El salvador de Roma

Germánico, el general romano vengador del desastre de Teutoburgo

La princesa germana Thusnelda en el triunfo de Germánico. En el centro de este óleo de Carl Theodor von Piloty (1873) se puede ver a la esposa de Arminio y a su hijo Tumélico, sobre ella el emperador Tiberio observa el cortejo desde su trono acompañado por Segestes (la sombría figura a la izquierda), Germánico aparece montado en su carro triunfal al lado del estrado. Pinacoteca Nueva de Múnich.

Foto: Wikimedia Commons

Tras la terrible derrota de tres legiones en el año 9 de nuestra era por el caudillo germano Arminio la frontera del Rin se había convertido en la zona más amenazada del Imperio Romano. Augusto temía que los bárbaros lo cruzaran y provocaran una revuelta en la Galia, una provincia conquistada solo medio siglo antes.

Para vengar la afrenta sufrida por las legiones e impedir incursiones del otro lado del río el emperador envió a su heredero Tiberio a la frontera, quien al mando de nuevas legiones llegadas como refuerzo inició una campaña de saqueos en la que arrasó las aldeas de los enemigos de Roma.

Arminio lidera a los germanos a la victoria en Teutoburgo, pintura de Otto Albert Koch, 1909.

Foto: Wikimedia Commons

Al año se le unió su sobrino e hijo adoptivo Tiberio Claudio Druso, un militar de gran capacidad cuyas victorias pronto le darían el sobrenombre de Germánico. Las operaciones de los dos príncipes de la familia imperial restablecieron la situación en el Rin, captándose a aliados como el rey Marbod de los Marcromanos e impidiendo que Arminio lanzara un ataque sobre la Galia mediante incursiones constantes contra el territorio de los pueblos que formaban su confederación.

Pese a que estas primeras victorias no habían conseguido acabar con los germanos, un enfermo Augusto llamó a Tiberio a Roma para que se empezara a familiarizar con la tarea de gobernar tan vasto imperio, y este partió hacia Roma dejando a su ahijado al mando de la guerra.

Motín legionario

El 19 de agosto del año 14 el anciano emperador Augusto exhaló su último suspiro y ocupó su lugar entre los dioses, pero aunque Tiberio asumió el poder sin trabas, en el Rin la incertidumbre creada muerte del emperador desencadenó una revuelta que casi acaba en guerra civil.

Cuatro de las ocho legiones allí estacionadas se amotinaron, negándose a jurar lealtad al nuevo emperador. Los sufrimientos y temores de treinta años de guerra constante contra los germanos estallaron en una orgía de violencia en la que los centuriones y el resto de oficiales fueron apaleados y azotados, mientras que los mandos más odiados fueron asesinados por sus propios hombres.

Según cuenta Tácito la revuelta estaba encabezada por los soldados veteranos, quienes se quejaban de “la paga miserable, y la dureza del trabajo”, a lo que añadían que tras servir treinta años bajo la águilas había llegado el momento de que el estado los jubilara con un estipendio para empezar una nueva vida como civiles.

Un legionario le ofrece su espada a Germánico para que se mate durante el motín. Grabado de Ludwig Portman, 1809.

Foto: Wikimedia Commons

En un principio Germánico (quien había llegado al campamento a toda prisa desde el interior de la Galia) se negó a ceder, apelando al deber de los legionarios, que le respondieron ofreciéndole la corona si mejoraba sus condiciones. Ante su negativa a traicionar a Tiberio estos le insultaron y amenazaron, y Germánico intentó atraversarse con su espada para no tener que vivir como el líder de un ejército rebelde. Sin dejarse impresionar por este gesto los legionarios se burlaron, y un tal Clausidio le ofreció incluso su gladio diciéndole que estaba más afilado.

Algunos legionarios ya empezaban a hablar de desertar y saquear las ciudades de la Galia para cobrarse los sueldos atrasados, y temiendo por la seguridad de su esposa e hijos Germánico decidió enviarlos fuera del campamento. Cuando los soldados vieron a la llorosa Agripina y a sus tres hijos (entre los que se incluía su favorito Calígula) subirse a los caballos para partir en solitario, sus ánimos se calmaron un poco, y tras prometer que mejorarían su comportamiento empezaron las negociaciones.

Tras recibir su paga atrasadas y conseguir un aumento las legiones volvieron al combate.

