Estaba tan desprestigiado el gobierno del Conde de San Luís, que todo el mundo conspiraba para derribarlo. Así, el día 30 de junio de 1854, fuerzas del ejército, sublevadas al mando de los generales O´Donnell, Dulce o Ros de Olano, se opusieron en las cercanías del inmediato pueblo de Vicálvaro, al paso de la columna que el Gobierno había enviado para reducirla a la obediencia, produciéndose un combate que acabó en tablas. En la lucha, los soldados al mando de O´Donnell pedían la caída del ministerio del conde de San Luís al grito de ¡Viva Isabel!

Antecedentes:

Nacida en Madrid un 10 de octubre de 1830, Isabel II pasaría a la historia como una reina que no supo estar a la altura de su cometido. En este sentido las críticas han sido constantes y demoledoras. Su reinado trajo grandes cambios políticos dejando atrás el  periodo absolutista de Fernando VII (1814-1833) y consolidando un Estado liberal y parlamentario.

Retrato de Isabel II

Después de la muerte de Fernando VII y debido a su edad, sus primeros años como heredera al Trono estuvieron marcados por dos regencias: la primera de su madre María Cristina (1833-1840) y la segunda de Espartero (1840-1843).

La regencia de María Cristina se produjo durante la I Guerra Carlista, y esto hizo que necesitara el apoyo de los liberales progresistas y moderados para poder derrotar a Carlos María Isidro, aspirante también al Trono. Durante su mandado se aprobaron el Estatuto Real de 1834 a modo de carta otorgada, donde la corona seguía manteniendo grandes poderes, sin  que emanara el poder de la soberanía nacional. Y esto hizo que los liberales progresistas no estuvieran satisfechos y en agosto de 1836 promovieran el motín de la Granja de San Ildefonso que obligaba a la reina a restablecer la constitución de 1812. Finalmente se aprobó la constitución de 1837, de carácter progresista, que se realizó mediante el consenso entre el Partido Progresista y el Partido Moderado. Los progresistas hicieron concesiones importantes: La constitución afirmaba el principio de soberanía nacional, pero un sistema parlamentario basado en el sufragio censitario y  un sistema bicameral: Congreso de diputados y Senado.

María Cristina

En 1839 se firmó el Convenio de Vergara entre los generales Maroto y Espartero, en el País Vasco y Navarra, por el cual los oficiales carlistas podían continuar en el ejercito de Isabel II con su misma graduación. Acabada la guerra, con la conquista de Cataluña, en 1840, las grandes diferencias con los progresistas, el malestar social y su deteriorada figura, hicieron que María Cristina renunciara a la regencia y se exiliara a Francia. Espartero, artífice de su caída, fue nombrado regente por las Cortes de manera oficial el 5 de mayo de 1841 por 179 votos a favor frente a los 107 votos obtenidos por el liberal moderado Argüelles, que sería luego designado tutor de la reina Isabel.

La regencia de Espartero estuvo orientada por su ideología progresista, rodeando a Isabel de asesores de reconocida militancia masónica como el poeta Quintana, el ya mencionado Arguëlles o su aya doña Juana de la Vega, marquesa de Espoz y Mina. Los liberales moderados que no estaban de acuerdo con la orientación política que había en ese momento, intentaron dar un golpe de estado que fracasó y que tuvo como consecuencia el fusilamiento de destacados militares moderados como el caso del general Diego de León.

El hecho que sin duda más marcó su regencia fueron los sucesos acaecidos en Barcelona a finales de 1842, debido a que los industriales, comerciantes y los obreros estaban en desacuerdo con la política librecambista que perjudicaba sus intereses. El conflicto derivó en una serie de bombardeos sobre la ciudad Condal que provocó su desprestigio entre sus propios partidarios, como Olózoga, que juntamente con el general moderado Narváez provocaron su caída. Una vez ocurrido lo anterior y debido a que no se quería nombrar un nuevo regente, se anticipó el nombramiento como reina de Isabel cuando acababa de cumplir 13 años.

Desde sus inicios como soberana sus asesores le indujeron a tener preferencia por los moderados, siendo estos los que gobernaron la mayor parte de su reinado, destacando la figura de Narváez, quien gobernó en distintas etapas desde 1841 hasta su muerte en 1868. Esto se manifestó sobretodo después de contraer matrimonio con Francisco de Asís a la edad de 16 años. El monarca era ideológicamente muy afín a los absolutistas dada la influencia que sobre él ejercían ciertos clérigos de carácter muy conservador.

