Cátaros, los comienzos de la Inquisición

Para desarraigar la herejía cátara del sur de Francia, el papado recurrió a una cruzada y a un instrumento creado durante esa época: la Inquisición, cuya actividad sentó los cimientos de la sociedad represora medieval

Las dos iglesias

Las dos iglesias

Un perfecto cátaro imparte el consolamentum (el bautismo de los cátaros) mientras dos franciscanos huyen. Miniatura de una Biblia moralizada francesa realizada entre 1201 y 1300. Biblioteca Nacional, París.

BNF

A principios del siglo XIII, en distintas regiones de Europa habían aflorado comunidades cristianas disidentes, como los cátaros o los valdenses. Antes de que apareciera la Inquisición era común organizar coloquios públicos entre cristianos católicos y heterodoxos para convertir al disidente. El dominico Jordan de Sajonia relataba que una solución para determinar el veredicto era escribir los puntos de la fe y lanzarlos a una hoguera: si uno de ellos no se consumía, significaba que indudablemente contenía la verdad de la fe. 

Esos movimientos disidentes cuestionaban la validez de los sacramentos y el mensaje de salvación del alma de la Iglesia católica, porque consideraban que esta institución y sus miembros se habían alejado del ideal cristiano. Por esta razón reclamaban un regreso a la pobreza evangélica. Diego de Acebes, obispo de la diócesis castellana de Burgo de Osma que conoció sobre el terreno los avances del catarismo, advertía a los prelados católicos del sur de Francia sobre la necesidad de cambiar su modelo de vida, ya que cada vez que predicaban contra los herejes, estos se burlaban con comentarios sobre la escandalosa vida de los clérigos. De manera que si querían corregir esta situación debían entregarse a la predicación, renunciar a sus propiedades y predicar con el ejemplo.

No es extraño que, en el debate celebrado en Montréal en 1207, que enfrentó a varios dirigentes cátaros con Diego de Acebes y su canónigo Domingo de Guzmán (el futuro fundador de la orden de los dominicos), el obispo cátaro Arnaldo Oth dijera que la Iglesia romana «era más bien la Iglesia del diablo y la doctrina de los demonios», «la Babilonia que Juan en el Apocalipsis acusaba de ser la madre de las fornicaciones y las abominaciones». 

Báculo

Báculo

Báculo episcopal del siglo XIII confeccionado en Limoges. Los obispos dirigieron la primera fase de la persecución inquisitorial contra los cátaros.

Album

La cruzada albigense

Esta efervescencia religiosa generó mucha tensión. En Occitania (el sur de Francia), la situación se vio agravada por el contexto político y social del territorio, donde la católica Corona francesa no había logrado imponer su autoridad efectiva. Ello favoreció la libertad de culto religioso por parte de señores feudales y oligarquías urbanas, en detrimento de la Iglesia católica. Entre esos nobles se encontraban el conde de Tolosa, el conde de Foix o el vizconde de Carcasona, acérrimo defensor del catarismo. Por esta razón, el papado impulsó una serie de medidas para reconducir la situación. Al margen de promulgar una legislación severa, que condenaba a los herejes con penas muy duras, a través de los legados pontificios –sus enviados sobre el terreno– instaba a los reyes, príncipes y señores feudales a que tomaran las armas para expulsarlos de sus dominios.

Quema de libros

Quema de libros

El libro de santo Domingo de Guzmán se eleva sobre las llamas, y el de los albigenses arde. Pintura por Pedro Berruguete. 1491-1499. Museo del Prado, Madrid.

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La tensión estalló en enero de 1208 con el asesinato del legado pontificio Pèire de Castelnou a manos de un escudero de la casa de Tolosa. La reacción contra el conde de Tolosa no se hizo esperar, y en marzo el papa Inocencio III realizó un llamamiento a todos los nobles, condes, barones y habitantes de Europa a unirse a la cruzada contra los herejes y los señores feudales que los protegían. Al año siguiente empezó la cruzada contra los albigenses, nombre con el que eran conocidos los cátaros de Albi y por extensión todos los del sur de Francia.

La catedral de Albi

La catedral de Albi

La catedral de Albi

Dedicada a santa Cecilia y edificada en ladrillo, la construcción de esta mole imponente con aspecto de fortaleza en la ciudad que había sido un foco de catarismo simbolizaba la victoria sobre la herejía.

