Presbiteriano Reformado - Mas el justo vivirá por la fe



Las dos partes de la Palabra de Dios:
La Ley y el Evangelio

por Teodoro de Beza

Teodoro Beza

Eso que llamamos la Palabra de Dios: Sus dos partes – la Ley y el Evangelio

En este asunto llamamos “Palabra de Dios” (pues sabemos bien que el eterno Hijo de Dios es también llamado así) a los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento; ya que proceden de la misma boca de Dios.

Dividimos esta Palabra dentro de dos partes o tipos principales: una es llamada la “Ley”, la otra el “Evangelio”. Esto es debido a que todo el resto puede ser reunido bajo uno u otro de estos dos encabezados.

A lo que llamamos Ley (cuando es diferenciada del Evangelio y es tomada como una de las dos partes de la Palabra) es una doctrina cuya semilla está escrita, por naturaleza, en nuestros corazones. Sin embargo, para que tuviésemos un conocimiento más exacto de ella, fueron escritas por Dios en dos tablas y resumidas en diez mandamientos. En ellos él estableció para nosotros la obediencia y la justicia perfecta las cuales debemos a Su majestad y a nuestros prójimos. Esto en términos en contraste: o la vida eterna, si mantenemos la Ley perfectamente sin omitir ningún punto, o la muerte eterna, si no satisfacemos el contenido de cada uno de los mandamientos (Deuteronomio 30:15-20; Santiago 2:10).

A lo que llamamos Evangelio (“buenas noticias”) es una doctrina que no está del todo contenida en nosotros, por naturaleza, pero que es revelada desde el Cielo (Mateo 16:17; Juan 1:13), y sobrepasa totalmente a todo conocimiento natural. Aquí Dios nos testifica que es Su propósito salvarnos libremente por Su único Hijo (Romanos 3:20-22), a condición de que, por fe, lo abracemos a él como nuestra única sabiduría, justicia, satisfacción y redención (1 Corintios 1:30). Por esto, digo, que el Señor nos testifica todas estas cosas, y aún lo hace de tal manera que al mismo tiempo que renueva nuestras personas, de una manera poderosa, para que podamos aprovechar las ventajas que se nos ofrecen (1 Corintios 2:4).

Las similitudes y diferencias entre la Ley y el Evangelio

Debemos prestar mucha atención a estas cosas. Para que, con buena razón, podamos decir que la ignorancia entre esta distinción entre Ley y Evangelio es una de las principales fuentes de los abusos que han corrompido y aun corrompen a la Cristiandad.

La mayoría de los hombres, cegados por el justo juicio de Dios, en realidad nunca han considerado seriamente a lo que la maldición de la Ley nos ha sometido, ni porqué ha sido establecida por Dios. Y, para el Evangelio, ellos casi siempre han pensado sobre este como nada más que una segunda Ley, más perfecta que la primera. De esto ha venido la distinción errónea entre precepto y nueva [noticia]; a lo cual le ha seguido, poco a poco, la ruina total de los beneficios de Jesucristo.

Ahora, además de esto, debemos considerar estas cosas. La Ley y el Evangelio tienen en común que ambos provienen del único Dios verdadero, siempre consistente consigo mismo (Hebreos 1:1-2). Por lo tanto, no debemos pensar que el Evangelio suprime la esencia de la Ley. Por el contrario, la Ley establece la esencia del Evangelio (Romanos 10:2-4); esto lo explicaremos un poco más adelante. Para ambos anteponemos al mismo Dios y la esencia de la misma justicia (Romanos 3:31), los cuales habitan en perfecto amor a Dios y a nuestros prójimos. Pero existe una gran diferencia en estos puntos los cuales tocaremos, y especialmente lo concerniente al significado de obtener esta justicia.

