Las chimeneas de la refinería Gibraltar-San Roque resplandecen sobre el cielo despejado. A pocos metros, ocho grúas se yerguen altivas como una gran espina dorsal. A sus pies, cientos de contenedores de colores encajan en una línea precisa. Desde el ferry que nos conduce de Algeciras a Ceuta, contamos los inmensos cargueros que se ven a simple vista: ahora mismo, 23. Se mueven con amodorrada lentitud, peñón de Gibraltar al fondo. Algunos aguardan su turno para el bunkering , el repostaje en aguas portuarias. El aire huele a humo en el puerto de Algeciras, el mayor de España, de 10 kilómetros de largo. Cuesta dejar atrás este Lego milimetrado para entrar a mar abierto con la proa enfilada hacia la costa africana. Como si navegar pesara, como si la travesía no fuera fácil.
Nunca lo fue. Cruzamos una de las encrucijadas naturales más estratégicas del planeta: el estrecho de Gibraltar. Una frontera de escasos 14 kilómetros de ancho en su punto más angosto que une dos masas de agua, el Atlántico y el Mediterráneo, pero separa dos continentes, Europa y África, con sus culturas, civilizaciones y economías. Un pasillo común que fue una de las primeras rutas comerciales de la historia y hoy es el itinerario más corto para transportar mercancías desde China y Oriente Próximo hasta las costas atlánticas. Y con nuevos puertos como el de Tánger Med, en Marruecos, en el que desde 2007 se ha creado un nudo industrial y de comunicaciones.
Cada día cruzan el Estrecho 400 cargueros. Se embarcan más de 1.400 camiones. «Casi todo lo que se compra en un centro comercial de Europa ha pasado por aquí: la camiseta que vistes seguro que ha conocido las aguas del Estrecho», se lamenta la bióloga marina Eva Carpinelli, residente en Tarifa. Un tercio del combustible que consumirá el planeta circula por esta encrucijada que también es geopolítica, sobre la que se posan todas las miradas. Las bases militares de Rota y de Gibraltar lo apuntalan y a menudo piden paso en esta autopista aciaga, la de mayor densidad de tráfico marítimo del mundo.
Pero a pocos metros bajo nuestros pies, el gran azul actúa como el opaco telón de un escenario que oculta un espectáculo asombroso. Solo unos delfines que saltan cerca del ferry anuncian el paraíso submarino. Y es que en esta conexión natural entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo que baraja profundidades de entre 90 y 960 metros conviven fondos arenosos cubiertos por praderas de fanerógamas marinas con fondos rocosos donde brillan esponjas y corales rojos, anaranjados, blancos. Arrecifes, pináculos, cuevas marinas sumergidas. Gorgonias, bosques de laminarias, verdaderas selvas bajo el mar. En sus aguas se han inventariado 2.000 especies marinas, tanto mediterráneas como atlánticas. Se trata además de un corredor migratorio único, tanto para las aves como para los mamíferos: 22 especies de cetáceos han sido avistadas desde ambos lados del estrecho de Gibraltar.
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Este artículo pertenece al número de Mayo de 2024 de la revista National Geographic.