Jean-Marc Barrere / Gtres

Interviene la Inquisición

El fin de las hostilidades llegó con el tratado de Meaux-París, firmado en abril de 1229 entre Luis IX de Francia, bajo la regencia de Blanca de Castilla, y el conde Ramón VII de Tolosa. El conde se sometió al rey de Francia bajo unas cláusulas muy duras. Reconocía la soberanía francesa y consentía la ocupación de sus tierras por las tropas del rey. También prestó fidelidad a la Iglesia de Roma y abandonó su apoyo a la causa de sus vasallos enfrentados a la Iglesia, a la que debía pagar cuantiosas indemnizaciones. 

El conde, además, potenció la lucha contra la herejía, lo que se materializó en la fundación de la Universidad de Tolosa con la facultad de Teología, liderada por los dominicos y destinada a formar clérigos, y en la institucionalización del procedimiento inquisitorial en sus dominios. Desde entonces, la vida de los cátaros se desenvolvió en un contexto cada vez más hostil y represivo.

La primera Inquisición era itinerante y sus tribunales los formaban los dominicos

El final de la resistencia

El final de la resistencia

El final de la resistencia

Esta miniatura muestra al conde Ramón VII de Tolosa, protector de los cátaros, sometiéndose al rey Luis IX de Francia en 1229. Con ello acabó la cruzada albigense. 

Getty Images

La Inquisición (cuyo nombre proviene del término latino inquirere y significa investigar, indagar) había nacido a finales del siglo XII, cuando se estableció que los obispos tenían la obligación de buscar a los herejes de su diócesis. Durante la década de 1230, el papa Gregorio IX promulgó una serie de bulas que condenaban la herejía como un delito de lesa majestad y fijaban la obligación de iniciar un procedimiento inquisitorial para descubrir la verdad en los casos de difamación en materia de fe. 

Quedó así fijada la actuación de esta primera Inquisición, conocida como Inquisición episcopal porque el obispo era la máxima autoridad y el responsable de promulgar las sentencias o las reconciliaciones (es decir, la readmisión en la Iglesia después de que el reo abjurase de sus errores). Además, el papa Gregorio IX emitió privilegios para que los frailes de la orden de predicadores, los dominicos, pudieran proceder como inquisidores sin ningún tipo de limitación, incluso ante las autoridades civiles. En este marco se formaron los primeros tribunales. 

En manos de los inquisidores

En manos de los inquisidores

En manos de los inquisidores

Entre 1245 y 1246, más de 5.000 personas tuvieron que comparecer ante los inquisidores en la abadía de Saint-Sernin de Toulouse, cuya iglesia vemos aquí.

Jean-Marc Barrere / Gtres

El triunfo de la represión

Esta Inquisición no tenía una sede fija: era itinerante y los juicios se podían realizar en los conventos de predicadores, las casas de los obispos o en otros espacios adecuados para este fin. La cúspide de este proceso llegó con la «Gran inquisición tolosana» dirigida por los dominicos Bernart de Caux y Jean de Saint-Pierre entre mayo de 1245 y agosto de 1246. 

En total, 5.471 hombres y mujeres –desde nobles, damas, médicos, monjes y letrados hasta artesanos y pastores– de todo el Lauragais (el territorio entre Tolosa y Carcasona) fueron convocados en el claustro románico de la abadía de Saint-Sernin de Toulouse para declarar en materia de fe. Allí, ante juristas, escribas y testigos bajo juramento, los interrogados (a veces casi doscientos en un día) debían confesar si ellos o cualquier otra persona, ya estuviera viva o muerta, habían visto, oído, ayudado o buscado la salvación a través de las creencias de los herejes.

Una voz en contra

Una voz en contra

Una voz en contra

En la imagen, el franciscano Bernat Deliciós ante la Inquisición, cuyos excesos denunció desde 1296. Óleo por Jean-Paul Laurens. Siglo XIX.

Bridgeman / ACI

Si se demostraba que alguien había predicado la herejía en público, solo podía ser condenado como hereje si persistía en sus errores doctrinales después de la reconciliación o bien pasado un año. Únicamente entonces se le expropiaban los bienes y las propiedades y era entregado al brazo secular –la autoridad civil– para que este ejecutara la pena máxima quemándolo en la hoguera. 

No es extraño que los primeros manuales inquisitoriales aparecieran entonces. Fue el jurista dominico Ramon de Penyafort quien se encargó de delimitar el marco legal y las garantías para proceder no solo con los sospechosos de herejía, sino también con los que, de un modo u otro, habían escuchado, ayudado o acogido algún hereje sin necesidad de creer en su doctrina. 