En primer lugar, como hemos dicho antes, la Ley está en el hombre natural. Dios la ha grabado en su corazón desde la creación (Romanos 1:32; 2:14,15). Cuando, por un largo tiempo después, Dios preparó y exhibió las dos tablas de la Ley, esto no iba a ser una nueva Ley, sino sólo para restaurar nuestro conocimiento original de la Ley natural que, debido a la corrupción del pecado, fue poco a poco borrada del corazón del hombre (Romanos 7:8-9). Pero el Evangelio es una doctrina sobrenatural que nuestra naturaleza nunca habría estado capacitada para imaginar ni capacitada para aprobar sin una gracia especial de Dios (1 Corintios 1:23; 2:14). Pero el Señor lo ha revelado, primeramente a Adán poco después de su pecado, como Moisés declara (Génesis 3:15), mucho después a los patriarcas y profetas en grados crecientes según le pareció mejor a él (Romanos 1:2; Lucas 1:55,70), hasta el día en que se manifestó en la persona de Jesucristo. Él es quien ha anunciado claramente y cumplido todo lo que está contenido en el Evangelio (Juan 15:15; 6:38). Dios aún revela este Evangelio hoy y lo revelará hasta el fin del mundo por la predicación instituida en Su Iglesia (Juan 17:18; Mateo 28:20; 2 Corintios 5:20).

En segundo lugar, la Ley nos pone al descubierto la majestad y justicia de Dios (Hebreos 12:18-21). El Evangelio nos expone esta misma justicia, pero ya pacificada y satisfecha por la misericordia manifestada en Cristo (Hebreos 12:22-24).

En tercer lugar, la Ley nos manda a nosotros mismos a cumplir la justicia que nos demanda, es decir, la perfecta obediencia a sus mandamientos, lo cual es ordenado para escapar de la culpa. Esta es la razón por las que nos muestra nuestra maldición y nos somete a sus mandamientos, como el apóstol lo declara (Romanos 3:20; Gálatas 3:10-12). Pero el Evangelio nos enseña dónde encontraremos lo que no tenemos, y habiéndolo encontrado, cómo estaremos capacitados para disfrutarlo. Este es el porque se nos libra de la maldición de la Ley (Romanos 3:21,22; Gálatas 3:13,14). En conclusión, la Ley nos pronuncia bendecidos cuando la cumplimos sin omitir nada; el Evangelio nos promete salvación cuando creemos, es decir, cuando, por fe, nos apoderamos de Jesucristo quien tiene todo lo que nos hace falta, y aún más de lo que necesitamos. Ahora, estos dos términos – hacer lo que la Ley manda, o creer lo que Dios nos ofrece en Jesucristo – son dos cosas que no solamente son muy difíciles sino que también imposibles para nuestra naturaleza corrompida. Esto último, como san Pablo dice, ni siquiera pueden percibir lo que es de Dios (2 Corintios 3:5; Filipenses 1:29). Es por ello que es necesario agregar una cuarta diferencia entre la Ley y el Evangelio.

Así, la cuarta diferencia entre la Ley y el Evangelio es que la Ley, por sí misma, solo puede mostrarnos, y hacernos ver, nuestro mal más excesivamente, y agravar nuestra condenación; no por ninguna falla en sí misma (porque esta es buena y santa), porque nuestra naturaleza corrupta arde por el pecado cuanto más es reprendido y amenazado, como san Pablo ha declarado a través de su propio ejemplo (Romanos 7:7-14). Pero el Evangelio no solo nos muestra el remedio contra la maldición de la Ley, sino que es acompañada, al mismo tiempo, por el poder del Espíritu Santo quien nos regenera y nos cambia (como hemos dicho más arriba); para él crear en nosotros el instrumento y el único medio de aplicación de este remedio para nosotros (Hechos 26:17,18).

Para poder hablar con mayor claridad, permítanos exponer estas palabras “letra” y “espíritu” las cuales algunos la han tomado en un sentido equivocado. Digo, por tanto, que el Evangelio no es “letra”, es decir, no solo una doctrina muerta que nos presenta en su desnudez y sencillez (no digo estas cosas como las que son apropiadas para nosotros hacer – este es el oficio de la Ley) las cosas que son necesarias para nosotros creer: que la salvación es libremente prometida en Jesucristo a aquellos que creen; pero es “espíritu”, es decir, un poderoso medio lleno de eficacia del Espíritu Santo, y lo usa para crear en nosotros el poder de creer las cosas que él nos ha enseñado, es decir, a abrazar la libre salvación que es en Jesucristo. Es así que la Ley misma, la que nos mata y nos condena a nosotros mismos, nos justifica y nos salva en Jesucristo, apoderándonos de él por fe (Romanos 3:31).

