Colección de Felipe V - Museo Nacional del Prado
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Colección de Felipe V

Puteal con escenas báquicas, anónimo siglo I a. C.

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Colección de Felipe V

Miguel Morán Turina

La llegada al trono español de Felipe V, y con él la de una nueva dinastía, supuso un importante cambio de rumbo dentro de la dirección que iba a seguir la colección real. Un cambio de rumbo que es doble, pues, si por una parte los gustos del rey en materia pictórica no coincidían exactamente con los de sus predecesores y le inclinaban hacia las corrientes clasicistas encarnadas por artistas como Annibale Carracci, Nicolas Poussin o Carlo ­Maratta, por otra, tanto él como su segunda mujer, Isabel de Farnesio, a diferencia de los Austrias, sintieron un vivísimo interés por la escultura e intentaron compensar la ausencia casi absoluta en las colecciones reales de buenas estatuas clásicas con dos grandes adquisiciones masivas: la de la reina Cristina de Suecia -en aquel momento propiedad de la familia Odescalchi-, primero, y, después, la que había reunido en Nápoles y Roma el VII marqués de Carpio -entonces propiedad del duque de Alba-. Ambas colecciones -la primera de ellas impulsada especialmente por la reina- se encontraban en La Granja en 1725 y en 1728, respectivamente, y se instalaron en una galería del palacio muy poco tiempo antes del fallecimiento del monarca. Andrea Procaccini, un discípulo de Carlo Maratta que había venido a ­España en 1720 para ocuparse de las pinturas del Alcázar y de la Real Fábrica de Tapices, fue el principal responsable de que los reyes se lanzaran al coleccionismo de escultura. Y fue también el responsable de una de las adquisiciones de pinturas más importantes realizadas por Felipe V: la compra en bloque de una buena parte de su colección en 1722. El conjunto adquirido por el rey suma un total de ciento veinticuatro pinturas, la mayoría -salvo algunos originales y copias de pintores de los siglos XV y XVI, entre los que destaca La Virgen y el Niño entre dos santas, de Giovanni Bellini- obra de algunos de los más interesantes artistas italianos del siglo XVII, la mayor parte de los cuales no se encontraban bien representados en las colecciones de los Austrias. Así fue como llegaron Sagrada Familia y Paisaje con río y bañistas, de Annibale Carracci; La Oración en el Huerto, de Ludovico Carracci; Santa Catalina, Martirio de santa Apolonia y Santa Apolonia en oración, de ­Guido Reni; Arco de triunfo, del ­Domenichino; San Francisco sostenido por un ángel, de Orazio Gentileschi; o El pintor Andrea Sacchi, de Carlo ­Maratta; y así fue como llegaron también varios paisajes de Gaspar Dughet y algunas obras de Nicolas Poussin, como Escena báquica, Paisaje con ruinas y Paisaje con edificios, a los que se añadirían otros más de distinta procedencia: Baco y Ariadna, Paisaje con Polifemo y Galatea y El Parnaso. La mayor parte de estos cuadros, que estaban destinados a la decoración del palacio de La Granja, aún en plena construcción, son de un tamaño medio, más adecuado para una colección íntima y esmerada como la que querían reunir en aquel lugar; y lo mismo sucede con la mayor parte de los cuadros comprados o encargados por el rey, que en su casi totalidad estaban destinados a la decoración de La Granja. Así ocurre, por ejemplo, con la gran cantidad de pinturas -casi un centenar- de pequeño formato encargadas a Michel-Ange Houasse, que, en su enorme variedad, resultan muy ilustrativas de cuáles eran los gustos del rey: paisajes clásicos, paisajes bucólicos, vistas de los sitios reales, escenas aldeanas, cuadritos a lo Teniers, escenas de soldados, personajes exóticos, etc., que cuadran muy bien con otro tipo de pinturas de género sobre las que también mostró sus preferencias: paisajes de Jan Frans van Bloemen, pinturas aldeanas de Peeter Bout y Jan Brueghel el Viejo, escenas de caza y de batallas de Philips Wouwerman, así como una partida de pinturas comprada en Flandes en 1723, toda ella con destino a La Granja. Para el mismo palacio, y a través de Filippo Juvarra, hizo dos importantísimos encargos a los que se consideraban los artistas más importantes de su tiempo: cuatro cuadros de tema bíblico para la alcoba a ­Giovanni Paolo Panini y una serie de ocho grandes pinturas con la historia de Alejandro para el salón de las empresas del rey. De los ocho pintores seleccionados, siete eran italianos -entre ellos Francesco Solimena y ­Sebastiano Conca- y tan solo uno francés -François Lemoyne, aunque la pintura la acabó haciendo Carle van Loo-, lo que resulta sumamente significativo de que, salvo en el caso de los retratos -monopolizados prácticamente por Jean Ranc y Louis-Michel van Loo-, las preferencias de los monarcas se inclinaban hacia los artistas de la vecina península italiana. Finalmente, no se puede olvidar que una parte importante de la colección de Felipe V procedía de la herencia de su padre, el gran delfín y en ella, junto a algunos pequeños bronces, relojes y muebles, se encuentra un espectacular conjunto de vasos y copas de cristal y piedras duras de los siglos XVI y XVII que se conoce con el nombre de «Alhajas» o «Tesoro del Delfín» y que, aunque en un primer momento se pensó instalarlo en el Alcázar de una manera similar a como estaba dispuesto en la colección de su padre, las piezas acabaron guardadas en sus estuches en la Casa de las ­Alhajas de La Granja, sin que se llegaran a instalar nunca en su palacio.

Bibliografía

  • El Real Sitio de La Granja de San Ildefonso. Retrato y escena del rey, cat. exp., Madrid, Patrimonio Nacional, 2000.

  • El arte europeo en la corte de España durante el siglo XVIII, cat. exp., Madrid, Ministerio de Cultura, 1980.
  • Angulo Íñiguez, Diego, Catálogo de las Alhajas del Delfín, Madrid, Museo del Prado, 1989.
  • Bottineau, Yves, El arte cortesano en la España de Felipe V (1700-1746), Madrid, Fundación Universitaria Española, 1986.

  • Álvarez Lopera, José, «Philip V of Spain and Juvarra at the Palace of La Granja: the Difficulty of Being Alexander», Alexander the Great in European Art, cat. exp., Tesalónica, Organisation for the Cultural Capital of Europe, 1997, pp. 37-46.
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