Barbarroja, el ungido de Dios: Conflicto con el Vicario de Cristo y mitificación del Staufen

Federico I de Hohenstaufen (1122-1190) fue emperador del Sacro Imperio Romano (que posteriormente recibiría la calificación de Germánico) entre 1152 y 1190. Debido al color rojizo de su barba, era llamado «Barbarroja». Bajo su reinado, el Sacro Imperio Romano afianzó su poder en Alemania y el norte de Italia, llegando a vivir sus momentos de mayor auge y esplendor. Sin embargo, sus intentos por extender y asegurar el poder del imperio en las regiones italianas, lo llevó a entablar conflicto con el papado.

Este conflicto será el punto de partida para el análisis que se presentara a continuación. El trabajo tomará para su análisis un extracto de la obra de Otto de Freising (1114-1158), «Gestas de Barbarroja». Otto de Freising fue obispo de Frisinga (previamente preboste y abad) y cronista. Era tío de Barbarroja, y durante su reinado gozó del favor del emperador, quien le solicitó que escribiera lo que finalmente sería el libro «Gestas de Barbarroja». La obra está compuesta de cuatro libros o partes, de los cuales el obispo escribió las dos primeras y su pupilo las últimas dos. El siguiente artículo analizará en primer lugar el conflicto entre el emperador del Sacro Imperio y la autoridad papal entre 1157 y 1183. Para estudiar los intercambios entre ambas partes, el trabajo se enfocará en algunos episodios de mayor relevancia. Entre estos hechos se resaltan la Dieta de Besanzón de 1157 y la batalla de Legnano en 1176. Asimismo, en una segunda parte, se profundizará sobre la construcción de la figura mítica de Barbarroja y las influencias que ha tenido en Alemania.

Relaciones iniciales con el papado

El Sacro Imperio Romano, poseía una estructura monárquica que implicaba que el sucesor de cada Emperador era electo entre los príncipes alemanes. Tras la muerte de Conrado III, Federico I Barbarroja de la dinastía Hohenstaufen fue electo emperador en 1152. José Luis Romero, lo describe como «la figura de esta dinastía que la historia recogió con caracteres más brillantes”[1].Asimismo, señala que “su reinado fue una lucha constante para afirmar su autoridad dentro y fuera de Alemania”.[2] Aun así, Barbarroja era el nuevo emperador del Sacro Imperio Romano. Empero, “para que su título fuese hecho efectivo necesitaba la coronación por medio del sumo pontífice”.[3] Según José Manuel García-Osuna y Rodríguez, “Federico Barbarroja no ocultaba sus intenciones de dignificar a la Iglesia Católica, pero no tenía claro que iba a restaurar la grandeza del Imperio en su justo y ancestral Poder, y para ello exigía libertad de acción y la integridad del dominio reservado a su soberanía, para ello citaba un texto del papa Gelasio I (496-502), que declaraba que: “la autoridad sagrada de los pontífices y el Poder real gobernaban soberanamente al mundo””.[4] No obstante, conseguir la coronación por parte del Papa no fue tan sencillo. Inicialmente, el carácter de Federico I fue un punto a favor. Su manejo de la política interna germana hizo que se llegara “la convicción, sobre todo por parte del papa, obispos y príncipes laicos, que el joven rey germánico era de fuerte personalidad y sus decisiones serían inapelables”.[5] Esto llevaría a una progresión de las relaciones entre el Emperador y el papado, lo cual se materializaría en ciertas concesiones de parte de la autoridad eclesiástica. Se decidiría entablar negociaciones en la ciudad de Constanza, donde se otorgó a Federico I el permiso para sus futuras campañas militares en Italia y se anuló su matrimonio (esto era una petición que se le había enviado al Papa). Empero, los representantes de ambas partes debían llegar a un acuerdo sobre otras cuestiones. En el pasado, se había pedido al Emperador intervenir en conflicto contra el municipio de Roma, en favor del papado. Asimismo, Sicilia era un reino que no tenía el favor del Papa por lo que se debería discutir que relación debía tener el Sacro Imperio con él. Finalmente se llegó a un acuerdo entre ambas partes. García-Osuna y Rodríguez destaca:

De dicho texto se puede inferir los acuerdos siguientes:

“A) De una parte, una activa cooperación con el fin de defender y acrecentar por una acción común el honor del papado y el honor del Imperio (expresión no usada por no ser todavía Federico más que un rey de romanos); cooperación que reconocía una autoridad y prerrogativas precisas al Imperio y al papado, puesto que éste poseía un honor propio –el cual, en parangón con el del emperador, no podía referirse únicamente al dominio espiritual-, y los regalía (poder público)específicos, lo cual representaba una concesión por parte del Staufen, quien no reivindicaba la soberanía sobre el patrimonio. B) De otra, una alianza contra las empresas bizantinas en Italia, que expresaba que ninguna parte de la península podía tener la pretensión de depender del Imperio bizantino. C) Finalmente, un compromiso unilateral del rey para intervenir contra los romanos y nunca tratar con ellos como tampoco con Sicilia”[6]

Federico Barbarroja con sus hijos Enrique VI (izquierda) y Federico VI (derecha), ilustracion de la Historia Welforum, circa 1170.

