El exitoso reinado de Cleopatra Selene, la hija de Cleopatra y Marco Antonio

El exitoso reinado de Cleopatra Selene, la hija de Cleopatra y Marco Antonio

Al olvido por el éxito

La gloriosa heredera de la reina egipcia se convirtió en reina también, no sin antes atravesar el duro trance de criarse en una Roma enemiga. ¿Cómo se ganó la confianza de Augusto y por qué pasó desapercibida en la historia?

Busto de la reina Cleopatra Selene II, hija de Cleopatra y Marco Antonio, en el Museo Arqueológico de Cherchell, Argelia.

Busto de la reina Cleopatra Selene II, hija de Cleopatra y Marco Antonio, en el Museo Arqueológico de Cherchell, Argelia.

Hichem algerino / CC BY-SA 4.0

Corre el año 29 a. C. y Roma está espléndida. Sus calles, abarrotadas, rugen con el clamor de miles de ciudadanos que muestran su adhesión al protagonista de una celebración muy romana. Octavio, ascendido a Augusto por efecto de sus destrezas, lidera un triunfo que conmemora su victoria sobre el traidor Antonio y esa malvada mujer rica en ardides, Cleopatra.

El desfile, que se alarga durante horas, tiene como punto culminante la aparición del cuerpo, aunque en efigie, de Cleopatra, a la que la propaganda de Augusto ha convertido en una hechicera africana prostituida. La reacción de los romanos ante la imagen de su enemiga difiere, y mucho, de la que brindan a su paternalista líder Augusto cuando aparece, magnífico, sobre un carro. Delante de él avanzan, cubiertas de cadenas de oro, tres pequeñas figuras: los hijos de Antonio y Cleopatra.

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Los dos mayores, gemelos, niño y niña, iban disfrazados del sol y de la luna. La niña, que comparte nombre con su madre, aún no sabe que su traumática entrada en Roma, presa y comparsa de una derrota, acabará transformándose en una historia de éxito.

Un vientre maldito

Cleopatra, a la que fue dado el sobre nombre de Selene en honor de la luna, nació en Alejandría el año 40 a. C. junto a su hermano Alejandro, que también fue designado con un sobrenombre, Helios, como referencia al sol.

Fruto del amor que unió a Marco Antonio y Cleopatra, los gemelos debieron de recibir una educación conforme a su estatus, y es probable que acompañaran a su madre en alguno de los viajes diplomáticos que realizó por el Mediterráneo. Además, Cleopatra Selene fue nombrada a los seis años reina de Creta y Cirenaica (región situada en la actual Libia), probablemente con la idea de que, siguiendo los pasos de su madre, acabara reinando junto a su hermanastro Cesarión, el hijo de Julio César y Cleopatra.

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Cleopatra con Marco Antonio. Grabado de 1881.

Terceros

La batalla de Accio, en 31 a. C., quebró aquel futuro imaginado para Cleopatra Selene. Las victoriosas tropas de Augusto espantaron la escasa resistencia que pudo ofrecer Antonio y lo que vino después es una trágica histórica bien conocida. Antonio se suicidó arrojándose sobre su espada y Cleopatra hizo lo propio, según la tradición, dejándose morder por un áspid.

Augusto, ya dueño de Egipto, enfrentó entonces un dilema. Qué hacer con los descendientes de Cleopatra. Para algunos, como Cesarión, la decisión estaba tomada desde hacía tiempo. Aquel hijo de Julio César era visto por Augusto como un adversario a la hora de reclamar la herencia de su tío abuelo, así que lo asesinó. El mismo destino corrió Marco Antonio Antilo, hijo de Marco Antonio y Fulvia, la segunda mujer de las cuatro que tuvo el mítico general romano.

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En la corte egipcia quedaban tres niños. Cleopatra Selene y Alejandro Helios, de diez años, y Ptolomeo Filadelfo, de seis. Augusto decidió que aquellos pequeños no eran una amenaza. Es más, consideró que las dinastías que inundaban su sangre le serían beneficiosas para sus argucias diplomáticas. Así que optó por llevar a los tres a Roma y transformarlos en esclavos de su voluntad.

El trauma

Los niños fueron acogidos en el lujoso Palatino, en casa de Octavia, hermana de Augusto y abandonada esposa de Antonio. Allí, el plan era que crecieran junto al resto de los hijos legítimos de Antonio, siendo reeducados y romanizados. Sin embargo, tanto Alejandro Helios como Ptolomeo Filadelfo murieron pronto, probablemente de alguna enfermedad, y Cleopatra Selene se quedó sola, rodeada de romanos de pura sangre.

Y sola debió enfrentarse a su nueva formación como dama romana y a los insultos a sus padres, que formaron parte constante de la propaganda de Augusto, interesado en maldecir todo lo egipcio y en fomentar la damnatio memoriae que había lanzado contra su rival Antonio. Pero quien se llevó la peor parte fue, sin duda, Cleopatra. Una figura que fascinaba y aterrorizaba a los romanos por igual, y que acabó siendo tachada de reina ninfómana y prostituta.

'Cleopatra' (1633-1635), de Artemisia Gentileschi.

'Cleopatra' (1633-1635), de Artemisia Gentileschi.

Dominio público

Cleopatra Selene sobrevivió a ese clima tan hostil a sus orígenes transformándose en una mujer de mente despierta, capaz de adaptarse a sus nuevas circunstancias mostrando una lealtad inquebrantable a Roma y al propio Augusto, quien en 25 a. C. decidió casarla con otro siervo reeducado en las bondades romanas. Juba, hijo de un antiguo enemigo de Augusto que había sido rey de Numidia.

