Adelante - Agramonte: imagen de un pueblo

Los 11 de mayo poseen un alto significado para los camagüeyanos. Es una fecha que hace pensar en la caída de nuestro héroe epónimo, Ignacio Agramonte Loynaz, en 1873, en el Potrero de Jimaguayú. En el hombre que nos trasmitiera la herencia ética, de ideales independentistas, de guerrero inmaculado y de amor incondicional por la Patria.

En síntesis, su vida refleja un caudal de sacrificios. La persecución del sueño de soberanía lo llevó a calzar las botas militares y enfrentar a uno de los ejércitos más poderosas del mundo, en aquel tiempo.

“Agramonte siempre daba ejemplo de valor y serenidad en todos los lances más comprometidos de aquella desigual pelea (…) por aquellas inmensas sabanas, y detrás de una frenética legión de enemigos que no daban ni querían cuartel; desnudos, con hambre y sin tiempo para comer...”, escribió el Generalísimo, Máximo Gómez Báez, en el periódico La República, de Nueva York.

Ante una capacidad de casi 20 000 contendientes ibéricos, en espera de refuerzos, armados con fusiles remington, cañones, y suficientes municiones, el sueño de la libertad parecía casi imposible. Sin embargo, como expresara El Mayor, en la reunión en la sabana de La Redonda, los mambises contaban “¡Con la vergüenza!”, que según el Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, fue su primer servicio extraordinario,
que salvó a la Revolución de las actitudes vacilantes de los hermanos Arango.

Como apunta el historiador Ricardo Muñoz Gutiérrez, el Diamante con Alma de Beso “… supo, en las condiciones de la guerra en Cuba y en específico en el Camagüey, adoptar la forma organizativa más conveniente para las unidades combativas de su ejército (...) su caballería, (…) constituye el ejemplo más elocuente al respecto...”, uno de los ejemplos más fehacientes y que ilustran la efectividad y fiereza inigualable de aquellos jinetes, resulta el épico rescate de Julio Sanguily, protagonizado por los 35 montaraces que salvaron al brigadier de los más de 120 servidores del ejército español.

Quizás aquel resulta uno de sus encuentros más conocidos, pero desde su debut como líder militar, en el combate de Altagracia, participó en acciones como Las Minas de Juan Rodríguez, El Clueco, Las Tunas, El Cercado, La Industria, La Caridad de Arteaga, Ingenio Grande, El Rosario, El Socorro, Curana, Las Piedrecitas, La Entrada, El Mulato, La Redonda, Guaicanamar, La Horqueta, Palmarito, La Trinidad, Sebastopol, Con-
suegra, Las Catalinas, El Quemado, y Cocal del Olimpo.

Sobre la capacidad de su caballería detalla Casasús en el libro Vida de Ignacio Agramonte que en el último de los combates mencionados destrozó a la columna de Abril, y el 17 de noviembre de 1871, a las fuerzas del Tigre. Destaca que esa fue una “... táctica (...) seguida por Viriato contra los romanos, en Tríbola por Muza Ben Nozair, a orillas del Tajo; contra los godos, en el sitio de Mérida y por el General Gómez en Palo Seco y las Guásimas de Machado entre otras…”.

La inteligencia sobre el terreno lo hizo grande, así como su pericia, representada en la fundación de los talleres de guerra, la creación de circulares, el trato respetable, severo y justo con los subordinados, la constancia, el estudio frecuente de los oficios del arte de la guerra, aun lejos del campo de batalla, en los que sembró el espíritu de la gloria entre su tropa, como planteara el coronel insurrecto Enrique Loret de Mola.

Justo cuando Camagüey se alzaba como una fortaleza temida por los voluntarios españoles, y el excelso Bayardo tejía una invasión a Las Villas aconteció “... uno de esos días nefastos que se marcan en la vida de los pueblos con caracteres indelebles”, a decir del historiador Juan Torres Lasqueti.

Las sombras de la muerte se tendieron sobre el Potrero de Jimaguayú. Una repentina descarga de fusiles de la 6ta. Compañía del batallón de infantería de León, lo sorprendió mientras cruzaba el enclave, para alistar al combate a la caballería villareña. Las balas, que salieron de
entre la hierba de guinea, alcanzaron la sublime figura, como una suerte de represalia, por las victorias sobre el capitán Setién, conocido como El tigre, y el coronel Abril.

Jorge Juárez Cano nombró aquel fatídico acontecimiento como el “drama de Jimaguayú, que provocó nefastas consecuencias en la Guerra de los Diez Años, en todos aquellos seguidores del gran Ignacio. Según Serafín Sánchez, “todo era aflicción y tristeza, los que hablaban, hacíanlo en voz baja y de duelo, como hacen las familias numerosas cuando han perdido a uno de sus deudos…”.

El Mayor, Ignacio Agramonte Loynaz, es uno de los genuinos símbolos de las buenas obras y orgullo de Camagüey. Su nombre deviene sinónimo de libertad y la mayor estampa de las cualidades morales de esta tierra. Los 151 años de su deceso, evidencian la entrega de un hombre a las causas nobles y cuánto puede calar la hondura de su espíritu en las esencias de un pueblo, de un país, y en todas las generaciones de cubanos.