Foto: Cordon Press

Al final Germánico tuvo que ceder un poco para mantener el control de su ejército, licenciando a los veteranos con la paga acordada y subiendo el sueldo a los legionarios con dinero sacado de sus propios cofres de guerra. Restaurada así la confianza de las legiones estas juraron frente a los estandartes lealtad a Tiberio y se pudo reanudar la guerra contra los germanos.

Arrasar Germania

La campaña empezó con el cruce del Rin por un total de ocho legiones reforzadas con varias decenas de cohortes auxiliares y alas de caballería. Siguiendo la estrategia de Tiberio, Germánico dedicó el verano del 14 a incendiar el territorio en una franja de 50 millas al este del Rin, un territorio que quedó devastado dado que a los legionarios “no les inspiraba piedad ni la edad ni el sexo” de modo que en palabras del historiador romano “los lugares sagrados y los profanos fueron arrasados de manera indiferente”.

Mapa de Germania a principios del siglo I con Roma y su estados clientes (verde), sus aliados (amarillo) y la confederación de Arminio (rojo).

Foto: Wikimedia Commons

Arminio no se quedó quieto ante toda esta destrucción, y emboscó al ejército romano cuando este se retiraba hacia la Galia. El líder germano inmovilizó a la retaguardia y el centro de la columna enemiga con ataques esporádicos desde los bosques, mientras que el grueso de su ejército caía sobre la retaguardia. Afortunadamente para los romanos Germánico supo reaccionar tomando el mando de los auxiliares allí desplegados, que se dieron la vuelta y rechazaron el traicionero ataque.

Tras saquear una aldea los romanos esclavizaban a las mujeres y los niños. Destrucción de un poblado germano en una ilustración de Johann Jelinek realizada en 1918.

Foto: Wikimedia Commons

Esta demostración de fuerza dividió a los germanos entre los partidarios de Roma encabezados por Segestes (a la sazón suegro de Arminio) y los que se oponían a someterse a su poder pese a las derrotas sufridas. En Roma las noticias de la incursión fueron recibidas con agrado por la plebe, y el Senado votó un triunfo en honor del victorioso hijo adoptivo de Tiberio.

Regreso a Teutoburgo

Para el año siguiente Germánico tomó como objetivo las tierras de Catos y Marsios situadas más al interior, por lo que creó un destacamento de ingenieros y soldados bajo Lucio Apronio para la construcción de puentes y caminos en su retaguardia. De este modo se aseguraría la llegada de suministros y empezaría a civilizar las agrestes tierras de Germania con unas buenas carreteras romanas.

El ataque contra los Catos los cogió por sorpresa, y los primeros pueblos fueron pasto de las llamas sin apenas resistencia. La primer batalla se libró en el río Eder, donde los germanos intentaron defender sin éxito el cruce frente a las balistas y arqueros de Germánico. Al poco cayó su capital de Mattium, y los bárbaros se dispersaron por los bosques mientras sus aldeas ardían.

Thusnelda es entregada a Germánico por su padre Segestes, grabado, 1900.

Foto: Cordon Press

En vez de enfrentarse a los romanos Arminio optó por atacar a Segestes, quien había secuestrado a su mujer Thusnelda embarazada de su primer hijo. Asediado en su fortaleza Segestes pidió ayuda a Germánico, quien acudió con el grueso del ejército y puso en fuga a los germanos. Para agradecérselo Segestes le entregó la esposa de su rival, quien fue enviada a como prisionera a Rávena mientras su padre era escoltado hacia la Galia.

Germánico ante los huesos de las legiones de Varo, pintura al óleo de Lionel Royer, 1896, Museo de Mans.

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Tras devastar el territorio de los marsos el general romano fue contra los Brúcteros, en cuyo reino habían caído Varo y sus tres legiones. Siempre dramático Germánico insistió en visitar el lugar de la emboscada, donde según Tácito encontraron: “huesos blanqueados en montículos o esparcidos, según los hombres hubiera muerto huyendo o plantando cara. Al lado había las lanzas partidas y los miembros de los caballos, mientras que las calaveras humanas habían sido clavadas prominentemente en los árboles.”, para más horror en los claros de alrededor encontraron “los altares donde habían sido sacrificados los tribunos y centuriones principales”.

Al cabo de seis años de la masacre todos estos huesos encontraron al fin descanso en las piras, y para conmemorar su sacrificio los romanos levantaron un gran montículo funerario bajo el que enterraron sus cenizas. Expiada así la derrota de Varo, Germánico dividió a su ejército en dos columnas para emprender el regreso a casa. La primera bajo su mando personal iría hasta el Rin a bordo de la flota, mientras que un segundo destacamento de cuatro legiones mandadas por Aulo Caecina Severo se dirigiría a la Galia por el interior.

