�Mejor la destrucci�n, el fuego...�

Luis Cernuda

Luis Cernuda (Sevilla, 1902-Ciudad de M�xico, 1963) fue, en vida, uno de los autores menos conocidos del 27, fuera de un c�rculo muy �ntimo o devoto. La vida fue �spera con �l y casi todos dicen que �l era un hombre elegante, algo fr�o y de trato dif�cil por susceptible o perfeccionista, menos en los momentos de alegr�a �ntima que Vicente Aleixandre -a la postre alejado de �l- no dudaba en reconocer en el lejano amigo... Hubo, es cierto, un momento en que Cernuda pudo estar a la par de sus compa�eros m�s notables, donde naturalmente hoy ya est� y en primer�sima fila, ello fue cuando en 1936 -abril- se public� La Realidad y el Deseo, t�tulo que en adelante recoger�a siempre su poes�a completa. Ah� sal�a un libro rompedor, que no vio la luz en su momento, Los placeres prohibidos (1931) a�n de vago aura surrealista, y el �ltimo in�dito, Invocaciones a las gracias del mundo (1935), en adelante s�lo Invocaciones. Dos libros distintos y magistrales. El libro lo present� Lorca con palabras m�s que elogiosas en una cena/homenaje a fines de ese mismo mes: Asist�an Aleixandre, Alberti, Bergam�n, Mar�a Zambrano... Y el libro fue un gran �xito de muy pocos meses, pues la horrenda Guerra Civil estall� en julio. De abril a julio, tres meses, muy corto lapso.

S�lo en sus a�os finales (y muy t�midamente) le fue dado atisbar la gloria p�stuma que le aguardaba: una tesis doctoral en Alemania, el homenaje de la revista cordobesa C�ntico -1957- y el homenaje de la valenciana La ca�a gris (que le gust� m�s, 1962) y detr�s del cual estaba la naciente generaci�n del 50 que -en su mayor�a, no todos- lo aup�. Cernuda, que vivi� el exilio desde 1938, casi como una condici�n natural de su existir, muri� de un infart� en la casa de Concha M�ndez en Coyoac�n, en 1963, con 61 a�os. Est� enterrado en el D.F. mexicano y as� debe ser, para no traicionarlo ni a �l mismo ni a la Historia. Su �ltimo libro, Desolaci�n de la Quimera (1962) es una espl�ndida despedida, con alguna conciencia de serlo. Luis Cernuda era homosexual y no lo escondi� y dignific� al extremo tal condici�n, lejos de la banalidad, las prohibiciones y chuflas que eso -tan injusta y cruelmente- ha conllevado. Pero por eso mismo no transig�a con la homofobia: detest� a D�maso Alonso, que era un declarado hom�fobo, y se alej� de su antiguo maestro Pedro Salinas (que en lo profesional siempre le favoreci�) al enterarse que hac�a bromas en privado con Jorge Guill�n sobre los gustos �ntimos de Luis. Tuvo que saber que el genial barbarote Bu�uel, hablaba -a prop�sito de Lorca y ya en 1928- de esos �poetas cernudos�.

Cernuda busc� amigos y los rehuy� porque se sinti� a menudo incomprendido, hostigado, si bien no por todos. Desde su etapa surrealista (Un r�o, un amor y, sobre todo, Los placeres prohibidos) deja claro su gusto: iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo, que dora desnudos cuerpos juveniles, y se hab�a manifestado contra una creaci�n injusta, para la que ped�a, si triunfara, mejor la destrucci�n, el fuego... Evolucionando desde la poes�a pura y el surrealismo hasta un lenguaje coloquial elaborado, cultista y en ocasiones culturalista, Luis Cernuda traza su biograf�a �ntima en sus poemas, siempre pr�ximos a su vivir. Despu�s de las pretericiones e incluso los denuestos (Torrente Ballester lo ningune� en una historia de la literatura espa�ola contempor�nea) hoy es uno de los grandes, de los m�s grandes, y sin duda el poeta m�s moderno de una generaci�n de probados modernos. Nada menos.