La actividad inquisitorial llevó a la desarticulación del catarismo en el sur de Francia. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XIII, las comunidades cátaras encontraron en el norte de Italia un espacio donde expandirse. Allí, los cátaros fueron conocidos como patarinos y destacaron en ciudades como Florencia, Orvieto, Bolonia o Nápoles, donde los adeptos al catarismo se encontraban en familias de la élite urbana, como mercaderes y artesanos prósperos, y tuvieron la protección de grandes casas nobiliarias. Ello facilitó que la herejía se convirtiera en una disputa en el gran conflicto que enfrentaba a los gibelinos, protectores de los cátaros y partidarios del poder de los soberanos del Sacro Imperio (señores del norte de Italia) por encima del papado, y los güelfos, partidarios de la preeminencia del papado sobre el emperador. 

Así las cosas, a principios del siglo XIV, un notario del condado de Foix, Pèire Autier, viajó al norte de Italia y conoció a los grandes maestros cátaros que aún enseñaban en las escuelas de Lombardía. Quedó tan fascinado por sus palabras que se convirtió y, junto con su hermano, organizó nuevamente la Iglesia cátara en el sur de Francia tras volver a Foix. 

Foix, territorio cátaro

Foix, territorio cátaro

Foix, territorio cátaro

El conde Roger Bernat II de Foix, que desempeñó un papel destacado en la resistencia a la cruzada albigense, se opuso al establecimiento de la Inquisición en sus dominios. En la imagen, el castillo de Foix.

Arnaud Spani / Gtres

La resurrección del catarismo

Casi cien años después del inicio de la cruzada contra los albigenses, la situación había cambiado mucho en Occitania: ya no había señores feudales ni oligarquías urbanas que apoyaran a los herejes. Sin embargo, en muy poco tiempo, los Autier reactivaron la Iglesia cátara y convirtieron a muchas personas, muchísimas, hasta el punto de que en 1308 la villa de Montaillou, en el condado de Foix, vivió una inquisición o investigación masiva de todos los hombres y mujeres mayores de 14 años. Pero el catarismo no quedó desarraigado, tal y como pone de relieve una segunda gran inquisición masiva que se llevó a cabo en la misma villa hacia 1320, esta vez a cargo de Jacme Fournier, obispo de Pamiers. 

Esta intensa actividad inquisitorial llevó a la captura de Pèire Autier a principios de 1308. En abril, los inquisidores lo condenaron a morir en la hoguera, en Tolosa. Un testigo, Guillem Baille, explicaba ante el obispo que había oído decir que justo antes de que Pèire Autier fuera quemado vivo manifestó que si le dejaban hablar y predicar ante el pueblo, lo convertiría todo a su fe, cosa que muy probablemente habría hecho, como se podía constatar en Montaillou.

 

Al frente de la Inquisición

Al frente de la Inquisición

Al frente de la Inquisición

El dominico Bernat Gui (a la derecha, ante el papa Juan XXII) fue inquisidor de Tolosa entre 1307 y 1324, y autor de un manual para inquisidores.

AKG / Album

Con su muerte, la Iglesia cátara del condado de Foix quedó desbaratada, aunque un pequeño grupo pudo huir a través de los Pirineos e instalarse en ciudades de Cataluña, Valencia y Aragón. Entre ellos se encontraba Guilhem Belibasta, el último maestro cátaro, junto con los hermanos Pèire y Joan Mauri y otros creyentes. La mayoría eran pastores y artesanos de Montaillou y arraigaron entre otros occitanos exiliados, aunque vivieron su fe clandestinamente por miedo a ser descubiertos.

Carcasona, doblegada

Carcasona, doblegada

Carcasona, doblegada

En 1209, Simón de Montfort, jefe de la cruzada albigense, encarceló al vizconde de Carcasona, simpatizante de los cátaros. Más tarde, en 1247, los dominios de los antiguos vizcondes pasaron al rey de Francia.

Luigi Vaccarella / Fototeca 9x12

Finalmente, Belibasta fue traicionado por Arnau Sicre, cuya madre había perdido todos sus bienes después de morir en la hoguera por sus creencias cátaras. Arnau había pactado con el obispo de Pamiers la restitución de esos bienes si entregaba a uno de los herejes que habían huido. Y así lo hizo. Belibasta fue capturado, y el 24 de agosto de 1321 fue quemado vivo en la residencia del mismo arzobispo de Narbona, el castillo de Villa Roja de Termenés, eso sí, sin renunciar a su fe cátara. 

El final de los herejes

El final de los herejes

El final de los herejes

Quien ejecutaba a los herejes no era la Iglesia, sino el poder civil, al cual se traspasaba a los condenados. En la imagen, quema de albigenses ante Felipe II Augusto de Francia en 1209. Miniatura hacia 1240.