Emboscada en el pantano

En el camino de regreso las legiones I, V, XX y XXI cayeron en una trampa preparada por Arminio en una zona de marismas, donde los germanos habían cortado una serie de puentes de madera que cruzaban una marisma. Cuando los romanos llegaron al borde del pantano aparecieron decenas de miles de guerreros germanos que empezaron a atacarles desde todas direcciones, arrojando sus jabalinas y cargando contra unos legionarios que apenas se podían mover a causa de sus pesadas armaduras y lo traicionero del terreno.

Sorprendido por este ataque, Caecina destacó a parte de su ejército para que empezara a reconstruir los puentes y levantara un campamento fortificado en una isla de tierra seca, mientras que él con el resto de sus cohortes rechazaban como podía el ataque. La noche puso fin a las hostilidades aunque no trajo el descanso para las legiones rodeadas, que la pasaron en palabras de Tácito “sin poder dormir pero tampoco despiertos." Además según el historiador Caecina tuvo un truculento sueño en el que “vio a Quinitilio Varo emerger, manchado de sangre, del pantano y llamarlo” con voz espectral para que se uniera los muertos.

Atrapados en el pantano y con la retirada cortada por los bárbaros, la suerte de las cuatro legiones era incierta. Legión romana en marcha representada en un relieve de la columna de Trajano, grabado de Marco Dente, 1527.

Foto: Wikimedia Commons

Parecía que la funesta suerte de las tres legiones perdidas en Teutoburgo habría de repetirse, pues cuando al día siguiente intentaron escapar los germanos los atacaron con más furia todavía y tuvieron que abandonar su equipaje para refugiarse de nuevo en el campamento. Arminio era partidario de dejar que los romanos murieran de hambre en el campamento, pero uno de los jefes tribales convenció a los bárbaros de que la batalla ya estaba ganada y solo quedaba realizar un asalto final contra el campamento para acabar con el enemigo.

En el campamento de Caecina sin duda la moral era baja, y los nerviosos soldados casi huyeron en desbandada durante la noche cuando un caballo se soltó de sus ataduras y derribó varias tiendas, haciendo creer a las legiones que el enemigo había traspasado las defensas. El general romano intentó en vano razonar con su hombres, y al final tuvo que ponerse espada en mano frente a las puertas para que su ejército no se dispersara a causa del pánico. Con los ánimos ya calmados aseguró a sus legionarios que aunque los germanos atacaran al día siguiente su disciplina y armamento les harían prevalecer.

Según Tácito cansados de hundirse en el fango los legionarios acometieron a los bárbaros que atacaban el campamento al grito de "ni árboles ni pantanos, solo un campo justo y un cielo imparcial". Miembros del grupo de recreación Legio III Cyrenaica vestidos como los soldados de Germánico.

Foto: Wikimedia Commons

Cuando despuntó el alba los bárbaros cargaron en masa contra el campamento, en cuyos muros solo veían a unos pocos centinelas. El asalto germano superó el parapeto y entró en el campamento, pero cuando la victoria estaba asegurada sonaron las trompetas romanas y aparecieron cohortes por todos lados rodeándoles en el centro del recinto, al mismo tiempo otras centurias romanas salían por las puertas y ponían en fuga a los asaltantes. Este golpe tan inesperado puso en fuga a los guerreros de Arminio, y en la calma de la noche Caecina escapó con su diezmado pero victorioso ejército hacia el Rin.

La derrota de Arminio

Con todas las legiones a salvo en la Galia Germánico preparó la campaña definitiva contra los germanos para la primavera del 16. En vez de atacar en un solo frente el comandante romano preparó un asalto en dos direcciones desde la frontera y a través del mar, por donde entraría una flota de barcazas de fondo plano que podía adentrarse fácilmente a través de los ríos en las intransitables tierras del enemigo. Sin embargo antes de que pudiera poner en marcha este plan recibió la alarmante noticia de que una de las aldeas aliadas estaba bajo asedio, por lo que tuvo que penetrar en Germania con seis legiones para socorrerlos mientras enviaba a las otras dos por vía marítima.

Los dos ejércitos se encontraron al fin a orillas del río Weser, que separaba dos civilizaciones fundamentalmente enfrentadas. Antes de la batalla Arminio envió un mensajero solicitando una entrevista con su hermano Flavo, que había permanecido fiel a Roma y a la memoria de su padre adoptivo Varo (quien les había criado de niños cuando ambos habían sido entregados como rehenes).

