El asedio de Varsovia, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial

El asedio de Varsovia, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial

El 1 de octubre de 1939, el ejército nazi tomaba Varsovia. Atrás quedaban más de 25.000 civiles, en el que se convirtió en el bombardeo de mayor magnitud hasta la fecha.

El asedio de Varsovia, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial

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Desde el mismísimo primer día de la Segunda Guerra Mundial , Varsovia fue una ciudad bombardeada. Al igual que ocurrió con Madrid en la Guerra Civil, los asaltantes pensaban que una campaña de terror desde el aire (después suplementada con artillería) sería suficiente para desmoralizar al enemigo y obligarle a rendirse. Nada más lejos de la realidad. Como pasó en Madrid y como también sucedió al año siguiente con los bombardeos de Londres, los asaltantes pensaban que una campaña de terror desde el aire (después suplementada con artillería) sería suficiente para desmoralizar al enemigo y obligarle a rendirse. Nada más lejos de la realidad. Como pasó en Madrid y como también sucedió al año siguiente con los bombardeos de Londres, el sufrimiento de la población de la capital solo sirvió para reforzar la moral de los defensores, que asumieron que ya no tenían nada que perder y lucharon contra la barbarie que había convertido a los civiles indefensos en víctimas de las bombas y los obuses. El sufrimiento de la población de la capital solo sirvió para reforzar la moral de los defensores, que asumieron que ya no tenían nada que perder y lucharon contra la barbarie que había convertido a los civiles indefensos en víctimas de las bombas y los obuses.

Se calcula que al menos el 10% de los edificios de Varsovia fueron totalmente destruidos en el asedio de septiembre de 1939, y otro 40% adicional sufrieron grandes daños. Los muertos civiles, por primera vez, eran muchos más que los combatientes en una batalla. Según algunas fuentes, más de 25.000 habitantes de Varsovia fallecieron en el asedio y otros 50.000 resultaron heridos de gravedad. Muchos fallecieron poco después. Los soldados polacos tuvieron unas bajas estimadas en 6.000 muertos y 16.000 heridos, además de unos 100.000 prisioneros, de los que muy pocos sobrevivieron a la guerra. Los alemanes nunca publicaron sus bajas, calculadas en 1.500 fallecidos y algo más de 5.000 heridos. Estamos ante una batalla trascendental. Una lucha con decenas de miles de bajas, la mayoría civiles, pero sobre la que se ha escrito muy poco. Vamos a intentar arrojar un poco de luz sobre los oscuros acontecimientos que tuvieron lugar ese aciago mes de septiembre de 1939 en la capital polaca.

Terror desde el aire

El primer día de septiembre era viernes. Los bombardeos aéreos sorprendieron a los civiles yendo al trabajo y sin saber qué estaba pasando. Las fuerzas armadas polacas se aprestaron a defender su capital. La Brygada Pościgowa, o Brigada de Persecución, de la fuerza aérea polaca contaba con 50 cazas al mando del coronel Pawlikowski. Eran aviones de fabricación nacional de los modelos PZL P.7 y PZL P.11, que, si bien a principios de los años treinta eran modelos de última generación, para el 1939 se habían quedado bastante obsoletos ante los Messerschmitt alemanes. A pesar de todo, consiguieron derribar por lo menos 43 aparatos enemigos. Por desgracia, el 7 de septiembre, solo 6 días después del comienzo de la invasión, la heroica brigada había perdido 38 aparatos y tuvo que ser retirada del combate. Para defender Varsovia de los ataques aéreos, que continuaron diariamente, las baterías de artillería antiaérea se convirtieron en la única defensa posible. Agravando más la situación, de los 86 cañones que protegían los cielos de Varsovia al principio de la campaña, para el día 5 habían sido retirados 44 por orden del alto mando para proteger otros frentes.