Nuevos horizontes

Juba también había formado parte del desfile triunfal de Augusto, y le unía a Cleopatra la memoria de unos progenitores mancillados por la propaganda augusta y la pasión por culturizarse. Juba, de hecho, fue desde edad temprana un erudito, mientras que Selene demostró una inteligencia viva y grandes dotes de gestión. Una pareja ideal que hizo que Augusto los enviase a Numidia y Mauritania para poner en orden aquellas caóticas tierras que aspiraba a convertir en un próspero reino clientelar.

Cleopatra Selene y Juba desembarcaron en Numidia, pero allí pronto chocaron con la población local, que no les brindó buena acogida, al considerarlos unos gobernantes demasiado romanizados. Para evitar problemas, la pareja se trasladó a Mauritania con el objetivo de emprender un amplio programa de reformas.

En aquel territorio, que ocupaba zonas de los actuales Marruecos y Argelia, los monarcas fijaron su residencia en la ciudad de Iol, que rebautizaron como Iol Cesarea en honor a Augusto. El enclave, junto al mar, estaba estratégicamente situado para obtener rápidamente ayuda de los romanos en caso de que fuera necesario, además de que, al ser un puerto, facilitaría las inquietudes comerciales de Cleopatra Selene y Juba.

En su nueva capital hicieron vibrar las mazas de los canteros construyendo un faro a imitación del de Alejandría, un palacio con estampas romanas, griegas y egipcias, así como un foro y un teatro de estilo griego. Cleopatra Selene, que no olvidaba la gloria de su dinastía, promovió también templos en honor a las deidades egipcias.

Busto en bronce de Juba.

Busto en bronce de Juba.

Françoise Foliot / CC BY-SA 4.0

Pero, aparte de renovar la capital mauritana y edificar nuevas ciudades, la pareja quiso sacar partido de los productos de su reino, impulsando las exportaciones hacia Hispania e Italia. Mauritania era entonces rica en pescado, uvas, granos y perlas, y Cleopatra Selene y Juba distribuyeron aquellas mercancías junto a un bien más lujoso, el tinte púrpura, extraído de los mariscos y que servía para teñir, entre otras cosas, las túnicas de los senadores. Un movimiento comercial que aliñaron con el envío de embajadas a tierras lejanas, que alcanzaron incluso las islas Canarias, de donde una expedición volvió con exóticos presentes, tal como relataría Plinio el Viejo.

Tan bien ejecutaron sus reformas los nuevos reyes que, según nos muestran los vestigios arqueológicos, incrementaron notablemente el valor de la moneda local. Algo que sin duda contribuyó a que su corte, con sus arcas bien provistas, fuera refugio de intelectuales, muy apreciados tanto por el erudito Juba como por la inquieta Cleopatra Selene.

La gloria del olvido

El éxito de Cleopatra Selene y su marido fue total. El reino marchaba bien, no daba problemas a Roma y crecía hacia la modernidad del mundo antiguo. Y ahí está, precisamente, la razón de que Cleopatra Selene sea un personaje casi inadvertido hoy, como argumenta la historiadora Jane Draycoot en Cleopatra’s daughter. Egyptian princess, roman prisoner, african queen (2022).

Que Cleopatra Selene fuera una gran gestora hizo que su vida pareciese poco atractiva de narrar para esos romanos de la época, que solo encontraban morbo para sus plumas en personajes peligrosos para la patria, como lo había sido la madre de Cleopatra Selene o lo sería Boudica.

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Sin embargo, la arqueología ha contribuido a resucitar aquella figura obviada, y hoy podemos apreciar monedas de Mauritania con inscripciones como “reina Cleopatra hija de la reina Cleopatra”, que muestran tanto el poder de aquella mujer como que Selene nunca renegó de sus orígenes.

Monedas que también llaman la atención sobre un hecho: en el machista mundo romano, Cleopatra Selene siempre gobernó junto a su marido, nunca por debajo de este. La prueba la encontramos en esas monedas en las que aparecen ambos en igualdad, o en medallas conmemorativas que los exhiben como reyes bien avenidos.

Mausoleo real de Mauritania, próximo a Tipasa, en el que se cree está enterrados Juba y Cleopatra Selene.

Mausoleo real de Mauritania, próximo a Tipasa, en el que se cree está enterrados Juba y Cleopatra Selene.

Yelles / CC BY-SA 3.0

La pareja logró fundar una dinastía dejando tres hijos: Cleopatra, Ptolomeo y Drusila. Es probable que un cuarto heredero estuviera en camino cuando Cleopatra Selene murió hacia el año 6 d. C. La fecha baila si se atiende a la leyenda, pues siempre se ha dicho que falleció durante un eclipse lunar, lo que ha llevado a los historiadores a proponer otras dos fechas para su muerte: el 23 de marzo de 5 a. C. y el 4 de mayo de 3 d. C.

Fuera cuando fuese, Cleopatra Selene murió y probablemente fue enterrada en el conocido como mausoleo de Juba, dejando tras de sí un marido que la recordaría y honraría durante años.

Su memoria prácticamente se apagó con Juba. Durante casi dos mil años, Cleopatra Selene fue olvidada pese a ofrecernos una visión alternativa de Roma, donde una mujer extranjera y paria acabó convertida en ejemplo de éxito y buen gobierno.

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