Un grupo de legionarios avanzan en formación cerrada en un relieve procedente del yacimiento de Glanum. Museo galo-romano de Fourvière.

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Los dos hermanos se encontraron a orillas del río; al ver que Flavo había perdido un ojo Arminio le preguntó si había recibido alguna recompensa, y este señaló las medallas que lucía y su aumento tanto en sueldo como en rango. Despreciando esta compensación tan material el caudillo bárbaro le recriminó que sirviera en contra de su patria y los deseos de su madre, a lo que Flavo contestó alabando el poder y la misericordia del emperador, que trataba a Thusnelda más como una invitada que como a una cautiva. El tono de la conversación fue subiendo, y ambos habrían llegado a las manos en medio del río si no les hubieran sujetado.

Arminio permanecía a la espera para atacar cuando se rompiera la formación romana en medio del río, pero el astuto Germánico envió a su caballería auxiliar a través de un vado para amenazar los flancos del germanos mientras las legiones cruzaban, maniobra que surtió efecto, empujando al enemigo lejos de la orilla. Durante la lucha una unidad de Bátavos se adelantó demasiado y fue rodeada, pero afortunadamente los caballeros romanos formaron en círculo y se abrieron paso luchando al tiempo que sus oficiales cargaban de manera suicida contra la masa bárbara.

Tan heroico sacrificio dio tiempo al resto del ejército para pasar el Weser, y una vez en la orilla Germánico levantó un campamento para asegurar la cabeza de puente. Esa noche el general recorrió las tiendas de sus hombres oculto bajo una capa de pieles, y quedó reconfortado por las ganas que tenían todos de combatir, ahora que al fin habían atraído a los bárbaros a una lucha justa en campo abierto tras años de emboscadas y asedios.

Combate entre romanos y germanos en la batalla de Idistaviso según la Historia Hutchinson de las Naciones.

Foto: Wikimedia Commons

Así el ejército romano avanzó al alba con la moral bien alta sobre la llanura de Idistaviso, desplegado en dos líneas, con los auxiliares al frente seguidos por los arqueros y las legiones detrás; el flanco derecho se apoyaba sobre el río y la caballería estaba lista en la izquierda para rodear al enemigo. De improviso aparecieron sobre ellos ocho águilas volando directamente hacia los bárbaros, y Germánico animó a sus hombres a “seguir las aves de Roma, los espíritus guardianes de las legiones” a la victoria.

El primer choque fue entre los auxiliares y los guerreros germanos, quienes aguantaron por un tiempo el embate hasta que las legiones llegaron al combate acompañadas por la carga de la caballería romana por el flanco. Superados en combate los germanos dieron media vuelta y huyeron, escapando Arminio por los pelos tras haberse cubierto la cara con su propia sangre para no ser capturado. Cuenta Tácito que muchos germanos se ahogaron en el Weser, mientras que otros se subieron a los árboles y allí “fueron derribados por los arqueros por diversión”, la matanza fue de tal magnitud que a lo largo de diez millas “el suelo quedó cubierto de muertos y armas, junto a las cadenas que los bárbaros habían traído para esclavizar a los romanos”.

La batalla definitiva

Tras esta derrota los germanos se retiraron al territorio de los angrivarios, atrincherándose tras un muro rodeado por bosques y ciénagas, donde se habría de producir el último choque entre ambos comandantes. Armino preparó otra de sus trampas ocultando a parte de su ejército en el bosque para caer sobre la retaguardia romana cuando Germánico atacara el parapeto, pero este desplegó frente a ellos las cohortes auxiliares y la caballería.

Con la amenaza neutralizada las legiones avanzaron pesadamente contra su odiado enemigo, siete años de guerra, brutalidad y venganzas culminarían en la reñida lucha por el muro. Bajo una lluvia de jabalinas los romanos se abalanzaron contra el parapeto, con el propio general romano al frente de la guardia pretoriana escudo en mano. Este primer asalto fue rechazado con graves pérdidas, pero los legionarios retrocedieron ordenadamente mientras los honderos, arqueros y la artillería castigaban a los bárbaros.

Lucha entre bárbaros y romanos en el sarcófago Portonaccio Massimo, Museo nacional Romano, Roma.

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Tras rehacer su formación Germánico volvió a la carga tras haber dado órdenes de no tomar prisioneros pues según Tácito “solo el exterminio completo de la raza [germana] pondría fin a la guerra”. El tira y afloja se prolongó durante horas, con el superior armamento y disciplina de los romanos igualados por el ingente número de enemigos, Arminio tuvo que retirarse malherido, y finalmente la línea germana se rompió, dejando el campo a los victoriosos soldados romanos, quienes levantaron un gran montículo con las armas del enemigo dedicado a “Marte, Júpiter y Augusto”.