Durante la década de dominio moderado (1843-1854) se adoptaron diversas medidas como fueron la creación de la Guardia Civil, la Ley de ayuntamientos, la reforma del sistema fiscal y el concordato de 1851, en el que el Papa reconocía a Isabel II como reina, frente a las pretensiones carlistas,  y aceptaba los efectos de la desamortización de 1836 a cambio de que el estado se hiciera cargo de los gastos de la iglesia.

Aunque lo más importante de este periodo fue sin duda la Constitución de 1845 de carácter más conservador que la de 1837, ya que la soberanía nacional estaba compartida entre el Rey y las Cortes. El estado era Confesional y hubo una serie de recortes individuales, especialmente en la libertad de expresión en la prensa escrita.

La larga permanencia de los moderados en el poder hizo que la corrupción se apoderase de las instituciones y fuese un mal que había que erradicar. De esa manera hubo una unión entre los partidarios de O’Donnell y Espartero para acabar con el gobierno del Conde de San Luís y la influencia negativa de doña Cristina, la madre de Isabel. Así se produce lo que se conoce como la revolución de 1854, que traerá consigo el llamado Bienio Progresista (1854-1856). Durante este corto periodo se realizó la segunda desamortización, esta vez de bienes municipales, y se aprobó la ley de Ferrocarriles. También se inició la elaboración de una nueva constitución en la Cortes Constituyentes que no tuvo tiempo a fructurizar. 

Levantamiento y consecuencias de la Revolución

Revolución

Para justificar su levantamiento se firmaría el famoso Manifiesto de Manzanares que redactaría Antonio Cánovas del Castillo, y que se repartiría por toda España, calentando el ambiente político por su retórica y su contenido.

En cuanto la reina supo el pronunciamiento, se trasladó inmediatamente de El Escorial a Madrid y llamó al general Fernández de Córdoba para que le informase sobre cómo estaba la situación, contestando que era muy grave, ya que los insurrectos dominaban las calles de Madrid.

Tras marcharse el general, la reina quedó profundamente preocupada, haciendo llamar a Sartorius al que comunicó su cese, nombrando como sucesor a Fernández de Córdoba.

Ese día, lunes, había corrida de toros. A la salida, los más exaltados, entre los que se encontraban Corradi, redactor de El Clamor, Coello, redactor de la Época y Salmerón, se reunieron en el Café Suizo, para luego ir al Gobierno civil, donde un sargento de la guardia municipal les repartió cuatrocientos fusiles. Envalentonados, formaron una Junta, y solicitaron al recién nombrado primer ministro Fernández de Córdoba, que los recibiera para entregarle una carta de quejas para que la presentase a la reina.

Tras marcharse la delegación, las noticias de lo que sucedía en la calle eran alarmantes, por lo que Isabel II pidió a Fernández de Córdoba que le informara de lo que estaba sucediendo.

Las noticias que le trasmitió eran alarmantes. Le comunicó, que a la salida de la plaza de toros el gentío se agolpó en forma de manifestación y la muchedumbre que esperaba en las calles del Pósito y de Alcalá se sumó a ella. Posteriormente se empezaron a escuchar vivas a la revolución, a la libertad y a O´Donnell, y se formaron grupos numerosos y muy agresivos, con teas encendidas, acercándose al palacio de la madre de Isabel, y empezaron a arrojar piedras a la galería de cristales de la fachada principal, profiriendo gritos repetidos de “Muera María Cristina”.

Por su parte, el capitán de artillería que mandaba aquella guardia, había retirado sus centinelas exteriores, colocando su fuerza, compuesta de 30 artilleros y dos oficiales, de modo que pudieran descubrir todos los frentes del edificio, pero acercándose un grupo a la esquina de la calle de la Bola, cogió la garita, la prendió fuego y la arrojó luego sobre la puerta del palacio que daba a la plaza de los Ministerios. Quiso luego la multitud penetrar en el interior del edificio, pero se detuvo y hasta retrocedió delante de la actitud imponente de la guardia que parecía hallarse dispuesta a una resistencia tenaz.

Sin embargo esta cedió en presencia de un gran número de mujeres que avanzaron con firmeza y lograron con su ejemplo fortificar la resolución de los que y empezaban a cejar. La guardia abandonó el patio, y se colocó formada en batalla delante del ministerio de marina. Los invasores se contentaron en un principio con romper algunos espejos, pero vencido el respeto que les infundía tanta riqueza que había en el palacio, prendieron fuego en las colgaduras y parecían dispuestas a incendiar hasta el edificio.

La plaza podía apenas contener el inmenso gentío agolpado para presenciar escena tan imponente, y la multitud coronaba todos los balcones del palacio, cuando se oyó una voz de fuego a que siguió una descarga. El bullicio fue muy pronto reemplazado en las inmediaciones del palacio de María Cristina por un silencio sepulcral.