Tras la muerte del papa Anastasio IV (sucesor de Eugenio III), el trono de San Pedro sería ocupado por Adriano IV. Ante su asunción, Federico I le envió un mensaje para que el Santo Padre confirmase el acuerdo realizado en Constanza, el cual “debería ser la base de “una amistad indisoluble entre el reino y el pontificado”, pero el papa le exigió el compromiso de respetase la vida y los bienes del nuevo Sumo Pontífice”[7] (esta actitud parecería haberse dado por las presiones y la situación complicada que se vivía en Roma). Finalmente, Federico I Barbarroja se dirigió a Italia para entrevistarse con el Papa y acabar con el asunto. Empero los roces entre el Papa y el Emperador eran cada vez más claros.   Al encontrarse con el Papa en Sutri “el Staufen se negó a sostener el estribo del caballo del Santo Padre, para ayudarle a descender del mismo, ya que si lo hacía era como admitir la supremacía política de Adriano IV”.[8]Asimismo, cuando se intentó convencer al Emperador de que fuese coronado en Roma, pues le traería mayor prestigio y podría “eliminar el Poder temporal de la Santa Sede”, señaló que su intención era actuar en colaboración con la Iglesia, pero también marcaba que no eran sus súbditos quienes le otorgaban su autoridad. Sin embargo, en última instancia aclaró que él no recibía su autoridad y título de Emperador gracias al Papa, sino que ya lo era por la elección de todos los príncipes alemanes. Finalmente, el 18 de junio de 1155 fue coronado por el Papa en San Pedro. Tras ser ungido tanto en su brazo derecho como en su espada, recibió de manos de Adriano IV, una espada, un cetro y en último lugar la corona de oro. Así se concretaba su objetivo y alcanzaba a legitimar ante la Iglesia y la cristiandad su título de Emperador. No obstante, la situación viraría rápidamente su curso cuando el Papa firmó un acuerdo con el rey de Sicilia, Guillermo I de Sicilia, quien había reparado su reputación mediante ayuda militar y financiera al Sumo Pontífice, además de su lealtad asegurada. Al recibir la noticia, el Emperador “reaccionó con odio y cólera profundos”[9] y decidió realizar una campaña militar contra la Lombardía, por lo que reforzó sus relaciones con las naciones vecinas. Al llegar el año 1157, Federico I se encontraba en la ciudad de Besançón. El Papa, que a diferencia de la mayoría del colegio cardenalicio era partidario de romper relaciones con el Emperador, le envió una misiva papal. Este mensaje significó el quiebre irrecuperable entre ambas partes. García-Osuna y Rodríguez transcribe el mensaje:

“Por consiguiente, hijo gloriosísimo –se declaraba en dicha misiva-, debes parar mientes en el gran favor y placer con que tu madre, la sacrosanta Iglesia romana, te acogió el año pasado, con cuánto cordial afecto te trató, qué grande fue la plenitud de la dignidad y del honor que te confirió y al impartirte tan generosamente la distinción de la corona imperial, cómo cuidó en favorecer con su benevolentísima solicitud el encumbramiento de tu majestad, sin hacer nada, por otra parte, que se opusiese en lo más mínimo a tu voluntad. Nos, por lo demás, no nos pesa de haber por todos los medios colmado tus deseos, y si tu majestad Hubiese recibido de nuestra mano mayores beneficios (beneficia) –si ello fuese posible- no nos alegraríamos sin razón, considerando las ventajas y provecho que resultarían por causa tuya para la Iglesia y Nos.”[10]

Así se declaraba que el Emperador había recibido su título gracias al Papa, lo cual era en sí una afirmación polémica. García-Osuna y Rodríguez explica que “el texto estaba escrito en latín, […] al ser traducida al alemán se hizo que la palabra beneficium significase como “feudo por la mano del Santo Padre”, el tumulto político fue inenarrable, entonces uno de los cardenales exclamó: “Pues, ¿de quién tiene el emperador el Imperio sino del papa?”.[11]Estás declaraciones generaron un profundo malestar y rechazo entre quienes escuchaban. Aun así, los emisarios volvieron sanos y salvos a Italia.