Una vez conseguida esta gran victoria Germánico emprendió el camino hacia la Galia a bordo de la flota, pero antes de llegar una terrible tormenta hundió la mayoría de las naves, lanzando a los soldados contra la costa de Britania o islas desiertas donde “las tropas murieron de hambre salvo aquellas que pudieron alimentarse de los caballos muertos que el mar arrojaba a la playa” Su comandante consiguió llegar sano y salvo a la orilla, pero su desesperación ante la tremenda debacle fue tal que intentó ahogarse en el mar gritando que todo era culpa suya. Aunque muchos legionarios fueron rescatados cuando amainó el temporal la mayoría habían muerto, lo que animó a los germanos a volver al ataque saliendo de sus escondites.

Germánico se intenta arrojar al mar tras el desastre en este grabado de Johann Wilhelm Kaiser.

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De nuevo Germánico tuvo que enfrentarse a ellos en batalla, venciendo en una última serie de combates que al fin quebraron su espíritu, lamentándose los bárbaros de que “los romanos eran invencibles, a prueba de cualquier desastre”. Pese a ellos esta última sangría fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de Tiberio, quien veía como su popularidad bajaba día a día frente a la de su hijo adoptivo.

Una victoria incompleta

De este modo ordenó a Germánico que volviera a Roma, donde le esperaba un glorioso triunfo y el cargo de cónsul. Su sobrino rogó y suplicó: con solo un año más de guerra se podría acabar con los bárbaros y asegurar una paz duradera con la muerte de Arminio, pero el emperador fue inflexible y tuvo que abandonar el mando mientras el Imperio hacía la paz con los pueblos germanos. Sin razón de ser la coalición anti romana se rompió, y las tribus volvieron a sus rencillas de siempre.

El 27 de mayo del 17 el general romano marchó a la cabeza de sus soldados por las calles de la capital entre las aclamaciones de la plebe, a quien el emperador había repartido 300 sestercios por cabeza para conmemorar la victoria. Entre las resplandecientes filas de las legiones desfilaban dos de las tres águilas perdidas en Teutoburgo, junto con el botín obtenido y cientos de cautivos bárbaros entre los que destacaba la altiva Thusnelda y su hijo Tumélico. Escribe Tácito que el cortejo incluía también algunas maquetas de las batallas más destacadas, con carteles en los que se explicaba la evolución de los combates. El Senado votó numerosos honores al conquistador, entre ellos la construcción un templo dedicado a la diosa Fortuna a orillas del Tíber.

Thusnelda desfilando en el triunfo de Germánico. Óleo de Ludwig Philipp, 1867.

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Germánico fue entonces nombrado gobernador de Siria, donde la pugna con los persas por Armenia había provocado la huida del rey cliente Artabano. El sucesor a la corona convirtió este encargo en un gran tour de relaciones públicas en el que pasó por Grecia y Egipto ante la adoración de las masas, que acudían a recibirlo a miles en cada ciudad que visitaba. Sin embargo las mieles del triunfo pronto se le agriaron a causa del odio que le profesaba el antiguo gobernador de la provincia Cneo Calpurnio Pisón, quien le hizo la vida imposible saboteando todas sus órdenes y propagando rumores de usurpación.

El general moriría tres años más tarde en oscuras circunstancias que apuntaban a su envenenamiento, por lo que Tiberio hizo recaer las culpas en Pisón, quien fue juzgado por el Senado y ejecutado. Su memoria quedó consagrada en inscripciones y arcos de triunfo levantados por todo el Imperio, un último tributo de Roma al hombre que la había salvado de las horda bárbaras.

Tras su muerte se levantaron numerosos arcos de triunfo en honor de Germánico por todo el imperio, en Saintes (Francia) todavía se conserva uno.

Foto: Wikimedia Commons

¿Y Arminio? Una vez pasado el peligro romano se enzarzó en una guerra con Marbod, a quien derrotó ante la indiferencia de Tiberio, quien prefería mantener la paz a defender sus aliados. Según Tácito algunos reyes bárbaros le ofrecieron acabar con él si les enviaba un veneno, pero el emperador respondió que “mediante las armas y no con traición se tomaban los romanos venganza de su enemigos". Con todo al final fueron los propios germanos quienes acabaron con su líder, temerosos de perder su independencia si este se convertía en rey de una Germania unificada.

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