Los bombardeos se hicieron tan continuos que las sirenas ya no sonaban anunciándolos. Ocurrían durante todo el día y casi todas las noches. En una carta escrita por un vecino esos días puede leerse: “Nuestra vida ahora es un continuo viaje de ida y vuelta entre el apartamento y el sótano. Ahora está claro para todos que, aunque nosotros no estemos en el frente, el frente está sobre nosotros. La guerra se lucha sobre nuestras cabezas”. Se calcula que para el día 10, en la primera fase del asedio, en cualquier momento del día había al menos 70 aviones alemanes sobrevolando la ciudad; a estos grises pájaros de plomo se sumó, para el día 8, la artillería de campaña, que causaba todavía más bajas entre la población, aunque fuera menos espectacular.

Afortunadamente, la fuerza aérea nazi, la Luftwaffe, no se coordinaba en absoluto con el Ejército. Eran armas separadas, comandadas por distintos criterios. Göring dirigía la primera a su antojo, pensando que sus preciosos aviones y sus tácticas de terror eran suficientes para rendir la ciudad. También arrojaban panfletos conminando a rendirse a la población, pero redactados en un polaco lleno de erratas, como recuerda un vecino de Varsovia: “Recibíamos panfletos entre las bombas todos los días, nos reíamos de lo mal escritos que estaban, llenos de errores en polaco... Mientras, las bombas seguían cayendo”.

Julien Bryan, el periodista americano que fotografió y filmó para la posteridad el asedio de Varsovia, fue testigo de la barbarie nazi; por ejemplo, cuando encontró en un huerto de las afueras los cadáveres de varias mujeres que habían sido ametralladas por un avión alemán mientras intentaban desenterrar algunas patatas del sembrado para paliar la hambruna que el asedio había provocado. El hijo pequeño de una de ellas, sentado junto a su madre muerta, esperaba en vano que se levantara de nuevo.

No fue un suceso casual. Los aviones nazis atacaban sistemáticamente a la población. No solo destruían los edificios militares: se bombardearon directamente mercados, escuelas, hospitales y servicios públicos. Los destrozos complicaron el suministro de agua corriente en la ciudad y muchas veces no había ni para beber, ni mucho menos para apagar los incendios, que por la noche hacían inútil el mantener las luces apagadas, ya que manzanas enteras de la ciudad ardían iluminando el cielo y facilitando así los bombardeos.

En Rosh Hashana, el año nuevo judío, que ese año fue entre el 13 y el 15 de septiembre, al menos 20 manzanas del barrio judío de Varsovia fueron arrasadas, bombardeadas con bombas incendiarias, lo que mostró sombríamente el futuro que los nazis tenían reservado para los judíos en Polonia. Fue una catástrofe, y era solo el principio.

El ataque terrestre

Por tierra, Varsovia estaba defendida por el recién creado Mando para la Defensa de Varsovia (Dowództwo Obrony Warszawy), comandado por el general Czuma, un duro veterano curtido en viejos combates incluso en Siberia, pero equipado con pocas tropas para la que se esperaba fuera una batalla terrible.

El lunes 3 de septiembre, las tropas alemanas habían roto el frente en el sudeste y ya se dirigían sin oposición hacia Varsovia. El miércoles 6, el gobierno nacional abandonó la ciudad a su suerte y se trasladó a Brest-Litovsk (hoy Brzesc, en Bielorrusia). En su retirada el gobierno se llevó consigo la mayoría de las tropas, la policía, los bomberos... e incluso convocó a los varones aptos para el combate para retirarlos de la ciudad. El general Czuma y Starzyński, alcalde de la ciudad, se negaron a esa evacuación y organizaron las llamadas Guardias Civiles para sustituir a los funcionarios evacuados. Desde ese instante, Starzyński fue nombrado, además de alcalde, comisario civil, y fue quien coordinó a los vecinos para la construcción de trincheras y defensas en los barrios. Todos los días, Starzyński conminaba por radio a los habitantes de Varsovia a defender su ciudad y colaborar con las labores de desescombro y salvamento. Por cierto, los derrumbes causados por los continuos bombardeos fueron más que útiles para la construcción de esas improvisadas defensas que dificultaron, y mucho, los avances alemanes. El jueves 7 de septiembre se incorporaba a la lucha en la capital el Regimiento de Infantería polaco conocido como Niños de Lwów. Un refuerzo importante que sería el primero de una larga serie de tropas en retirada que terminaban su periplo en Varsovia.

