Nuevos soldados del fascismo gay

Nuevos soldados del fascismo gay

Nuevos soldados del fascismo gay

El ideal de belleza masculina se ha domesticado, se ha democratizado y bebe de un ideal ario, aunque hoy parezca desligado de la ideología política.

Attila Richard Lukacs, Adam and Steve (1991).

16/04/2024

Las redes sociales son una megalópolis de cuerpos normativos. Especialmente Instagram. Y especialmente el Instagram de los usuarios gais, cuyos feeds son un muestrario de físicos tonificados en el gimnasio que comparten en busca de reafirmación o, lo que es lo mismo, likes. Parte de esta búsqueda del cuerpo “perfecto” se sustenta en la noción de que para su consecución se deben adoptar hábitos de vida saludable como la práctica sistemática de ejercicio físico o el control de la alimentación.

El discurso salubrista construye “un sistema disciplinador de las corporalidades basado en preceptos e índices matemáticos desarrollados desde el siglo XVII hasta su culmen en la eugenesia nazi de los años 30 del siglo XX”, señala la historiadora Tatiana Romero. De la misma manera que tales preceptos sustentan el ideal de belleza femenino en la delgadez, incluso a costa de la salud física y mental, el ideal masculino exige musculatura. En su denuncia contra la gordofobia o “gordo-odio”, Romero incide en la importancia de poner el foco “en cómo se intenta controlar y disciplinar a las corporalidades para que no sean gordas y en cómo, si lo son, deben ser eliminadas materialmente”. Todo ideal de belleza ejerce su influencia mediante mecanismos propios de regímenes totalitarios.

El profesor de estudios de género Jack Halberstam, autor de El arte queer del fracaso (Egales, 2018), relaciona el fascismo con la homosexualidad masculina por su potencial para “plantear preguntas sobre la relación entre el sexo y la política, la erótica de la historia y la ética de la complicidad”. Para ilustrar su planteamiento teórico, Halberstam se vale de la obra de dos artistas plásticos contemporáneos: el pintor Attila Richard Lukacs y la fotógrafa Collier Schorr. Ambos conectan la imaginería fascista con el homoerotismo para confrontar dos sistemas de representación que, en principio, deberían ser antagónicos. Con respecto a obras de Lukacs como Love in Union o Adam and Steve, explica que “crea mitologías gais a partir de combinaciones fetichistas de nacionalismo, violencia y sexo, y permite a la pornografía competir con la imaginería clásica”. Este fetichismo hipermasculino remite a la obra del artista plástico Touko Laaksonen (1920-1991), conocido con el sobrenombre de Tom de Finlandia, que suele interpretarse como una liberadora exaltación del eros masculino y deja de lado la posibilidad de que dicho imaginario no sea del todo revolucionario.

Attila Richard Lukacs, Love in Union – Amorous meeting (1992)

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El proyecto artístico de Collier Schorr titulado “Neue Soldaten” (Nuevos Soldados, 1998) se compone de retratos fotográficos de chicos jóvenes vestidos de soldados de diferentes regimientos, entre ellos el de Estados Unidos, el israelí y el nazi. Halberstam explica que, “a diferencia de Tom de Finlandia y de los skinheads de Lukacs, que comparten la reproducción del fetichismo nazi, las imágenes de Schorr reconocen el claro atractivo sexual de la imaginería militar, pero también captan la realidad incómoda de ese atractivo”. Según el discurso de Schorr con respecto a su obra, existe una fuerte conexión entre el horror y el eros que convierte la imaginería nazi en un fetiche sexual basado en el atractivo de lo prohibido y lo peligroso.

Esta masculinidad hipertrofiada funcionaba, en su momento y también ahora, en oposición a la femineidad estilizada tal y como decreta la concepción binaria del género. No obstante, lo que a mediados del siglo XX funcionaba como una manera de resignificar y reclamar elementos de opresión, hoy en día parece haber recuperado en parte su origen reaccionario a causa de la exaltación que se hace en las redes sociales de los cuerpos de hombres musculados y la negación y rechazo de los que no lo son.

Collier Schorr, “Night Porter (Mattias)”.

En el año 2015 el modelo egipcio Mina Gerges se hizo viral gracias a las recreaciones caseras que compartía en su cuenta de Instagram de looks de artistas pop como Beyoncé o Rihanna. El hecho de ser un hombre maquillado procedente de Oriente Medio y que, además, se mostraba completamente a gusto con su cuerpo, atrajo tal cantidad de ataques online que lo llevaron a cancelar su cuenta durante un tiempo. En una entrevista para Paper Magazine explica que había crecido viendo imágenes de hombres imposibles a los que él se quería parecer —en su mayoría blancos y delgados—, y que tales expectativas irrealizables le llevaron a desarrollar un trastorno alimenticio. “A los hombres gais se nos enseña a idealizar los cuerpos en forma y esculturales porque es el único tipo de cuerpo que vemos en apps de citas como Grindr […] Esto se filtra en la clase de actitud que tiene la gente cuando escribe ‘ni gordas ni pluma’ en las bios de sus apps de citas, y es evidente cuando ves a los Instagais que postean fotos sin camiseta para que sus miles de seguidores idolatren sus cuerpos”.