El ungido de Dios contra el Vicario de Cristo

Federico I reaccionó ante los acontecimientos enviando un mensaje al papado. Allí expresaba su malestar por las declaraciones de los emisarios y declaraba que era incorrecto pensar que la autoridad imperial era otorgada por el Sumo Pontífice. Otto de Freising expone los dichos del Emperador tras esta disputa:

“Puesto que la divina Providencia, ‘de la que procede todo poder en el cielo y en la tierra’, me ha concebido a mí, que soy su Cristo, el reino y el imperio para que lo gobierne, y me ha ordenado que mantenga con las armas imperiales la paz de las iglesias, no sin dolor de corazón me veo obligado a quejarme ante vuestra Caridad por el hecho de que, de la cabeza de la santa Iglesia, a la que Cristo imprimió la marca de la paz y del amor, parecen manar motivos de disensión, semillas de maldad, veneno de pestífera enfermedad; por ello tememos muy mucho que, si Dios no lo impide, se ensuciará todo el cuerpo de la Iglesia, se romperá la unidad, surgirá el cisma entre el reino y el clero”[12]

Federico I Barbarroja no solo se oponía a que el Papa le hubiese dado su título de Emperador, sino que incluso sostenía que Dios era quien lo había elegido (al decir «su Cristo», quiere decir «su ungido»). Era Emperador no por la gracia del Sumo Pontífice sino por mandato divino. Asimismo, afirma que también es su deber, por orden de Dios, el mantener la paz, por las armas si fuese necesario. No obstante, las acciones del Vicario de Cristo (quien también debía asegurar la paz y el amor) provocaban discordia y disputa, por lo que amenazaba a la Iglesia en su conjunto, pues podía provocar la ruptura entre el Sacro Imperio y la Iglesia. De esta manera, un error que parecería no ser tan relevante fue el factor desencadenante de conflicto explícito entre ambas partes. Los intercambios entre ambas partes comenzaron y el Emperador decidió emprender su invasión del norte italiano. A pesar de que la Iglesia envió una corrección en la que “aclararon que beneficium significaba, simple y llanamente, beneficio, y que el Santo Padre nunca había pretendido entregar el Imperio a otro soberano”,[13] esto no importó y el ejército del Sacro Imperio, bajo las órdenes de Federico I, ya estaba reunido para atacar Milán (que estaba en rebeldía desde 1155). Sin embargo, una vez que Barbarroja llegó a la ciudad, esta capituló ante el Emperador. Poco después, Federico I convocaría a una Dieta en Roncaglia, a la cual asistieron nobles y obispos italianos. Allí se definió cuáles eran los derechos y la autoridad del Emperador, aspectos que constituían las bases para su gobierno. No obstante, entrado 1159, Milán se rebelaría contra el Emperador. La situación empeoraría cunado hubo un nuevo acercamiento entre el papado y el Reino de Sicilia, que fue designado protector de la Santa Sede. Asimismo, el Papa reivindicó territorios que el Emperador había reclamado luego de la Dieta de Roncaglia, por lo que el conflicto entre ambos se hacía evidente. García-Osuna y Rodríguez señala que:

“Los cardenales Guillermo de Pavía y Octaviano de Monticelli fueron los encargados de negociar, en Bolonia, con el emperador, en mayo de 1159, un nuevo tipo de relaciones y le pidieron que en Roma todas las magistraturas y los derechos soberanos le perteneciesen al papa, a la para que reivindicaban diversos territorios y que los obispos italianos solo jurasen fidelidad al Staufen y no pleitesía. Federico I Barbarroja rechazó, con toda vehemencia, las argumentaciones y solo consistió en renunciar a la pleitesía si los obispos abandonaban sus derechos de regalía y analizaban algunas reivindicaciones territoriales, bajo el examen riguroso de una comisión mixta. La ruptura era inevitable, ya que si deseaba llevar a buen termino su programa italiano, no podía sacrificar su soberanía sobre los Estados Pontificios y todo lo que ello comportaba.”[14]

