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La ruptura con la Iglesia católica

Apuntes sobre Lutero y el Protestantismo
Ahora, casi cinco siglos después, los cristianos protestantes y los cristianos católicos están llamados a caminar fraternalmente en pos de una reconciliación y de una unidad


Por: Jesús de las Heras Muela | Fuente: www.revistaecclesia.com



¿Quién fue Martín Lutero?

Nacido en Eisleben, en la Alemania profunda de Sajonia, el 10 de noviembre de 1483, Martín Lutero creció en un ambiente familiar espartano y agrio. Estudió Teología con los Hermanos de la Vida Común en Eisenach y Filosofía con los Agustinos en Erfurt, en una cátedra saturada del llamado pensamiento nominalista, que estaba cargado de relativismo.

En 1505 se hace fraile agustino y recibe poco después –el 2 de mayo de aquel mismo año-.la ordenación sacerdotal. Aquí comienza la película tras una escena previa de la pavorosa tormenta del día de Santa Marta, que casi ocasiona la muerte de Lutero y que marcará su vida.

Su carácter, reflejado desigualmente en la película, ofrecía inequívocos rasgos de melancolía y tristeza y una fuerte y, a veces, contradictoria personalidad. De sincera y voluntarista religiosidad, vivía obsesionado por los escrúpulos, se estremecía sobremanera por la cruz, percibía a veces a Jesucristo como verdugo y le obsesionaba la idea de la predestinación y de la salvación eternas.

Entre 1510 y 1511 marcha a Roma comisionado por su Orden Religiosa para la reforma de la misma. Sus primeras impresiones -reales, pero demasiado exageradas en el filme- no fueron muy distintas a las de cualquier otro peregrino y será con el paso de los años y también en aras a la leyenda cuando el propio Lutero y sus seguidores las extremen.

En 1511 regresa a Alemania y es enviado como profesor a la Universidad de Wittemberg, que era la Universidad del Príncipe de Sajonia. Pronto se hace popular por su radicalismo y por sus ansias de autenticidad. Llega entonces a esta ciudad el fraile dominico Juan Tetzel a predicar las indulgencias y las ideas y los sentimientos de Lutero se exacerban.

El 31 de octubre de 1517 publicaba sus célebres 95 tesis de protesta en la puerta de la Universidad de Wittermberg –los historiadores dudan de la veracidad concreta de esta escena, no de su contenido- y comienza, ya de modo irreversible, el proceso que desembocará no sólo en la llamada comúnmente reforma luterana o protestante, sino una verdadera revolución o ruptura con la Iglesia Romana.


Las causas de la reforma protestante

La historiografía moderna más contrastada ha abandonado ya las tesis o soluciones monistas de la reforma protestante o luterana para hablar de una multiplicad o conjunto de causas. La película "Lutero" parece, no obstante, abonarse más a las primeras tesis.

Entre estas soluciones monistas o aisladas los historiadores habla de seis: su viaje a Roma de 1510, la construcción de la nueva Basílica de San Pedro de Roma y la consiguiente predicación de las indulgencias para sufragar sus gastos, el abusivo culto a las reliquias, una toma de conciencia por parte de las masas populares de la opresión religiosa -es la tesis de Karl Marx- con consecuencias económicas de pobreza para el pueblo, la necesaria renovación del cristianismo y el efecto de unas sucesivas crisis personales de Lutero, acentuadas por su compleja personalidad.

En el filme que nos ocupa abunda en las dos primeras razones, refleja la tercera y apunta ligeramente hacia la cuarta, sin un desarrollo fílmico y argumental al respecto convincente.

Sin descartar como "sumandos" ninguna de estas causas menores, los historiadores convergen hoy día en presentar el luteranismo como un complejo conjunto y entramado de factores. Unos son de carácter religioso como la debilitación progresiva de la autoridad moral papal y la mundanización de la jerarquía -excesivamente mostrada en la película-, los fallidos intentos de reforma desde el interior de la Iglesia y la decadencia de la Filosofía y de la Teología.