Al día siguiente, solo una semana después de haber cruzado la frontera, algunos carros de la 4ª División Panzer llegaban hasta el suburbio de Ochota, al oeste de la ciudad. El Alto Mando alemán se apresuró a anunciar que habían tomado la ciudad, pero los Niños de Lwów, junto con la artillería disparando en tiro raso, contuvieron a los asaltantes, a veces con medidas tan espectaculares como inundar con trementina el pavimento y prenderle fuego cuando los tanques alemanes avanzaban, incendiando la calle y conteniendo con ingenio el asalto de los carros de acero. Al día siguiente, el sábado 8, 150 Stukas atacaron las posiciones polacas en el oeste, pero a pesar de todo los defensores resistieron en sus puestos hasta que las fuerzas alemanas se replegaron para parar la contraofensiva polaca del Bzura.

Era solo un respiro: los alemanes volverían demasiado pronto. Afortunadamente, las fuerzas polacas que se retiraron de esa batalla en el Bzura también engrosarían las defensas de Varsovia. Ese mismo día 8, el gobierno polaco, desde Brest-Litovsk, ordenaba la creación del Ejército de Varsovia bajo el mando del controvertido general Rómmel, que, pese a compartir apellido, no parece tener mucho más en común con su homólogo alemán en cuanto a capacidad militar.

El día 15, sábado, los nazis atacaron desde el norte con el Tercer Ejército, intentando tomar el este de la ciudad; tampoco esta vez lograron cumplir sus objetivos. El Regimiento 23 alemán fue destruido por los Niños de Varsovia, unidad al mando del entonces coronel Sosabowski, uno de los mayores héroes polacos de la guerra, quien luego, en 1944, tendría el mando de la primera brigada paracaidista polaca en la heroica operación aliada Market Garden.

La propaganda nazi, amparando su barbarie contra la población civil, declaró a Varsovia “fortaleza” –Festung Warschau–, pretendiendo convertirla así en legítimo objetivo militar. Realmente, los pocos fuertes que rodeaban la ciudad eran del siglo XIX y las trincheras y barricadas que la protegían fueron construidas a toda prisa por sus habitantes, muchas veces conminados a hacerlo por los mismos soldados. Se cuenta que un vecino tuvo que detenerse en su camino de vuelta a casa desde el trabajo hasta seis veces, para en cada ocasión colaborar en la excavación de alguna trinchera con los militares.

Polonia y Alemania, crónica de una invasión anunciada

Durante la toma de Varsovia, Adolf Hitler saluda a sus tropas. Foto: National Digital Archive Poland

Sin ninguna esperanza

El día 17 de septiembre, los soviéticos, alegando que lo hacían para defender a sus nacionales, invadieron el este de Polonia. Varsovia y el resto del país estaban condenados. Nadie vendría jamás al rescate. Ya solo era cuestión de tiempo, cuestión de resistencia. Y los varsovianos todavía resistieron, todo lo humanamente posible y todavía un poco más.

Para el jueves 21, había 13 divisiones alemanas rodeando completamente la ciudad. Ningún refuerzo era ya posible. En Varsovia, la comida escaseaba, las medicinas eran un sueño imposible, munición y armas sobraban, porque las bajas eran cada vez más. Los combatientes comenzaron a esconder, enterrándolas, armas y municiones para luchar algún otro día (muchas serían utilizadas en el alzamiento del gueto en el 43 y en la revuelta del 44).

El asalto en todos los frentes comenzó el sábado 23, día sagrado judío, pero los defensores mantuvieron sus posiciones, muchas veces creadas con los escombros de las casas destruidas por los bombardeos.

