etc., etc., siendo una autoridad mundial en estos temas. De todas formas, Kobal aparece aquí porque también recopiló una lista de las mejores películas de la historia, “Top 100 Movies” (1988), traducción como “Las 100 mejores películas” en Alianza Editorial, 1990, 322 páginas. El sistema es que un grupo de expertos (críticos y cineastas) de 22 países eligieron sus diez películas favoritas y del recuento de votos salió la lista. Es interesante porque incluye muchos clásicos pero también películas que el tiempo ha revalorizado. Participan críticos españoles como Ángel Fernández-Santos, José Luis Guarner, Manuel Hidalgo y César Santos Fontenla, a los que se añaden Guillermo Cabrera Infante y Néstor Almendros.

Las cinco primeras clasificadas ¿las adivinan? son: “Ciudadano Kane”, “La regla del juego”, “El Acorazado Potemkin”, “Fellini, ocho y medio” y “Cantando bajo la lluvia”. Las cinco últimas son “Moonfleet”, “La noche de los muertos vivientes”, “Psicosis”, “Rebeca” y “Te querré siempre”. Y como siempre en todas las listas hay mucho que discutir porque no están todas las que son ni son todas las que están. Patinazos monumentales: la no inclusión ¡en 1988! de “El padrino” y la inclusión de la insufrible y justamente olvidada “If”, de Lindsay Anderson ¡incomprensible! Hay miles de listas pero ésta alcanzó cierta repercusión, quizás por su inclusión en la conocida colección de bolsillo de la editorial que la publicó en español.

Además del anterior título de John Kobal también se tradujo un libro “People Will Talk” (1986), publicado como “La gente hablará” en 1987 por Editorial Seix Barral, 286 páginas. El libro recopila una serie de conversaciones mantenidas por Kobal a lo largo de los años con gente del cine. La lista comprende a Gloria Swanson, Colleen Moore, Camilla Horn, Mae West, Arletty, George Hurrell, Bob Coburn, Ingrid Bergman, Howard Hawks, Henry Hathaway, Hermes Pan y Arthur Freed. Variados personajes que permiten hacerse una idea de la edad de oro de Hollywood.
2929.François Truffaut (1932-1984)

El célebre y añorado cineasta francés, uno de los más próximos a los que uno se ha podido acercar en una pantalla, fue también un gran crítico, con un sentido especial para captar lo que había delante de nuestros ojos. Dotado de una sensibilidad enfermiza y de una tremenda pasión por el cine, para Truffaut el cine y la vida es lo mismo (“Siempre he preferido el reflejo de la vida a la vida misma. Si he elegido los libros y el cine desde la edad de once o doce años, está claro que es porque prefiero ver la vida a través de los libros y del cine”. 1970), y no duda en reivindicar el concepto de autor para una serie de artesanos, sobre todo norteamericanos, en contra del cine de qualité, entronizado en su país. Para Truffaut un travelling es una cuestión moral, y por eso debe reflejar la vida cotidiana con honestidad y fantasía, para él conceptos en absoluto reñidos entre sí.

Hijo espiritual de André Bazin, impulsor de “Cahiers du cinema” (publicación prestigiosa e influyente, a veces negativamente, donde las haya), convertido por el público en el máximo representante y autor esencial de la “nouvelle vague” (a pesar de la valía de Chabrol, Rohmer, Malle, Rivette, Resnais y otros), defensor a ultranza de Renoir, Rossellini o Ray, el cine de Truffaut no concibe la verborrea insustancial de algunos de sus compañeros de generación, y su camino pronto divergirá del seguido por alguno de ellos. Denostado durante mucho tiempo por la crítica más “comprometida”, más “revolucionaria” como el pequeño burgués por excelencia, tan sólo interesado por el amor (ya se sabe, ese sentimiento de los débiles y pobres de espíritu), minusvalorado como el bien intencionado que rodaba con niños, el tiempo ha sido tan favorable a su cine como inclemente con el de Godard, el gran impostor del movimiento. Sus películas están llenas de vida, no de apariencias; de personas, no de personajes; y es fácil reconocerse en sus miedos, inseguridades, vacilaciones, amores y desamores, mucho más que en los falsos parlanchines acartonados y vacíos de su compañero.

Como crítico, la obra cumbre de Truffaut es “Le cinema selon Hitchcock” (1966), traducida al español por Ramón Gómez Redondo (que llegaría -en la primera legislatura gobernada por el PSOE-, a ser nombrado director de TVE) en Alianza Editorial como “El cine según Hitchcock” (1974), que es, dentro de los libros sobre cine, un clásico absoluto de todos los tiempos. A pesar de las muy numerosas biografías y estudios publicados sobre el genial director británico, desde muy diferentes perspectivas (Donald Spoto, Peter Bogdanovich, Eric Rohmer, Claude Chabrol, Noel Simsolo, Robin Wood, John Rusell Taylor, Guillermo del Toro…… ), éste libro de las conversaciones mantenidas con Truffaut, uno de sus declarados admiradores, sigue siendo el libro por antonomasia sobre Sir Alfred. Tan ameno como profundo, el libro sirvió para desterrar la imagen de Hitchcock como un director solo preocupado por los resultados de la taquilla (qué también), y únicamente un habilidoso mago, especialmente capacitado para manejar las emociones del espectador.

