Ida | Crítica | Película | Cine Divergente

Ida

Ida o el trauma de la fe Por María Caballero

A los catorce años yo era alumna de un internado de Appenzell. El lugar por el que Robert Walser había dado muchos paseos cuando estaba en el manicomio, en Herisau, no lejos de nuestro instituto. Murió en la nieve. Hay fotografías que muestran sus huellas y la posición del cuerpo en la nieve. Nosotras no conocíamos al escritor. Ni siquiera nuestra profesora de literatura lo conocía. A veces pienso que es hermoso morir así, después de un paseo, dejarse caer en un sepulcro natural, en la nieve de Appenzell, al cabo de casi treinta años de manicomio en HerisauFleur Jaeggy. Los hermosos años del castigo

Hay algo en el comienzo de Ida que rememora al comienzo de la novela Los hermosos años del castigo de la escritora suiza Fleur Jaeggy. El relato introspectivo, la crudeza de la atmósfera, la soledad gélida de los personajes, y una belleza encubierta entre muros de hormigón vociferando que está a punto de pulverizarnos.

Ida

Antes de realizar sus votos, Ana, una joven novicia, debe conocer a su único familiar vivo, su tía, Wanda Gruz (Agata Kulesza), una antigua jueza del partido comunista, conocida como Wanda la Roja, que debido a su impetuosa actitud acaba como magistrada local. Wanda la Roja no se preocupará en camuflar fervor por las debilidades carnales, entrega y dedicación a las bebidas espirituosas acompañadas de una misantropía inmutable, entre otras pasiones demoníacas.

A través de su tía, Ana accede a una única y elemental verdad: su verdadero nombre es Ida Lebenstein, y es judía. Ana es una monja judía. Tal descubrimiento embarca a los dos personajes en una especie de road movie minimalista y austera que se tambalea entre el dogma y la evidencia.

Ida comienza con un blanco y negro solemne, sobriedad adecuada para mostrarnos el convento, entramos en un estado onírico muy alejado del cine, es el estadio lírico pictórico, la cámara moldea las imágenes y nos vienen a la cabeza sin quererlo, bueno, un poco sí que se quiere, flashes de Pickpocket (Robert Bresson, 1959), Ordet (Carl Theodor Dreyer, 1955), Andrei Rublev (Andrei Tarkovsky, 1966) o Los comulgantes (Nattvardsgästerna, Ingmar Bergman, 1963), sí, no hay vuelta atrás, la comparación con el adorado Bergman ya está hecha. Un blanco y negro que siempre tiene las de encandilar al cinéfilo nostálgico y un formato no apto para bucólicos, el 4:3 fundido con un ritmo pausado y lánguido y una protagonista, Agata Trzebuchowska, que como si de una Mouchette novicia se tratase, ha sabido proyectar el espíritu cándido del este, perdido y romántico, como un Robert Walser sepultado en la nieve.

Ida es una película comedida, refinada que nos augura que estamos ante una devastadora historia que en ningún momento saldrá a gritos, ni siquiera se nos llega a susurrar con palabras, esa aridez nos abraza en silencio, la queramos o no.Ida podría haber sido el resultado de un jansenista preocupado por el ascetismo espiritual, como era Bresson, o también podría haber sido el producto de un autor traumatizado por la fe, o la ausencia de la misma, como era el gran danés Carl Theodor Dreyer. Pero dejemos la quimera para otros, Ida nace de Pawel Pawlikowski.

La significación del estatismo del espacio y de los personajes será uno de los núcleos duros de la base armoniosa del metraje y de la fotografía de Ryszard Lenczewski, colaborador de Pawlikowski en anteriores películas. El retrato fotográfico en el caso de Ida posee una fuerte representación estética y ética, imágenes absoluta y sobre todo poderosamente necesarias, como lo eran para el ya evocado Robert Bresson cuando sentenciaba: «La pintura me enseñó a hacer, no imágenes hermosas, sino necesarias». Esto es, más allá del ascetismo, se encuentra lo imperiosamente primordial,y lo ineludible para Lenczewski es el ambiente devastado y una Polonia sin identidad con una fe falseada por la desolación histórica.

Ida explora con mirada sombría y expectante cada rincón una vez que sale del convento, porque una cosa es ver el mundo recluida entre esas paredes grises y duras, y otra muy distinta es ver el mundo en todo su esplendor, en toda su galantería y mundanidad. Volvemos a Andrei Rublev, porque Ida sufre un proceso semejante al del pintor renacentista que, al salir de su aislamiento vislumbra el mundo al fin, percibiendo la imperfección humana con la consecuente crisis de fe.