Sin embargo, antes de que esta controversia se resolviera, el Papa Adriano IV fallecería en setiembre de 1159. La elección del siguiente Sumo Pontífice tendría una definición particular. Inicialmente, Víctor IV fue elegido nuevo Papa, pero sus adversarios elegirían a Alejandro III. Federico I Barbarroja, apoyó la autoridad del primero, lo cual le valió la excomunión por parte del segundo. Esto no representó graves consecuencias, debido al poder del Emperador. No obstante, le problema más grande residía en que la causa de Víctor IV no tenía muchos seguidores en comparación con la de Alejandro III. Aún así Barbarroja continuó sus planes e hizo que la campaña militar en Lombardía fuese aprobada en la Dieta de Erfurt, en 1160. Dirigió sus tropas hacia la región italiana y asedio Milán. A pesar de que resistió, la ciudad finalmente cayó y se obligo a las personas a abandonarla para luego destruirla. Mientras seguía moviendo influencias a favor de Víctor IV, Federico I continuó la guerra en Italia tomando la ciudad de Maguncia y rechazando la paz que Alejandro III le proponía. Pero la situación emporaría, pues en 1164, Víctor IV fallece y se designa a Pascual III como su sucesor, recibiendo el apoyo del Emperador. “Federico se va a equivocar de nuevo, ya que esta elección va a reforzar el cisma en la Iglesia Católica de Occidente. Pero a pesar de los pesares y la excomunión de Alejandro III, el prestigio de Federico I Barbarroja era, de momento, enorme e incólume”.[15] A su vez, Barbarroja continuo con diversos ataques en el norte italiano, lo que complicó aún más la situación.

Llegado el año 1168, Federico I parte a Alemania. Las ciudades del norte de Italia, que habían formado la Liga Lombarda en 1167, deciden manifestar “su pretensión a poseer y a ejercer las propias prerrogativas y, además por añadidura, retar al Staufen”.[16] Esto profundizaría el conflicto entre el Emperador y la Liga de ciudades, ante lo cual el Sumo Pontífice decidió “apoyar en la Liga Lombarda, como fundamento esencial de su política, ya que sabía que sus municipios no eran peligrosos para la Iglesia Católica Romana e impedirían la omnipotencia del Staufen, por lo que las libertades italianas iban a conllevar la libertad eclesiástica”.[17]Ante esta situación, Federico I decide parlamentar con el Papa a través de un enviado que propone que “1°) El emperador se debe comprometer a no atacar al Santo Padre y no atentará contra su autoridad, aceptando las ordenaciones eclesiásticas alejandrinas, y 2°) El Sumo Pontífice debe cesar en su lucha contra el Staufen y, por lo tanto abandonar a los lombardos”.[18] Sin embargo, el Papa decide rechazar la propuesta, lo cual provocó la consolidación de la Liga Lombarda y su acercamiento con el Sumo Pontífice. Esto produjo un debilitamiento de la posición de Federico I Barbarroja, quien había visto a su ejército muy diezmado luego de una enfermedad contraída en Italia.

Según García-Osuna y Rodríguez mientras Barbarroja se encontraba con su ejército en Roma, “estalló una violenta tormenta sobre la urbe capitolina, cayó agua en tromba, las pútridas alcantarillas se desbordaron y una marea nauseabunda recorrió Roma, el calor se hizo tan agobiante que trajo la peste a la milicia germánica, y el desastre y el caos se abatieron sobre los soldados imperiales alemanes, las muertes fueron innumerables”.[19] Beneficiado por esta situación, “la Liga Lombarda se va a aprestar, a pesar de los pesares, para el combate sin tregua ni cuartel”.[20]El Emperador intentó acordar la paz con la Liga, pero está pidió condiciones que Federico I Barbarroja no aceptaba, concernientes a sus relaciones con Alejandro III. Las negociaciones continuaron entre ambas partes, llegando a involucrar a enviados del Papa, pero no se llegó a un acuerdo, por lo que la única solución era la guerra.

La última marcha hacia Italia

El Emperador prepararía su ejercito para invadir nuevamente Lombardía, por lo que llamó a sus vasallos feudales para que se le unieran. No obstante, Enrique el León (primo y uno de los vasallos más cercanos al Emperador) negó el apoyo a Federico I e incluso le aconsejó “que reconociese al papa Alejandro III como único Vicario de Cristo en La Tierra. El Staufen se quedó perplejo e irresoluto, pero algunas ciudades que le eran adictas, le van a ayudar, aunque desde Alemania solo van a llegarle unos mil soldados de refuerzo”.[21] Aun así, el Emperador se dirigió hacia el sur para invadir Italia. El 29 de mayo de 1176, Federico I Barbarroja se enfrentó a la Liga Lombarda en Legnano. A pesar de que el Emperador poseía un ejercito superior en caballería, la infantería enemiga era superior y terminó decidiendo la batalla.