Esta es la razón por la que he dicho que la Ley y el Evangelio no son contrarios a lo que se refiere a la esencia de la justicia con la que debemos estar vestidos con el fin de ser aceptados por Dios y participar en la vida eterna; pero son contrarios con respecto al medio de obtener esta justicia. La Ley busca en nosotros esta justicia; no considera lo que podemos hacer sino lo que deberíamos hacer (Gálatas 3:12). El hombre, de hecho, por su propia culpa, se ha hecho incapaz de pagar; sin embargo, no deja de ser un deudor incluso si no puede pagar. Y consecuentemente, la Ley no está equivocada en demandar de nosotros lo que debemos, aunque no podamos pagarlo. Pero el Evangelio, mitigando este justo rigor como con la miel de la misericordia de Dios, nos enseña a pagar por obra de Aquel que se ha hecho a Sí mismo nuestro Fiador, que se ha puesto a Sí mismo, digo, en nuestro lugar y pagó nuestra deuda, como deudor principal, y hasta el último centavo (Colosenses 2:13,14). De esta manera este rigor de la Ley que nos hace temblar en nosotros mismos y nos abate completamente, ahora nos confirma y nos acepta en Jesucristo. Pues como la vida eterna es una deuda a aquellos que han obedecido la Ley perfectamente, y Jesucristo ha cumplido toda justicia en nombre de los que deben creer en él y apoderarse de él por fe (1 Corintios 1:30; Filipenses 3:9), a esto sigue que, aunque de acuerdo con el rigor de la Ley, la salvación no puede fallar en quienes, por fe, han sido unidos e incorporados con Jesucristo.

Para qué fines el Espíritu Santo usa la predicación de la Ley

Teniendo mucho cuidado en entender esta distinción de las dos partes de la Palabra de Dios, la Ley y el Evangelio, es fácil entender cómo y para qué fin el Espíritu Santo usa la predicación de una y de la otra en la Iglesia. No hay dudas de que él los usa para el propósito con el que cada uno ha sido establecido.

Entonces estamos todos tan ciegos, mientras que nuestra corrupción reina en nosotros, que somos ignorantes incluso de nuestra ignorancia (Juan 9:41) y, no cesando de apagar la pequeña luz de conocimiento que se nos ha dejado para hacernos inexcusables (Romanos 1:20,21; 2:1), estamos satisfechos con aquello que debería ofendernos en gran medida. Es necesario, antes de todas las cosas, que Dios, todo bueno y lleno de compasión, nos haga saber claramente en la fosa maldita en la que estamos. Él no lo haría de una mejor manera que informándonos, por la declaración de Su Ley, lo que necesariamente debemos ser. Así, la oscuridad no puede ser mejor conocida que siendo puesta junta a la claridad (Romanos 3:20; 7:13).

Por esto fue que Dios comenzó con la predicación de la Ley. Solo en ella podemos ver cómo deberíamos ser; y aún así no podemos cumplir ni con un solo punto de la misma. Solo en ella, podemos ver que tan cerca estamos de nuestra condenación, a menos que venga a nosotros un remedio muy fuerte y seguro.

Y de hecho, la estupidez que ha reinado en el mundo en un momento y reina ahora más que nunca, muestra claramente que tan necesario es que Dios comience por este punto con el fin de acercarnos a sí mismo: haciéndonos saber que grande y certero peligro en quienes menos piensan en ella (la Ley). El hecho es que la Ley no fue dada para justificarnos (si esto fuese así, Jesucristo habría muerto en vano, como lo dice san Pablo; Gálatas 2:21; 3:18-21), pero, por el contrario, nos condena, y nos muestra el infierno que está abierto ampliamente para tragarnos, para aniquilar y humillar totalmente nuestro orgullo, haciendo que la multitud de nuestros pecados pasen delante de nuestros ojos y mostrándonos la ira de Dios que es revelada desde el Cielo contra nosotros (Romanos 1:18; 4:15; Gálatas 3:10,12). Sin embargo, por un largo tiempo los hombres han estado ciegos y sin sentidos. No solo buscan su salvación en la que los condena en todo o en parte, es decir, en sus obras, en lugar de correr a Jesucristo por fe, el único remedio contra todo aquello que puede justamente acusarnos ante Dios; pero, lo que es más, no cesan de agregar ley sobre ley a sus conciencias, es decir, condenación sobre condenación, como si la Ley de Dios ya no los ha condenado lo suficiente (Gálatas 4:9,10; 5:1; Colosenses 2:8, 16-23). Es como un prisionero a quien la puerta de la prisión le fue abierta, pero que, rechazando una libertad que este no entiende, entra y voluntariamente se encierra a sí mismo en una prisión que es aún más segura.

