Después de una larga batalla contra el cáncer, a los 71 años murió Ryuichi Sakamoto. La noticia comenzó a circular este domingo desde su cuenta de Twitter, donde además se precisaba que la muerte del pianista y compositor se produjo el martes 28. Los funerales se desarrollarán en la intimidad de su familia, según un comunicado que concluye con una de las citas latinas preferidas del artista japonés: “Ars longa, vita brevis”.

Nacido en 1952 en Nakano, región de la Nueva Metrópolis de Tokio, Sakamoto podría ser considerado un pionero de la experimentación con los cruces entre la música étnica oriental, el pop global y los expedientes de la tradición clásica occidental, actualizados desde la electrónica. Aunque, como sucede con los que arriesgaron a dibujar nuevos mapas, cualquier intento por ubicar en las coordenadas del pasado su obra resulta inevitablemente parcial.

Más allá de la dialéctica de los géneros, la música de Sakamoto –una especie de “no lugar” sonoro no exento de virtud–, encontró en el cine un espacio acogedor y un complemento apropiado. Buena parte de su obra se despliega desde y hacia la industria cinematográfica, donde obtuvo distintos reconocimientos con unas 45 columnas sonoras. En 1988 recibió el Oscar a la mejor banda sonora por su trabajo, junto a David Byrne y Cong Su, para El último emperador (1987), la película de Bernardo Bertolucci, con quien más tarde colaboró en Pequeño Buda (1993). Snake Eyes (1998) y Femme Fatale (2002), de Brian De Palma; Tacones lejanos (1991), de Pedro Almodovar; Wild Palms (1993), de Oliver Stone; El renacido (2015), de Alejandro González Iñárritu, y Feliz Navidad, Mr. Lawrence (1983), de Nagisa Ōshima –un filme sobre un campo de prisioneros japonés durante la Guerra del Pacífico, donde también aparecía como actor y protagoniza la antológica escena del beso con David Bowie–, son algunas de las películas que cuentan con su música.

Con la sensibilidad de una época de cambios profundos, entre los hallazgos y los extravíos de la globalización, entre la admiración por Debussy, Cage, Los Beatles y Coltrane, la discografía de Sakamoto se puede interpretar como un inquieto prontuario de obsesiones y búsquedas, en las que la idea de mezcla se resignifica desde un horizonte delicadamente experimental. Álbumes como Neo Geo (1987), Beauty (1989), Heartbeat (1991), Benedict Beauty (1992), Discord (1997), Casa (2001) y Derrida (2002), por nombrar algunos, dan cuenta de un compositor sin tiempo ni espacio, capaz de fusionar pop, música clásica, electrónica y sonidos étnicos, en colaboración con músicos tan interesantes cuanto disímiles, como Jacques Morelenbaum, David Sylvian, Brian Wilson y Youssou N'Dour, entre otros.

Desde un concepto más acústico, cercano al de la tradición clásica, el japonés compuso 1996, para piano, violín y violoncello, y BTTB (1999), para piano, obras que se convirtieron, por supuesto, en dos discos. Bandas de sonido para series de televisión, videojuegos e instalaciones sonoras, complementaron en la década del ’90 una tarea que entrado el nuevo siglo se perfiló hacia el llamado “ambient”. En ese rubro Sakamoto trabajó con artistas experimentales como el austríaco Christian Fennesz, entre otros.

Las de Sakamoto fueron verdaderas travesías sonoras, ante las cuales la industria se vio en la necesidad de acuñar nuevos rótulos para explicarlas. “Synth pop” y “Electropop”, por ejemplo, son términos sirvieron para encuadrar su trabajo temprano con la Yellow Magic Orchestra, la banda que entre los ’70 y principios de los ‘80 impulsó con Yukihiro Takahashi y Haruomi Hosono, poco después de graduarse en Música Electrónica en la Universidad de Arte de Tokio. Influenciado por la estética de Kraftwerk, el trío pronto se convirtió en uno de los grupos más exitosos de Japón. Con Computer Game (1980) alcanzaron el Top 20 en el Reino Unido.

Como solista Sakamoto había debutado antes, en 1978, cuando grabó Thousand Knives – título derivado de un texto de Henri Michaux–, un álbum de música electrónica decididamente experimental, en el que, entre otras cosas, lee con el vocoded –sintetizador de voz– un poema de Mao Tse-Tung. Poco después se acercaba a un electro-funk de buenos modales con algunos de los temas de B-2 Unit. Continuaba así un camino que sería continuamente redimiensionado por formas virtuosas de eclecticismo, con obras que influenciarían a bandas como Duran Duran, Depeche Mode o Ultravox, o que serían reversionadas entre otros por Eric Clapton, Mariah Carey, Orbital o Afrika Bambaataa. Más cerca de nosotros, Raúl Carnota hizo la letra de “Tango”, un vals que Sakamoto incluyó en su disco Smoochy (1996) y que acá grabó el gran Caracol Paviotti en su trabajo Compás de espera (1997).

Defensor de la desnuclearización, Sakamoto fue el impulsor del festival No Nukes en 2012, para el que generó la reunión de la Yellow Magic Orchestra. En 2014 se le diagnosticó cáncer de garganta y a pesar de anunciar a través de una carta en su página Web que se veía obligado a cancelar todos sus compromisos, continuó trabajando en las bandas sonoras de El renacido y Nagasaki: Memories of My Son. Otro duro revés llegó en 2020, cuando descubrió que tenía cáncer de recto. Sin poder ya actuar en escenarios, transmitió en vivo una serie de conciertos virtuales que quedaron registrados en Playing the Piano 12122020, disco que se lanzó a finales de 2021, poco después de Garden of Shadows and Light, el registro de un concierto realizado en Londres en 2018, en colaboración con David Toop.

La densa melena blanca, las gafas redondas y el gesto elegante y minimalista, tan parecido al de su música, quedarán como el complemento de la iconografía pop de un compositor que se describía a sí mismo como “tímido y nada exhibicionista”. A pesar de la enfermedad que lo castigaba, a principios de este año Sakamoto lanzó 12, un álbum  en el que por momentos se escucha su respiración inestable, producto del tratamiento contra el cáncer. Un reflejo de su estilo tardío, la declaración de un rasgo que desde sus comienzos atravesó su música: la transitoriedad.

Con Sakamoto se va un músico experimental pero integrado, audaz pero cuidadoso. El oriental que descubrió Occidente. El creador de la eficaz banda sonora para una época de vacilaciones y pasiones tristes.