Ida Pawel Pawlikowski

Esta es la quinta película de Pawlikowski, que se consagró casualmente con filmes que tienen reminiscencias del cine británico, alejado de la herencia del Este cinematográfico que atrapa a Ida. Last Resort (2000) está más cerca de Sweet Sixteen (aunque en este caso, sería Loach quien recuerda a Pawlikowski, pues la película del inglés es posterior), Women in the fifth (2011) en ocasiones se asemeja al rigor disciplinado de Haneke en Caché y My summer of love (2004) podría ser una película de Ken Loach por las formas, Criaturas Celestiales (Heavenly creatures, Peter Jackson, 1994) por el fondo. Reminiscencias, principalmente en el aspecto formal, de Haneke, Loach en sus anteriores filmes y de Dreyer, Béla Tarr o Sokurov en Ida.

Así es cómo Pawlikowski nos evoca todo lo cinematográficamente cruento y lo bello. Pawlikowski nos ama a su manera, pausada y estoica, de ahí que su cine sea un cine de reflexión y choques, como lo es Ida, grisácea, extraña y etérea, Ida es la Polonia de los álbumes de fotos, y de otra parte Wanda, con quien todos nos sentimos identificados porque resulta ser la más humana, porque es brutalmente honesta y va voceando por las esquinas las certezas existenciales. Wanda la Roja gusta a todos, incluido Jesús. C’est la vie, dirá. Wanda conlleva la dualidad que supone formar parte de las reliquias del pasado y desear a pleno pulmón lo que nacía en un contexto histórico amalgamado como fue la Polonia de los 60. Wanda lo es todo, el beatnick, la música de Coltrane y también Mouchette. “¿Y si vas y descubres que Dios no existe?”, preguntará Wanda la Roja.

Ida es una oda a lo de siempre, a lo que siempre nos cuentan y nunca nos cansaremos de oír, a las raíces, a la historia del mítico eterno retorno pero sobre todo es una apología de la verdad. Un cine maduro cargado de comunicación, pese a las pocas palabras utilizadas, que son las justas, están cargadas de significación, no se quiebran y un final ornamentado por un blanco invernal inmerso en un camino en búsqueda de la libertad, como en las road movies, deambulador y clamoroso por la vida, como Walser.

Ida 3

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Comentarios sobre este artículo

  1. Anónimo dice:

    HENRY no sabes nada de cine.

  2. graciela lopez cazenave dice:

    Una delicia ver esta pelicula, con toda su austeridad absolutamente expresiva. Del estilo del director va surgiendo la historia de Ida, joven judia criada en un convento, que decide conocer a su tia antes de tomar los votos. Esta, de fuertes convicciones, lleva su padecimiento personal que la indujo al alcohol, se mostrara como un ejemplo de vida no valioso para Ida en algunos aspectos,, si bien llegan a quererse.
    La pelicula revela una mirada visual extraordinaria sumamente sugestiva. Incluso es visible una sensualidad como elemento constante en crisis.
    La filmacion en blanco y negro es una opcion magnifica. Insuperable en su vision y resultado.

  3. JOSEFA DELMOROCHO dice:

    La pelicula fue extremadamente mala, aburrida, interminable, cansadora, hasta me dio sueño, siento que he desperdiciado una hora de mi vida mirando esta pelicula y no tiene ni comparacion con Relatos Salvajes que se merecia haber ganado ese Oscar.

  4. Diego García dice:

    Maravillosa crítica de una película, que, en mi opinión, le gustaría serlo todo. Reflexiva y preciosista -algo que no tiene porqué resultar negativo-, que grita a los cuatro vientos que es europea mientras agita una bandera llena de estrellas… Se le agradece a Pawlikowski que su comedido ímpetu pretencioso no se pasara de intensidad y que su duración casi no pase de la hora.

    Enhorabuena a Maria Cabalerro.

  5. Henry James dice:

    En este película, digo: todo sobra, todo falta. Ni emocional, ni reflexiva. Soporífera, intrascendente, superficial, casi inverosímil. Totalmente pretenciosa. Un bodrio cuyo metraje de apenas unos 76 minutos se asemejan a un siglo sin fin. Una malísima cinta cinematográfica entre malas: 1 punto.

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