Entonces he aquí el primer uso de la predicación de la Ley; hacernos saber nuestras innumerables faltas para que en nosotros mismos empecemos a ser miserables y humildes en gran medida; y en definitiva, para engendrar en nosotros el primer grado de arrepentimiento que es llamado ‘contrición de corazón’; este produce una confesión completa y abierta hacia el Señor. Porque él que no sabe que está enfermo nunca vendrá al médico. ‘Al menos no hay ninguno menos adecuado de recibir la luz de la salvación que aquellos que piensan que ven claramente por sí mismos, a través de la falta de comprensión de lo gruesa que es la oscuridad en la que han nacido; tan grande que tienen que salir de ella. Por el contrario, ellos siempre la han hecho más gruesa de lo que era entonces, y no han dejado de lanzarse de buena gana en ella (Juan 9:41).

La otra parte de la Palabra de Dios llamada “Evangelio”: Su autoridad, por qué, cómo y para qué fin fue escrito

Después de la Ley viene el Evangelio, el uso y necesidad de cada uno no se puede entender mejor que señalando los siguientes puntos:

Primeramente, aun cuando hay un solo Salvador (Mateo 1:21; Hechos 4:12; 1 Timoteo 2:5), también hay una sola doctrina de salvación la cual es llamada Evangelio, es decir, las Buenas Nuevas (Romanos 1:16). Fue totalmente anunciado y declarado por las palabras de Jesucristo (Juan 15:15) y los apóstoles (Juan 17:8; 2 Corintios 5:19,20) y fielmente grabado por los Evangelistas (Efesios 2:20; 1 Pedro 1:25) a fin de evitar los engaños y artimañas de Satanás que, sin esto, le sería más fácil presentar a los hombres sus sueños bajo el nombre de Evangelio; sin embargo, él no ha fallado enteramente al hacerlo, por la justa venganza de Dios que ha sido provocado a ira contra los hombres que, en su manera acostumbrada, siempre han preferido la oscuridad antes que la luz. Y cuando decimos que los apóstoles y evangelistas han grabado fielmente toda la doctrina del Evangelio, entendemos tres puntos:

1. Ellos realmente no han añadido nada de sí mismos en cuanto a la sustancia de la doctrina concierne (Colosenses 1:28; 2 Timoteo 3:16,17), pero han obedecido con precisión y sencillez lo que el Señor les había dicho: “Vayan, prediquen todo lo que les he mandado” (Mateo 28:20); y san Pablo, escribiendo a los Corintios, confiesa que así lo hace (1 Corintios 11:23).

2. No han omitido nada de lo que es necesario conocer para la salvación. De otra manera, habrían sido desleales a su comisión lo cual no es posible. Y vemos también a san Pablo (Hechos 20:27; Gálatas 1:9) y san Pedro (1 Pedro 1:25) testificando, concienzudamente, cómo lo han hecho y, particularmente, en esta área (Juan 15:15; 16:13). Esa es la razón por la que san Jerónimo, escribiendo sobre este tema, dice, “parloteos y balbuceos no deben ser creídos sin la autoridad de las Sagradas Escrituras”. Y san Agustín dice más claramente, “es cierto que el Señor Jesús hizo muchas cosas que no fueron escritas; los mismos Evangelistas testificaron que Jesucristo dijo e hizo muchas cosas que no fueron escritas. Pero Dios ha escogido haber escrito las cosas que son suficiente para la salvación de los que creen (Juan 30:30-31).