Más importantes todavía fueron las razones políticas y sociales, que la película no ignora, pero que, al mostrarlas sin argumento fílmico propio, impide al espectador no versado en estos temas captar su verdadero alcance. Estas razones políticas eran el nacionalismo alemán antiromano y antipontificio, el rechazo en Alemania a la dinastía de los Ausburgos, encarnada entonces por un jovencísimo Carlos V de Alemania y I de España, la estructura social feudal alemana que acentuaba la división clasista en la sociedad y ahogaba las justas reivindicaciones del proletariado agrario y de la pequeña burguesía y unos años de malas cosechas que hicieron cundir el hambre, lo cual fue hábilmente instrumentalizado por los Príncipes alemanes en su intento de robustecer su poder autónomo y nacionalista.


La imprenta y la equidistancia

Al desarrollo del Luteranismo contribuyó de manera decisiva la imprenta, descubierta, en lares alemanes precisamente, setenta años antes. La imprenta otorgó a las tesis y a los escritos de Lutero una difusión hasta entonces inaudita. La película refleja correctamente esta realidad.

Por último y lejos de planteamientos maniqueos acerca de Lutero como mito de excelencia y de libertad o mito de perversión e inmoralidad, su compleja personalidad y psicología, sus "filias" y sus célebres "fobias" -el demonio, los judíos, los turcos y el Papa-, el factor humano de Martín Lutero, añadió a todo este cúmulo de causas la gota que colmó el vaso, la chispa que prendió el cañaveral.


Principios y consecuencias de Lutero

La Teología luterana se hizo fuerte -escribimos esquemáticamente en aras a la sencillez y a la mejor compresión de las cosas- en cuatro grandes ideas o principios excluyentes: Su sí a “solo” Cristo conllevaba la negación de la Iglesia como sacramento de mediación, del ministerio del primado petrino así como la supresión práctica del culto a María y a los santos; su sí a la “sola“ fe -la llamada fe fiducial- negaba en la práctica el valor de las obras o de los méritos, escudándose en que sólo salvan los méritos de Cristo; su sí a la “sola” Escritura sola suponía un rechazo a la Tradición y al ministerio de la Iglesia para interpretarlo válida y universalmente; su sí a la “sola” gracia rechazaba en el fondo la libertad y se sumergía en la predestinación.

Lutero quiso una Iglesia más libre y cayó en las manos del poder civil de los Príncipes. Su "libre examen" abría inexorablemente las puertas del subjetivismo y del relativismo. Lutero quería una Iglesia más pura y más auténtica y la hizo puritana, gélida y desangelada. Lutero pretendía una religiosidad más verdadera y cundió el indiferentismo religioso. Lutero rehúsa el culto a los santos y él mismo fue y es tomado después por santo y héroe. El Luteranismo fragmentó la Iglesia, se fragmentó a sí mismo en varios cientos de confesiones actuales que siguen "por libre" y "por separado" el credo de Lutero y fragmentó el pensamiento.


La verdadera reforma de la Iglesia

Roma no estuvo lo suficientemente atenta y provista de reflejos para captar lo que con los años vendría. Quizás estaba demasiado mundanizada y ensimismada. Cuando a partir de 1546 comenzaba azaroso el Concilio de Trento, era ya demasiado tarde para evitar la ruptura.

Sin embargo, cuando Trento concluía su quehacer en 1564, la Iglesia aprendió la lección y surgió un extraordinario "corpus" doctrinal, quizás, eso sí, un tanto herido y condolido y, por ello, defensivo y apologético.

Y de Trento y de su entorno anterior y posterior brotaría una extraordinaria pléyade de santos - Juan de Dios, Camilo de Lelis, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Juan de Avila, Francisco Javier, Francisco de Borja, Carlos Borromeo, Felipe Neri, Pedro Canisio, José de Calasanz, Vicente de Paúl, Francisco de Sales María Ward, Juana María Lestonac, Angela de Merici, Roberto Berlamino...- que sanaron heridas y, sobre todo, fortalecieron a la Iglesia y la reformaron desde dentro y como la Iglesia debía ser reformada.

Y ahora, casi cinco siglos después, los cristianos protestantes y los cristianos católicos, lejos ya de discusiones y conflictos, están llamados a caminar fraternalmente en pos de una reconciliación y de una unidad que entonces no fue posible, pero que sigue siendo un mandato categórico y inexcusable de fidelidad a Jesucristo, el único Señor de la Iglesia.
 

 

 







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