El creador de Grindr Joel Simkhai, al ser entrevistado por The New York Times, se define como una persona muy visual y considera que es la imagen lo que lleva a las personas a perseguir sus intereses. De esta manera defiende su app de las críticas que recibe. “Grindr me hizo estar en forma e ir con más frecuencia al gimnasio, tener mejores abdominales”, explica en esta entrevista. “La gente lo critica por ser superficial, pero yo no he inventado eso en la naturaleza humana. Lo que Grindr hace es elevar tu juego”.

El creador de Grindr considera que la imagen lleva a la gente a perseguir sus intereses y reconoce que la app le llevó a estar más en forma

La estética espectacular propia de los fascismos también ejerció su influjo sobre hombres homosexuales en el pasado, al menos aquellos que por su buena posición social se veían seguros de sus peligros. Uno de ellos fue el arquitecto estadounidense Philip Johnson, conocido por llevar a Nueva York el concepto de estilo internacional tras conocer a Mies van der Rohe, director de la Bauhaus, en una de sus visitas a Berlín. En sus viajes a Alemania se dedicó a sus estudios sobre arquitectura, y también buscó experiencias sexuales con hombres y se dejó seducir por el espectáculo de las concentraciones nazis llenas de chicos jóvenes vestidos de cuero negro, atractivo erótico que no tardaría en sublimarse en una defensa acérrima de la ideología nazi. Así lo cuenta el escritor y poeta Gregory Woods en Homintern: Cómo la cultura LGTB liberó al mundo moderno (Dos Bigotes, 2019), donde hace un recorrido a través de la influencia que múltiples referentes LGTBIQA+ han ejercido sobre la cultura occidental que parte del siglo XIX hasta llegar a la actualidad. En su capítulo “Flirteando con el fascismo”, también señala que el director italiano Luchino Visconti, aunque consagró su carrera a la lucha contra el fascismo de su país, también se sintió atraído por el componente estético de los desfiles nazis. Tal y como le confiaría a un amigo, “había contemplado con intenso deseo las filas de muchachos uniformados, rubios, sádicos”.

Collier Schorr, “Booby Trap”. Handwritten on bottom is, “talking about your enemies is another form of narcissis”.

Es ahora cuando parece que el acercamiento entre el erotismo y los fascismos se da de una manera completamente superficial, desprovista del componente político al que estaba ligado a mediados del siglo XX. No obstante, podría decirse que negar la existencia de dicha relación equivaldría a una forma de negacionismo. Si antes se veneraba como un culto al concepto de nación, ahora dicho culto acérrimo se concentra en el propio cuerpo. El auge actual del rechazo en el mundo gay a los hombres que se niegan a manifestar una masculinidad hegemónica y a los cuerpos no musculados recuerda a la hermandad entre hombres que alentaban las filas nazis, cuyo odio hacia lo femenino tenía una carga racial evidente. El ideal de belleza aria que defendía Hitler se basaba en la fuerza física, la resistencia y la virilidad, atributos exaltados en el mundo antiguo. Todo lo que nuestras fantasías tienen de imaginería fascista, en realidad, encuentra su origen mucho más lejos en el tiempo y en un abismo mucho más profundo que sirve de inspiración y génesis tanto al erotismo gay como a los fascismos. La visión del superhombre como artefacto bélico-sexual tiene sus primeras manifestaciones en las culturas clásicas. Somos deudores del culto al cuerpo masculino que los artistas griegos expresaban a través de la escultura, desde los kuros arcaicos de influencia etrusca que representaban jóvenes de anchos hombros —y, en algunos casos, un six pack que nada tiene que envidiar a los crossfiteros de nuestro tiempo— o el Doríforo de Policleto en el período clásico pleno —prefiguración del frat boy de las películas de adolescentes—, y no hay más que fijarse en el Laooconte helenístico para enlazarlo con los hombres hipertrofiados de Tom de Finlandia.

Ahora parece que el acercamiento entre el erotismo y los fascismos se da de una manera superficial, desprovista del componente político

En verdad, el ideal masculino no ha cambiado demasiado y sus mecanismos para consolidarse en el imaginario colectivo tampoco. Para que un modelo de belleza se idealice, la opinión general debe partir de un modelo predeterminado. Y ese modelo predeterminado debe oponerse a un anti-ideal, un chivo expiatorio caricaturizado del que desear alejarse. Nadie quiere sufrir el rechazo de sus iguales. Si eso significa tener que colaborar con la tiranía, en este caso del cuerpo, es un mal necesario al que no parece difícil plegarse. En realidad, gracias a la inmediatez y la accesibilidad que ofrece Instagram a la hora de divulgar dicho ideal, tal vez sea más justo decir que lo difícil sería no plegarse a él. El ideal de belleza masculina se ha domesticado; se ha democratizado, lo que supone una paradoja extraordinaria. Está en todas partes, todo el tiempo, como en una ocupación. Naturalmente y por fortuna, en todas las dictaduras surge una resistencia. Y la del culto al cuerpo en la comunidad gay no es una excepción.

Collier Schorr, “Andreas. POW (Every Good Soldier Was a Prisoner of War)”. Germany. 2001

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