El duque (2020), de Roger Michell

Deliciosa comedia británica con tintes dramáticos y repleta de emotividad, está basada en hechos reales, y se convirtió en la última película con actores del fallecido en 2021 Roger Michell. Supone un estupendo broche de oro a la carrera del director de Notting Hill.

Kempton Bunton, de sesenta años, es una especie de quijote de la justicia social, incapaz de resistir mucho tiempo en sus diversos trabajos, ya sean de taxista o en una panificadora, le gusta hablar con la gente y pontificar sobre lo que le parece mal, lo que no todo el mundo acepta pacíficamente. Vive con su esposa, mujer de la limpieza bastante más práctica, y con su hijo Jackie. De vez en cuando les visita otro hijo, y pesa sobre todos la sombra de la muerte de la hija y hermana. La compra en 1961 por parte de la National Gallery de un retrato del duque de Wellington pintado por Goya, despierta la indignación de Bunton. Lo asombroso es que roba el cuadro con pasmosa facilidad, lo esconde en un armario, y pide anónimamente dinero, con el que querría pagar el impuesto de la televisión pública para jubilados y veteranos de guerra.

La película es en el fondo una pequeña miniatura, pero que discurre con agilísimo ritmo y está interpretada por unos actores en estado de gracia. Portentoso es Jim Broadbent –que trabajó con Michell en Le Week-End– como Bumpton padre, da el tipo de hombre enamorado de su mujer, ingenioso sabihondo, e idealista capaz de arremeter contra los molinos de viento de lo que está mal; mientras que una muy sobria Helen Mirren está perfecta como la mujer que no ha digerido bien la muerte de su hija, y que pone un poco de sentido común sanchopancesco en la vida de su marido. Los demás, buen plantel de secundarios, están muy bien, aunque merece la pena destacar a Fionn Whitehead, que se dio a conocer en Dunkerque, y que aguanta muy bien el tipo frente a estos grandes veteranos de la interpretación.

El guión de Richard Bean y Clive Coleman tiene el mérito de combinar elementos de distintos géneros y subgéneros sin adscribirse del todo a ninguno, y sin que la mezcla chirríe, de modo que hay espacio para la comedia, el drama, el romance, el cine social, el cine de robos y el cine judicial, en perfecto equilibrio. Como todo el mundo sabe, abrir paso a la sonrisa, la risa y el límite con la lágrima, todo en una misma historia, no es tan sencillo, y Michell lo consigue sobradamente.