Tras éste libro, quedó meridianamente claro, de una vez por todas, que Alfred Hitchcock poseía un mundo propio, complejo, retorcido e intransferible, y una coherencia y un rigor admirables en el tratamiento de las historias que contaba con un sentido del espectáculo literalmente inigualable. Su férrea mano se extendía a la música, a los actores y actrices, a los guiones (fueran obras famosas o novelas del tres al cuarto), a los decorados y ambientación. Parafraseando a Camus, podríamos decir que nada de una película suya le era ajeno, ni el más nimio detalle. Y su autoría se manifestó más completa que nunca en su gloriosa etapa norteamericana.

Y todo ese mundo se refleja en estas conversaciones, conducidas con mano maestra por un Truffaut, tan incisivo crítico como rendido admirador, capaz de combinar ambas facetas, a menudo incompatibles, de forma que sin pretenderlo -al menos aparentemente- lleva a Hitchcock a revelar pormenores sobre su obra, más allá de lo que quizás hubiera querido el pudoroso director. De alguna manera, adivinamos que Truffaut ha obtenido oro en un filón rocoso e inexpugnable, y ese material precioso se halla destinado en sus manos de orfebre a engarzar las más finas joyas.
El célebre y añorado cineasta francés, uno de los más próximos a los que uno se ha podido acercar en una pantalla, fue también un gran crítico, con un sentido especial para captar lo que había delante de nuestros ojos. Dotado de una sensibilidad enfermiza y de una tremenda pasión por el cine, para Truffaut el cine y la vida es lo mismo (“Siempre he preferido el reflejo de la vida a la vida misma. Si he elegido los libros y el cine desde la edad de once o doce años, está claro que es porque prefiero ver la vida a través de los libros y del cine”. 1970), y no duda en reivindicar el concepto de autor para una serie de artesanos, sobre todo norteamericanos, en contra del cine de qualité, entronizado en su país. Para Truffaut un travelling es una cuestión moral, y por eso debe reflejar la vida cotidiana con honestidad y fantasía, para él conceptos en absoluto reñidos entre sí.

Hijo espiritual de André Bazin, impulsor de “Cahiers du cinema” (publicación prestigiosa e influyente, a veces negativamente, donde las haya), convertido por el público en el máximo representante y autor esencial de la “nouvelle vague” (a pesar de la valía de Chabrol, Rohmer, Malle, Rivette, Resnais y otros), defensor a ultranza de Renoir, Rossellini o Ray, el cine de Truffaut no concibe la verborrea insustancial de algunos de sus compañeros de generación, y su camino pronto divergirá del seguido por alguno de ellos. Denostado durante mucho tiempo por la crítica más “comprometida”, más “revolucionaria” como el pequeño burgués por excelencia, tan sólo interesado por el amor (ya se sabe, ese sentimiento de los débiles y pobres de espíritu), minusvalorado como el bien intencionado que rodaba con niños, el tiempo ha sido tan favorable a su cine como inclemente con el de Godard, el gran impostor del movimiento. Sus películas están llenas de vida, no de apariencias; de personas, no de personajes; y es fácil reconocerse en sus miedos, inseguridades, vacilaciones, amores y desamores, mucho más que en los falsos parlanchines acartonados y vacíos de su compañero.

Como crítico, la obra cumbre de Truffaut es “Le cinema selon Hitchcock” (1966), traducida al español por Ramón Gómez Redondo (que llegaría -en la primera legislatura gobernada por el PSOE-, a ser nombrado director de TVE) en Alianza Editorial como “El cine según Hitchcock” (1974), que es, dentro de los libros sobre cine, un clásico absoluto de todos los tiempos. A pesar de las muy numerosas biografías y estudios publicados sobre el genial director británico, desde muy diferentes perspectivas (Donald Spoto, Peter Bogdanovich, Eric Rohmer, Claude Chabrol, Noel Simsolo, Robin Wood, John Rusell Taylor, Guillermo del Toro…… ), éste libro de las conversaciones mantenidas con Truffaut, uno de sus declarados admiradores, sigue siendo el libro por antonomasia sobre Sir Alfred. Tan ameno como profundo, el libro sirvió para desterrar la imagen de Hitchcock como un director solo preocupado por los resultados de la taquilla (qué también), y únicamente un habilidoso mago, especialmente capacitado para manejar las emociones del espectador.

Tras éste libro, quedó meridianamente claro, de una vez por todas, que Alfred Hitchcock poseía un mundo propio, complejo, retorcido e intransferible, y una coherencia y un rigor admirables en el tratamiento de las historias que contaba con un sentido del espectáculo literalmente inigualable. Su férrea mano se extendía a la música, a los actores y actrices, a los guiones (fueran obras famosas o novelas del tres al cuarto), a los decorados y ambientación. Parafraseando a Camus, podríamos decir que nada de una película suya le era ajeno, ni el más nimio detalle. Y su autoría se manifestó más completa que nunca en su gloriosa etapa norteamericana.

Y todo ese mundo se refleja en estas conversaciones, conducidas con mano maestra por un Truffaut, tan incisivo crítico como rendido admirador, capaz de combinar ambas facetas, a menudo incompatibles, de forma que sin pretenderlo -al menos aparentemente- lleva a Hitchcock a revelar pormenores sobre su obra, más allá de lo que quizás hubiera querido el pudoroso director. De alguna manera, adivinamos que Truffaut ha obtenido oro en un filón rocoso e inexpugnable, y ese material precioso se halla destinado en sus manos de orfebre a engarzar las más finas joyas.
ADVERTISEMENT