Album

Pocos días después, los hermanos Mauri fueron detenidos y condenados a prisión perpetua en el Muro, la cárcel de Carcasona. En su declaración, Pèire Mauri recordaba las palabras de Pèire Autier: «“Hay en efecto dos Iglesias, una que huye y perdona y otra que posee y mata. ¿Cuál de las dos crees que es mejor?”. Yo respondí que aquella que perdonaba debía de ser mejor que aquella que desgarraba. Él añadió: “Esta es la que consideramos que es la nuestra”». 

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El catarismo, una religión cristiana

 El catarismo, una religión cristiana

El catarismo, una religión cristiana

Eosgis.com.

Los cátaros fueron comunidades cristianas que aparecieron en la Europa latina del siglo XII. Remontaban el origen de su Iglesia a las primeras comunidades de apóstoles. Repudiaban la jerarquía eclesiástica y los ritos católicos, y solo reconocían un sacramento: el consolamentum, el bautismo a partir del cual se realizaba la verdadera salvación del alma. Este ritual representaba el bautismo de fuego anunciado por Juan el Bautista en el evangelio de Mateo, con la transmisión del Espíritu Santo, en contraposición con el bautismo de agua practicado por la Iglesia católica. Quienes recibían el consolamentum abrazaban una vida cristiana basada en los preceptos evangélicos, la pobreza y la predicación bajo la guía de los ancianos o maestros; por esta razón eran conocidos como bons homes («buenos hombres»), o buenos cristianos, mientras que sus detractores los llamaron despectivamente «cátaros», un término que significa puro.

Inocencio III

Inocencio III

El papa de la cruzada 

Inocencio III que convocó la cruzada contra los albigenses o cátaros. Fresco en el monasterio del Sacro Speco de Subiaco. Siglo XIII.

DEA / Album

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El asesinato del inquisidor

Asesinato de Pèire de Castelnou

Asesinato de Pèire de Castelnou

Este grabado del siglo XIX evoca el ataque a Pèire de Castelnou, que en realidad recibió un lanzazo cuando iba a cruzar el río Roine. 

Alamy / ACI

Pèire de Castelnou era un monje de la abadía cisterciense de Fontfroide, próxima a Narbona. En 1204, cuando tenía algo más de treinta años, fue nombrado legado pontificio por el papa Inocencio III para predicar contra la herejía en el sur de Francia, y desde entonces participó en diversos coloquios públicos para convertir a los herejes junto a Diego de Osma y Domingo de Guzmán. 

También intentó obtener el apoyo de los señores de la región para que expulsaran a los herejes de sus tierras. El 15 de enero de 1208, un escudero del conde Raimundo IV de Tolosa lo asesinó cerca de la abadía de Saint-Gilles. Su muerte causó una fuerte conmoción en el mundo cristiano y precipitó la promulgación de la cruzada albigense por el papa Inocencio III.

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Los dos dioses de los cátaros

Adán y Eva expulsados

Adán y Eva expulsados

Adán y Eva, creados por Dios, son expulsados del Paraíso por orden suya. Mosaico de la catedral de Monreale, Siglo XIII.

Ghigo Roli / Album

El catarismo ofreció una nueva respuesta al problema del Mal basada en el dualismo. Este dualismo se caracterizaba por confrontar dos creaciones: una espiritual y una material, a diferencia de los católicos, que utilizaban el dualismo para distinguir el Bien y el Mal en el sentido moral. 

Los cátaros atribuían la creación espiritual al Dios del Nuevo Testamento, conocido como Payre Sant, y la creación material a otro dios, el Dieu estranh. Este dualismo llevaba a los cátaros a un rechazo de la materia, del mundo y de todo lo que le pertenece, lo que, por ejemplo, se traducía en la limitación de las relaciones sexuales y de la ingesta de carne, así como en la exhortación a anteponer siempre la vida del espíritu a las riquezas materiales. 

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Jesús no murió en la cruz

Cristo

Cristo

Cristo crucificado, con María y el apóstol Juan a sus pies. Placa de marfil de los siglos XI-XII. Museo de Cluny, París.

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Mientras que la iglesia romana afirmaba que Dios se había encarnado en Jesús, y que este había sufrido y muerto en la cruz, los cátaros pensaban que Dios únicamente se había encarnado en apariencia; nunca había tomado carne humana en el seno de la Virgen María. Según decían los cátaros, Dios se había adumbrado en María. 

Guilhem Belibasta, el último perfecto cátaro, lo explicaba así: el Hijo de Dios «descendió del cielo, y apareció como un bebé recién nacido en Belén [...]. Santa María engordó como si estuviera encinta, después el niño apareció junto a ella, y ella pensó, puesto que su embarazo había desaparecido, que había dado a luz a aquel niño, mientras que en realidad no lo había llevado en su seno, ni parido».

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Este artículo pertenece al número 237 de la revista Historia National Geographic.