3. Lo que han escrito, está escrito de tal manera de la mayoría de los incultos e ignorantes en el mundo, si sólo se les ofrecía, podrían entender lo que es necesario para su salvación (1 Corintios 1:26,27). Por otra parte, por qué habría sido escrito el Evangelio en un lenguaje en el cual todos estarían aptos para entender (1 Corintios 14:6-40), e incluso en la manera más familiar y popular de hablar que se haya podido escoger (1 Corintios 2:1). Por esta razón san Pablo dijo que si el Evangelio era oculto, era oculto para aquellos que estaban perdidos y cuyas mentes el dios de este mundo había cegado, es decir, los incrédulos (2 Corintios 4:3). Y, de hecho, la experiencia de todos los tiempos ha mostrado que Dios no ha llamado a los más sabios y a los más entendidos, pero, por el contrario, la mayoría de los más ignorantes del mundo (Isaías 29:14; Lucas 10:21; 1 Corintios 1:26,27; 3:18); entonces lejos de la verdad está, que él haya deseado ocultar o cubrir Su doctrina de modo que ésta no debería ser entendida por nadie.

Nos acercamos, entonces, a dos conclusiones de este discurso que son muy útiles en lo que estamos discutiendo:

Lo primero es, que no es necesario considerar como Evangelio nada que los hombres hayan agregado a la Palabra de Dios escrita, es decir, la doctrina contenida en los libros del Antiguo y Nuevo Testamento; todas las añadiduras son simplemente supersticiones y corrupción del único Evangelio verdadero de nuestro Señor (Mateo 15:9); san Pablo, también ha hablado sobre esto (Gálatas 1:8-9; 2 Timoteo 3:16,17). Y san Jerónimo ha escrito sobre este tema, “lo que es dicho sin la autoridad de las Sagradas Escrituras es también fácilmente hecho a un lado, como se ha dicho.”

La segunda conclusión es que estos que dicen que sólo pertenece a ciertas personas leer las Escrituras, y quienes, por esta razón, no quieren que sea traducida a los lenguajes comunes, por miedo a que mujeres sencillas y otras personas puedan leerla (Romanos 1:14; Gálatas 3:28; Mateo 11:28), son los verdaderos anticristos, e instrumentos de Satanás (Mateo 23:13); temen que sus abusos sean descubiertos por la llegada de la luz.

¿Cómo el Espíritu Santo usa la predicación externa del Evangelio para crear fe en el corazón de los elegidos, y endurecer a los réprobos?

De la misma manera en que la predicación externa del Evangelio es un olor de muerte para los rebeldes que se endurecen, pero que es un olor de vida para los hijos de Dios (2 Corintios 2:15,16). No es que esta fuerza y poder reside en el sonido de la palabra, o que venga de la energía de quien predica (1Corintios 3:7-8). Pero el Espíritu Santo, cuyo oficio estamos describiendo, usa estas predicaciones externas como un conducto o canal; él viene entonces a perforar a lo más profundo del alma, como lo dice el apóstol (Hebreos 4:12; 1 Pedro 1:23), a fin de que sea por Su gracia y bondad solamente, haciendo entender a los hijos de Dios que ellos pueden estar aptos para percibir y comprender este gran misterio de su salvación a través de Jesucristo (Hechos 16:14; Efesios 1:18,19). Entonces, él corrige sus juicios de modo que estos aprueben, con sabiduría de Dios, lo que los sentimientos y la razón habían pensado que era una locura (1 Corintios 2:6-16). Además corrige y cambia su voluntad de modo que, con ardiente afecto, ellos abracen y reciban el único remedio que es ofrecido en Jesucristo (Filipenses 1:29; Hechos 13:48) contra la desesperación en que, sin esto, la predicación de la Ley necesariamente los traería (Efesios 2:1, 4, 5).

Esto es, entonces, como el Espíritu Santo, por la predicación del Evangelio, cura la herida de la predicación de la Ley ha descubierto y agravado (Romanos 6:14). Esto, digo, es cómo el Espíritu Santo, por la predicación del Evangelio, crea en nosotros el don de la fe que viene, al mismo tiempo, apoderarnos de esto que es necesario para la salvación en Jesucristo; esto es lo que hemos mostrado anteriormente.

Traducido por: José Andrés Landeta

Link del artículo original, en inglés: The Law and the Gospel


[volver al menu]