Estas noticias las recibió Isabel II estando su madre con ella, que presintiendo los acontecimientos, se había trasladado a Palacio.

El día diecinueve, las calles de Madrid seguían siendo un auténtico polvorín. Surgieron las barricadas. Las calles afluentes a la Puerta del Sol estaban cortadas de modo que la tropa que guarnecía el ministerio de la Gobernación estaba sitiada. Ante el cariz que tomaban las cosas, al anochecer, el coronel Gándara mandó hacer fuego sobre los amotinados, quienes retrocedieron a sus barricadas. El total de víctimas causadas arroja un balance de 17 muertos y 279 heridos.

Debido a la situación de anarquía, a las siete y media de la mañana del día 19 se constituyó en la casa del conocido banquero Juan Sevillano, una reunión patriótica que dio por inmediato resultado la creación de una Junta de salvación y defensa, que propuso la llegada de Espartero.

Espartero

El llamamiento de Espartero al poder era un acto altamente político: en el estado en que se hallaba el pueblo de Madrid y con el giro que habían tomado los acontecimientos, particularmente en Zaragoza, a donde se había trasladado desde su retiro de Logroño el ex-regente del reino. Era imposible contener la efusión de sangre si no se daba al pueblo una garantía de la marcha francamente revolucionaria que iba a darse en la política española.

Todos sabían el respeto que el pueblo de Madrid tenía por Espartero, por lo que era la única baza con que podía contar Isabel II para salvar su trono.

Consultado Espartero, accedería a venir a Madrid e intentar encauzar la revolución. Así, entraría en Madrid el 28 de julio, saliendo a recibirle la Junta en las Ventas del Espíritu Santo y el general San Miguel, que le saludó con un discurso en nombre del pueblo.

Madrileños: Me habéis llamado para asegurar para siempre las libertades del país. Aquí me tenéis, y si algún enemigo de nuestra sacrosanta libertad trata de arrancárnosla, yo, con la espada de Luchana, me pondré a vuestro frente, al frente de todos los españoles, y os enseñaré el camino de la gloria”.

Luego repitió lo mismo para contestar al alcalde, que le saludó en nombre del Gobierno y de la milicia nacional.

La entrada de Espartero en Madrid fue triunfal. No había casa que no luciese colgaduras, y los madrileños no dejaban de andar en coche descubierto en que venía, quien dé pie, quien en el carruaje y con una mano en el corazón respondía a los vítores atronadores, Así subió por la calle Alcalá, que aquel día quedó rebautizada, llamándose del Duque de la Victoria, y, conforme avanzaba, el gesto cordial de Espartero se había trocado en el de los brazos abiertos, haciendo ademán de querer abrazar a la población entera.

Ante las pruebas de afecto del pueblo madrileño, Espartero debió quedar plenamente satisfecho del desagravio tras haber sido apartado del poder en 1843.

Al poco, se presentó en palacio. Isabel II le tendió los brazos y el general hincó la rodilla y besó su mano. Isabel II había salvado su trono.

A nadie le extrañó lo sucedido, ya que Espartero sentía hacia Isabel un cariño paternal que no ocultaba desde que fuera Regente.

La aparición de Espartero en la plaza fue recibida con vítores y aclamaciones. El duque impuso silencio al entusiasmado gentío, y volviéndose hacia palacio, hizo presente con noble brío, que en España no debía ser ovacionada otra persona que la reina.

-¡Viva la Reina! -exclamó el duque de la Victoria.

-¡Viva la Reina! -respondieron los presentes.

Dominada la revolución, y dada su poca simpatía en el pueblo, sería expulsada de España María Cristina, el día 28 de agosto.

En la despedida, se encontraban Espartero y O´Donnell para evitar cualquier incidencia desagradable. Cuando subió al carruaje, Maria Cristiana les dijo un adiós indiferente y les preguntó con un tono irónico por sus respectivas mujeres. Al despedirse de esta manera, la madre de Isabel cumplía la promesa que se había hecho de que saldría de Madrid como una reina.

El final de la revolución sería el inicio del llamado Bienio Progresista, donde Espartero sería el Presidente del Consejo de Ministros, mientras O´Donnell ocuparía la importante cartera del Ejército.

Bibliografía

FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA, Fernando. Mis memorias íntimas. Editorial Atlas, Madrid, 1996.

COMELLAS, José Luis. Isabel II. Una reina y un reinado. Editorial Ariel, Barcelona, 2002.

RÉPIDE, Pedro. Isabel II. Espasa Calpe. Madrid. 1932.

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