En este mes de abril hablaremos de un joyero que nació este mismo mes (aunque en 1860) y que seguramente todos conozcáis: René Lalique, sin duda estandarte de la joyería francesa durante la época del Art Nouveau.
La expresión Art Nouveau deriva de la tienda que abrió Siegfried Bing en París en 1895, llamada “La Maison de L’Art Nouveau”. Afectó a prácticamente todas las ramas de las artes y de las artes aplicadas: grandes pintores como Bonnard y Vuillard decoraban muebles, Toulouse Lautrec y Alphonse Mucha producían posters, destacaban ilustradores como Aubrey Beardsley, los objetos de cristal de Emile Gallé, la arquitectura de Hector Guimard… Las creaciones que se llevaron a cabo bajo su influjo poseían varios puntos en común: líneas que fluían libremente, un rechazo total a la rigidez y a la pesadez de la mitad anterior del siglo y a los estilos anteriores. Recurría a líneas sinuosas y composiciones asimétricas. Los motivos más frecuentes eran flores, hojas y la figura femenina. De forma paralela, la firma de acuerdos comerciales con Japón en 1859 hizo que llegaran grandes cantidades de objetos a Europa, particularmente a París, hecho que influyó enormemente en el arte.
Lalique deseaba ser pintor; sin embargo, a la muerte de su padre y con 16 años, comenzó a trabajar como aprendiz de un famoso joyero parisino, Aucoc. Tras dos años decidió continuar sus estudios en Inglaterra, entrando en contacto con el Art Nouveau. Volvió a París en 1881 y abrió su propio taller, al principio con un modesto éxito, hasta 1891, cuando recibió un encargo de una importante figura del teatro, Sarah Bernhardt.
Lalique pasó los siguientes tres años estudiando técnicas de fabricación de vidrio, material común en sus mejores piezas. En 1895 alcanzó un éxito sin precedentes en París, tras su exhibición en el París Salon. Lalique creía que el valor material de los materiales empleados en una joya era totalmente irrelevante, por lo que empleaba de forma indistinta cristal, esmalte, marfil o ámbar tallados, gemas o perlas, en función de lo que considerara que el diseño le pedía. En cuanto a los metales, utilizaba oro de diferentes colores, junto con plata, plata con pátina, cobre y acero. Sin embargo, sus favoritos eran el cristal y el esmalte, convirtiéndose en un maestro de la técnica del plique à jour.
Sus motivos procedían de la naturaleza: animales, peces, plantas, e insectos; sobre todo insectos. A veces seguía la naturaleza con gran precisión; otras veces, la representación era más fantasiosa o abstracta. Otra indudable fuente de inspiración para Lalique, y para muchos otros artistas del movimiento, fueron los grabados de Japón y del Lejano Oriente.
En 1896 Lalique volvió a exponer en el París Salon, exhibiendo esta vez su primer desnudo, tallado en marfil blanco y actuando como tema central de la joya. Los desnudos se convirtieron en un tema recurrente en sus posteriores piezas, algo que rápidamente fue muy imitado. Uno de los ejemplos más magníficos de este tipo fue el encargado por Gulbenkian: un broche que le prestó a Sarah Bernhardt. A primera vista parece una libélula, pero una inspección más detenida revela una criatura con un largo cuerpo y garras. De sus mandíbulas abiertas sale el torso de una mujer que en vez de brazos tiene unas enormes alas con plique à jour. Otro estilo que evolucionó a partir de estas piezas es el perfil de una mujer, bien en oro o marfil con peinados complejos al estilo del Art Nouveau.
Lalique fue sin duda un joyero inspirador que marcó una tendencia en la rama de la joyería, siendo imitado por otros colegas de profesión como por ejemplo Masriera, admirador confeso de su trabajo.