La derrota en la batalla de Legnano significó, no solo un duro fracaso para el Emperador, sino también el fin de la campaña en Italia. Tras estos acontecimientos, Barbarroja comenzó las negociaciones para llegar a la paz, incluyendo en ellas al Papa Alejandro III. Federico I llegó a un acuerdo con el Sumo Pontífice, que señalaba que:

Federico I Barbarroja claudicaba sobremanera, pero mantenía la validez de los nombramientos de los obispos adictos a Víctor IV, a Pascual III y a Calixto III, los tres anti-papas apoyados por el emperador y, además, las ordenaciones efectuadas por ellos. El papa deseaba la paz y, por lo tanto, aceptó y el emperador Federico I Barbarroja Hohenstaufen firmó que: 1º) Alejandro III era el papa legítimo; 2º) restituía los regalía poseídos desde la época de Inocencio III; 3º) Alejandro III devolvía la prefectura de Roma; 4º) Alejandro III le acogía como emperador e hijo queridísimo de la Iglesia Católica y le levantaba la pena de excomunión; 5º) los obispos alemanes eran analizados caso por caso; 6º) el anti-papa Calixto III obtenía una abadía; 7º) el emperador negociaría la paz con la Liga y con el reino de Sicilia.[22]

Tras la noticia de que Federico I iba a reconocer al Papa “como el único Vicario de Jesucristo en La Tierra [el Papa] abandonó la defensa de la Liga Lombarda, siempre que el Staufen concertase una tregua de quince años con el rey Guillermo II de Sicilia y de diez años con los municipios lombardos”.[23]Sin embargo, la paz aún no estaba asegurada. El Staufen aún debía apoyar a Alejandro III hasta que se resolvieran los derechos sobre el Trono de San Pedro (hasta ese momento aún lo reclamaba Calixto III). Federico I no tenía la fuerza militar y el poderío económico para otra campaña, por lo que se le aconsejaba no romper este frágil equilibrio con el papado. Posteriormente, Barbarroja devolvió al papado todas las posesiones arrebatadas y por su parte, el Sumo Pontífice levantó la excomunión declarada en 1160. Por otro lado, amabas partes decidieron reunirse en Venecia. García-Osuna y Rodríguez relata los eventos entre el Emperador y el Papa en la ciudad italiana:

“[Federico I se dirigió] hasta San Marcos, donde le esperaba el papa Alejandro III desde un enorme estrado. El Staufen se arrodilló y el Santo Padre, llorando por la emoción, le levantó de inmediato y le dio el beso de la reconciliación. “A la mañana siguiente se le recibió en la basílica, done el pontífice ofició y predicó, insistiendo en la paz y en las ventajas de la cooperación entre ambos poderes”. Federico I Barbarroja Hohenstaufen recibió la traducción del sermón y sostuvo el estribo del caballo papal sin rechistar. Pero el orgulloso Staufen se negó a aparecer vestido de penitente, y Alejandro III comprendió que el emperador debería salvaguardar el honor del Imperio.”[24]

Se debe destacar como el cambio de postura de parte del Emperador, se materializó en algo tan instantáneo como sostener el estribo del Sumo Pontífice. De esta manera, los acuerdos fueron concluyendo sin desventajas para Barbarroja. A pesar de que no consiguió gobernar sobre el norte italiano, logró mantener su poder en tierras alemanas y el papado ya no atentaría contra su autoridad y gobierno. Al volver a sus tierras, lo primero que hizo fue encargarse de su primo Enrique el León, por no haberlo ayudado en un momento de necesidad. Enrique gobernaba sus feudos al margen del resto del Imperio y actuando como un autentico monarca. Así, en 1180, durante la Dieta de Gelnhausen, se le retiraron sus tierras, las cuales fueron divididas en tres partes, “el ducado de Sajonia pasaría a poder del conde Bernardo de Anhalt […]; Baviera iba a ser para el fidelísimo Otón de Wittelsbach y, por fin, el de Westfalia para el arzobispo de Colonia”.[25] Finalmente, por disposición del Emperador, el duque tendría que vivir tres años fuera de tierras alemanas (volvería en 1185).

Federico Barbarroja. Miniatura manuscrita del año 1188. Réplica de la original en la Biblioteca vaticana.

Tras la muerte de Alejandro III, Lucio III se convertiría en el nuevo Vicario de Cristo en la Tierra. Los contactos comenzarían pues los tratados de paz con la Liga Lombarda estaban llegando a su fin y el nuevo pontífice tenía la intención de renovarlos rápidamente. Ante esta situación, se convoca a una Dieta en la ciudad de Constanza, el 30 de abril de 1183, donde se alcanzó un nuevo acuerdo, el cual fue ratificado el 25 de junio. Allí se aseguraba la soberanía del Sacro Imperio Romano sobre las ciudades, al mismo tiempo que se le reconocían a Federico I Barbarroja los derechos de regalía. Empero, también se le reconocían privilegios a la Liga. Las ciudades tendrían la capacidad de auto gobernarse (también podrían gobernar sus territorios adyacentes) y podrían elegir a sus magistrados. A su vez, las ciudades tendrán la capacidad de erigir murallas y conservar sus antiguas costumbres. De esta manera, no solo ambas partes consiguieron privilegios y quedaron favorecidas, sino que también se había asegurado la paz en el norte de Italia, lo cual era un objetivo primario para el Staufen, pero también para el Papa. Finalmente, en sus últimos días Barbarroja se uniría, en 1188, a la Tercera Cruzada convocada para recuperar Tierra Santa. Partió en 1189 junto con Felipe II de Francia y Ricardo I de Inglaterra. No obstante, el emperador no lograría completar la cruzada, pues el 10 de junio de 1190, en su camino a Tierra Santa, caería de su caballo y moriría ahogado en el Río Saleph.