El 24 de septiembre, Hitler, cansado de la resistencia de la capital del Vístula, ordenó arrasar la ciudad. Era lunes. El último lunes que vería amanecer una Varsovia libre hasta muchos años después. Desde las ocho de la mañana, toda la artillería alemana y más de 1.000 aviones (1.200, según algunas fuentes) arrojaron más de 600 toneladas de bombas explosivas e incendiarias en la ciudad. Hasta entonces, nunca se había visto un bombardeo de tamaña magnitud. El ataque aéreo fue comandado por Wolfram von Richthofen, primo del famoso aviador conocido como el Barón Rojo en la Primera Guerra Mundial; otra época, cuando los pilotos eran caballeros. La enorme humareda que provocaron los bombardeos nazis, paradójicamente, empujó a que gran parte de las bombas arrojadas cayeran de manera indiscriminada sobre las tropas alemanas que ocupaban ya los barrios del noroeste de la ciudad.

Para el martes 26, estaba claro que toda resistencia era ya inútil. Abandonados por sus aliados occidentales y con el país invadido por los nazis desde el sur y el oeste y por los comunistas desde el este, aunque las tropas podrían resistir más tiempo, el sufrimiento de los civiles que habitaban la ciudad era insoportable. Rómmel comenzó negociaciones con los nazis para la rendición de la ciudad. Al día siguiente entró en vigor un alto el fuego y cuatro días después, el domingo 1 de octubre, exactamente transcurrido un mes desde el comienzo de la guerra, los alemanes entraban en Varsovia. La primera pieza del tablero había caído en las garras nazis. Le seguirían muchas más.

Los protagonistas después de la caída

El general Czuma, comandante de las fuerzas que defendían Varsovia, fue hecho prisionero por los nazis tras la rendición de la ciudad, en octubre de 1939. Sobrevivió en campos de exterminio hasta ser liberado por los americanos en Murnau en 1944. Inmediatamente se unió al ejército polaco y luchó hasta el final de la guerra. Los soviéticos, a pesar de todo, le negaron la nueva nacionalidad polaca y tuvo que permanecer exiliado en el Reino Unido hasta 1962, año en que falleció en Gales. Ni siquiera pudo ser enterrado en Varsovia hasta 2004, tras el final del régimen comunista, que siempre negó que los soviéticos hubieran invadido Polonia en el 39. Historias como esta explican las dificultades a la hora de encontrar datos veraces y fuentes fidedignas sobre el asedio de Varsovia.

El general Rómmel organizó, junto con Starzyński y Czuma, la Służba Zwycięstwu Polski, el germen de la resistencia polaca que haría la vida imposible a las tropas de ocupación alemanas. Tras la batalla, Rómmel fue internado en diversos campos de concentración hasta ser liberado también por los americanos en 1945. Intentó unirse al ejército polaco occidental, pero no fue bien recibido por su dudosa actuación en el asedio de Varsovia. En cambio se integró en el nuevo régimen comunista polaco, donde fue tratado como un héroe hasta su retiro en 1947 con todos los honores. Falleció en 1967.

El alcalde de Varsovia, Starzyński, fue nombrado presidente de Polonia por los nazis, pero habiendo sido uno de los organizadores de la Resistencia, a la que ayudaba, fue varias veces arrestado por la Gestapo y desapareció. Hasta 2014 no se supo qué le había sucedido. La versión más aceptada es que fue asesinado en diciembre de 1939 por los alemanes.

Estos son solo algunos protagonistas del asedio de Varsovia, la primera capital en caer: la heroica, la tantas veces destruida y muchas más alzada de nuevo a manos de sus vecinos. Ni el terror ni la sangre ni la aniquilación más bárbara pudieron borrarla del mapa ni de la memoria de los hombres buenos. No se sabía entonces, pero Varsovia sería la primera de muchas ciudades que sufrirían también castigos terribles a manos de los señores de la guerra. Cuando los nazis rodearon Varsovia, asediaron no solo una ciudad; intentaron asfixiar el concepto mismo de libertad, intentaron aniquilar a sus ciudadanos, pero también sus sueños. La ciudad cayó, pero para alzarse de nuevo, sola y contra toda esperanza, contra el enemigo una y otra vez. Todos deberíamos sentirnos un poco vecinos de esa Varsovia que se merece figurar en el altar de las ciudades más heroicas. Niech żyje Warszawa!: ¡viva Varsovia, por siempre!

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