Palencia, Burgos y sur de Cantabria, viaje por tierras místicas de los ermitaños de la Edad Media

De roca

Palencia, Burgos y sur de Cantabria, viaje por tierras místicas de los ermitaños de la Edad Media

Ermitas románicas y rocas de formas singulares son los protagonistas de esta ruta por un territorio poco conocido.

En las tierras agrestes del sur de Cantabria y en los territorios fronterizos de Burgos y Palencia, ermitaños y anacoretas de la Edad Media encontraron silencio y sosiego. Buscaban la paz interior y el acercamiento a Dios en lugares de difícil acceso, excavando o aprovechando la roca horadada por la acción de la erosión. Algunas viviendas austeras y oratorios de los primeros siglos del medievo perviven en el norte de la Península y pueden descubrirse en una ruta de enorme atractivo histórico y natural.

Tuerces

El viaje al pasado comienza en Olleros de Pisuerga, localidad arropada por las estribaciones del monte Cildá, en el Geoparque Las Loras, uno de los geoparques españoles incluidos en la lista de la Unesco. Allí, excavada en una enorme mole caliza, la iglesia de los Santos Justo y Pastor se muestra deslumbrante, acompañada como la mayoría de templos rupestres por una necrópolis y otras oquedades que sirvieron de celdas.

La planta de dos naves con capillas aún conserva su aspecto original, aunque con añadidos como la espadaña y el pórtico de entrada. Un retablo plateresco y dos valiosas tallas adornan su interior, junto a un bonito púlpito trabajado en madera. La llamada «catedral del arte rupestre» es tan bella que la escasa ornamentación resalta aún más sus cuidadas formas y colores arenosos, teñidos de vetas rojizas en algunas paredes y columnas.

Continúa por tierras palentinas, una provincia rica en templos románicos y castillos imponentes. El paisaje desvela sorpresas y gana en tonos y matices a medida que se descubren los parajes del Cañón de la Horadada y el Espacio Natural Protegido de Las Tuerces, entre los municipios de Aguilar de Campoo y Pomar de Valdivia.

Cañón de Horadada
Foto: Shutterstock / Cañón de la Horadada

Anclado a las faldas de la meseta se vislumbra un pueblecito que casi parece salido de una postal, Villaescusa de las Torres. El campanario de su iglesia gótica despunta en el horizonte sobre un cuidado conjunto de casas de mampostería, con puertas y ventanas adinteladas de madera, un estilo muy tradicional en la comarca.

Un estrecho camino asciende hacia el Monumento Natural de Las Tuerces, mientras Villaescusa de las Torres se difumina junto al Pisuerga serpenteante, marcando la única huella humana entre el río y los campos de cultivo. Las Tuerces se alzan en las estribaciones de los Páramos de La Lora. El viento y el agua han modelado las rocas de este paraje, creando un laberinto de arcos pétreos, orificios como ventanas, grutas y moles de formas singulares. Un red de senderos recorre sus prados con arbustos y brezos salpicados de violeta y azul.

Toca disfrutar de una pausa y respirar la libertad que transmite el lugar, aunque sin demorarse, pues a lo lejos las águilas y otras rapaces empiezan a regresar a los cortados cuando el atardecer rojizo anuncia que hay que iniciar el descenso.

San Martín de Elines
Foto: Shutterstock / Colegiata de San Martin de Elines

El viaje cambia de comunidad y continúa hacia Valderredible, el municipio más meridional de Cantabria, surcado por el Ebro y con gran número de eremitorios. El Centro de Interpretación del Rupestre da a conocer la historia de una decena de asentamientos de los alrededores. Al lado, custodiada por una necrópolis y un campanario exento, está la iglesia de Santa María de Valverde (siglos VII-XII), una de las mejor conservadas y aún abierta al culto. Resultado de la unión de dos templos, su interior guarda la esencia de la arquitectura eremítica.

A una veintena de kilómetros, el viaje se adentra hacia el bosque para descubrir oculta la necrópolis de San Pantaleón, con celdas excavadas en la roca y un sarcófago, entre otros vestigios trogloditas. El evocador conjunto, instalado en uno de los valles más melancólicos de la zona, transmite aún hoy el ambiente místico que debió de cautivar a aquellos monjes en busca de soledad.

Tras abandonar este enigmático lugar, la ruta sigue hacia San Martín de Elines, cuya colegiata construida sobre restos de una iglesia mozárabe es un bello ejemplo del románico cántabro. El ábside semicircular y el campanario cilíndrico le otorgan un aspecto robusto y esbelto a la vez. Su interior guarda pinturas murales y capiteles con representaciones de pasajes bíblicos. Esta joya del siglo xii fue declarada en 1931 Monumento Nacional.

Santos Acisclo y Victoria
Foto: Shutterstock / San Acisclo y Santa Victoria

Cerca de la colegiata, dos ermitas rupestres merecen una parada: Santa Eulalia, en la aldea de Campo de Ebro, y Virgen del Carmen, en Cadalso, junto a la carretera y enmarcada por una amplia arboleda. Ambas constan de una sola nave, pero precisamente su tamaño y sencillez las hace encantadoras.

Mucho mayor, la ermita rupestre de los Santos Acisclo y Victoria, en Arroyuelo, destaca por su complejidad arquitectónica. Del siglo X, se distribuye en dos pisos de planta irregular a los que se accede por un túnel. Incluye un arco y, arriba, atrios abiertos al exterior.

A solo cuatro kilómetros aparece San Miguel de Presillas tras un tupido bosque de helechos y robles. Esta ermita tallada en la roca podría compararse con los templos de la Capadocia turca. Resulta obligado trepar por la escalerilla vertical de la fachada y acceder al interior, para dejar que sus muros nos atrapen con su historia y su silencio cautivador.

Orbaneja del Castillo
Foto: iStock / Orbaneja del Castillo

Desde aquí vale la pena penetrar en el parque natural de las Hoces del Alto Ebro, y llegar a Orbaneja del Castillo. En este pueblo el agua fluye entre cascadas y pozas hacia viejos molinos, refrescando al viajero que se anima a subir sus callejuelas y a bordear luego el cañón del Ebro. Llegados a este punto sería imperdonable no cubrir los 50 km que llevan al Monumento Natural Ojo Guareña, el segundo complejo kárstico más extenso en cuevas de la Península y uno de los diez mayores del mundo. Un paraje donde otro templo rupestre, la cueva-ermita de San Bernabé, pone un inolvidable final a este recorrido.

Seguir viajando