El mito de Barbarroja

Se podría decir que el primer precursor del mito de Barbarroja fue su tío Otto de Freising, gracias a sus obras, que cumplieron una función propagandística presentando al Staufen «como la figura providencial llamada a frenar el proceso de decadencia del Imperio»[26]. Incluso se concebía a Barbarroja como el salvador del mundo. En efecto, Máximo Diago Hernando señala que:

“….de acuerdo con el planteamiento expuesto por este autor en su «Crónica universal», tras el fin del imperio romano-cristiano, que era el cuarto en la serie de imperiosos habidos a lo largo de la historia, ya no podía haber ningún otro, y su desaparición por necesidad debía desencadenar el fin del mundo. Y por ellos sólo una regeneración de dicho imperio romano-cristiano podía demorar este fatídico desenlace, y, en su opinión, era su sobrino Federico el que estaba predestinado para poder llevarla a efecto”[27]

Asimismo, el poema Ludus de Antichristo planteaba que en el final de los tiempos sería un Emperador alemán (otro Federico) quién dirigiría la lucha contra el anticristo.[28] Por otra parte, su muerte durante una cruzada, a pesar de las condiciones (parecería que se ahogó accidentalmente en un río de camino a Tierra Santa), y la no repatriación de su cuerpo (lo cual contribuyó a la duda sobre donde podrían estar sus restos) contribuyeron a esta construcción de un relato mítico. A su vez, contribuyó, aunque no tan significativamente, la exaltación de Barbarroja por su hijo Enrique VI y de su nieto Federico II. Su aporte no resultó tan transcendente ya que no se presentaron únicamente como los sucesores o continuadores de su ancestro, sino que también buscaron diferenciarse y enaltecer su propia figura. Sin embargo, la figura de Barbarroja pronto pasó a ser comparable a la de Carlomagno. Incluso tras la extinción biológica del linaje Staufer, Barbarroja continuó en su categoría mítica, aunque en competencia con la de su nieto Federico II. A su vez, varias leyendas comenzaron a surgir involucrando a esta dinastía alemana. Una de ellas sería la del «emperador durmiente» que volvería a la Tierra culminar su misión. Según Diago Hernando, en versiones gibelinas de la leyenda, la misión consistía en “regenerar a la Iglesia y obligar al papado a la vuelta a la vida de pobreza evangélica”.[29] Aquí tanto la figura de Federico I como la de Federico II eran reivindicadas, pero en última instancia, Barbarroja desplazaría a su nieto. Diago Hernando destaca:

 “En efecto, en el transcurso de los últimos siglos medievales fue tomando cuerpo en territorio alemán la leyenda del emperador que nunca había muerto y se encontraba oculto en una montaña, sentado entre sus caballeros en una mesa de piedra, en espera de un día en que saldría para liberar a Alemania de la esclavitud y auparla al primer puesto que el estaba reservado en el mundo. Y, dado que Federico II fue un monarca mucho más italiano que germánico, poco a poco se fue consolidando como protagonista de esta leyenda su abuela Federico Barbarroja, soberano que tenía en su haber el restablecimiento del orden y la autoridad en Alemania y la imposición del dominio alemán en Italia, y que además había encontrado la muerte camino a Jerusalén al frente de una cruzada alemana”.[30]

Ahora bien, la exaltación de Barbarroja y el final desplazamiento de su nieto, sucedió durante el siglo XIX. Cuando el nacionalismo alemán, impulsado por su inspiración romántica, surgió en oposición a la ocupación napoleónica se revisitó la historia alemana buscando héroes y figuras de gran importancia. Figuras como Tácito, y su obra De origine et situ Germanorum (98 d.C.) conocida como Germania, o Arminio, el vencedor de la batalla del bosque de Teutoburgo (9 d.C.) contra el Imperio Romano, pasaron a ser de gran relevancia. Fue entonces que la figura de Barbarroja fue retomada para los fines políticos de aquel contexto. Johannes Sträter, destaca que “después del final oficial del «Sacro Imperio Romano Germánico” (1806) a raíz de las guerras napoleónicas, esta “leyenda de Barbarroja” fue extensamente difundida en el marco del creciente movimiento nacional alemán, y el antiguo emperador fue elevado a la categoría de símbolo nacional de la aspiración a la unidad por parte de los románticos entusiastas de la Edad Media”.[31] Asimismo, se alcanzó cierto consenso acerca de la leyenda en sí:

