El sitio de Bilbao, el clímax de la tercera guerra carlista: «Hemos jurado morir, antes que capitular»
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25 de mayo de 2024

Dos de mayo: entrada del ejército libertador liderado por el general Serrano

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150 años

El sitio de Bilbao, el clímax de la tercera guerra carlista: «Hemos jurado morir, antes que capitular»

Durante casi cuatro meses de sitio, la población bilbaína soportó con estoicismo todo tipo de penalidades: continuos bombardeos, numerosas víctimas, escasez de todo lo necesario y finalmente el hambre

El sitio de Bilbao supuso el clímax de la tercera guerra carlista. Recordemos. La sublevación carlista se produjo a principios de 1872. La creciente inestabilidad y la falta de popularidad del nuevo monarca Amadeo de Saboya, decidieron al pretendiente Carlos VII a tomar las armas. El detonante lo constituyó el fraude electoral empleado por el gobierno contra la coalición opositora de la que formaban parte los carlistas.
La sublevación tuvo unos comienzos difíciles. Aunque había entusiasmo por doquier, la escasez de armas, pertrechos y dinero supuso un grave obstáculo para el campo carlista. De hecho, Don Carlos tuvo que repasar la frontera después de los fracasos iniciales en la zona vasconavarra.
Sin embargo, en otras zonas de España el movimiento había continuado reforzándose como consecuencia del desorden existente y del anticlericalismo, rayano con la persecución religiosa, de las nuevas autoridades. Particularmente toda la zona rural catalana entró en ebullición dejando a los gubernamentales reducidos a las poblaciones de mayor tamaño. Lo mismo sucedió en amplias zonas de Aragón y del reino de Valencia.
La llegada de la Primera República supuso un revulsivo para la insurrección. La indignación por el radicalismo de los republicanos provocó que muchos moderados se adhirieran al bando carlista. También lo hicieron las diputaciones forales vascas. Su declaración resumió las prioridades del movimiento salvemos la Religión aunque perezcan los fueros. Se creó así un efectivo embrión de estado.
La sublevación cantonal y la guerra de independencia cubana aumentaron el marasmo generalizado. Los desórdenes civiles y la anarquía dieron alas a las fuerzas carlistas que siguieron reforzándose hasta reducir a los gubernamentales a poco más que las capitales de provincia del norte de España.
La desconfianza hacia los anarquizantes gobernantes republicanos se extendió entre las cancillerías europeas, que veían con preocupación como los extendidos desmanes afectaban gravemente a sus súbditos. Además, los gobiernos más conservadores, veían con indisimulada simpatía los objetivos carlistas.
A finales de 1873, se abrían dos posibles estrategias para los rebeldes. Los generales querían seguir consolidando el potencial militar, armando adecuadamente al creciente número de voluntarios. Después se proponían avanzar hacia el sur con el objetivo de llegar a Madrid cuanto antes. Por su parte, los políticos pretendían reforzar la estructura del estado. Buscaban incrementar su respetabilidad internacional para conseguir el reconocimiento como beligerantes. Para ello consideraban imprescindible ocupar una capital de provincia importante y, de ser ello posible, abierta al mar. Don Carlos zanjó la disputa ordenando que se intentase la conquista de Bilbao.

La población estaba dispuesta a colaborar activamente en la defensa y a soportar cuantas privaciones se hiciesen necesarias

Ante Bilbao habían fracasado dos veces los carlistas. En la ciudad era predominante el liberalismo. De la misma manera que el carlismo imperaba en el resto de la Vizcaya. Por ello, la población estaba dispuesta a colaborar activamente en la defensa y a soportar cuantas privaciones se hiciesen necesarias.
Las ofensivas carlistas habían empujado a los republicanos lejos de la ciudad, salvo por el lado del mar. Finalmente, el cerco se cerró a principios de enero de 1874 con la toma de Portugalete, defendida heroicamente por una reducida guarnición gubernamental, que solo capituló después de diez días de ataques incesantes. Con el cierre de la Ría, Bilbao quedó absolutamente aislado, y sin posibilidad de recibir refuerzos ni abastecimientos.
Carga de Lacar 1888 obra de Enrique Estevan y Vicente

Carga de Lacar 1888 obra de Enrique Estevan y Vicente

Durante casi cuatro meses de sitio la población bilbaína soportó con estoicismo todo tipo de penalidades: continuos bombardeos, numerosas víctimas, escasez de todo lo necesario y finalmente el hambre. Pero los bilbaínos no cejaron. En los peores momentos se cantaba una coplilla que rezaba: «hemos jurado morir, antes que capitular. Si tomasen nuestros fuertes, fuego al parque y a volar».
Los intentos de romper el cerco fueron sucediéndose con resultados adversos. Se libraron allí algunos de los combates más duros de la guerra, con prodigiosos esfuerzos de heroísmo y abnegación por parte de ambos bandos. El fracaso del principal ataque en San Pedro Abando fue tan sangriento que los carlistas detuvieron el fuego y colaboraron para auxiliar a los heridos. Fueron cayendo también muchos jefes, e incluso generales, como los carlistas Rada y Ollo.
Por fin, tras sucesivos fracasos tomó el mando el propio general Serrano, presidente del gobierno republicano, que logró acumular un volumen de fuerzas imposible de afrontar por los limitados efectivos carlistas. El 30 de abril de 1874 se retiró el último de sus batallones y las tropas liberales entraron en Bilbao entre aclamaciones.
La guerra continuó tras el sitio. Los combates se sucedieron con suerte alterna durante otros dos años. Los carlistas consiguieron derrotar y dar muerte en Abárzuza al jefe del ejército del norte, General Concha. Incluso estuvieron a punto de capturar al Rey Alfonso XII en la batalla de Lacar. Pero no podían compensar las pérdidas sufridas en el sitio frente al progresivo reforzamiento de los ejércitos gubernamentales. Por fin, el 28 de febrero de 1876, Don Carlos VII abandonó España pronunciando su famoso «volveré». No volvió jamás.
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