“En concreto la versión mitificada de la figura histórica de este emperador del linaje de los Staufer que mayor difusión alcanzó en la Alemania decimonónica fue la asociada a la leyenda del emperador durmiente, que nunca había llegado a morir, y permanecía expectante en una gran sala subterránea, localizada según el punto de vista dominante en el macizo de Kyffhäuser, en Turingia. Esta leyenda alcanzó extraordinaria difusión en la segunda mitad del siglo XIX a través de la obra poética de Friedrich-Johann Rückert, muerto en 1866, y autor de una célebre y popular balada, que elevó a Barbarroja, identificado como el emperador durmiente, a un lugar de excepción entre las glorias germánicas y los héroes de la patria alemana.”[32]

Sumisión de Barbarroja. Spinello Aretino (1332 ca.-1410). Fresco en Siena Palazzo Pubblico.

A su vez, la imagen de Barbarroja fue retomada, luego de la victoria en la guerra franco-prusiana (1870-1871) y la culminación de la unificación alemana, para ciertas ceremonias oficiales que buscaban exaltar los ideales nacionalistas. Incluso Guillermo I, emperador alemán y miembro de la dinastía Hohenzollern, era representado como el sucesor de Federico I Barbarroja quien “encarnaba todas las virtudes del pueblo alemán”[33].  Incluso se intentó mostrar estos vínculos a través de monumentos, por ejemplo, en el palacio imperial de Goslar se pusieron dos estatuas ecuestres, una de Guillermo I y otro de Federico I, al mismo tiempo que en la sala honor se instalaron pinturas que relataban las gestas del antiguo emperador medieval, quien era “el más alemán de los emperadores de todos los tiempos”.[34] También se puso una estatua del emperador Guillermo I en la cima del macizo de Kyffhäuser, como forma de afirmar que el Emperador era la reencarnación de Barbarroja. A su vez, ese mismo paraje fue utilizado para realizar varias ceremonias de carácter nacionalista. Johannes Sträter profundiza acerca del mito entre ambos en relación con el monumento en Kyffhäuser:

“El monumento de Kyffháuser extrae su fuerza simbólica de la conexión de la «leyenda medieval de Barbarroja», que promete el restablecimiento de la unidad perdida del Imperio, con la fundación del Imperio Alemán en 1871. Tras la creación del Imperio guiller-mino, esta leyenda sirvió de mito propagandístico fundacional, por el cual Guillermo I se transfiguraba en «Barbablanca», cumplidor de la legendaria promesa de salvación. Cuando éste murió en 1888, el monumento fue erigido allí como lugar del recuerdo de la esperanza de un Imperio alemán eterno vinculada a este monarca”[35]

Incluso el propio Richard Wagner adhirió a la exaltación del emperador medieval, asociándolo con la figura de Sigfrido, héroe de El Cantar de los Nibelungos (obra del siglo XIII que narra leyendas míticas germánicas), en una obra no finalizada. Empero, surge la interrogante acerca de si realmente la población alemana creía esta leyenda y los vínculos que se planteaban. Diago Hernando sostiene que:

“…ante la fuerza arrebatadora de los principios irracionales del nacionalismo de ráiz romántica que se desarrolló en Alemania en ese siglo, y la sofisticación del aparato propagandístico puesto en funcionamiento por la dinastía Hohenzollern para consolidar su posición política en el Imperio recién construido sobre el mosaico de estados que lo conformaban, estos adalides del racionalismo no consiguieron imponer sus puntos de vista”[36]

Sin embargo, la imagen de Barbarroja también tendría sus detractores, quienes tomarían al emperador medieval para otros fines:

“En cualquier caso la imagen idealizada y mítica de Barbarroja que quedó impresa en la mentalidad colectiva de los alemanes del siglo XIX no fue la única que circuló en el continente europeo en dicho siglo, sino que también se forjaron entonces algunas otras con rasgos muy diferentes. Y, entre ellas, habría que destacar también por sus evidentes implicaciones políticas la que se difundió en los medios nacionalistas italianos, que presentaron a este emperador como el tirano opresor de Italia, contra el que se levantaron las ciudades de la Liga lombarda en un acto que fue considerado como un precedente de la guerra de independencia italiana contra el Imperio Austro-Húngaro, y el primer capítulo, por tanto, de la lucha de liberación nacional contra el dominio extranjero”[37]

De esta manera, se evidencia que la imagen mítica de Barbarroja no solo fue utilizada por el nacionalismo alemán sino también por sus detractores italianos. Empero, centrando la visión sobre Alemania, Sträter entiende que la figura y la leyenda de Federico I Barbarroja «servía a cada grupo, bajo formas distintas de instrumentalización, para confirmar sus tradiciones positivas y su orientación presente»[38], lo cual habla de la adaptabilidad que obtuvo el mito.

Reflexiones finales

Federico I Barbarroja, fue para la historiografía uno de los emperadores alemanes más importantes de la era medieval. Su conflicto con la Iglesia representó un conflicto de magnitudes europeas que llevó a la total fragmentación de las relaciones entre la Iglesia y el Sacro Imperio Romano. Sin embargo, lo relevante del conflicto, no es el conflicto en sí o los hechos que lo protagonizaron, sino su trasfondo religioso. Se debe recordar que, si bien el conflicto pasó a incrementar su magnitud bajo el papado de Alejandro III, fue un enfrentamiento que trascendió de un solo Sumo Pontífice, llegando incluso a dividir a la Iglesia entre partidarios de diferentes Papas. Este enfrentamiento alcanzó incluso el plano religioso, pues el propio Barbarroja, lejos de querer someterse ante el Papa, buscó igualarlo en jerarquía llegando a declarar que era el ungido de Dios. De esta manera, la imagen de Barbarroja fue retomada por los posteriores movimientos nacionalistas llegando a ser un héroe para Alemania, sobre todo durante el siglo XIX. Así pasó a ser una figura que trascendió sus años de vida y los hechos que protagonizó. Pasó a ser prueba de la fortaleza alemana por sus enfrentamientos con el papado y las ciudades italianas, al mismo tiempo que se mostró como un antecedente de la unificación alemana y un líder con una fuerte veta religiosa (por su propia denominación de elegido de Dios). Federico I Barbarroja parecería haberse constituido como una muestra y fiel representación de la “germanidad” o el “ser alemán”.

Guzmán Marisquirena Gauthier
Universidad de Montevideo
gmarisquirena@correo.um.edu.uy


[1] J. L. Romero, La Edad Media, México, Fondo de Cultura Económica, 1951, p.60.
[2] Ibidem, p. 60.
[3] J. M. García-Osuna y Rodríguez, “El emperador Federico I ‘‘Barbarroja’’ Hohenstaufen y el papado, en el alto Medioevo”, Arte, arqueología e historia, nº. 20,2013, p.257.
[4] Ibidem, García-Osuna y Rodríguez, “El emperador Federico I ‘‘Barbarroja’’ Hohenstaufen y el papado, en el alto Medioevo” p.267.
[5] Ibidem, pp.267-268.
[6] Ibidem, p. 268.
[7] Ibidem, 269.
[8] Ibidem, 269.
[9] Ibidem, p.270.
[10] Ibidem, p.271.
[11] Ibidem, 271.
[12] Otto de Freising, Gestas de Barbarroja, Extremadura, Servicio de publicaciones, 2016.
[13] J.García-Osuna y Rodríguez, ob.cit., p. 272.
[14] Ibidem, p. 273.
[15] Ibidem, p.276.
[16] Ibidem, p.280.
[17] Ibidem, pp.280-281.
[18] Ibidem, p.281.
[19] Ibidem, p.278.
[20] Ibidem, p.282.
[21] Ibidem, p.283.
[22] Ibidem, p.283.
[23] Ibidem, 284.
[24] Ibidem, p.284.
[25] Ibidem, p. 285.
[26] M Diago Hernando, «La pervivencia y utilización histórica del mito: los casos de Carlomagno y Federico Barbarroja», XIII Semana de Estudios Medievales, 2003, p 252.
[27] Ibidem, p.253.
[28] Ibidem, p. 253.
[29] Ibidem, p.255.
[30] Ibidem, p. 255.
[31] J. Sträter, «El recuerdo histórico y la construcción de significados políticos. El monumento al emperador Guillermo en la montaña de Kyffhäuser», Historia y Política, n°1, 1999), p. 92.
[32] Diago Hernando, ob.cit. pp. 256-257.
[33] Ibidem, p.257.
[34] Ibidem, p.257.
[35] J. Sträter, ob.cit., p.84.
[36] Diago Hernando, ob.cit., p.258.
[37] Ibidem, p. 259.
[38] J. Sträter, ob.cit., p.101.

BIbliografía

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